Mostrando entradas con la etiqueta pre-textos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pre-textos. Mostrar todas las entradas

sábado, 25 de noviembre de 2023

LA BELLA Y LA BESTIA, UNA HISTORIA DE MAGIA Y ESPERANZA

Muchísimos cuentos de hadas hablan de un príncipe convertido en monstruo o animal salvaje, debido a los hechizos de una malvada bruja; ésta es la condición con la que sobrevive, casi siempre escabulléndose en ámbitos penumbrosos, el monstruo que simboliza la animalidad integrada en la condición humana, hasta que es redimido por el beso y el amor de una doncella.

La Bella y la Bestia, probablemente, en sus diversas versiones, sea el cuento de la tradición oral que, entre grandes y chicos, ha tenido más éxito en todas las culturas y épocas, desde que la escritora Marie Leprince de Beaumont (1711-1780), que abrevió y modificó las antiguas versiones bajo los simples arquetipos del cuento de hadas, publicó El almacén de los niños  (1757), en el que se incluyó su versión de La Bella y la Bestia, y que el cineasta francés Jean Cocteau lo llevó a la pantalla en 1946, con un éxito que popularizó la imagen de una bestia, con aspecto de león, quien, tras haber sido víctima de un hechizo, vivía escondido en su castillo, hasta que la presencia de una bella mujer transformaría su infortunio en felicidad.

El poder del amor como argumento

La Bella y la Bestia es un cuento fantástico cuya acción transcurre en un mundo imaginario, donde la magia es eficaz y el amor es capaz de vencer los obstáculos. Todo comienza con la historia de un viejo mercader, viudo y con tres hijas. Dos mayores, presuntuosas y vanidosas, y una menor, humilde y bondadosa, a quien por su belleza llaman Bella,

El mercader, tras realizar un viaje, se dirige desde el puerto rumbo a su casa, pero se pierde en el bosque, hasta que se refugia en un castillo encantado, habitado por una misteriosa Bestia, quien, al encontrarlo en el jardín, le ofrece descanso y alimento,y lo retiene en el castillo como su prisionero. El mercader le pide que lo libere. El monstruo promete hacerlo, pero a condición de que le conceda en matrimonio a una de sus hijas.

Cuando el mercader retorna a su hogar, les cuenta a sus hijas lo que le había pasado en el bosque y el castillo. Las hijas mayores no quieren saber nada de las pretensiones del monstruo, a diferencia de la hija menor, la Bella, que se ofrece cumplir la promesa de su padre, yéndose a vivir en los ricos aposentos de la Bestia, quien la visita cada noche, suplicándole que se case con él, pero ella le rechaza una y otra vez, hasta que cierto día, ve en su espejo mágico que su anciano padre está muy enfermo. Entonces le ruega a la Bestia que permita verlo por última vez. La Bestia accede a su pedido, con la condición de que regrese al castillo antes de ocho días.

La Bella no vuelve a tiempo y encuentra a la Bestia agonizando en el jardín, debido a la tristeza que le causó su ausencia. Ella se arrodilla ante la Bestia, quien exhala sus últimos alientos de vida, y, entre lágrimas y súplicas, le pide que no se muera, porque lo ama y quiere ser su esposa. La Bestia, al escuchar estas mágicas palabras, sana y se transforma en un apuesto príncipe. Acto seguido, él le revela que, por medio del encantamiento de una malvada bruja, había sido convertido en una horrible bestia para que ninguna mujer deseara casarse con él; y que la única manera de romper con la maldición era que alguien se enamorara de él, pero sin antes conocer el porqué del encantamiento.

La Bella y el príncipe se casan y viven felices en el castillo, junto a su padre, mientras las dos hermanas mayores son transformadas en estatuas de piedra, pero sin perder la consciencia, para que sean testigos de la felicidad de la Bella y el príncipe, quien dejó de ser Bestia por la magia y el poder del amor. 

Entre la realidad y la ficción

Si este tipo de historias fuesen ciertas y se replicaran en la vida real, sería una maravilla, como una maravilla son los cuentos que abordan temas donde se amalgaman la realidad y la fantasía, procurando que los elementos fantásticos y mágicos parezcan también realidades comunes y cotidianas.

Sin embargo, lo cierto es que los cuentos como La Bella y la Bestia, que están estructurados sobre la base de la desbordante imaginación de los autores, son narraciones que juegan con la fantasía del lector y que no tienen la función de impartir lecciones de senso-moral ni ser textos didácticos para enseñar a discriminar lo que es bello y lo que es feo, pero tampoco son temas donde la fantasía debe diferenciarse de la realidad. Por cuanto la La Bella y la Bestia es un cuento de la tradición oral, donde la ficción puede superar a la realidad, al menos, si se necesita de estos cuentos para superar la inseguridad y falta de autoestima.

Con todo, este cuento clásico continúa conquistando los corazones de grandes y chicos, que sueñan con esta mágica historia de amor y fantasía, que a los lectores les permite abrigar la ilusión y la esperanza de que la belleza de una persona no está en su físico, sino en su personalidad, ya que lo más importante no es la belleza superficial, sino el bondadoso corazón que posee un individuo, como si tuviese un bello príncipe atrapado en su interior.

La Bella y la Bestia, al margen de la fantasía y la magia que encierra en su estructura literaria, es una idealización de un romance en el que se justifica que el hombre puede parecerse a la Bestia mientras tenga sentimientos nobles. O un mero enunciado lírico para quienes creen que el hombre mientras más feo, más bello. Está claro que este dicho se dice por decir, sobre todo, si nos enfrentamos a los actuales cánones de belleza masculina que, así no se reconozca públicamente, es tan importante como la belleza femenina. Es cuestión de ingresar a las redes sociales para advertir que los artistas, cantantes y deportistas que más cotizan son aquellos cuyas figuras son más atractivas por su aspecto físico que por su competencia intelectual, más por lo que lucen por fuera que por lo que atesoran por dentro.

Fealdad y belleza

La Bella y la Bestia es la perfecta metáfora de una relación amorosa donde la belleza de la mujer se sobrepone a la del hombre, que, aun siendo chato, gordo y feo, es apreciado por otras cualidades más internas que externas, o, simplemente, porque posee poderes sociales, políticos y económicos, ya que un hombre acaudalado no es lo mismo que un pobretón, como un hombre con renombre familiar no es lo mismo que el hijo del vecino.

Cuando una madre obliga a su hija, joven y hermosa, a contraer nupcias con un hombre viejo, chato y feo, aunque acaudalado, es como obligarle a tragarse un sapo vivo, condenarla a vivir en una relación que no es de su agrado y que de por sí le provoca aversión. Esto no quiere decir que el sapo, al menos según las magníficas versiones de los cuentos de hadas, pueda convertirse en un bello príncipe si se le da un beso.

El cuento también se ha interpretado como una crítica a los matrimonios por conveniencia. La unión de una mujer, especialmente joven y bella, con un hombre acaudalado y mucho mayor que ella. El cuento enseña que si las mujeres buscan el auténtico amor en el interior de sus ancianos maridos, pueden encontrar al príncipe que se esconde tras la apariencia de bestias. O que ellas mismas consigan esa transformación por medio de su amor. La diferencia de edades y condiciones sociales, en este caso, no tienen ninguna importancia si el amor es más grande que las apariencias físicas.

Una niña puede creer que el sapo puede convertirse en príncipe, porque intelectualmente se encuentras en la etapa del pensamiento mágico, a diferencias de una adolescente, que no cree que un sapo pueda trocarse en príncipe, porque su pensamiento corresponde a la etapa del razonamiento lógico y porque sabe que es imposible que el sapo sea un príncipe encantado y que un hombre de horrible aspecto pueda trocarse en bello después de un beso.

Las adolescentes están convencidas de que los cuentos donde las bestias, los sapos y las serpientes pueden trocarse en bellos príncipes son solo cuentos, que están lejos de la realidad y que, en el sentido terapéutico como lo afirmaba el psicoanalista Bruno Bettelheim, son algo así como una cura o un consuelo para quienes viven aquejados por su fealdad. Por cuanto La Bella y  la Bestia, al margen de ser una bella historia, no deja de ser una fantasía difícil de aplicar en la realidad, en esa realidad donde no es difícil diferenciar entre lo que es bello y lo que es feo.

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

LA CHICHARRONERÍA DE DOÑA MARUJITA

Un fin de semana en Llallagua, cuando se tienen ganas de comer un buen chicharrón, lechón o fricasé, es cuestión de viajar por la carretera asfaltada, llamada diagonal Jaime Mendoza, inaugurada oficialmente en diciembre de 2018, hasta llegar, luego de atravesar una serranía árida, pedregosa y polvorienta, a las afueras de Uncía, capital de la provincia Rafael Bustillo del departamento de Potosí y ciudad que sobrevive gracias a la agricultura, ganadería y explotación minera.

A orillas de esta ciudad de población bilingüe, donde sus habitantes hablan con desparpajo el quechua y el español, se encuentra la Chicharronería Marujita, donde comer… ¡Es un placer!, que atiende los domingos y feriados, a partir de las 11:00 de la mañana.

Se camina unos metros en dirección a la Plaza 6 de Agosto, y allí mismo, a media cuadra y a mano derecha, está la casa con fachada de color naranja, ubicada en la Calle Sucre 29, reconocible por el nombre viñeteado en la pared frontal, donde se lee: Restaurante Marujita. No hay cómo perderse, el local está a la vista de los peatones, que pasan y repasan por este local que existe desde la pasada centuria.

Se atraviesa el dintel de un portón de madera y, de pronto, uno aparece en un patio lleno de mesas, sillas y toldos improvisados, de lona y plástico, de todos los colores y tamaños, para resguardarse del sol, la lluvia y los vientos que arrecían desde los cerros. No parecen elementos decorativos para resaltar la imagen de la vivienda, sino cubiertas necesarias para protegerse de las inclemencias de la intemperie.

El ambiente desprende un olor a carne frita y tiene un aspecto de casa antigua, de esas casas donde parece haberse detenido el aire y el tiempo  de otros tiempos. El piso está cubierto por losas y una alfombra de césped sintético. Allí, entre muros que se levantaron con adobes hechos de barro, mezclado con arenilla y paja brava, habita y reina doña Marujita, quien, como toda fiel devota del patrono San Miguel Arcángel, cuya festividad se celebrada a fines de septiembre, atiende, ataviada con un impecable mandil con bolsillos y una pañoleta en la cabeza, con amabilidad y expresión amigable a cada uno de los comensales que cruzan el dintel del portón que da a la calle.

Al fondo del patio está la pequeña cocina, cuyo techo de calamina, oxidado y ligeramente hundido, soporta el peso de piedras de diversos tamaños. Ahora bien, si las piedras están colocadas encima del techo, al margen de ser una suerte de ornamento de la vivienda, es para sujetar las calaminas que, en tiempos en que sopla el viento sin contemplaciones, pueden ser desclavadas de las vigas y volar por los aires como hojas de papel.

Doña Marujita sabe que la buena atención al comensal es la clave para ganarse la simpatía y el aprecio de todos quienes volverán una y otra vez, bajo la lluvia o bajo el sol, a servirse los platillos de fricase, lechón y chicarrón, especialidades de la casa, donde se respira libertad y ganas de tragarse todo lo que contiene el platillo.

Doña Marujita prepara el chicharrón a la vista de los consumidores, a modo de lucir sus conocimientos en materia gastronómica. A veces, mientras está ocupada en sus quehaceres, se le desborda el caldo de la paila y cae sobre el fuego y las brasas, provocando una humareda que pronto es amainada con experiencia y destreza acumuladas durante años, como quien aprendió a domar el fuego, avivando las brasas que brincotean como pequeños diablillos entre la pared circular de la k`oncha (fogón de barro).

El chicharrón se cocina en la grasa derretida del mismo cerdo, en una enorme paila de cobre que, a su vez, está puesta sobre un fogón hecho de barro, preparado en fuego a leña, y el emplatado se remata con un chorro de frituritas de la piel del cerdo. El platillo es acompañado con mote blanco, papas con cáscara, chuño y, como es natural, no pude faltar su exquisita llajwa (salsa picante elaborada con tomates, locotos, sal y killkiña).

Un aparato de sonido, ubicado en la plataforma de tablas, es controlado por uno de sus hijos, quien, al mejor estilo de un discojoke, pone música variada y de sobremesa –con preferencia los boleros mejicanos, los vals peruanos y los clásicos del folklore boliviano, como los Karkas, Savia Andina y el Dúo Sentimiento, entre otros–, para acompañar a los comensales que, con los dedos convertidos en cubiertos y la mirada puesta en los platos de comida, se zampan los caldos, las carnes, los motes, las papas y los chuños, con una avidez que parece haber sido acumulada por mucho tiempo.

A un costado del patio, donde están las pailas puestas sobre el ojo de las k´onchas, tiznadas por el hollín y el humo, las carnes están cocinándose entre burbujas de grasa, hervido por las brasas y el fuego a leña, un detalle que le da una característica especial a las comidas preparadas por las divinas manos de doña Marujita, quien mira con un ojo las pailas de cobre y con el otro a los comensales, quienes se sirven la comida con todos los sentidos, casi sin hablar ni respirar. Ellos comen con las manos, como dispuestos a chuparse los dedos después de cada bocado, sin ser necesariamente gourmets de gusto refinado y exigente paladar.

Doña Marujita, a pesar del peso de sus años y los achaques que se le manifiestan de tanto en tanto, se mueve como una ardilla, de un lado a otro y sin tregua, como si estuviese acostumbrada a trabajar desde siempre, sin quejarse ni tomarse una pausa, como si su trabajo fuese el mejor premio que ganó en la vida, no solo porque este trabajo le ha permitido mantener a su familia, sino también porque le da una profunda satisfacción el simple hecho de dejar conformes a sus comensales, quienes le expresan su respeto, admiración y su infinito agradecimiento por haber convertido su tiempo de almuerzo en un momento inolvidable y en una fiesta para el paladar.

Doña Marujita cocina con pasión y sabiduría, convencida de que los hombres, las mujeres y los niños, se llevarán a casa el estómago lleno y el corazón contento. Pues, como ya se sabe, el placer de comer no solo entra por los ojos, sino también por el olor, el color y el sabor de una comida emplatada con el cariño de quien sabe que no es lo mismo comer por comer que deleitarse con cada bocado que explosiona en la boca.

Su cocina, donde se ingresa por una puerta angosta y una grada de piedra, no luce una hornalla industrial ni un mesón de respetables dimensiones, sino unas mesitas, un estante con utensilios, cubiertos, vasos, platos, boles de plástico y otros, que le dan la apariencia de ser una cocina familiar, donde uno se siente como en su propia casa, donde faltan los típicos muebles de un restaurante, pero donde sobra el calor de hogar y el aire de bienvenida que se respira por doquier.

Doña Marujita es una gastrónoma de sepa y se dedica al arte culinario por herencia familiar. Ella aprendió a cocinar al lado de su madre y al lado del fogón, mirando como la carne de cerdo cambia de textura a medida que se fríe en la grasa del animal más sucio, pero el más delicioso de la cocina popular. Doña Marujita es una de las cocineras más prestigiosas de Uncía, conoce las técnicas de preparación del chicharrón y el fricasé, la calidad de los ingredientes con solo olerlos y palparlos, y, lo que es más importante, conoce los componentes culturales de esta magia culinaria que es una virtud reservada solo para las mujeres que convierten en delicias todo lo que tocan.

Si uno mira en derredor, constata que los comensales se zampan el contenido del plato con la avidez de los parroquianos que, después de una noche de copas, buscan servirse una buena porción de chicharrón o fricasé, intentando reparar la resaca que produce retorcijones en la panza y zumbidos en la cabeza.

El fricasé de cerdo es un platillo típico del altiplano boliviano, aunque tenga su origen en la cocina francesa y su nombre sea fricasseé. Es un caldo picante que incluye trozos de carne, nudos, cuero y costillas de cerdo. Este platillo se aliña con un aderezo de cebollas blancas finamente picadas, comino molido, pimienta negra, dientes de ajo, finamente picados, orégano desmenuzado y ají panca picante, lo que le confiere un color rojizo. Después de una cocción de dos horas y media en la paila, al punto en que las carnes están casi desprendiéndose de los huesos, el fricasé está listo para ser servido en un plato hondo, preferentemente de barro cocido, con chuños negros y un puñado de mote de maíz blanco, esparcido en el caldo humeante y aromático, y, como es de rigor, se acompaña con llajwa, que se muele en el batán de piedra que está en el patio, cerca de la puerta de la cocina.

De pronto aparece, como salido de la nada, una perrita de nombre Beba y de raza shar pei (piel de arena), que merodea alrededor de las mesas y se asoma a los comensales, luciendo las arrugas en su frente y su hocico grueso, a la espera de que alguien le tire un trozo de carne, pero tiene que ser carne como su labio carnoso, porque, como catador de los sabrosísimos platillos que prepara su dueña. Eso sí, como todo gourmet de gusto delicado y exquisito paladar, no come ni roe huesos, menos los huesos que le arrojan con desprecio. Esta perrita longeva, que inspira amor y ternura, no solo es un animal de compañía sino también la celosa guardiana del restaurante, donde se pasea a paso lento, exhibiendo su pelo leonino, sus ojos oscuros, sus orejas caídas y su parada de medio metro, como si ella fuera la misma ama y señora de este restaurante donde se sirven platillos con sabor y estilo nortepotosinos, y que, en mérito a sus años de servicio, forma ya parte del patrimonio gastronómico y cultural de Uncía. Ojalá que este patrimonio no se muera nunca y que la afamada dama, de menuda estatura y sonrisa afable, sea reconocida por parte de las autoridades ediles con los mayores honores, por tratarse de un punto más de atracción turística, donde los visitantes de todo el país, urgidos por saciar el hambre y relajarse del cansancio, son acogidos con el corazón y las puertas abiertas de este restaurante tradicional, que desde un principio invita a retornar hacia el sabroso olor de sus pailas y el acariciante calor del fuego a leña que emanan las ennegrecidas k´onchas.

Al término de una buena comilona, doña Marujita se acerca a las mesas, llenas de platos, gaseosas y botellas de cerveza, para invitar, como un cariño de la casa, una jarrita de vino oporto a manera de asentativo para bajar y digerir mejor el chanchito. Las comidas y el vinito son delicias que deben probarse alguna vez en este restaurante uncieño, que parece la casa del jabonero, donde el que no cae…

lunes, 17 de julio de 2023

HOMENAJE EN HONOR A GUALBERTO VEGA YAPURA

Este pasado 17 de julio, en la sede del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, en un sencillo, pero emotivo acto, se homenajeó al dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue asesinado hace 43 años en el edificio de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se realizaba la reunión del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), la mañana del 17 de julio de 1980, fecha luctuosa en que el pueblo boliviano se vistió de luto y los golpista, tras pedir la renuncia de la presidenta constitucional Lydia Gueiler, se encaramaron en el poder por la fuerza de las armas y el respaldo del Alto Mando Militar Boliviano.

Todo sucedió cuando decenas de oficiales y paramilitares, entre los que había mercenarios argentinos al servicio de la Operación Cóndor, que asoló a los países del Cono Sur de América Latina, llegaron en ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social a la histórica sede de los trabajadores bolivianos y asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el edificio de la COB ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a desencabezar al movimiento obrero y popular. Fue en esas circunstancias que los paramilitares, conocidos como los novios de la muerte, dispararon ráfagas contra la humanidad del líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores y el dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón representante del Sindicato de Catavi y secretario de organización de la Federación de Mineros.

Los directos responsables de este horrendo crimen fueron los golpistas militares Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes, obedeciendo órdenes de la CIA y los carteles de narcotraficantes asesorados por el Carnicero de Lyon Klaus Barbie, estaban dispuestos a imponer su política antinacional y proimperialista a sangre y fuego. Durante este régimen de facto se prohibieron las libertades democráticas y se desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió el edificio de la Federación de Mineros, con ello los murales de Miguel Alandia Pantoja, en un vano intento por destruir el rico legado de las luchas políticas y sindicales de los trabajadores del subsuelo boliviano.

Si en 43 años no se realizó un justo homenaje en honor a Gualberto Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como todas las minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que provocó el cierre de las empresas de la COMIBOL y la desocupación de miles de trabajadores que fueron echados de sus fuentes de trabajo y expulsados de sus viviendas con el epíteto de relocalizados. Sin embargo, ahora que la población de Catavi está en un proceso de repoblarse gracias al ritmo de la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la Universidad Nacional Siglo XX, que está construyendo nuevos establecimientos para algunas de sus carreras, incluidas las de Formación Política Sindical, es indispensable desempolvar la memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y rescatar la gloriosa historia de esta población que, durante la pasada centuria, fue el centro motor de la economía nacional y el escenario donde floreció el sindicalismo revolucionario.

Asimismo, es digno reconocer el valioso esfuerzo de las dirigentes del ex Comité de Amas de Casa Mineras de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la encomiable iniciativa de preparar el acto de homenaje en honor al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue disparado a mansalva, a los escasos 35 años de edad, por un mercenario al mando de los militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos la democracia y el derecho al fuero sindical.

A pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños han decidido recordar a quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los proletarios y de los más pobres de este pobre país, donde la lucha revolucionaria estuvo encarnada en personas honestas y modestas como fue Gualberto Vega Yapura, cuya conducta personal estuvo determinada por la impronta de sus convicciones ideológicas y religiosas.

En el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas por los panelistas –el exdirigente de la FSTMB y exministro de Estado, Guillermo Dalence, la expresidenta del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco, la responsable del Archivo Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, el exdirigente sindical y exalcalde de Llallagua, Tomás Quirós, y el exdirigente del sindicato de Catavi, Octavio Carvajal, se trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura, destacando su límpida trayectoria política, en defensa de la democracia, los derechos de los trabajadores y la lucha antiimperialista del pueblo boliviano. También se hizo hincapié en su actividad sindical, cultural, deportiva y poética de este insobornable luchador social, cuya contribución al pensamiento revolucionario y la democracia nacional, es un buen ejemplo para las nuevas generaciones de Catavi y el país entero.

El acto contó con la presencia de una joven estudiante de la Unidad Educativa Ayacucho, quien, con voz firme y actitud altiva, declamó el poema Padre nuestro del minero, que Gualberto Vega Yapura escribió con probada sensibilidad humana, consumada vocación lírica y alta conciencia de clase en 1976, durante su cautiverio en la prisión de Chonchocoro,

De acuerdo a los testimonios de quienes lo conocieron en vida, se sabe que este mártir de la liberación nacional se inició en la actividad política como militantes del Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN). Desde su adolescencia dedicó su vida a las actividades deportivas y culturas en provecho de la niñez y juventud cataveña. Fue varias veces dirigente del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi y director de Radio 21 de diciembre. En 1976, tras la ocupación militar a los centros mineros, fue detenido, torturado y encarcelado. En el XVIII Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Telamayu, entre el 31 de marzo y el 6 de abril de 1980, fue electo, en su condición de obrero de la Empresa Minera Catavi, como secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, una función que supo cumplir con altura moral y ética, hasta el día en que fue victimado por los chacales de una dictadura militar que dejó un reguero de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional.

En consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener vivo su pensamiento entre los niños, jóvenes y adultos de la población de Catavi, donde Gualberto Vega Yapura tuvo su cuna de nacimiento y fue el escenario de sus actividades culturales y deportivas, pero también el escenario de sus luchas por una Bolivia más justa y libre de dictaduras civiles y militares; más todavía, es preciso que uno de los salones del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo de enaltecer su lucha a favor de los más desposeídos y explotados, pero también a modo de perpetuar su combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario y para que el pueblo boliviano lo tenga siempre en la memoria.

En síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.

viernes, 2 de septiembre de 2022

UNA REFLEXIÓN NECESARIA

Desde que sentí la discriminación racial en carne propia y dejé de creer en la historia oficial de los vencedores, me resistí a compartir el racismo existente en el país, donde la mayoría de los indios y negros no compartían la mesa del patrón ni formaban parte de las esferas del gobierno.

Para un negro, durante la colonia y según me enseñaron en la escuela, encontrarse con un hombre blanco era lo mismo que encontrarse con la muerte, puesto que los cazaron como a fieras salvajes y, luego de marcarles el cuerpo con hierros candentes y echarles cadenas a los pies y las manos, los transportaron hacia puertos extraños, donde los vendieron como esclavos en los mercados del comercio humano.

Los afrobolivianos, por mucho que no sepan precisar si sus antepasados fueron traídos de Senegal, Ghana, Nigeria, Mozambique, Angola, Congo, Sudán, Uganda o de otras regiones del oeste y centro de África, siguieron conservando la tradición de coronar a su rey en la comunidad de Mururata, donde se venera todavía a los descendientes de Bonifacio Pinedo, quien, encadenado de pies y manos, murió durante la dominación colonial. El último descendiente de esa casta de sangre real fue Julio Pinedo, rey afroboliviano que, al cumplirse más de 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular, en octubre de 1992, fue coronado en una ceremonia especial, donde estuvieron presentes los negros, indios aymaras, mulatos y zambos.Sin embargo, lo patético de esta realidad es que, mientras los afrobolivianos vienen coronando a sus reyes desde 1932, la mayoría de los niños bolivianos, que aprendimos a conocer África a través de las historietas de Tarzán, no veíamos en las calles a más negros que a los mestizos, de caras pintadas con betún y disfrazados con vistosos atuendos, bailando de tundiquis y negritos en el Carnaval.

Cuando los niños veíamos en la calle a un negro de verdad, nos pellizcábamos el brazo y gritábamos al unísono: ¡Suerte para mí! ¡Suerte para mí!... En cambio algunos, que confundían el exotismo con el racismo y veían un negro en sus sueños, se despertaban espantados y, restregándose los ojos, exclamaban: ¡Enfermedad! ¡Enfermedad!...

La ignorancia sobre la historia y situación de los afrobolivianos dio lugar a la creación de mitos y supersticiones en torno a sus supuestos poderes mágicos; cuando en realidad, los negros no cargaban suerte alguna ni daban suerte a nadie, ni siquiera a ellos mismos, que habían soportado tanta infamia y discriminación desde que sus antepasados fueron atrapados en sus tierras de origen y vendidos por los negreros, para la realización de diversos trabajos de manera forzada, a los dueños de minas y plantaciones del llamado Nuevo Mundo, donde los niños criollos y mestizos reproducíamos en nuestros juegos las historietas de Tarzán y las películas de cowboys; en el que nadie quería hacer el rol de negro ni de indio, porque encarnar a estos personajes implicaba morir desollado o con un tiro entre los ojos, a diferencia de Tarzán y del cowboy que siempre resultaban ser los héroes en la batalla, como si sus vidas estuvieran protegidas por mandato divino.

Aún recuerdo que mi madre me ponía una gorrita con visera para que el sol no me quemara la piel, pues un niño negro no era lo mismo que un niño blanco, sea por nacimiento o por estar bronceado a causa del sol. Lo negro era sinónimo de feo e inferior y lo blanco era sinónimo de bello y superior. Desde luego que yo, como la mayoría de los niños con padres racialmente acomplejados, me calaba la gorra hasta las orejas y rechazaba el apelativo de negro, hasta que me hice consciente de que esta conducta formaba parte de la pirámide social, cuya base era negra o indígena y cuya cúspide era blanca o mestiza. Asimismo, me hice consciente de que el tono de piel, desde que los conquistadores españoles impusieron la supremacía del hombre blanco, era tan importante como el apellido que se lucía como carta de presentación, ya que ambos factores determinaban el estatus social y económico del individuo.

A medida que fui creciendo, comprendí que el negro no solo simbolizaba la suerte, sino también la mala suerte y la enfermedad. De modo que, en una conversación coloquial, no era extraño que alguien dijera: pasarlas negra o tener la suerte negra, en lugar de decir: me encuentro en una situación difícil o tengo mala suerte. Pero la frase que más me golpeó, como convocándome a una reflexión necesaria, fue la que escuché en boca de una de mis profesoras de escuela, quien, a tiempo de enseñarnos la fotografía de un negro, dijo: Este hombre tiene el color de sufrido. Desde entonces, no he dejado de pensar en que estas expresiones de desprecio, que los criollos y mestizos utilizaban para referirse despectivamente a una persona de tez negra y origen africano, traslucían una clara discriminación racial.

Ahora entiendo mejor el porqué mi tía, una señora presumida y acomplejada de su ascendencia mestiza, me aplicaba las cremas protectoras en la cara y me ponía un gorro de visera ancha. Claro que no era para cubrirme la piel del abrasante sol de la meseta andina, sino para evitar que los vecinos me confundieran con los niños de color sufrido. Por suerte, a mi tía no se le ocurrió la idea de blanquearme la piel a la fuerza, como a ese negrito del cuento que murió de pulmonía de tanto que su ama, de raza blanca, lo refregó en una batea de leche fría.

Con el transcurso del tiempo, y gracias a los sermones de un cura tercermundista, mi tía se fue liberando de sus prejuicios raciales y empezó a entender que el hombre negro no era un castigo divino, ni un ser llegado de las catacumbas del infierno, sino un individuo como cualquier otro, con los mismos derechos y las mismas responsabilidades. Aprendió también a rescatar los valores culturales de ese continente que tanto aportó a la cultura universal; empezó a gustar del jazz, esa música que tiene su origen en los ritmos africanos, y empezó a leer las poesías de Nicolás Guillén y las novelas de Nadime Gordimer, cuyos textos están inspirados en los mitos, leyendas y relatos que los africanos conservaron en la memoria colectiva y la tradición oral. Mi tía cambió tanto que, además de llamarme Negrito, con cariño, acabó reconociendo que la madre del género humano era negra y vivió en África, allí donde se encuentran las raíces del árbol genealógico de la humanidad.

Mi tía aprendió también que la variedad de razas se debía a un largo proceso evolutivo de la especie humana -y no porque Dios creó a un Adán negro y a otro blanco- y que el color de la piel, además de estar determinado por factores medioambientales, geográficos y climatológicos, se debía a la melanina, ese pigmento presente en la epidermis que, dependiendo de la cantidad, determinaba la variación del color de la piel, pelo y ojos en los grupos étnicos extendidos alrededor del mundo; por cuanto no es casual que los primeros Homo Sapiens, con mayor cantidad de melanina en la epidermis, tenían la piel oscura como la muestra la gente originaria de África.

Si bien es cierto que mi tía se liberó de sus prejuicios y los afrobolivianos gozan de mayores derechos y libertad que durante la colonia, es también cierto que algunos sectores de la sociedad, constituidos por los estamentos más conservadores de la clase dominante, continúan manifestando conceptos peyorativos contra el negro; por ejemplo, no pocas veces escuché decir: El mejor negro es el esclavo negro o pareces indio y hueles a negro.

El hecho de agitar las banderas de la biología racial y el socialdarwinismo, y plantear la tesis reaccionaria de que los blancos, genéticamente, son superiores a los negros, y que debido a su inteligencia ocupan los puestos de preferencia en la cúspide de la pirámide social, es una forma de afirmar que los negros son brutos y pobres por herencia genética; una mentira universal que rechazo enérgicamente, ya que ni la pobreza, ni la discriminación racial, ni la división de la sociedad en clases, corresponden a un orden natural de las cosas, sino a factores históricos y económicos que determinaron que lo blanco esté arriba y lo negro esté abajo.

En América Latina, desde la época de la colonia, los negros e indios se han sentido socialmente marginados por los criollos, quienes siempre gozaron de ventajas sociales y económicas. Ellos acapararon gran parte de la propiedad de las tierras y constituyeron la clase dominante, alegando que el tono de piel no solo era importante como el nombre y el apellido, sino que también determinaba el estatus social y económico de un individuo de raza superior.

En lo que a mí respecta, una vez más, me resisto a compartir la opinión de quienes creen todavía en la supremacía del hombre blanco, sobre todo, cuando sé que Europa y América tienen una enorme deuda con África, con esa cultura que tanto aportó al patrimonio espiritual y material de la humanidad, aunque sé, asimismo, que el racismo contra las personas afrodescendientes sigue latente en el subconsciente colectivo de los pueblos que soportaron los prejuicios raciales en los últimos cinco siglos.

sábado, 13 de agosto de 2022

VÍCTOR MONTOYA CARGADO EN LAS ESPALDAS DEL TÍO DE LA MINA

El pintor y muralista Víctor Bravo Zambrana, utilizando una técnica combinada en el contexto de las artes plásticas, realizó una obra pictórica, donde destaca el Tío de la mina, dios y diablo en la mitología minera, cargando en su llijlla o aguayo al escritor Víctor Montoya, quien se considera el escribano del Tío, debido a que una de las facetas más reconocidas de su producción literaria está dedicada a narrar las aventuras y desventuras del dueño absoluta de las riquezas minerales, quien exige a los mineros rendirle tributo, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y botellas de aguardiente.

En la representación simbólica, plasmada sobre cartón-tela por el artista Víctor Bravo Zambrana, el Tío parece estarse raptando al escritor rumbo a las tenebrosas galerías de la mina, mientras el autor de Cuentos de la mina, Conversaciones con el Tío de Potosí y Crónicas mineras, cargado como una guagua, con un libro y una plumafuente en las manos, se deja conducir complacido hacia el vientre de la Pachamama, donde está el reino del imponente personaje de la cosmovisión andina, un híbrido entre lo profano y lo sagrado, que ya forma parte de la vida y obra del escritor Víctor Montoya.

 La pintura del artista plástico, nacido en la población minera de Catavi, al norte del departamento de Potosí, es una buena muestra de que, con desbordante fantasía y destreza en el manejo de los pinceles y colores, puede fusionarse la creación literaria con el arte pictórico, logrando obras en las que una imagen dice más que mil palabras.


jueves, 2 de diciembre de 2021

UN HOMENAJE PÓSTUMO ANTE LA AUSENCIA DE LA SUBALCALDÍA 

DE CATAVI

Ante la desidia de las autoridades municipales, que parecen no tener interés en respaldar las actividades culturales, el Archivo Histórico Minero de Catavi y la Fundación Enrique Arnal aunaron esfuerzos para llevar adelante el homenaje póstumo al artista plástico cataveño que, por razones obvias, debía ser de incumbencia y responsabilidad de la Subalcaldía, que no movió un dedo para coadyuvar en la tarea de rescate, valoración y difusión de uno de los personajes más representativos de este memorable distrito minero.

Sin embargo, cabe recordar que una de las principales funciones de las autoridades locales es la de promover los valores culturales de la población a la cual representan, habida cuenta que las artes plásticas, las composiciones musicales y las creaciones literarias, tanto como las tradiciones folklóricas, deportivas y religiosas, son las depositarias de la herencia cultural e histórica de un pueblo que tiene pasado, presente y futuro.

No cabe duda de que los pintores, poetas, cantautores, escritores y otros cultores del arte en general, son los que mejor representan a su pueblo y, por eso mismo, son los que están destinados a quedarse para siempre en la mente y el corazón de sus coterráneos, a diferencia de las autoridades políticas que, a pesar de contar con el voto mayoritario de los ciudadanos, están de pasadita por las instituciones municipales, pues apenas cumplen con su mandato de mandamases, están destinados a dejar sus cargos y retirarse a casa, como quienes están condenados a perderse en las brumas del tiempo y el olvido.

Lo rescatable de la actividad cultural dedicada a Enrique Arnal fue constatar que, al margen de las autoridades ediles y las instituciones públicas, existen personas que dedican lo mejor de su tiempo a recatar y promover la memoria histórica con un alto contenido sociocultural en beneficio de los cataveños que, ya sea de cerca o a la distancia, aman su tierra con todas las fuerzas de su corazón. Una de estas personas entusiastas y auténticas gestoras de la cultura y las tradiciones mineras es Lourdes Peñaranda Morante, responsable del Archivo Histórico Minero de Catavi, quien viene publicando periódicamente la Serie de Literatura Minera, cuyo Nro. 20 está dedicado a la fabulosa leyenda del Cóndor Martín, con textos que fueron ilustrados con las pinturas al óleo de Enrique Arnal, artista que conoció en su infancia a este majestuoso ave de la cordillera de los Andes, que cumplía la función de mensajero en la Empresa Patiño Mines de Catavi.

Algunas personas, que se dieron cita en el evento, no dudaron en comentar que los pintores, poetas, cantautores y escritores quedan para siempre en la historia de su pueblo, porque sus obras, creadas con la fuerza de la inteligencia y la imaginación a cuestas, están destinadas a trascender en el tiempo y el espacio a través de la memoria colectiva, que suele transmitir la sabiduría popular de generación en generación. 

Con todo, cabe remarcar que las autoridades ediles (cuyos nombres más vale la pena no mencionar porque no se lo merecen), indistintamente del color político, están en la obligación de reconocer, incentivar y premiar a quienes dignifican el nombre de su pueblo, tanto dentro como fuera del país, sin perjudicar a nadie ni pedir nada a cambio. El nombre de Catavi se conoce más allá de las fronteras nacionales, no sólo por su moderna planta de concentración de estaño y purificación de minerales en la pasada centuria, sino también por las obras pictórica y literarias de quienes tuvieron la capacidad de crearlas con su esfuerzo personal, lejos de toda politiquería y ajenos a la consabida conducta de los buscapegas.

Enrique Arnal, como otros cataveños cosmopolitas y universales, llevó en alto el nombre de la población donde nació, del distrito minero que él paseó por el mundo entero, como si tuviese un Catavi portátil en la mente, el corazón, el arte y la maleta, pues por donde anduvo, en otras culturas y entre otras gentes, sacaba a Catavi desde lo más hondo de su ser y lo exhibía con orgullo, explicando que desde allí y en otrora se administró la empresa estañífera más grande del mundo. De ahí que gracias a él, a su obra pictórica y sus recuerdos de infancia, se conocían aspectos transcendentales de Catavi a nivel nacional e internacional; lo que confirma que los poetas, cantautores, pintores y escritores, son los auténticos embajadores de la tierra que los vio nacer.  

Ahora bien, al margen del desinterés cultural de quienes fungen como autoridades municipales, el homenaje póstumo al artista Enrique Arnal despertó un inusitado interés y contó con la participación de un numeroso público interesado por conocer aspectos relevantes de la vida y obra de uno de los personajes notables de Catavi y, consiguientemente, de una de las mentes más brillantes y creativas de la plástica boliviana, con una sorprendente obra en la que retrató los elementos mágicos y reales de la tierra minera donde transcurrieron los primeros ocho años de su extraordinaria existencia. 

miércoles, 2 de septiembre de 2020

PREDICA PERO NO PRACTICA

El vecino de la casa de la derecha era un comerciante de artefactos electrodomésticos; tenía aspecto de mercachifle y se daba ínfulas de ser un tipo interesante aun siendo un pobre diablo. No ocultaba sus ambiciones de prosperar en su negocio con la ayuda del Señor ni sus sueños de convertirse en líder espiritual de su iglesia. Era pastor evangelista y, sin embargo, se parecía más al cura de Gatica, quien predica pero no practica. Leí solo la Biblia desde el día en que, de acuerdo a sus propias confesiones, se le reveló el Supremo, provocándole transformaciones existenciales e induciéndolo a buscar respuestas a sus infinitas preguntas en las Sagradas Escrituras, como el yatiri busca en las sagradas hojas de la coca las explicaciones en torno a los misterios de la vida y la muerte.

–Sentí el toque del Señor –me manifestó en cierta ocasión–, pero no en la mente, sino en el corazón. Fue la primera vez que sentí una paz interior y que él me amaba más que nadie. Desde entonces, como no podía ser de otra manera, estoy convencido de que en la palabra de Dios está la verdad, la vida y el camino hacia la bendición eterna, aparte de que esta ha sido escrita en la Biblia por el Espíritu Santo y no por la mano del hombre. La fe interior, como la vida y la muerte, viene a través de la palabra de Dios…

–¡¿Así?! –le dije en tono de sarcasmo–. ¿Eso quiere decir que, aparte de la palabra de Dios, no existe otra verdad ni otro camino?

Él me miró sorprendido y no demoró en contestar:

–El hijo del Hombre dice: Soy la verdad y la vida, la verdad que tan afanosamente buscamos y la vida que todos deseamos tener, y con su maravillosa voz nos convoca: Vengan los que están cansados, que yo los haré descansar, Beban del agua que les daré y jamás volverán a tener sed.

–Y tú, ¿de cómo sabes cómo suena la voz de Cristo?

–Lo sé porque él mismo me habló a los oídos –enfatizó, Luego, incluso hablándome con voz jovial, como repitiendo algunas frases de memoria, añadió–: Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá. Nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan, pues quien pide recibe, quien busca encuentra y a quien llama se le abre…

–Entonces escuchaste la voz de Cristo –le dije–. Eso debe ser como un milagro, ¿no es así?

–Así mismito –contestó como en trance de alucinación–. Es un estado de sugestión en el que puede darse un milagro o algo que parece un milagro, aunque en la realidad no lo sea. Lo cierto es que la fe te ayuda a ver lo que no existe y te permite oír voces en medio del silencio. No en vano, los sabios entre los sabios, afirman: La fe puede mover montañas y secar mares.

Después giró sobre el talón izquierdo y desapareció con vertiginosa rapidez de la habitación, sin despedirse ni darme opción a meter el hocico. Se lo notaba enfadado y cerró bruscamente la puerta a sus espaldas.

II

Otro día, como ya era habitual, volvió a entrar en mi cuarto, sin anunciar su presencia ni pedir permiso. Apenas lo vi, con la Biblia en la mano, sabía que iba a arengarme sobre los castigos y las bondades del Creador.

–¿Cómo te va, pastor? –le pregunté con cierta molestia, como quien no soporta el olor del pescado pasado de tiempo.

–Como todo mensajero de buenas noticias, sigo predicando la palabra del Señor –contestó. Se me plantó enfrente y agregó–: Quería informarte acerca de la venida del Reino de Dios… Jesucristo vive, ha resucitado venciendo a la muerte y es el único hombre que, en toda la historia, ha realizado semejante hazaña… Cristo es tan bueno, tan bueno… Nos ha hecho ver cuán grande e importante es la autoridad moral del Santo Padre en un mundo materializado, ateo y dado a las pasiones de la carne, el alcohol y las drogas…

–Eso quiere decir que las criaturas del Señor somos como las ovejas descarriadas…

No me dejó ni siquiera terminar la frase, cuando, agitándose de cuerpo entero, dio un paso adelante, levantó las manos con los dedos abiertos y, como si me increpara por una falta que no cometí, dijo:

–Nosotros, a diferencia del Hijo del Hombre, somos unos cerdos, mañudos, corruptos, irracionales, que todo hacemos por interés y nada hacemos gratis. Incluso peleamos entre hermanos por la herencia de nuestros progenitores… Somos bandidos y vividores, esa clase de gente somos… Desconocemos que el bien nunca será alcanzado por la escarpada vía de la violencia, sino de la caridad, tolerancia y humildad. Nos empecinamos en envenenarnos y mordernos los unos a los otros. Nunca hemos aprendido a amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos…

–¿Los pecados y errores que cometemos, más que ser obras humanas, no serán obras de Satanás? –le pregunté solo por observar cuál sería su reacción.

Me miró con el ceño fruncido, como si asumiera una actitud de desdén, y no tardó en contestar:  

–Somos buenos para echarle la culpa a Satanás por todo, pero nunca a nuestra propia ceguera ni maldad, como si olvidáramos que la violencia la engendramos nosotros mismos… Otros incluso están de acuerdo con el aborto, la homosexualidad, el evolucionismo y la perversión sexual...

Me quedé pensativo, mientras escuchaba su arenga que parecía producir ecos entre las paredes de la habitación.

–¡Fuera Satanás!, gritamos, cuando en realidad somos nosotros mismos los culpables de nuestros males, porque encarnamos no solo los siete pecados capitales, sino también los pecados que nos concede Satanás, ese ser maldito que nunca duerme y está en todas partes, incluso en el Paraíso, donde puede aparecerse convertido en la serpiente del pecado, como se apareció en el Jardín del Edén.

 –¿Y qué podemos hacer para apartarnos del mal y redimirnos de nuestros pecados?

–Debemos orar para que nuestros anhelos y problemas sean escuchados por el Señor. Cuando oramos a Dios, debemos hablarle desde el corazón, en cualquier momento y en cualquier lugar. Él oye incluso las oraciones que hacemos en silencio, apartados de otras personas, pero tienen que salir del corazón y no ser repetidas de memoria ni ser leídas de una breviario. Asimismo, debemos aprender a reconocer nuestros propios errores y ser capaces de superarlos con honestidad y constancia para no volver a cometerlos y acercarnos mucho más a Cristo, quien siempre hizo el bien sin mirar a quién…

En ese instante me venció un acceso de tos. El pastor calló de golpe, acarició el lomo de la Biblia y me sugirió respirar profundamente por la nariz. Así lo hice, hasta que la tos abandonó mi vía respiratoria.

Al cabo de un silencio, el pastor volvió a asumir su pose de superioridad y reanudó su sermón:

–Todos somos pecadores y malvados. En nuestra lápida debía escribirse el siguiente epitafio: Pasó su vida haciendo el mal. No en vano nos emborrachamos, robamos, peleamos, mentimos, adulteramos y nos masturbamos, sabiendo que en el reino de Dios no tendrán parte quienes son ladrones, avaros, borrachos, chismosos, tramposos… ni los idolatras, ni los que cometen adulterio, ni los hombres que mantienen una relación contra natura con otros hombres…

–Pero me imagino que los cristianos, que llevan una vida menos pecaminosa y más pegada a las enseñanzas del Creador, serán salvados de las llamas del infierno y se ganarán un lugarcito en el reino de Dios. ¿Sí o no?

–¡Depende! –dijo aferrándose a la Biblia con ambas manos–. Uno puede hacerse el cristiano y creer que tiene ya el cielo ganado, pero no es así de simple; ser cristiano no significa nada, ¡absolutamente nada! Lo importante es la actitud que asumimos antes la vida y nuestro semejantes, permitiendo que los legados de Cristo hagan carne de nuestra carne y los practiquemos desde la alborada hasta el crepúsculo.

–Eso quiere decir que debemos estar alertas y no permitir que el diablo se meta en nuestra casa ni en nuestra vida.

–Así es –dijo categórico–. El diablo es una realidad y no la invención de la fantasía. Él anda suelto y siempre intenta apoderarse de la conciencia del más débil. Anda alrededor buscando hacerle caer en el pecado y en la misma condenación en la que Lucifer cayó por haberse rebelado contra el Creador. El diablo busca a quien someterlo a su voluntad y luego tragárselo con cuchillo y tenedor… 

III

En la práctica, este evangelista trasnochado, a juzgarlo por sus actos, se parecía cada vez más al cura de Gatica, quien predica pero no practica. Los demás detalles de su vida sucedían a espaldas de los vecinos, detrás de los muros de su casa, a pesar de que la puerta de su negocio de artefactos electrodomésticos estaba casi siempre abierta, ora de noche, ora de día.

Este pastor evangelista, como contradiciendo sus propias prédicas y acostumbrado a condenar a los individuos que no compartían sus creencias, rompía con los mandamientos de Dios, como si Satanás estuviera con él, metido dentro de él. Llamaba a la puerta de los vecinos para predicarles los evangelios, pero ellos no le abrían porque lo consideran un embustero y la encarnación de la doble moral… Más de una vecina lo sacó tostando almanaques de su casa. Tampoco faltó quien, en su impotencia y falta de tolerancia, le espetó en la cara: ¡Eres más peligroso que una serpiente! Un arma de doble filo. En tus ojos brilla la doble moral y en tu rostro se reflejan las mentiras que predicas. Tú no eres digno de ese proverbio que enseña: Quien dice la verdad, no peca ni miente.

Lo único que estaba claro para los vecinos, que lo miraban de sesgo y con mucho escepticismo, era que el pastor evangelista deliraba con ser un comerciante próspero; le fascinaban los billetes y los bienes materiales, aunque aseveraba haber leído, una y otra vez, las sabías enseñanzas de Cristo, sin haber llegado a comprenderlas en su verdadera dimensión, como quien se pasa de alto esa sabia enseñanza que dice: Será más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos. Además, a diferencia del evangelista, Cristo enseñaba de modo original, con ejemplos sencillos tomados de la vida cotidiana, para introducir a sus discípulos en los misterios del Reino de los Cielos, especialmente, por medio de las parábolas, que encerraban una educación moral y religiosa, revelando una verdad espiritual de forma comparativa, como cuando enseñaba cómo debe actuar una persona para entrar al Reino de los Cielos. No cabía duda de que el evangelista, como el resto de los comerciantes ávidos de riquezas, no hizo carne de su carne las enseñanzas del Maestro de maestros; por el contrario, vivía pensando en cómo forrarse de dinero, sin considerar que, al final de sus días, la codicia lo lanzaría de cabeza en los calderos del infierno.

Alguna vez, acaso sin pensarlo bien, me confesó que mientras pedía riquezas en sus plegarias, Dios se lo negaba una y otra vez; más todavía, como todo evangelista, que despreciaba lo poco a costa de perder lo mucho, creía que la verdadera fe estaba hecha de fortuna y buena vida; por eso, a diferencia de los deseos y la vida que tuvo Cristo, buscaba otra mujer más bella que la que tenía en casa, aunque Dios se lo negaba una y otra vez.

A pesar de que su propia existencia estaba hecha de falsas prédicas y de la ciega ambición de convertirse en un guerrero del Supremo en tiempos de paz y en un líder espiritual para sentirse como un tuerto entre los ciegos, no dejaba de predicar la palabra de Dios como el cura de Gatica, quien predica pero no practica. Parecía no haber entendido que las enseñanzas del Mesías iban acompañadas por sus acciones: cada una de sus palabras encontraban resonancia en su vida. Él vivía como predicaba y no se parecía en nada al cura de Gatica, quien predica pero no practica.

Un día de vientos fríos y pesadas nubes, apenas terminé de vestirme después de la ducha, entró en mi cuarto como casi siempre, sin tocar la puerta ni pedir permiso. Avanzó hacia mí y, plantándose delante de mis ojos, empezó con su eterna cantaleta:

–Dios, creador de las cosas visibles e invisibles, nos ha llevado a iluminar y vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno que, como los hombres de mal, reusó a someterse a su voluntad…

Levanté la cabeza y lo miré de reojo, como quien no estaba dispuesto a escuchar su consabida cantaleta, pero él, sin inmutarse por mis reacciones de hastío por sus falsas prédicas, prosiguió sermoneándome como siempre:

–El diablo es el culpable de la enfermedad y la muerte. Es más activo de noche que de día y se disfraza hasta de manso cordero. Lo que vemos a nuestro alrededor es la manifestación de la encarnizada batalla entre el Bien y el Mal. El diablo es una fuerza maligna que causa dolor, sufrimiento, muerte y destrucción. Tienta o dirige a la humanidad a cometer violencia y genocidio. Busca exterminar a los seres humanos, porque sabe que Dios los creó y los ama. El diablo es el padre de la mentira y la falsedad. Muchos de los que caen en su trampa, morirán como ratas, después irán a purgar sus males en el infierno, porque el maligno es el señor del espíritu de los condenados y guardián del inframundo…

–¿Entonces no es raro pensar que, a veces, más puede el diablo que Dios. ¿No es verdad?

–Así es –dijo dubitativo. Luego añadió–: No en vano se dice: Hágase el milagro, y hágalo el diablo. Aunque él no ejecuta personalmente todas las acciones malignas, pero las orquesta todas. Incluso quienes creen que lo tienen lejos, sienten su presencia cerca de ellos, por mucho que se consideren insobornables.

–¿Pero la imagen del diablo, como se la concibe en el imaginario popular, no será solo un símbolo de la maldad, la violencia y los pecados carnales y espirituales?

–No seas ingenuo –dijo–. El diablo existe. No hay dudas sobre su existencia. Satanás existe y su estrategia es la confusión. Existen claros testimonios bíblicos y evidencias empíricas. El diablo se mete en nuestras vidas, como el zorro se mete en el gallinero, y nuestra obligación es sacarlo. El diablo, sea de día o sea de noche, toma posesión de las casas abandonadas por las fuerzas divinas de Dios.

–¡Qué jodido! –reaccioné–. Eso quiere decir que el diablo se mueve cerquita de nosotros…

–¿Y qué creías, pues? El diablo no solo está cerca de nosotros, sino dentro de nosotros. Así  como existen ángeles de la luz, existen ángeles de las tinieblas. Si Satanás está dispuesto a causar muchos daños en la sociedad, Dios está para combatirlo en todos los frentes y nosotros para ayudarlo, porque las tinieblas del diablo se combaten mejor con las luces de la divinidad.

–No creo que sea para tanto –le dijo–. Se trata de discernir lo que es posible fantasía, invención humana o enfermedad psicológica de lo que es una verdadera acción demoníaca, ¿o no?

–No jodas –replicó–, el diablo se mete en nuestras vidas y nos hace meter la pata a cada paso. Lo mejor es rechazarlo y seguir los mandamientos de Dios…

–¿Y tú? ¿Cumples con los diez mandamientos? Porque en uno de ellos se condena la codicia…. Y, por lo que veo, a ti te encanta ganar dinero, pero no con el sudor de tu frente…

–Dios no está en contra de las riquezas –replicó–, sino contra los pobres que son pobres por cojudos. Además, si muchos cristianos se hicieron ricos a nombre de Dios, por qué no lo puedo hacer yo… Hacerse rico a nombre de Dios no está escrito como pecado en los mandamientos, ni prohibido en las Sagradas Escrituras… Por lo tanto, acumular riquezas no es lo mismo que codiciar los bienes ajenos o codiciar a la mujer del prójimo…

Se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándome con la palabra en la boca. Pues estaba a punto de echarle en cara que él, mi vecino de la casa de la derecha y pastor evangelista, se parecía mucho más al cura de Gatica, quien predica pero no practica o como decía mi vecina de enfrente: El evangelista es un pobre pastor, sin un rebaño de ovejas que arrear y, para lo peor, es un falso profeta, sin discípulos que crean en sus amañadas creencias.

 

domingo, 21 de junio de 2020


 NACER EN EL AÑO NUEVO ANDINO-AMAZÓNICO

Por alguna coincidencia del destino, y sin que mi madre lo haya planificado según el almanaque gregoriano, nací un 21 de junio, día en que se celebra el Año Nuevo andino-amazónico; pero además, por alguna mutación genética o gestación anormal, nací con los pies por delante y no de cabeza como el resto de los niños.

Según las creencias ancestrales, mi nacimiento dio señales claras de que fui elegido por las deidades de la cosmogonía andina para ser yatiri (sabio, adivino y líder espiritual de la comunidad aymara); este designio se hubiese confirmado plenamente si, en otro momento de mi vida, me hubiese alcanzado la poderosa descarga eléctrica de la Hillapa (Rayo), dios de las tormentas en los Andes que, además de sacudir el cielo y los cerros, suministra vida y nutrientes a la Pachamama (Madre Tierra). De manera que, de haber sido partido por este poderoso rayo y haber renacido como un adivino y sabio en ciencias conocidas y desconocidas, hubiera sido indiscutiblemente un yatiri; y, así me hubiese negado a ejercer este complicado rol de médium entre el mundo terrenal y el más allá, la comunidad me hubiese obligado a vestirme como kallawaya (médico tradicional), con walla (bolsa de lana para cargar yerbas medicinales y talismanes), poncho y sombrero alón, para recorrer por tierras cercanas y lejanas, transmitiendo sabiduría y leyendo en las hojas de la coca el destino de la gente, los animales y la naturaleza.

Pero como nunca fui alcanzado por ese poderoso rayo, no soy un sabio ni experto en varias artes, desde la adivinación en coca hasta la medicina natural; por el contrario, en mi vida no llegué a ser más que una suerte de amauta (maestro espiritual), más filósofo que médico, más pragmático que vidente; y mucho más que amauta, apenas llegué a ser un modesto yatichiri (profesor) y un khelkheri (escritor) de historias reales y ficticias. 

Por lo demás, nunca me consideré un ser especial, sino un simple mortal, con las mismas virtudes y los mismos defectos de cualquier hijo de vecino. No tengo facultades para ejercer como yatiri, capaz de leer la suerte en las hojas sagradas de la coca o ser un clarividente con capacidad de ver, como en una bola de cristal y a través de una profunda concentración mental, lo que está en el más allá o captar colores, movimientos y figuras que se me manifestaban en los sueños, comunicándome con hechos del pasado, presente y futuro.

He nacido un 21 de junio, pero sin capacidad de diagnosticar fenómenos naturales con solo contemplar a los seres humanos, animales y plantas. Y, aunque no he visitado las ruinas de Tiawanacu, ni he visto los monolitos ni caminado por el templo semisubterráneo de Kalasasaya, siempre he sabido que en ese lugar sagrado se realiza una de las principales ceremonias del Año Nuevo andino-amazónico, la salida del astro sol en la madrugada del 21 de junio, fecha en que las culturas ancestrales esperan con verdadera veneración la salida de los primeros rayos del sol como portador de irradiante magnetismo, vivificante para quienes esperan de madrugada tan fenomenal inyección energética.

Esta celebración ritual se repite cada año en la capital del mundo andino, Tiawanacu, situada a 3.843 metros sobre el nivel del mar, donde se aguarda que el primer rayo de luz ingrese por la estela pétrea conocida como la Puerta del Sol, para conmemorar el Wilka Kuti (Retorno del Sol) y celebrar la llegada del Año Nuevo andino-amazónico, que no sólo coincide con el solsticio de invierno, sino también con mi cumpleaños, que jamás he festejado de manera especial, aunque especial sea este día para miles y millones de habitantes del Tawantinsuyo.

Sé también que cuando el alba traspone el horizonte, las personas deben mirar en dirección al sol, cuyos primeros haces de luz se proyectan sobre la Pachamama, donde los pobladores, junto a los amautas, kallawayas y otros sacerdotes de los pueblos originarios, reciben los primeros rayos del Tata Inti (Padre Sol) con las manos en alto, para cargarse de energías y atraer bendiciones para disfrutar de las mejores cosechas y tener buena salud durante el año.

Para las comunidades andino-amazónicas, el fenómeno astronómico tiene una explicación más mística, pues consideran que el dios Sol, que se ha alejado de la Tierra, retorna a su lugar cerca del planeta con todo su ímpetu y esplendor, para alumbrar los días y fecundar a la Pachamama, para que reproduzca a los seres de la naturaleza, haga crecer los frutos y brinde prosperidad a sus hijos.

Los sacerdotes aymaras, vestidos con ropas ceremoniales, realizan con solemnidad los rituales de agradecimiento a las deidades, acompañados con la música de los sikus (instrumentos de viento hechos de cañahueca), que recuerdan a los soplos del altiplánico viento y despiertan sentimientos telúricos en el alma de los presentes.

Todo esto ocurre el 21 de junio, que para mí no es más que una fecha en la que cumplo un año más de vida, un día más en el que no me siento especial y mucho menos un elegido por los dioses tutelares de la cosmovisión andina; más todavía, hubiera preferido nacer otro día para evitar las miradas de quienes creen que poseo facultades excepcionales; cuando en realidad, no se hacer otra cosa que escribir historias que se mueven entre la realidad y la fantasía, aunque mi madre, quien me conocía como la palma de su mano, siempre me recordó que sólo me faltaba un pelo para ser adivino y que yo era el único que no me daba cuenta de lo era capaz ser y hacer en mi vida terrenal.