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jueves, 2 de enero de 2025

LA ESTATUA DE JUANA AZURDUY EN LA CIUDAD DE EL ALTO

Cualquiera que va de Ciudad Satélite a La Ceja de El Alto, pasa por la Plaza Juana Azurduy, donde está el monumento de bronce de la heroína de las guerras independentistas en el virreinato del Río de la Plata, realizado en 1989 por el magnífico escultor Gustavo Lara (Huanuni, 1932 – Oruro, 2014), quien ya, dos años antes de la revolución nacionalista de 1952, había levantado el notable Monumento del Minero en su ciudad natal.

Si uno se queda en la Plaza con forma circular, se dará cuenta que ésta está flanqueada por cuatro calles y ocho esquinas, y si uno contempla de cerca el monumento, no le queda más palabras que la expresión de asombro: ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!... ¡Qué maravilla!

Las movilidades no dejan de circular, a pesar de las trancaderas en la zona Villa Dolores y los peatones no dejan de transitar por las aceras atestadas de comerciantes que ofrecen sus productos a toda hora, por la mañana, la tarde y la noche, sin importar si está lloviendo, granizando o haciendo un frío helado calándose hasta los huesos.

Juana Azurduy aprendió de niña las faenas del campo, al acompañar a su padre mientras trabajaba, y así entró en contacto con los pobladores originarios, quienes no dudaron en enseñarle el idioma quechua, además de los usos y costumbres de los indígenas de la Real Audiencia de Charcas.

A los 25 años contrajo matrimonio con Miguel Asencio Padilla, el futuro guerrillero independentista, con quien tuvo cinco hijos, que vivieron junto a las tropas patrióticas sufriendo enfermedades y soportando carencias de toda índole. Se dice que, algunas veces, decidida a formar parte en las campañas patrióticas, dejaba a sus hijos al cuidado de conocidos de más confianza e indios identificados con la causa de los patriotas.

El escultor la concibió a la heroína en pleno combate, con la cabellera tendida al viento, el rostro, de piel color cobre, expuesto a las inclemencias del tiempo, la frente altiva y la mirada vivaz y siempre alerta. La hizo montada a la amazona, sujetando las riendas con una mano y con la otra blandiendo un afilado sable, quizás el mismo que le obsequió el prócer Manuel Belgrano, destacándola por su valentía y eficacia de mando; cualidades que, además, le valieron el nombramiento de teniente coronel en el verano de 1816.

En la estatua, que destaca en la zona Villa Dolores de El Alto, tiene la pierna derecha en posición correcta sobre el faldón y abrazada por la ligera curvatura de la corneta fija, hecha de pletina de hierro y forrada con cuero, precipitándose con holgura, sin obstaculizar el movimiento de la cruz y el dorso del caballo.

El escultor la concibió vestida de militar, conservando sus dotes femeninas a pesar de las guerras. Contemplada a la distancia, cualquiera que la imagina en el campo de batalla, puede suponer que lleva una chaqueta militar, una falda larga y una mantilla tipo capa flotando en la nada; las boleadoras al ciento, el sable desenvainado y la bota de montar izquierda ajustada en el estribo de plata.

Su caballo, de buena sangre y alta parada, enjaezado como la de un general, que está entrenado para avanzar al trote y al galope en las pampas, quebradas y montañas, parece estar ensillado con sus arreos de guerra; tiene el freno en la parte posterior de la boca, ladeándole la cabeza hacia abajo, las crines desgreñadas y levantándose sobre sus patas traseras, como si fuese a dar un salto en el vacío, mientras la heroína, con el sable fulgente bajo el sol, está dispuesta a embestir contra las tropas enemigas, que la tienen en la mira, con ganas de saciar su sed de sangre y decapitarla para exhibir su cabeza en la picota del escarnio.

Los realistas sabían que ella, acostumbrada a combatir sin bajar la guardia ni dejar que el enemigo la sorprenda por asalto, estaba al mando de los patriotas dispuestos a derramar su sangre a cambio de conquistar la independencia del virreinato del Río de la Plata. Ellos sabían que Juana Azurduy era la mujer que comandaba a las tropas patriotas, enseñándoles tácticas y estrategias de guerra; no en vano, ella misma se preparaba en artes militares, como cuando luchaba con muñecos de paja atravesándolos con su lanza, lanzando la boleadora por los aires, apretando la mano en la empuñadura de la espada y practicando la equitación al estilo de una amazona, sin temor a sentarse en la silla ni perder el equilibrio, tal como le había enseñado su padre desde que era niña.

El monumento representa a la mujer que lo perdió todo, esposo, hijos y bienes materiales, por ganar una patria grande, independiente y soberana. Se supone que no dejó de luchar un solo día contra el virreinato rioplatense. No es casual que haya participado en la revolución de Chuquisaca, en la batalla de Salta, Vilcapugio, Ayohuma y otras, donde  demostró su denuedo y coraje, incluso cuando en una de las batallas fue herida con dos proyectiles, uno en la pierna y otro en el pecho. Ella, a pesar de las heridas a sangre viva y conteniendo los gestos de dolor, continuaba luchando para no desmoralizar al resto de los guerreros que peleaban como leones contra la dominación española en tierras americanas.

Juana Azurduy, que representó la insurrección de la población indígena y mestiza agobiada por siglos de expoliación colonial, luchó en la región del Alto Perú, desde el norte de Chuquisaca, en el Altiplano, hasta las selvas del sur. Fue líder indiscutible en la organización de un batallón denominado Los Leales y un cuerpo de caballería conformado por veinticinco mujeres, conocido como Las Amazonas de la independencia.

En noviembre de 1925, en su casa de Chuquisaca, recibió la visita del libertador Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, el caudillo Lanza y otros personajes para homenajearla y reconocer su trayectoria. En esa ocasión, el libertador Bolívar se puso delante de los presentes, elogió a Juana Azurduy y dijo: Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre.

Simón Bolívar le ascendió a coronela y le otorgó una pensión de sesenta pesos, que apenas le alcanzaba para comer; lo peor es que dejó de percibirla en 1830, debido a los vaivenes políticos bolivianos. Desde entonces, vivió aislada de las convulsiones sociales y empeñada en recuperar sus tierras confiscadas por los realistas, de las cuales solo le devolvieron, tras la independencia de las antiguas colonias españolas, su hacienda del K’ullko y nada más.

Sus biógrafos aseveran que murió en la miseria y el olvido, el 25 de mayo de 1862, a los 81 años de edad. Sus restos mortales fueron enterrados en una fosa común, con la única compañía de un sacerdote que pronunció una oración. Décadas más tarde, sus restos fueron exhumados y depositados en un mausoleo construido en su homenaje en la ciudad de Sucre.

El monumento, realizado por el escultor Gustavo Lara, es uno más de los homenajes que le rindieron a Juana Azurduy de Padilla en Argentina y Bolivia, como un justo reconocimiento a sus heroicas hazañas en las luchas de independencia americana.

Que el monumento esté ubicado en la plaza que lleva su nombre en la zona Villa Dolores, de la ciudad de El Alto, es un acierto histórico que debe ser valorado por los ciudadanos alteños y los turistas que desean conocer a los personajes que entregaron su vida a la causa patriótica, en el afán de convertirnos en un pueblo libre y soberano.

jueves, 12 de diciembre de 2024

El EMISARIO SECRETO DE LOS PATRIOTAS PERUANOS

En uno de los principales pasajes del casco viejo de Lima, transitado por turistas nacionales y extranjeros, se encuentra la estatua erigida en homenaje a José Silverio Olaya Balandra, héroe nacional peruano y segundo vástago de una humilde familia de 12 hijos.

Este pescador de raza indígena, nacido en Villa San Pedro de Chorrillos, fue el emisario secreto al servicio de los patriotas en su lucha contra los realistas que servían a la Corona Española, en la segunda década del siglo XIX.

Cuentan que José Olaya era un excelente nadador y que en una pequeña balsa, en la que transportaba los mensajes escritos para los patriotas, cubría la ruta entre Chorrillos y la isla de San Lorenzo, y desde allí, pasando por el Callao, hasta el puerto de Lima, como si llevara pescados para su venta en la ciudad y no la correspondencia oculta que ponía en peligro su vida.

No obstante, a pesar de los riesgos y burlando la vigilancia de los realistas, José Olaya hizo este recorrido muchas veces, hasta que el ejército enemigo empezó a sospechar que alguien estaba filtrando información y, con el propósito de capturar al emisario secreto, decidieron redoblar la vigilancia en los puertos.

Sus biógrafos aseveran que El 27 de junio de 1823, cuando llevaba, entre otros recados, una carta de José Antonio de Sucre para el patriota limeño Narciso de Colina, José Olaya fue emboscado por un piquete de soldados realistas, quienes lo detuvieron con los mensajes entre manos y lo llevaron al Palacio del Virrey, ante la presencia del brigadier español José Ramón Rodil. Éste intentó que delatara a los patriotas comprometidos con las misivas, ofreciéndole a cambio premios y altas sumas de dinero, pero José Olaya no delató a los patriotas implicados en la correspondencia y, con una serenidad absoluta en su espíritu, permaneció callado como una tumba.

Sus verdugos, al constatar que se mantenía impávido y la boca cerrada, decidieron someterlo a vejámenes y torturas. Se dice que sufrió doscientos palazos, que le arrancaron las uñas y lo colgaron de los pulgares. Solo entonces, motivado por el ímpetu de su conciencia patriótica, abrió la boca para pronunciar su célebre frase: Si mil vidas tuviera gustoso las perdería, antes de traicionar a mi patria y revelar a los patriotas.

Al cabo del suplicio, fue sentenciado a pena de muerte por fusilamiento bajo el cargo de traición. A las once de la mañana del 29 de junio de 1823, fue llevado a un pasaje aledaño a la Plaza Mayor de Lima, llamado entonces Callejón de los Petateros, y que ahora lleva su nombre: Pasaje Olaya.

Su cadáver fue arrastrado a la Plaza de Armas y allí decapitado por el verdugo. Permaneció toda la tarde en exhibición pública, hasta que, bajo los mantos de la noche, unos pescadores chorrillanos lo pusieron en una carreta y se lo llevaron para sepultarlo en su tierra natal, con la escarapela bicolor prendida todavía en su pecho.

En la actualidad, el pasaje histórico, ubicado entre el jirón de la Unión y el jirón Carabaya, lleva su nombre y luce altivo su monumento destinado a honrar al héroe, declarado mártir en la lucha por la independencia peruana.

La obra artística, realizada en piedra y bronce por el escultor trujillano Sergio Álvarez Peláez, representa al personaje con el torso desnudo, los músculos fornidos de nadador y una gorra blanca, portando en una mano la red de pescador y en la otra una carta destinada a los patriotas en rebelión.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

CINCO AÑOS DE LAS MASACRES EN SACABA Y SENKATA

Se cumple un año más de los luctuosos acontecimientos de octubre-noviembre de 2019, cuando la colectividad nacional reaccionó ante un supuesto monumental fraude electoral, cometido por el candidato del partido gobernante, que procuraba perpetuarse en el poder por medios reñidos con los procesos democráticos que legitiman el voto de los ciudadanos que, convocados a las urnas electorales, deciden, en absoluta libertad, la suerte del futuro gobierno y el destino del país.

Rememorar los sucesos en Sacaba y Senkata, que conmocionaron a la ciudadanía en general, implica volver la mirada hacia los antecedentes y las consecuencias de la crisis del Estado Plurinacional de Bolivia que, tras las elecciones presidenciales de 2019, derivó en actos violentos entre el 21 de octubre y el 24 de noviembre. En tales circunstancias, las fuerzas militares y policiales, destinadas a romper los bloqueos de la resistencia organizada, abrieron fuego contra la población civil, causando decenas de caídos y un reguero de heridos, mientras otros eran arrestados, entre golpes e improperios, acusados de promover actos de terrorismo en el país.

Escribir sobre una de las etapas más violentas de la historia contemporánea de Bolivia, es una forma de recuperar los testimonios personales y la memoria colectiva, en afán de realzar la conciencia política de un país que, a pesar de los diversos Golpes de Estado y los baños de sangre, supo sobrevivir de pie y nunca de rodillas, sobreponiéndose a los designios de quienes pretendían volver la rueda de la historia hacia el pasado sombrío, donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.   

Los crímenes de lesa humanidad, perpetrados por las fuerzas represivas del Gobierno de Transición en Sacaba y Senkata, fueron viralizados por los medios de prensa y las redes sociales, no solo porque los disparos estaban dirigidos contra el pueblo desarmado y vulnerable, sino también porque los principales actores eran los sectores convulsionados que se identificaban con las causas justas y las libertades democráticas en un Estado de Derecho.

A cinco años de los trágicos sucesos en Sacaba y Senkata, en octubre-noviembre 2019, es menester discutir y reflexionar en torno a esos dolorosos procesos sociopolíticos, que ojalá no vuelvan a repetirse ni a enlutar en mantos de sangre y melancolía al pueblo boliviano. No es lógico ni justo que las familias de las víctimas caídas en los enfrentamientos de Sacaba y Senkata, donde los mandos militares y policiales, amparados por el Decreto Supremo 4078, promulgado por el Gobierno de Transición”, cometieron una abominable masacre en pleno siglo XXI; por cuanto los responsables deben ser juzgados con todo el rigor de la ley, para que los funestos hechos no queden en el olvido ni en la impunidad, para que las víctimas y sus familiares encuentren la verdad y la justicia, y para que el mundo entero sepa que la libertad y la soberanía de un pueblo no se matan a golpes de porra ni con el lenguaje de las armas de fuego. 

miércoles, 2 de octubre de 2024

EL CHOCO DE CIUDAD SATÉLITE

Cualquiera que cruce por la Plaza Bolivia, ubicada frente al Mercado Satélite de la ciudad de El Alto, verá en un predio cercado por barras metálicas, bajo la sombra de un árbol de tronco torcido, una plaqueta cuyo texto reza: Choquito, amigo fiel, te ganaste el cariño de todos los que te conocimos. Esta esquina fue tu morada y perdiste tu vida por defenderla. Nunca te olvidaremos. Siempre estarás en nuestros corazones. Eres el ángel de los perros abandonados. 22 de octubre 2024.

El perrito se llamaba Choco –pero le decían Choquito, en diminutivo y con cariño–, porque lucía castaño pelambre desde la cabeza hasta las patas; era de raza mestiza y de regular parada, de esos que son vivaces, armoniosos, valientes y desbordantes de vitalidad, Alcanzó su plenitud cuando aprendió a vivir en la calle, como basura de nadie. Creció desde cachorro en la plaza principal de Ciudad Satélite; tenía la mirada tierna y algo triste, el ladrido grave y potente, pero no mordía a nadie, respiraba cariño por todos los poros del hocico y batía el rabo al contacto de la primera caricia.

Choco era un animal juguetón desde siempre, adoraba a chicos y grandes, estaba siempre dispuesto a defenderlos de las acciones delictivas de los malhechores. Soportaba la diablura de los niños y las majaderías de los adultos; era tolerante con los bebedores consuetudinarios y huidizos con las personas acostumbradas a la práctica constante del maltrato animal.

Los vecinos de la zona lo querían, quizás, más que a sus propias mascotas. Confesaban que era un fiel amigo de quienes lo trataban con cariño y le daban de comer, incluso quitándose de la boca, lo mejor de lo mejor. Él no aceptaba huesos ni restos de comida, prefería las hamburguesas especiales y los pollos al espiedo. Más de un vecino, solo para mimarlo y mostrarle su afecto, accedía a sus gustitos y se rajaba algunos pesos.

Los y las comerciantes del Mercado Satélite cuentan que Choquito era cariñoso y manso con las personas que le dispensaban su cariño y era esquivo con las personas que lo maltrataban, como con aquellos que, a sus 13 años, lo hirieron a puntapiés y cuchilladas, intentando arrebatarle la vida; dramática situación a la que sobrevivió gracias al oportuno socorro de unos buenos vecinos y la oportuna intervención de un buen veterinario, quien logró rehabilitarlo y ponerlo otra vez con las patitas en la calle.

Si alguien quería adoptarlo, el perrito se hacia el esquivo. Si alguien se lo llevaba a casa, el perrito se daba modos de huir al primer descuido. Estaba acostumbrado a vivir en la calle como un vagabundo, más bien, como un vagamundo. Así vivió por muchos años, hasta que una de esas noches, en que todo transcurría de manera normal, un antisocial de instintos criminales, que desde hace tiempo lo tenía en la mira, lo abordó por atrás y le asestó, con ensañamiento y alevosía, un certero cuchillazo en el cuello. El perro lanzó un chillido de dolor y, de pronto, se tumbó contra el suelo. Ahí nomás se apagó su potente y sonora voz, como un eco que muere ahogado entre los borbotones de sangre que empapaban su apelmazada pelambre.

Al clarear el día, los peatones lo encontraron tirado en la plaza y nadie pudo hacer nada para devolverlo a la vida. La gente lamentó su muerte, las protestas no se dejaron esperar, los corazones se rompieron, de los ojos brotaron lágrimas de impotencia y de hondo pesar; peor aún cuando se supo que no se identificó al criminal, quien fugó de la justicia que podía haberle sancionado con privación de libertad de dos a cinco años y una multa de treinta a ciento ochenta días, siempre y cuando las autoridades hubiesen cumplido con lo establecido en la Ley contra los biocidas.

La muerte de Choquito causó un hondo pesar entre los vecinos de Ciudad  Satélite, donde su ausencia dejó un vacío irremplazable. No obstante, a modo de honrar su memoria,  los animalistas y vecinos se pusieron de acuerdo para levantar un monumento en bronce en honor al perrito que se hizo querer como si fuese un miembro más de la familia. Todos lo recordaban con mucha emoción y aseguraban que fue un gran ejemplo de valentía. Se decía que, en repetidas ocasiones, salvó a personas que estaban a punto de ser asaltadas por individuos de conducta delictiva. Para muchos era el perro guardián por excelencia de la Plaza Bolívar y el Mercado Satélite, no sólo porque cuidaba y defendía a las personas que sufrían el ataque de los violentos, sino también porque vigilaba los puestos de venta de las y los comerciantes.

La estatua de Choco, realizada por un escultor amante de los animales y enemigo de los biocidas, está emplazada en medio de la calle de doble vía, sobre un pedestal de aproximadamente un metro y ochenta centímetros de alto, con la pose de un héroe querido y admirado por los vecinos de uno de los barrios más conocidos de la ciudad de El Alto.

El escultor lo hizo con la pelambre ligeramente ondulada, las orejas plegadas, el hocico respingado, las extremidades posteriores flexionadas, la cabeza altiva, la frente plisada, los ojos melancólicos y la mirada tendida en el horizonte, como vigilando a los peatones y el tráfico vehicular de la Avenida Satélite

Al lado de la estatua hay floreros de cerámica, cuyas flores se cambian de cuando en cuando, y al pie del pedestal no faltan los ramilletes de otras flores dejadas por las personas que lo conocieron y gozaron de su presencia mientras estaba vivito y coleando.

 En la parte superior del blanquecino pedestal, cuyas partes laterales están estampadas con las huellas de unas patitas caninas, destaca una plaqueta donde se lee:

Organización de Voluntarios al Rescate de Animales. En memoria de nuestro amigo fiel Choquito y miles más que viven en las calles para que otro tenga la suerte de poder vivir y descubra el calor de una flia. ¡Salvar a un animal no cambiará el mundo, pero sí cambiará el mundo de ese animal! Gracias vecinos de C. Satélite. El Alto, mayo 8 del 2016.   

Es evidente que el cariño de la gente por este perro callejero, que tuvo una vida azarosa y una muerte trágica, era –y es– tan grande que no puede describirse con palabras, como tan grande es el rechazo a los actos criminales de algunos inadaptados sociales. 

Ahora bien, con más o menos reflexiones, lo único cierto es que este perrito tenía sentimientos más nobles que los de su asesino, quien, probablemente, antes de victimarlo, pensó para sus adentros: perro muerto, no ladra ni muerde, y luego actuó de manera despiadada, como cualquier forajido que tiene el corazón duro como una piedra.

 

sábado, 21 de septiembre de 2024


INCENDIO FORESTAL

El llano en llamas ya no es el título de un libro de cuentos de Juan Rulfo, sino una realidad ardiente y espantosa en el oriente boliviano, donde la quema de llanos, bosques, montañas y pastizales, provocada por las depredadoras manos del hombre, hacen estragos en la flora y fauna, como si un monstruo invisible soplara olas de fuego por aquí y por allí, devorando todo lo que encuentra a su paso.  

Es un verdadero infierno y solo un torrencial aguacero puede salvarnos. Llueve fuego de los árboles, dicen los bomberos voluntarios, mientras las aves, los animales silvestres y los insectos perecen calcinados, como si no tuvieran derecho a la existencia en un territorio donde son pocos los beneficiados con estos ecocidios y muchos los perjudicados.

Se nos quemaban los pulmones de la patria, clama la multitud. La verde vegetación se troca en cenizas y la biodiversidad sucumbe a merced del fuego. Nuestra obligación es sofocar los incendios, sea como sea, por el bien de los habitantes del presente y el futuro.

Aunque las mascarillas con filtro y los barbijos sirven de muy poca cosa, las mujeres y los hombres, en medio de la humareda que no deja ver el panorama a cinco metros más allá de los ojos, se enfrentan a las llamas con lo que tenían a mano.

Ellos están empapados en sudor, respiran humo, tienen los ojos colorados, la garganta reseca, el pelo chamuscado, el rostro jaspeado de cenizas y las manos con llagas abiertas por las chispas de fuego que, por las noches, parecen luciérnagas escapándose del infierno, un infierno que requiere ser anegado por ingentes cantidades de agua lanzadas por tierra y por aire.

Las autoridades no hacen nada –o más bien, hacen poco–, mientras las leyes incendiarias, promulgadas en la gestión del gobierno de Evo Morales, no son abrogadas por quienes desconocen el dicho popular: No juegues con fuego, que puedes quemarte. Sin embargo, los activistas, animalistas y ambientalistas, a grito pelado y el puño en alto, ganan las calles, con pancartas y banderolas, exigiendo a las instancias pertinentes asumir cartas en el asunto, sancionar a los culpables con penas máximas y abolir las leyes que conceden más derechos a los chaqueadores que a la Pachamama.  

 Días después, semanas después, meses después, gracias al heroísmo de los bomberos forestales, los comunarios y los jóvenes voluntarios, enfrentados al mar de fuego como buzos destinados a salvar la flora y la fauna, se sigue luchando para evitar que los pulmones de la madre tierra quedaran irremediablemente reducidos a carbón. 

miércoles, 17 de julio de 2024

UNA CONFERENCIA DE PRENSA Y UN FOLLETO PARA HOMENAJEAR

A LAS VÍCTIMAS DEL GOLPE MITAR DE 1980

Hoy, 17 de julio, como parte de las actividades político-culturales que desarrolla el Archivo Regional Catavi, se rindió un ferviente homenaje en la población minera de Siglo XX, por medio de una conferencia de prensa, a las víctimas del golpe militar de 1980, cuando un grupo de paramilitares, asesorado por el criminal nazi Klaus Barbie, asaltó a mano armada el edificio de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, donde se reunían miembros del Comité de Defensa de la Democracia (CONADE).

Durante el asalto, además de causar heridos y destrozos materiales, se apresaron a varios dirigentes políticos y sindicales, y, como si fuese poco, se asesinó a mansalva al dirigente político Carlos Flores Bedregal, al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz y al dirigente sindical Gualberto Vega Yapura, declarados póstumamente mártires de la democracia y la liberación nacional

Lourdes Peñaranda Morante, responsable del Archivo Histórico de la Minería Nacional de COMIBOL/Regional Catavi, aprovechó la conferencia de prensa, efectuada en la sede sindical de Siglo XX, para presentar el Nº 23 de la Serie de Literatura Minera, con dos textos del escritor Víctor Montoya y, en la contratapa, el poema El Padre Nuestro de un minero, que el cataveño Gualberto Vega Yapura escribió en 1976, mientras se encontraba encarcelado en la prisión de alta seguridad de Chonchocoro,

 El folleto, Gualberto Vega Yapura - Marcelo Quiroga Santa Cruz, es un justo homenaje a dos de las víctimas del golpe militar del 17 de julio de 1980. En la introducción se menciona que estos valerosos luchadores sociales, junto a otras víctimas del régimen criminal de García Meza y Arce Gómez, son símbolos del coraje y la lucha revolucionaria del movimiento obrero boliviano

La actividad impulsada por el Archivo Histórico de la Minería Nacional de COMIBOL/Regional Catavi, aparte de haber sido un excelente espacio para conmemorar a los mártires que ofrendaron su vida a la causa de la justicia social y la liberación nacional, ha demostrado que la memoria histórica de un pueblo se mantiene viva a pesar de los años y la impunidad en que quedaron varios de los crímenes de lesa humanidad cometidos, entre otros, por las dictaduras militares de los años ´60, ´70 y ´80 de la pasada centuria.

La nueva publicación de la Serie de Literatura Minera, cuyo primer número, dedicado a la masacre minera de San Juan de 1967, salió a luz en junio de 2016, es una prueba más de la infatigable labor del Archivo Regional Catavi, que no ha dejado de rescatar ni difundir la historia concerniente a la realidad minera del norte de Potosí, donde nació, creció y se formó políticamente el dirigente obrero Gualberto Vega Yapura, quien trabajó en la Empresa Minera Catavi y fungió como secretario de culturas de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, hasta el día en que fue abatido a tiros por los mercenarios al mando de los criminales Luis García Meza y Luis Arce Gómez.  

jueves, 11 de julio de 2024

GUALBERTO VEGA YAPURA, MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA 

Y LA LIBERACIÓN NACIONAL

El dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, en tiempos en que había que andar con el testamento bajo el brazo, fue acribillado a tiros en el edificio de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se realizaba la reunión del Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE) y las organizaciones sociales que aspiraban a una sociedad más justa y democrática, la mañana del 17 de julio de 1980; fecha luctuosa en que el pueblo boliviano se vistió de luto y los golpistas, tras pedir la renuncia de la presidenta interina Lydia Gueiler, se encaramaron en el poder por la fuerza de las armas y el respaldo del Alto Mando Militar Boliviano.

Todo sucedió cuando decenas de oficiales y paramilitares, entre los que había mercenarios argentinos al servicio de la Operación Cóndor, que asoló a los países del Cono Sur de América Latina, llegaron en ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social a la histórica sede de los trabajadores bolivianos y asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el edificio de la FSTMB, ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a desencabezar al movimiento obrero y popular. Fue en esas circunstancias que los paramilitares, entre ellos los mercenarios Stefano Delle Chiaee, Joachim Fiebelkorn y Ernesto Milá, conocidos como los novios de la muerte, dispararon ráfagas contra la humanidad del líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores y el dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón representante del Sindicato de Catavi y secretario de cultura de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia.

Los directos responsables de este horrendo crimen fueron los golpistas militares Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes, obedeciendo órdenes de la CIA y los carteles de narcotraficantes asesorados por el Carnicero de Lyon, Klaus Barbie Altmann, estaban dispuestos a imponer su política antinacional y proimperialista a sangre y fuego. Durante este régimen de facto se prohibieron las libertades democráticas y se desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió el edificio de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros en un vano intento por destruir el rico legado de las luchas políticas y sindicales de los trabajadores del subsuelo boliviano.

Si en más de cuatro décadas no se realizó un justo homenaje en honor a Gualberto Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como todas las minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que provocó el cierre de las empresas de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la desocupación de miles de trabajadores que fueron echados de sus fuentes de trabajo y expulsados de sus viviendas con el epíteto de relocalizados. Sin embargo, ahora que la población de Catavi está en un proceso de repoblarse gracias al ritmo de la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la Universidad Nacional Siglo XX, que está construyendo nuevos establecimientos para algunas de sus carreras, incluida la de Formación Política Sindical, es indispensable desempolvar la memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y rescatar la gloriosa historia de esta población que, durante la pasada centuria, fue el centro motor de la economía nacional y el escenario donde floreció el sindicalismo revolucionario.

Asimismo, es digno reconocer el valioso esfuerzo de las dirigentes del ex Comité de Amas de Casa Mineras de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la encomiable iniciativa de realizar el 17 de julio de 2023, en la sede del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, un sencillo pero emotivo acto en homenaje al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue acribillado a mansalva, a los escasos 35 años de edad, por los mercenarios al mando de los militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos la democracia y el derecho al fuero sindical.

A pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños han decidido recordar a quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los proletarios y de los más pobres de este pobre país, donde la lucha revolucionaria estuvo encarnada en personas honestas y modestas como fue Gualberto Vega Yapura, cuya conducta personal estuvo determinada por la impronta de sus convicciones ideológicas y religiosas.

El golpe militar de facto, analizado a estas alturas de la historia, no tomó por sorpresa a nadie. Bolivia había sufrido ya varios golpes de Estado, entre otros, el protagonizado por René Barrientos en no-viembre de 1964, responsable de la masacre minera en la noche de San Juan de 1967; el liderado por el entonces coronel Hugo Banzer Suárez, con apoyo del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y Falange Socialista Boliviana (FSB), desde el 21 de agosto de 1971 hasta 1978; el promovido por el coronel Alberto Natusch Busch, con apoyo de mili-tantes de algunos partidos políticos, del 1 al 16 de noviembre de 1979; y el último por el general Luis García Meza Tejada, que inició el 17 de julio de 1980 y terminó en agosto de 1981.

Aunque el régimen de García Meza y Arce Gómez fue relativamente corto, dejó una trágica secuela en el alma del pueblo boliviano, porque se secuestró, torturó y asesinó al padre Luis Espinal, cineasta y director del semanario Aquí, y se asesinaron a ocho dirigentes del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) en la calle Harrington en 1981. En homenaje a las víctimas de las dictaduras suscitadas entre 1964 a 1982, en Bolivia se recuerda, cada 17 de julio, el Día Nacional de la Memoria.

En el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas por los panelistas –el exdirigente de la FSTMB y ex ministro de Estado, Guillermo Dalence, la ex presidenta del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco, la responsable del Archivo Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, y el ex dirigente del Sindicato de Catavi, Octavio Carvajal (+)–, se trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura, destacando su límpida trayectoria política, en defensa de la democracia, los derechos de los trabajadores y la lucha antiimperialista de movimiento popular. También se hizo hincapié en su actividad sindical, cultural, deportiva y poética de este insobornable luchador social, cuya contribución al pensamiento revolucionario y la democracia nacional, es un buen ejemplo para las nuevas generaciones de Catavi y el país entero.

El acto contó con la presencia de una joven estudiante de la Unidad Educativa Ayacucho, quien, con voz firme y actitud altiva, declamó el poema El Padre Nuestro de un minero, que Gualberto Vega Yapura escribió con probada sensibilidad humana, consumada vocación lírica y alta conciencia de clase en 1976, durante su cautiverio en la prisión de Chonchocoro,

De acuerdo a los testimonios de quienes lo conocieron en vida, se sabe que este mártir de la liberación nacional se inició en la actividad política como militante del Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN). Desde su adolescencia dedicó su vida a las actividades deportivas y culturas en provecho de la niñez y juventud cataveña. Fue varias veces dirigente del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi y director de Radio 21 de Diciembre. En 1976, tras la ocupación militar a los centros mineros, fue detenido, torturado y encarcelado. En el XVIII Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Telamayu, entre el 31 de marzo y el 6 de abril de 1980, fue electo, en su condición de obrero de la Empresa Minera Catavi, como secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, una función que supo cumplir con altura moral y ética, hasta el día en que fue victimado por los chacales de una dictadura militar que dejó un reguero de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional.

En consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener vivo su pensamiento entre los niños, jóvenes y adultos de la población de Catavi, donde Gualberto Vega Yapura tuvo su cuna de nacimiento y fue el escenario de sus actividades culturales y deportivas, pero también el escenario de sus luchas por una Bolivia más justa y libre de dictaduras civiles y militares; más todavía, es preciso que uno de los salones del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo de enaltecer su lucha a favor de los más desposeídos y explotados, pero también a modo de perpetuar su combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario y para que el pueblo boliviano lo tenga siempre en la memoria.

En síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare: MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.


jueves, 30 de mayo de 2024

UN BAÑO HIGIÉNICO SIN HIGIENE

En un restaurante del pueblo, cuyo nombre prefiero no mencionar, un patio empedrado y en declive conduce hacia un callejón donde está el baño, con un pozo ciego a la antigua usanza. Quizás algo incómodo al momento de ponerse de cuclillas, pero más simple que el inodoro de un mingitorio público, donde el agua del estanque se vacía manipulando una palanca o apretando un botón. En el baño del restaurante del pueblo, bastante concurrido los días festivos y fines de semana, los baldes de agua, que se extraen de un turril ubicado cerca de la puerta, se vierten directamente en el orificio circular del pozo ciego, salpicando chorros por doquier.

El baño es de madera y el techo de calamina. Por las paredes se cala el viento frío y uno siente el soplo en las partes desnudas y, sobre todo, en las nalgas que parecen expuestas a la intemperie, hasta que alguien golpea la puerta exigiendo celeridad en el uso del baño, que no tiene lavabo, ni secadora de manos, ni espejo y mucho menos papel higiénico.  

El baño no es nada confortable, pero es un espacio indispensable para satisfacer las necesidades fisiológicas, así sea un ambiente que parece cloaca por las evacuaciones, como si el pozo ciego fuese un bostezo a cielo abierto y las pisaderas, hechas de madera y con forma de planta de zapato, fuesen patillas destinadas a evitar las excreciones.

El baño del restaurante es visitado por los comensales más apurados por vaciar la vejiga o el colon, sin importarles que un proceso biológico natural les haga sentir vergüenza ajena, debido a las condiciones inadecuadas del sanitario. De hecho, la puerta no cierra del todo y todos deben hacer sus necesidades, como ocurre en la vida campestre donde se practica la defecación al aire libre, ante las miradas curiosas de quienes hacen fila aguardando su turno.

El baño del restaurante, si se lo define a calzón quitado, es en extremo precario, pero indiscutiblemente necesario, porque quien come con gusto tiene también la necesidad de ir al baño sin susto, así se tenga que pujar soltando gases que suenan como estampidos de pirotecnia y se tenga que dejar el baño hecho un espacio salpicado de heces de diferentes colores y tamaños.

 

miércoles, 15 de mayo de 2024


LA HISTORIA DEL LIBRO DE HISTORIA

El libro de historia estaba llora que llora en el sótano de la casa, donde el dueño lo encerró, junto a otros libros, desde que lo compró a un módico precio, pero no para leerlo, sino para coleccionarlo entre los libros de interesantes temáticas y atractivas ediciones.

El libro no entendía por qué estaba depositado allí, si su destino era otro, como el de cualquier transmisor de la historia, que necesitaba estar entre la gente, pasando de mano en mano y de lector en lector, enseñando el pasado y el presente de un país rico en acontecimientos épicos, sabiduría popular y tradiciones culturales.

Qué triste la vida de un libro que, siendo una cajita de sabias resonancias, fue puesto en un viejo estante después de ser comprado en una librería de antigüedades, donde el librero le puso un precio y lo ofreció al mejor postor que, a su vez, lo metió en una bolsa de plástico y se lo llevó a casa.

Desde luego que esta historia es apenas un detalle, lo peor es que el comprador, que no era un auténtico lector, sino un coleccionista de libros con valor agregado, no abrió sus tapas ni hojeó sus páginas, antes de bajarlo al sótano y abandonarlo como a cualquier objeto sin alma ni cerebro.   

El libro de historia no entendía cómo podía estar encerrado en un frío y oscuro sótano, como si fuese un prisionero condenado a perecer y desaparecer bajo los polvos del olvido. ¿Acaso la historia de un pueblo no vale nada, cuando todos sabemos que un pueblo sin historia está condenado al olvido? La pregunta es para todos quienes dicen leer libros de historia.

No importa cuál sea la respuesta, lo único que importa es que la historia de este libro, así como se las cuento, era una suerte de tragedia sin justificación ni perdón. Y, a pesar de todo y al cabo de un tiempo, el libro dejó de llorar y llorar, porque tuvo la suerte de caer en manos de un verdadero lector, el hijo del coleccionista, quien no solo le sacó del frío y oscuro sótano, sino que también le entregó su cariño, mientras lo leía de “pe a pa”, con la misma pasión con que se leen los libros que, más que libros, son amigos y compañeros de vida, en las buenas y en las malas.

El libro de historia estaba agradecido al buen lector que lo rescató del sótano y lo sacó a la luz del día, para el gozo de los lectores que lo estaban esperando como cuando se espera a un maestro, quien enseña todo sin pedir nada a cambio, sin más esperanza que cumplir la función para la que fue escrito por su autor, cuyo espíritu e intelecto se ven reflejados en las páginas del libro, un bello objeto que no tiene por qué estar encerrado en un frío y oscuro sótano ni tiene por qué llorar su desgracia por la desatinada decisión de un desamorado coleccionista de libros de historia.

sábado, 25 de noviembre de 2023

LA BELLA Y LA BESTIA, UNA HISTORIA DE MAGIA Y ESPERANZA

Muchísimos cuentos de hadas hablan de un príncipe convertido en monstruo o animal salvaje, debido a los hechizos de una malvada bruja; ésta es la condición con la que sobrevive, casi siempre escabulléndose en ámbitos penumbrosos, el monstruo que simboliza la animalidad integrada en la condición humana, hasta que es redimido por el beso y el amor de una doncella.

La Bella y la Bestia, probablemente, en sus diversas versiones, sea el cuento de la tradición oral que, entre grandes y chicos, ha tenido más éxito en todas las culturas y épocas, desde que la escritora Marie Leprince de Beaumont (1711-1780), que abrevió y modificó las antiguas versiones bajo los simples arquetipos del cuento de hadas, publicó El almacén de los niños  (1757), en el que se incluyó su versión de La Bella y la Bestia, y que el cineasta francés Jean Cocteau lo llevó a la pantalla en 1946, con un éxito que popularizó la imagen de una bestia, con aspecto de león, quien, tras haber sido víctima de un hechizo, vivía escondido en su castillo, hasta que la presencia de una bella mujer transformaría su infortunio en felicidad.

El poder del amor como argumento

La Bella y la Bestia es un cuento fantástico cuya acción transcurre en un mundo imaginario, donde la magia es eficaz y el amor es capaz de vencer los obstáculos. Todo comienza con la historia de un viejo mercader, viudo y con tres hijas. Dos mayores, presuntuosas y vanidosas, y una menor, humilde y bondadosa, a quien por su belleza llaman Bella,

El mercader, tras realizar un viaje, se dirige desde el puerto rumbo a su casa, pero se pierde en el bosque, hasta que se refugia en un castillo encantado, habitado por una misteriosa Bestia, quien, al encontrarlo en el jardín, le ofrece descanso y alimento,y lo retiene en el castillo como su prisionero. El mercader le pide que lo libere. El monstruo promete hacerlo, pero a condición de que le conceda en matrimonio a una de sus hijas.

Cuando el mercader retorna a su hogar, les cuenta a sus hijas lo que le había pasado en el bosque y el castillo. Las hijas mayores no quieren saber nada de las pretensiones del monstruo, a diferencia de la hija menor, la Bella, que se ofrece cumplir la promesa de su padre, yéndose a vivir en los ricos aposentos de la Bestia, quien la visita cada noche, suplicándole que se case con él, pero ella le rechaza una y otra vez, hasta que cierto día, ve en su espejo mágico que su anciano padre está muy enfermo. Entonces le ruega a la Bestia que permita verlo por última vez. La Bestia accede a su pedido, con la condición de que regrese al castillo antes de ocho días.

La Bella no vuelve a tiempo y encuentra a la Bestia agonizando en el jardín, debido a la tristeza que le causó su ausencia. Ella se arrodilla ante la Bestia, quien exhala sus últimos alientos de vida, y, entre lágrimas y súplicas, le pide que no se muera, porque lo ama y quiere ser su esposa. La Bestia, al escuchar estas mágicas palabras, sana y se transforma en un apuesto príncipe. Acto seguido, él le revela que, por medio del encantamiento de una malvada bruja, había sido convertido en una horrible bestia para que ninguna mujer deseara casarse con él; y que la única manera de romper con la maldición era que alguien se enamorara de él, pero sin antes conocer el porqué del encantamiento.

La Bella y el príncipe se casan y viven felices en el castillo, junto a su padre, mientras las dos hermanas mayores son transformadas en estatuas de piedra, pero sin perder la consciencia, para que sean testigos de la felicidad de la Bella y el príncipe, quien dejó de ser Bestia por la magia y el poder del amor. 

Entre la realidad y la ficción

Si este tipo de historias fuesen ciertas y se replicaran en la vida real, sería una maravilla, como una maravilla son los cuentos que abordan temas donde se amalgaman la realidad y la fantasía, procurando que los elementos fantásticos y mágicos parezcan también realidades comunes y cotidianas.

Sin embargo, lo cierto es que los cuentos como La Bella y la Bestia, que están estructurados sobre la base de la desbordante imaginación de los autores, son narraciones que juegan con la fantasía del lector y que no tienen la función de impartir lecciones de senso-moral ni ser textos didácticos para enseñar a discriminar lo que es bello y lo que es feo, pero tampoco son temas donde la fantasía debe diferenciarse de la realidad. Por cuanto la La Bella y la Bestia es un cuento de la tradición oral, donde la ficción puede superar a la realidad, al menos, si se necesita de estos cuentos para superar la inseguridad y falta de autoestima.

Con todo, este cuento clásico continúa conquistando los corazones de grandes y chicos, que sueñan con esta mágica historia de amor y fantasía, que a los lectores les permite abrigar la ilusión y la esperanza de que la belleza de una persona no está en su físico, sino en su personalidad, ya que lo más importante no es la belleza superficial, sino el bondadoso corazón que posee un individuo, como si tuviese un bello príncipe atrapado en su interior.

La Bella y la Bestia, al margen de la fantasía y la magia que encierra en su estructura literaria, es una idealización de un romance en el que se justifica que el hombre puede parecerse a la Bestia mientras tenga sentimientos nobles. O un mero enunciado lírico para quienes creen que el hombre mientras más feo, más bello. Está claro que este dicho se dice por decir, sobre todo, si nos enfrentamos a los actuales cánones de belleza masculina que, así no se reconozca públicamente, es tan importante como la belleza femenina. Es cuestión de ingresar a las redes sociales para advertir que los artistas, cantantes y deportistas que más cotizan son aquellos cuyas figuras son más atractivas por su aspecto físico que por su competencia intelectual, más por lo que lucen por fuera que por lo que atesoran por dentro.

Fealdad y belleza

La Bella y la Bestia es la perfecta metáfora de una relación amorosa donde la belleza de la mujer se sobrepone a la del hombre, que, aun siendo chato, gordo y feo, es apreciado por otras cualidades más internas que externas, o, simplemente, porque posee poderes sociales, políticos y económicos, ya que un hombre acaudalado no es lo mismo que un pobretón, como un hombre con renombre familiar no es lo mismo que el hijo del vecino.

Cuando una madre obliga a su hija, joven y hermosa, a contraer nupcias con un hombre viejo, chato y feo, aunque acaudalado, es como obligarle a tragarse un sapo vivo, condenarla a vivir en una relación que no es de su agrado y que de por sí le provoca aversión. Esto no quiere decir que el sapo, al menos según las magníficas versiones de los cuentos de hadas, pueda convertirse en un bello príncipe si se le da un beso.

El cuento también se ha interpretado como una crítica a los matrimonios por conveniencia. La unión de una mujer, especialmente joven y bella, con un hombre acaudalado y mucho mayor que ella. El cuento enseña que si las mujeres buscan el auténtico amor en el interior de sus ancianos maridos, pueden encontrar al príncipe que se esconde tras la apariencia de bestias. O que ellas mismas consigan esa transformación por medio de su amor. La diferencia de edades y condiciones sociales, en este caso, no tienen ninguna importancia si el amor es más grande que las apariencias físicas.

Una niña puede creer que el sapo puede convertirse en príncipe, porque intelectualmente se encuentras en la etapa del pensamiento mágico, a diferencias de una adolescente, que no cree que un sapo pueda trocarse en príncipe, porque su pensamiento corresponde a la etapa del razonamiento lógico y porque sabe que es imposible que el sapo sea un príncipe encantado y que un hombre de horrible aspecto pueda trocarse en bello después de un beso.

Las adolescentes están convencidas de que los cuentos donde las bestias, los sapos y las serpientes pueden trocarse en bellos príncipes son solo cuentos, que están lejos de la realidad y que, en el sentido terapéutico como lo afirmaba el psicoanalista Bruno Bettelheim, son algo así como una cura o un consuelo para quienes viven aquejados por su fealdad. Por cuanto La Bella y  la Bestia, al margen de ser una bella historia, no deja de ser una fantasía difícil de aplicar en la realidad, en esa realidad donde no es difícil diferenciar entre lo que es bello y lo que es feo.

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

LA CHICHARRONERÍA DE DOÑA MARUJITA

Un fin de semana en Llallagua, cuando se tienen ganas de comer un buen chicharrón, lechón o fricasé, es cuestión de viajar por la carretera asfaltada, llamada diagonal Jaime Mendoza, inaugurada oficialmente en diciembre de 2018, hasta llegar, luego de atravesar una serranía árida, pedregosa y polvorienta, a las afueras de Uncía, capital de la provincia Rafael Bustillo del departamento de Potosí y ciudad que sobrevive gracias a la agricultura, ganadería y explotación minera.

A orillas de esta ciudad de población bilingüe, donde sus habitantes hablan con desparpajo el quechua y el español, se encuentra la Chicharronería Marujita, donde comer… ¡Es un placer!, que atiende los domingos y feriados, a partir de las 11:00 de la mañana.

Se camina unos metros en dirección a la Plaza 6 de Agosto, y allí mismo, a media cuadra y a mano derecha, está la casa con fachada de color naranja, ubicada en la Calle Sucre 29, reconocible por el nombre viñeteado en la pared frontal, donde se lee: Restaurante Marujita. No hay cómo perderse, el local está a la vista de los peatones, que pasan y repasan por este local que existe desde la pasada centuria.

Se atraviesa el dintel de un portón de madera y, de pronto, uno aparece en un patio lleno de mesas, sillas y toldos improvisados, de lona y plástico, de todos los colores y tamaños, para resguardarse del sol, la lluvia y los vientos que arrecían desde los cerros. No parecen elementos decorativos para resaltar la imagen de la vivienda, sino cubiertas necesarias para protegerse de las inclemencias de la intemperie.

El ambiente desprende un olor a carne frita y tiene un aspecto de casa antigua, de esas casas donde parece haberse detenido el aire y el tiempo  de otros tiempos. El piso está cubierto por losas y una alfombra de césped sintético. Allí, entre muros que se levantaron con adobes hechos de barro, mezclado con arenilla y paja brava, habita y reina doña Marujita, quien, como toda fiel devota del patrono San Miguel Arcángel, cuya festividad se celebrada a fines de septiembre, atiende, ataviada con un impecable mandil con bolsillos y una pañoleta en la cabeza, con amabilidad y expresión amigable a cada uno de los comensales que cruzan el dintel del portón que da a la calle.

Al fondo del patio está la pequeña cocina, cuyo techo de calamina, oxidado y ligeramente hundido, soporta el peso de piedras de diversos tamaños. Ahora bien, si las piedras están colocadas encima del techo, al margen de ser una suerte de ornamento de la vivienda, es para sujetar las calaminas que, en tiempos en que sopla el viento sin contemplaciones, pueden ser desclavadas de las vigas y volar por los aires como hojas de papel.

Doña Marujita sabe que la buena atención al comensal es la clave para ganarse la simpatía y el aprecio de todos quienes volverán una y otra vez, bajo la lluvia o bajo el sol, a servirse los platillos de fricase, lechón y chicarrón, especialidades de la casa, donde se respira libertad y ganas de tragarse todo lo que contiene el platillo.

Doña Marujita prepara el chicharrón a la vista de los consumidores, a modo de lucir sus conocimientos en materia gastronómica. A veces, mientras está ocupada en sus quehaceres, se le desborda el caldo de la paila y cae sobre el fuego y las brasas, provocando una humareda que pronto es amainada con experiencia y destreza acumuladas durante años, como quien aprendió a domar el fuego, avivando las brasas que brincotean como pequeños diablillos entre la pared circular de la k`oncha (fogón de barro).

El chicharrón se cocina en la grasa derretida del mismo cerdo, en una enorme paila de cobre que, a su vez, está puesta sobre un fogón hecho de barro, preparado en fuego a leña, y el emplatado se remata con un chorro de frituritas de la piel del cerdo. El platillo es acompañado con mote blanco, papas con cáscara, chuño y, como es natural, no pude faltar su exquisita llajwa (salsa picante elaborada con tomates, locotos, sal y killkiña).

Un aparato de sonido, ubicado en la plataforma de tablas, es controlado por uno de sus hijos, quien, al mejor estilo de un discojoke, pone música variada y de sobremesa –con preferencia los boleros mejicanos, los vals peruanos y los clásicos del folklore boliviano, como los Karkas, Savia Andina y el Dúo Sentimiento, entre otros–, para acompañar a los comensales que, con los dedos convertidos en cubiertos y la mirada puesta en los platos de comida, se zampan los caldos, las carnes, los motes, las papas y los chuños, con una avidez que parece haber sido acumulada por mucho tiempo.

A un costado del patio, donde están las pailas puestas sobre el ojo de las k´onchas, tiznadas por el hollín y el humo, las carnes están cocinándose entre burbujas de grasa, hervido por las brasas y el fuego a leña, un detalle que le da una característica especial a las comidas preparadas por las divinas manos de doña Marujita, quien mira con un ojo las pailas de cobre y con el otro a los comensales, quienes se sirven la comida con todos los sentidos, casi sin hablar ni respirar. Ellos comen con las manos, como dispuestos a chuparse los dedos después de cada bocado, sin ser necesariamente gourmets de gusto refinado y exigente paladar.

Doña Marujita, a pesar del peso de sus años y los achaques que se le manifiestan de tanto en tanto, se mueve como una ardilla, de un lado a otro y sin tregua, como si estuviese acostumbrada a trabajar desde siempre, sin quejarse ni tomarse una pausa, como si su trabajo fuese el mejor premio que ganó en la vida, no solo porque este trabajo le ha permitido mantener a su familia, sino también porque le da una profunda satisfacción el simple hecho de dejar conformes a sus comensales, quienes le expresan su respeto, admiración y su infinito agradecimiento por haber convertido su tiempo de almuerzo en un momento inolvidable y en una fiesta para el paladar.

Doña Marujita cocina con pasión y sabiduría, convencida de que los hombres, las mujeres y los niños, se llevarán a casa el estómago lleno y el corazón contento. Pues, como ya se sabe, el placer de comer no solo entra por los ojos, sino también por el olor, el color y el sabor de una comida emplatada con el cariño de quien sabe que no es lo mismo comer por comer que deleitarse con cada bocado que explosiona en la boca.

Su cocina, donde se ingresa por una puerta angosta y una grada de piedra, no luce una hornalla industrial ni un mesón de respetables dimensiones, sino unas mesitas, un estante con utensilios, cubiertos, vasos, platos, boles de plástico y otros, que le dan la apariencia de ser una cocina familiar, donde uno se siente como en su propia casa, donde faltan los típicos muebles de un restaurante, pero donde sobra el calor de hogar y el aire de bienvenida que se respira por doquier.

Doña Marujita es una gastrónoma de sepa y se dedica al arte culinario por herencia familiar. Ella aprendió a cocinar al lado de su madre y al lado del fogón, mirando como la carne de cerdo cambia de textura a medida que se fríe en la grasa del animal más sucio, pero el más delicioso de la cocina popular. Doña Marujita es una de las cocineras más prestigiosas de Uncía, conoce las técnicas de preparación del chicharrón y el fricasé, la calidad de los ingredientes con solo olerlos y palparlos, y, lo que es más importante, conoce los componentes culturales de esta magia culinaria que es una virtud reservada solo para las mujeres que convierten en delicias todo lo que tocan.

Si uno mira en derredor, constata que los comensales se zampan el contenido del plato con la avidez de los parroquianos que, después de una noche de copas, buscan servirse una buena porción de chicharrón o fricasé, intentando reparar la resaca que produce retorcijones en la panza y zumbidos en la cabeza.

El fricasé de cerdo es un platillo típico del altiplano boliviano, aunque tenga su origen en la cocina francesa y su nombre sea fricasseé. Es un caldo picante que incluye trozos de carne, nudos, cuero y costillas de cerdo. Este platillo se aliña con un aderezo de cebollas blancas finamente picadas, comino molido, pimienta negra, dientes de ajo, finamente picados, orégano desmenuzado y ají panca picante, lo que le confiere un color rojizo. Después de una cocción de dos horas y media en la paila, al punto en que las carnes están casi desprendiéndose de los huesos, el fricasé está listo para ser servido en un plato hondo, preferentemente de barro cocido, con chuños negros y un puñado de mote de maíz blanco, esparcido en el caldo humeante y aromático, y, como es de rigor, se acompaña con llajwa, que se muele en el batán de piedra que está en el patio, cerca de la puerta de la cocina.

De pronto aparece, como salido de la nada, una perrita de nombre Beba y de raza shar pei (piel de arena), que merodea alrededor de las mesas y se asoma a los comensales, luciendo las arrugas en su frente y su hocico grueso, a la espera de que alguien le tire un trozo de carne, pero tiene que ser carne como su labio carnoso, porque, como catador de los sabrosísimos platillos que prepara su dueña. Eso sí, como todo gourmet de gusto delicado y exquisito paladar, no come ni roe huesos, menos los huesos que le arrojan con desprecio. Esta perrita longeva, que inspira amor y ternura, no solo es un animal de compañía sino también la celosa guardiana del restaurante, donde se pasea a paso lento, exhibiendo su pelo leonino, sus ojos oscuros, sus orejas caídas y su parada de medio metro, como si ella fuera la misma ama y señora de este restaurante donde se sirven platillos con sabor y estilo nortepotosinos, y que, en mérito a sus años de servicio, forma ya parte del patrimonio gastronómico y cultural de Uncía. Ojalá que este patrimonio no se muera nunca y que la afamada dama, de menuda estatura y sonrisa afable, sea reconocida por parte de las autoridades ediles con los mayores honores, por tratarse de un punto más de atracción turística, donde los visitantes de todo el país, urgidos por saciar el hambre y relajarse del cansancio, son acogidos con el corazón y las puertas abiertas de este restaurante tradicional, que desde un principio invita a retornar hacia el sabroso olor de sus pailas y el acariciante calor del fuego a leña que emanan las ennegrecidas k´onchas.

Al término de una buena comilona, doña Marujita se acerca a las mesas, llenas de platos, gaseosas y botellas de cerveza, para invitar, como un cariño de la casa, una jarrita de vino oporto a manera de asentativo para bajar y digerir mejor el chanchito. Las comidas y el vinito son delicias que deben probarse alguna vez en este restaurante uncieño, que parece la casa del jabonero, donde el que no cae…

lunes, 17 de julio de 2023

HOMENAJE EN HONOR A GUALBERTO VEGA YAPURA

Este pasado 17 de julio, en la sede del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, en un sencillo, pero emotivo acto, se homenajeó al dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue asesinado hace 43 años en el edificio de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se realizaba la reunión del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), la mañana del 17 de julio de 1980, fecha luctuosa en que el pueblo boliviano se vistió de luto y los golpista, tras pedir la renuncia de la presidenta constitucional Lydia Gueiler, se encaramaron en el poder por la fuerza de las armas y el respaldo del Alto Mando Militar Boliviano.

Todo sucedió cuando decenas de oficiales y paramilitares, entre los que había mercenarios argentinos al servicio de la Operación Cóndor, que asoló a los países del Cono Sur de América Latina, llegaron en ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social a la histórica sede de los trabajadores bolivianos y asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el edificio de la COB ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a desencabezar al movimiento obrero y popular. Fue en esas circunstancias que los paramilitares, conocidos como los novios de la muerte, dispararon ráfagas contra la humanidad del líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores y el dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón representante del Sindicato de Catavi y secretario de organización de la Federación de Mineros.

Los directos responsables de este horrendo crimen fueron los golpistas militares Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes, obedeciendo órdenes de la CIA y los carteles de narcotraficantes asesorados por el Carnicero de Lyon Klaus Barbie, estaban dispuestos a imponer su política antinacional y proimperialista a sangre y fuego. Durante este régimen de facto se prohibieron las libertades democráticas y se desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió el edificio de la Federación de Mineros, con ello los murales de Miguel Alandia Pantoja, en un vano intento por destruir el rico legado de las luchas políticas y sindicales de los trabajadores del subsuelo boliviano.

Si en 43 años no se realizó un justo homenaje en honor a Gualberto Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como todas las minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que provocó el cierre de las empresas de la COMIBOL y la desocupación de miles de trabajadores que fueron echados de sus fuentes de trabajo y expulsados de sus viviendas con el epíteto de relocalizados. Sin embargo, ahora que la población de Catavi está en un proceso de repoblarse gracias al ritmo de la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la Universidad Nacional Siglo XX, que está construyendo nuevos establecimientos para algunas de sus carreras, incluidas las de Formación Política Sindical, es indispensable desempolvar la memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y rescatar la gloriosa historia de esta población que, durante la pasada centuria, fue el centro motor de la economía nacional y el escenario donde floreció el sindicalismo revolucionario.

Asimismo, es digno reconocer el valioso esfuerzo de las dirigentes del ex Comité de Amas de Casa Mineras de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la encomiable iniciativa de preparar el acto de homenaje en honor al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue disparado a mansalva, a los escasos 35 años de edad, por un mercenario al mando de los militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos la democracia y el derecho al fuero sindical.

A pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños han decidido recordar a quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los proletarios y de los más pobres de este pobre país, donde la lucha revolucionaria estuvo encarnada en personas honestas y modestas como fue Gualberto Vega Yapura, cuya conducta personal estuvo determinada por la impronta de sus convicciones ideológicas y religiosas.

En el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas por los panelistas –el exdirigente de la FSTMB y exministro de Estado, Guillermo Dalence, la expresidenta del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco, la responsable del Archivo Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, el exdirigente sindical y exalcalde de Llallagua, Tomás Quirós, y el exdirigente del sindicato de Catavi, Octavio Carvajal, se trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura, destacando su límpida trayectoria política, en defensa de la democracia, los derechos de los trabajadores y la lucha antiimperialista del pueblo boliviano. También se hizo hincapié en su actividad sindical, cultural, deportiva y poética de este insobornable luchador social, cuya contribución al pensamiento revolucionario y la democracia nacional, es un buen ejemplo para las nuevas generaciones de Catavi y el país entero.

El acto contó con la presencia de una joven estudiante de la Unidad Educativa Ayacucho, quien, con voz firme y actitud altiva, declamó el poema Padre nuestro del minero, que Gualberto Vega Yapura escribió con probada sensibilidad humana, consumada vocación lírica y alta conciencia de clase en 1976, durante su cautiverio en la prisión de Chonchocoro,

De acuerdo a los testimonios de quienes lo conocieron en vida, se sabe que este mártir de la liberación nacional se inició en la actividad política como militantes del Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN). Desde su adolescencia dedicó su vida a las actividades deportivas y culturas en provecho de la niñez y juventud cataveña. Fue varias veces dirigente del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi y director de Radio 21 de diciembre. En 1976, tras la ocupación militar a los centros mineros, fue detenido, torturado y encarcelado. En el XVIII Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Telamayu, entre el 31 de marzo y el 6 de abril de 1980, fue electo, en su condición de obrero de la Empresa Minera Catavi, como secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, una función que supo cumplir con altura moral y ética, hasta el día en que fue victimado por los chacales de una dictadura militar que dejó un reguero de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional.

En consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener vivo su pensamiento entre los niños, jóvenes y adultos de la población de Catavi, donde Gualberto Vega Yapura tuvo su cuna de nacimiento y fue el escenario de sus actividades culturales y deportivas, pero también el escenario de sus luchas por una Bolivia más justa y libre de dictaduras civiles y militares; más todavía, es preciso que uno de los salones del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo de enaltecer su lucha a favor de los más desposeídos y explotados, pero también a modo de perpetuar su combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario y para que el pueblo boliviano lo tenga siempre en la memoria.

En síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.