martes, 1 de abril de 2025


jueves, 2 de enero de 2025
LA
ESTATUA DE JUANA AZURDUY EN LA CIUDAD DE EL ALTO
Cualquiera
que va de Ciudad Satélite a La Ceja de El Alto, pasa por la Plaza Juana
Azurduy, donde está el monumento de bronce de la heroína de las guerras
independentistas en el virreinato del Río de la Plata, realizado en 1989 por el
magnífico escultor Gustavo Lara (Huanuni, 1932 – Oruro, 2014), quien ya, dos
años antes de la revolución nacionalista de 1952, había levantado el notable
Monumento del Minero en su ciudad natal.
Si
uno se queda en la Plaza con forma circular, se dará cuenta que ésta está
flanqueada por cuatro calles y ocho esquinas, y si uno contempla de cerca el
monumento, no le queda más palabras que la expresión de asombro: ¡Oh!, ¡Oh!,
¡Oh!... ¡Qué maravilla!
Las
movilidades no dejan de circular, a pesar de las trancaderas en la zona Villa Dolores y los peatones no dejan de
transitar por las aceras atestadas de comerciantes que ofrecen sus productos a
toda hora, por la mañana, la tarde y la noche, sin importar si está lloviendo,
granizando o haciendo un frío helado calándose hasta los huesos.
Juana
Azurduy aprendió de niña las faenas del campo, al acompañar a su padre mientras
trabajaba, y así entró en contacto con los pobladores originarios, quienes no
dudaron en enseñarle el idioma quechua, además de los usos y costumbres de los
indígenas de la Real Audiencia de Charcas.
A
los 25 años contrajo matrimonio con Miguel Asencio Padilla, el futuro
guerrillero independentista, con quien tuvo cinco hijos, que vivieron junto a
las tropas patrióticas sufriendo enfermedades y soportando carencias de toda
índole. Se dice que, algunas veces, decidida a formar parte en las campañas
patrióticas, dejaba a sus hijos al cuidado de conocidos de más confianza e
indios identificados con la causa de los patriotas.
El
escultor la concibió a la heroína en pleno combate, con la cabellera tendida al
viento, el rostro, de piel color cobre, expuesto a las inclemencias del tiempo,
la frente altiva y la mirada vivaz y siempre alerta. La hizo montada a la
amazona, sujetando las riendas con una mano y con la otra blandiendo un afilado
sable, quizás el mismo que le obsequió el prócer Manuel Belgrano, destacándola
por su valentía y eficacia de mando; cualidades que, además, le valieron el
nombramiento de teniente coronel en el verano de 1816.
En
la estatua, que destaca en la zona Villa Dolores de El Alto, tiene la pierna
derecha en posición correcta sobre el faldón y abrazada por la ligera curvatura
de la corneta fija, hecha de pletina de hierro y forrada con cuero,
precipitándose con holgura, sin obstaculizar el movimiento de la cruz y el
dorso del caballo.
El
escultor la concibió vestida de militar, conservando sus dotes femeninas a
pesar de las guerras. Contemplada a la distancia, cualquiera que la imagina en el
campo de batalla, puede suponer que lleva una chaqueta militar, una falda larga
y una mantilla tipo capa flotando en la nada; las boleadoras al ciento, el
sable desenvainado y la bota de montar izquierda ajustada en el estribo de
plata.
Su
caballo, de buena sangre y alta parada, enjaezado como la de un general, que está
entrenado para avanzar al trote y al galope en las pampas, quebradas y
montañas, parece estar ensillado con sus arreos de guerra; tiene el freno en la
parte posterior de la boca, ladeándole la cabeza hacia abajo, las crines
desgreñadas y levantándose sobre sus patas traseras, como si fuese a dar un
salto en el vacío, mientras la heroína, con el sable fulgente bajo el sol, está
dispuesta a embestir contra las tropas enemigas, que la tienen en la mira, con
ganas de saciar su sed de sangre y decapitarla para exhibir su cabeza en la
picota del escarnio.
Los
realistas sabían que ella, acostumbrada a combatir sin bajar la guardia ni
dejar que el enemigo la sorprenda por asalto, estaba al mando de los patriotas
dispuestos a derramar su sangre a cambio de conquistar la independencia del
virreinato del Río de la Plata. Ellos sabían que Juana Azurduy era la mujer que
comandaba a las tropas patriotas, enseñándoles tácticas y estrategias de
guerra; no en vano, ella misma se preparaba en artes militares, como cuando
luchaba con muñecos de paja atravesándolos con su lanza, lanzando la boleadora
por los aires, apretando la mano en la empuñadura de la espada y practicando la
equitación al estilo de una amazona, sin temor a sentarse en la silla ni perder
el equilibrio, tal como le había enseñado su padre desde que era niña.
El
monumento representa a la mujer que lo perdió todo, esposo, hijos y bienes
materiales, por ganar una patria grande, independiente y soberana. Se supone
que no dejó de luchar un solo día contra el virreinato rioplatense. No es
casual que haya participado en la revolución de Chuquisaca, en la batalla de
Salta, Vilcapugio, Ayohuma y otras, donde
demostró su denuedo y coraje, incluso cuando en una de las batallas fue
herida con dos proyectiles, uno en la pierna y otro en el pecho. Ella, a pesar
de las heridas a sangre viva y conteniendo los gestos de dolor, continuaba
luchando para no desmoralizar al resto de los guerreros que peleaban como
leones contra la dominación española en tierras americanas.
Juana
Azurduy, que representó la insurrección de la población indígena y mestiza
agobiada por siglos de expoliación colonial, luchó en la región del Alto Perú,
desde el norte de Chuquisaca, en el Altiplano, hasta las selvas del sur. Fue
líder indiscutible en la organización de un batallón denominado Los Leales y un cuerpo de caballería
conformado por veinticinco mujeres, conocido como Las Amazonas de la independencia.
En
noviembre de 1925, en su casa de Chuquisaca, recibió la visita del libertador
Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, el caudillo Lanza y otros personajes
para homenajearla y reconocer su trayectoria. En esa ocasión, el libertador
Bolívar se puso delante de los presentes, elogió a Juana Azurduy y dijo: Este país no debería llamarse Bolivia en mi
homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre.
Simón
Bolívar le ascendió a coronela y le otorgó una pensión de sesenta pesos, que apenas
le alcanzaba para comer; lo peor es que dejó de percibirla en 1830, debido a
los vaivenes políticos bolivianos. Desde entonces, vivió aislada de las
convulsiones sociales y empeñada en recuperar sus tierras confiscadas por los
realistas, de las cuales solo le devolvieron, tras la independencia de las
antiguas colonias españolas, su hacienda del K’ullko y nada más.
Sus
biógrafos aseveran que murió en la miseria y el olvido, el 25 de mayo de 1862,
a los 81 años de edad. Sus restos mortales fueron enterrados en una fosa común,
con la única compañía de un sacerdote que pronunció una oración. Décadas más
tarde, sus restos fueron exhumados y depositados en un mausoleo construido en
su homenaje en la ciudad de Sucre.
El monumento, realizado por el escultor Gustavo Lara, es uno más de los homenajes que le rindieron a Juana Azurduy de Padilla en Argentina y Bolivia, como un justo reconocimiento a sus heroicas hazañas en las luchas de independencia americana.
Que el monumento esté ubicado en la plaza que lleva su nombre en la zona Villa Dolores, de la ciudad de El Alto, es un acierto histórico que debe ser valorado por los ciudadanos alteños y los turistas que desean conocer a los personajes que entregaron su vida a la causa patriótica, en el afán de convertirnos en un pueblo libre y soberano.
jueves, 12 de diciembre de 2024
El
EMISARIO SECRETO DE LOS PATRIOTAS PERUANOS
En
uno de los principales pasajes del casco viejo de Lima, transitado por turistas
nacionales y extranjeros, se encuentra la estatua erigida en homenaje a José
Silverio Olaya Balandra, héroe nacional peruano y segundo vástago de una
humilde familia de 12 hijos.
Este
pescador de raza indígena, nacido en Villa San Pedro de Chorrillos, fue el
emisario secreto al servicio de los patriotas en su lucha contra los realistas
que servían a la Corona Española, en
la segunda década del siglo XIX.
Cuentan
que José Olaya era un excelente nadador y que en una pequeña balsa, en la que
transportaba los mensajes escritos para los patriotas, cubría la ruta entre
Chorrillos y la isla de San Lorenzo, y desde allí, pasando por el Callao, hasta
el puerto de Lima, como si llevara pescados para su venta en la ciudad y no la
correspondencia oculta que ponía en peligro su vida.
No
obstante, a pesar de los riesgos y burlando la vigilancia de los realistas, José
Olaya hizo este recorrido muchas veces, hasta que el ejército enemigo empezó a
sospechar que alguien estaba filtrando información y, con el propósito de
capturar al emisario secreto, decidieron redoblar la vigilancia en los puertos.
Sus
biógrafos aseveran que El 27 de junio de 1823, cuando llevaba, entre otros
recados, una carta de José Antonio de Sucre para el patriota limeño Narciso de
Colina, José Olaya fue emboscado por un piquete de soldados realistas, quienes
lo detuvieron con los mensajes entre manos y lo llevaron al Palacio del Virrey,
ante la presencia del brigadier español José Ramón Rodil. Éste intentó que
delatara a los patriotas comprometidos con las misivas, ofreciéndole a cambio
premios y altas sumas de dinero, pero José Olaya no delató a los patriotas
implicados en la correspondencia y, con una serenidad absoluta en su espíritu,
permaneció callado como una tumba.
Sus
verdugos, al constatar que se mantenía impávido y la boca cerrada, decidieron
someterlo a vejámenes y torturas. Se dice que sufrió doscientos palazos, que le
arrancaron las uñas y lo colgaron de los pulgares. Solo entonces, motivado por
el ímpetu de su conciencia patriótica, abrió la boca para pronunciar su célebre
frase: Si mil vidas tuviera gustoso las perdería,
antes de traicionar a mi patria y revelar a los patriotas.
Al
cabo del suplicio, fue sentenciado a pena de muerte por fusilamiento bajo el
cargo de traición. A las once de la mañana del 29 de junio de 1823, fue llevado
a un pasaje aledaño a la Plaza Mayor de Lima, llamado entonces Callejón de los
Petateros, y que ahora lleva su nombre: Pasaje
Olaya.
Su
cadáver fue arrastrado a la Plaza de Armas y allí decapitado por el verdugo.
Permaneció toda la tarde en exhibición pública, hasta que, bajo los mantos de
la noche, unos pescadores chorrillanos lo pusieron en una carreta y se lo
llevaron para sepultarlo en su tierra natal, con la escarapela bicolor prendida
todavía en su pecho.
En
la actualidad, el pasaje histórico, ubicado entre el jirón de la Unión y el jirón
Carabaya,
lleva su nombre y luce altivo su monumento destinado a honrar al héroe,
declarado mártir en la lucha por la independencia peruana.
La obra artística, realizada en piedra y bronce por el escultor trujillano Sergio Álvarez Peláez, representa al personaje con el torso desnudo, los músculos fornidos de nadador y una gorra blanca, portando en una mano la red de pescador y en la otra una carta destinada a los patriotas en rebelión.
miércoles, 6 de noviembre de 2024
CINCO AÑOS DE LAS MASACRES EN SACABA Y SENKATA
Se cumple un año más de los luctuosos acontecimientos de
octubre-noviembre de 2019, cuando la colectividad nacional reaccionó ante un
supuesto monumental fraude electoral,
cometido por el candidato del partido gobernante, que procuraba perpetuarse en
el poder por medios reñidos con los procesos democráticos que legitiman el voto
de los ciudadanos que, convocados a las urnas electorales, deciden, en absoluta
libertad, la suerte del futuro gobierno y el destino del país.
Rememorar los sucesos en Sacaba y Senkata, que
conmocionaron a la ciudadanía en general, implica volver la mirada hacia los
antecedentes y las consecuencias de la crisis del Estado Plurinacional de
Bolivia que, tras las elecciones presidenciales de 2019, derivó en actos
violentos entre el 21 de octubre y el 24 de noviembre. En tales circunstancias,
las fuerzas militares y policiales, destinadas a romper los bloqueos de la
resistencia organizada, abrieron fuego contra la población civil, causando
decenas de caídos y un reguero de heridos, mientras otros eran arrestados,
entre golpes e improperios, acusados de promover actos de terrorismo en el país.
Escribir sobre una de las etapas más violentas de la
historia contemporánea de Bolivia, es una forma de recuperar los testimonios
personales y la memoria colectiva, en afán de realzar la conciencia política de
un país que, a pesar de los diversos Golpes de Estado y los baños de sangre,
supo sobrevivir de pie y nunca de rodillas, sobreponiéndose a los designios de
quienes pretendían volver la rueda de la historia hacia el pasado sombrío,
donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.
Los crímenes de lesa humanidad, perpetrados por las fuerzas
represivas del Gobierno de Transición
en Sacaba y Senkata, fueron viralizados por los medios de prensa y las redes
sociales, no solo porque los disparos estaban dirigidos contra el pueblo
desarmado y vulnerable, sino también porque los principales actores eran los
sectores convulsionados que se identificaban con las causas justas y las
libertades democráticas en un Estado de Derecho.
A cinco años de los trágicos sucesos en Sacaba y Senkata, en octubre-noviembre 2019, es menester discutir y reflexionar en torno a esos dolorosos procesos sociopolíticos, que ojalá no vuelvan a repetirse ni a enlutar en mantos de sangre y melancolía al pueblo boliviano. No es lógico ni justo que las familias de las víctimas caídas en los enfrentamientos de Sacaba y Senkata, donde los mandos militares y policiales, amparados por el Decreto Supremo 4078, promulgado por el Gobierno de Transición”, cometieron una abominable masacre en pleno siglo XXI; por cuanto los responsables deben ser juzgados con todo el rigor de la ley, para que los funestos hechos no queden en el olvido ni en la impunidad, para que las víctimas y sus familiares encuentren la verdad y la justicia, y para que el mundo entero sepa que la libertad y la soberanía de un pueblo no se matan a golpes de porra ni con el lenguaje de las armas de fuego.
miércoles, 2 de octubre de 2024
EL
CHOCO DE CIUDAD SATÉLITE
Cualquiera
que cruce por la Plaza Bolivia, ubicada frente al Mercado Satélite de la ciudad
de El Alto, verá en un predio cercado por barras metálicas, bajo la sombra de
un árbol de tronco torcido, una plaqueta cuyo texto reza: Choquito, amigo fiel, te ganaste el cariño de todos los que te
conocimos. Esta esquina fue tu morada y perdiste tu vida por defenderla. Nunca
te olvidaremos. Siempre estarás en nuestros corazones. Eres el ángel de los
perros abandonados. 22 de octubre 2024.
El
perrito se llamaba Choco –pero le decían Choquito, en diminutivo y con cariño–,
porque lucía castaño pelambre desde la cabeza hasta las patas; era de raza
mestiza y de regular parada, de esos que son vivaces, armoniosos, valientes y
desbordantes de vitalidad, Alcanzó su plenitud cuando aprendió a vivir en la
calle, como basura de nadie. Creció desde cachorro en la plaza principal de
Ciudad Satélite; tenía la mirada tierna y algo triste, el ladrido grave y
potente, pero no mordía a nadie, respiraba cariño por todos los poros del
hocico y batía el rabo al contacto de la primera caricia.
Choco
era un animal juguetón desde siempre, adoraba a chicos y grandes, estaba
siempre dispuesto a defenderlos de las acciones delictivas de los malhechores.
Soportaba la diablura de los niños y las majaderías de los adultos; era
tolerante con los bebedores consuetudinarios y huidizos con las personas
acostumbradas a la práctica constante del maltrato animal.
Los
vecinos de la zona lo querían, quizás, más que a sus propias mascotas.
Confesaban que era un fiel amigo de quienes lo trataban con cariño y le daban
de comer, incluso quitándose de la boca, lo mejor de lo mejor. Él no aceptaba
huesos ni restos de comida, prefería las hamburguesas especiales y los pollos
al espiedo. Más de un vecino, solo para mimarlo y mostrarle su afecto, accedía
a sus gustitos y se rajaba algunos
pesos.
Los
y las comerciantes del Mercado Satélite cuentan que Choquito era cariñoso y
manso con las personas que le dispensaban su cariño y era esquivo con las
personas que lo maltrataban, como con aquellos que, a sus 13 años, lo hirieron
a puntapiés y cuchilladas, intentando arrebatarle la vida; dramática situación
a la que sobrevivió gracias al oportuno socorro de unos buenos vecinos y la
oportuna intervención de un buen veterinario, quien logró rehabilitarlo y
ponerlo otra vez con las patitas en la calle.
Si
alguien quería adoptarlo, el perrito se hacia el esquivo. Si alguien se lo
llevaba a casa, el perrito se daba modos de huir al primer descuido. Estaba
acostumbrado a vivir en la calle como un vagabundo, más bien, como un
vagamundo. Así vivió por muchos años, hasta que una de esas noches, en que todo
transcurría de manera normal, un antisocial de instintos criminales, que desde
hace tiempo lo tenía en la mira, lo abordó por atrás y le asestó, con
ensañamiento y alevosía, un certero cuchillazo en el cuello. El perro lanzó un
chillido de dolor y, de pronto, se tumbó contra el suelo. Ahí nomás se apagó su
potente y sonora voz, como un eco que muere ahogado entre los borbotones de
sangre que empapaban su apelmazada pelambre.
Al
clarear el día, los peatones lo encontraron tirado en la plaza y nadie pudo
hacer nada para devolverlo a la vida. La gente lamentó su muerte, las protestas
no se dejaron esperar, los corazones se rompieron, de los ojos brotaron
lágrimas de impotencia y de hondo pesar; peor aún cuando se supo que no se
identificó al criminal, quien fugó de la justicia que podía haberle sancionado con privación de libertad
de dos a cinco años y una multa de treinta a ciento ochenta días, siempre y
cuando las autoridades hubiesen cumplido con lo establecido en la Ley contra
los biocidas.
La
muerte de Choquito causó un hondo pesar entre los vecinos de Ciudad Satélite, donde su ausencia dejó un vacío
irremplazable. No obstante, a modo de honrar su memoria, los animalistas y vecinos se pusieron de
acuerdo para levantar un monumento en bronce en honor al perrito que se hizo
querer como si fuese un miembro más de la familia. Todos lo recordaban con
mucha emoción y aseguraban que fue un gran ejemplo de valentía. Se decía que,
en repetidas ocasiones, salvó a personas que estaban a punto de ser asaltadas
por individuos de conducta delictiva. Para muchos era el perro guardián por
excelencia de la Plaza Bolívar y el Mercado Satélite, no sólo porque cuidaba y
defendía a las personas que sufrían el ataque de los violentos, sino también
porque vigilaba los puestos de venta de las y los comerciantes.
La
estatua de Choco, realizada por un escultor amante de los animales y enemigo de
los biocidas, está emplazada en medio de la calle de doble vía, sobre un
pedestal de aproximadamente un metro y ochenta centímetros de alto, con la pose
de un héroe querido y admirado por los vecinos de uno de los barrios más
conocidos de la ciudad de El Alto.
El
escultor lo hizo con la pelambre ligeramente ondulada, las orejas plegadas, el
hocico respingado, las extremidades posteriores flexionadas, la cabeza altiva,
la frente plisada, los ojos melancólicos y la mirada tendida en el horizonte,
como vigilando a los peatones y el tráfico vehicular de la Avenida Satélite
Al
lado de la estatua hay floreros de cerámica, cuyas flores se cambian de cuando
en cuando, y al pie del pedestal no faltan los ramilletes de otras flores
dejadas por las personas que lo conocieron y gozaron de su presencia mientras
estaba vivito y coleando.
En la parte superior del blanquecino pedestal,
cuyas partes laterales están estampadas con las huellas de unas patitas
caninas, destaca una plaqueta donde se lee:
Organización de
Voluntarios al Rescate de Animales. En memoria de nuestro amigo fiel Choquito y
miles más que viven en las calles para que otro tenga la suerte de poder vivir
y descubra el calor de una flia. ¡Salvar a un animal no cambiará el mundo, pero
sí cambiará el mundo de ese animal! Gracias vecinos de C. Satélite. El Alto,
mayo 8 del 2016.
Es
evidente que el cariño de la gente por este perro callejero, que tuvo una vida
azarosa y una muerte trágica, era –y es– tan grande que no puede describirse
con palabras, como tan grande es el rechazo a los actos criminales de algunos
inadaptados sociales.
Ahora
bien, con más o menos reflexiones, lo único cierto es que este perrito tenía
sentimientos más nobles que los de su asesino, quien, probablemente, antes de victimarlo,
pensó para sus adentros: perro muerto, no
ladra ni muerde, y luego actuó de manera despiadada, como cualquier
forajido que tiene el corazón duro como una piedra.
sábado, 21 de septiembre de 2024
INCENDIO
FORESTAL
El llano en llamas ya no es el título
de un libro de cuentos de Juan Rulfo, sino una realidad ardiente y espantosa en
el oriente boliviano, donde la quema de llanos, bosques, montañas y pastizales,
provocada por las depredadoras manos del hombre, hacen estragos en la flora y
fauna, como si un monstruo invisible soplara olas de fuego por aquí y por allí,
devorando todo lo que encuentra a su paso.
Es
un verdadero infierno y solo un torrencial aguacero puede salvarnos. Llueve fuego de los árboles, dicen los
bomberos voluntarios, mientras las aves, los animales silvestres y los insectos
perecen calcinados, como si no tuvieran derecho a la existencia en un
territorio donde son pocos los beneficiados con estos ecocidios y muchos los
perjudicados.
Se nos quemaban los pulmones
de la patria,
clama la multitud. La verde vegetación se troca en cenizas y la biodiversidad
sucumbe a merced del fuego. Nuestra obligación es sofocar los incendios, sea
como sea, por el bien de los habitantes del presente y el futuro.
Aunque
las mascarillas con filtro y los barbijos sirven de muy poca cosa, las mujeres
y los hombres, en medio de la humareda que no deja ver el panorama a cinco
metros más allá de los ojos, se enfrentan a las llamas con lo que tenían a
mano.
Ellos
están empapados en sudor, respiran humo, tienen los ojos colorados, la garganta
reseca, el pelo chamuscado, el rostro jaspeado de cenizas y las manos con
llagas abiertas por las chispas de fuego que, por las noches, parecen
luciérnagas escapándose del infierno, un infierno que requiere ser anegado por
ingentes cantidades de agua lanzadas por tierra y por aire.
Las
autoridades no hacen nada –o más bien, hacen poco–, mientras las leyes incendiarias, promulgadas en la
gestión del gobierno de Evo Morales, no son abrogadas por quienes desconocen el
dicho popular: No juegues con fuego, que
puedes quemarte. Sin embargo, los activistas, animalistas y ambientalistas,
a grito pelado y el puño en alto, ganan las calles, con pancartas y banderolas,
exigiendo a las instancias pertinentes asumir cartas en el asunto, sancionar a
los culpables con penas máximas y abolir las leyes que conceden más derechos a
los chaqueadores que a la Pachamama.
Días después, semanas después, meses después, gracias al heroísmo de los bomberos forestales, los comunarios y los jóvenes voluntarios, enfrentados al mar de fuego como buzos destinados a salvar la flora y la fauna, se sigue luchando para evitar que los pulmones de la madre tierra quedaran irremediablemente reducidos a carbón.
miércoles, 17 de julio de 2024
UNA
CONFERENCIA DE PRENSA Y UN FOLLETO PARA HOMENAJEAR
A
LAS VÍCTIMAS DEL GOLPE MITAR DE 1980
Hoy,
17 de julio, como parte de las actividades político-culturales que desarrolla
el Archivo Regional Catavi, se rindió un ferviente homenaje en la población
minera de Siglo XX, por medio de una conferencia de prensa, a las víctimas del
golpe militar de 1980, cuando un grupo de paramilitares, asesorado por el
criminal nazi Klaus Barbie, asaltó a mano armada el edificio de la Federación
Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), ubicado en El Prado de la
ciudad de La Paz, donde se reunían miembros del Comité de Defensa de la
Democracia (CONADE).
Durante
el asalto, además de causar heridos y destrozos materiales, se apresaron a
varios dirigentes políticos y sindicales, y, como si fuese poco, se asesinó a
mansalva al dirigente político Carlos Flores Bedregal, al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz y al dirigente sindical
Gualberto Vega Yapura, declarados póstumamente mártires de la democracia y la liberación nacional.
Lourdes
Peñaranda Morante, responsable del Archivo Histórico de la Minería Nacional de
COMIBOL/Regional Catavi, aprovechó la conferencia de prensa, efectuada en la
sede sindical de Siglo XX, para presentar el Nº 23 de la Serie de Literatura Minera, con dos textos del escritor Víctor
Montoya y, en la contratapa, el poema El
Padre Nuestro de un minero, que el cataveño Gualberto Vega Yapura escribió
en 1976, mientras se encontraba encarcelado en la prisión de alta seguridad de
Chonchocoro,
El folleto, Gualberto Vega Yapura - Marcelo Quiroga Santa Cruz, es un justo
homenaje a dos de las víctimas del golpe militar del 17 de julio de 1980. En la
introducción se menciona que estos
valerosos luchadores sociales, junto a otras víctimas del régimen criminal de
García Meza y Arce Gómez, son símbolos del coraje y la lucha revolucionaria del
movimiento obrero boliviano.
La
actividad impulsada por el Archivo Histórico de la Minería Nacional de
COMIBOL/Regional Catavi, aparte de haber sido un excelente espacio para
conmemorar a los mártires que ofrendaron su vida a la causa de la justicia
social y la liberación nacional, ha demostrado que la memoria histórica de un
pueblo se mantiene viva a pesar de los años y la impunidad en que quedaron
varios de los crímenes de lesa humanidad cometidos, entre otros, por las
dictaduras militares de los años ´60, ´70 y ´80 de la pasada centuria.
La nueva publicación de la Serie de Literatura Minera, cuyo primer número, dedicado a la masacre minera de San Juan de 1967, salió a luz en junio de 2016, es una prueba más de la infatigable labor del Archivo Regional Catavi, que no ha dejado de rescatar ni difundir la historia concerniente a la realidad minera del norte de Potosí, donde nació, creció y se formó políticamente el dirigente obrero Gualberto Vega Yapura, quien trabajó en la Empresa Minera Catavi y fungió como secretario de culturas de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, hasta el día en que fue abatido a tiros por los mercenarios al mando de los criminales Luis García Meza y Luis Arce Gómez.
jueves, 11 de julio de 2024
GUALBERTO VEGA YAPURA, MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA
Y LA LIBERACIÓN NACIONAL
El
dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, en tiempos en que
había que andar con el testamento bajo el
brazo, fue acribillado a tiros en el edificio de la Central Obrera Boliviana
(COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB),
donde se realizaba la reunión del Comité Nacional de Defensa de la Democracia
(CONADE) y las organizaciones sociales que aspiraban a una sociedad más justa y
democrática, la mañana del 17 de julio de 1980; fecha luctuosa en que el pueblo
boliviano se vistió de luto y los golpistas, tras pedir la renuncia de la
presidenta interina Lydia Gueiler, se encaramaron en el poder por la fuerza de
las armas y el respaldo del Alto Mando Militar Boliviano.
Todo
sucedió cuando decenas de oficiales y paramilitares, entre los que había
mercenarios argentinos al servicio de la Operación
Cóndor, que asoló a los países del Cono Sur de América Latina, llegaron en
ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social a la histórica sede de los
trabajadores bolivianos y asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el
edificio de la FSTMB, ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a
desencabezar al movimiento obrero y popular. Fue en esas circunstancias que los
paramilitares, entre ellos los mercenarios Stefano Delle Chiaee, Joachim
Fiebelkorn y Ernesto Milá, conocidos como los novios de la muerte, dispararon ráfagas contra la humanidad del
líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores y el
dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón representante del
Sindicato de Catavi y secretario de cultura de la Federación Sindical de Trabajadores
Mineros de Bolivia.
Los
directos responsables de este horrendo crimen fueron los golpistas militares
Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes, obedeciendo órdenes de la CIA y
los carteles de narcotraficantes asesorados por el Carnicero de Lyon, Klaus Barbie Altmann, estaban dispuestos a
imponer su política antinacional y proimperialista a sangre y fuego. Durante
este régimen de facto se prohibieron las libertades democráticas y se
desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y
sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió el edificio
de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros en un vano intento por
destruir el rico legado de las luchas políticas y sindicales de los
trabajadores del subsuelo boliviano.
Si
en más de cuatro décadas no se realizó un justo homenaje en honor a Gualberto
Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como todas las
minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que provocó el
cierre de las empresas de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la
desocupación de miles de trabajadores que fueron echados de sus fuentes de
trabajo y expulsados de sus viviendas con el epíteto de relocalizados. Sin embargo, ahora que la población de Catavi está
en un proceso de repoblarse gracias al ritmo de la construcción de nuevas
viviendas y la expansión de la Universidad Nacional Siglo XX, que está construyendo nuevos establecimientos para algunas
de sus carreras, incluida la de Formación Política Sindical, es indispensable
desempolvar la memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y
rescatar la gloriosa historia de esta población que, durante la pasada
centuria, fue el centro motor de la economía nacional y el escenario donde
floreció el sindicalismo revolucionario.
Asimismo,
es digno reconocer el valioso esfuerzo de las dirigentes del ex Comité de Amas
de Casa Mineras de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del
Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la
encomiable iniciativa de realizar el 17 de julio de 2023, en la sede del
Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, un sencillo pero emotivo acto en
homenaje al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue acribillado a
mansalva, a los escasos 35 años de edad, por los mercenarios al mando de los
militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos la democracia
y el derecho al fuero sindical.
A
pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños han decidido recordar a
quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los proletarios y de los
más pobres de este pobre país, donde la lucha revolucionaria estuvo encarnada
en personas honestas y modestas como fue Gualberto Vega Yapura, cuya conducta
personal estuvo determinada por la impronta de sus convicciones ideológicas y
religiosas.
El golpe militar de facto, analizado a
estas alturas de la historia, no tomó por sorpresa a nadie. Bolivia había
sufrido ya varios golpes de Estado, entre otros, el protagonizado por René
Barrientos en no-viembre de 1964, responsable de la masacre minera en la noche
de San Juan de 1967; el liderado por el entonces coronel Hugo Banzer Suárez,
con apoyo del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR) y Falange Socialista Boliviana
(FSB), desde el 21 de agosto de 1971 hasta 1978; el promovido por el coronel
Alberto Natusch Busch, con apoyo de mili-tantes de algunos partidos políticos,
del 1 al 16 de noviembre de 1979; y el último por el general Luis García Meza
Tejada, que inició el 17 de julio de 1980 y terminó en agosto de 1981.
Aunque el régimen de García Meza y Arce
Gómez fue relativamente corto, dejó una trágica secuela en el alma del pueblo
boliviano, porque se secuestró, torturó y asesinó al padre Luis Espinal, cineasta
y director del semanario Aquí, y se
asesinaron a ocho dirigentes del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria
(MIR) en la calle Harrington en 1981. En
homenaje a las víctimas de las dictaduras suscitadas entre 1964 a 1982, en
Bolivia se recuerda, cada 17 de julio, el Día
Nacional de la Memoria.
En
el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas por los panelistas –el
exdirigente de la FSTMB y ex ministro de Estado, Guillermo Dalence, la ex presidenta
del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco, la responsable del Archivo
Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, y el ex dirigente del Sindicato de
Catavi, Octavio Carvajal (+)–, se trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura,
destacando su límpida trayectoria política, en defensa de la democracia, los
derechos de los trabajadores y la lucha antiimperialista de movimiento popular.
También se hizo hincapié en su actividad sindical, cultural, deportiva y
poética de este insobornable luchador social, cuya contribución al pensamiento
revolucionario y la democracia nacional, es un buen ejemplo para las nuevas
generaciones de Catavi y el país entero.
El
acto contó con la presencia de una joven estudiante de la Unidad Educativa Ayacucho, quien, con voz firme y actitud
altiva, declamó el poema El Padre Nuestro
de un minero, que Gualberto Vega Yapura escribió con probada sensibilidad
humana, consumada vocación lírica y alta conciencia de clase en 1976, durante
su cautiverio en la prisión de Chonchocoro,
De acuerdo a los testimonios de quienes lo conocieron en vida, se sabe que este mártir de la liberación nacional se inició en la actividad política como militante del Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN). Desde su adolescencia dedicó su vida a las actividades deportivas y culturas en provecho de la niñez y juventud cataveña. Fue varias veces dirigente del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi y director de Radio 21 de Diciembre. En 1976, tras la ocupación militar a los centros mineros, fue detenido, torturado y encarcelado. En el XVIII Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Telamayu, entre el 31 de marzo y el 6 de abril de 1980, fue electo, en su condición de obrero de la Empresa Minera Catavi, como secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, una función que supo cumplir con altura moral y ética, hasta el día en que fue victimado por los chacales de una dictadura militar que dejó un reguero de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional.
En
consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener vivo su pensamiento entre
los niños, jóvenes y adultos de la población de Catavi, donde Gualberto Vega Yapura
tuvo su cuna de nacimiento y fue el escenario de sus actividades culturales y
deportivas, pero también el escenario de sus luchas por una Bolivia más justa y
libre de dictaduras civiles y militares; más todavía, es preciso que uno de los
salones del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo
de enaltecer su lucha a favor de los más desposeídos y explotados, pero también
a modo de perpetuar su combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario
y para que el pueblo boliviano lo tenga siempre en la memoria.
En
síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces
discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare: MÁRTIR DE LA
DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.
jueves, 30 de mayo de 2024
UN BAÑO HIGIÉNICO SIN HIGIENE
En un restaurante del pueblo, cuyo nombre prefiero no
mencionar, un patio empedrado y en declive conduce hacia un callejón donde está
el baño, con un pozo ciego a la antigua usanza. Quizás algo incómodo al momento
de ponerse de cuclillas, pero más simple que el inodoro de un mingitorio
público, donde el agua del estanque se vacía manipulando una palanca o
apretando un botón. En el baño del restaurante del pueblo, bastante concurrido
los días festivos y fines de semana, los baldes de agua, que se extraen de un
turril ubicado cerca de la puerta, se vierten directamente en el orificio circular
del pozo ciego, salpicando chorros por doquier.
El baño es de madera y el techo de calamina. Por las
paredes se cala el viento frío y uno siente el soplo en las partes desnudas y,
sobre todo, en las nalgas que parecen expuestas a la intemperie, hasta que
alguien golpea la puerta exigiendo celeridad en el uso del baño, que no tiene
lavabo, ni secadora de manos, ni espejo y mucho menos papel higiénico.
El baño no es nada confortable, pero es un espacio indispensable
para satisfacer las necesidades fisiológicas, así sea un ambiente que parece
cloaca por las evacuaciones, como si el pozo ciego fuese un bostezo a cielo abierto
y las pisaderas, hechas de madera y con forma de planta de zapato, fuesen
patillas destinadas a evitar las excreciones.
El baño del restaurante es visitado por los comensales
más apurados por vaciar la vejiga o el colon, sin importarles que un proceso
biológico natural les haga sentir vergüenza ajena, debido a las condiciones
inadecuadas del sanitario. De hecho, la puerta no cierra del todo y todos deben
hacer sus necesidades, como ocurre en la vida campestre donde se practica la
defecación al aire libre, ante las miradas curiosas de quienes hacen fila
aguardando su turno.
El baño del restaurante, si se lo define a calzón
quitado, es en extremo precario, pero indiscutiblemente necesario, porque quien
come con gusto tiene también la necesidad de ir al baño sin susto, así se tenga
que pujar soltando gases que suenan como estampidos de pirotecnia y se tenga
que dejar el baño hecho un espacio salpicado de heces de diferentes colores y
tamaños.
miércoles, 15 de mayo de 2024
El
libro de historia estaba llora que llora en el sótano de la casa, donde el
dueño lo encerró, junto a otros libros, desde que lo compró a un módico precio,
pero no para leerlo, sino para coleccionarlo entre los libros de interesantes
temáticas y atractivas ediciones.
El
libro no entendía por qué estaba depositado allí, si su destino era otro, como
el de cualquier transmisor de la historia, que necesitaba estar entre la gente,
pasando de mano en mano y de lector en lector, enseñando el pasado y el
presente de un país rico en acontecimientos épicos, sabiduría popular y
tradiciones culturales.
Qué
triste la vida de un libro que, siendo una cajita de sabias resonancias, fue
puesto en un viejo estante después de ser comprado en una librería de
antigüedades, donde el librero le puso un precio y lo ofreció al mejor postor
que, a su vez, lo metió en una bolsa de plástico y se lo llevó a casa.
Desde
luego que esta historia es apenas un detalle, lo peor es que el comprador, que
no era un auténtico lector, sino un coleccionista de libros con valor agregado,
no abrió sus tapas ni hojeó sus páginas, antes de bajarlo al sótano y abandonarlo
como a cualquier objeto sin alma ni cerebro.
El
libro de historia no entendía cómo podía estar encerrado en un frío y oscuro
sótano, como si fuese un prisionero condenado a perecer y desaparecer bajo los
polvos del olvido. ¿Acaso la historia de un pueblo no vale nada, cuando todos
sabemos que un pueblo sin historia está condenado al olvido? La pregunta es
para todos quienes dicen leer libros de historia.
No
importa cuál sea la respuesta, lo único que importa es que la historia de este
libro, así como se las cuento, era una suerte de tragedia sin justificación ni
perdón. Y, a pesar de todo y al cabo de un tiempo, el libro dejó de llorar y
llorar, porque tuvo la suerte de caer en manos de un verdadero lector, el hijo
del coleccionista, quien no solo le sacó del frío y oscuro sótano, sino que
también le entregó su cariño, mientras lo leía de “pe a pa”, con la misma
pasión con que se leen los libros que, más que libros, son amigos y compañeros
de vida, en las buenas y en las malas.
El
libro de historia estaba agradecido al buen lector que lo rescató del sótano y
lo sacó a la luz del día, para el gozo de los lectores que lo estaban esperando
como cuando se espera a un maestro, quien enseña todo sin pedir nada a cambio,
sin más esperanza que cumplir la función para la que fue escrito por su autor,
cuyo espíritu e intelecto se ven reflejados en las páginas del libro, un bello
objeto que no tiene por qué estar encerrado en un frío y oscuro sótano ni tiene
por qué llorar su desgracia por la desatinada decisión de un desamorado
coleccionista de libros de historia.
sábado, 25 de noviembre de 2023
LA BELLA Y LA
BESTIA, UNA HISTORIA DE MAGIA Y ESPERANZA
Muchísimos
cuentos de hadas hablan de un príncipe convertido en monstruo o animal salvaje,
debido a los hechizos de una malvada bruja; ésta es la condición con la que
sobrevive, casi siempre escabulléndose en ámbitos penumbrosos, el monstruo que
simboliza la animalidad integrada en la condición humana, hasta que es redimido
por el beso y el amor de una doncella.
La Bella y la Bestia, probablemente, en sus diversas versiones, sea el
cuento de la tradición oral que, entre grandes y chicos, ha tenido más éxito en
todas las culturas y épocas, desde que la escritora Marie Leprince de Beaumont
(1711-1780), que abrevió y modificó las antiguas versiones bajo los simples
arquetipos del cuento de hadas, publicó El
almacén de los niños (1757), en el
que se incluyó su versión de La Bella y
la Bestia, y que el cineasta francés Jean Cocteau lo llevó a la pantalla en
1946, con un éxito que popularizó la imagen de una bestia, con aspecto de león,
quien, tras haber sido víctima de un hechizo, vivía escondido en su castillo,
hasta que la presencia de una bella mujer transformaría su infortunio en
felicidad.
El poder del amor como argumento
La
Bella y la Bestia es un cuento fantástico cuya acción transcurre en un
mundo imaginario, donde la magia es eficaz y el amor es capaz de vencer los
obstáculos. Todo comienza con la historia de un viejo mercader,
viudo y con tres hijas. Dos mayores, presuntuosas y vanidosas, y una menor,
humilde y bondadosa, a quien por su belleza llaman Bella,
El mercader, tras realizar un viaje, se dirige desde el
puerto rumbo a su casa, pero se pierde en el bosque, hasta que se refugia en un castillo encantado, habitado por una
misteriosa Bestia, quien, al encontrarlo en el jardín, le ofrece descanso y
alimento,y lo retiene en el castillo como su prisionero. El
mercader le pide que lo libere. El monstruo promete hacerlo, pero a condición
de que le conceda en matrimonio a una de sus hijas.
Cuando
el mercader retorna a su hogar, les cuenta a sus hijas lo que le había pasado
en el bosque y el castillo. Las hijas mayores no quieren saber nada de las
pretensiones del monstruo, a diferencia de la hija menor, la Bella, que se
ofrece cumplir la promesa de su padre, yéndose a vivir en los ricos aposentos
de la Bestia, quien la visita cada noche, suplicándole que se case con él, pero
ella le rechaza una y otra vez, hasta que cierto día, ve en su espejo mágico
que su anciano padre está muy enfermo. Entonces le ruega a la Bestia que
permita verlo por última vez. La Bestia accede a su pedido, con la condición de
que regrese al castillo antes de ocho días.
La
Bella no vuelve a tiempo y encuentra a la Bestia agonizando en el jardín,
debido a la tristeza que le causó su ausencia. Ella se arrodilla ante la
Bestia, quien exhala sus últimos alientos de vida, y, entre lágrimas y
súplicas, le pide que no se muera, porque lo ama y quiere ser su esposa. La
Bestia, al escuchar estas mágicas palabras, sana y se transforma en un apuesto
príncipe. Acto seguido, él le revela que, por medio del encantamiento de una
malvada bruja, había sido convertido en una horrible bestia para que ninguna
mujer deseara casarse con él; y que la única manera de romper con la maldición
era que alguien se enamorara de él, pero sin antes conocer el porqué del
encantamiento.
La
Bella y el príncipe se casan y viven felices en el castillo, junto a su padre,
mientras las dos hermanas mayores son transformadas en estatuas de piedra, pero
sin perder la consciencia, para que sean testigos de la felicidad de la Bella y
el príncipe, quien dejó de ser Bestia por la magia y el poder del amor.
Entre la realidad y la ficción
Si este tipo
de historias fuesen ciertas y se replicaran en la vida real, sería una
maravilla, como una maravilla son los cuentos que abordan temas donde se
amalgaman la realidad y la fantasía, procurando que los elementos fantásticos y
mágicos parezcan también realidades comunes y cotidianas.
Sin embargo, lo cierto es que los cuentos como La Bella y la Bestia, que están estructurados sobre la base de la desbordante imaginación de los autores, son narraciones que juegan con la fantasía del lector y que no tienen la función de impartir lecciones de senso-moral ni ser textos didácticos para enseñar a discriminar lo que es bello y lo que es feo, pero tampoco son temas donde la fantasía debe diferenciarse de la realidad. Por cuanto la La Bella y la Bestia es un cuento de la tradición oral, donde la ficción puede superar a la realidad, al menos, si se necesita de estos cuentos para superar la inseguridad y falta de autoestima.
Con todo,
este cuento clásico continúa conquistando los corazones de grandes y chicos,
que sueñan con esta mágica historia de amor y fantasía, que a los lectores les
permite abrigar la ilusión y la esperanza de que la belleza de una persona no
está en su físico, sino en su personalidad, ya que lo más importante no es la
belleza superficial, sino el bondadoso corazón que posee un individuo, como si
tuviese un bello príncipe atrapado en su interior.
La Bella y la Bestia, al margen de la fantasía y la magia que encierra
en su estructura literaria, es una idealización de un romance en el que se
justifica que el hombre puede parecerse a la Bestia mientras tenga sentimientos
nobles. O un mero enunciado lírico para quienes creen que el hombre mientras más feo, más bello. Está claro
que este dicho se dice por decir, sobre todo, si nos enfrentamos a los actuales
cánones de belleza masculina que, así no se reconozca públicamente, es tan
importante como la belleza femenina. Es cuestión de ingresar a las redes
sociales para advertir que los artistas, cantantes y deportistas que más
cotizan son aquellos cuyas figuras son más atractivas por su aspecto físico que
por su competencia intelectual, más por lo que lucen por fuera que por lo que
atesoran por dentro.
Fealdad y belleza
La Bella y la Bestia es la perfecta metáfora de una relación amorosa
donde la belleza de la mujer se sobrepone a la del hombre, que, aun siendo
chato, gordo y feo, es apreciado por otras cualidades más internas que
externas, o, simplemente, porque posee poderes sociales, políticos y
económicos, ya que un hombre acaudalado no es lo mismo que un pobretón, como un
hombre con renombre familiar no es lo mismo que el hijo del vecino.
Cuando una
madre obliga a su hija, joven y hermosa, a contraer nupcias con un hombre
viejo, chato y feo, aunque acaudalado, es como obligarle a tragarse un sapo
vivo, condenarla a vivir en una relación que no es de su agrado y que de por sí
le provoca aversión. Esto no quiere decir que el sapo, al menos según las
magníficas versiones de los cuentos de hadas, pueda convertirse en un bello
príncipe si se le da un beso.
El cuento también se ha interpretado como una crítica a los matrimonios por conveniencia. La unión de una mujer, especialmente joven y bella, con un hombre acaudalado y mucho mayor que ella. El cuento enseña que si las mujeres buscan el auténtico amor en el interior de sus ancianos maridos, pueden encontrar al príncipe que se esconde tras la apariencia de bestias. O que ellas mismas consigan esa transformación por medio de su amor. La diferencia de edades y condiciones sociales, en este caso, no tienen ninguna importancia si el amor es más grande que las apariencias físicas.
Una niña
puede creer que el sapo puede convertirse en príncipe, porque intelectualmente
se encuentras en la etapa del pensamiento
mágico, a diferencias de una adolescente, que no cree que un sapo pueda
trocarse en príncipe, porque su pensamiento corresponde a la etapa del razonamiento lógico y porque sabe que es
imposible que el sapo sea un príncipe encantado y que un hombre de horrible
aspecto pueda trocarse en bello después de un beso.
Las
adolescentes están convencidas de que los cuentos donde las bestias, los sapos
y las serpientes pueden trocarse en bellos príncipes son solo cuentos, que
están lejos de la realidad y que, en el sentido terapéutico como lo afirmaba el
psicoanalista Bruno Bettelheim, son algo así como una cura o un consuelo para
quienes viven aquejados por su fealdad. Por cuanto La Bella y la Bestia, al
margen de ser una bella historia, no deja de ser una fantasía difícil de
aplicar en la realidad, en esa realidad donde no es difícil diferenciar entre
lo que es bello y lo que es feo.
lunes, 13 de noviembre de 2023
LA
CHICHARRONERÍA DE DOÑA MARUJITA
Un fin de
semana en Llallagua, cuando se tienen ganas de comer un buen chicharrón, lechón
o fricasé, es cuestión de viajar por la carretera asfaltada, llamada diagonal Jaime Mendoza, inaugurada oficialmente
en diciembre de 2018, hasta llegar, luego de atravesar una serranía árida,
pedregosa y polvorienta, a las afueras de Uncía, capital de la provincia Rafael
Bustillo del departamento de Potosí y ciudad que sobrevive gracias a la
agricultura, ganadería y explotación minera.
A orillas de
esta ciudad de población bilingüe, donde sus habitantes hablan con desparpajo
el quechua y el español, se encuentra la Chicharronería
Marujita, donde comer… ¡Es un placer!, que atiende los domingos y feriados,
a partir de las 11:00 de la mañana.
Se camina
unos metros en dirección a la Plaza 6 de Agosto, y allí mismo, a media cuadra y
a mano derecha, está la casa con fachada de color naranja, ubicada en la Calle
Sucre 29, reconocible por el nombre viñeteado en la pared frontal, donde se
lee: Restaurante Marujita. No hay
cómo perderse, el local está a la vista de los peatones, que pasan y repasan
por este local que existe desde la pasada centuria.
Se atraviesa el dintel de un portón de madera y, de pronto, uno aparece en un patio lleno de mesas, sillas y toldos improvisados, de lona y plástico, de todos los colores y tamaños, para resguardarse del sol, la lluvia y los vientos que arrecían desde los cerros. No parecen elementos decorativos para resaltar la imagen de la vivienda, sino cubiertas necesarias para protegerse de las inclemencias de la intemperie.
El ambiente
desprende un olor a carne frita y tiene un aspecto de casa antigua, de esas
casas donde parece haberse detenido el aire y el tiempo de otros tiempos. El piso está cubierto por
losas y una alfombra de césped sintético. Allí, entre muros que se levantaron
con adobes hechos de barro, mezclado con arenilla y paja brava, habita y reina
doña Marujita, quien, como toda fiel devota del patrono San Miguel Arcángel,
cuya festividad se celebrada a fines de septiembre, atiende, ataviada con un
impecable mandil con bolsillos y una pañoleta en la cabeza, con amabilidad y
expresión amigable a cada uno de los comensales que cruzan el dintel del portón
que da a la calle.
Al fondo del patio está la pequeña cocina, cuyo techo de calamina, oxidado y ligeramente hundido, soporta el peso de piedras de diversos tamaños. Ahora bien, si las piedras están colocadas encima del techo, al margen de ser una suerte de ornamento de la vivienda, es para sujetar las calaminas que, en tiempos en que sopla el viento sin contemplaciones, pueden ser desclavadas de las vigas y volar por los aires como hojas de papel.
Doña Marujita
sabe que la buena atención al comensal es la clave para ganarse la simpatía y
el aprecio de todos quienes volverán una y otra vez, bajo la lluvia o bajo el
sol, a servirse los platillos de fricase, lechón y chicarrón, especialidades de
la casa, donde se respira libertad y ganas de tragarse todo lo que contiene el
platillo.
Doña Marujita
prepara el chicharrón a la vista de los consumidores, a modo de lucir sus
conocimientos en materia gastronómica. A veces, mientras está ocupada en sus
quehaceres, se le desborda el caldo de la paila y cae sobre el fuego y las
brasas, provocando una humareda que pronto es amainada con experiencia y
destreza acumuladas durante años, como quien aprendió a domar el fuego,
avivando las brasas que brincotean como pequeños diablillos entre la pared
circular de la k`oncha (fogón de
barro).
El chicharrón se cocina en la grasa derretida del mismo cerdo, en una enorme paila de cobre que, a su vez, está puesta sobre un fogón hecho de barro, preparado en fuego a leña, y el emplatado se remata con un chorro de frituritas de la piel del cerdo. El platillo es acompañado con mote blanco, papas con cáscara, chuño y, como es natural, no pude faltar su exquisita llajwa (salsa picante elaborada con tomates, locotos, sal y killkiña).
Un aparato de
sonido, ubicado en la plataforma de tablas, es controlado por uno de sus hijos,
quien, al mejor estilo de un discojoke,
pone música variada y de sobremesa –con preferencia los boleros mejicanos, los
vals peruanos y los clásicos del folklore boliviano, como los Karkas, Savia
Andina y el Dúo Sentimiento, entre otros–, para acompañar a los comensales que,
con los dedos convertidos en cubiertos y la mirada puesta en los platos de
comida, se zampan los caldos, las carnes, los motes, las papas y los chuños,
con una avidez que parece haber sido acumulada por mucho tiempo.
A un costado
del patio, donde están las pailas puestas sobre el ojo de las k´onchas, tiznadas por el hollín y el
humo, las carnes están cocinándose entre burbujas de grasa, hervido por las
brasas y el fuego a leña, un detalle que le da una característica especial a
las comidas preparadas por las divinas manos de doña Marujita, quien mira con
un ojo las pailas de cobre y con el otro a los comensales, quienes se sirven la
comida con todos los sentidos, casi sin hablar ni respirar. Ellos comen con las
manos, como dispuestos a chuparse los dedos después de cada bocado, sin ser
necesariamente gourmets de gusto refinado y exigente paladar.
Doña Marujita, a pesar del peso de sus años y los achaques que se le manifiestan de tanto en tanto, se mueve como una ardilla, de un lado a otro y sin tregua, como si estuviese acostumbrada a trabajar desde siempre, sin quejarse ni tomarse una pausa, como si su trabajo fuese el mejor premio que ganó en la vida, no solo porque este trabajo le ha permitido mantener a su familia, sino también porque le da una profunda satisfacción el simple hecho de dejar conformes a sus comensales, quienes le expresan su respeto, admiración y su infinito agradecimiento por haber convertido su tiempo de almuerzo en un momento inolvidable y en una fiesta para el paladar.
Doña Marujita
cocina con pasión y sabiduría, convencida de que los hombres, las mujeres y los
niños, se llevarán a casa el estómago lleno y el corazón contento. Pues, como
ya se sabe, el placer de comer no solo entra por los ojos, sino también por el
olor, el color y el sabor de una comida emplatada con el cariño de quien sabe
que no es lo mismo comer por comer que deleitarse con cada bocado que
explosiona en la boca.
Su cocina,
donde se ingresa por una puerta angosta y una grada de piedra, no luce una hornalla
industrial ni un mesón de respetables dimensiones, sino unas mesitas, un
estante con utensilios, cubiertos, vasos, platos, boles de plástico y otros,
que le dan la apariencia de ser una cocina familiar, donde uno se siente como en
su propia casa, donde faltan los típicos muebles de un restaurante, pero donde
sobra el calor de hogar y el aire de bienvenida que se respira por doquier.
Doña Marujita
es una gastrónoma de sepa y se dedica al arte culinario por herencia familiar.
Ella aprendió a cocinar al lado de su madre y al lado del fogón, mirando como
la carne de cerdo cambia de textura a medida que se fríe en la grasa del animal
más sucio, pero el más delicioso de la cocina popular. Doña Marujita es una de
las cocineras más prestigiosas de Uncía, conoce las técnicas de preparación del
chicharrón y el fricasé, la calidad de los ingredientes con solo olerlos y
palparlos, y, lo que es más importante, conoce los componentes culturales de
esta magia culinaria que es una virtud reservada solo para las mujeres que
convierten en delicias todo lo que tocan.
Si uno mira
en derredor, constata que los comensales se zampan el contenido del plato con
la avidez de los parroquianos que, después de una noche de copas, buscan
servirse una buena porción de chicharrón o fricasé, intentando reparar la
resaca que produce retorcijones en la panza y zumbidos en la cabeza.
El fricasé de
cerdo es un platillo típico del altiplano boliviano, aunque tenga su origen en
la cocina francesa y su nombre sea fricasseé.
Es un caldo picante que incluye trozos de carne, nudos, cuero y costillas de
cerdo. Este platillo se aliña con un aderezo de cebollas blancas finamente
picadas, comino molido, pimienta negra, dientes de ajo, finamente picados,
orégano desmenuzado y ají panca picante, lo que le confiere un color rojizo.
Después de una cocción de dos horas y media en la paila, al punto en que las
carnes están casi desprendiéndose de los huesos, el fricasé está listo para ser
servido en un plato hondo, preferentemente de barro cocido, con chuños negros y
un puñado de mote de maíz blanco, esparcido en el caldo humeante y aromático,
y, como es de rigor, se acompaña con llajwa,
que se muele en el batán de piedra que está en el patio, cerca de la puerta de
la cocina.
De pronto aparece, como salido de la nada, una perrita de nombre Beba y de raza shar pei (piel de arena), que merodea alrededor de las mesas y se asoma a los comensales, luciendo las arrugas en su frente y su hocico grueso, a la espera de que alguien le tire un trozo de carne, pero tiene que ser carne como su labio carnoso, porque, como catador de los sabrosísimos platillos que prepara su dueña. Eso sí, como todo gourmet de gusto delicado y exquisito paladar, no come ni roe huesos, menos los huesos que le arrojan con desprecio. Esta perrita longeva, que inspira amor y ternura, no solo es un animal de compañía sino también la celosa guardiana del restaurante, donde se pasea a paso lento, exhibiendo su pelo leonino, sus ojos oscuros, sus orejas caídas y su parada de medio metro, como si ella fuera la misma ama y señora de este restaurante donde se sirven platillos con sabor y estilo nortepotosinos, y que, en mérito a sus años de servicio, forma ya parte del patrimonio gastronómico y cultural de Uncía. Ojalá que este patrimonio no se muera nunca y que la afamada dama, de menuda estatura y sonrisa afable, sea reconocida por parte de las autoridades ediles con los mayores honores, por tratarse de un punto más de atracción turística, donde los visitantes de todo el país, urgidos por saciar el hambre y relajarse del cansancio, son acogidos con el corazón y las puertas abiertas de este restaurante tradicional, que desde un principio invita a retornar hacia el sabroso olor de sus pailas y el acariciante calor del fuego a leña que emanan las ennegrecidas k´onchas.
Al término de una buena comilona, doña Marujita se acerca a las mesas, llenas de platos, gaseosas y botellas de cerveza, para invitar, como un cariño de la casa, una jarrita de vino oporto a manera de asentativo para bajar y digerir mejor el chanchito. Las comidas y el vinito son delicias que deben probarse alguna vez en este restaurante uncieño, que parece la casa del jabonero, donde el que no cae…
lunes, 17 de julio de 2023
HOMENAJE EN HONOR A GUALBERTO VEGA YAPURA
Este pasado 17 de julio, en la sede del Sindicato
Mixto de Trabajadores de Catavi, en un sencillo, pero emotivo acto, se homenajeó
al dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue
asesinado hace 43 años en el edificio de la Central Obrera Boliviana (COB) y la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se
realizaba la reunión del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE),
la mañana del 17 de julio de 1980, fecha luctuosa en que el pueblo boliviano se
vistió de luto y los golpista, tras pedir la renuncia de la presidenta constitucional Lydia Gueiler,
se encaramaron en el poder por la fuerza de las armas y el respaldo del Alto
Mando Militar Boliviano.
Todo sucedió cuando decenas de oficiales y
paramilitares, entre los que había mercenarios argentinos al servicio de la Operación Cóndor, que asoló a los países
del Cono Sur de América Latina, llegaron en ambulancias de la Caja Nacional de
Seguridad Social a la histórica sede de los trabajadores bolivianos y
asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el edificio de la COB ubicado en
El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a desencabezar al movimiento obrero
y popular. Fue en esas circunstancias que los paramilitares, conocidos como los
novios de la muerte, dispararon ráfagas
contra la humanidad del líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado
Carlos Flores y el dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón
representante del Sindicato de Catavi y secretario de organización de la
Federación de Mineros.
Los directos responsables de este horrendo crimen
fueron los golpistas militares Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes,
obedeciendo órdenes de la CIA y los carteles de narcotraficantes asesorados por
el Carnicero de Lyon Klaus Barbie,
estaban dispuestos a imponer su política antinacional y proimperialista a
sangre y fuego. Durante este régimen de facto se prohibieron las libertades
democráticas y se desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes
políticos y sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió
el edificio de la Federación de Mineros, con ello los murales de Miguel Alandia
Pantoja, en un vano intento por destruir el rico legado de las luchas políticas
y sindicales de los trabajadores del subsuelo boliviano.
Si en 43 años no se realizó un justo homenaje en honor
a Gualberto Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como
todas las minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que
provocó el cierre de las empresas de la COMIBOL y la desocupación de miles de
trabajadores que fueron echados de sus fuentes de trabajo y expulsados de sus
viviendas con el epíteto de relocalizados.
Sin embargo, ahora que la población de Catavi está en un proceso de repoblarse
gracias al ritmo de la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la
Universidad Nacional Siglo XX, que
está construyendo nuevos establecimientos para algunas de sus carreras,
incluidas las de Formación Política Sindical, es indispensable desempolvar la
memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y rescatar la gloriosa
historia de esta población que, durante la pasada centuria, fue el centro motor
de la economía nacional y el escenario donde floreció el sindicalismo
revolucionario.
Asimismo, es digno reconocer el valioso esfuerzo de las
dirigentes del ex Comité de Amas de Casa Mineras
de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del Archivo Histórico
de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la encomiable iniciativa de
preparar el acto de homenaje en honor al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien
fue disparado a mansalva, a los escasos 35 años de edad, por un mercenario al
mando de los militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos
la democracia y el derecho al fuero sindical.
A pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños
han decidido recordar a quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los
proletarios y de los más pobres de este pobre país, donde la lucha
revolucionaria estuvo encarnada en personas honestas y modestas como fue Gualberto
Vega Yapura, cuya conducta personal estuvo determinada por la impronta de sus
convicciones ideológicas y religiosas.
En el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas
por los panelistas –el exdirigente de la FSTMB y exministro de Estado, Guillermo
Dalence, la expresidenta del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco,
la responsable del Archivo Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, el exdirigente
sindical y exalcalde de Llallagua, Tomás Quirós, y el exdirigente del sindicato
de Catavi, Octavio Carvajal–, se
trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura, destacando su límpida trayectoria
política, en defensa de la democracia, los derechos de los trabajadores y la
lucha antiimperialista del pueblo boliviano. También se hizo hincapié en su
actividad sindical, cultural, deportiva y poética de este insobornable luchador
social, cuya contribución al pensamiento revolucionario y la democracia
nacional, es un buen ejemplo para las nuevas generaciones de Catavi y el país
entero.
En consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener
vivo su pensamiento entre los niños, jóvenes y adultos de la población de
Catavi, donde Gualberto Vega Yapura tuvo su cuna de nacimiento y fue el
escenario de sus actividades culturales y deportivas, pero también el escenario
de sus luchas por una Bolivia más justa y libre de dictaduras civiles y
militares; más todavía, es preciso que uno de los salones del Sindicato Mixto
de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo de enaltecer su lucha a favor
de los más desposeídos y explotados, pero también a modo de perpetuar su
combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario y para que el pueblo
boliviano lo tenga siempre en la memoria.
En síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.