martes, 22 de febrero de 2011


UNA NOTICIA CONMOCIONÓ A SUECIA

El asesinato de Olof Palme, acaecido el 28 de febrero de 1986, aproximadamente a las 11 de la noche, salta a la memoria apenas se ponen los pies en Sveavägen. Lo extraño es que en la esquina de esta calle, donde el cuerpo cayó fulminado por el disparo, no quedan más rastros que una placa empotrada en el suelo, en cuya inscripción se lee: “På denna plats mördades sveriges statsminister Olof Palme” (En este lugar fue asesinado el primer ministro sueco Olof Palme).

A dos cuadras más allá, en el cementerio de la iglesia Adolf Fredrik y cerca del Cine Grand, donde asistió por última vez en compañía de su esposa, se encuentra su modesta tumba, en la cual destaca una lápida en forma de roca en lugar de un busto o un monumento de bronce. En la tumba no faltan las flores ni las visitas de quienes, en actitud de respeto y admiración, hacen acto de presencia con un silencio sepulcral, ya que los suecos, poco acostumbrados a los discursos solemnes y a la grandiosidad de los mártires, prefieren conservar a su carismático líder en el corazón que inmortalizarlo en una efigie de metal bruñido.

Olof Palme, a pesar de provenir de una familia acomodada, se inclinó hacia la causa de los desposeídos y abandonó los privilegios que le brindaba su entorno social. Los viajes por varios países, entre ellos Estados Unidos, donde obtuvo el bachillerato en Kenyon College de Ohio, le enseñaron a contemplar el mundo desde la perspectiva de la injusticia social, la desigualdad económica y la discriminación racial.

Todos coinciden en señalar que desarrolló una brillante carrera en las filas de la socialdemocracia desde 1953, año en que fue captado por el entonces primer ministro Tage Erlander, quien lo invitó a trabajar en su gabinete, donde ocupó varios puestos de importancia, hasta que fue elegido líder del Partido Socialdemócrata y primer ministro de Suecia en 1969.

En su ajetreada carrera política, como todo defensor del pacifismo e internacionalismo, realizó una labor significativa en la ONU durante el conflicto bélico entre Irán e Iraq. Adoptó posiciones radicales en defensa de las luchas de liberación en África, Asia y América Latina. Rompió relaciones con las dictaduras militares, condenó enérgicamente el holocausto nazi, la política del apartheid sudafricano y la guerra del Vietnam. Se declaró simpatizante de la Organización para la Liberación de Palestina, del régimen socialista de Salvador Allende y de la revolución cubana de Fidel Castro, a quien lo consideraba un buen amigo.

Sus ideas reforzaron las bases programáticas de la socialdemocracia europea y sus discursos controvertidos lo convirtieron en una de las personalidades más influyentes y polémicas de su época. La izquierda lo admiraba por sus ideales de justicia y libertad, mientras la derecha, atrincherada en las concepciones más reaccionarios y fascistas, lo consideraba su enemigo principal.

Su asesinato conmocionó al mundo entero. Nunca antes se había matado a tiros a un mandatario de Estado en las calles de Estocolmo. Cuando la noticia trascendió a la prensa, nadie se lo podía creer aquella mañana gélida y nevada del 29 de febrero, sino hasta que la televisión mostró el lugar donde se perpetró el crimen. Toda la nación quedó en estado de shock, como levitando en el vacío. Todos se preguntaban el porqué de este asesinato que, desde el primer instante, se trocó en una mancha de sangre y en una herida abierta en el subconsciente colectivo.

La investigación del caso, que sigue siendo uno de los más misteriosos en los anales de la historia criminal, ha costado mucho dinero y esfuerzo, pero nunca se llegó a saber, a ciencia cierta, quién fue el autor del crimen, por mucho que se invirtió millones en su captura y se formaron varias comisiones tanto a nivel de gobierno como a nivel de las fuerzas de seguridad de la policía sueca (SÄPO).

Su esposa, Lisbeth Palme, fue la única que alcanzó a ver al asesino, quien, tras descargar el arma de fuego, se alejó corriendo por las gradas de un callejón en penumbras; más tarde, durante el proceso de la investigación, declaró que el hombre que vio esa noche era Christer Pettersson, un alcohólico y toxicómano que fue detenido en 1988 y luego absuelto por falta de mayores evidencias.

El crimen, que generó una serie de “teorías de conspiración”, unas más incoherentes que otras, no se prescribirá el 28 de febrero de 2011, como en principio se tenía previsto, ni el aparato policial será declarado incompetente ante la opinión pública, aunque nunca hubo un Sherlock Holmes capaz de desvelar los móviles del crimen ni detectives capaces de dar con el paradero del asesino, quien apareció y desapareció esa misma noche como alma que lleva el diablo.

Lo cierto es que la muerte de Olof Palme, que tenía enemigos en el interior de los gobiernos racistas y dictatoriales de la época, pudo haber sido tramada y perpetrada por cualquier organización nacional o internacional. Los sospechosos se cuentan a montones. No se descartan a los agentes de la CIA ni al gobierno de Augusto Pinochet, cuyo yerno, Roberto Thieme, fue sindicado como el presunto asesino por el periodista sueco Anders Leopold en el diario chileno “La Cuarta”, el 7 de marzo de 2008.

El pueblo sueco, sin perder la paciencia ni las esperanzas, espera que algún día, más temprano que tarde, las instituciones pertinentes revelen el nombre y el rostro de los responsables de este alevoso crimen, para que sobre ellos caiga sin contemplaciones la justicia popular y todo el peso de la ley.

Olof Palme, pintura de Urban Engström

martes, 15 de febrero de 2011



Literatura y Compromiso, basado en las reflexiones de Víctor Montoya, proyecta las concepciones más profundas de un escritor comprometido con la realidad social, donde el arte y la literatura cumplen funciones tanto éticas como estéticas. El vídeoclip fue producido por Michel Gladú, en Montreal, Canadá, octubre de 2008.

CULTURA, VOCACIÓN Y COMPROMISO

Si consideramos que existe una interrelación entre cultura y sociedad, entonces es lógico que las manifestaciones culturales estén al alcance de las mayorías; de lo contrario, si las instituciones del Estado no cumplen con su deber de subvencionar la cultura, se corre el riesgo de que ésta se comercialice y se convierta en privilegio de minorías. Pero como los trabajadores de la cultura no quieren que el arte sea un privilegio reservado para unos pocos, claman por sus derechos y exigen que todos tengan acceso a las obras de arte, del mismo modo como tienen derecho a la educación, salud, trabajo, cine, teatro y otros.

Sin embargo, los escépticos alzan la voz y dicen que las instituciones del Estado no tienen el porqué subvencionar el arte. Incluso hay quienes tienen la osadía de considerar a los trabajadores de la cultura como a un grupúsculo de soñadores sin causa, sin tomar en cuenta que el artista, con sus proyectos y obras concretas, aporta con su granito de arena a la gran pirámide cultural, intentando mantener viva la historia, el idioma y las costumbres de la colectividad, sobre todo, si partimos del criterio de que la cultura, de la cual forma parte la literatura y el periodismo, se encarga de reflejar la imagen de la sociedad en la cual vivimos.

Los arquitectos de la palabra, que han imaginado y calculado el arco de los puentes cada vez más imprescindibles entre el producto intelectual y su destinatario, están dispuestos a construir esos puentes en la realidad, para que la literatura llegue allá donde bebe llegar, y no se convierta en un privilegio reservado sólo para las minorías, pues casi todos los trabajadores de la cultura, aun sin poder vivir holgadamente de las retribuciones del arte, están dispuestos a poner sus obras al servicio de las mayorías.

Compromiso social

Los escritores comprometidos, así creen obras intimistas, ligadas a las emociones del alma y las experiencias de la vida cotidiana, no dejan de denunciar las injusticias ni los atropellos a los Derechos Humanos. Si no lo hacen en forma de poesía, trocando sus versos en gritos de protesta y denuncia, lo hacen en forma de manifiestos o cartas exclamativas. Su pluma, como su genio, se convierte en una poderosa arma contra los sistemas de poder que, amparados en la ley de la impunidad, avasallan los derechos de los desposeídos. No es casual que en épocas de represión y censura, sean varios los escritores que crean una literatura de denuncia social, reflejando sin disimulos la situación auténtica de las clases marginadas, así como la insolidaridad e insensibilidad de las clases dominantes.

No es extraño que en los países asolados por dictaduras militares o civiles se hayan creado grupos de escritores que, asumiendo su responsabilidad de defensores de la memoria colectiva, rechazaron a los regímenes de facto y defendieron incondicionalmente los sistemas democráticos de consenso como vías más factibles para el desarrollo socioeconómico, la seguridad ciudadana y el libre ejercicio de la libertad de expresión y creación artística.

En Suramérica, por citar un caso, los escritores comprometidos se enfrentaron con la pluma y la palabra contra los regímenes dictatoriales, que transformaron sus países en campos de concentración, donde no era fácil distinguir los gritos de la tortura y la oratoria. Así, a pesar del pánico y el terror sembrado por las fuerzas represivas, los escritores presos y perseguidos no dejaron de testimoniar los acontecimientos de su época, conscientes de que la literatura prohibida y censurada es también una suerte de fuerza oculta, que aun estando en las catacumbas se parece a la semilla, que un día brota a la superficie para dar flores y frutos.

Si bien es cierto que la literatura social no puede transformar por sí sola un sistema político a través de la denuncia de la situación concreta de los oprimidos, es también cierto que la literatura, escrita en lenguaje claro y llano, ayuda a adquirir un compromiso político e intenta conseguir que las gentes sencillas sean conscientes de la opresión; un intento que no siempre es rescatado por quienes están acostumbrados a fijarse más en la forma que en el contenido de la obra.

Comercialismo y alienación

Vivimos en una época en que la moda en la estética o en el estilo de vida, es cada vez más sorprendente para todos, pues la cultura de la evasión de la realidad, a través de la ciencia-ficción conocida con el nombre de realidad virtual, hace que los jóvenes piensen más en la ropa de marca que en el arte y que las muchachas inviertan más dinero en píldoras mágicas para adelgazar que en libros. En tales condiciones, pareciera que los grandes ideales de la humanidad, como son la libertad, la justicia social y la democracia han sufrido una derrota transitoria ante la tiranía del mercado impuesto por el sistema imperante, cuya política económica, insensata y sin escrúpulos, ha condenado a la desesperación y la miseria a millones de seres humanos.

A la masiva propaganda de alienación desatada por los poderes de dominación, se suma la crítica de quienes desmerecen todo el valor que encierran las obras del llamado realismo social, cuya principal función, además de reflejar la realidad concreta de los desposeídos, es denunciar las injusticias imperantes en el mundo capitalista de hoy. Afortunadamente, los valores éticos y estéticos de las grandes mayorías no siempre coinciden con la opinión subjetiva de los críticos. La prueba está en que cuando se le pregunta al lector común quién fue el Premio Nobel de Literatura en 1965, no sabe qué contestar, porque no se acuerda el nombre del autor laureado o, simple y llanamente, porque no le interesa debido a que los gustos literarios no son iguales para todos. Pero cuando al mismo lector se le habla de literatura es muy probable que mencione las obras de los autores de su preferencia, de ésos que, a espaldas de las campañas publicitarias y las empresas editoriales, jamás fueron premiados ni mencionados por los académicos de la literatura. Lo que equivale a decir que no siempre la denominada buena literatura es buena para todos; al contrario, existen obras y autores que gozan del beneplácito de los lectores, ya que en la literatura, como en el arte en general, nadie ha escrito sobre gustos.

Aprendizaje y vocación

Para nadie es desconocido que la mayoría de los iniciados en el arte de la palabra escrita expresan sus ideas bajo la sombra de otros escritores cuyos textos están repletos de citas y datos bibliográficos, con los cuales son capaces de crear un clima de encendida polémica; más todavía, tienen a su favor los conocimientos y la virtud de saber defender sus ideas y obras contra viento y marea. Me refiero a esos escritores de fuste que no sólo se diferencian de los autores dados al espectáculo público y las cofradías de salón, sino también de quienes, acostumbrados a festejar sus efímeros triunfos entre bombos y platillos, escriben más por asumir una pose intelectual, que por una verdadera convicción y vocación.

En la literatura, como en las demás manifestaciones culturales, existen individuos dignos de admiración y respeto; primero, porque saben estructurar sus obras con capacidad magistral; y, segundo, porque aprendieron a vivir entregados apasionadamente a su arte, sin que por esto pierdan su sensibilidad humana ni su compromiso social. Por lo demás, la actividad literaria es un largo proceso de aprendizaje que, como cualquier otra profesión, requiere dedicación, disciplina y seriedad, al menos si se abriga la esperanza de crear alguna vez una obra que deje perplejos a los críticos y complacidos a los lectores.

viernes, 11 de febrero de 2011


EL ZORRO

Penetró en el corral disfrazado de gallo y mató a las gallinas una a una; dejó un reguero de sangre y de plumas. Al ser descubierto por el granjero, se tiró al suelo y se hizo el muerto; pero el granjero, conocedor de la astucia del zorro, le apuntó con la escopeta y, pensando que era mejor un zorro muerto que un zorro en el gallinero, le descerrajó dos tiros y le quitó para siempre el disfraz de gallo.

martes, 8 de febrero de 2011


EL TÍO EN MI CASA

Cuando los amigos me preguntan qué es de mi Tío -ese ser demoníaco que ahora habita en mi casa-, a veces, en un intento de esquivar la pregunta, me hago el sueco y opto por refugiarme en el sabio silencio, pero casi siempre, sin pelos en la lengua ni trabas en la mente, les cuento que mi Tío, desde el día en que llegó de Bolivia, cargado de su ch’uspa de coca y sus botellas de Singani, no ha dejado de sorprenderme con sus diabluras; se enamoró de mi mujer, sembró el temor entre mis hijos, y a mí, en cada una de nuestras farras, me ha dejado sin una gota de trago, como enseñándome en los hechos: quien se duerme chupando (la botella, se entiende), no tiene derecho a un ch’akiy para curar la cabeza.

Este mi Tío, que posee los atributos de los seres todopoderosos, se me ríe en las barbas y lanza un chasco cada vez que se le ocurre tomarme el pelo.

–No te hagas el cojudo, pues –dice–. Levanta la cabeza y ten orgullo, carajo. Si has tenido el coraje de traerme hasta la tierra de los vikingos, cómo no vas a ser capaz de escribir lo que te dicta el corazón. Escribir es tan fácil como abrir el grifo de la pila. Le das la vuelta a la izquierda y, ¡zas-zas!, chorrea el agua...

Yo lo miro abobado, pero como no quiero darme por vencido, y en procura de poner a salvo mi propia integridad, le saco a cuento las fascinantes historias de Hades y el Minotauro, de Mefistófeles de Goethe y el Satanás de Bulgakov.

–¡Macanas!, esas son puras macanas –refunfuña–. Escribe sobre mí y verás hasta dónde llegas...

Prefiero ni pensar en las insinuaciones de mi Tío. Mas él, al intuir mi miedo y verme meditabundo, me invita a tomar otro trago y añade:

–No te preocupes, no te llevaré al infierno, allí no te necesitamos. Qué haríamos con un escritor cuya vida se va trocando en un cuento. Por otra parte, tú sabes que los diablos de la mina somos temerarios sólo cuando nos friegan más de la cuenta y somos cariñosos y hasta dadivosos cuando nos tratan con cariño y respeto, incluso somos tan sensibles que sentimos los flechazos del amor de las chinasupay y las chinas morenas. ¿Qué te parece, eh? ¿Qué te parece?...

Con el Tío charlamos siempre de igual a igual, aunque desde el día en que tuvimos una disputa seria sobre la existencia de Dios, a quien lo considera su rival irreconciliable, ya no me atrevo a decirle mucho, pues apenitas levanto la voz, me clava su mirada de fuego y hace crujir sus colmillos como si triturara arena con los dientes. Así que, cuando nos sentamos frente a frente, dispuestos a fumar un cigarrillo y brindar por nuestra suerte, prefiero amarrarme la lengua y no meterme en temas que no me incumben; al fin y al cabo, si él tiene algún problema con Dios es su problema y no el mío. ¿O qué opinan ustedes?

A mí que me deje tranquilo. No lo traje a Suecia para que me meta en líos, sino para enterarle que aquí también se baila la diablada en su honor, que se arman procesiones con la Virgen a cuestas y se organizan jaranas que, entre ch’alla y ch’alla, nos retornan imaginariamente a las entrañas de la Pachamama. Cuando le cuento todo esto a mi Tío, quien en realidad es un ser subterráneo acostumbrado a los laberintos de la mina y la oscuridad, le entran hartas ganas de mostrarse a la luz del día y participar en el Carnaval de los bolivianos, al menos para echarles ojo a las hermosas danzarinas y pegarles un susto mientras menos se lo esperan.

Yo me mato de la risa de las ocurrencias de mi Tío, quien no ha perdido el brillo en el habla ni en la mirada. Está hecho de magia y fantasía, encarna los cuatro elementos de la naturaleza y explaya un gran sentido del humor, se burla de sí mismo, como si no se tomara en serio, y se ríe con sonoras carcajadas de los incrédulos que lo tiene sólo por Lucifer entre los luciferes.

¡Ah!, a los amigos que me han preguntado por mi Tío, les cuento que sigue vivito y coleando; tiene su infaltable cigarrillo en los labios, sus botellas de quemapecho, su coquita, sus serpentinas, confetis y confites, pues a este ser con cuernos, colmillos afilados, orejas de asno y ojos chispeantes, le gusta disfrutar de la vida, la buena comida y la abundante bebida. No es un esperpento cualquiera llegado de las catacumbas del infierno, sino uno de los personajes principales de la mitología andina. Él es el dueño de los minerales y el amo de los mineros, quienes le rinden pleitesía y le brindan ofrendas rogándole que les conceda salud, dinero y amor.

¿Qué más pueden pedirle los desheredados en esta Tierra? No lo sé... No lo sé... Déjenme pensarlo, mientras tanto ustedes tienen la palabra.

Glosario

Chinasupay: Diablesa.
Ch’uspa: Bolsa para llevar coca.
Ch’akiy: Sed, resaca.
Ch’alla: Brindar.