Mostrando entradas con la etiqueta otros autores. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta otros autores. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de febrero de 2025

MARIO VARGAS LLOSA. 

LOS ORÍGENES DE SU VOCACIÓN LITERARIA

Lo fantástico y maravilloso de América Latina no solo está presente en su realidad compleja y contradictoria, sino también en sus escritores contemporáneos, como es el caso del escribidor Varguitas, cuya vida y obra ha hecho correr cántaros de tinta, especialmente en Europa y Estados Unidos, donde despertó el interés de las revistas, los simposios, las tesis y, sobre todo, el interés de los estudiosos de la literatura hispanoamericana.

Desde la publicación de su libro de relatos; Los jefes, en 1958, no ha dejado de ser una maquinaria de palabras, personajes e historias. Cada nueva novela que ha publicado, desde La ciudad y los perros, ha sido siempre más larga y densa, con flecos sueltos que el lector debe anudarlos para comprenderlas mejor.

Si afirmamos que sus obras son un vasto testimonio social, por abarcar gran parte de la realidad peruana, lo más probable es que nos conteste que no, puesto que para él: la literatura no es una rama de la sociología, a diferencia de lo que opinaba José Carlos Mariátegui, para quien la literatura jamás fue algo independiente de las demás remas de la historia.

De cualquier modo, Lima y los cadetes en La ciudad y los perros, el burdel y el convento en La casa verde, las prostitutas y el cuartel en Pantaleón y las visitadoras, la taberna llamada La Catedral en Conversación en La Catedral y su más auténtica autobiografía en La tía Julia y el escribidor, son espejos que reflejan las mil y una caras del Perú, desde un extremo distinto al de Ciro Alegría y José María Arguedas.

La temática Vargasllosiana, a excepción de la La guerra del fin del mundo, fue arrancada de su propia experiencia. Tanto las escenas como los personajes son realidades que ha vivido y conocido el autor desde su más tiernas adolescencia. Ahora bien, si a Vargas Llosa le gusta ser el protagonista de sus cuentos y novelas, ¿por qué no existe un solo libro que recoja las experiencias de su infancia? Será que este período de su vida fue tan armonioso que no le sirvió de base para estructurar una novela, aferrado a la idea de que solo las experiencias caóticas, llenas de fantasmas y demonios, son capaces de tomar forma ordenada en una obra literaria.

Sin embargo, a muchísimos años de haber abandonado Bolivia, él mismo nos dio algunas pautas de su infancia, en un extenso artículo publicado en el diario español El País, en el que dice: De uno a diez viví en Cochabamba, Bolivia, y de esta ciudad, donde fui inocente y feliz, recuerdo, más que las cosas que hice y las personas que conocí, las de los libros que leí: ‘Sandokán, Nostradamus, Los tres mosqueteros, Cagliostro, Tom Sawyer, Simbad’.

Las historias de piratas, exploradores y bandidos, los amores románticos y, también, los versos que escondía mi madre en el velador (y que yo leía sin entender, solo porque tenían el encanto de los prohibido) ocupaban lo mejor de mis horas.

Como era intolerable que los libros que me gustaban se acabarían, a veces, les inventaba nuevos capítulos o les cambiaba el final. Esas continuaciones y enmiendas de historias ajenas fueron las primeras cosas que escribí, los primeros indicios de mi vocación de contador de historias.

Esta confesión del escribidor Varguitas, nos es suficiente para saber que las raíces de su vocación literaria se hallan en esa hermosa tierra valluna, donde no solo nació el rey del estaño boliviano, sino también un presidente que fue colgado de un farol frente al Palacio Quemado.

Aquel niño de sonrisa abierta, que se contaba historias a sí mismo para dormir y soñar con ser marinero en un país que no tiene mar, pronto llegaría a ser una de las figuras más importantes de la novelística latinoamericana y una verdadera autoridad en literatura universal, a quien hoy todos quieren estrecharle la mano, incluso los monarcas del Viejo Mundo.

Sin lugar a dudas, así como Vargas Llosa es consciente de que las películas de aventuras que vio en los cines cochabambinos y los libros que leyó con cariño le sirvieron de estímulos en su carrera de escribidor, es también consciente de que su literatura está objetivamente concentrada en el Perú, a pesar de haber vivido tantos años en un país acorralado por los golpes de Estado.

Por otro lado, lo que hasta ahora no ha acabado de comprender es: ¿Por qué escribe? ¿Qué es escribir? Lo único que sabe Varguitas, después de haberse consolidado como escritor, es que siempre ha vivido acosado por la tentación de convertir en ficción todas las cosas que le pasaban en carne propia. Quizás por eso sea el mejor escribidor de su propia historia.

Cuando retornó al Perú, haciendo sonar las erres y las eses, la primera impresión que se le apoderó en Camaná, ciudad costera ubicada en el departamento de Arequipa, fue ver las olas bravías de la mar, donde se zambulló y le picó un cangrejo, vaya a saber en qué lugar.

No obstante, solo más tarde aprendió a conocer la verdadera realidad del Perú; concretamente, cuando ingresó al Colegio Militar Leoncio Prado, que era un microcosmos de la sociedad peruana, rodeado por muros grisáceos, en donde lo único que interesaba era tener huevos de acero.

Mario Vargas Llosa es el arquetipo del escritor profesional cuya actividad puede ser comparada con la de un oficinista, que se levanta a la siete de las mañana y a las ocho está ya trabajando con todo el furor de su alma, porque, en su opinión, el escritor debe trabajar como un peón. Cuando aún era adolescente no sabía de donde robar tiempo para la escritura y, cuando era joven, su aspiración era llegar a ser como el plumífero Pedro Camacho.

Con el transcurso del tiempo, sus ilusiones se trocaron en realidad, ya que desde que llegó a Madrid para obtener el doctorado en Derecho, y luego a París, donde vivió siete años y trabajó como periodista, no simplemente tuvo tiempo para leer sino también para escribir.

Para este autor, que odia su país con ternura, la literatura no se ha limitado a ser una actividad de fines de semana o de vacaciones, sino la obsesión de su vida, una especie de esclavitud en la que uno encuentra una extraordinaria libertad.

Mario Vargas Llosa, a lo largo de su trayectoria, ha escrito ensayos, obras de teatro, novelas y artículos de periodismo, oficio al que está agradecido por haberlo nutrido de valiosas experiencias. De no haber sido el periodismo, jamás hubiera podido escribir ‘Conversación en La Catedral’, ni buena parte de ‘Los cachorros’, ni ‘La casa verde’, Y, con mayor razón, ‘La tía Julia y el escribidor’, confesó este autor peruano, cuya vocación literaria despertó leyendo libros de aventuras, mientras transcurría su infancia en la ciudad valluna de Cochabamba.  

domingo, 9 de febrero de 2025

MILAN KUNDERA, EL ESCRITOR DISIDENTE

Este escritor checoslovaco nació en Brno, en 1929, y falleció en París, en 2023. Ya durante la Primavera de Praga ejercía la cátedra de cinematografía y escultura. Su novela, La broma (1967), batió el récord de ventas en todas las librerías. Solo en 30 días se agotaron más de 120.000 ejemplares. Cuando se la llevó a la pantalla, fue la película más taquillera del año.

Obtuvo el Premio de la Unión de Escritores Checoslovacos en 1968. Luego del proceso de liberalización, que fue derrotado por los tanques del Pacto de Varsovia, La broma fue prohibida y retirada de las bibliotecas, acusada de que su leitmotiv reivindicaba la imagen de Trotsky y se burlaba de los lemas sagrados de la época estalinista.

Milan Kundera se estableció en París desde 1975 y desde 1979 fue privado a su nacionalidad. A poco de abandonar su ciudad, encandilado por la gran rebelión húngara, la Primavera de Praga y los movimientos estudiantiles polacos de 1958, 1968 y 1970, intentó explicar el avasallamiento cultural del que estaba siendo objeto su país por parte de una potencia limítrofe, con la que jamás tuvo ningún contacto a lo largo de su milenaria historia.

Cada vez que dictaba una conferencia o concedía una entrevista, aprovechaba el menor resquicio para denunciar los atropellos que cometía la Unión Soviética en contra de la libertad de expresión en Checoslovaquia, debido a que algo semejante no había ocurrido ni siquiera bajo la ocupación del nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

Me veo a mí mismo como uno de los últimos artistas de la gran cultura centroeuropea, que está a punto de ser masacrada –decía–, porque lo que está pasando en Europa central es precisamente la masare de su cultura (…) Todo proviene de allí: el psicoanálisis, el estructuralismo, la dodecafonía, el teatro del absurdo.

A pesar del regusto de la nostalgia y la ira acumulada, Kundera era un autor leído y reconocido en los países de Occidente. Recibió muchos premios y diversas distinciones. Sus novelas: La broma, La vida está en otra parte, El libro de la risa y el olvido y La insoportable levedad del ser, han sido traducidas a varios idiomas.

Parece extraño, pero sus libros son similares en forma y contenido. La primera tiene su germen en los años del estalinismo en Bohemia y su declive en 1965, la segunda recoge los acontecimientos que conmovieron a su país en 1968 y El libro de la risa y el olvido cuenta la historia de una hermosa mujer, cuyo exilio va borrando de su mente a su esposo, su ciudad y los recuerdos de su pasado. Son libros que están lejos de parecerse a las novelas históricas y a las crónicas políticas, ya que para Kundera, la creación literaria, más que ser una sarta de verdades morales o una fuente de profecías sociales, es la síntesis de la filosofía, la narración, los sueños y la autobiografía. No me gusta reducir la literatura a una lectura política –sostenía–, aunque la palabra disidente significa suponerle a uno una literatura de tesis. En efecto, Kundera hacía mucho que trazó la línea divisoria entre el verdadero valor estético de la novela y la profecía política del ensayo o el panfleto literario de segunda categoría.

Como pocos de los intelectuales de los países del Este exiliados en Occidente, Milan Kundera se sentía incómodo en su papel de disidente, ya que, a pesar de estar lejos de su tierra, vibraba junto a los acontecimientos que sacudían a Europa central, donde la buena literatura brillaba por su ausencia, y no porque faltaran artesanos de la palabra escrita, sino porque publicar esta literatura implicaba someterse a una censura puntillosa o bien arriesgarse en el azaroso mundo de las ediciones clandestinas.

Milan Kundera, al margen de sus novelas salpicadas de erotismo y exentas de todo realismo mágico, ha publicado innumerables artículos que versa sobre el arte de escribir y la situación geopolítica de los países que dependían de la Unión Soviética.

Este escritor checo, que tenía los pies puestos en Occidente y su corazón en el Este, entró y salió de París, esperanzado en que algún día pudiera retornar a la ciudad que lo vio nacer, y confiado en que el movimiento popular polaco, organizado en torno a Solidaridad, pudiera arrancar mayores concesiones al régimen de Jaruselsky. Mientras tanto, siguió siendo un disidente que se comparaba con el piano de Frédéric Chopin: Pienso a menudo en Chopin –confesó–. La ocupación rusa le impide volver a su Polonia nativa (…) En Varsovia, catorce años después de su muerte, los soldados rusos tiran su piano por la ventana del cuarto piso. Hoy toda la cultura de Europa central comparte la suerte del piano de Chopin.

martes, 3 de diciembre de 2024

AQUÍ TAMBIÉN SE ESCRIBE

(El Norte de Potosí en Letras)

En la primera edición, que salió a luz gracias a los auspicios de la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, como parte de su serie de Literatura Minera, no se incluyó a todos los autores/as del norte de Potosí, sino solo a los oriundos de Uncía, Llallagua, Siglo XX, Catavi y Cancañiri. Sin embargo, tiempo después, se decidió contemplar a todos quienes aportaron a la cultura nortepotosina, con la finalidad de que el proyecto sea más completo e incluyente. Así que, además de los autores/as de la provincia Rafael Bustillo, se incorporó también a otros que nacieron en la provincia Chayanta, Bernardino Bilbao Rioja, Charcas y Alonso Ibáñez, regiones que durante la Era de la Plata tuvieron una enorme importancia económica para la Villa Imperial de Potosí y una gloriosa historia en la época de la colonia, al surgir las rebeliones indígenas lideradas por Tomás Katari, que dieron nacimiento a la independencia del Ato Perú y al Estado republicano en el siglo XIX.

Está comprobado que la contribución intelectual del norte de Potosí ha sido –y sigue siendo– de gran valor para la cultura boliviana, donde no siempre se considera a los autores/as que jamás fueron mediatizados, porque se mantuvieron en el silencio y, en muchos casos, en el olvido. Ésta ha sido una de las razones que nos motivó a realizar este trabajo que se fue haciendo de manera lenta pero segura, al menos para que sirva como una piedra de toque para otros estudiosos e investigadores interesados en echar más luces sobre un tema que no solo es de incumbencia de los habitantes de esta región, sino de todo el país, donde la mayoría de los intelectuales nortepotosinos son unos ilustres desconocidos.

Esperemos que esta iniciativa sea un fuerte aliento para que los más jóvenes se inclinen por seguir los pasos de estos hombres y mujeres que nos dejaron –y todavía nos dejan– un rico legado bibliográfico, con diversos temas que demuestran la pluralidad de intereses y pensamientos en una región donde parecía no haber una actividad cultural de alta envergadura y competencia. Los autores/as presentados en esta publicación son una muestra de que en el norte de Potosí no solo hubo ricas vetas de preciados metales, sino también ricas vetas en materia intelectual. Descubrirlos es nuestro deber y darlos a conocer es nuestra obligación.

Por otro lado, en la presente edición es oportuno referirnos a algunos aspectos que nos permiten despejar las dudas que manifestaron algunos lectores en torno a la primera edición (incompleta) de Aquí también se escribe (Catavi, 2020). En primera instancia huelga aclarar que esta publicación no contó con el financiamiento de ninguna institución pública ni privada, al margen del apoyo incondicional de Lourdes Peñaranda Morante, que es amante de los libros y una de las impulsoras del rescate de la memoria histórica, social y cultural de los centros mineros de la zona nortepotosina.

Desde el instante en que se concibió la idea de elaborar una compilación de todos los aportes intelectuales publicados en formato de libro, sin la intención de excluir a nadie, salvo a quienes publicaron sus trabajos en forma de folletos y en coautoría, no por una decisión autoritaria, sino por tener en consideración algunos parámetros que nos permitan ser justos a la hora de tomar en cuenta a los autores/as que tienen uno o más libros en su quehacer intelectual.

Aquí no se pretende aplicar el calificativo de escritores, con todas las connotaciones del caso, a todos quienes están contemplados en esta compilación, ya que no todos se dedican, por vocación o de manera profesional, a la creación de obras literarias, sobre todo, si se trata de textos literarios que deben tener un estilo re-creativo e imaginativo, un lenguaje lúdico, figurado y metafórico, para así cumplir con su función expresiva; características que no tienen necesariamente los textos no literarios, que se encargan, en primera instancia, de informar, persuadir, describir o exponer una temática que, por lo general, requiere de una bibliografía y notas al pie de página.

En nuestro concepto, los escritores son quienes crean obras literarias, tanto en verso como en prosa, a través de las cuales transmiten sus ideas y sentimientos, pero desde una perspectiva artística o estética; es decir, usando el lenguaje escrito como un instrumento que les permita expresar los pensamientos, reales o ficticios, a través de los poemas, cuentos, novelas, piezas de teatro y otros géneros literarios en los que la inventiva, más que los elementos fácticos o teóricos, juega un rol esencial y determinante; algo que no siempre está presente en los textos no literarios. En consecuencia, como observará el atento lector, en esta compilación, la mayoría de los autores/as cuentan con obras de carácter más técnico, científico, didáctico y ensayístico.

Asimismo, a la hora de elaborar esta compilación, no se ha considerado la estructura, el contenido ni el aspecto estilístico. Tampoco las faltas sintácticas, semánticas, ortográficas ni gramaticales, debido a que la idea principal no fue corregir erratas, defectos e insuficiencias, sino presentar en un solo volumen a los hombre y las mujeres que tienen un libro en su haber; una publicación que, como tal, reúna una serie de criterios básicos que definen a un libro, como son la cantidad de páginas, la encuadernación con lomo, tapas duras o rústicas, créditos de la editorial y otros.

En este sentido, esta compilación no es una antología, con textos recopilados de manera selectiva, porque de haberse elegido solo los textos literarios, por su calidad ética y estética, no hubieran quedado más que un puñado de esta camada de autores/as que representan a las cinco provincias del norte de Potosí. La mayoría no son figuras consagradas en la vida cultural boliviana, salvo raras excepciones que, aparte de haber dedicado su tiempo a la lectura y su talento a la escritura, alcanzaron cumbres elevadas en la constelación política y literaria del país.

Finalmente, antes de emprender con la presente compilación, en coordinación con Lourdes Peñaranda Morante, responsable de la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, estaba convencido de que elaborar esta compilación, con paciencia y gran pasión, y que un día será un libro de consulta para maestros y estudiantes, era una tarea pendiente en los anales de la vida cultural del norte de Potosí.

Una vez expuestas las motivaciones y justificaciones de esta publicación, que fue hecha con absoluta modestia y ética profesional, no queda más que someterla a consideración de los lectores, quienes tienen, como casi siempre, la última palabra.


 

lunes, 7 de octubre de 2024

PRESENTACIÓN DEL LIBRO GUILLERMO LORA, 

EL ÚLTIMO BOLCHEVIQUE, VOL. 2

En la ciudad de El Alto, como era de esperarse, se presentará el libro  Guillermo Lora, el último bolchevique, Vol. 2, del periodista Ricardo Zelaya Medina. El evento se realizará el martes 8 de octubre, a Hrs. 18:30, en el Centro ALBOR Arte y Cultura (zona Villa Tejada Rectangular, Av. Cívica N° 517, frente a la iglesia Virgen del Rosario). Los auspiciadores, junto al autor del libro, dieron a conocer que el escritor Víctor Montoya será el único comentarista de la obra.

Guillermo Lora (Uncía, 1922 – La Paz, 2009). Militante y dirigente del Partido Obrero Revolucionario (POR) –fundado por José Aguirre Gainsborg en1935– desde principios de la década de 1940 hasta su muerte  Fue uno de los intelectuales e ideólogos que más aportó en Bolivia, con obras que son de indiscutible valor socio-político e histórico, y verdaderas contribuciones en el ámbito del sindicalismo nacional y la organización trotskista, que tanta influencia tuvo en la formación de la conciencia de clase del proletariado y la formulación del programa revolucionario de los obreros, campesinos y clases medias empobrecidas.

El libro, con veinte nuevas entrevistas, elaborado con verdadera pasión y paciencia por el comunicar y activista cultural Ricardo Zelaya Medina, es una obra que no deja indiferente a nadie, sean estos militantes o simpatizantes del POR o contrincantes políticos del líder trotskista, quien jamás traicionó sus principios ideológicos ni retrocedió un solo milímetro ante las amenazas e insinuaciones de la burguesía nacional y el imperialismo.

La obra de Ricardo Zelaya Medina es una buena base y el principal referente para quien se anime a escribir la biografía completa de Guillermo Lora, revolucionario profesional y figura descollante en el escenario político de la izquierda boliviana, no solo porque redactó la famosa Tesis de Pulacayo –documento aprobado en el Congreso Extraordinario de la Federación

Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en 1946, como el principal programa sindical de lucha contra los regímenes de la rosca minero-feudal, que plantea la necesidad de forjar la revolución y dictadura proletarias–, sino también porque es el autor de la monumental Historia del movimiento obrero boliviano, cuyos tomos son de lecturas obligaría para quienes se interesan en conocer las épicas historias de los irreconciliables enemigos del sistema capitalista.  

Este ideólogo del trotskismo nacional e internacional, además de habernos dejado un regio legado de su genialidad en 70 tomos, la obra bibliográfica más extensa publicada por un intelectual boliviano, era un magnífico agitador y panfletista. Publicó semanalmente, y por más de medio siglo, el periódico orientador y organizador Masas, un panfleto partidista que tenía –y sigue teniendo– una considerable difusión en las minas, el campo y las ciudades.

Las opiniones vertidas por los veinte entrevistados, que forman parte de la obra Guillermo Lora, el último bolchevique, Vol. 2, de Ricardo Zelaya Medina, echan más luces sobre la personalidad y compromiso revolucionario del histórico dirigente del Partido Obrero Revolucionario (POR). 

viernes, 5 de abril de 2024

FERIA DEL LIBRO Y CONFERENCIAS EN ORURO

En el marco de la Feria del Libro, a realizarse entre el 8 y 9 de abril, se dictarán tres conferencias en torno a la literatura infantil y juvenil, en el Salón “Luis Ramiro Beltrán”, el martes 9, a Hrs. 18:00. El evento está organizado por la Secretaria Municipal de Oruro, la Asamblea Legislativa Departamental y el Centro de Investigación y Estudios Lingüísticos y Literarios. Las conferencias, destinadas principalmente a los/las docentes, estarán a cargo del escritor potosino Rimberty Mamani Herrera, el escritor y pedagogo Víctor Montoya y la Dra. Práxides Hidalgo Martínez. 

jueves, 28 de marzo de 2024

HOMENAJE AL YARAWIKU WILLY FLORES

En el marco de la Primera Feria Internacional del Libro en El Alto, realizado entre el 7 y 17 de marzo, en la Terminal Metropolitana de la ciudad, se rindió un merecido homenaje al poeta, declamador, actor y dramaturgo alteño Willy Flores.

El acto central, en el que además se presentó su libro Los caminos del yarawiku, contó con la presencia de numeroso público, los declamadores jóvenes y niños del Centro ALBOR Arte y Cultura, más la participación del poeta aymara Clemente Mamani y el escritor Víctor Montoya, quienes destacaron, tanto en español como en aymara, la vida y obra del yarawiku y amauta Willy Flores (Ilabaya, 1979 – El Alto, 2020); un personaje destacado en el ámbito sociocultural de la ciudad más joven de Bolivia, donde aprendió a hablar el español en la escuela primaria, a declamar poemas en su adolescencia, obteniendo, en varios certámenes, los primeros lugares con sus interpretaciones poéticas. Fue fundador y director del Centro ALBOR Arte y Cultura desde 1997 hasta el día de su llorado fallecimiento, que fue provocado por la sañuda persecución política que se desató en su contra, por el simple hecho de haber sido empleado público del Ministerio de Culturas, después de los fatídicos acontecimientos en noviembre de 2019.

Puso en escena varias piezas de teatro, entre ellas, Las venas abierta de América Latina, basada en la afamada obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano, y Bolivia Diez, en la que se refleja la historia de Bolivia y, específicamente, de la ciudad de El Alto, donde se recogen escenas que retratan la Guerra del Gas (octubre de 2003), las diversas convulsiones populares contra las dictaduras militares y los gobiernos neoliberales, sin omitir las masacres perpetradas por las fuerza de represión contra los obreros, campesinos y pueblo en general.

En palabras de Víctor Montoya, el poeta, actor y dramaturgo Willy Flores desarrolló un teatro de compromiso político. Estaba convencido de que, al mejor estilo de Bertolt Brecht, el arte servía también como un instrumento de transformación social, una nueva forma de hacer teatro revolucionario en tiempos en que la sociedad necesita de la concurrencia militantes de sus artistas para transformar las estructuras del sistema capitalista.

No cabe duda de que Willy Flores estaba ligado a sus raíces aymaras y al sentir de su pueblo cuando escribía sus poemas y sus piezas de teatro, que eran una suerte de gritos de protesta y denuncia contra las injusticias sociales y las discriminaciones raciales, Nunca cesó en su afán de crear conciencia crítica entre los espectadores y actores. Su contribución teatral y poética ha dejado profundas huellas en la población alteña, sobre todo, entre los jóvenes y niños, a quienes les dedicó lo mejor de su tiempo y su talento, como quien siembra un día semillas en las bellas artes de la poesía y el teatro, con la esperanza de que otro día florezcan con conciencia social y sabiduría.

Al finalizar el acto y durante la clausura de la Primera Feria del Libro en la ciudad de El Alto, el Gobierno Autónomo Municipal y las instituciones auspiciadoras de este importante evento cultural, hicieron entrega de un reconocimiento a Willy Flores, en manos de su viuda María Elena Cárdenas, actual directora del Centro ALBOR Arte y Cultura.    

viernes, 21 de abril de 2023

UNA CRÓNICA SOBRE EL MULTIFACÉTICO JAIME MENDOZA

Ya se encuentra en circulación un nuevo folleto del escritor Víctor Montoya, quien aborda, desde una perspectiva muy personal, las curiosas facetas del autor chuquisaqueño, que durante varios años vivió en la población de Uncía, donde trabajó como médico y escribió algunas de las obras más importantes de su producción literaria.

Jaime Mendoza Gonzáles (Sucre, 1874 – 1939). Médico, escritor, docente y político. Ejerció su profesión en los hospitales de Uncía y Llallagua, al norte del departamento de Potosí, donde conoció de cerca la dramática realidad de los trabajadores mineros, quienes son los protagonistas de su primera novela, En las tierras del Potosí (1911), cuyas páginas reflejan los antagonismos sociales y las paupérrimas condiciones de vida de los indígenas y mestizos proletarizados.

El folleto, intitulado La casa de Jaime Mendoza en Uncía, lleva el sello de Ediciones la Cueva del Tío, que desde el 2022 viene publicando textos relacionados con el rescate de la memoria histórica de los centros mineros del norte de Potosí. Los responsables de la selección de materiales, tanto en verso como en prosa, han manifestado que tienen planificado seguir editando las crónicas y los ensayos del escritor Víctor Montoya, conocido cultor de cuentos y novelas de ambiente minero.

 

miércoles, 18 de enero de 2023

CANCAÑIRI VUELVE A NOSOTROS EN CORAZÓN DE ESTAÑO

Hace un tiempo atrás, por esas raras coincidencias de la vida, tuve la oportunidad de conocer a Jorge Moya Oporto en la Feria Nacional del Libro organizada en la población minera de Llallagua, donde me dedicó su primer libro Cancañiri, una obra escrita con amor y nostalgia en torno a los campamentos mineros ubicados en las laderas del Cerro Azul, donde se encuentra una de las bocaminas emblemáticas de la minería boliviana, que a principios de la pasada centuria pertenecía a la Compañía Estañífera Llallagua, propiedad de un consorcio chileno, y posteriormente al magnate Simón I. Patiño, quien amasó una inconmensurable fortuna a cambio de la miserable vida de los trabajadores, quienes, una vez organizados en sindicatos combativos, impulsaron la nacionalización de la minas tras el triunfo de la revolución nacionalista de 1952.

Tiempo después, el profesor Jorge Moya me sorprendió con la edición de Corazón de estaño, que, a manera de continuación de su primer libro, sigue narrando la historia de los campamentos mineros de Cancañiri, como quien persiste en contar las aventuras y desventuras de una colectividad que tuve su importancia durante el auge de la industria minera dedicada a la exploración, explotación y comercialización del estaño boliviano. En este contexto, el libro Corazón de estaño aporta al rescate de la memoria colectiva y al rescate de una historia que, de otro modo, corre el riesgo de perderse bajo los mantos del olvido.

Ahora bien, sin memoria no puede haber historia; sin imaginación, la historia se convierte en un libro cerrado. Corazón de estaño, del profesor Jorge Moya Oporto, emerge de la necesidad de narrar las realidades y fantasías de su terruño natal. Sus hombres y mujeres –también sus niños– emergen de los campamentos mineros que estuvieron ubicados en los alrededores del oscuro socavón de Canacañiri y la indescriptible luz solar que ilumina las faldas de los cerros del altiplano, donde la belleza agreste e inquietante es acariciada por calurosos días en verano y por penetrantes fríos en invierno.

Las consecuencias de la relocalización

Después de la llamada relocalización, que se inició en 1986, tras el cierre de la minería nacionalizada y la Marcha por la Vida de los trabajadores de la Comibol, de cancañiri, donde había teatro-cine, escuela, pulpería, compresora, maestranza, sede del Club Miners, cancha de básquet, iglesia, botica, estación de trenes y varios campamentos mineros, no ha quedado casi nada, y lo poco que ha quedado, refugiándose entre los pliegues de los cerros escapados y el recuerdo de sus antiguos habitantes, es la desolación, el olvido y la nostalgia. Por lo tanto, desde el Decreto Supremo 21060 de 1985, el cierre de las minas y la forzosa relocalización de sus habitantes, Cancañiri se ha convertido en la región minera más pobre de la pobre capital departamental que es Potosí; una ciudad colonial que, a pesar de su pasado esplendoroso y sus ingentes riquezas naturales, está considerada como una de las más pobres de un país enclaustrado que, a su vez, es una de las más pobres del continente americano.


Sin embargo, a pesar de los pesares, algunos mineros permanecieron allí, sin saber dónde ir ni qué dar de comer a sus hijos, hasta que se reorganizaron en cooperativas para seguir explotando, por cuenta propia y sin seguridad industrial, como en la época de la colonia, las pocas vetas que quedaron en las oquedades de las galerías, donde el Tío de la mina, única deidad telúrica de la mitología minera y la cosmovisión andina, es el único que sobrevive gracias a las ch’allas y los k’arakus, la coca, los cigarrillos y el alcohol, que los mineros le ofrendan cada vez que le piden permiso para horadar las rocas en busca del preciado metal del diablo.

La febril actividad comercial y cívica que se desarrollaban frente a la bocamina, maestranza y pulpería, en la actualidad no son más que recuerdos anclados en la memoria, así como se testimonia en Corazón de estaño, un libro en el cual se rescata la memoria colectiva de los cancañireños que todavía están en vida, con el único afán de rememorar los acontecimientos  históricos y los ajetreos de la vida cotidiana de lo que alguna vez fue Cancañiri; un importante enclave de la producción minera, un conjunto de campamentos donde vivían familias hacinadas en cuartuchos que fueron derruidos por la desidia y el tiempo, como si un implacable ventarrón hubiese arrasado con todo lo que encontró a su paso.

El autor, a través de cuatro turistas franceses interesados en conocer las tierras mineras, tiene la intención de explicar, de manera didáctica, los antecedentes y las consecuencias de la explotación mineralógica del norte de Potosí, para luego declinar hacia el llamado vehemente de los pobladores, quienes deben acudir al llamado de la conciencia para que, unidos en una sola organización social, puedan emprender nuevos proyectos con el propósito de preservar lo mucho o lo poco que queda de Cancañiri, donde hace falta el concurso de todos para evitar que desaparezca del mapa. No en vano, el mismo autor apunta en la dedicatoria del libro: Los años me permitieron volver a verte, luego de haber transcurrido casi tres décadas de ausencia, desde el día en que salí de tu regazo y… te encontré desmantelada y destruida por las inclemencias del tiempo y principalmente por la explotación desmedida del estaño, tanto así que me brotaron lágrimas de dolor, sin que ninguno de nosotros, los cancañireños, oportunamente, hayamos hecho algo por evitar ese deterioro y destrucción, como ahora, cuando solamente nos importa la circunstancia presente, sin pensar en hacer planteamientos serios o proyectos de envergadura y emprendimiento, para que en el futuro podamos decir: ¡Soy ‘llamacancheñ’ (del canchón de llamas) con mucho orgullo!

Se trata de una obra que, de manera sucinta y cronológica, aborda un abanico de temas, desde la época del incario hasta el encuentro anual de los cancañirenos, pasando por el fastuoso Carnaval de Oruro y el nacimiento de la industria minera impulsada por los tres Barones del Estaño (Patiño, Hochschild y Aramayo). Aunque el autor, consciente o inconscientemente, hace hincapié en el destino de los hijos de esta tierra minera, que todavía viven dispersos en las diferentes ciudades de un país que fue bautizado como Bolivia en honor al Libertador de cinco naciones.

El libro contempla una parte de la historia nacional, desde el primer capítulo que, a través de la curiosidad de los turistas franceses, nos introduce en los mitos de creación y las estructuras socioeconómicas de las culturas precolombinas de Bolivia, hasta el último capítulo que, a partir de una experiencia personal, nos narra los encuentros de los cancañireños, que actualmente viven en la diáspora, desperdigados a lo largo y ancho del territorio nacional, abrigando la memoria reflejada en las fotografías de antaño, en esas cartulinas con tonalidad sepia provenientes de diversos álbumes personales, incluidas al final del libro, donde se dibujan los rostros de quienes, en la centuria pasada, dieron vida al centro minero de Cancañiri.


Iniciativas personales y encuentro de cancañireños

El esfuerzo personal de Jorge Moya, por registrar y conservar la memoria histórica de un centro minero, que fue pequeño en demografía y grande en producción estañífera, es encomiable desde todo punto de vista, no solo porque se constituye en un valioso aporte para la historiografía del país, sino porque es un material de consulta para cualquier ciudadano interesado en desentrañar los recovecos de la vida social, política, cultural, deportiva y tradicional de una colectividad compuesta por personas de procedencia diversa, que se dieron cita en las laderas del cerro pedregoso y polvoriento, una vez que se abrió el socavón y la Compañía Estanífera Llallagua requirió de mano de obra barata para explotar, en tres turnos, el yacimiento de estaño, que hizo ricos a los empresarios y pobres a quienes vendieron sus pulmones a cambio de míseros salarios.

En el mes de septiembre de cada año, los cancañireños, que suelen profesar su fe hacia el Cristo de la Exaltación, se reúnen en encuentros a los que asisten para rememorar su pasado hecho de vivencias personales y anécdotas llenas de aventuras, desventuras, alegrías y tristezas, pero también con las esperanzas de que estos encuentros sean un punto de arranque para perpetuar la historia de este distrito a través, por ejemplo, de la creación de un Museo Minero. No en vano el autor, al inicio del libro, cuestiona a sus coterráneos: De pronto surge una interrogante: ¿Qué hemos hecho los cancañireños para evitar su destrucción hasta el grado en que ahora lo vemos o qué hacemos para devolverle, al menos en parte, esos sus Años Mozos? (…) Muy cierto que, los encuentros de carácter nacional de los Residentes Mineros de Cancañiri, 14 de Septiembre, La Revuelta, La Salvadora y Vizcachani, al igual que los reencuentros de cancañireños en Cancañiri, sirven para reunir a los amigos y vecinos de entonces, para evocar los recuerdos, pero… solo hasta ahí llegamos… Creo firmemente que, debemos propiciar otro tipo de encuentros, tener una instancia organizativa que nos aglutine a todos, para planificar y obrar respecto de un futuro mejor para esa tierra minera que nos vio nacer, con el propósito de no dejar que perezca para siempre (…) Las generaciones jóvenes y las que vendrán, deben conocer la realidad de esos Años Mozos de Cancañiri, para mantener viva su memoria y la de nuestros mayores, quienes dieron sus pulmones, horadando los obscuros socavones, en procura de encontrar el preciado mineral: el estaño.

Aunque las partes que corresponden a la labor estrictamente minera y las vivencias de las familias en los campamentos están puestas en boca de una mujer de avanzada edad, como es el caso de la ya difunta Doña Yolita, la heredera de la tradición oral de una cultura en proceso de extinción, no deja de ser más que una estrategia del narrador que quiere contarnos, con desgarradoras palabras y angustiosas frases, el drama de las familias mineras y la marginación social de una colectividad, donde las contradicciones socioeconómicas determinaron la escala que le correspondía a cada cual, dependiendo de las leyes impuestas por el capitalismo salvaje, que amasó fortunas a costa del sacrificio de los más pobres entre los pobres.

Este libro, desde un principio, está narrado con la pasión de quien es capaz de reconstruir el pasado con los retazos de la memoria, un recurso válido en el proceso de creación de una obra que, además de tener un trasfondo histórico, contiene datos de primera mano y un rico mosaico de hechos y personajes, que convierten el testimonio personal y colectivo en un fascinante caleidoscopio, donde los lectores podrán apreciar las acertadas pinceladas de la realidad y la ficción, que el autor explaya en los diez capítulos de este libro que, escrito con sencillez y honestidad, es ya un valioso aporte a la historiografía de un centro minero cuyo destino, desde el Decreto Supremo 21060, promulgado por el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, perdió su gloria y esplendor, debido al cierre de las minas nacionalizadas y la relocalización de los trabajadores, quienes se vieron forzados a abandonar los campamentos en busca de nuevos horizontes de vida.

 

lunes, 12 de diciembre de 2022

DOS HISTORIAS DE AMOR EN TATUAJE MAYOR

La novela juvenil de Gaby Vallejo Canedo, Tatuaje mayor, le permite al lector reconocerse en sus páginas, cuya temática se mueve sobre dos andamios que narran las historias de vida y de amor, por una parte, de la difunta abuela y, por otra, de la nieta de diecisiete años de edad, que se yuxtaponen a lo largo de la novela, aunque las historias están contextualizadas en tiempos y espacios diferentes.

Toda la novela comienza el día en que Ylonka entra en el cuarto de su abuela, donde encuentra una caja que contenía un fajo de papeles escritos a pulso, con pluma y tinta morada, metidos en un extraño álbum de cuero. Los papeles son una suerte de diario que su abuela escribió en su adolescencia, registrando la relación romántica, recatada e inocente que sostuvo con Antonio Eguez, un muchacho de familia humilde, a quien ella llamó Lucero misterioso. Se trata de una relación amorosa distinta a la que mantiene su nieta Ylonka con Andrés, quien prefiere mantener en secreto sus señas de identidad y los antecedentes de su vida familiar.

Según la confesión que dejó la abuela, es fácil deducir que el romance entre un hombre y una mujer era más sentimental y recatada a mediados del siglo XX, en la que un beso era un acto premeditado y hasta una demostración de amor envuelto en un halo de misticismo y hasta de cierto temor. En cambio, la relación amorosa de las muchachas del presente, donde las relaciones humanas y los conflictos sociales son algo distintos, es más espontánea, relajada y directa, con menos temores y prejuicios que en la pasada centuria.

Ambas historias tienen sus propias particularidades, marcadas por el contexto sociocultural, la época y las costumbres que caracterizan a dos mentalidades y comportamientos diferentes, pero son similares cuando se trata de desnudar los sentimientos universales como el amor y el desamor. En este contexto, los sentimientos de la abuela y de la nieta son similares, porque corresponden a instintos naturales que son universales. Por lo tanto, la autora nos da a entender que el amor no conoce límites ni está determinado por condiciones socioeconómicas o, dicho de otro modo, cuando llega el amor, llega sin avisar y mientras menos se lo espera.

La nieta lee los papeles de la abuela, página tras página, y se comunica imaginariamente con ella, como si todavía estuviese viva, como si sus almas, experiencias y vidas formaran parte de un mismo puente. Ylonka está empeñada en descubrir las emociones de alegría y las dificultades que le planteaba su relación con un muchacho de una condición social modesta, sin muchas oportunidades de estudio ni prosperidad, hasta el día en que el Lucero misterioso realiza un viaje a Santa Cruz para no retornar más, haciendo que la distancia y el olvido conviertan el apasionado amor en un dulce engaño, con promesas e ilusiones rotas por el destino.

Desde un principio se advierte que la relación amorosa de la nieta es distinta a la que mantuvo la abuela, porque en una sociedad moderna y globalizada, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, aparecen fenómenos sociales, como son las tribus urbanas, que determinan el pensamiento y la conducta de los jóvenes y adolescentes.

Esta novela juvenil demuestra que su autora, conocida por sus novelas destinadas a los lectores adultos, es capaz de sorprendernos con obras infantiles y juveniles, que están elaboradas a partir de un amplio conocimiento pedagógico, cuyos instrumentos educativos sirven para transmitir enseñanzas de vida a los jóvenes lectores que necesitan de escritores/as que cuenten historias que les toquen las fibras más íntimas y los convoquen a una reflexión individual y colectiva.

Gaby Vallejo Canedo nos entrega, con la misma entereza y convicción de siempre, una obra que vale la pena ser leída por su temática y su fuerza literaria, pero también por el mensaje aleccionador de humanismo, luchas y esperanzas. A los lectores solo les queda disfrutar de su escritura que, sin didactismos ni moralejas, permite aprender de su experiencia personal y su manera de contar historias dignas de ser promovidas dentro del sistema educativo, como si estas formaran parte de nuestras propias vidas, ya que los relatos amorosos tanto de la abuela como de la nieta reflejan los sentimientos más profundos que experimentan las personas en su adolescencia, cuando asoma por primera vez el amor, con sus luces y sus sombras, dejando sus tatuajes en la mente y el corazón.

El libro tiene varias facetas que pueden ser aprovechadas por los educadores para entablar discusiones sobre temas que conciernen a los alumnos de educación media. No pocos de ellos se identificarán con las emociones, los secretos y la problemática de los protagonistas, que son seres arrancados de una realidad social conocida por quienes viven en urbanizaciones cosmopolitas como Cochabamba, donde las pandillas, cuya presencia no pasa desapercibida en las calles céntricas de la ciudad, buscan distinguirse del orden social dominante y desafiar los códigos culturales como un mecanismo de descontento y rebelión.

El libro, a través del relato de la nieta, que conversa con su abuela, ya fallecida, a partir de un diario que ella escribió en su adolescencia, retrata los amores entre adolescentes , que se inicia de manera ingenua e incondicional, pero también la historia de una familia de clase media y socialmente disfuncional de la que proviene el enamorado de la nieta, Andrés Pereira Cuba, con una madre alcohólica y un padre ausente en su vida; una existencia con vacíos emocionales que lo empujan a buscar refugio, respeto y reconocimiento en una pandilla dedicada a actividades ilícitas en el underground (subterráneo), donde no interesan los apellidos familiares ni las condiciones sociales, salvo que el nuevo miembro esté interesado en integrarse a la pandilla, porque cuando un adolescente se une a un grupo es porque, de manera consciente o inconsciente, se identifica tanto con el pensamiento de sus miembros como con sus símbolos.

Al lector le queda claro que el enamorado de Ylonka, un muchacho que se dedica a tatuar signos e imágenes en la piel de los clientes, como a ella le tatuó en una zona sensible de su cuerpo, es miembro de una agrupación marginal, cuyos integrantes se resisten a las normativas de la sociedad tradicional, pero que, al mismo tiempo, emprenden un modelo de subcultura, propia del capitalismo en su fase de crisis y descomposición, donde no faltan los seres insensatos involucrados en el acoso sexual, la violación grupal y el tráfico de órganos humanos.

Las tribus urbanas son, en esencia, agrupaciones de adolescentes en la sociedad contemporánea, organizadas en pandillas o bandas citadinas que comparten un universo de intereses comunes contrarios a los valores socioculturales de la sociedad normalizada, mediante códigos y conductas subyacente a la cultura oficial o hegemónica, con identidades compartidas de manera grupal y expresadas a través de ciertos hábitos y comportamientos que los diferencia del resto por su estilo de vida, que se exteriorizan por medio de la ropa, gusto musical, lenguaje, maquillaje, danza y símbolos tatuados en la piel, incluidos el consumo de drogas y alcohol.

La lectura de Tatuaje mayor, con toda la carga psicosocial implícita en el modus vivendi de los personajes, ayuda no solo a desentrañar el complejo mundo de ciertas familias que, a veces, está oculto entre las cuatro paredes del hogar, sino también a comprender mejor el oscuro mundo de los pandilleros.

A pesar del desenlace trágico del enamorado de Ylonka, quien es asesinado en una reyerta de pandillas, la autora nos deja el mensaje de que la vida sigue su curso y que las esperanzas no se pierden jamás. Aquí es donde la voz de la abuela, que Ylonka parece escuchar como cada vez que estaba triste, le dice: Resiste. Los sufrimientos solo sirven cuando van a construir algo. De modo que al final, a la protagonista principal de la novela no le queda otra alternativa que abrazarse a su guitarra, como si fuese un instrumento que ayuda a superar las penas y la pérdida de los seres queridos, para acceder a canciones poéticas interpretadas por voces privilegiadas como la de Andrea Bocelli.

Este libro es un buen ejemplo de que la literatura juvenil puede cumplir una función terapéutica para los adolescentes que buscan una luz de esperanza en un túnel oscuro que se presentan en algún momento de sus vidas. Las historias narradas, con sus ilusiones, dificultades, dramatismos y esperanzas, son elementos que ayudan a respirar aires que, después de las desilusiones y la muerte, recuerdan que la vida sigue su marcha y que uno no tiene el porqué desmayar ante las vicisitudes que, una y otra vez, se manifiestan como tatuajes plasmados en la mente, la piel y el corazón.

 

sábado, 12 de noviembre de 2022

LA ESCRITURA VERSÁTIL DE GLADYS DÁVALOS ARZE

Alguna vez en su vida, ella misma, refiriéndose en tercera persona, se describió así: Escritora y poetisa boliviana nacida en las entrañas del Cerro de Itos, al son de revolucionarios dinamitazos de mineros orureños corajudos y valientes. Es ahí donde aprende a no tenerle miedo al miedo. Crece con la silicosis rozándole la piel y los gritos de miseria y pobreza en los socavones horadando su corazón.          

La escritora orureña, en los tiempos felices de su infancia, paseó con otros niños por los Cerros San Felipe y Pie de Gallo, cazando lagartijas y buscando alacranes. No podía resistirse a las aventuras de caminar por los arenales, donde los niños perdían sus calzados, mientras ella se imaginaba que las pequeñas dunas que rodean a su ciudad natal eran el Sahara y ella era la Odalisca de Las mil y una noches.

En la adolescencia se torna difícil no ver ‘de verdad’ lo que estaba sucediendo a su alrededor, y su mundo ‘de mentiritas’ se viene abajo. Ni ‘Los tres mosqueteros’, ni ‘Ivanhoe’, ni ‘Don Quijote’, ni ‘La vuelta al mundo en 80 días’ la convencen de que las penurias de los mineros no existen, ni tampoco que la pobreza es simple espartanismo.

En la universidad cree más en la utopía que en la poesía y, entre libros y más libros, piensa cambiar el mundo, mientras se entregaba al estudio de la lingüística, como quien cree que la gramática es igual de fascinante que las matemáticas.

Se casó con el ingeniero industrial, lingüista y matemático Iván Guzmán de Rojas, hijo del malogrado pintor potosino Cecilio Guzmán de Rojas y creador del sistema de traducción multilingüe Atamiri-MT System, con quien tuvo a dos preciosas musas: Gabriela y Cecilia.

Su incursión en la literatura

Me imagino que un día cualquiera, impulsada por la fuerza creativa de su mente y su corazón latiendo al ritmo del corazón de los niños y niñas, decidió escribir cuentos, poemas y novelas infantojuveniles, valiéndose de los recursos propios de la ficción y la realidad. Entonces las palabras comenzaron a brotarle como cascada rabiosa, una cascada que, poco a poco, se fue tornando más apacible hasta convertirse en irreverentes poemas y fantásticos cuentos para niños. Así se convirtió en una exquisita autora de literatura infantil, donde exploraba un mundo imaginario, con temas salpicados de la flora y fauna nacionales, la sabiduría de las culturas ancestrales y los aportes de la cultura occidental, que a los lectores les permitiera conocer otras culturas e incursionar en la geografía de otras latitudes.

Sus textos, tanto en verso como en prosa, están escritos con un estilo depurado y una sintaxis sencilla y coherente, propia de una lingüista y políglota como era ella. Sus obras literarias, dedicadas a los pequeños pero grandes lectores, se siguen leyendo en escuelas y colegios, debido a que están llenas de fantasías, aventuras y reflexiones que penetran en el alma de la infancia boliviana. No cabe duda de que su filosofía literaria consistía en entretener a los niños, quienes, durante el proceso de la lectura, debían tener la sensación de estar viendo una buena película, divertida, entretenida y colorida, y lejos de los temas moralizantes, las explicaciones didácticas y las enseñanzas pedagógicas.

Para Gladys Dávalos Arze estaba claro que la literatura infantil y juvenil no era lo mismo que los libros de texto, y que las novelas, cuentos y poesías debían ofrecer un espacio para la imaginación y estimular la fantasía de los niños y niñas, quienes, siempre que participan en las horas cívicas u otras actividades escolares, no dejan de recitar sus poesías como la Cholita, Niño viejo o Mi perrito, junto a otros poemas en los que usa interferencias de los idiomas nativos, como en sus novelas juveniles usó palabras del coba (jerga del hampa boliviano); una cualidad lexical que le permitía reivindicar la identidad más pura y profunda de la cultura nacional. 

Por otro lado, debe considerarse que la poetisa y narradora orureña, con solvencia y amor por la literatura, supo moverse con fluidez en la creación de obras destinadas a los lectores de todas las edades, sin olvidarse que había una frontera que separaba a la literatura infantil, llena de magia y fantasía, de la literatura destinada a los jóvenes o a los lectores adultos, como los cuentos de carácter erótico que escribió en los espacios más íntimos y sensuales de su quehacer literario.

Su escritura era versátil, no solo por los temas que abordaba con soltura y sabiduría, sino también por el manejo de una estructura diversa e innovadora en los distintos géneros literarios, tanto así que sus obras, nacidas desde el fondo de su alma, son apreciadas por los lectores de todas las condiciones sociales, culturales, sexuales y religiosas.

Una relación epistolar

Durante el mes de octubre de 2001, antes de conocerla en persona diez años después en la ciudad de La Paz, mantuve una relación epistolar con ella, con motivo de la preparación de una antología del cuento minero boliviano que tenía en marcha. La contacté por correo electrónico y, sabiendo que era orureña, le pregunté si tenía algún cuento de ambiente minero. Ella me contestó que tenía uno, pero que no estaba segura si, desde el punto de vista lingüístico, estaban bien algunos vocablos que insertó en el texto y que provenían del quechua, aymara y del lenguaje minero, como, por ejemplo, akullico (masticación de hojas de coca), k’uyunas (cigarrillos de envoltura rústica), palliri (mujer que, a golpes de martillo, tritura y escoge los trozos de roca mineralizada en los desmontes), quemapecho (aguardiente con alto grado de alcohol), Tío (deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas).

Su mayor duda fue cuando escribió, en principio, el término pipilo para referirse al pene del Tío de la mina. De modo que, para despejar su duda, me envió un mensaje electrónico preguntándome, quizás con cierto rubor, ¿cuál era la palabra que los mineros usaban para referirse al órgano genital masculino?

Yo leí su mensaje con desbordante sonrisa, sin malicias ni prejuicios, y no demoré en contestarle lo siguiente: La palabra coloquial en el lenguaje minero, equivalente a verga, pene, pico, pájaro, pipilo y otros, es ‘ullu’ (vocablo quechua); es más, los mineros, cuando se refieren al Tío, le dicen: ‘yana ullu’ (verga negra).

Tiempo después, recibí su cuento El velorio, que recrea las impresiones de una joven palliri, quien asiste, junto a su marido, al velorio de tres de sus compañeros que murieron aplastados por un derrumbe de rocas en el interior de la mina. De repente, en el lúgubre recinto del velorio, se le aparece, parado detrás de uno de los tres ataúdes y cerca de las viudas que lloraban sin consuelo, la impactante imagen del Tío, con todos sus atributos de deidad fálica, mitad dios y mitad demonio. La palliri queda petrificada entre la maravilla y el espanto, sobre todo, cuando el soberano de los oscuros socavones, guardián de las riquezas minerales y amo de los mineros, le enseña su robusto miembro, que bien grande siempre era, induciéndola a la infidelidad para ahuyentar los peligros y poner a salvo la vida de su marido.

No cabe duda de que la realidad minera estuvo metida en sus venas y que algunos de sus cuentos y poemas tuvieran como eje temático la trágica realidad de las familias mineras; contexto en el cual nació su cuento El velorio, que incluí en la antología La narrativa minera peruano-boliviana, donde su nombre resplandece entre las pocas escritoras que dedicaron su talento a escribir sobre el mundo mágico de los socavones de estaño.

La antología, cuya elaboración inicié a principios del siglo XXI, se publicó recién el año 2021; de modo que ella no llegó a conocer el libro ni a leer, pero en la que participa, con inconfundible destreza escritural y legítimo derecho, con su fabuloso cuento inspirado en el Tío, personaje central de la mitología minera y la cosmovisión andina.

Gladys Dávalos Arze, a diez años de su partida, es una luz que no se apaga y sus destellos siguen iluminando los senderos de la literatura infantil y juvenil boliviana, en tanto sus obras dirigidas a los lectores adultos, entre las que se encuentra El velorio, son una suerte de joyas metidas en un cofre literario, a la espera de ser descubiertas por un publicó cada vez más amplio y exigente, como todas las buenas obras que deben ser exhibidas y no escondidas bajo las sombras de la mojigatería y la doble moral.

Datos sobre la autora

Gladys Dávalos Arze (Oruro, 1950 – La Paz, 2012). Escritora, pedagoga y lingüista. Licenciada en anglística y germanística. Fue co-editora del Boletín de la Asociación Boliviana para el Avance de la Ciencia. Su obra mereció distinciones nacionales e internacionales. Ejerció la docencia universitaria, fue miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, Presidenta del P.E.N.-Club en La Paz y Vicepresidenta de la Asociación Boliviana de Traductores. Ha publicado: Corazones de arroz (1989), Helado de chocolate (1990), La muela del diablo (1990), Piel de Bruma (1996), Los pozos del lobo (s.f.), Ururi y los sin chapa (1998), El rincón del tigre azul (2003), El paraíso de los Qala Pago (2003) y Qatari y Asiru (2003). Tiene cuentos traducidos y publicados en antologías. Fue pionera en el campo de la Ingeniería del Lenguaje (lingüística informática) en Bolivia, habiendo colaborado en el desarrollo de un traductor automático multilingüe que usa el aymara como metalenguaje.

 

viernes, 4 de noviembre de 2022

EL MONUMENTO DE PIEDRA DE DON ANTONIO PAREDES CANDIA

Un buen día, de paseo por El Mirador de ciudad satélite en El Alto, me quedé sorprendido al ver el gigantesco monumento del escritor Antonio Paredes Candia, cuya figura se alzaba como un coloso contra el infinito sideral, entre las vertiginosas pendientes de Llojeta, los edificios de ladrillos y un parque precipitándose hacia la hoyada de La Paz.

¡Qué carachos!, me dije, mientras lo seguía mirando bajo el sol que reverberaba en el manto añil del cielo. Me acerqué para verlo de cerca, muy de cerca; así fue como lo contemplé desde el pétreo pedestal, con la humildad y curiosidad de creador palabrero, para confirmar su grandiosidad como escritor del pueblo.

Grande fue mi sorpresa al constatar que el artista encargado de tallar fue, nada más ni nada menos, que el mismísimo escultor corocoreño Gonzalo Jacinto Condarco Carpio, quien, cincel y martillo en mano, esculpió el monumento del escritor en piedra basalto, una magnífica obra que fue instalada en la Avenida Panorámica, justo en el tramo de ingreso hacia la zona sur de la ciudad de La Paz, en febrero de 2007.

Desde entonces es una de los bloques de piedra que, representando una efigie humana con una fuerte expresión artística, los peatones miran desde diferentes ángulos, mientras los conductores, que circulan de ida y venida por la carretera de doble vía, no dejan de observar el monumento que parece avanzar a pasos agigantados, como si el escritor –con la mirada puesta en el horizonte, las patillas y los mostachos característicos, la cabellera y la chaqueta tendidas al viento, el paraguas como bastón en la mano izquierda y un libro abierto en la mano derecha– marchara hacia un territorio libre de analfabetismo y sembrando libros en la ciudad de El Alto, la urbe que amó con todas las fuerzas de su corazón.

El autor del monumento, que fue alumno de ese otro gran escultor que fue el Indio Víctor Zapana, respira arte por todos los poros de la piel, como si tuviera carne y huesos de piedra, un espíritu de piedra, un gran ímpetu para realizar tallados y esculturas en un elemento sólido, asido a la sensación de que la piedra le permite expresarse con mayor libertad y autenticidad artística. Está claro que Gonzalo Jacinto Condarco Carpio, a la hora de tallar el monumento de don Antonio Paredes Candia, se inspiró en la singular personalidad del escritor, quien daba sus paseos por las calles y plazas de la ciudad, casi siempre llevando un libro en una mano y un paraguas en forma de bastón en la otra.

Ahora bien, sin considerar a quién le guste o no le guste, el monumento está plantado donde debe estar y, lo más importante, es un objeto que despierta sentimientos de celo profesional en aquellos que todavía creen que se merecen un monumento por ser los mejores, aun cuando los lectores les vuelven las espaldas y no los reconoce como a sus verdaderos autores, convencidos de que los doctores de la literatura pueden fallar allá donde jamás fallan los lectores.

Don Antonio Paredes Candia, como en esta estatua de piedra, se levanta con toda dignidad y con todas las de la ley, permitiéndole ser un paradigma de las letras populares de la nación boliviana, un digno representante de los que vienen desde abajo para cantarles sus verdades a los de arriba.

El escritor vivía como uno de los personajes que él mismo rescató de la tradición oral y tenía una genuina pasión por los libros, tanto así que creó su propia casa editorial para publicar sus libros y los libros de otros autores, que acudían a su amable personalidad para formar parte de Ediciones Isla, un sello conocido tanto dentro como fuera del territorio nacional.

Este monumento erigido en homenaje al escritor, editor y librero paceño, es una prueba de que los seres queridos y admirados, quienes contribuyeron con honestidad a la cultura de un pueblo, con lo que mejor sabían hacer, no mueren nunca porque sobreviven al tiempo y a las adversidades, al menos en la memoria de una colectividad que alimentó sus conocimientos y su fantasía con las obras de quienes supieron entregarse con abnegación a su quehacer cultural y literario. Don Antonio Paredes Candia correspondía a esa categoría de escritores, no en vano bautizaron con su nombre un museo en la ciudad de El Alto, varias unidades educativas y ferias de libros impulsadas por editores y escritores independientes del país.

Tampoco es poca cosa que los lectores lo conozcan y reconozcan como a uno de los escritores más requeridos por sus obras dedicadas a las tradiciones folklóricas bolivianas, incluidas las leyendas, fábulas, mitos y narraciones de la tradición oral, que don Antonio Paredes Candia supo atesorar como un indiscutible investigador de lo más profundo de la identidad nacional, haciendo siempre su trabajo bien sin mirar a quien.

Este escritor, editor y difusor de libros, era una biblioteca viva y una institución andante. Escribió con tesón en varios géneros literarios, y cuya producción supera el centenar de obras que son leídas por niños, jóvenes y adultos. Algunos lo recuerdan caminando por las calles y plazas de las ciudades y provincias, donde lo veían cargando libros como un k’epiri (cargador), con el único propósito de llevar los conocimientos hasta los hogares más humildes de su infortunada patria.

No conozco a un solo escritor boliviano cuya imagen haya sido inmortalizada en varios monumentos como en el caso de don Antonio Paredes Candia. Cuando esto ocurre, es lógico pensar que los lectores lo tienen como a uno de sus escritores favoritos, pues, a diferencia de los otros escritores que se sienten importantes, imprescindibles y laureados, don Antonio Paredes Candia fue un escritor popular, así sus obras no hayan sido consideradas en antologías literarias ni en la colección del bicentenario, elaborada por los especialistas contratados por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional.

Este monumento de piedra basalto, que contemplé en la Avenida Panorámica de la ciudad de El Alto, me llevó a pensar que los escritores amados por su pueblo no siempre son los escritores elegidos por los críticos literarios, como si el pueblo tuviese sus propios escritores, leídos y estudiados en escuelas y colegios, escritores que son rescatados y perpetuados en las pinturas y esculturas de los artistas plásticos, como se constata en este monumento de piedra, donde el escritor paceño luce con todo el fulgor de su divulgada y excéntrica personalidad.

Don Antonio Paredes Candia asumía su grandiosidad como escritor popular, como aquel que no necesita los reconocimientos oficiales de los de arriba, consciente de que contaba con la venia y el respaldo de los de abajo, que son la inmensa mayoría en un país donde algunos suelen idolatrar a los letrados de las academias y no a los verdaderos narradores que tienen mucho que contar desde sus ancestros, desde su entrañable necesidad de expresarse en absoluta libertad de pensamiento y creación, aunque sus obras, alimentadas con el aliento de una nación que es dueña de una larga tradición folklórica y cultural, sean ninguneadas por quienes se dedican, desde el punto de vista científico, a estudiar solo las obras de relevancia literaria y no a leer libros de los escribanos populares, así estos tengan mucho que aportar al acervo cultural de un país multilingüe y plurinacional.

Reflexiones más, reflexiones menos, lo único cierto es que el pueblo es tan competente que sabe a qué escritores se deben rescatar para la posteridad, independientemente de los juicios valorativos que ostentan los doctores de la literatura, quienes creen que los escritores que valen la pena ser leídos no son los mismos que prefiere el pueblo, aun sabiendo que los únicos jueces que determinan el destino que tendrá una obra literaria son los ciudadanos de a pie, los lectores que deciden quién se queda y quién no se queda en la memoria y el corazón del pueblo que, después de todo, es el único sabio entre los sabios.