sábado, 12 de noviembre de 2022

LA ESCRITURA VERSÁTIL DE GLADYS DÁVALOS ARZE

Alguna vez en su vida, ella misma, refiriéndose en tercera persona, se describió así: Escritora y poetisa boliviana nacida en las entrañas del Cerro de Itos, al son de revolucionarios dinamitazos de mineros orureños corajudos y valientes. Es ahí donde aprende a no tenerle miedo al miedo. Crece con la silicosis rozándole la piel y los gritos de miseria y pobreza en los socavones horadando su corazón.          

La escritora orureña, en los tiempos felices de su infancia, paseó con otros niños por los Cerros San Felipe y Pie de Gallo, cazando lagartijas y buscando alacranes. No podía resistirse a las aventuras de caminar por los arenales, donde los niños perdían sus calzados, mientras ella se imaginaba que las pequeñas dunas que rodean a su ciudad natal eran el Sahara y ella era la Odalisca de Las mil y una noches.

En la adolescencia se torna difícil no ver ‘de verdad’ lo que estaba sucediendo a su alrededor, y su mundo ‘de mentiritas’ se viene abajo. Ni ‘Los tres mosqueteros’, ni ‘Ivanhoe’, ni ‘Don Quijote’, ni ‘La vuelta al mundo en 80 días’ la convencen de que las penurias de los mineros no existen, ni tampoco que la pobreza es simple espartanismo.

En la universidad cree más en la utopía que en la poesía y, entre libros y más libros, piensa cambiar el mundo, mientras se entregaba al estudio de la lingüística, como quien cree que la gramática es igual de fascinante que las matemáticas.

Se casó con el ingeniero industrial, lingüista y matemático Iván Guzmán de Rojas, hijo del malogrado pintor potosino Cecilio Guzmán de Rojas y creador del sistema de traducción multilingüe Atamiri-MT System, con quien tuvo a dos preciosas musas: Gabriela y Cecilia.

Su incursión en la literatura

Me imagino que un día cualquiera, impulsada por la fuerza creativa de su mente y su corazón latiendo al ritmo del corazón de los niños y niñas, decidió escribir cuentos, poemas y novelas infantojuveniles, valiéndose de los recursos propios de la ficción y la realidad. Entonces las palabras comenzaron a brotarle como cascada rabiosa, una cascada que, poco a poco, se fue tornando más apacible hasta convertirse en irreverentes poemas y fantásticos cuentos para niños. Así se convirtió en una exquisita autora de literatura infantil, donde exploraba un mundo imaginario, con temas salpicados de la flora y fauna nacionales, la sabiduría de las culturas ancestrales y los aportes de la cultura occidental, que a los lectores les permitiera conocer otras culturas e incursionar en la geografía de otras latitudes.

Sus textos, tanto en verso como en prosa, están escritos con un estilo depurado y una sintaxis sencilla y coherente, propia de una lingüista y políglota como era ella. Sus obras literarias, dedicadas a los pequeños pero grandes lectores, se siguen leyendo en escuelas y colegios, debido a que están llenas de fantasías, aventuras y reflexiones que penetran en el alma de la infancia boliviana. No cabe duda de que su filosofía literaria consistía en entretener a los niños, quienes, durante el proceso de la lectura, debían tener la sensación de estar viendo una buena película, divertida, entretenida y colorida, y lejos de los temas moralizantes, las explicaciones didácticas y las enseñanzas pedagógicas.

Para Gladys Dávalos Arze estaba claro que la literatura infantil y juvenil no era lo mismo que los libros de texto, y que las novelas, cuentos y poesías debían ofrecer un espacio para la imaginación y estimular la fantasía de los niños y niñas, quienes, siempre que participan en las horas cívicas u otras actividades escolares, no dejan de recitar sus poesías como la Cholita, Niño viejo o Mi perrito, junto a otros poemas en los que usa interferencias de los idiomas nativos, como en sus novelas juveniles usó palabras del coba (jerga del hampa boliviano); una cualidad lexical que le permitía reivindicar la identidad más pura y profunda de la cultura nacional. 

Por otro lado, debe considerarse que la poetisa y narradora orureña, con solvencia y amor por la literatura, supo moverse con fluidez en la creación de obras destinadas a los lectores de todas las edades, sin olvidarse que había una frontera que separaba a la literatura infantil, llena de magia y fantasía, de la literatura destinada a los jóvenes o a los lectores adultos, como los cuentos de carácter erótico que escribió en los espacios más íntimos y sensuales de su quehacer literario.

Su escritura era versátil, no solo por los temas que abordaba con soltura y sabiduría, sino también por el manejo de una estructura diversa e innovadora en los distintos géneros literarios, tanto así que sus obras, nacidas desde el fondo de su alma, son apreciadas por los lectores de todas las condiciones sociales, culturales, sexuales y religiosas.

Una relación epistolar

Durante el mes de octubre de 2001, antes de conocerla en persona diez años después en la ciudad de La Paz, mantuve una relación epistolar con ella, con motivo de la preparación de una antología del cuento minero boliviano que tenía en marcha. La contacté por correo electrónico y, sabiendo que era orureña, le pregunté si tenía algún cuento de ambiente minero. Ella me contestó que tenía uno, pero que no estaba segura si, desde el punto de vista lingüístico, estaban bien algunos vocablos que insertó en el texto y que provenían del quechua, aymara y del lenguaje minero, como, por ejemplo, akullico (masticación de hojas de coca), k’uyunas (cigarrillos de envoltura rústica), palliri (mujer que, a golpes de martillo, tritura y escoge los trozos de roca mineralizada en los desmontes), quemapecho (aguardiente con alto grado de alcohol), Tío (deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas).

Su mayor duda fue cuando escribió, en principio, el término pipilo para referirse al pene del Tío de la mina. De modo que, para despejar su duda, me envió un mensaje electrónico preguntándome, quizás con cierto rubor, ¿cuál era la palabra que los mineros usaban para referirse al órgano genital masculino?

Yo leí su mensaje con desbordante sonrisa, sin malicias ni prejuicios, y no demoré en contestarle lo siguiente: La palabra coloquial en el lenguaje minero, equivalente a verga, pene, pico, pájaro, pipilo y otros, es ‘ullu’ (vocablo quechua); es más, los mineros, cuando se refieren al Tío, le dicen: ‘yana ullu’ (verga negra).

Tiempo después, recibí su cuento El velorio, que recrea las impresiones de una joven palliri, quien asiste, junto a su marido, al velorio de tres de sus compañeros que murieron aplastados por un derrumbe de rocas en el interior de la mina. De repente, en el lúgubre recinto del velorio, se le aparece, parado detrás de uno de los tres ataúdes y cerca de las viudas que lloraban sin consuelo, la impactante imagen del Tío, con todos sus atributos de deidad fálica, mitad dios y mitad demonio. La palliri queda petrificada entre la maravilla y el espanto, sobre todo, cuando el soberano de los oscuros socavones, guardián de las riquezas minerales y amo de los mineros, le enseña su robusto miembro, que bien grande siempre era, induciéndola a la infidelidad para ahuyentar los peligros y poner a salvo la vida de su marido.

No cabe duda de que la realidad minera estuvo metida en sus venas y que algunos de sus cuentos y poemas tuvieran como eje temático la trágica realidad de las familias mineras; contexto en el cual nació su cuento El velorio, que incluí en la antología La narrativa minera peruano-boliviana, donde su nombre resplandece entre las pocas escritoras que dedicaron su talento a escribir sobre el mundo mágico de los socavones de estaño.

La antología, cuya elaboración inicié a principios del siglo XXI, se publicó recién el año 2021; de modo que ella no llegó a conocer el libro ni a leer, pero en la que participa, con inconfundible destreza escritural y legítimo derecho, con su fabuloso cuento inspirado en el Tío, personaje central de la mitología minera y la cosmovisión andina.

Gladys Dávalos Arze, a diez años de su partida, es una luz que no se apaga y sus destellos siguen iluminando los senderos de la literatura infantil y juvenil boliviana, en tanto sus obras dirigidas a los lectores adultos, entre las que se encuentra El velorio, son una suerte de joyas metidas en un cofre literario, a la espera de ser descubiertas por un publicó cada vez más amplio y exigente, como todas las buenas obras que deben ser exhibidas y no escondidas bajo las sombras de la mojigatería y la doble moral.

Datos sobre la autora

Gladys Dávalos Arze (Oruro, 1950 – La Paz, 2012). Escritora, pedagoga y lingüista. Licenciada en anglística y germanística. Fue co-editora del Boletín de la Asociación Boliviana para el Avance de la Ciencia. Su obra mereció distinciones nacionales e internacionales. Ejerció la docencia universitaria, fue miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, Presidenta del P.E.N.-Club en La Paz y Vicepresidenta de la Asociación Boliviana de Traductores. Ha publicado: Corazones de arroz (1989), Helado de chocolate (1990), La muela del diablo (1990), Piel de Bruma (1996), Los pozos del lobo (s.f.), Ururi y los sin chapa (1998), El rincón del tigre azul (2003), El paraíso de los Qala Pago (2003) y Qatari y Asiru (2003). Tiene cuentos traducidos y publicados en antologías. Fue pionera en el campo de la Ingeniería del Lenguaje (lingüística informática) en Bolivia, habiendo colaborado en el desarrollo de un traductor automático multilingüe que usa el aymara como metalenguaje.

 

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