lunes, 27 de febrero de 2017


LO MÁS IMPORTANTE

Si alguien me preguntara: ¿Qué es lo más importante en tu vida? La respuesta sería concluyente: Las cosas más cercanas, entrañables y sencillas; por ejemplo, mi madre que me trajo al mundo y me orientó durante los primeros años de mi vida, que me dio su aliento en los momentos difíciles y me invitó sus sabrosas comidas, que eran como para chuparse los dedos; mis hermanos que me brindan su apoyo cuando se los pido, mis hijos que me arropan con su cariño y alegría en mis horas de tristeza, mis amigos que siempre están ahí cuando más los necesito; mi padre que, sin ser carpintero de oficio, construyó con sus manos la cama donde duermo, la silla donde me siento y el estante donde están mis libros.

Y como todo individuo acostumbrado a la vida gregaria, a convivir con la comunidad y la familia, necesito del apoyo decidido de la persona que, en las buenas y en las malas, está siempre a mi lado. En este caso, mi compañera sentimental es más importante que todos los gobiernos del mundo, ya que ella no sólo me proporciona confianza y seguridad, sino que, además, me ofrece su amor incondicional que es el bien más preciado al que aspira todo ser humano.

Los gremios de segunda categoría

Fuera y dentro de las cuatro paredes de mi hogar, aunque muchos opinen lo contrario, necesito los servicios de los llamados profesionales de los gremios de segunda categoría. Es decir, puedo prescindir de los cirujanos, abogados, arquitectos, matemáticos e ingenieros, pues a ellos los necesito menos que a la caserita del mercado, al cocinero, sastre, panadero, peluquero, tendero, zapatero, cerrajero y otros que, sin lucir rimbombantes rótulos en sobre el pecho, suelen ayudarme a resolver los problemas más frecuentes y cotidianos.

No tengo la costumbre de medir a los profesionales por los años que se quemaron las pestañas estudiando, aquejados por la enfermedad de la titulitis, todo por conquistar un papelito o diploma que les concede un título profesional, con la esperanza de mejorar su estatus social y económico en una sociedad competitiva y materialista, hecha a golpes de categorías, clasificaciones y discriminaciones.

En un país dividido entre unos que tienen mucho y otros que tienen poco, donde el nacimiento de un hombre es más celebrado que el nacimiento de una mujer, el ser humano no vale tanto por lo que es, sino por lo que tiene: un título profesional, un inmueble confortable, un automóvil de lujo y una sagrada familia. No en vano reza el dicho popular: Tanto tienes, tanto vales. De modo que allí donde hay higos, hay amigos, y donde no hay higos, hay sólo enemigos.

De artistas y artesanos

Si de categorías profesionales se habla, para mí se sitúan en la cúspide aquellos que, tradicionalmente, están en la base de la pirámide social, como el carpintero que es un artesano de maravillosas manos, que aprendió las técnicas de su padre desde que se inició como aprendiz. Sin embargo, aunque algunos lo llaman maestro, sigue siendo un simple artesano, así su talento y experiencia lo conviertan en un artista consumado.

En Bolivia, como en otros países donde reina la escala de valores del mejor y del peor, es común subestimar al profesional que carece de un diploma académico; pero si un europeo o norteamericano hace lo mismo que el artesano boliviano, es considerado artista, así no interprete lo real o plasme lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos, sonoros u otros medios de las llamadas bellas artes, ya que el artesano, conforme a la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lenguas Española, es quien ejercita un oficio meramente mecánico y hace por su cuenta objetos de uso doméstico imprimiéndoles un sello personal, a diferencia del obrero fabril.

Si pienso de este modo será porque no estoy de acuerdo con las categorías que separan a los unos de los otros según el título profesional que ostentan, o, quizás, porque estoy hecho más de cosas pequeñas que de cosas grandes. De ahí que los artesanos de oficios varios son imprescindibles en mi vida, que es similar a la de los ciudadanos de a pie, que requieren más de los profesionales de los gremios de segundas categoría, porque comen y beben todos los días, pero no todos los días asisten a una clínica quirúrgica ni todos los días mandan a construir una casa.

Todos somos igual de importantes

No sé si estoy equivocado en mis apreciaciones, pero sostengo que todos los ciudadanos somos igual de importantes para la colectividad en la que vivimos, siempre y cuando contribuyamos en ella con lo que mejor sabemos hacer, independientemente del tipo de profesión que ejerzamos en la vida pública, donde nadie está por demás y donde todos somos necesarios para resolver los múltiples problemas que aquejan a hombres y mujeres, a niños y adultos.

Considero, asimismo, que el progreso de una nación se alcanza con empatía y solidaridad, pensando más en el bienestar de los otros que en el bienestar de uno mismo, pues no es lo mismo servir al país que servirnos del país. Y, aparte de lo señalado, lo más importante es que cada uno de los individuos unamos nuestras fuerzas e iniciativas para forjar una sociedad donde todos podamos vivir en armonía, respetando los principios de los Derechos Humanos y la democracia participativa, habida cuenta de que nuestras diferencias, si nos lo proponemos de manera consciente, podrían complementarse y convertirse más en ventajas que en desventajas, ¿o qué opina usted, atento lector?  

viernes, 24 de febrero de 2017


EL INTENDENTE MUNICIPAL DE LLALLAGUA

Cuando retorné a la ciudad de Llallagua, después de muchos años de ausencia, vi en todos los noticieros de la televisión local la imagen de un hombre uniformado, que respondía al nombre de Arturo Bautista. Poco después me enteré de que era el intendente municipal, quien se ocupaba de organizar operativos para controlar el ordenamiento del tráfico vehicular y la calidad de los alimentos en los mercados; una actividad que, a su vez, consistía en reubicar a los vendedores ambulantes y minoristas en nuevos campos feriales, para evitar que realicen su actividad comercial allí donde los peatones tenían dificultades para transitar de un lado a otro, ya que tanto los transportistas como los comerciantes avasallaban arbitrariamente las aceras y calzadas.

Un personaje visible en la ciudad

Desde aquella primera ocasión en que lo vi en la pantalla chica, se me hizo una costumbre verlo casi todos los días en los noticieros, informando sobre las peripecias de su trabajo a los pobladores, quienes, de tanto verlo y escucharlo, lo conocen como si fuera un miembro más de su familia, así no sepan cuántos años tiene y en qué calle vive, si tiene o no familia, si disfruta de algún pasatiempo fuera de su trabajo y si está o no conforme con su labor de intendente municipal.

Arturo Bautista, como todo funcionario del orden público, lleva una libreta de apuntes en el bolsillo y una cartilla con las ordenanzas bajo el brazo; luce la seriedad de una autoridad con potestad y está siempre ataviado con su uniforme de “policía municipal”, para que no lo confundan con cualquier hijo de vecino. Aunque en su caso, no creo que nadie lo confunda con el cartero, el heladero o el oficial de la Escuela de Policías, habida cuenta de que, de tanto aparecer en los informativos de la televisión local, se ha convertido no sólo en un personaje visible, sino que también en una parte del ornamento de la ciudad, donde brilla con su presencia, su inconfundible uniforme de color azul, engalanado con sus inscripciones bordadas en el brazo y el pecho de su chamarra, la gorra con visera calada hasta las cejas y la mirada al acecho de los infractores.

Siempre que se lo ve merodeando por plazas y calles, unas veces solo y otras junto a sus compañeros de la Intendencia, causa revuelo entre los infractores reincidentes que, apenas lo divisan a la distancia, se ponen con los nervios de punta y esconden la cabeza como el avestruz, en un intento por esquivar el control de los intendentes, porque saben que ellos, que son las máximas autoridades del orden público, tienen carta blanca para hacer cumplir las ordenanzas municipales con todo el peso de la ley.

Con las ordenanzas municipales en mano

El amigo Arturo Bautista, en cumplimiento de sus atribuciones, intenta socializar y aplicar a raja tabla las normas de urbanismo establecidas por la Intendencia, que es el brazo operador del Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua, no sin antes discutir con los comerciantes, transportistas y propietarios de locales de expendió de comidas y bebidas alcohólicas que, como en acto de desacato y rebeldía, incumplen olímpicamente las ordenanzas municipales, como si estuvieran en tierra de nadie, donde no impera la ley sino el libre albedrío.

Una tarde, mientras el autotransporte hacía de las suyas en la Plaza 6 de agosto, lo detuve en seco y, extendiéndole la mano amiga, lo felicité por su encomiable labor. Él apretó mi mano y me agradeció por el gesto.

–Así estés rodeado de varios enemigos entre los transportistas y comerciantes, puedes contar con mi apoyo y solidaridad –le dije con franqueza–. Yo pienso también que es necesario imponer el orden, la limpieza y el reordenamiento vehicular…

Él asintió con un movimiento de cabeza y, despidiéndose de prisa, como estresado por el cumplimiento del deber, prosiguió su camino calle abajo, con un montón de tareas pendientes, como controlar el comercio informal, inspeccionar el tráfico vehicular, supervisar el precio y la calidad de los alimentos, para garantizar la inocuidad alimentaria de la población que, acéptese o no, es la más favorecida por la acción de la unidad de la Intendencia municipal.
   
Sin embargo, para cualquiera que ande y desande por las calles principales de Llallagua, parece que de nada sirve el haber socializado las ordenanzas municipales, el haber concientizado a los comerciantes y conductores de autos “chutos”, ya que la anarquía y el desorden siguen a la orden del día, ante la mirada pasiva de los ciudadanos de a pie.

Los operativos en calles y mercados

Arturo Bautista, que controla las calles en horario diurno y nocturno, da la impresión de tener la mano dura y ser dueño de una personalidad insobornable, aunque en el fondo de su alma es un ser sencillo y sensible. Si actúa de manera implacable es simplemente por cumplir con su trabajo, que está respaldado por las ordenanzas municipales que deben cumplirse por las buenas o por las malas.


Sus operativos tienen la finalidad de poner orden en la ciudad, limpiando las calles de vendedores que ejercen el comercio informal y exigiendo orden en el tránsito vehicular, para que los peatones, tanto niños como adultos, tengan mayor espacio para movilizarse de una calle a otra y de una acera a otra. Y no como ocurre ahora que, tanto los conductores como los tenderos, obstruyen el paso de los peatones, quienes tienen que pelearse cotidianamente con los transportistas y comerciantes, que congestionan el espacio público como si fuese su propiedad privada y no un bien colectivo de toda la población.

Los miembros de la Intendencia, que no hacen otra cosa que exigir disciplina, higiene y responsabilidad, son los más criticados y vilipendiados por transportistas y comerciantes, que no dudan en agredirles verbalmente, como una forma de poner resistencia a la incautación de sus productos comerciales o negarse a pagar las sanciones pecuniarias, que les duele en el bolsillo y en el alma, aun sabiendo que su modo de proceder infringe la normativa municipal y que se merecen una sanción estipulada por ley.

Controles “sorpresa” en locales clandestinos

En cierta ocasión, cuando le hicieron una entrevista en uno de los canales de la televisión local, Arturo Bautista contó que durante ese día realizaron un control “sorpresivo” del manipuleo de los alimentos y el estado de los mismos. Demostró, con pruebas contundentes en la mano, que decomisó algunos productos que no contaban con el registro sanitario y tenían la fecha de vencimiento caducada. Habló con voz dubitativa y con un gesto que denotaba cierta desilusión, lo que me hizo suponer que no tuvo un buen día ni una tarea fácil, y que se ganó más enemigos entre los comerciantes, quienes son capaces de vender incluso piedras del río como si fueran piedras preciosas.

Cuando un día lo encontré en la terminal de autobuses, sin su uniforme de “policía municipal”, lo aborde por la espalda y aproveché para reiterarle mis agradecimientos por la tesonera labor que realiza contra viento y marea. Él se sorprendió al verme y me contó que estaba con permiso del trabajo. Fue entonces que le pregunté en son de broma:

–Dime una cosa, Arturo. Si todos los días te buscas tantos insultos y enemigos entre los infractores de la ley, ¿qué te dice tu esposa cuando llegas a casa? Supongo que no siempre estás de buen humor, ¿verdad? ¿O las broncas te las haces pagar con ella?...

Él, asediado por mis preguntas, se limitó a esbozar una sonrisa amable, dio un paso atrás y nada me contestó.

En una población en constante crecimiento demográfico, es normal que proliferen los bares clandestinos y las cantinas nocturnas, que funcionan sin licencia en las zonas periféricas de la ciudad, donde los jóvenes, bajo los efectos de las bebidas espirituosas, protagonizan escenas de escándalo y hasta de violencia desenfrenada. Es entonces que la unidad de la Intendencia desata una “batida” en bares y cantinas. De las inspecciones “sorpresas” no se salvan las discotecas ni los karaokes que tienen las puertas abiertas hasta altas hora de la noche; cuando en realidad, según reza la ordenanza, está prohibido que los locales de servicio público atiendan a los clientes después de las once de la noche.

Una labor para precautelar la salud ciudadana

Si la unidad de la Intendencia, en sus regulares recorridos, más conocidos como “peinados”, encuentra a un propietario que no cuenta con su licencia de funcionamiento legal otorgado por el gobierno municipal, pasan a requisar el local de rincón a rincón y, si por alguna casualidad detectan bebidas alcohólicas adulteradas y de dudosa procedencia, no vacilan en confiscarlos para preservar la seguridad de los consumidores que, muchas veces, por falta de control, se vacían las botellas de “veneno” entre pecho y espalda.

Arturo Bautista, en su afán por mejorar el sistema administrativo de los comerciantes y precautelar la salud de la ciudadanía, realiza operativos de inspección en los mercados en los que, casi siempre, encuentra productos alimenticios en mal estado, que son una verdadera amenaza contra el bienestar de los consumidores; al menos, si nos atenemos a las determinaciones de las instituciones encargadas en el verificativo del control de los productos alimenticios. Por si fuera poco, en estos operativos no están libres del control ni las balanzas; si las encuentran descalibradas o “robadas”, debido a que las vendedoras tienen el objetivo de ganar un poco más a costa del desequilibrio, las decomisan hasta que las vendedoras se comprometen a no volver a vulnerar las ordenanzas emitidas por la Alcaldía.  

No pocas veces se lo vio inspeccionar restaurantes y puestos de comida ligera. Si éstos presentan un ambiente insalubre, falta de higiene en la manipulación de los alimentos o cocinas en pésimas condiciones, decomisa las ollas, platos, vasos y utensilios que no cumplen con los mínimos requisitos de salubridad. Y para que nadie le reclame por los objetos decomisados, creyendo que él y sus colegas se los llevan a casa o los venden en un “mercado negro”, Arturo Bautista convoca a la prensa para demostrar que los mismos son reducidos a nada por las ruedas de un camión de alto tonelaje.

Un ejemplo como funcionario municipal

El intendente Arturo Bautista, al margen de ser persona reservada y hasta reticente, da la impresión de ser un empleado público honesto, modesto e insobornable, como muy pocos individuos en una sociedad atravesada transversalmente por la corrupción y la desidia. Es, sin lugar a dudas, uno de los pocos funcionarios municipales que cumple con su deber a pie juntillas, sin esperar que nadie lo alague ni lo premie. Lo importante es hacer cumplir las sanciones estipuladas por el Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua, acomodándose a la altura de quienes, en las buenas y en las malas, haga calor o haga frío, están siempre dispuestos a emprender una batalla para que el municipio tenga un aspecto más atractivo y presentable.

Por lo demás, desde el día en que nos conocimos en persona, nos saludamos cada vez que nos cruzamos en la calle, como si fuésemos dos viejos amigos, dos Quijotes empeñados en seguir luchando contra molinos de viento. No será fácil reordenar el comercio ni el transporte, pero tampoco será imposible. Todo dependerá de que todos y cada uno de los pobladores hagamos conciencia de que una ciudad ordenada y limpia es siempre un poquito mejor que una ciudad desordenada y sucia. 

lunes, 6 de febrero de 2017


LAS PALLIRIS

Las palliris, que cambiaron las polleras y vestidos por los pantalones, trabajan rescatando los residuos de mineral incrustados como chispas en las rocas que, debido a su impureza, fueron desechadas y acumuladas en las zonas aledañas a los campamentos y cerca de las bocaminas, donde las plomizas granzas parecen cerros sobre cerros.

Las palliris machacan las rocas de día y de noche. Su única compañía es su merienda, una botella de té y la bolsita de plástico con la mágica hoja de coca, tan sagrada para ellas como las bendiciones de la Virgen del Socavón, que les mitiga el dolor del alma, el cansancio, el hambre y las enfermedades.

Trabajan a sol y sombra, en medio de un paisaje frío y yermo, soportando los vientos y las lluvias, esperanzadas en rescatar el metal del diablo entre los restos de los restos que, a veces, se les esconde debajo de los pies como por arte de magia, sin lograr rescatar un solo puñado de mineral durante la jornada, que es de diez horas al día y seis días a la semana.

Sus ajadas manos, como sus dedos ennegrecidos por la suciedad y el polvo, son la prueba de que el trabajo que realizan no es de humanos y mucho menos de mujeres, pero como ellas no usan cremas para manos ni se pintan las uñas con esmalte, siguen separando, a fuerza de pulmón y martillo, lo puro de lo impuro de las rocas extraídas del interior de la mina.

Las palliris han trabajado desde siempre en condiciones infrahumanas y a la intemperie, sin tecnología ni maquinaria, arriesgando el pellejo a cambio de migajas. Palliris existían en el Cerro Rico de Potosí en la época de la colonia, cuando los dueños de los yacimientos de plata necesitaban la mano de obra de las mujeres de los yanaconas, que debían fundir la plata y trabajar en las canchaminas, picando los trozos de roca para rescatar los restos del preciado metal.

En la Era del Estaño, la labor de la palliri ha contribuido al aumento de la producción minera. Asimismo, con el respaldo de las amas de casa, se han organizado en una Asociación de Mujeres Palliris para defenderse del acoso de propios y extraños, para mejorar su condición de trabajo, para reclamar que se les conceda el mismo sueldo y los mismos derechos que a sus compañeros.

Son madres solteras, novias, viudas o hijas de mineros, que no se rinden ante los avatares de la vida ni la miseria que azota sus hogares. Cumplen con su rol de amas de casa y, a su vez, con su rol de palliris, ya que cargan la responsabilidad de mantener a una familia. Son mujeres ejemplares por su infatigable labor en el hogar y su gran coraje en la lucha; en otras palabras, más que amas de casa, son admirables armas de casa.


Después de la relocalización, en 1985, son innumerables las mujeres que, empujadas por la necesidad y la desesperación, ingresaron a trabajar en interior mina. Y, aunque muchas veces realizan el mismo trabajo que sus compañeros, ocupan el último lugar en la jerarquía de la cuadrilla y su sueldo es inferior por el simple hecho de ser mujeres. Algunas veces, como por castigo del Tío, son relegadas a cumplir labores más simples y marginales, como ser guardianes de las bocaminas para evitar el acceso de desconocidos a los rajos donde depositan las cargas de mineral.

Las mujeres que trabajan en interior mina usan medias de lana no sólo para calentarse, sino también para aliviar los dolores causados por el reumatismo o la artritis; dolorosas enfermedades que les trepa por los huesos de los pies de tanto chapotear en las aguas de copajira. Se calzan viejas botas de caucho, ajustan el pantalón debajo de las polleras, cubren sus hombros con una manta y atan sus trenzas dentro del guardatojo y, poco antes de despuntar el alba, se marchan rumbo a la mina, donde murió su marido, como antes murió su padre y su abuelo.

Esta triste realidad se repite en varias familias, donde todos saben que la hija de un minero se casa con otro minero, y cuando éstos tienen hijos, se sabe también que ellos serán mineros como su padre y como el padre de sus padres, y que probablemente morirán jóvenes, escupiendo sus pulmones después de haber entregado sus vidas a cambio del desprecio y el olvido.

Antes estaba prohibido el ingreso de las mujeres a los socavones, debido a la superstición de que la menstruación y los sollozos hacían desaparecer las vetas. Algunos cuentan que una mujer que ingresaba a la mina era seducida por el Tío, provocando así los celos y la ira de la Chinasupay y la Pachamama. Ahora su presencia no es sinónimo de mala suerte y las supersticiones han cedido a la necesidad de ganarse la vida arañando la montaña para dar de comer a sus hijos, quienes la aguardan sentados o durmiendo en un rincón de su humilde hogar, donde, a falta de un padre, abrigan las ilusiones de que algún día cambiarán el destino de sus vidas.

Ésta es la vida de miles de mujeres que, expuestas a los peligros de la montaña y machucándose los dedos a martillazo limpio, se enfrentan a un trabajo rudo y duro que las enferma, envejece y mata antes de cumplir los cincuenta años de edad.

miércoles, 1 de febrero de 2017


LAS CREENCIAS POPULARES SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE

Las  creencias en fenómenos paranormales, espíritus, almas en pena y fantasmas del inframundo, forman parte de la fantasía humana y del imaginario colectivo en todas las culturas. En algunas de ellas, y desde la remota antigüedad, los individuos no hacen distinciones entre los objetos animados e inanimados. Esta concepción implica que los fenómenos naturales, las características geográficas, los objetos cotidianos y materiales pueden estar también provistos de alma (espíritu, pisque, mente, conciencia o como se lo llame).

El alma, según varias tradiciones religiosas y filosóficas, es el componente espiritual que poseen los seres vivos, una manifestación inmaterial que está dotada de movimiento propio, ya que puede desarrollarse independientemente de la condición física de la persona o el animal. Por cuanto es una suerte de facsímil del cuerpo material, un doble intangible que, a veces, cobra vida y se mueve con las mismas facultades que caracterizan a los seres vivos.

En algunas culturas se cree que el alma sale y entra en el cuerpo como el aire que se aspira y respira; es más, en las comunidades tribales, que viven a espaldas del racionalismo occidental, se atribuyen las enfermedades a la ausencia del alma y que, para remediar el mal, se invoca al alma errante para que vuelva a entrar en el cuerpo del convaleciente, ya que el alma es la fuente espiritual donde se generan los instintos innatos, como son los sentimientos, emociones y fantasías, que influyen de manera trascendental en la vida social y familiar.

En la tradición china, por ejemplo, cuando una persona está al borde de la muerte y se cree que el alma ha dejado su cuerpo, el abrigo del paciente es sostenido en un largo poste de bambú, mientras un curandero se esfuerza por devolver el espíritu al abrigo por medio de conjuros. Si el bambú comienza a girar en las manos del familiar, que se ha dispuesto para sostenerlo, implica que el alma del moribundo volvió a ocupar su lugar en el cuerpo.

En las culturas andinas, con predomino de la religión católica, se suele escupir tres veces al suelo cuando una persona ha sufrido un arrebato de espanto. Seguidamente, se pronuncia varias veces su nombre con la finalidad de que su alma, que aparentemente abandonó el cuerpo en el momento del espanto, acuda a los llamados y vuelva a entrar en el cuerpo de la persona para devolverle el equilibrio emocional.

El pensamiento mágico

Estas creencias populares, aun siendo contraria a la razón científica, están muy arraigadas en todas las culturas del mundo, donde las supersticiones, transmitidas de generación en generación, permiten interpretar los fenómenos paranormales que no son probables científicamente, pero que están presentes en el pensamiento mágico de los individuos, indistintamente de su condición social, racial, religiosa o cultural.

El pensamiento mágico, capaz de concebir la existencia de entidades sobrenaturales y milagros producidos por gracia divina, es una forma de pensar y razonar en que todos los elementos de la naturaleza están dotados de vida y de alma, al menos según los preceptos filosóficos del animismo, que considera que tanto lo material como lo inmaterial posee razonamiento, inteligencia y voluntad.
 
Por otro lado, el pensamiento mágico y primitivo no distingue niveles entre lo real y lo imaginario, se revela contra la idea inaceptable y abstracta de la muerte y considera que lo aparecido en el sueño o la pesadilla, posee existencia real, así las personas aparecidas estén ya en el otro lado de la vida.

Los individuos, indistintamente del lugar geográfico y la época, comparten la misma necesidad de despejar las dudas concernientes a los fenómenos paranormales y sobrehumanos, ya que de no ser así, no se creería en la existencia de muertos que están condenados a vagar como almas en pena al no poder encontrar la paz eterna en el más allá, y que, consiguientemente, permanecen atrapadas entre este mundo y el otro.

La naturaleza dual del individuo

Los fenómenos paranormales, como los mismos sueños y pesadillas, fueron contemplados en los estudios del animismo y el psicoanálisis, convirtiéndose en una filosofía o seudociencia capaz de responder a las preguntas que los humanos se formularon desde siempre; unas veces, por intuición natural y, otras, porque las creencias son inherentes a la condición humana.


En el contexto de las pesadillas, por citar un caso, no es casual que uno se reencuentre o comunique con muertos, como si ellos se reaparecieran para decir o hacer algo que dejaron pendiente mientras estaban vivos; una experiencia mental que al hombre primitivo le llevó a concebir la idea de que existe una parte incorpórea en los seres vivos, que sobrevive a la disolución del cuerpo físico después de la muerte.

La convicción de la naturaleza dual del humano, que combina lo material y lo espiritual, tiene sus orígenes en la mente del hombre primitivo, quien creía que los fenómenos naturales, como los rayos y truenos, lo mismo que las plantas, piedras y animales, tenían también un alma parecida al de los seres humanos; una percepción que ha trascendido hasta las sociedades modernas, donde existen creencias y supersticiones basadas en el animismo.

El animismo divide el mundo en una realidad y una suprarrealidad, en un mundo fenoménico visible y un mundo espiritual invisible, en un cuerpo mortal y un alma inmortal. Los usos y ritos funerarios no dejan duda alguna de que el hombre del neolítico comenzó ya a figurarse el alma o espíritu como una sustancia que se separaba del cuerpo. La visión que la magia tiene del mundo es monística; ve la realidad en forma de un conglomerado simple, de un continuo ininterrumpido y coherente; el animismo, en cambio, es dualista y funda su conocimiento y su fe en un sistema de dos mundos (Hauser Arnold, Historia social de la literatura y del arte, Ed. Guadarrama/Punto Omega. Ed,, Labor, S.A., Barcelona, 1979, p. 26).

La vida después de la muerte

La mayoría de los sistemas de creencias animistas sostienen que existe un alma que, alejándose del cuerpo físico, sobrevive a la muerte, porque es la parte inmaterial o espiritual de la esencia humana. Tampoco son ajenas las visiones de quienes creen en la existencia de un vínculo estrecho entre las almas de los vivos y los muertos. Y, a pesar de las controversias sobre si el alma pertenece o no a la sustancia divina, la religión judeo-cristiana sostiene la creencia de que Dios formó al hombre del polvo y le concedió vida soplándole en sus narices el aliento divino, por cuanto el primer hombre de la creación vino a ser alma viviente a partir de un elemento material como es el polvo.

Cuando se da el deceso de una persona, se cree que su cuerpo queda en la tierra, pero que su espíritu se eleva al cielo o cae en las catacumbas del infierno. El cristianismo promete que si uno tiene fe en Dios, será redimido de sus pecados, salvado de los suplicios del infierno y gozará de una vida eterna en el reino de los cielos. En este caso, la resurrección es un ejemplo de que la vida no termina con la muerte. Jesucristo, tras ser desclavado de la cruz y sepultado fuera de los muros de Jerusalén, resucitó entre los muertos y retornó espiritualmente hacia los suyos.

La creencia de que los humanos pasan a otra vida después de la muerte es una concepción común en varias religiones y filosofías. Es decir, los muertos son seres que pasan de la vida terrenal a otra que es mejor y que está en el más allá. Otros creen que el espíritu de los muertos se reencarnan en otros seres vivos como los animales domésticos o silvestres, o que, simple y llanamente, retornan al reino de los vivos manifestándose como almas en pena, sobre todo, cuando el alma de un difunto no encuentra paz en la tumba y se aparece de forma perceptible y descarnada en los sitios que frecuentó en vida.

En pleno siglo XXI se sigue creyendo en la existencia de fantasmas y almas en pena, a pesar del desarrollo de una corriente positivista, escéptica y científica, que intenta desacreditar esta superstición sobre las fuerzas espirituales, que está lejos de todo razonamiento lógico y materialista, incluso lejos de algunos principios de la religión católica, que considera la superstición como una expresión sobrenatural de las idolatrías paganas y demoníacas.

Cuentos de espanto y aparecidos

En diversas culturas suelen referirse cuentos de espanto y aparecidos como si fuesen acontecimientos de la vida real y cotidiana, pese a que la creencia en la existencia de almas o fantasmas contiene elementos ficticios e inverosímiles, que perturban algunas de las sensaciones inherentes a la condición humana. Así, en las culturas ancestrales latinoamericanas, desde antes de la colonización y la irrupción de los catequizadores, se creía en que el alma era algo intangible y que podía seguir vivo, en forma de espectro o espíritu, tras el deceso físico de la persona.


Asimismo, los cuentos de espanto y aparecidos del imaginario popular, emparentables con las supersticiones y los elementos sobrenaturales, suelen contarse como acontecimientos de la vida real y cotidiana, como ocurre con las creencias de la fe religiosa que, siendo contrarias a todo tipo de evidencia científica, no se conciben como supersticiones sino como hechos evidentes registrados en las Sagradas Escrituras, en cuyas páginas, en mi criterio, convergen dos mundos: el real y el mágico.

Los cuentos de espanto y aparecidos se encuentran en el límite de la credibilidad, donde apenas un hilo sutil separa a la realidad de la ficción; más todavía, puede afirmarse que estos cuentos, transmitidos por medio de la tradición oral, están basados en elementos de la realidad, aunque son distorsionados por la imaginación en la medida en que se añade al argumento ingredientes ilusorios y se les atribuye a los personajes facultades sobrenaturales propias de las narraciones fantásticas, que se caracterizan fundamentalmente por la combinación de la realidad y la ficción.