LO MÁS IMPORTANTE
Si alguien me preguntara: ¿Qué es
lo más importante en tu vida? La respuesta sería concluyente: Las cosas más
cercanas, entrañables y sencillas; por ejemplo, mi madre que me trajo al mundo
y me orientó durante los primeros años de mi vida, que me dio su aliento en los
momentos difíciles y me invitó sus sabrosas comidas, que eran como para
chuparse los dedos; mis hermanos que me brindan su apoyo cuando se los pido,
mis hijos que me arropan con su cariño y alegría en mis horas de tristeza, mis
amigos que siempre están ahí cuando más los necesito; mi padre que, sin ser
carpintero de oficio, construyó con sus manos la cama donde duermo, la silla
donde me siento y el estante donde están mis libros.
Y como todo individuo acostumbrado
a la vida gregaria, a convivir con la comunidad y la familia, necesito del apoyo
decidido de la persona que, en las buenas y en las malas, está siempre a mi
lado. En este caso, mi compañera sentimental es más importante que todos los
gobiernos del mundo, ya que ella no sólo me proporciona confianza y seguridad,
sino que, además, me ofrece su amor incondicional que es el bien más preciado
al que aspira todo ser humano.
Los gremios de segunda categoría
Fuera y dentro de las cuatro
paredes de mi hogar, aunque muchos opinen lo contrario, necesito los servicios
de los llamados profesionales de los gremios
de segunda categoría. Es decir, puedo prescindir de los cirujanos,
abogados, arquitectos, matemáticos e ingenieros, pues a ellos los necesito
menos que a la caserita del mercado, al
cocinero, sastre, panadero, peluquero, tendero, zapatero, cerrajero y otros que,
sin lucir rimbombantes rótulos en sobre el pecho, suelen ayudarme a resolver los
problemas más frecuentes y cotidianos.
No tengo la costumbre de medir a
los profesionales por los años que se quemaron las pestañas estudiando, aquejados
por la enfermedad de la titulitis, todo
por conquistar un papelito o diploma
que les concede un título profesional,
con la esperanza de mejorar su estatus social y económico en una sociedad
competitiva y materialista, hecha a golpes de categorías, clasificaciones y
discriminaciones.
En un país dividido entre unos que tienen
mucho y otros que tienen poco, donde el nacimiento de un hombre es más
celebrado que el nacimiento de una mujer, el ser humano no vale tanto por lo
que es, sino por lo que tiene: un título profesional, un inmueble confortable,
un automóvil de lujo y una sagrada familia. No en vano reza el dicho popular: Tanto tienes, tanto vales. De modo que
allí donde hay higos, hay amigos, y donde no hay higos, hay sólo enemigos.
De artistas y artesanos
Si de categorías profesionales se
habla, para mí se sitúan en la cúspide aquellos que, tradicionalmente, están en
la base de la pirámide social, como el carpintero que es un artesano de
maravillosas manos, que aprendió las técnicas de su padre desde que se inició
como aprendiz. Sin embargo, aunque algunos lo llaman maestro, sigue siendo un simple artesano,
así su talento y experiencia lo conviertan en un artista consumado.
En Bolivia, como en otros países
donde reina la escala de valores del mejor
y del peor, es común subestimar al
profesional que carece de un diploma
académico; pero si un europeo o norteamericano hace lo mismo que el artesano boliviano, es considerado artista, así no interprete lo real o
plasme lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos, sonoros u otros
medios de las llamadas bellas artes,
ya que el artesano, conforme a
la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lenguas Española, es quien ejercita un oficio
meramente mecánico y hace por su cuenta objetos de uso doméstico imprimiéndoles
un sello personal, a diferencia del obrero fabril.
Si pienso de este modo será porque
no estoy de acuerdo con las categorías que separan a los unos de los otros
según el título profesional que ostentan, o, quizás, porque estoy hecho más de
cosas pequeñas que de cosas grandes. De ahí que los artesanos de oficios varios son imprescindibles en mi vida, que es similar
a la de los ciudadanos de a pie, que requieren más de los profesionales de los gremios de segundas categoría, porque
comen y beben todos los días, pero no todos los días asisten a una clínica
quirúrgica ni todos los días mandan a construir una casa.
Todos somos igual de importantes
No sé si estoy equivocado en mis
apreciaciones, pero sostengo que todos los ciudadanos somos igual de
importantes para la colectividad en la que vivimos, siempre y cuando contribuyamos
en ella con lo que mejor sabemos hacer, independientemente del tipo de
profesión que ejerzamos en la vida pública, donde nadie está por demás y donde
todos somos necesarios para resolver los múltiples problemas que aquejan a
hombres y mujeres, a niños y adultos.
Considero, asimismo, que el
progreso de una nación se alcanza con empatía y solidaridad, pensando más en el
bienestar de los otros que en el bienestar de uno mismo, pues no es lo mismo
servir al país que servirnos del país. Y, aparte de lo señalado, lo más
importante es que cada uno de los individuos unamos nuestras fuerzas e iniciativas
para forjar una sociedad donde todos podamos vivir en armonía, respetando los
principios de los Derechos Humanos y la democracia participativa, habida cuenta
de que nuestras diferencias, si nos lo proponemos de manera consciente, podrían
complementarse y convertirse más en ventajas que en desventajas, ¿o qué opina
usted, atento lector?
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