domingo, 27 de diciembre de 2020

 

TILLSAMMANS (JUNTOS)

Como todos los inmigrantes llegados de tierras lejanas, obligado a aprender un nuevo idioma como guagua recién nacida, tuve dificultades para enriquecer mi vocabulario y diferenciar algunas palabra de otras; un proceso de aprendizaje que no estaba exento de problemas.

Durante los primeros años que viví en Estocolmo, hice todo lo posible por integrarme a la sociedad, con las esperanzas de convertirme en una ciudad más, pues sabía que Suecia, a pesar de su largo y gélido invierno, llegaría a ser mi segunda patria. Y, claro está, en mi afán de acercarme a los suecos, tomé contacto con una de mis vecinas; una mujer en el meridiano de su vida, que desprendía jovialidad y lucía hermoso cuerpo, cabellera castaña y actitud simpática, recodándome a las mujeres del mediterráneo. 

Cada vez que nos encontrábamos en la puerta que daba a la calle, nos saludábamos con cortesía e intercambiábamos algunas palabras antes de despedirnos con una sonrisa afectiva. El problema de nuestra amistad estaba en que cada vez que ella me decía:

Ha en bra dag (Ten un buen día), Glad påsk (Alegre pascuas), Trevlig sommar (Buen verano) o God Jul och Gott Nytt År (Feliz Navidad y próspero Año Nuevo)…

Yo siempre le contestaba:

Tillsammans (Juntos).

Así transcurrió el tiempo, hasta que una noche, cuando ella salía a la calle y yo regresaba del trabajo, nos encontramos en la puerta. Nos saludos como de costumbre y, a tiempo de despedirnos, me dijo:

Ha en trevlig kväll (Ten una divertida noche).A lo que le contesté risueño:

Tillsammans (Juntos).

Ahí nomás, justo cuando crucé la puerta, en dirección a mi apartamento, escuché un grito a mis espaldas:

–¡Hallå där! (¡Oye tú!)

Me paré de golpe, me volví y, por primera vez, me encontré con el rostro enfurecido de mi vecina.

–¿Qué pasa? –pregunté sin entender lo qué ocurría.

Me lanzó una fulminante mirada y me habló con un tono de voz que no había escuchado antes.

–¡Tú sabes que tengo marido e hijos y que no estoy interesada en ti! ¡¿Me entiendes?!

–Ya lo sé –le contesté algo sorprendido–, pero no importa que estés casada y tengas hijos, tú me gustas igual...

Mi vecina se puso roja como el cangrejo hervido, no pudo contener su rabia y pegó un grito en el cielo:

–¡Dra åt helvete! (¡Vete al diablo!)

Y yo le contesté:

Tillsammans (Juntos).

Luego giró sobre un talón y me dejó plantado como a una estatua.

Cuando entré en mi apartamento, le conté a mi esposa lo sucedido con la vecina. Ella estalló en una sonora carcajada y, echando lágrimas de tanto reír, me aclaró el problema:

–Cuando te dicen: Ha en bra dag, Glad påsk, Trevlig sommar o God Jul och Gott Nytt År, jamás se debe contestar: TILLSAMMANS (Juntos), sino siempre: DETSAMMA (Igualmente).


lunes, 14 de diciembre de 2020

 

PRESENTACIÓN DE AQUÍ TAMBIÉN SE ESCRIBE

La Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL y el Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua, en el marco de la celebración del 63 aniversario de fundación de la Tercera Sección de la Provincia Rafael Bustillo, presentan la compilación: AQUÍ TAMBIÉN SE ESCRIBE del escritor Víctor Montoya

La compilación presenta la biografía, bibliografía y una breve muestra de la obra, tanto en verso como en prosa, de los autores reunidos en esta publicación de notable importancia documental, histórica y literaria de las poblaciones de Llallagua, Siglo XX, Catavi y Cancañiri.

La compilación registra a 32 autores y autoras que, con compromiso social y la mirada puesta en la tierra que los vio nacer, son la expresión más viva de estas poblaciones que no sólo fueron ricas en la producción de minerales, sino también ricas en la producción de intelectuales que, sin perder su orgullo nortepotosino ni sus tradiciones ancestrales, contribuyeron decisivamente al acervo cultural de la nación boliviana.

Los comentarios estarán a cargo del escritor Grover Cabrera García y el periodista Abenor Alfaro Castillo. El cantautor René Patzi pondrá la nota musical. 

El acto se efectuará el jueves 17 de diciembre, a Hrs. 10:00, en el “Salón Rojo” de la municipalidad de Llallagua.

jueves, 3 de diciembre de 2020

EL DUENDE SE NOS APARECE TAMBIÉN EN ESTOCOLMO

I

El Duende, de hecho, se ha filtrado en las noches literarias de Estocolmo, donde un puñado de amigos, afectados por la enfermedad de la escritura, nos reunimos en tertulias informales al amparo de las velas.

Claro que El Duende, sombrerito alón y pinta inconfundible, no se nos aparece cada quince días, sino cuando puede o cuando quiere, pues supongo que trepar hasta el techo del mundo, donde la nieve y el frío son más crudos que en Oruro, no debe ser cosa fácil para un Duende, quien primero tiene que tramontar la cordillera de los Andes y luego cruzar el ancho mar. De cualquier modo, venga en lo que venga (a caballo, camión, barco o avión), se lo espera con ansiedad y se le da la bienvenida, para que nos cuente de sus andanzas, sus sueños y sus tropiezos.

El Duende, con el cuerpo de papel y las venas de tinta, se nos aparece como un rayito de luz en las noches de tertulia. Se hace un brindis en su honor y se le pide que nos enseñe, una por una, las joyas que carga en su cofre literario. El Duende, convertido en el chasqui de la palabra escrita, cumple a pie juntillas con su deber; nos desvela y deleita con sus maravillas, y nos dice, de pasadita, lo que están haciendo nuestros hermanos en la tierra de los quirquinchos, allá donde las letras son tan evidentes como la arena.

Cuando la noche es vencida por el alba y el deber nos llama a una nueva jornada, nos despedimos de El Duende, suplicándole que no se pierda ni se apague como una vela, y que siga llegando a CONTRALUZ, que aquí tendrá siempre una casa y un corazón de puertas abiertas. 

II

Por fin se (re)apareció El Duende en Estocolmo, tras haber sido decomisado por razones de sobrepeso en la aduana de Cochabamba. Pero ahora que lo tengo entre las manos, bien doblado y empaquetado, les agradezco a los amigos que tuvieron la gentileza de enviármelo desde la capital folklórica de Bolivia, en cuyo Carnaval, amparado por la Virgen del Socavón, bailan los diablos al son de los tamboreros y soplalatas.

El Duende sale del paquete y yo lo miro de anverso y reverso, de arriba a abajo. ¡Cuánto se ha superado!, me digo, mientras le echo un vistazo por dentro, hoja por hoja, punto por punto. Tiene las páginas repletas de letras, unas más grandes y otras más chicas, pero todas con un lenguaje (re)creativo y un mensaje inteligente. ¡Ah, carajo!, me vuelvo a decir, pensando en que este personaje, transmisor del sentido común de los arawikus (poetas andinos), lleva el cuerpo zurcido de imágenes y más de una sorpresa escondida en la copa del sombrero.

El Duende, cuya contextura y color parecen hechos de copajira (agua amarillenta de los relaves de mineral) y de tiempo, carga las notas y noticias de quienes, en lugar de construir un castillo de arena en los arenales de Oruro, prefieren construir una fortaleza de imágenes y palabras, donde puedan refugiarse las criatura del alma y los santo-demonios de la imaginación; una labor encomiable que nos revela tanto el fulgor del pensamiento humano como el desafío quijotesco de un grupo de intelectuales que, a diario, se enfrentan contra los molinos de la incomprensión. 

Debo reconocer que El Duende, cuya lectura implica para mí un modo de ponerme en contacto con la realidad ausente y lejana, tiene la fuerza de transmitir las vibraciones literarias de quienes, vistos y leídos a la distancia, parecen luceros integrados en la amplia constelación de la literatura latinoamericana. No me equivoco si digo que los vates bolivianos no se dejan pisar el poncho, aunque nomás fuera por razones de orgullo. Hay sustancia en su discurso escritural y un deseo tenaz por salvarse del silencio y el olvido, al menos esto constato cuando leo El Duende sin saltarme un solo verso, un solo renglón; unas veces creyendo encontrar en sus páginas la faz oculta de la memoria y, otras, intentando descifrar las metáforas dedicadas a la vida, el amor y la muerte.

Como comprenderán, El Duende se ha convertido ya en un visitante amigo y, por qué no decirlo, en un paisano (re)querido con irresistible paciencia. Es lo mismo que llegue en avión o en trasatlántico, pues la inquietud con que se lo espera no modifica en absoluto su presencia. Lo importante es tenerlo aquí, entre amigos, para gozar de su lectura y ensancharle el camino que se va abriendo pasito a paso.

En Estocolmo, tierra habitada por los gnomos del bosque, la nieve y la oscuridad, se lo recibe siempre a contraluz -en CONTRALUZ-, y se le da la bienvenida, porque trae la palabra, tanto en verso como en prosa, de unos amigos que (todavía) nos recuerdan a pesar del tiempo y la distancia.

El Duende, como en otras ocasiones, paseará por esta ciudad anfibia, agarrado de la mano de sus lectores, quienes lo leerán como se leen las cartas llegadas de allende los mares, trayendo novedades con olor a bolivianidad y tinta fresca. Además, El Duende, que tiene la intención de compartir con nosotros sus ideas y sentimientos convertidos en palabras, es una especie de lanza literaria que, por mucho que corramos, nos alcanza donde quiera que estemos.

Ya sabemos que El Duende, a pesar de sus escasas páginas, es el vocero más importante de la cultura orureña, desde que se convirtió en la yapa (aumento) imprescindible del diario La Patria. En él cohabitan los artistas y escritores que, desde el interior y exterior del país, contribuyen a encender la llama de la creatividad entre las tinieblas de la literatura boliviana.

El Duende da las pautas y nosotros le seguimos las huellas, pues todo parece indicar que llegamos hasta el umbral del siglo XXI a paso lento pero seguro. Ahora sólo queda agradecerle por su presencia y recordarle que no se olvide que en estas tierras -menos anchas y más ajenas- existen también seres dispuestos a compartir las emociones del alma.

Así pues, una vez más, he tenido la honda satisfacción de leer las páginas de El Duende y la oportunidad de constatar que sigue siendo el faro espiritual que ilumina el pensamiento altiplánico. Ojalá permanezca con el mismo entusiasmo, sin desmayar ni desaparecer en los recovecos del camino, pues lo necesitan no sólo los escritores orureños, sino también los escritores de la diáspora boliviana.

III

Hace más de un año que no se me aparecía El Duende, pero a principios de febrero de este nuevo milenio, ¡zas!, se metió por el buzón de la puerta, envuelto en un sobre de color madera.

–¡Qué sorpresa! –le dije abrazándolo con cariño, ansioso por conocer las noticias que traía impresas en el cuerpo.

El Duende me lanzó una sonrisa bien orureña, guiñándome por debajo del sombrero. Me extendió su amigable mano de papel y me enseñó sus páginas llenitas de letras e imágenes.

–¡Qué lindo que estás! ¡Tienes una pinta loca! –le dije, refiriéndome a su aspecto sobrio y elegante. 

Él se rió como suelen reírse los duendecillos traviesos, se despojó de su sombrero de copa alta y, orgulloso de lo bien que lo trataban sus editores responsables, me regaló una lectura de magia y sabiduría.

–Cuánta alegría me da volver a verte después de tanto tiempo –le dije–, y cuánto me entusiasma el encontrar en tus páginas el nombre de quienes viven ensartando palabras en la meseta del altiplano boliviano, donde el dios Huari de los Urus se trocó en el venerable Tío de los mineros y donde la dadivosa Candelaria hace tantos milagros como la Pachamama.

El Duende, hecho de tinta y de papel, revoloteó como una mariposa en mis manos y expuso su vital contenido ante mis ojos.

–Cada vez que te me apareces, así nomás, sin tocar la puerta ni anunciar tu llegada, me traes siempre noticias desgranadas en sorpresas. No hay duda, eres un Duende de pura cepa y una bella paloma mensajera.

El Duende me miró desde el logotipo de El Duende, se escabulló entre los magníficos dibujos de Zarzuela y, escondiéndose detrás de los textos, me habló con palabras que sólo pueden oírse con los ojos.

Así transcurrieron los minutos y las horas. Lo leí durante tres días y tres noches, sin desprenderme de su agradable compañía, hasta que llegó el instante en que debía de despedirme, pero a condición de que se me volviera a aparecer otra vez, así de sopetón, como cuando se aparece el gran amor de la vida mientras menos se lo espera.   

IV

–Te esperé con insoportable paciencia –le dije emocionado, apenas lo vi llegar agarrado de la mano de un amigo, que tuvo la gentileza de traérmelo desde Oruro.

El Duende estaba pintudo como siempre, con su sombrerito alón, su color de copajira y su aspecto de niño-viejo, gracioso, travieso y juguetón.

Cuando lo llevé a casa, donde nos encerramos en el escritorio para comunicarnos en silencio, me deleité leyendo sus páginas al compás del corazón y las matracas, mientras él me deslumbraba con sus hermosos textos que parecían los chispeantes ojos de Lucifer.

–Aunque eres un personaje de papel –le dije–, ataviado con tu traje de imágenes, letras e ilusiones, no dejas de tener el corazón más grande que el cuerpo y la generosidad del tamaño del tiempo, pues por donde andas y desandas, con tu q’epi (bulto) repleto de conocimientos, llevas en una mano el don de la amistad y en la otra un ramillete de novedades para quienes estamos dispuestos a leerte de anverso y reverso.

El Duende me miró con su cara de Duende y nada me respondió.

–Así eres, duendecillo del alma –proseguí–, por eso te queremos y esperamos, en las buenas y en las malas, tanto en la tierra de los Urus como en la thule (tierra) de los vikingos, donde te apareces sea de noche, sea de día, con un ruidito semejante a los dados que se remueven en el cubilete del cacho.  

Al final de nuestro (re)encuentro, le extendí la mano de despedida y le dije:

–Siempre serás bienvenido a la Venecia del Norte, donde tienes varios amigos trolles (gnomos), dispuestos a compartir tus pensamientos y sentimientos... ¿Y sabes por qué?, porque eres purito Duende...

Él se sonrió y no contestó, escondió la cara debajo del sombrero, extendió la mano de despedida y desapareció en un cerrar de ojos.

–¡Pucha, caray! –me dije después–. Olvidé mandarle mis saludos y congratulaciones a Luis Urquieta, Alberto Guerra, Edwin Guzmán, Benjamín Chávez y Erasmo Zarzuela; esos otros duendes que le dan vida con su aliento y no lo dejan morir como una vela.

Y vayas por donde vaya, que te vaya bonito.

Es el colmo -y no Estocolmo-, que no me digas cuándo te volveré a ver, para jugar chacho con un cubilete de dados y para…

Como dice tu director, don Luis Urquieta Molleda: Venido por derroteros secretos sienta presencia ‘El Duende’, plasmación diligente de taumaturgos. Prez en lontananza.

V

En este mes de septiembre, fecha importante en los anales de la cultura orureña, se celebra el vigésimo aniversario de El Duende, con cuatrocientas ediciones que dignifican el esfuerzo tesonero de los editores responsables. No se trata de un acontecimiento más en el mundillo del espectáculo, sino de una prueba fehaciente de que las buenas iniciativas, cuando están sustentadas con honestidad y entrega total, alcanzan tarde o temprano una trascendencia imperecedera y reciben el respeto, la admiración y el reconocimiento de la colectividad.

El Duende, hecho de verbo y de creación, tiene las llaves mágicas de la literatura, que le permiten ingresar en los sitios más recónditos de la mente y el corazón de los lectores, quienes lo aguardan quincenalmente con insoportable paciencia. Algunas veces llega a paso lento pero seguro como los morenos y, otras veces, se aparece saltimbanqui como los diablos que simbolizan la lucidez del Tío de los socavones. Así es nuestro Duende, un ser mitológico de la naturaleza y guardián de los seres que habitan en ella, y un personaje que, a fuerza de pulmón y a mucha honra, se ganó un espacio legítimo en la constelación de las letras bolivianas.

Desde hace veinte años fue creciendo, creciendo y creciendo, hasta convertirse en un verdadero chasqui que lleva a cuestas un q’epi repleto de mensajes elaborados no sólo por los fecundos artesanos de la palabra escrita, sino también por los profundos conocedores del alma humana. Ha crecido tanto que, tras haber sido un pequeño boletín de divulgación literaria, con letra apretada y color copajira, se ha convertido en el Suplemento Orureño de Cultura de uno de los decanos de la prensa nacional, gracias a la acertada dirección del Ing. Luis Urquieta Molleda, quien, secundado por un selecto equipo de redactores y colaboradores, se empeñó en darle cuerda a este trasgo ingenioso y juguetón, para que no se desmaye, ni se muera, ni se hunda en el mar revuelto de la masiva información que hoy invade nuestros hogares.  

Todo comenzó cuando el Duende mayor, don Alberto Guerra Gutiérrez, al mando de un grupo de duendecillos talentosos, inició su edición en junio de 1988, nada menos que entre q’oas (sahumerios) y ch’allas (celebraciones con aguardiente) en honor a la Pachamama y otros espíritus tutelares, y sin sospechar que el hijo de su alma, que no es experto en conjuros ni en artes esotéricas, estaba destinado a transmitir la creación de artistas y escritores, como el yatiri (sabio) aymara transmite la sabiduría popular y lee el destino de su comunidad en las hojas sagradas de la coca. Ahora que Alberto Guerra Gutiérrez no está ya con nosotros, entre nosotros, debemos imaginar que, como todo Duende trashumante, está esperándonos en el más allá, con un ramillete de amistad y de poesías, que él supo cultivar con experiencia y pasión, sin dejar de pensar un solo instante en su gente y en las tradiciones ancestrales de su Carnaval.

El Duende hace por los orureños lo que los orureños hacen por la cultura del país; es más, en su condición de vocero itinerante, ha traspasado las fronteras con paso de parada y ha entablado relaciones con los duendecillos de países cercanos y lejanos, donde lo reciben siempre con los brazos abiertos y el corazón en actitud de cariño. Deja profundas huellas en la tierra que pisa y se hace respetar por la opinión crítica de quienes lo toman en las manos. No es para menos, El Duende, que atesora la virtud de desgranar su gracia a través de palabras e imágenes, es un caballero que, desde su nacimiento, aprendió a comunicarse tanto en verso como en prosa.

¡Ay!, Duende de mi alma. Ojalá sigas sumando números a tus ediciones y tengas una larga vida, y que jamás nos dejes caer en la desilusión ni llegue el aciago día en que nos anuncies tu desaparición, porque esito no lo aceptaremos tus lectores ni colaboradores, y mucho menos el Tío de la mina, quien de apariciones y desapariciones conoce mejor que nadie. Por lo demás, a tiempo de cumplir tu vigésimo aniversario y tus cuatrocientas ediciones, recibe un fraternal abrazo desde el otro lado del charco, donde vive uno de tus humildes colaboradores dispuesto a brindar contigo por la amistad y por el amor a la literatura.

VI

Para quienes entramos en contacto con este singular personaje hecho de tinta y papel, no cabe la menor duda de que estamos frente a un mensajero de los sentimientos y pensamientos más profundos de lo mejor de nuestros creadores nacionales.

El Duende, desde sus inicios, tenía la intención de socializar los mejores textos escritos en verso y prosa, con el único afán de transmitir los sabios conocimientos atrapados entre los renglones y versos de los cultores de la palabra escrita.

Llegar a la edición Nro. 500 no es poca cosa; al contrario, es la demostración del trabajo tesonero de hombres como Alberto Guerra Gutiérrez y Luis Urquieta Molleda, quienes, por su declarado amor a las letras, no han cesado en empujar la rueda de la cultura orureña ni en publicar quincenalmente El Duende, que se nos aparece con la insistencia de un ser que desea instalarse en nuestras vidas con el peso de la sabiduría y la razón.

El Duende, en cada uno de sus números, ha cobijado en sus páginas lo mejor de la literatura nacional e internacional. No existe otra publicación boliviana que haya dado tanto de qué hablar como este trasgo que nos deslumbra y maravilla con cada una de sus ediciones preparadas con esmero y sentido común.

A tiempo de celebrar su edición Nro. 500, no nos queda más que reconocer que se trata de una maquinaria de papel que no para, de augurarle mayores éxitos en el ámbito cultural y que se nos siga apareciendo con su sombrero alón, sus botas de charol y su q’epi henchido por las mejores joyas de la literatura universal. Así lo queremos ver siempre a El Duende, forrado de pies a cabeza con lo mejor de las letras e imágenes que nos invitan a volar en las alas de la imaginación.

¡Salud y prosperidad, querido Duende! 

domingo, 29 de noviembre de 2020

PRESENTARÁN ANTOLOGÍA EN UNIVERSIDAD DEL PERÚ

La Universidad Nacional de Cerro de Pasco del Perú, a través de la Facultad de Educación, presentará la antología digital Narrativa minera peruano-boliviana de Roberto Rosario Vidal y Víctor Montoya.

Los comentaristas serán dos importantes estudiosos de la literatura de ambiente minero: el escritor peruano David Elí Salazar Espinoza, catedrático en la Universidad Nacional de Cerro de Pasco, y el escritor y antropólogo boliviano Guillermo Delgado-Parrado, catedrático en la Universidad de California, Santa Cruz, Estados Unidos.

La presentación será el miércoles 2 de diciembre, a Hrs. 17:00 y vía Internet. Los interesados podrán seguir el programa ingresando a las plataformas Meet, Facebook y Zoom.

https://www.facebook.com/Robertoperu55/

 https://www.facebook.com/davideli.salazarespinoza

sábado, 28 de noviembre de 2020

BIENVENIDO EL TÍO DE LA MINA A ESTOCOLMO

Gracias por estar aquí, en la thule (reino) de los vikingos, donde te aguardé con insoportable paciencia y el corazón abierto como una puerta. No sé de qué paraje provienes ni quién fue el khoyaloco que te despachó embalado en un cartón del correo boliviano. Lo único claro es que en tu largo itinerario, primero saliste del interior de la mina, luego atravesaste la codillera andina, cruzaste el ancho mar y, trocado en aire, burlaste el control de la aduana en el aeropuerto de Arlanda.

Ahora que estás conmigo, encerrado en mi escritorio, me siento más íntegro y complacido. Tu presencia me devolvió la alegría, concediéndole a mi existencia más vida de la que tenía. Por otro lado, quienes te tienen en estima, con el respeto y temor que infunde tu imagen, me han insinuado construirte una capilla o una urna de cristal, no sólo para ch’allarte y rendirte culto y pleitesía, sino también para mantener viva tu tradición arraigada en la cultura andina y el Carnaval de Oruro. Me temo que aquí, en estas lejanas tierras del norte, tu festividad no será tan sonada como en el vientre de la Pachamama, mas despertará un profundo fervor entre quienes conocen y reconocen tus atributos de personaje tutelar.

Empezaremos poquito a poco para que la ch’alla y la festividad vayan creciendo y adquiriendo importancia. Por qué no, si ya son miles los bolivianos que practican sus tradiciones y rituales como si estuviesen en la mismísima llajta, donde las costumbres ancestrales se celebran al ritmo de campanillas, sicus, zampoñas, quenas, tarcas, tambores, bombos y otros instrumentos autóctonos.

A quienes no te conozcan -o te desconozcan-, debemos aclararles que tu estatuilla fue moldeada en barro mineralizado por los mismos mineros, cuyas manos callosas te colocaron en el mejor paraje del interior de la mina, donde se congraciaban contigo mientras pijchaban, fumaban y bebían tragos de aguardiente. Los mineros sabían que en tu condición de Tío, dios y diablo andino, podías ser generoso con los compañeros que te ofrendaban y ser despiadado con los ingratos que te ignoraban o no cumplían sus obligaciones contigo. Así fuiste desde cuando los mitayos, condenados a trabajar en los yacimientos de plata durante la colonia, empezaron a rendirte culto y tributo, conscientes de que eres el dueño absoluto de los minerales y el amo en los tenebrosos socavones. Por eso los mineros, con honda admiración y respeto, te solicitaban protección y riquezas mediante ritos que iban desde el pijcheo, la ch’alla, la wilancha y el q’araku.

Como representante del sincretismo entre las creencias paganas ancestrales y la religión católica impuesta por los conquistadores, eres un híbrido entre el Huari y el diablo; luces dos cuernos en la frente, los ojos redondos y saltones, la nariz deforme, la barba rala como la de Atahuallpa y la boca dispuesta a recibir un cigarrillo, que los compas te ofrecen en actitud de amistad y cariño.

Aquí, en el reino de la Moder Svea, no te faltará nada. Ya tienes k’uyunas y quemapechos como el Absolut Vodka. Tienes también serpentinas, confetis y confites. Sólo falta llenar tu ch’uspa con la lejía y las hojas sagradas y purificadoras de la coca. Habrá que esperar un cachito para que tú mismo, con tus poderes mágicos, puedas proporcionarnos un tambor de coca para pijchar en tu honor y en tu presencia; mientras tanto, puedes seguir fumando y chupando... ¡Ah! ¡Tío, pendejo! ¡Tío, alcahuete! ¿Me estás tomando el pelo o estás tomándote solito mi botella de coñac?, ése que compré en el crucero entre Estocolmo y Tallin, poco antes de que llegaras hecho un caballero, a bordo de un avión y no en un trasatlántico.

Lo grave es que ahora no querrás salir del escritorio por miedo a sembrar el pánico y el terror con tu deformidad física. Si asomas el rostro a la puerta, las doñas se arrebatarían, las wawas se asustarían, los incrédulos se reirían y los devotos bien despistados quedarían. Ni modo pues, yo nomás tendré que saludarte y rendirte tributo al entrar y al salir del escritorio, y, una vez al año, sacrificar un gallo blanco o un cordero en tu honor y en honor a la Pachamama, la diosa andina de la Tierra.

Como los llajtamasis en Suecia no pueden pedirte las riquezas minerales, abandonadas allende los mares, pienso que lo correcto será pedirte protección y bienaventuranza en un país tan diferente al nuestro. Te pedirán, por ejemplo, acabar con el racismo y la discriminación contra el inmigrante. Si no sabes de qué estoy hablando es porque estás recién llegadito. Tienes que vivir un tiempo más para advertir los problemas y constatar que en estas tierras existen también devotos de la Virgen del Socavón, la Virgen de Copacabana y la Virgen de Urkupiña, y que todos los años las sacan en procesión por las calles de Estocolmo, Gotemburgo y Uppsala, suplicándoles deseos y milagros al ritmo de diabladas y morenadas. No es para menos, pues, algunos de los pasantes, como por mandato divino, distribuyen incluso colitas, banderines y bandas recordatorias made in Bolivia, convencidos de que si alcanzaron ciertas metas en su vida familiar y profesional es porque las mamitas intercedieron ante Dios para concederles sus ruegos y deseos.

Aunque no admites la presencia de las mujeres en tu reino, por la superstición de que la menstruación hace desaparecer los filones de estaño, considero que ahora tienes la oportunidad de disfrazarte con tu traje de Lucifer y bailar la danza de los diablos para las virgencitas, quienes de seguro son las réplicas de la escultura creada por el indio Tito Yupanqui a orillas del lago sagrado de los Incas.

 Así están las cosas, Tiíto dadivoso y vengativo. En Estocolmo podrás bailar la diablada ataviado con tu traje de luces y tus ornamentos de reptiles y batracios. Estás arreglado, pues los devotos de las vírgenes morenas hacen correr por las mesas comidas y bebidas en abundancia, justo como a ti te gusta que sean las jaranas, en las cuales se canta y baila hasta quedar indio en tierra. Más todavía, si en medio de la jarana no encuentras a tu tentadora Chinasupay, al menos encontrarás a una hermosa Chinamorena. Tenlo por seguro, te lo digo por experiencia propia y porque, aparte de ser tu compañero de ruta, soy tu amigo del alma.

Gracias, una vez más, por haber llegado a Estocolmo, Tiíto de las minas bolivianas. 


GLOSARIO

Compas: Compañeros.

Ch’alla: Ceremonia de ofrenda o sacrificio a los dioses. Celebrar un acontecimiento rociando al suelo con aguardiente.

Chinasupay: Diablesa. Deidad y esposa del Tío.

Ch’uspa: Bolsa pequeña en la que se lleva coca, tabaco o lo necesario para coquear.

Huari: Deidad mitológica de los urus, protector de los auquénidos y personaje simbolizado por el Tío de la mina.

Khoyaloco: Loco de la mina. Minero.

K’uyuna: Cigarrillo de envoltura rústica.

Llajta: Ciudad, pueblo, país.

Llajtamasi: Conciudadano, coterráneo.

Paraje: En el interior de la mina: sitio o lugar de trabajo.

Pijchar: Mascar coca.

Qaraku: Mesa o banquete que se prepara en honor al Tío, en el que no faltan abundante comida, alcohol, coca, cigarrillos, confites y carne de llama sacrificada.

Tío: Deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas.

Wawa: Niño o niña de pecho.

Wilancha: Sacrificio de sangre de animales o “sullus” (fetos de animales), en honor a los seres tutelares del cielo, la tierra y el subsuelo.

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

EL NORTE DE POTOSÍ EN LETRAS

Presentar un material escrito, como el que usted tiene en sus manos, con el sugestivo título de Aquí también se escribe, es casi siempre una enorme satisfacción para los implicados en un proyecto colectivo, que no tiene más pretensión que dar a conocer a autoras y autores que cuentan con una o más obras publicadas en formato de libro.

Antes de emprender con la presente compilación, en coordinación con la responsable de la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, estaba convencido de que entre los cerros de estas poblaciones mineras, que en su esplendoroso pasado estuvieron pletóricos de codiciados metales, había hombres y mujeres que, con la mente lúcida y la mirada puesta en la tierra que los vio nacer, estaban dispuestos a plasmar en letras de molde sus ideas, sueños y esperanzas, sin otro afán que dejar un testimonio escrito de sus vivencias y conocimientos, como la mejor expresión de la tradición cultural de un pueblo, cuyas calles y plazas han sido escenarios de enconadas luchas sociales, masacres insensatas y victoriosas conquistadas a fuerza de coraje y alto grado de conciencia política. 

En estas poblaciones mineras, que hicieron ricos a unos pocos y pobres a la inmensa mayoría, se formaron los dirigentes sindicales más destacados del movimiento obrero del país. Aquí nacieron, crecieron y se formaron hombres y mujeres que supieron contribuir al país con obras que, si bien no fueron destacadas en su debido momento, conforman el patrimonio histórico del norte de Potosí. No cabe duda de que estas personas sentipensantes, quienes, sin pedir nada a cambio y sin que nadie los premiara, ofrecieron lo mejor de sí para el orgullo de quienes nos consideramos hijos de entrañas mineras.

El proceso de elaboración de Aquí también se escribe, para quien redacta estas líneas, ha sido un trabajo gratificante desde todo punto de vista. Sabía que estaba rastreando las huellas de una importante camada de autoras y autores de Uncía, Llallagua, Siglo XX, Catavi y Cancañiri, con el único propósito de reunirlos y presentarlos en un mismo volumen, convencido de que ellos, con su talento, empeño y sabiduría, estaban aportando con sus obras al ámbito de la cultura y la literatura nacionales, donde muchos de los mencionados en esta modesta compilación, brillan con luz propia, situándose, por méritos propios, en el contexto de los creadores capaces de deslumbrarnos con su capacidad intelectual y su sapiencia hecha de humanismo y humildad.

El compendio, que reúne a autores de los más diversos géneros literarios, es una vitrina expuesta al mundo exterior, para que se conozca a las personas que son la voz cantante de este girón patrio, capaces de representarnos tanto a nivel local como nacional, sin otro afán que mantener viva la memoria colectiva de un pueblo, con sus grandezas y pobrezas, con sus luces y sombras, con sus sueños y pesadillas, con sus triunfos y derrotas.

Estos autores, nacidos en medio de un torbellino de mantas y polleras, guardatojos y k’epirinas, son los llamados a dignificar a esta región minera que sentó un precedente en las páginas de la historia nacional, con hombres y mujeres que no se dejaron doblegar por las armas de las dictaduras militares, aunque se perdieron a varios de los líderes que lucharon por conquistar mejores condiciones de vida, casi siempre a pecho abierto y con la mano empuñada de coraje y rebeldía.

El material que hoy tienen en sus manos es una muestra de que en estas poblaciones de valerosos luchadores, existen -y existieron- autoras y autores que no podían pasar desapercibidos y mucho menos soterrados bajo los polvos del olvido. Por eso mismo, el esfuerzo de rescatarlos, de sacarlos a la luz pública, ha sido un trabajo harto apasionante, debido a que estas poblaciones mineras del norte de Potosí han sido una veta rica no sólo en materias primas, sino también en materia intelectual. Estas mentes privilegiadas supieron mantener viva nuestra historia y conservar nuestras tradiciones a través de sus libros escritos con la pasión del alma y el corazón encendido por una explosión de sentimientos y pensamientos convertidos en palabras de alto contenido social, histórico y cultural.

No debe olvidarse que las y los autores, como cualquier otro ser social, son individuos que necesitan relacionarse y comunicarse con sus semejantes, y, para hacerlo, usan el lenguaje escrito como su principal instrumento de comunicación, puesto que este sistema, conformado por un conjunto de códigos lingüísticos, les permite transmitir sus pensamientos de manera precisa y eficaz, hilvanando razonamientos, sentimientos y emociones, que terminan fundidos en las letras de molde de ese maravilloso objeto conocido con el nombre genérico de Libro.

Elaborar este compendio, que un día será un libro de consulta para maestros y estudiantes, es el reflejo más auténtico de un pueblo que tiene mucho que aportar a la cultura nacional. Cuando culminé con el acopio del material y los datos bio-bibliográficos de quienes se dedicaban a escribir en verso y prosa, me vi sorprendido al constatar que los escritores eran muchos más de lo que me imaginaba; de modo que, debido a razones de extensión y presupuesto, me vi obligado a dividir el trabajo en dos partes; la primera dedicada a autoras y autores de Uncía y la segunda dedicada a los de Llallagua, Siglo XX, Catavi y Cancañiri.  

Por último, permítanme que les deje esta compilación para que lo vean, lo lean y lo critiquen. Y si por ahí existe alguien que conoce a una escritora o un escritor que no está contemplado en Aquí también se escribe, le ruego que me lo comuniquen o me lo hagan saber, para así incluirlos en las próximas ediciones de esta suerte de antología hecha con absoluta modestia y ética profesional. 

 

viernes, 13 de noviembre de 2020

PERRO MUTILADO

Había una extraña costumbre en el pueblo de mi abuela: cortarles la cola a los perros para mejorarles la apariencia. Así fue como un día, el cachorro que me regalaron en mi cumpleaños, pasó por ese cruel procedimiento en contra de mi voluntad. Todo sucedió en el patio de la casa, donde mi abuela, cuchillo y servilleta en mano, le sujetó al perro por el pescuezo y le mutiló la cola de un violento tajo. Cuando el perro se corcoveó y chilló como un niño aterrado, yo sentí el dolor como si a mí me hubiesen rebanado el dedo. Mi abuela le cubrió la sangrante herida con la servilleta y yo me retiré con lágrimas en los ojos. Todo había concluido en menos de cinco minutos. El perro perdió la cola y yo perdí la confianza en los mayores.

 

lunes, 2 de noviembre de 2020

 

LA EVOLUCIÓN

Un nuevo día. El Tío se remeció en su trono, mientras le servía su infaltable trago; bostezó como si no hubiese dormido lo suficiente ni se hubiese soñado con angelitos, me siguió con la mirada, alumbrándome con la luz de sus ojos enrojecidos como brasas y dejó que le complaciera con mis servicios hechos de voluntad y pleitesía.

–Ya que hemos conversado sobre las teorías de la creación –dijo con voz carrasposa–, ahora nos toca conversar sobre otras teorías de la evolución. ¿Qué te parece?

Yo puse la copa llena de alcohol a su alcance, me senté en la silla que estaba cerca de la mesa y, sin muchas ganas de meterme en un tema que me parecía harto complicado, me hice el sueco; o por mejor decir, el del otro viernes, pero el Tío, sin considerar si estaba o no de acuerdo con su propuesta, se metió de cabeza en el tema diciéndome:

–Estuve pensando que el Diablo fue creado el mismo día que Dios creó al hombre.

–¿Cómo así? –pregunté.

–Sí –contestó, echándose el primer sorbo de la copa–. Estuve pensando en que tanto Dios como el Diablo fueron creados por la imaginación del hombre, una creación fantástica que los mismos humanos se encargaron de transmitirla de generación en generación y de boca en boca. Por cuanto ni Dios ni el Diablo existen de manera física, como la Tierra que es materia palpable, sino de una manera inmaterial, como son los sueños y las fantasías, que sólo existen en la mente de los humanos.

–Aunque estoy de acuerdo en que la fantasía humana es capaz de crear incluso lo inimaginable, no creo que el hombre haya creado a Dios y mucho menos al Diablo…

El Tío me pidió, con la lumbre de sus ojos, que le encendiera un cigarrillo. Así lo hice, conociéndolo como cualquier siervo conoce los caprichos y gustos de su amo, aparte de que él no podía beber alcohol si no lo acompañaba con una hebra de tabaco en los labios.  

–La existencia de la materia es objetiva y demostrable, a diferencia de la existencia de Dios, quien sólo vive en la mente de la gente y no en el mundo real.

–Entonces Dios, al ser un producto de la imaginación, no es un ser de carne y hueso como nosotros, ¿verdad?

–¡Correcto! –contestó–. Dios es un ser ideal, imperceptible, inmaterial, impalpable; un personaje intangible, al que no se puede ver, tocar ni oír; es como un alma en pena, a quien, según la imaginación popular, se le siente cerca de nosotros, pero al que no se lo puede ver ni tocar. En este caso, para creer o no en su existencia, más vale la pena repetir el lema: Ver para creer

No sabía si me estaba hablando de los cuentos del más allá, de esos seres que, después de la muerte, retornan al reino de los vivos; pero, como estuvimos hablando de creaciones, imaginaciones y fantasías, le pregunté:

–Y a ti, ¿quién te creó?

Me miró algo extrañado, frunció el ceño y, metiéndose un trago al mismo tiempo que echaba humo por las fosas nasales, me dijo en tono de reproche:

–Tú, ¿qué tienes en la cabeza? ¿Piedras? ¿Barro? Ya te dije repetidas veces que a mí me crearon los mineros a su imagen y semejanza. No soy como Adán ni como Eva, no soy hombre ni mujer, porque puedo transformarme en lo que me da la santísima gana; puedo ser hombre y mujer a la vez, ave o pez, ser terrestre, aéreo o acuático, de acuerdo a las circunstancias, necesidades y peligros que me acechan.

Sus palabras hicieron sentirme como un idiota que no aprende lo que se le enseña; peor aún, como a un tarado que, en lugar de sesos, tiene piedras y barro en la cabeza. Así que, sólo por salir de aprietos, no se me ocurrió otra cosa que cambiar el rumbo de la conversación. 

–Por qué mejor no hablamos de cómo Dios creó la Tierra y sobre todo lo que existe sobre ella –propuse como queriendo salirme por la tangente.

–La Tierra no fue creada por Dios –corrigió taxativo–, sino por las fuerzas naturales asociadas a los quintos infiernos.

–¡¿Cómo?! ¡¿Qué dices?!

–Lo que oíste –replicó el Tío–. La Tierra no fue creada por un ser Supremo, tampoco el sistema solar ni las demás galaxias que existen fuera del sistema solar. El universo surgió aproximadamente hace 14.000 millones de años atrás, a partir de una gran explosión conocida como el Big Bang. Los científicos dicen que no fue un escupitajo más de una estrella enana que, en un tiempo sin tiempo, hizo ¡¡¡Big Bang!!!, esparciendo sus pedacitos en el manto misterioso del universo.

–¡Big Bang! –repetí con gesto enérgico–. ¿Cómo la dinamita que hace Big Bang cuando revienta la roca en la mina?

–El planeta Tierra es apenas un puntito perdido en el espacio infinito. Esto quiere decir que la materia visible, visible solo con un poderoso telescopio, como las estrellas, los planetas, el sol, la luna y los satélites, constituye apenas el cinco por ciento del universo. El otro veinte cinco por ciento es materia nebulosa y el restante setenta por ciento es un infinito abismo de oscuridad y misterio…

–Oscuro como la mina, donde todo es polvo, gases, goteras y silencio… –dije, otra vez con un acento más de ignorante que de inocente.

–Los astrónomos dicen que sólo en la Vía Láctea, en la galaxia que alberga el sistema solar, existen miles de millones de planetas, y no sólo los nueve que a ti te enseñaron en la escuela.

–Sí, pues –le dije–. Yo sólo conocía el nombre de los nueve planetas del sistema solar, como Marte, Júpiter, Plutón… 

El Tío volvió a sorber un trago y a fumar, instante que yo aproveché para preguntarle:

–¿Habrán otros seres vivos u otras formas de vida en los otros planetas?

–Sí –dijo el Tío–, quizás seres que se parecen a mí, pues hay planetas que están hechos de fuego como el infierno. El sol, de hecho, no es un planeta pero sí una bola en llamas, una gigantesca pelota hecha de fuego…No en vano el sol parece un volcán de fuego y lava al mismo tiempo. Da luz y calor con su candente cuerpo. Sin el sol no habría vida en el planeta Tierra.

–Pero en la Biblia se afirma que Dios decidió que solo hubiese vida en el planeta Tierra

–Eso es lo que dice la Biblia, pero las investigaciones científicas afirman lo contrario; por citar un caso, el físico Stephen Hawking, en su famosa obra, Breve historia del tiempo, afirmó que las leyes de la naturaleza pudieron hacer que el universo apareciera de repente sin que nadie lo ayudara y que no hacía falta la presencia de Dios para explicar el origen de todo.

–Eso quiere decir que todo lo narrado en el Génesis es una simple visión teológica y no científica, aunque se diga que la existencia de la Tierra es consecuencia de la acción directa de un único Dios, que intervino incuestionablemente en la creación del mundo y los seres vivos.

–Todo eso dice la Biblia –dijo–, pero hay muchos otros, como los materialistas y ateos, quienes sostienen que Dios no existe y que todo obedece al desarrollo natural de la materia, como son los planetas y los elementos vivos y muertos existentes en el planeta Tierra.

Lo miré con un claro escepticismo dibujado en mi rostro. Entonces el Tío, al ver un enorme signo de interrogación dibujado en mi frente, me disparó una mirada chispeante y dijo:

–¡No me jodas! Tú que eres un aprendiz de los clásicos del marxismo, debías dominar este tema mucho mejor que yo, que sólo leo a los clásicos del infierno. No puedes negar que tú te formaste leyendo los mamotretos de Marx y Engels, dos ateos que negaban la existencia de Dios y que, de pasadita, apuntalaron la teoría de que la religión es el opio de los pueblos.

–Es cierto –dije con absoluta convicción–, los padres del marxismo estaban convencidos de que la religión, más que obedecer a la esencia natural de las cosas, era el producto de la necesidad existencial y la fantasía humana. No en vano el materialismo dialéctico se basa en el conocimiento científico de las cosas y no en la mera superstición, suposición o creencia religiosa.

–No sólo eso –corroboró el Tío–. Los marxistas no creen que Dios fue quien creó el mundo y los seres vivos. Te reitero, Karl Marx decía que la religión era el opio de los pueblos, debido a que los pobres eran quienes más creían en Dios y en las salvaciones de la Divina Providencia. El opio equivale a una droga que anula la voluntad y las facultades intelectuales. Y no me refiero al opio, que es utilizado frecuentemente como analgésico, sino a ese otro opio que adormece la mente de los humanos para consolar a los desposeídos y afligidos, intentando calmar sus sufrimientos, prometiéndoles que, si cumplen con los Diez Mandamientos, en el reino de Dios tendrán todo lo que no tuvieron en la vida terrenal. Su amigo y camarada Friedrich Engels fue más lejos, afirmando que el hombre primitivo, perdido en la naturaleza salvaje, expuesto a los peligros de los fenómenos naturales, creó a Dios por necesidad y no a la inversa.

–¿Cómo es eso? A ver, explícate mejor… ¿Dijiste que el hombre primitivo creó a Dios?

–Así es –repuso el Tío–. El hombre primitivo necesitaba la protección de un ser Supremo, como el niño necesita de la protección de los mayores, atemorizado ante los fenómenos físicos y naturales, como son los truenos o los rayos, que no siempre han sido comprendidos por el hombre primitivo, quien incluso consideraba que el sol y la luna eran dioses a los que había que ofrendarles sacrificios y rendirles pleitesía. Ante la realidad incomprensible, el hombre primitivo se vio obligado a creer en su imaginación a un ser Supremo, que tuviera bajo su dominio todos estos fenómenos naturales que estaban lejos de la mano del hombrecito perdido en los laberintos de una suerte de selva peligrosa e impenetrable…

–¿Entonces Dios no tuvo nada que ver con la creación del mundo ni con la existencia de los seres vivos? –pregunté.

–Por supuesto que no, no y no –contestó–. Algunos hombres de ciencia, como los Premio Nobel de Física del año 2019, los suizos Michel Mayor y Didier Qualoz, pensaban igual que Stephen Hawking, quien sostuvo que para crear el universo no fue necesario un ser Supremo. Ellos niegan la presencia de Dios en la formación de la Tierra y el universo. Y, por si se enojaran los creyentes más fanáticos, aclararon que Dios es para las creencias y el corazón, pero que no tuvo nada que ver en la formación de los seres vivos ni de la vida. Ellos sostuvieron la teoría de que la vida surgió a través de un proceso natural, en el cual no encajan los relatos bíblicos sobre Adán y Eva, la manzana, la serpiente y el pecado.

–Si bien es cierto que no hay pruebas científicas de lo que se dice en la Biblia, es también cierto que la mayoría de la población mundial cree en la teoría de que el hombre fue creado por un ser Supremo- ¿Es verdad o no?

–Es verdad que siempre hubieron y habrán personas que, independientemente de lo que digan los físicos o científicos en torno al mundo y el universo, creerán en la existencia de un ser Supremo, como los mineros creen en mi existencia y me tienen en su corazón y su mente. Por lo tanto, los conocimientos científicos no cambian la conciencia de las personas, como la fe religiosa que es la filosofía de Dios sobre la faz de la Tierra.

–Pero, ¿No todo está dicho, verdad?

–Lo cierto es que siguen esperándose nuevas investigaciones que echen más luces sobre la  existencia humana en nuestro planeta. De todos modos, de una cosa debemos estar seguros: las ideas se forman con el tiempo, como las ramas se forman con el tiempo del tronco de un árbol o como las ranas se forman con el tiempo de los renacuajos.

–En la historia de la humanidad, siempre resultó más fácil hablar de la creación del hombre por un ser Supremo, que de las teorías evolucionistas que sostienen la concepción de que los humanos son el producto de un largo proceso de evolución y selección natural de las especies.

–Quizás porque esa teoría, la denominada evolucionista, desde el instante en que afirma que el hombre no fue creado por un ser Supremo, sino que surgió por evolución a partir de seres inferiores, permite que nos realicemos una serie de preguntas como: ¿Cuándo?, ¿Cómo?, ¿dónde?...

–Debo aclararte que esas preguntas han sido ya respondidas por Charles Darwin y sus seguidores.

–¡Ah, sí! –exclamé algo confundido–. Sería genial que me expliques, de manera clara y concisa, ¿en qué consiste la teoría de la evolución?  

–La teoría de la evolución nos ayuda a comprender el mundo y sus asuntos mejor que en el pasado histórico –dijo el Tío–. No sólo es profundamente convincente, sino que está sustentada en abundantes pruebas, que son cada vez más crecientes, sólidamente conectadas y fácilmente disponibles en museos, enciclopedias, libros de texto y en un cúmulo de estudios científicos evaluados por expertos.

Yo estaba con un cúmulo de dudas girándome en la cabeza. Ya no sabía, a ciencia cierta, si el hombre existía por creación, como dice la Biblia, o por evolución, que se dio durante millones de años, desde que los seres vivos se desarrollaron a partir del CHON -carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno-, primero en el agua y luego en el la superficie terrestre.

El Tío se echó otro trago, fumó y dijo:  

–Entonces seguimos con la teoría evolucionista de Charles Darwin, ¿si o…?

–¿Darwin? –dije, dejando al descubierto mi universal ignorancia–. ¿Y quién era ese tal Darwin.

–Charles Darwin era un científico inglés del siglo XVIII. Sus teorías se propagaron junto a la revolución industrial, en una época en la que se abrieron nuevas perspectivas para la ciencia y la tecnología. La ciencia estudia los fenómenos naturales y sociales, las compara y relaciona con otras ciencias. Después elabora leyes para explicarlos y la sociedad se apropia de esos conocimientos. Sin embargo, te aclaro que no por esta lógica, la ciencia se ocupará de hacer arder las iglesias.

–No te pregunté en qué momento se propagaron sus teorías, sino quién era Darwin como persona…

–¡Ah! –exclamó el Tío, haciéndose el despistado. Pero luego de un rato, volvió a retomar el carril de la conversación–: Dicen que era un tipo tímido y meticuloso, un terrateniente adinerado y con amigos cercanos, que tenía diez hijos en la misma mujer que, además de ser su prima hermana, era la columna vertebral de la economía familiar, gracias a las herencias que a ella le dejaron sus padres. Estudió teología, con la intención de convertirse en clérigo, antes de descubrir su verdadera vocación de científico, y que se dedicó 22 años, en secreto, a reunir pruebas para desarrollar sus argumentos, a favor y en contra de sus teorías, antes de ponerse a escribir su mamotreto. No quería tener notoriedad sin tener fundamentos sólidos. A estas alturas de la historia, nadie o casi nadie cuestiona su correcta apreciación acerca del origen de la adaptación, complejidad y diversidad entre las criaturas vivientes en el planea Tierra. Sus teorías son la piedra angular de la biología moderna y su obra se constituye en el cimiento sobre el cual descansa dicha teoría que, a pesar de los peros que le pusieron los religiosos de toda laya, develó el misterio de los misterios: ¿De dónde vienen los seres vivos? Si vienen por creación o evolución.

Yo estaba cada vez más confundido e inseguro. No sabía si lo que me decía el Tío era evidente o, como tantas veces, una más de sus invenciones como invenciones eran los cuentos de mi modesta obra literaria.

–Si tú eres escéptico por naturaleza y desconoces la terminología de la ciencia e ignoras las abundantes pruebas, dirás que los aportes de Darwin son tan sólo teorías, puras teorías, ¿no es así? Dirás que la formación de las plataformas continentales es una teoría. Y que la existencia, estructura y dinámica de los átomos, son teorías atómicas. Incluso dirás que la electricidad es una construcción teórica, que involucra electrones, diminutas unidades de materia cargada que nadie ha visto nunca. Dirás que todos los avances científicos son puras teorías, ¿sí o no?

Dudé un instante y contesté:

–Si tú mismo dices que los aportes de Darwin son teorías sobre la evolución de la especies, entonces lo que está escrito en la Biblia son también teorías, ¿verdad?

–Las teorías bíblicas son más viejas que Adán y Eva, de quienes se dice que pecaron por comer el fruto prohibido del árbol de la sabiduría, que Dios hizo brotar del suelo en medio del Jardín del Edén. Esas teorías bíblicas, más que teorías, son creencias, puras creencias, sin ningún fundamento ni bases científicas. Son teorías que no pueden demostrarse a través de la observación y experimentación, como las teorías de Darwin que, más que ser simples teorías, son verídicas y científicas, que se pueden mostrar y demostrar; algo que no se puede hacer con la creencia sobre la existencia de Dios, a quien nunca se lo ha visto ni a luz ni a sombra.   

–¿Y cómo puedes estar seguro que las teorías de Darwin son irrefutables?

–Las teorías de Darwin pueden demostrarse con pruebas y hechos concretos. Algo que no es posible hacer con las teorías bíblicas sobre la creación del mundo y los seres vivos.

–¿Eso quiere decir que Darwin tenía pruebas contundentes para demostrar las teorías basadas en sus investigaciones?

–Así es–. Darwin tenía muchas pruebas después de haber visitado las Islas Galápagos, a bordo del buque de investigación Beagle. Las Galápagos, en las costas del Ecuador, fue su laboratorio durante cinco años de obsesivo trabajo para acumular los materiales necesarios para estructurar la piedra angular de su teoría sobre la evolución. Por ejemplo, reunió una variedad de pájaros y los clasificó de acuerdo a sus peculiaridades, convencido de que lo determinante en la forma de un animal son los aspectos genéticos y no el medio ambiente en el cual vive; es decir, los genes hacen que todos seamos diferentes, como las huellas digitales de nuestras manos. Realizó más viajes de investigación a países como Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, donde también observó a otras criaturas naturales y reunió abundantes materiales, confirmando así sus teorías sobre la evolución de las especies.

Yo me quedé confundido, sin preguntas ni respuestas; o por mejor decir, con más preguntas que respuestas, pero no le dije nada y dejé que el Tío siguiera con su cotorra:

–Cuando Darwin retornó a su casa, además de una enorme colección de insectos y aves –dijo con aire más de sobrador que de sabelotodo–, tenía unas 300 páginas escritas de paleontología, biología, arqueología; un material que, empero, no fue suficiente. Por eso siguió paseándose por el jardín de su casa, pensando y tomando apuntes sobre la evolución de las especies, hasta que en 1859 publicó un resumen del enorme volumen en el que había trabajado durante años en torno a sus teorías sobre la evolución de las especies mediante la selección natural.

–¿Y por qué no publicó el libro completo y por qué no antes de 1859?

–Por respeto a su esposa que era religiosa, cristiana confesa, y por temor a que los religiosos lo criticaran y acusaran de haber escrito el Evangelio del Diablo. No obstante, On the Origin of Species by Means of Natural Selection (El origen de las especies por medio de la selección natural), a pesar de su elevado precio y sus 490 páginas, fue todo un bestseller para su época. La primera edición se agotó el mismo día que apareció, el 24 de noviembre de 1859, a diferencia de tus libritos, que se venden como cuenta gotas, por no decir que se vende un ejemplar cada vez que se muere un Papa. 

–Supongo que sus oponentes, entre ellos los cristianos, lo criticaron por el contenido de su obra, ¿verdad?

–Por supuesto que sí –dijo mirándome fijamente–. Las críticas y los improperios no se dejaron esperar. Ni bien se leyó el libro en los círculos eclesiásticos, se desató un torbellino de protestas. Lo tildaron de impostor y ateo. Las manifestaciones de protesta provenían de diversas partes, incluso de personas que no entendían el contenido de la obra y de otras que ni siquiera la habían leído, pero que se oponían con mucha vehemencia a la difusión del libro.

–¿Y cómo reaccionó Darwin?

–Estaba claro que sus teorías desafiaban las creencias religiosas convencionales. Así que, sobreponiéndose incluso a las creencias cristianas de su esposa, que fue su primera crítica, renunció discretamente a la religión durante su edad madura, hasta que más tarde se describió como agnóstico, poniendo en duda la existencia de un único Dios, pero seguía creyendo en una deidad distante e impersonal de algún tipo, una entidad mayor que había puesto en movimiento al universo y sus leyes, pero convencido de que en la Tierra todo se generó por evolución y no por obra y gracia de un ser Supremo como se sostiene en la Biblia.

Me quedé callado, bajé la mirada y sentí una sensación extraña como cuando yo me veía acorralado por mis críticos más biliosos. No hubiera querido estar en los zapatos de Darwin, ya que en su época sería más difícil enfrentarse a una poderosa institución como eran la Iglesia Católica y la Iglesia Protestante.

–Los padres de la Iglesia lo criticaron hasta el cansancio –manifestó el Tío–. Igual o peor que cuando los prelados de la Santa Inquisición condenaron a Nicolás Copérnico y Galileo Galilei por haber afirmado que la Tierra no era el centro del universo y que todos los planetas giraban alrededor del sol y no de la Tierra.

Yo me quedé sorprendido de sólo escuchar los nombres de esos dos señores, cuyos nombres, descocidos hasta ese día para mí, el Tío pronunció en la lengua original de cada uno de ellos. Del primero con acento polaco y del segundo con acento italiano. 

–¿Y qué tiene que ver Nicolás Copérnico con el tema que nos ocupa?

–Copérnico fue un monje y astrónomo polaco, el científico más importante del Renacimiento, quien desmintió que el centro del universo era la Tierra y que todos los planetas giraban alrededor del sol, desde Mercurio hasta Saturno. En ese entonces no se conocían todavía Urano ni Neptuno y mucho menos el resto de los planetas del sistema solar. Copérnico confirmó la teoría de que el sol permanecía fijo, mientras que la Tierra tenía tres movimientos distintos: el movimiento de rotación, traslación y declinación. Por tanto, a diferencia de lo que pensaban los padres de la Iglesia, la Tierra no era el centro del universo y que todos los planetas giraban alrededor del sol y no alrededor de la Tierra.

–¿Y qué dijo Galileo Galilei para que lo jodan?

–Galilei fue otro astrónomo, filósofo y físico italiano, que pasó a la historia como el padre de la astronomía moderna, padre de la física moderna y padre de la ciencia. Él dijo, como contraviniendo los preceptos de los clérigos, que los cuerpos celestes del universo giraban alrededor del sol; un avance científico que lo llevó a ser condenado por las Santa Inquisición, acusado de que los resultados de sus investigaciones eran productos de la herejía, debido a que desmentían que Dios hubiese sido el creador del mundo y el universo.

Yo pensé un instante. Estaba algo apabullado con tanta información. No sé si como la Tierra que gira alrededor del sol o al revés, pero eso sí, estaba como un astronauta extraviado en el espacio infinito del universo. El Tío me miró con el ceño fruncido y, como toda vez que me veía con la cara de yo no sé, preguntó:

–¿Estás aprendiendo los conocimientos científicos, como aprendiste los disparates que te enseñaron en la escuela y la iglesia?

–Sí –le contesté sólo para evitar más preguntas. Pero, optando por una salida más fácil, añadí–: ¿Estos hombres de ciencia eran creyentes o ateos?

–Eran creyentes confesos –respondió–, pero sus investigaciones los indujeron a contradecir lo que creían los creyentes de su época. Rompieron con las normas establecidas por la religión, como al chofer rompe con las normas de tránsito al conducir en contra ruta; más todavía, los conocimientos científicos iluminaron las conciencias contra el oscurantismo religioso que, en algunos episodios de la historia humana, cometió estragos a nombre de Dios, como ocurrió en la Europa medieval, donde se desató la furia religiosa contra quienes no abogaban a favor de la Fe Católica.

Me quedé acorralado por un montón de dudas y, al cabo de un instante de cavilación, volví a preguntar:

–Si todo evolucionó durante miles y millones de años, ¿entonces los seres humanos teníamos otras formas en el pasado, verdad? Me imagino que hasta los mares y las montañas tenían otras formas, ¿verdad? De ser así, ¿entonces por qué el hombre y la mujer siguen teniendo la misma forma desde el día en que fueron creados por Dios, como si no hubiesen cambiado absolutamente en nada? 

–Eso es lo que se creía antes. Como se describe en el Génesis, Adán y Eva fueron creados casi perfectos, erguidos como los hombres y las mujeres de hoy, dotados de un lenguaje comprensible y sin pelos en el cuerpo. Hasta bien entrado el siglo XVIII, la Tierra y sus formas orogénicas, para los creyentes, eran fijas y eternas como las creó Dios. ¡Nada más equivocado! Lo cierto es que las teorías evolutivas de Darwin nos enseñan que la vida es el resultado de un proceso evolutivo surgido por mecanismos naturales, demostrables y lógicos. El desarrollo de la geología primero y el de la paleontología después provocaron un profundo cambio en las creencias religiosas. Se descubrió que en los lugares en los que hay cordilleras, hubo mares en el pasado. Estos hechos demuestran que en la prehistoria, la forma de la Tierra y el reparto de mares y continentes, cordilleras y llanuras fueron completamente diferentes a los que tenemos actualmente, incluso las zonas climáticas estuvieron distribuidas de otro modo. ¡¿Qué te parece esa evidencia científica, eh?! ¡Qué te parece, cholito!

–Por eso lo criticaron a Darwin, ¿verdad? Por haber dicho que el hombre evolucionó desde su condición de primate.

–Esa su osada afirmación lo convirtió en víctima de ataques, burlas y mofas desde todos los flancos habidos y por haber. La mayoría de las críticas eran lanzadas desde la perspectiva teológica y nada científica. Algunos le dedicaron incluso caricaturas con aspecto de orangután o chimpancé, que, desde luego, no le quedaba nada mal; es más, a los caricaturistas no les hacía falta incluirle pelos en la cara, ya que Darwin lucía una barba parecida a la de un primate….  

–Pero nosotros no descendemos de los primates, ¿verdad? No somos parientes cercanos del mono, ¿verdad? –le dije dubitativo y mirándome de arriba abajo.

–¡Ja, ja, ja…! –estalló en una vibrante carcajada–. Cómo no aceptar, algunos no sólo se comportan como monos, sino que se parecen y hasta tienen el cuerpo cubierto de pelos, como tú tienen pelos en la cara, el pecho, las axilas y el pubis. Otra cosita más, ¿por qué siempre dices: verdad, verdad, verdad..., todo el maldito rato? ¡No puedes inventarte otra palabra! –dijo visiblemente molesto–. Además, tú sabes que una verdad absoluta no existe, habida cuenta de que todo es relativo, como ya lo explicó Albert Einstein, el padre de la ley de la relatividad

Lo miré desconcertado al notar que sus carcajadas estaban acompañadas de críticas sarcásticas contra mi palabra, siempre entre signos de interrogación: ¿verdad?, ¿verdad?

–Otra cosa que no aceptaron sus críticos fue el hecho fáctico de que todo es dialéctico y que nada es estático.

–¿Eso quiere decir que todo ha evolucionado desde que el mundo es mundo?

–Eso es lo que te estoy diciendo todo el tiempo. Todo ha cambiado y seguirá cambiando. El único que no ha cambiado a lo largo de la historia del planeta y la humanidad he sido yo, porque sigo siendo el mismo Diablo de siempre –dijo sonriéndose de sí mismo. Sorbió el último trago de la copa, aplastó la colilla del cigarrillo en las pezuñas de su mano y añadió–: Esito sería por ahora. Otro día seguiremos con otras teorías que tienen que ver con el mundo, el universo y la existencia de los seres vivos sobre la faz de la Tierra….

–Está bien –acepté, con un montón de ideas girándome como un carrusel en la cabeza.

El Tío cerró los ojos y se quedó callado. Me levanté de la silla y dirigí mis pasos hacia la puerta, pero sin dejar de pensar en que, como muchas otras veces antes, mi conversación sobre la evolución del mundo, la existencia de los seres vivos y el desarrollo del universo en general, fue otra de mis conversaciones; o por mejor decir, otra de mis batallas perdidas contra el Tío, quien parecía más sabio que todos los físicos y filósofos juntos. Y, como era de suponer, de esas sesudas discusiones el que no salía dormido, al menos salía más jodido y confundido. Con todo, algo estaba más claro que el agua: el Tío sabía de todo, y no poco sino mucho, más por viejo que por Diablo.