PERRO MUTILADO
Había una extraña
costumbre en el pueblo de mi abuela: cortarles la cola a los perros para
mejorarles la apariencia. Así fue como un día, el cachorro que me regalaron en
mi cumpleaños, pasó por ese cruel procedimiento en contra de mi voluntad. Todo
sucedió en el patio de la casa, donde mi abuela, cuchillo y servilleta en mano, le sujetó al perro por el pescuezo
y le mutiló la cola de un violento tajo. Cuando el perro se corcoveó y chilló
como un niño aterrado, yo sentí el dolor como si a mí me hubiesen rebanado el
dedo. Mi abuela le cubrió la sangrante herida con la servilleta y yo me retiré
con lágrimas en los ojos. Todo había concluido en menos de cinco minutos. El perro perdió la
cola y yo perdí la confianza en los mayores.
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