EL BUZÓN
Este insólito
buzón, que representa a una mujer en posición de cuatro patas, tiene una ranura
profunda desde donde termina el casto nombre de la espalda; una ranura abierta
por la cual el cartero, sin pudor ni pensar dos veces, introduce los sobres de
la correspondencia.
Como ven, a parte
del número de la casa, no lleva una etiqueta con el nombre de la persona a
quien corresponde este culo público, pero quizás sea mejor, pues así
permanecerá en el anonimato y nadie le pedirá explicaciones por exponer el trasero
de su mujer, como si fuese un objeto de uso colectivo, donde los peatones
pueden pasar y posar sus manos como sobre una manzana partida de un tajo.
Para quienes
prefieren a las mujeres en esta postura sexual, toparse con este buzón en la
puerta de una vivienda particular, es lo mismo que compartir el libido del
dueño de casa, quien, si no nos falla la intuición, debe tener una mujer cuyo
mundo trasero fue digno de ser reproducido en este buzón broncíneo, donde
cualquiera puede meterle la mano, mientras ella permanece de cuatro patas, como
entregándose de retro, con las nalgas expuestas a la luz y el aire.
Este buzón, por
su tema y forma, ha superado a los que son verticales u horizontales, y de
seguro que, siendo de metal con tratamiento anti-corrosivo, es más perdurable
que los fabricados en madera, plástico o aluminio. Sin embargo, no deja de ser
motivo de controversias, sobre todo, en una época en que el culo de una mujer,
al menos vista desde la perspectiva de las feministas, no puede usarse como
un objeto de placer ni compararse con los buzones con otras formas y otros
colores, decorados con un motivo animal o vegetal, como esos que se encuentran
en el portal, el jardín o el cobertizo de una casa campestre.
Así como está,
ofreciéndonos la plenitud de su trasero, no nos permite ver la portezuela que
se abre con llave para extraer el correo privado. Pero si le damos la vuelta,
lograríamos constatar que lleva un candado en la boca, y cuya llavecita para
introducirla y abrirla está sólo en poder del dueño de casa. Él la asegura día
a día, como si se tratara de un candado de castidad, para evitar que un ladrón
de cartas meta la mano, el dedo u otro objeto ajeno al orificio del candado.
Tampoco parece
estar ubicado en una zona discreta del patio de la casa, sino en plena calle,
desprovista de valla de acceso a la puerta, por donde pasan y repasan los
transeúntes en su diario trajinar. Por lo tanto, el culo abierto de este buzón
está a disposición del primero que quiera usar la abertura de esta mujer en
posición de cuatro patas, que nos recuerda a una perrita que despierta la
pasión de los perros que la abordan con la lengua colgante y babeante, prestos
a hincarle los colmillos en el pescuezo y penetrarla con su lanza roja como un
clavo recién sacado del fuego avivado de la fragua.
Este buzón, que
brilla con luz propia en la calle de una ciudad de cuyo nombre prefiero no
acordarme, es un verdadero receptáculo, un culo predispuesto a recibir la
correspondencia por la ranura que se le abre como si un certero hachazo le
hubiese hendido las carnes, aparte de que un culo convertido en buzón inspira
un oleaje de fantasías en quienes se conforman con la simple abertura que
tienen en la puerta principal de su apartamento, por donde reciben el correo a
diario, siempre por las mañanas y al levantarse de la cama.
No tengo un gusto
específico en torno a la forma y el color de los buzones, que de algún modo
representan los sueños y deseos de los dueños de casa, pero debo reconocer que
también me hubiera gustado recibir mi correspondencia a través del culo abierto
de este buzón, que atrae la atención y provoca una sensación de tener a una
mujer como Dios la trajo al mundo y como el hombre la puso en la postura del
can para saciar sus instintos salvajes.
Lo malo es que este buzón desaparecerá con el paso del tiempo, así esté
hecho con un material resistente a las inclemencias de la intemperie, ya que el
masivo uso del correo electrónico y el galopante desarrollo de la
informática, darán fin con los carteros y con los buzones que hasta hace poco
formaban parte del ornamento de una casa.