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miércoles, 30 de agosto de 2023

 

ESTATUA DE FILEMÓN ESCÓBAR EN CATAVI

La mañana del 27 de agosto de 2023, en la Plaza 6 de Agosto de la población de Catavi, perteneciente al municipio de Llallagua de la provincia Rafael Bustillo del departamento de Potosí, se descubrió la estatua de Filemón Escóbar, histórico líder sindical y dirigente político de renombre nacional. La estatua fue realizada por Wilson Zambrana, galardonado pintor y escultor orureño.

El acto programado por la Sub alcaldía, con el principal objetivo de rescatar una parte de la memoria histórica del proletariado de la Empresa Minera Catavi, contó con la participación de las autoridades ediles y las fuerzas vivas de esta población memorable y revolucionaria. Asimismo, estuvieron presentes los familiares de Filemón Escóbar, su viuda, sus hijos y nietos, pero también algunas personalidades del ámbito político, sindical y cultural, quienes hicieron usó de la palabra para destacar la vida y obra de uno de los dirigentes sindicales que nunca temió en generar encendidas polémicas con sus pensamientos, discursos y acciones políticas en los contextos donde se sentía convocado por su conciencia de clase y su función de protagonista de las luchas sociales.

Por otro lado, los miembros del Movimiento Cultural Pictórico Miguel Alandia Pantoja, invitados al acto de descubrimiento de la estatua de Filemón Escóbar, expusieron, en la Plaza 6 de Agosto, reproducciones de las pinturas del muralista llallagueño, quien fuera camarada y amigo personal del dirigente minero. La exposición llamó la atención de los presentes por la calidad estética de las obras plásticas y el mensaje revolucionario que Alandia Pantoja plasmó en sus murales y pinturas realizadas a caballete.

Filemón Escóbar nació en la ciudad de Uncía en 1934 y falleció en la ciudad de Cochabamba en 2017. En su prolongada y ardua actividad política, en defensa de los derechos laborales y sindicales, destacó desde su juventud en el Sindicato de Siglo XX. Ejerció como dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central Obrera Boliviana (COB). 

En 1986, mientras era secretario general del sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, redactó la Tesis de Catavi, cuyo argumento central fue oponerse al Decreto 21060 y la relocalización, y crear un plan de emergencia,para la rehabilitación de COMIBOL y la diversificación de la producción. El documento fue aprobado primero por el sindicato de Catavi y posteriormente, como documento oficial de los trabajadores bolivianos, en el XXI Congreso Nacional Minero, realizado en la ciudad de Oruro, entre el 12 y 19 de mayo de 1986. Poco después, con los argumentos de esta misma tesis se realizó la Marcha por la Vida durante el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estenssoro.

Filemón Escóbar, en su dilatada actividad política y sindical, ocupó un escaño en la Cámara de Diputados entre 1989 y 1993. En el periodo legislativo 2002-2003, ocupó la vicepresidencia del Senado, cuando ocupaba la secretaría general del Movimiento Al Socialismo (MAS), partido que fundó junto a la Confederación de Trabajadores del Trópico Cochabambino y del que se apartó por diferencias políticas e ideológicas.

Entre sus obras destacan: Testimonio de un militante obrero (1984); La tesis de Catavi (1986); La mina vista desde el guardatojo (1986); De la revolución al Pachakuti: El aprendizaje del respeto recíproco entre blancos e indios (2008); El Evangelio es la encarnación de los derechos humanos (2011); Semblanzas (2014). Escribió tanto como leyó, motivado por la necesidad de transmitir, de su puño y letra, sus experiencias vividas y sufridas, y sin más esperanzas que dejar un testimonio aleccionador para los luchadores sociales del presente y el futuro.

La estatua de Filemón Escóbar está donde debe estar, cerca de los predios del sindicato de trabajadores de Catavi, donde se estructuró la empresa estañífera más importante de Bolivia y el mundo, desde que Simón I. Patiño adquirió, en1924, las propiedades del consorcio chileno que extraía nuestro recurso natural en la montaña de Llallagua; en las pampas de este mismo distrito se ejecutó la masacre minera en diciembre de 1942 y se firmó el Decreto de la Nacionalización de las Minas el 31 de octubre de 1952.

Aunque la empresa Minera Catavi quedó desmantelada después de la relocalización, en la actualidad puede constatarse que ha experimentado una reestructuración inminente, con la refacción de sus edificios emblemáticos, como el Teatro, la Casa Gerencia  (actual Archivo Histórico Minero) y los baños termales, entre otros. A todo esto se han añadido las nuevas viviendas familiares y la construcción de los flamantes edificios de la Universidad Nacional Siglo XX, que tendrá varias de sus carreras extendidas en este distrito, donde hasta fines de este año contará también con la carrera de Formación Político Sindical (FPS), cuyo edificio será el mejor símbolo de esta universidad que nació como un proyecto revolucionario de los trabajadores, quienes, desde principios de las décadas de los años 70, pugnaron por tener una Casa Superior de Estudios para los hijos de los mineros y campesinos, con estructura orgánica y compromiso social.

La estatua de Filemón Escóbar, sin lugar a dudas, se convertirá en un punto más de atracción turística para los visitantes tanto nacionales como extranjeros, interesados en conocer el pasado histórico del combativo sindicato de trabajadores de Catavi, que desde su nacimiento fue el hermano mellizo del sindicato de Siglo XX, donde Filemón Escóbar se formó políticamente e hizo sus primeras armas junto a otros líderes y caudillos del movimiento obrero boliviano.

jueves, 13 de abril de 2023


SEMBLANZA SOLICITADA DE UN DIRIGENTE MINERO

Acaba de publicarse, bajo el sello de Ediciones La Cueva del Tío, el folleto Cirilo Jiménez Álvarez, sindicalista revolucionario, cuyo autor es el escritor Víctor Montoya, quien conoció en persona a este luchador social que formaba parte de la vida política, educativa y cultural de la ciudad minera de Llallagua. 

Cirilo Jiménez Álvarez nació en Tacaraní, comunidad campesina en el Norte de Potosí, el 14 de julio de 1930. En su niñez y adolescencia se dedicó a la agricultura, hasta que, una vez retornado del cuartel, se hizo minero a los 20 años de edad. Fue dirigente sindical en los distritos de Catavi y Siglo XX, miembro de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central Obrera Boliviana (COB).

Este sindicalista revolucionario creyó en el poder del deporte y los libros, pero su principal opción fue la educación. Promovió la creación de la Universidad Nacional Siglo XX y se constituyó en su primer vicerrector y rector obrero. Durante las dictaduras militares, sufrió la persecución política y el confinamiento. Murió en Cochabamba, como consecuencia de un paro cardiaco, el 5 de noviembre de 2018. 

lunes, 5 de diciembre de 2022

EL MONUMENTO AL MINERO TIENE NOMBRE Y APELLIDO

El planteamiento de erigir un monumento en homenaje a los mineros y colocarlo en la Plaza del Minero, se aprobó de manera unánime en 1953, en la gestión del dirigente Gabriel Porcel, quien, por decisión de una apoteósica asamblea, fue elegido como Secretario General, y se terminó el proyecto del monumento durante la gestión de Irineo Pimentel, quien ocupó la secretaria general del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX en 1954, remplazando a Gabriel Porcel, que ese año pasó a cumplir funciones en calidad de Control Obrero en la Empresa Minera Catavi.

La obra le fue encomendada al escultor orureño Bracamonte y los trámites para su concretización fueron gestionados por el sindicato. El escultor se fijó en la recia personalidad del obrero Félix Trujillo Omonte, lo miró de arriba abajo y decidió que este perforista de interior mina, por su contextura física y su rostro de k’achamozo (joven hermoso), era el modelo perfecto para plasmar el Monumento al Minero.

¿Quién era, en realidad, el modelo? En su expediente personal se establecen los siguientes datos: Félix Trujillo Omonte nació en Quillacollo, Cochabamba, el 27 de febrero de 1925. Era concubino de Angélica Torrez Daga, natural de Poopó y nacida el 31 de mayo de 1930, con quien tuvo seis hijos: Carlos, Germán, Delfina, Victoria, Félix y Nora. Ingresó a trabajar en la empresa Patiño Mines, el 27 de febrero de 1942, el mismo año que se produjo la masacre minera en las pampas de Catavi. Le designaron la Ficha No. 5008 y el Archivo No. 50879, tras aceptar en el Departamento de Empleos, imprimiendo el sello de sus huellas digitales, las siguientes condiciones impuestas por el Contrato de Trabajo:

Conste que yo, Félix Trujillo Omonte, convengo en trabajar con la PATIÑO MINES & ENTERPRISES CONSOLIDATED (Inc.), en calidad de Jornalero, en las condiciones siguientes:

1°- Me comprometo a cumplir y respetar los reglamentos de la Empresa.

2°- Ejecutaré los trabajos que se me encomienden, con puntualidad, corrección y honorabilidad, acatando las órdenes e instrucciones de mis superiores.

3°- Conservaré mi ficha de identidad para presentarla en cualquier momento, no pudiendo, bajo ningún pretexto cambiarla; y, en caso de extraviarla, abonaré, en calidad de multa, la suma de DIEZ BOLIVIANOS, descontables por planilla.

4°- Declaro estar conforme con el examen médico hecho en mi persona, y haber recibido un ejemplar del certificado médico de ingreso.

5°- Las inasistencias a mi trabajo, sin licencia podrán ser multadas discrecionalmente por la Gerencia de la Empresa, con una suma que no excederá de cinco bolivianos, así como también, en igual forma podrán ser multadas las faltas que yo cometiera contra las disposiciones del Reglamento Interno de la Patiño Mines & Enterprises Consolidated Incorporated.

6°- La Empresa me pagará un jornal de bolivianos, 32.70…… salvo de darme trabajo a contrato en cuyo evento me reconocerá únicamente el avío de pulpería establecido por ella.

7°- Este contrato es válido por treinta días. Si no hay manifestación de contrario, quedará tácitamente renovado de treinta en treinta días. Cesará de hecho sin lugar a indemnización alguna, en cualquier de los casos siguientes: a) por reducción de trabajo; b) por notificación de retiro con 15 días da aviso; c) por infracción de los Reglamentos de la Empresa; y d) por un simple aviso dado por parte del obrero, manifestando su deseo de retirarse de los trabajos de la Empresa.

8°- El obrero deberá presentarse al trabajo, inmediatamente o en el término máximo de tres días, a partir de la fecha; caso contrario quedará nulo este contrato.

9°- El que suscribe Jefe de la Oficina de Empleos, como encargado de la PATIÑO MINES & ENTERPRISES CONSOLIDATED (Inc.), para recibir trabajadores, acepta el presente contrato en las condiciones antedichas.

ACEPTO

Patiño Mines Enterprises Consolidated (lnc.)

V° B°

G. Barrón

PREFECTO DEL DEPARTAMENTO.

En la Empresa, desde el día en que aceptó las condiciones del Contrato de Trabajo, prestó sus servicios como jornalero, enmaderador, carrero y cabecilla perforista, en las secciones La Blanca, La Salvadora y Laguna.

El dirigente Gabriel Porcel aceptó la sugerencia del escultor y determinó que a Félix Trujillo Omonte se le pagaran sus jornales por quince días hábiles, mientras estuviese posando como modelo delante del escultor, quien no demoró en indicarle las poses que debía asumir para que la escultura resultara tal cual tenía pensado desde que le propusieron realizar un monumento para colocarlo en la Plaza del Minero, como una prueba de que los campamentos y las poblaciones, que nacieron y crecieron al pie de una gibosa montaña, merecían tener un monumento que representara al trabajador minero y fuese una suerte de emblema digno de ser admirado y respetado por propios y extraños.

El modelaje y diseño de la maqueta se llevaron a cabo en una de las viviendas del campamento Gualberto Villarroel, ante las miradas de algunos curiosos que se agolpaban en la puerta de la vivienda donde posaba Félix Trujillo Omonte, con la frente altiva y la mirada tendida en el horizonte, como anunciando el nacimiento de una sociedad sin explotados ni explotadores.

La curiosidad de los vecinos se prolongó por vario días, hasta que la maqueta del minero, de 70 cm, estaba lista para ser presentada al Secretario General del Sindicato, don Irineo Pimentel Rojas, quien fijó la mirada en la maqueta, extraordinariamente trabajada por el artista orureño, y dio su visto bueno para luego ser procesado en los hornos de la fundición de Catavi, donde la maqueta cobraría otras dimensiones, esta vez vaciada en bronce, con una altura de 2.50 metros, el fusil con una medida de 1.30 mts. y la chicharra (perforadora) de 1.50 mts.; una maravilla que sería del pasmo de los obreros de la fundición, quienes, orgullosos del resultado de su trabajo, que se materializó pieza por pieza para luego soldar las partes de la cabeza, el tronco y las extremidades, se tomaron una fotografía delante del magnífico monumento, que lucía espectacular no solo por sus imponentes proporciones, sino también por el enorme significado que tendría para los mineros y sus familias que, por primera vez en sus vidas, verían un monumento en homenaje a los seres que vendían su fuerza de trabajo a cambio de un mísero salario, a los trabajadores que dejaban sus pulmones en los tenebrosos socavones para extraer el mineral y hacer ricos a unos pocos, mientras ellos vivían hacinados en los campamentos, con una escalera de hijos y a cuatro mil metros sobre el nivel de la pobreza.

El pedestal del monumento

Según testimonios de los trabajadores más antiguos, se sabe que, mientras se realizaba el vaciado en bronce en los hornos de la fundición, empezó a construirse, en los predios de la Plaza del Minero, una estructura de piedra y argamasa que serviría como pedestal para colocar el monumento, con una altura de cinco metros y en forma de cúpula, con aberturas en las partes laterales representando el socavón y algunas escenas mineras; en la parte frontal se puso un carro metalero, empujado por un minero carrero, quien, con la lámpara eléctrica enganchada en la parte frontal del guardatojo, el rostro jaspeado por el polvo y ataviado con sacón, botas de goma y mameluco salpicados por la copajira, era el que mejor personalizaba el trabajo de explotación del estaño extraído desde el vientre de la Pachamama.


Se dice que el diseño del pedestal fue realizado por los ingenieros de la empresa y la obra fina por el personal del departamento de construcciones, hasta que, por fin, una vez que todo estaba listo, el monumento fue descubierto el 21 de diciembre de 1954, en homenaje al Día del Minero Boliviano. Así es como esta obra de arte pasó a formar parte del sindicalismo revolucionario y de la historia del movimiento obrero de Siglo XX, Llallagua y Catavi.

Tiempo después, en el pedestal de la enorme figura de bronce, de más de dos metros de alto, se vio la necesidad de colocar en la parte frontal, detrás de una estructura de vidrio y metal, la estatuilla del Tío de la mina, el ser que representa lo profano y lo sagrado en la cosmovisión andina, el personaje central en la mitología minera, a quien le rinden pleitesía ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y botellas de aguardiente. 

Félix Trujillo Omonte falleció en el Hospital Obrero de la Empresa Minera Catavi, el 15 de julio de 1963, a los escasos 38 años de edad, sin volver a ver su tierra valluna, donde trabajó como labrador en su infancia y adolescencia. Según el certificado médico extendido por el Departamento Médico de la Empresa, firmado por Dr. Carlos Torricos T., se constata que el deceso se debió a: colecistitis crónica, colecistectomía, apendicetomía, enfisema sub-cutáneo, colapso periférico; en palabras más sencillas, la causa de la muerte fue por fibrosis nodular (silicosis o mal de mina, conocida también como enfermedad profesional).

El modelo Félix Trujillo Omonte, como todos los mineros, acabó sus días con los pulmones destrozados por la silicosis, dejando a una numerosa familia en la orfandad. Su viuda se conformó con un miserable pago por desahucio e indemnización por varios años de servicios en la Empresa, mientras los jerarcas de la COMIBOL vivían a cuerpo de rey y percibían altos salarios a costa de quienes fallecían al borde de la infinita miseria, dejando a una viuda sin consuelo y una escalera de huérfanos que no tenían más remedio que buscarse otra vida lejos de los campamentos mineros, lejos de los socavones dispuestos a tragarse a quienes se internaban en el laberinto de sus galerías. ¡Qué desgracia más grande para un minero que, además de haber sido el modelo de un escultor, se convirtió en la imagen más visible y fotografiada en la Plaza del Minero de Siglo XX!

Félix Trujillo Omonte fue el perforista que, sin saber la importancia que tendría en la Plaza del Minero, se convirtió en un monumento que, aparte de formar parte del patrimonio histórico del movimiento obrero, se conservará para siempre en la mente y el corazón de los habitantes de los distritos mineros, que escribieron a sangre y fuego las páginas más memorables de la historia boliviana.

El Monumento al Minero como patrimonio histórico

Este memorable monumento, que se yergue en plena Plaza del Minero de Siglo XX, cual gigante de bronce acostumbrado a batirse como un titán contra las rocas, como tantas veces se batió contra los enemigos declarados de la clase obrera, es uno de los mejores que existen en los centros mineros del país.


Ya se sabe que el modelo tenía un físico debidamente proporcionado, puesto que el monumento, una combinación de arena, argamasa, bronce y roca, lo muestra con el torso desnudo, los músculos de hombre acostumbrado al trabajo duro y rudo. Así era Félix Trujillo Omonte, quien, con el pie derecho por delante y asentado la bota sobre las rocas del pedestal, el pantalón arrugado y el cinturón de correa gruesa y hebilla impresionante, que sujeta en la parte posterior la batería de su lámpara engancha al guardatojo, convierte al minero en el héroe de las luchas sociales, portando el fusil en una mano y la perforadora en la otra, como si estuviese decidido a ponerse siempre a la vanguardia de la nación oprimida y conquistar mejores condiciones de vida y de trabajo. Por eso mismo, merece permanecer como patrimonio histórico de la clase obrera, que desde siempre soportó los látigos de la opresión imperialista; se trata, pues, de un monumento que sirve para dejar constancia de que los mineros fueron quienes forjaron la patria con la fuerza de sus brazos y su indiscutible conciencia de clase.

El Monumento al Minero es una esfinge que evoca a los obreros combativos, que algunas veces sufrieron amargas derrotas en las contiendas que costaron baños de sangre, a los que estaban dispuestos a ofrendar su vida a la causa de la revolución proletaria, a los que fueron víctimas de las masacres perpetradas por las fuerzas represivas al servicio de las oligarquía minero-feudal y las tropas del ejército que actuaron al mando de las dictaduras militares.

El Monumento al Minero es también un reconocimiento al trabajo de esos esforzados hombres de los socavones que, escupiendo sangre por la tuberculosis y silicosis, lo dieron todo por el progreso del país a través de una actividad que durante el siglo XX fue el pilar fundamental de la economía nacional. El Monumento al Minero es, asimismo, un reconocimiento a la labor ardua y arriesgada de los trabajadores del subsuelo, sobre todo, cuando la seguridad industrial nunca ha sido una prioridad para los dueños de la empresa, salvo la explotación despiadada para acumular ganancias millonarias a costa de la miseria y el desmerecido sacrificio de los obreros.

El Monumento al Minero es la figura más emblemática de la Plaza del Minero de Siglo XX, cumple la función de conservar la memoria histórica de un proletariado que, durante la exploración de los recursos mineralógicos, fue revolucionario por excelencia. No cabe duda que representa a la clase social antagónica de la burguesía en un sistema de producción capitalista, que tuvo la injerencia de consorcios transnacionales, interesados en la explotación extractivista de los recursos naturales en una nación con enormes desigualdades sociales.

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

LA HISTÓRICA PLAZA DEL MINERO

Pasar y repasar por la histórica y gloriosa Plaza del Minero de la población de Siglo XX, sea de día o sea de noche, evoca mucha nostalgia y recuerda un pasado que dignificó las luchas de los mineros nortepotosinos, quienes, con el verbo encendido y su afilada conciencia política, estaban dispuestos a transformar las tareas democráticas burguesas en socialistas, acaudillando a la nación oprimida por el imperialismo y sus sirvientes nativos.

Hablar de la Plaza del Minero es hablar del sindicalismo revolucionario, de ese sindicato que se creó en 1941 y luego construyó su sede con piedra labrada sobre las ruinas de otro edificio que tenía las paredes de adobes y el techo de paja.

En la Plaza del Minero, en momentos en que el ardor de las luchas obreras alcanzaba su mayor esplendor, se realizaban las apoteósicas asambleas, donde no faltaban los discursos que anunciaban el fin del sistema capitalista y el nacimiento de una sociedad con libertades democráticas y justicia social. Los discursos, beligerantes e incendiarios, se pronunciaban al son del ulular de la sirena del sindicato, que servía para convocar a los obreros al trabajo, pero también para convocarlos a las asambleas cuando urgía tomar decisiones en épocas de convulsiones políticas y sociales.

La Plaza del Minero fue el escenario donde se libraron intensas batallas ente los guardianes de la oligarquía minero-feudal, las dictaduras militares y los gobiernos neoliberales. No pocas veces, los obreros, armados con cachorros de dinamitas y fusiles en mano, se enfrentaron a las tropas castrenses y los agentes de la policía, como leones azuzados por sus cazadores, sin perder las perspectivas libertarias ni las esperanzas de coronar una victoria en el campo de batalla.

Cuando el país se encontraba al borde de una guerra civil, durante el gobierno rosquero de Enrique Hertzog, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia declaró una huelga general. El gobierno ordenó el apresamiento de Juan Lechín y Mario Torrez y envió dos avionetas que ametrallaron los campamentos de Siglo XX, provocando un muerto y varios heridos. Las valerosas amas de casa y los mineros, enardecidos por los violentos hechos, sitiaron la Superintendencia de Siglo XX y tomaron como rehenes a varios técnicos norteamericanos de la Patiño Mines, exigiendo la libertad de sus dirigentes el 29 de mayo de 1949. Horas después, en la segunda planta de la sede sindical, donde se encontraban los rehenes, se suscitó, en circunstancias no del todo esclarecidas, la muerte de John O’Connor, Albert Kreffting y el jefe del campamento de Siglo XX.

En la misma segunda planta, donde estaba –y sigue estando la combativa y varias veces intervenida militarmente– Radio La Voz del Minero, fue victimado a tiros Rosendo García Maisman, dirigente minero y militante del Partido Comunista, en la madrugada del 24 de junio de 1967; es decir, el mismo día que se produjo la horrenda masacre de San Juan.

Las paredes de la sede sindical, con impactos de bala en el frontis, son testigos mudos de las intervenciones militares, las protestas de los obreros y las masacres perpetradas por los regímenes dictatoriales. En el mismo frontis luce el histórico balcón de la segunda planta, donde descollaron las figuras de los dirigentes mineros, amas de casa y estudiantes de secundaria, dispuestos a pronunciar sus arengas contra los enemigos de la clase obrera y el pueblo boliviano.

En la histórica plaza de la población de Siglo XX, además del Monumento al Minero, que no solo es una obra escultórica elaborada con un alto criterio estético, sino también un atractivo turístico de esta tierra minera, se encuentran la estatua de Federico Escobar, la Palliri y Filemón Escóbar, pero también los bustos de Irineo Pimental y César Lora, cuyo pedestal, que parece un sólido bloque de hormigón armado, está lleno de plaquetas conmemorativas y altorrelieves, como la imagen del desaparecido Isaac Camacho y el perfil del líder trotskista Guillerno Lora, incluyendo las inscripciones colocadas en un lugar significativo del busto tallado en mole de granito por el artista Indio Víctor Zapana.

El busto de César Lora fue inaugurado a finales de julio de 1975, en un acto sencillo pero significativo. La inauguración contó con numeroso público que se agrupó alrededor de una fogata que desprendía chispas bajo el cielo cuajado de estrellas. En las plaquetas pueden leerse diversas inscripciones; por ejemplo, en la que está en la parte superior, dice: Homenaje a los mártires obreros asesinados por el gorilismo: César Lora, 29 de julio de 1965. Isaac Camacho, julio de 1967; Julio C. Aguilar, julio de 1965. C.R. del P.O.R. Siglo XX, 29 de julio de 1975. En la plaqueta empotrada en el centro se lee: Los trabajadores de Siglo XX-Catavi a César Lora e Isaac Camacho. Mártires de la revolución proletaria. Siglo XX-Catavi, 29 julio 1975 y en la plaqueta empotrada en la parte inferior, con fondo rojo y letras en alto relieve, se lee: A Guillermo Lora, el redactor de la ‘Tesis de Pulacayo’, Siglo XX, mayo 2009.

El Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX se mantuvo vigente por más de medio siglo, desde el 10 de enero de 1941, fecha de su fundación, hasta 1987, año en que entornó sus puertas, tras el cierre de las minas nacionalizadas dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la famosa Marcha por la Vida, en agosto de 1986. Desde entonces, el sindicato más combativo del país pasó a la historia con sus luces y sus sombras, como cuando llega el ocaso de un día que despertó con una deslumbrante alborada.

Ahora que la sede sindical está vacía y la Plaza del Minero está siendo avasallada por comerciantes minoristas, es obligación de las autoridades ediles conservarla para la posteridad, para que las generaciones del presente y el futuro sepan que en este distrito minero, que parece haber quedado en el olvido tras la relocalización, nacieron, vivieron y se formaron los dirigentes sindicales más combativos del movimiento obrero boliviano.

La Plaza del Minero es uno de los sitios más preciados de esta tierra minera, bañada de mineral, lágrimas, sudor y sangre; es más, los bustos y monumentos conmemorativos son las piezas más visuales y visitadas del paisaje de la población de Siglo XX, en vista de que preservan la esencia misma de un centro minero que tiene un pasado, presente y futuro. La Plaza del Minero, por su valor político, social, cultural e histórico, es el símbolo del heroísmo de una clase social que forjó el destino de la patria profunda y, por eso mismo, el lugar más emblemático y turístico del norte de Potosí. No en vano, el Concejo Municipal de Llallagua, a solicitud de la Asociación de Rentistas Mineros Regional Llallagua y conforme establece la Ley No. 131/2017 del 23 de junio de 2017, Declara a la Plaza del Minero Monumento Histórico de Grandes Revolucionarios y Líderes Sindicales.

 

domingo, 9 de enero de 2022

MINEROS ARMADOS EN UNA FOTOGRAFÍA HISTÓRICA

Cuando fijé la mirada en esta sorprendente fotografía, grabada con luz y reproducida en papel mate, lo primero que me pregunté fue quién era el hombre llevado en hombros. No sabía si era César Lora o su hermano mayor Guillermo, pero no pasó mucho tiempo para que el autor de la fotografía despejara la duda. Es Guillermo Lora. La foto se tomó en 1965, en la calle Linares, pero no recuerdo exactamente la fecha, dijo Juan Bastos (conocido también como el Fiero Bastos), quien se dedicó a registrar, con su cámara Kodak en mano, la historia de los mineros y pobladores de Llallagua, Catavi y Siglo XX.

El fotógrafo, experto en el arte y la técnica de obtener imágenes, conservaba una invalorable joya en su laboratorio, donde reveló los negativos de los carretes de películas sensibles a la luz, perpetuando a los personajes más destacados del sindicalismo revolucionario, quienes fueron sus amigos personales y cuyas imágenes fueron captadas por su cámara tanto dentro como fuera de la mina; en asambleas, congresos y reuniones en el local de Radio La Voz del Minero, donde los mejores exponentes de los partidos políticos deliberaban sus planteamientos ideológicos, disputándose la dirección del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX.

Ahora que el fotógrafo descansa en paz, esperemos que todo este material gráfico, de incalculable valor testimonial y documental, sea recuperado y clasificado por sus herederos, para luego ser puestos a disposición de alguna institución pública o privada que pueda conservarlo y ponerlo al servicio de los investigadores de temas vinculados a la historia del movimiento obrero boliviano. Este poderoso arsenal de fotografías, que forma parte de la historia del sindicalismo minero, debe ser conocido y declarado patrimonio de los llallagueños, pues, de otro modo, sería lamentable que estas joyas gráficas se pierdan entre los polvos de un depósito oscuro y olvidado.

Si la fotografía data de 1965, debe considerarse que fue tomada durante el régimen de René Barrientos Ortuño, quien, y a nombre de la Doctrina de Seguridad Nacional, introducida por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y asesorado por los agentes de la CIA, protagonizó el golpe de Estado en noviembre de 1964. Ni bien se estableció en la silla presidencial, desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales, rebajó los salarios a niveles de hambre y se propuso aplastar al comunismo internacional con todos los medios a su alcance, no solo desterró a los subversores a zonas inhóspitas, sino que también cometió crímenes de lesa humanidad.

Sin embargo, a pesar de los peligros que representaba el gobierno de facto, los mineros seguían bregando por hacer respetar sus derechos fundamentales, como el fuero sindical, el aumento salarial y la reincorporación de sus compañeros despedidos a sus fuentes laborales. Fue en estas circunstancias que fue tomada esta fotografía, donde se ve a un piquete de mineros armados, quienes, mostrándose como los indomables soldados de las milicias obreras, cargaban en hombros al ideólogo trotskista entre fusiles, pancartas y banderas rojas ornamentadas con la hoz, el martillo y el número cuatro en referencia a la Cuarta Internacional.

Cuando Guillermo Lora, secretario general del Partido Obrero Revolucionario (POR), llegaba a Llallagua para dirigir la escuela de cuadros, que se prolongaban por varios días, era conducido en hombros de los mineros por las calles de la población civil de Llallagua y los campamentos mineros de siglo XX, hasta arribar al Pabellón de los Solteros, en cuyos dos cuartos ampliados por Filemón Escóbar, entre humos de cigarrillos y discusiones acaloradas, se realizaban las reuniones y ampliados de los militantes poristas.

Hermógenes Peláez, en una entrevista concedida para el libro Guillermo Lora, el último bolchevique (2021), del periodista Ricardo Zelaya Medina, recuerda: Cuando Guillermo venía, el Partido ya había crecido, en hombros sabíamos manejarle. De arriba bajaban las manifestaciones, de Cancañiri, y les esperábamos en la plaza, en el Club Racing, todos los militantes, unos 50 ó 60. Y de ahí en hombros lo sabíamos llevar hasta la Plaza del Minero (pág. 199).

Es probable que Guillermo Lora, en esta fotografía, esté sentado a horcajadas sobre los hombros del dirigente minero Cirilo Jiménez u otro obrero de fornido físico, cabellera hirsuta y bigotes recortados a la usanza de los actores de la época de oro del cine mejicano. Algunos niños curiosos, con la mirada volteada hacia atrás, van por delante y a paso ligero. Los obreros visten con chaquetas de cuero y otros con sacos de paños de la tierra, pero la mayoría de ellos llevan el atuendo de mineros, el guardatojo calado hasta las orejas y los botines con puntas de fierro, que la empresa les distribuía en las pulperías a cuenta de su salario.

Es ineludible que en la escuela de cuadros, el ideólogo del POR, autor de la Tesis de Pulacayo, inagotable panfletista y el mejor intérprete del trotskismo latinoamericano, disertaba sobre temas políticos y organizativos del Partido Obrero Revolucionario, además de hablarles de la importancia de encarnar el programa revolucionario y encaminarse hacia la conquista del poder, pero no a través del foco guerrillero ni las propuestas de los gobiernos nacionalistas, sino a través del programa revolucionario que debía encarnar la clase destinada a acaudillar la revolución de obreros y campesinos, hacia el socialismo y la dictadura del proletariado, ya que solamente el proletariado, bajo la dirección de su programa político, podía salvar a los explotados de la barbarie capitalista.

En este piquete de mineros armados, que ganaban las calles voceando consignas combativas contra la bota militar y el imperialismo, se encontraban algunos luchadores obreros como Pablo Rocha, Ángel Capari, Filemón Escóbar, Julio C. Aguilar, Isaac Camacho, Benigno Bastos, Víctor Siñanis, Flavio Ayaviri, Pedro Guzmán, René Anzoleaga, Sánchez y un largo etcétera de jóvenes militantes y simpatizantes del Partido. Y, claro está, en consideración de algunos, el personaje que debía ser llevado en hombros era César Lora, el verdadero organizador del Partido en las minas de Siglo XX, el indiscutible líder de los trabajadores, el que avizoraba la revolución sabiendo que esta no se haría con papeles ni panfletos, sino con los fusiles en las manos y con coraje a prueba de balas, sin dubitaciones ni mediatintas. César Lora era, sin lugar a dudas, el maestro de los mineros y campesino, a quienes les enseñaba las concepciones de los clásicos del marxismo en idioma quechua, el mejor visionario de la revolución obrera-campesina proyectada desde la lámpara enganchada en el guardatojo.

Por la realidad que refleja la fotografía es fácil suponer que César Lora, a pesar de su condición de líder nato del sindicalismo minero, no tenía afanes de figurón ni quería hacerse el caudillo por imposturas; prefería mantenerse al nivel de las bases, como era su costumbre, ajeno al culto de la personalidad, incluso cuando los acontecimientos lo colocaban de manera natural en la cúspide de los acontecimientos sociales que se agitaban desde abajo, pero desde muy abajo, desde el seno mismo de los trabajadores que lo elegían como al portavoz de sus reivindicaciones por su alto grado de conciencia política, casi siempre en actitud beligerante y discursos al rojo vivo.

Cualquiera que contemple esta fotografía, con la mirada puesta en los fusiles, se preguntará: ¿De dónde sacaron las armas? ¿Acaso provenían de la revolución del 1952 o las adquirieron en otras circunstancias? Lo cierto es que cuando el régimen de René Barrientos Ortuño despidió a decenas de sindicalistas subversores de sus fuentes laborales, ellos tenían que buscar la manera de mantener a sus familias. Pastor Peláez recuerda que César Lora, con la lucidez mental que lo caracterizaba, dijo: Carajo, De qué vamos a vivir, pues, tenemos que ‘jukear’ el mineral; palabras que pronto se convirtieron en consigas.

El jukeo consistía en formar un grupo de obreros retirados de la empresa y otro grupo de desocupados para explotar las vetas de estaño, cuyos concentrados eran entregados en bolsas de Calcuta a la misma Empresa Minera Catavi, una vez que César Lora convenció a los administradores para que declaren el jukeo como una actividad legal, para así evitar el quiebre de la empresa, la rebaja de los salarios y el despido forzoso de los obreros.

Con una parte de esos dineros recaudados del jukeo compraron una volqueta Ford de color rojo y las armas que debían ser usadas para emprender la insurrección armada de las masas y la instauración del gobierno obrero-campesino. Pastor Peláez, quien tenía escondidas las armas, tapadas con una calamina, en el patio de la casa de su madre, en la calle 9 de Abril de la población civil de Llallagua, confesó: Y con esa misma plata nos hemos comprado la volqueta y el armamento (…) Teníamos metralletas, fusiles M-1, una cosa de 50 (Zelaya Medina, Ricardo. Guillermo Lora, el último bolchevique, 2021, pág. 179) .

De modo que en la época del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, los obreros estaban armados con las metralletas y fusiles que desenterraban en el patio de la casa de la madre de Pastor Peláez, quien era más conocido por el sobrenombre de Sabu, debido a su larga cabellera y su parecido físico con Sabu Dastagir, actor de origen hindú que, en los años cuarenta del siglo pasado, protagonizó películas como El ladrón de Bagdad y El libro de la selva, entre los más destacados de una larga producción cinematográfica; películas que se proyectaban en los cines de los centros mineros de Uncía, Catavi, Siglo XX y Cancañiri. 

Estas mismas armas se habían ya usado el 28 y 29 de octubre de 1964, en el enfrentamiento contra las tropas del Ejército en las áridas pampas de Sora Sora, a medio camino entre Huanuni y Oruro, donde se dieron bajas en ambos bandos y en cuyas refriegas, que duraron horas de fuego cruzado de proyectiles, hubo varios combatientes gravemente heridos.

Las columnas de obreros, disciplinados y fuertemente armados con ametralladoras, fusiles y dinamitas, estaban comandadas por César Lora, Isaac Camacho y Cirilo Jiménez. Ellos se lanzaron al combate con el propósito de llegar hasta Oruro y apresurar la caída del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que se puso al servicio de los intereses del imperialismo, traicionando los objetivos estratégicos de la revolución nacionalista del 9 de abril de 1952.

El 14 de septiembre, después de la masacre de San Juan, en la madrugada del 24 junio de 1967, volvieron a remover el escondite y a sacar las armas totalmente carcomidas; las tuvieron que limpiar y engrasar, una por una, para luego distribuirlas entre los obreros más jóvenes y osados, así fue como desde entonces, las armas nunca más se recuperaron, al mismo tiempo que el gobierno de Barrientos, con el asesoramiento de los mercenarios de la CIA, seguía con su objetivo de liquidar a los movimientos izquierdistas que se oponían a la dictadura; no tuvo reparos en acabar con los dirigentes más esclarecidos de los sindicatos revolucionario. Así fue como asesinaron a César Lora en julio de 1965 y desaparecieron a Isaac Camacho un mes después de haber provocado un baño de sangre en junio de 1967.

Esta imagen nos deja un testimonio de la gloriosa época del proletariado minero, de ese sector laboral que, en el marco de las luchas sociales, difundían el claro mensaje de que los pobres, explotados y marginado serían los que controlarían el poder político en beneficio de las grandes mayorías, que soportaban los látigos del imperialismo y de los gobiernos que no representaban los intereses de quienes deseaban vivir en un país más justo, libre y equitativo. 

Esta fotografía histórica, atesorada en los archivos del fotógrafo llallagueño Juan Bastos, es un buen ejemplo de que en las minas de Sigo XX, había una organización de militantes y simpatizantes de la organización trotskista dispuesta a empuñar las armas y conquistar el poder político, para establecer el gobierno obrero-campesino, que hoy por hoy, en el siglo XXI y tras el decreto 21060 y el cierre de las minas nacionalizadas, que liquidó a las direcciones revolucionarias de la clase obrera, parece más una ilusión lejana que una escena propia de la realidad actual.

Este testimonio de luces y de sombras, revelado mediante un procedimiento químico en el laboratorio, muestra que los obreros estaban decididos a asumir su rol histórico bajo las banderas del socialismo, la única sociedad capaz de abolir las discriminaciones sociales y raciales; es más, es una fehaciente prueba de que los obreros, armados por César Lora e Isaac Camacho, estaban dispuestos a emprender la insurrección popular, prestos a batirse con las tropas del Ejército y lograr una victoria en los campos de batalla, para conquistar, palmo a palmo y con las armas en las manos, los ideales trazados por la Tesis de Pulacayo.

Son lecciones de vida y de lucha, y de esto deben aprender las actuales autoridades de gobierno, los dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), que deben reivindicar las tesis políticas aprobadas en las asambleas y los congresos mineros, sin claudicar ni traicionar la independencia política de los oprimidos ante los gobiernos de turno, ya sean estos civiles o militares, de derecha o izquierda, debido a que el proletariado siempre tuvo sus propios principios y objetivos desde que se constituyó en clase en sí y para sí, en la clase revolucionaria por excelencia, en la vanguardia de la nación oprimida que pugnaba por liberarse de la opresión imperialista.

Las gloriosas épocas del pasado ya no existen en Llallagua, ni en Catavi, ni en Siglo XX, que fueron los baluartes de las luchas sociopolíticas durante la pasada centuria. Lo único que ha quedado son los vestigios de los dirigentes sindicales más importantes del país, una historia que debe rescatarse para las futuras generaciones, para que sepan que los distritos mineros del norte de Potosí parieron a hombres y mujeres que supieron armarse de coraje para defender sus derechos más elementales y sus ganas de transformar la sociedad capitalista, donde pocos tienen mucho y muchos no tienen nada, en una sociedad socialista más digna, solidaria y humana.

Imágenes:

1.     Piquete de mineros armados, Siglo XX-Llallagua, 1965. Foto de Juan Bastos.

2.     Guillermo Lora.

3.     César Lora e Isaac Camacho. Viñeta realizada por el muralista Miguel Alandia Pantoja.

 

miércoles, 2 de junio de 2021

ENRIQUE ARNAL, PINTOR DE RECUERDOS Y SOLEDADES

El artista plástico Enrique Arnal Velasco nació en el centro minero de Catavi, al norte del departamento de Potosí, el 19 de marzo de 1932. Su padre Luis trabajó como jefe de contabilidad en la planta administrativa de la “Patiño Mines”, donde el niño Enrique descubrió su vocación de pintor de la mano de su madre Emma, quien también trazaba líneas y coloreaba imágenes en sus tiempos libres.

Si nos referimos a Enrique Arnal es porque la mayoría de los pobladores cataveños desconocen su existencia y su invalorable aporte a las artes plásticas del país y el mundo. En consecuencia, es necesario que se lo conozca y reconozca en la tierra que lo vio nacer, ya que fue una estrella que brilló, con méritos y luz propia, en la constelación de los artistas que dedicaron su vida a la creación de obras que, además de formar parte del patrimonio cultural de un valeroso pueblo, son la caja de resonancia de su fuero interno, irradiándose a través de formas y colores distribuidos armónicamente en los lienzos cual si fuesen discos cromáticos encajados en un gigante caleidoscopio. 

Enrique Arnal, acostumbrado a los torbellinos de polvo y los gélidos silbidos del viento, reflejó en sus obras pictóricas sus vivencias de infancia, que dejaron imborrables huellas en su memoria de niño nacido entre los cerros agrestes y mineralizados del altiplano, donde aprendió a gatear y dar sus primeros pasos, cayéndose sobre el tupido césped de uno de los chalets situados cercas de la Casa Gerencia, sede de la poderosa Patiño Mines & Interprises Consolidated (Inc.), que por entonces era la mayor proveedora de estaño del mundo y el centro neurálgico de la economía nacional.

Quienes lo conocieron en persona, lo describen como un hombre de vigoroso físico, tímido y reservado, determinado, determinante y de opiniones lapidarias. Nunca admitió que el arte estuviese controlado por los sistemas de poder, tampoco se vinculó a ninguna corriente ideológica ni partido político, pero siempre tuvo presente su compromiso con los más necesitados y marginados de la sociedad, quizás, debido a la vieja amistad que mantuvo con Marcelo Quiroga Santa Cruz, a quien conoció en el Instituto Americano de La Paz.

Enrique Arnal tuvo una infancia feliz; digo feliz, porque supongo que su familia llevaba una vida sin premuras cotidianas ni preocupaciones económicas. Incluso poseían cámaras fotográficas y filmadoras, en una época en que las familias mineras no tenían ni la salud completa y hacían todo lo imposible para sobrevivir a la miseria a la que fueron sometidas por el sistema de explotación capitalista.  

Una vez que concluyó sus estudios secundarios, decidió dedicarse a las artes plásticas en la que fue un auténtico autodidacta, pero con una vocación natural para el dibujo, el grabado y la pintura, en la que destacó como uno de los mejores artistas plásticos de su época. Así fue que, tras doce años de actividad dedicada íntegramente a la creación pictórica, obtuvo una beca de la Fundación Simón I. Patiño, que le permitió estudiar en París entre 1966 y 1967. Más tarde, obtuvo otra beca del Programa Fulbright para realizar estudios en Virginia, EE.UU.

Enrique Arnal, lejos de los compromisos políticos y sociales de la revolución nacionalista de 1952, desarrolló su obra en la soledad y en series temáticas, que proyectaban su mundo interno, sus experiencias oníricas y su inquietud por crear una pintura con estética introspectiva y estilo personal, aunque en una parte de su producción se nota una marcada influencia del cubismo, sobre todo, en su representación del mundo pétreo del altiplano y otras temáticas nacionales.

Desde 1954, año en que tuvo su primera exposición individual en el Cuzco, Perú, a sus 22 años de edad, exhibió sus obras en diferentes ciudades sudamericanas, Estados Unidos y Europa. Participó en numerosas exposiciones colectivas, eventos y concursos nacionales e internacionales. Fue el tercer artista en ser galardonado con el Gran Premio “Pedro Domingo Murillo” en 1955. Desde entonces, se hizo merecedor de numerosos galardones en mérito a la gran calidad de sus pinturas hechas con fuerza expresiva y sentido ético.

Enrique Arnal era un hombre de carácter solitario y meditabundo. Algunos de sus colegas lo consideraban “el pintor del silencio y de la soledad del hombre, tanto andino como universal”. Podía estar días enteros recluido en su estudio, sin otra compañía que la música clásica y obsesionado en convertir sus ideas en obras de arte, vinculadas a una vida espiritual y temperamento creativo. Su soledad de artista fue confirmada por su hijo Matías Arnal, quien, en una entrevista, manifestó: “Tengo tantos recuerdos de mi padre, desde mi primera memoria siempre en su estudio, cuando vivíamos en Bolivia, quedaba en el altillo de nuestra casa y él con su pincel y con música clásica. Él armaba un hermoso entorno. Tenía paz y armonía, y se dedicaba plenamente al arte”.

El artista agrupó sus obras en series temáticas, que iban desde la figura humana solitaria hasta los animales domésticos y silvestres, pasando por los paisajes sintéticos y pueblos pétreos, como todo artista interesado en universalizar lo local, lo cotidiano y lo vivencial. En sus cuadros no están ausentes las montañas andinas, la tragedia de los mineros, la naturaleza muerta, los bodegones, la represión política y otros que formaban parte del mundo de su memoria, como cuando realizó una serie de pinturas testimoniales de la época en que fue perseguido y preso político, en las que plasmó las sesiones de interrogatorios y atropellos a la dignidad humana, que tenían lugar en las mazmorras de la dictadura militar de los años 70.

Hubo varios períodos en su vida en los que realizó pinturas representando la figura humana (hombres y mujeres, en algunos casos desnudos), armado con una paleta cromática, donde predominaban los colores oscuros interrumpidos por tonos vivos y contrastantes, negando así cualquier componente figurativo, folklórico, y abandonándose libremente a las figuras geométricas, su articulación y relación dentro de la composición.

Su honda sensibilidad lo llevó a pintar una serie inspirada en el “aparapita”, ese cargador de los mercados de abasto de las ciudades que, con el lazo o mantón al hombro y su indumentaria de ser marginal, quedó retratado, de  cuerpo entero y el rostro velado, en los cuadros pintados al óleo sobre lienzo, donde predominan pocos pero efectivos colores, como son los matices oscuros, los tonos tierra acompañados de grises y negros, que parecen haber sido elegidos de manera consciente para ajustarse a la lóbrega realidad del “aparapita”.

Una de las pasiones de Enrique Arnal fue pintar animales: toros, caballos, gallos, perros, bisontes y, sobre todo, cóndores, inspirado en los recuerdos de su infancia, un periodo de su vida en que tuvo un contacto directo con el ganado vacuno y caballar, los asnos y las mulas, animales que eran empleados en el transporte del mineral. En una de las fotografías del álbum familiar, captada en blanco y negro en el patio de una de las viviendas que ocupaban los técnicos de la “Patiño Mines”, se lo ve posando entre dos terneros y al lado del Cóndor Martín. En otras fotografías se lo ve disfrazado de vaquero y montado en el caballo que le regaló su padre. Por lo tanto, no es casual que, a mediados de la década de 1970, se hubiese dedicado a pintar una serie de cóndores, con una explosión de colores que dignifican la majestuosidad de esa mítica ave, que es uno de los símbolos patrios y el que mejor representa a los pobladores de la Cordillera de los Andes.

La fascinación por el ave de carroña, longeva y de gran envergadura cuando está con las alas desplegadas, estaba vinculada a sus vivencias de niñez, cuando conoció y acarició a un cóndor que sobrevolaba por las poblaciones mineras del norte de Potosí, y que los mineros lo bautizaron con el nombre de Cóndor Martín, que cumplía con la función de mensajero de la Empresa Minera, cuyos administradores, a modo de pagarle por sus servicios, determinaron darle una ración diaria de carne en la “pulpería”. El Cóndor Martín, que lo impactó decisivamente en su infancia, fue el que inspiró esa serie de aves, de plumaje negro-azabache y pico terminado en gancho, que se aprecian en sus magistrales cuadros que actualmente están dispersos en instituciones culturales y colecciones privadas.

Huelga informarle al lector que la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, en el número 20 de su “Serie de Literatura Minera”, publicó el folleto “El Cóndor Martín” (2021); un compendió realizado por el Escritor Víctor Montoya. El folleto contiene textos escritos por seis autores en torno al ave que sobrevoló por los azulinos cielos de las poblaciones mineras, dejando una estela de historias que, ampliadas en mayor o menor grado con episodios imaginativos, fueron convertidas en una suerte de leyendas y relatos fantásticos. Los textos, como no podía ser de otra manera, fueron ilustrados con las magníficas pinturas de Enrique Arnal.

Es evidente que los recuerdos de su infancia marcaron la temática de su obra hecha a grandes brochazos, porque junto a los paisajes del entorno andino y los animales que lo sedujeron en sus primeros años, está el mundo minero con su energía mítica y telúrica. Se trata de una serie de obras pintadas con gran sensibilidad y visión muy particular, que él denominó “Mitología Minera”, con oscuros socavones, aislados de la superficie expuesta a luz del sol, donde los obreros trabajaban en condiciones infrahumanas, peleándose con las rocas de la montaña, que escondía en sus entrañas los yacimientos de estaño y se tragaba la vida de los mineros para que unos pocos se hagan millonarios y vivan a cuerpo de rey.

No cabe duda de que Enrique Arnal reprodujo, en gran parte de su obra pictórica, los sucesos que le impactaron mientras crecía en el centro minero de Catavi. Por eso mismo, en varios de ellos, los paisajes, unos abstractos y otros más realistas, corresponden a ese entorno geográfico, donde pasó los primeros ocho años de su niñez, contemplando la realidad social y la tragedia humana. No en vano en los años de 1980, tras una larga ausencia del país, pintó la serie denominada “Mitología Minera”, que condensan los recuerdos que marcaron su pasado, ya que en las galerías de su memoria se mantuvieron intactos los rasgos físicos de los obreros y los socavones que conoció de la mano de su padre.

En el centro minero de Catavi, el artista tuvo una infancia llena de gratos momentos y travesuras inolvidables, que compartió con su mejor amigo Cirilo, hijo de un trabajador minero, con quien osaba aventuras como eso de colgarse de los vagones de los andariveles que transportaban la granza de la planta de concentración de mineral, a través de maromas tendidas de un punto a otro, hacía los denominados “desmontes”, donde Enrique Arnal y su amigo, lejos del control de los padres, jugaban ensuciándose las ropas con el polvo y la “copajira” de los relaves.   

Enrique Arnal se desempeñó también como gestor cultural del arte. Creó la Galería “Arca”, que estuvo activa en la ciudad de La Paz, entre 1968 y 1970. Posteriormente, según cuenta Norah Claros Rada, influyó de manera determinante en la creación de la Galería de Arte Emusa en 1974, un espacio donde podía exhibirse obras de manera profesional y permitía realizar otras actividades artísticas y culturales.

Ejerció como docente en la Carrera de Artes Plásticas de la Universidad Mayor de San Andrés, de 1978 a 1980, dos años en los que muchos estudiantes se beneficiaron de la experiencia y la capacidad didáctica del maestro Enrique Arnal. Además, uno de sus importantes aportes fue la obra de investigación “Breve diccionario biográfico de pintores bolivianos contemporáneos” (La Paz, 1986), que contó con la colaboración de Silvia Arze y fue editado por INBO; un compendio en el cual se reunió información sobre los pintores bolivianos del siglo XX.

Enrique Arnal, que también se desempeñó como Director del Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI) y cumplió funciones diplomáticas como Agregado Cultural (Ad-honoren) de las embajadas de Bolivia en México y Francia, fue uno de los artistas más importantes de la plástica nacional contemporánea y un cataveño que aportó muchísimo al arte nacional, tanto como lo hicieron otros artistas nortepotosinos, como Miguel Alandia Pantoja (Llallagua, 1914 – Lima, Perú, 1975), Benedicto Aiza Álvarez (Uncía, 1952 – La Paz, 2009), Mario Vargas Cuellar (Catavi, 1942), Marcelo Mamani Coca (Catavi, 1959) y Zenón Sansuste Zapata (Catavi, 1962), entre otros.

Enrique Arnal Velasco vivió aferrado a los recuerdos atesorados desde la infancia, hasta el día en que falleció, tras una larga enfermedad, en la ciudad de Washington, DC., lejos de su tierra natal, el 10 de abril de 2016. Desde luego que su muerte nos privó de un artista plástico de enorme potencialidad, quien supo plasmar su ingenio creativo en obras imperecederas para el patrimonio cultural de la nación boliviana y el mundo entero. No obstante, estamos seguros de que, en su tránsito por los senderos de la muerte, Catavi seguirá siendo la cuna de su nacimiento, el territorio donde transcurrió su infancia y el centro minero que inspiró su obra pictórica que, en medio de un torbellino de pinturas, paletas, pinceles, rodillos y espátulas, fundió el imaginario popular y las experiencias personales con sus nobles sentimientos hechos de pura sensibilidad e inconmensurable fuerza creativa.

domingo, 31 de enero de 2021

MURIÓ UN INQUEBRANTABLE COMPAÑERO DE LUCHA

Con el fallecimiento de Edgar Huracán Ramírez Santiesteban (Potosí, 1947 – La Paz, 2021), se nos fue el último líder minero de la vieja guardia del movimiento obrero boliviano. Ya no quedan dirigentes de semejante catadura, de esos hombres que hicieron honor a la lucha de los trabajadores organizados en el sindicalismo revolucionario, donde descollaron figuras como Juan Lechín, Simón Reyes, Víctor López, Óscar Salas y Filemón Escobar, entre muchos otros.

El compañero Edgar Huracán Ramírez, a diferencia de los crumiros y traidores de la clase obrera, destacó por su claridad ideológica e intransigente lucha en aras de conquistar las reivindicaciones legítimas de sus compañeros sometidos a las inhumanas condiciones de vida del sistema capitalista, donde alcanzar un alto nivel de conciencia política era el único camino para constituirse en el representante de la masa obrera que clamaba justicia social en un contexto donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.

En las polémicas y debates que se generaban en los ampliados y congresos mineros era una fiera. Para rebatir los argumentos de sus contrincantes usaba incluso un lenguaje figurado y hasta metafórico, como prueba de que había leído una pila de libros en los diversos géneros literarios. De modo que podía hablar en un lenguaje extendido como el de Marcelo Quiroga Santa Cruz o con un lenguaje sintetizado como el de Eduardo Galeano, sin perder el hilo argumental de sus pensamientos expresados en elocuentes discursos.

Como todo individuo que irrumpe en el escenario político, con la intención de forjar una corriente de opinión en seno del proletariado, tenía seguidores pero también detractores. Algunos decían que era duro pero correcto. Era crítico con la conducta y los desaciertos de algunos dirigentes de la COB. No pocas veces se opuso a las apreciaciones políticas del maestro Lechín, quien, alguna vez y con lágrimas en los ojos, confesó ante las cámaras de la prensa que Edgar Huracán Ramírez era impulsivo e intransigente; una conducta que mantuvo, de manera consciente o inconsciente, en todos los ámbitos de su vida laboral.

No cabe duda de que su sólida formación intelectual, como autodidacta, lo colocó en la primera fila de los líderes obreros que se elevaron al nivel de cualquier académico, no sólo publicó obras a partir de su vasta experiencia sindical, –Estrategia de dominación imperialista (1997), Neoliberalismo y movimiento sindical en Bolivia (1999), Archivos mineros de Bolivia. El rescate de la memoria social (coautor con Luis Oporto, 2007) y otros textos dispersos–, sino también por medio de la lectura de todo tipo de obras que caían en sus manos. Era uno de esos obreros que podía ejercer la docencia universitaria con solvencia y formar a nuevos líderes en cursillos donde se estudiaban a los clásicos del marxismo y a los precursores de la formación de la conciencia nacional, consciente de que la suerte del movimiento sindical no estaba ya en manos de los viejos sino de los jóvenes. No pocas veces participó en círculos intelectuales para expresar sus opiniones sobre una cantidad de temas que eran de su interés, en su condición de miembro del comité central del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó también activamente en talleres de capacitación sindical en los que transmitía sus experiencias adquiridas cuando fue secretario general del Sindicato Unificada del Cerro de Potosí; secretario general de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB).

Algunos amigos se referían a él como al licenciado obrero, no porque estuvo en Casas Superiores de Estudios, sino porque sus universidades fueron la vida y el trabajo, habida cuenta de que Edgar Huracán Ramírez apenas terminó el quinto curso de primaria. Empero, él estaba cargado de instrumentos innatos que le permitían ser un intelectual obrero, como esos hombres que tienen el privilegio de haber nacido con una inteligencia natural para comprender y analizar las claves íntimas de la vida y revelar los mecanismos socioeconómicos que se mueven de manera subterránea en una sociedad hecha a golpes de discriminación social y racial. Él poseía la intuición propia de esos seres de alma pura y mente clara para asimilar los valores humanos en un contexto donde las relaciones de producción determinan el destino de los individuos y la colectividad; una lección existencial que no se aprende en los libros de texto sino en la vida misma. A veces, cuando veía que algunos compañeros blandían, de manera egocéntrica y hasta con cierta petulancia, sus títulos académicos en un país enfermo de titulitis, él se limitaba a menear la cabeza y lanzar expresiones de ironía, que justificaban la visión que compartía con el escritor ruso Máximo Gorki, quien, como parte de una trilogía autobiográfica, escribió Por el mundo - Mis universidades, publicado en la segunda década de la pasada centuria y cuyo principal mensaje estaba destinado a enseñar que la vida misma era una universidad.

En su encomiable recorrido por los corredores culturales del país, y gracias a su amplio bagaje en ciencias humanísticas, se dedicó al rescate de la memoria histórica de la Guerra del Chaco y cultura minera, a través del Sistema de Documentación e Información Sindical de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, del Archivo de la Compañía Aramayo Franke, del Proyecto de Organización del Museo y Archivo de la Guerra del Chaco para la Federación de Beneméritos de la Guerra del Chaco en Tupiza; un largo recorrido que lo convirtió en un personaje entendido en temas históricos.

Sin embargo, su mayor proeza fue haber parido el Archivo Histórico de la Minería Nacional, institución que resguarda la documentación de más de un siglo de existencia de las empresas estañíferas de Bolivia. No en vano la Cámara de Senadores, en uso de sus atribuciones, lo reconoció, el 1 de agosto de 2019, por ser un líder político-sindical e incansable defensor de las riquezas mineras y por ser el creador, organizador y edificador del Sistema de Archivo Histórico de la COMIBOL, llevando en alto el nombre del Estado Plurinacional de Bolivia. Asimismo, se le concedió por Orden Parlamentaria al Mérito Democrático Marcelo Quiroga Santa Cruz, en reconocimiento a su incansable lucha por reconquistar la democracia cautiva en manos de los gobiernos dictatoriales.

Sus conocimientos sobre archivística no tenían nada que envidiar a quienes se forman en bibliotecología y archivística de una Casa Superior de Estudios, porque Edgar Huracán Ramírez se daba tiempo, como todo buen autodidacta, para escudriñar los cuadernillos y tratados sobre el tema. Por lo tanto, quizás sin habérselo propuesto de manera enteramente consciente, se convirtió en un experto en archivística; si no me lo creen, pregúntenselo a sus dilectos colegas de oficio, con quienes elaboró algunos manuales dedicados al fascinante mundo de la memoria histórica registrada en documentos patrimoniales de la nación. Así fue como en enero del 2006 publicó, en coautoría con Luis Oporto Ordóñez, el libro intitulado Archivos mineros de Bolivia

El año 2012, cuando se programó la presentación de mi libro Cuentos de la mina, en el auditorio del edificio principal del Archivo Histórico de la Minería Nacional, ubicado la zona ferroviaria de la ciudad de El Alto, tuve la oportunidad de deleitarme con la sapiencia y pirotecnia verbal de Edgar Huracán Ramírez, quien se refirió a la temática que aborda el libro desde una perspectiva muy particular, desde la visión de quien vivió la experiencia minera en carne propia. Me sorprendió, sobre todo, su análisis literario del libro, basándose en conocimientos que adquirió en sus años de lector de los clásicos de la literatura universal y de las obras de Gabriel García Márquez, a quien lo citó con frases que parecían elaboradas con meticulosidad y con expresiones arrancadas del llamado realismo mágico, que, según sus acertadas apreciaciones, se repetían en algunas obras de ambiente minero, donde la magia de la cosmovisión andina formaba parte de los trabajadores del subsuelo, quienes conviven a diario con ese mitológico personaje, mitad dios y mitad diablo, conocido como el Tío de la mina. 

El 23 de junio de 2017, en ocasión de la presentación de mi libro Crónicas mineras en el auditorio de la carreta de odontología de la Universidad Nacional Siglo XX, situado en la histórica Plaza del Minero, Edgar Huracán Ramírez se encontraba entre los comentaristas. Habló sobre la necesidad de seguir contribuyendo a la historia de la clase obrara desde las vivencias de los mismos protagonistas. Al finalizar el evento, puso su mano sobre mi hombro y me felicitó por haber rescatado la imagen de algunos de los dirigentes mineros, que ofrendaron su vida a la causa de la libertad y la justicia social. Esta obra está muy bien, dijo, mirándome con un gesto risueño y un tono de aprobación por la iniciativa que emprendí desde hace ya muchos años.

El 26 junio de 2019, justo cuando se recordaba un año más de la horrenda masacre de San Juan, que ejecutó la dictadura de René Barrientos en los centros mineros de Llallagua, Catavi, Siglo XX y Cancañiri, en la madrugada del 24 de junio de 1967, presenté la compilación La Masacre de San Juan en verso y prosa, en los ambientes de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Y, como es de suponer, Edgar “Huracán Ramírez, conocedor del tema y en su condición de exdirigente minero, estaba también presente entre los comentaristas. Vertió elogiosas palabras sobre la intención de la obra, ponderando que se trataba de un compendio que echaba más luces sobre los antecedentes y consecuencias de esa trágica masacre, y destacando que en sus páginas se registraban los poemas y los textos en prosa de autores que pertenecían a diversas tendencias ideológicas; un hecho que demostraba que era posible realizar obras colectivas, lejos de los sectarismos políticos que tantos daños causaron al sindicalismo revolucionario.   

Para quien escribe estas líneas, la amistad con Edgar Huracán Ramírez ha sido de aprendizaje y un modo de conocer de cerca la admirable esencia de un líder modesto y honesto; esto me tocó constatar el día en que, junto al historiador Luis Oporto Ordóñez, lo visité en su humilde hogar, donde charlamos sobre temas afines y él tocó la guitarra con una destreza propia de los músicos de cepa. Al cabo de mi visita, me quedé con la impresión de que este luchador obrero nunca vivió de la política, como lo hacen los pícaros y vivillos, sino para la política, cuya conducta distinguió a los legítimos líderes del movimiento minero, que no acumularon riquezas a nombre de los desposeídos y el socialismo. Edgar Huracán Ramírez, independientemente de su afiliación stalinista, correspondía a esa categoría de luchadores sociales que a mí me gustan por su honestidad y su desapego de los bienes materiales.  

Por otro lado, aún recuerdo el día en que me enteré de su despido del Archivo, luego de que el régimen de transición de Jeanine Añez asumió el poder, tras una violenta revuelta ciudadana contra el exgobierno de Evo Morales. Se me contó que los nuevos personeros de la COMIBOL fueron a buscarlo en las oficinas del Archivo, donde le entregaron una carta de despido de la institución que él mismo creó desde sus cimientos, sin considerar que esa acción era lo mismo que echar al dueño de su propia casa. No obstante, para sorpresa de los mensajeros del entonces presidente de la COMIBOL, la opinión pública no aceptó la decisión arbitraria y pidió que se le restituyera en su cargo de director del Archivo de la Minería Nacional, en razón de que Edgar Huracán Ramírez fue quien salvó de la basura lo que hoy es un ejemplar repositorio documental del país. Él evitó la destrucción de la memoria histórica minera de Bolivia, que se encontraba dispersa y abandonada en los ambientes de las principales empresas de la COMIBOL, que fueron cerradas por el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estenssoro, luego del nefasto Decreto Supremo 21060 de 1985, que provocó la relocalización de unos 23 mil trabajadores de las minas nacionalizadas, causando no sólo el colapso de las organizaciones sindicales, sino también la diáspora de las familias obreras que se vieron obligadas a buscar nuevos horizontes de vida en cualquier parte del territorio nacional.

Ahora bien, para quienes no lo saben o se hacen los del otro viernes, es necesario remarcar que Edgar Huracán Ramírez  fue el principal artífice para la recuperación de los documentos de los ex Barones del Estaño y los bienes patrimoniales y museísticos de la COMIBOL, que actualmente están debidamente conservados y catalogados. A esa hazaña sin precedentes se debe la frase: DE LA BASURA A LA MEMORIA DEL MUNDO, grabada en el edificio principal del Archivo Histórico de la Minería Nacional, emplazado en la combativa ciudad de El Alto.

Edgar Huracán Ramírez vivía con la ilusión de que se escribiera o reescribiera la genuina historia del movimiento obrero boliviano. Estaba convencido de que los mineros, más que sus ideólogos o intelectuales de clase media y clase media alta, fueron los verdaderos protagonistas de la turbulenta historia de la minería nacional. De ahí que en el prólogo a la Historia del movimiento minero de Bolivia (2020), que se elaboró a partir de los testimonios de los ex dirigentes sindicales aún en vida, haya escrito con magnífica precisión y sin voces prestadas: Nuestra historia no será reconstruida olvidando que todo lo que tenemos es lo que las masas han logrado. Hay necesidad de retomar las valiosas experiencias concebidas por los cerebros creativos, sí; pero también los hechos de anónimos protagonistas que se materializaron en abundantes propuestas de proclamas, en copiosas consignas que son los elementos esenciales que forjaron la moral y la conciencia de los campamentos mineros, que permitió gloriosos combates y sostenidas batallas, en los que el enemigo no logró hacer retroceder a la gran masa de trabajadores mineros. La tenacidad y la consecuencia que perdura en el tiempo y el espacio, son el único sostén verdaderamente robusto de los hechos que ya no podrán ocultar, porque fueron abonados con el sudor y la sangre de millones de trabajadores que estuvieron en las minas, alimentadas generalmente por las mujeres, por los niños y por el recio músculo proletario. No es casual que esto que quedó olvidado y oculto fuera motivo de admiración del mundo entero. Los hechos y las conquistas son comprensibles sólo si se los ve como hechos de la clase, del sindicato, de las masas y del pueblo, no de las individualidades (p. 16). Tenía toda la razón. La historia oficial no registraba la voz de los protagonistas en primera persona, sino a través de las interpretaciones, a veces sesgadas y hasta deformadas, de quienes contemplaban la realidad minera desde afuera y no desde el seno mismo de la clase obrera. Consiguientemente, él consideraba que era necesario reescribir la historia desde el testimonio personal y colectivo de los protagonistas de las luchas sociales que, unas veces desembocaron en sangrientas derrotas y, otras, en aleccionadoras victorias que demostraban la poderosa fuerza de movilización y la consumada conciencia  ideológica del movimiento obrero agrupado en sus naturales organizaciones de clase.  

A modo de sintetizar mis recuerdos de Edgar Huracán Ramírez, quien fue un inquebrantable compañero de lucha, puedo decir que este perforista en interior mina, boxeador de peso pluma, dirigente indomable y rescatista de los históricos documentos de la minería boliviana, fue uno de esos líderes obreros que lo dio todo sin pedir nada a cambio. Por lo demás, a mí no me queda más que palabras de agradecimiento por su apoyo y su voz de aliento que, cuando estaba en el cenit de su lucidez, sonaba y soplaba con tanto furor como el mismísimo huracán.

Fotos

1. Edgar Huracán Ramírez Santiesteban.

2. Luis Oporto, Víctor Montoya, Edgar Huracán Ramírez y Milton Márquez.

3. José Martínez, Pastor Mamani, Víctor Montoya, Jaime Flores, Edgar Huracán Ramírez.

4. Luis Oporto, Carlos Soria, Víctor Montoya, Edgar Huracán Ramírez, José Romero.