martes, 1 de abril de 2025


miércoles, 19 de junio de 2024
EL ESCULTOR DESAPARECIDO
El Monumento al Minero es
una magnífica obra realizada por un artista orureño, cuyos datos personales no
quedaron en la memoria de los obreros que protagonizaron la revolución
nacionalista de 1952. Nadie recuerda su nombre completo, tampoco se sabe si
está vivo o está muerto.
Algunos dicen que fue un
solterón solitario y solidario a la vez, un hombre empeñoso y trabajador, y que
todo el tiempo que tenía, quitándole tiempo al tiempo, era para levantar obras
de arte escultórico en plazas y parques. Otros, los pocos que lo conocieron
mientras estaba modelando, con sus callosas manos y su deslumbrante ingenio, el
Monumento al Minero, aseveran que soñaba con irse al Brasil en busca de una
mulata que tuviera los atributos que les faltaba a las altiplánicas.
Lo cierto es que el
escultor dejó plantado el Monumento al Minero en la histórica Plaza de la
población de Siglo XX y que luego desapareció sin dejar rastro alguno, como si
se hubiese esfumado como el humo del cigarrillo. Nadie recuerda su físico ni su
rostro, salvo que era un artista que daba la vida por el arte.
Los mineros más antiguos
dicen que lo vieron entrar a la mina, que lo vieron vagar como un demente por
las oscuras galerías y que nunca más volvió a salir a la luz del día. ¿Será que
el Tío se lo tragó huesos y todo? ¿Quién sabe? Los mineros cuentan que lo que
es del Tío es del Tío, devorador de vidas humanas cuando olvidan tributarle
alimentos sólidos y líquidos.
El Monumento al Minero luce estoico sobre su pedestal, la mirada altiva y el cuerpo fornido, la perforadora en una mano y el fusil en la otra. Pero del escultor, su creador y artífice, no se sabe nada, absolutamente nada, nada y nada…
miércoles, 30 de agosto de 2023
ESTATUA DE
FILEMÓN ESCÓBAR EN CATAVI
La mañana del
27 de agosto de 2023, en la Plaza 6 de Agosto de la población de Catavi,
perteneciente al municipio de Llallagua de la provincia Rafael Bustillo del
departamento de Potosí, se descubrió la estatua de Filemón Escóbar, histórico
líder sindical y dirigente político de renombre nacional. La estatua fue
realizada por Wilson Zambrana, galardonado pintor y escultor orureño.
El acto
programado por la Sub alcaldía, con el principal objetivo de rescatar una parte
de la memoria histórica del proletariado de la Empresa Minera Catavi, contó con
la participación de las autoridades ediles y las fuerzas vivas de esta
población memorable y revolucionaria. Asimismo, estuvieron presentes los
familiares de Filemón Escóbar, su viuda, sus hijos y nietos, pero también
algunas personalidades del ámbito político, sindical y cultural, quienes
hicieron usó de la palabra para destacar la vida y obra de uno de los
dirigentes sindicales que nunca temió en generar encendidas polémicas con sus
pensamientos, discursos y acciones políticas en los contextos donde se sentía
convocado por su conciencia de clase y su función de protagonista de las luchas
sociales.
Por otro
lado, los miembros del Movimiento Cultural Pictórico Miguel Alandia Pantoja,
invitados al acto de descubrimiento de la estatua de Filemón Escóbar,
expusieron, en la Plaza 6 de Agosto, reproducciones de las pinturas del
muralista llallagueño, quien fuera camarada y amigo personal del dirigente
minero. La exposición llamó la atención de los presentes por la calidad
estética de las obras plásticas y el mensaje revolucionario que Alandia Pantoja
plasmó en sus murales y pinturas realizadas a caballete.
Filemón
Escóbar nació en la ciudad de Uncía en 1934 y falleció en la ciudad de
Cochabamba en 2017. En su prolongada y ardua actividad política, en defensa de
los derechos laborales y sindicales, destacó desde su juventud en el Sindicato
de Siglo XX. Ejerció como dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores
Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central Obrera Boliviana (COB).
En 1986,
mientras era secretario general del sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi,
redactó la Tesis de Catavi, cuyo
argumento central fue oponerse al Decreto 21060 y la relocalización, y crear un plan
de emergencia,para la rehabilitación de COMIBOL y la diversificación de la
producción. El documento fue aprobado primero por el sindicato de Catavi y
posteriormente, como documento oficial de los trabajadores bolivianos, en el
XXI Congreso Nacional Minero, realizado en la ciudad de Oruro, entre el 12 y 19
de mayo de 1986. Poco después, con los argumentos de esta misma tesis se
realizó la Marcha por la Vida durante
el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estenssoro.
Filemón
Escóbar, en su dilatada actividad política y sindical, ocupó un escaño en la
Cámara de Diputados entre 1989 y 1993. En el periodo legislativo 2002-2003,
ocupó la vicepresidencia del Senado, cuando ocupaba la secretaría general del
Movimiento Al Socialismo (MAS), partido que fundó junto a la Confederación de
Trabajadores del Trópico Cochabambino y del que se apartó por diferencias
políticas e ideológicas.
Entre sus
obras destacan: Testimonio de un
militante obrero (1984); La tesis de
Catavi (1986); La mina vista desde el
guardatojo (1986); De la revolución
al Pachakuti: El aprendizaje del respeto recíproco entre blancos e indios
(2008); El Evangelio es la encarnación de
los derechos humanos (2011); Semblanzas
(2014). Escribió tanto como leyó, motivado por la necesidad de transmitir, de
su puño y letra, sus experiencias vividas y sufridas, y sin más esperanzas que
dejar un testimonio aleccionador para los luchadores sociales del presente y el
futuro.
La estatua de
Filemón Escóbar está donde debe estar, cerca de los predios del sindicato de
trabajadores de Catavi, donde se estructuró la empresa estañífera más
importante de Bolivia y el mundo, desde que Simón I. Patiño adquirió, en1924,
las propiedades del consorcio chileno que extraía nuestro recurso natural en la
montaña de Llallagua; en las pampas de este mismo distrito se ejecutó la
masacre minera en diciembre de 1942 y se firmó el Decreto de la Nacionalización
de las Minas el 31 de octubre de 1952.
Aunque la empresa
Minera Catavi quedó desmantelada después de la relocalización, en la actualidad puede constatarse que ha
experimentado una reestructuración inminente, con la refacción de sus edificios
emblemáticos, como el Teatro, la Casa Gerencia
(actual Archivo Histórico Minero) y los baños termales, entre otros. A
todo esto se han añadido las nuevas viviendas familiares y la construcción de
los flamantes edificios de la Universidad Nacional Siglo XX, que tendrá varias de sus carreras extendidas en este
distrito, donde hasta fines de este año contará también con la carrera de
Formación Político Sindical (FPS), cuyo edificio será el mejor símbolo de esta
universidad que nació como un proyecto revolucionario de los trabajadores,
quienes, desde principios de las décadas de los años 70, pugnaron por tener una
Casa Superior de Estudios para los hijos de los mineros y campesinos, con
estructura orgánica y compromiso social.
La estatua de Filemón Escóbar, sin lugar a dudas, se convertirá en un punto más de atracción turística para los visitantes tanto nacionales como extranjeros, interesados en conocer el pasado histórico del combativo sindicato de trabajadores de Catavi, que desde su nacimiento fue el hermano mellizo del sindicato de Siglo XX, donde Filemón Escóbar se formó políticamente e hizo sus primeras armas junto a otros líderes y caudillos del movimiento obrero boliviano.
jueves, 13 de abril de 2023
SEMBLANZA SOLICITADA DE UN DIRIGENTE MINERO
Acaba de publicarse, bajo el sello de Ediciones La Cueva del Tío, el folleto Cirilo
Jiménez Álvarez, sindicalista revolucionario, cuyo autor es el escritor
Víctor Montoya, quien conoció en persona a este luchador social que formaba
parte de la vida política, educativa y cultural de la ciudad minera de
Llallagua.
Cirilo Jiménez
Álvarez nació en Tacaraní, comunidad campesina en el Norte de Potosí, el 14 de
julio de 1930. En su niñez y adolescencia se dedicó a la agricultura, hasta
que, una vez retornado del cuartel, se hizo minero a los 20 años de edad. Fue
dirigente sindical en los distritos de Catavi y Siglo XX, miembro de la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central
Obrera Boliviana (COB).
Este sindicalista revolucionario creyó en el poder del deporte y los libros, pero su principal opción fue la educación. Promovió la creación de la Universidad Nacional Siglo XX y se constituyó en su primer vicerrector y rector obrero. Durante las dictaduras militares, sufrió la persecución política y el confinamiento. Murió en Cochabamba, como consecuencia de un paro cardiaco, el 5 de noviembre de 2018.
lunes, 5 de diciembre de 2022
EL
MONUMENTO AL MINERO TIENE NOMBRE Y APELLIDO
El
planteamiento de erigir un monumento en homenaje a los mineros y colocarlo en
la Plaza del Minero, se aprobó de manera unánime en 1953, en la gestión del
dirigente Gabriel Porcel, quien, por decisión de una apoteósica asamblea, fue
elegido como Secretario General, y se terminó el proyecto del monumento durante
la gestión de Irineo Pimentel, quien ocupó la secretaria general del Sindicato
Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX en 1954, remplazando a Gabriel
Porcel, que ese año pasó a cumplir funciones en calidad de Control Obrero en la
Empresa Minera Catavi.
La
obra le fue encomendada al escultor orureño Bracamonte y los trámites para su
concretización fueron gestionados por el sindicato. El escultor se fijó en la
recia personalidad del obrero Félix Trujillo Omonte, lo miró de arriba abajo y
decidió que este perforista de interior mina, por su contextura física y su
rostro de k’achamozo (joven hermoso),
era el modelo perfecto para plasmar el Monumento al Minero.
¿Quién
era, en realidad, el modelo? En su expediente personal se establecen los
siguientes datos: Félix Trujillo Omonte nació en Quillacollo, Cochabamba, el 27
de febrero de 1925. Era concubino de Angélica Torrez Daga, natural de Poopó y
nacida el 31 de mayo de 1930, con quien tuvo seis hijos: Carlos, Germán,
Delfina, Victoria, Félix y Nora. Ingresó a trabajar en la empresa Patiño Mines, el 27 de febrero de 1942,
el mismo año que se produjo la masacre minera en las pampas de Catavi. Le
designaron la Ficha No. 5008 y el Archivo No. 50879, tras aceptar en el Departamento de Empleos, imprimiendo el
sello de sus huellas digitales, las siguientes condiciones impuestas por el Contrato de Trabajo:
Conste que yo, Félix Trujillo Omonte, convengo en trabajar con la PATIÑO MINES & ENTERPRISES CONSOLIDATED (Inc.), en calidad de Jornalero, en las condiciones siguientes:
1°- Me comprometo
a cumplir y respetar los reglamentos de la Empresa.
2°- Ejecutaré los
trabajos que se me encomienden, con puntualidad, corrección y honorabilidad,
acatando las órdenes e instrucciones de mis superiores.
3°- Conservaré mi
ficha de identidad para presentarla en cualquier momento, no pudiendo, bajo
ningún pretexto cambiarla; y, en caso de extraviarla, abonaré, en calidad de
multa, la suma de DIEZ BOLIVIANOS, descontables por planilla.
4°- Declaro estar
conforme con el examen médico hecho en mi persona, y haber recibido un ejemplar
del certificado médico de ingreso.
5°- Las
inasistencias a mi trabajo, sin licencia podrán ser multadas discrecionalmente
por la Gerencia de la Empresa, con una suma que no excederá de cinco
bolivianos, así como también, en igual forma podrán ser multadas las faltas que
yo cometiera contra las disposiciones del Reglamento Interno de la Patiño Mines
& Enterprises Consolidated Incorporated.
6°- La Empresa me
pagará un jornal de bolivianos, 32.70…… salvo de darme trabajo a contrato en
cuyo evento me reconocerá únicamente el avío de pulpería establecido por ella.
7°- Este contrato
es válido por treinta días. Si no hay manifestación de contrario, quedará
tácitamente renovado de treinta en treinta días. Cesará de hecho sin lugar a
indemnización alguna, en cualquier de los casos siguientes: a) por reducción de
trabajo; b) por notificación de retiro con 15 días da aviso; c) por infracción
de los Reglamentos de la Empresa; y d) por un simple aviso dado por parte del
obrero, manifestando su deseo de retirarse de los trabajos de la Empresa.
8°- El obrero
deberá presentarse al trabajo, inmediatamente o en el término máximo de tres
días, a partir de la fecha; caso contrario quedará nulo este contrato.
9°- El que
suscribe Jefe de la Oficina de Empleos, como encargado de la PATIÑO MINES &
ENTERPRISES CONSOLIDATED (Inc.), para recibir trabajadores, acepta el presente
contrato en las condiciones antedichas.
ACEPTO
Patiño Mines
Enterprises Consolidated (lnc.)
V° B°
G. Barrón
PREFECTO DEL
DEPARTAMENTO.
En
la Empresa, desde el día en que aceptó las condiciones del Contrato de Trabajo, prestó sus servicios como jornalero,
enmaderador, carrero y cabecilla perforista, en las secciones La Blanca, La
Salvadora y Laguna.
El
dirigente Gabriel Porcel aceptó la sugerencia del escultor y determinó que a
Félix Trujillo Omonte se le pagaran sus jornales por quince días hábiles,
mientras estuviese posando como modelo delante del escultor, quien no demoró en
indicarle las poses que debía asumir para que la escultura resultara tal cual
tenía pensado desde que le propusieron realizar un monumento para colocarlo en
la Plaza del Minero, como una prueba de que los campamentos y las poblaciones,
que nacieron y crecieron al pie de una gibosa montaña, merecían tener un
monumento que representara al trabajador minero y fuese una suerte de emblema
digno de ser admirado y respetado por propios y extraños.
El
modelaje y diseño de la maqueta se llevaron a cabo en una de las viviendas del
campamento Gualberto Villarroel, ante las miradas de algunos curiosos que se
agolpaban en la puerta de la vivienda donde posaba Félix Trujillo Omonte, con
la frente altiva y la mirada tendida en el horizonte, como anunciando el
nacimiento de una sociedad sin explotados ni explotadores.
La curiosidad de los vecinos se prolongó por vario días, hasta que la maqueta del minero, de 70 cm, estaba lista para ser presentada al Secretario General del Sindicato, don Irineo Pimentel Rojas, quien fijó la mirada en la maqueta, extraordinariamente trabajada por el artista orureño, y dio su visto bueno para luego ser procesado en los hornos de la fundición de Catavi, donde la maqueta cobraría otras dimensiones, esta vez vaciada en bronce, con una altura de 2.50 metros, el fusil con una medida de 1.30 mts. y la chicharra (perforadora) de 1.50 mts.; una maravilla que sería del pasmo de los obreros de la fundición, quienes, orgullosos del resultado de su trabajo, que se materializó pieza por pieza para luego soldar las partes de la cabeza, el tronco y las extremidades, se tomaron una fotografía delante del magnífico monumento, que lucía espectacular no solo por sus imponentes proporciones, sino también por el enorme significado que tendría para los mineros y sus familias que, por primera vez en sus vidas, verían un monumento en homenaje a los seres que vendían su fuerza de trabajo a cambio de un mísero salario, a los trabajadores que dejaban sus pulmones en los tenebrosos socavones para extraer el mineral y hacer ricos a unos pocos, mientras ellos vivían hacinados en los campamentos, con una escalera de hijos y a cuatro mil metros sobre el nivel de la pobreza.
El pedestal del
monumento
Según
testimonios de los trabajadores más antiguos, se sabe que, mientras se
realizaba el vaciado en bronce en los hornos de la fundición, empezó a
construirse, en los predios de la Plaza del Minero, una estructura de piedra y
argamasa que serviría como pedestal para colocar el monumento, con una altura
de cinco metros y en forma de cúpula, con aberturas en las partes laterales
representando el socavón y algunas escenas mineras; en la parte frontal se puso
un carro metalero, empujado por un minero carrero,
quien, con la lámpara eléctrica enganchada en la parte frontal del guardatojo, el rostro jaspeado por el
polvo y ataviado con sacón, botas de goma y mameluco salpicados por la copajira, era el que mejor personalizaba
el trabajo de explotación del estaño extraído desde el vientre de la Pachamama.
Tiempo
después, en el pedestal de la enorme figura de bronce, de más de dos metros de
alto, se vio la necesidad de colocar en la parte frontal, detrás de una
estructura de vidrio y metal, la estatuilla del Tío de la mina, el ser que
representa lo profano y lo sagrado en la cosmovisión andina, el personaje
central en la mitología minera, a quien le rinden pleitesía ofrendándole hojas
de coca, cigarrillos y botellas de aguardiente.
Félix
Trujillo Omonte falleció en el Hospital Obrero de la Empresa Minera Catavi, el
15 de julio de 1963, a los escasos 38 años de edad, sin volver a ver su tierra
valluna, donde trabajó como labrador
en su infancia y adolescencia. Según el certificado médico extendido por el
Departamento Médico de la Empresa, firmado por Dr. Carlos Torricos T., se constata
que el deceso se debió a: colecistitis
crónica, colecistectomía, apendicetomía, enfisema sub-cutáneo, colapso
periférico; en palabras más sencillas, la causa de la muerte fue por fibrosis nodular (silicosis o mal de mina, conocida también como enfermedad profesional).
El
modelo Félix Trujillo Omonte, como todos los mineros, acabó sus días con los
pulmones destrozados por la silicosis, dejando a una numerosa familia en la
orfandad. Su viuda se conformó con un miserable pago por desahucio e indemnización
por varios años de servicios en la Empresa, mientras los jerarcas de la COMIBOL
vivían a cuerpo de rey y percibían altos salarios a costa de quienes fallecían
al borde de la infinita miseria, dejando a una viuda sin consuelo y una
escalera de huérfanos que no tenían más remedio que buscarse otra vida lejos de
los campamentos mineros, lejos de los socavones dispuestos a tragarse a quienes
se internaban en el laberinto de sus galerías. ¡Qué desgracia más grande para
un minero que, además de haber sido el modelo de un escultor, se convirtió en
la imagen más visible y fotografiada en la Plaza del Minero de Siglo XX!
Félix
Trujillo Omonte fue el perforista que, sin saber la importancia que tendría en
la Plaza del Minero, se convirtió en un monumento que, aparte de formar parte
del patrimonio histórico del movimiento obrero, se conservará para siempre en
la mente y el corazón de los habitantes de los distritos mineros, que
escribieron a sangre y fuego las páginas más memorables de la historia
boliviana.
El Monumento al
Minero como patrimonio histórico
Este
memorable monumento, que se yergue en plena Plaza del Minero de Siglo XX, cual
gigante de bronce acostumbrado a batirse como un titán contra las rocas, como
tantas veces se batió contra los enemigos declarados de la clase obrera, es uno
de los mejores que existen en los centros mineros del país.
El
Monumento al Minero es una esfinge que evoca a los obreros combativos, que
algunas veces sufrieron amargas derrotas en las contiendas que costaron baños
de sangre, a los que estaban dispuestos a ofrendar su vida a la causa de la
revolución proletaria, a los que fueron víctimas de las masacres perpetradas
por las fuerzas represivas al servicio de las oligarquía minero-feudal y las
tropas del ejército que actuaron al mando de las dictaduras militares.
El
Monumento al Minero es también un reconocimiento al trabajo de esos esforzados
hombres de los socavones que, escupiendo sangre por la tuberculosis y
silicosis, lo dieron todo por el progreso del país a través de una actividad
que durante el siglo XX fue el pilar fundamental de la economía nacional. El
Monumento al Minero es, asimismo, un reconocimiento a la labor ardua y
arriesgada de los trabajadores del subsuelo, sobre todo, cuando la seguridad
industrial nunca ha sido una prioridad para los dueños de la empresa, salvo la
explotación despiadada para acumular ganancias millonarias a costa de la
miseria y el desmerecido sacrificio de los obreros.
El
Monumento al Minero es la figura más emblemática de la Plaza del Minero de
Siglo XX, cumple la función de conservar la memoria histórica de un
proletariado que, durante la exploración de los recursos mineralógicos, fue
revolucionario por excelencia. No cabe duda que representa a la clase social
antagónica de la burguesía en un sistema de producción capitalista, que tuvo la
injerencia de consorcios transnacionales, interesados en la explotación
extractivista de los recursos naturales en una nación con enormes desigualdades
sociales.
lunes, 28 de noviembre de 2022
LA
HISTÓRICA PLAZA DEL MINERO
Pasar
y repasar por la histórica y gloriosa Plaza del Minero de la población de Siglo
XX, sea de día o sea de noche, evoca mucha nostalgia y recuerda un pasado que
dignificó las luchas de los mineros nortepotosinos, quienes, con el verbo
encendido y su afilada conciencia política, estaban dispuestos a transformar
las tareas democráticas burguesas en socialistas, acaudillando a la nación
oprimida por el imperialismo y sus sirvientes nativos.
Hablar
de la Plaza del Minero es hablar del sindicalismo revolucionario, de ese
sindicato que se creó en 1941 y luego construyó su sede con piedra labrada
sobre las ruinas de otro edificio que tenía las paredes de adobes y el techo de
paja.
En
la Plaza del Minero, en momentos en que el ardor de las luchas obreras
alcanzaba su mayor esplendor, se realizaban las apoteósicas asambleas, donde no
faltaban los discursos que anunciaban el fin del sistema capitalista y el
nacimiento de una sociedad con libertades democráticas y justicia social. Los
discursos, beligerantes e incendiarios, se pronunciaban al son del ulular de la
sirena del sindicato, que servía para convocar a los obreros al trabajo, pero
también para convocarlos a las asambleas cuando urgía tomar decisiones en
épocas de convulsiones políticas y sociales.
La
Plaza del Minero fue el escenario donde se libraron intensas batallas ente los
guardianes de la oligarquía minero-feudal, las dictaduras militares y los
gobiernos neoliberales. No pocas veces, los obreros, armados con cachorros de
dinamitas y fusiles en mano, se enfrentaron a las tropas castrenses y los
agentes de la policía, como leones azuzados por sus cazadores, sin perder las
perspectivas libertarias ni las esperanzas de coronar una victoria en el campo
de batalla.
Cuando
el país se encontraba al borde de una guerra civil, durante el gobierno
rosquero de Enrique Hertzog, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de
Bolivia declaró una huelga general. El gobierno ordenó el apresamiento de Juan
Lechín y Mario Torrez y envió dos avionetas que ametrallaron los campamentos de
Siglo XX, provocando un muerto y varios heridos. Las valerosas amas de casa y los mineros, enardecidos
por los violentos hechos, sitiaron la Superintendencia de Siglo XX y tomaron
como rehenes a varios técnicos norteamericanos de la Patiño Mines, exigiendo la libertad de sus dirigentes el 29 de mayo
de 1949. Horas después, en la segunda planta de la sede sindical, donde se
encontraban los rehenes, se suscitó, en circunstancias no del todo
esclarecidas, la muerte de John O’Connor, Albert Kreffting y el jefe del
campamento de Siglo XX.
En
la misma segunda planta, donde estaba –y sigue estando la combativa y varias
veces intervenida militarmente– Radio La
Voz del Minero, fue victimado a tiros Rosendo García Maisman, dirigente
minero y militante del Partido Comunista, en la madrugada del 24 de junio de
1967; es decir, el mismo día que se produjo la horrenda masacre de San Juan.
Las
paredes de la sede sindical, con impactos de bala en el frontis, son testigos mudos
de las intervenciones militares, las protestas de los obreros y las masacres
perpetradas por los regímenes dictatoriales. En el mismo frontis luce el
histórico balcón de la segunda planta, donde descollaron las figuras de los
dirigentes mineros, amas de casa y
estudiantes de secundaria, dispuestos a pronunciar sus arengas contra los
enemigos de la clase obrera y el pueblo boliviano.
En
la histórica plaza de la población de Siglo XX, además del Monumento al Minero,
que no solo es una obra escultórica elaborada con un alto criterio estético,
sino también un atractivo turístico de esta tierra minera, se encuentran la
estatua de Federico Escobar, la Palliri
y Filemón Escóbar, pero también los bustos de Irineo Pimental y César Lora,
cuyo pedestal, que parece un sólido bloque de hormigón armado, está lleno de
plaquetas conmemorativas y altorrelieves, como la imagen del desaparecido Isaac
Camacho y el perfil del líder trotskista Guillerno Lora, incluyendo las
inscripciones colocadas en un lugar significativo del busto tallado en mole de
granito por el artista Indio Víctor
Zapana.
El
busto de César Lora fue inaugurado a finales de julio de 1975, en un acto
sencillo pero significativo. La inauguración contó con numeroso público que se
agrupó alrededor de una fogata que desprendía chispas bajo el cielo cuajado de
estrellas. En las plaquetas pueden leerse diversas inscripciones; por ejemplo,
en la que está en la parte superior, dice: Homenaje
a los mártires obreros asesinados por el gorilismo: César Lora, 29 de julio de
1965. Isaac Camacho, julio de 1967; Julio C. Aguilar, julio de 1965. C.R. del
P.O.R. Siglo XX, 29 de julio de 1975. En la plaqueta empotrada en el centro
se lee: Los trabajadores de Siglo
XX-Catavi a César Lora e Isaac Camacho. Mártires de la revolución proletaria.
Siglo XX-Catavi, 29 julio 1975 y en la plaqueta empotrada en la parte
inferior, con fondo rojo y letras en alto relieve, se lee: A Guillermo Lora, el redactor de la ‘Tesis de Pulacayo’, Siglo XX, mayo
2009.
El
Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX se mantuvo vigente por más
de medio siglo, desde el 10 de enero de 1941, fecha de su fundación, hasta
1987, año en que entornó sus puertas, tras el cierre de las minas
nacionalizadas dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la
famosa Marcha por la Vida, en agosto
de 1986. Desde entonces, el sindicato más combativo del país pasó a la historia
con sus luces y sus sombras, como cuando llega el ocaso de un día que despertó
con una deslumbrante alborada.
Ahora
que la sede sindical está vacía y la Plaza del Minero está siendo avasallada
por comerciantes minoristas, es obligación de las autoridades ediles
conservarla para la posteridad, para que las generaciones del presente y el
futuro sepan que en este distrito minero, que parece haber quedado en el olvido
tras la relocalización, nacieron,
vivieron y se formaron los dirigentes sindicales más combativos del movimiento
obrero boliviano.
La
Plaza del Minero es uno de los sitios más preciados de esta tierra minera,
bañada de mineral, lágrimas, sudor y sangre; es más, los bustos y monumentos
conmemorativos son las piezas más visuales y visitadas del paisaje de la
población de Siglo XX, en vista de que preservan la esencia misma de un centro
minero que tiene un pasado, presente y futuro. La Plaza del Minero, por su
valor político, social, cultural e histórico, es el símbolo del heroísmo de una
clase social que forjó el destino de la patria profunda y, por eso mismo, el
lugar más emblemático y turístico del norte de Potosí. No en vano, el Concejo
Municipal de Llallagua, a solicitud de la Asociación de Rentistas Mineros
Regional Llallagua y conforme establece la Ley No. 131/2017 del 23 de junio de
2017, Declara a la Plaza del Minero
Monumento Histórico de Grandes Revolucionarios y Líderes Sindicales.
domingo, 9 de enero de 2022
MINEROS ARMADOS EN UNA FOTOGRAFÍA HISTÓRICA
Cuando fijé la mirada en esta sorprendente fotografía, grabada
con luz y reproducida en papel mate, lo primero que me pregunté fue quién era
el hombre llevado en hombros. No sabía si era César Lora o su hermano mayor
Guillermo, pero no pasó mucho tiempo para que el autor de la fotografía
despejara la duda. Es Guillermo Lora. La foto se tomó en 1965, en la calle
Linares, pero no recuerdo exactamente la fecha, dijo Juan Bastos (conocido
también como el Fiero Bastos), quien se dedicó a registrar, con su
cámara Kodak en mano, la historia de los mineros y pobladores de Llallagua,
Catavi y Siglo XX.
El fotógrafo, experto en el arte y la técnica de obtener
imágenes, conservaba una invalorable joya en su laboratorio, donde reveló los
negativos de los carretes de películas sensibles a la luz, perpetuando a los
personajes más destacados del sindicalismo revolucionario, quienes fueron sus
amigos personales y cuyas imágenes fueron captadas por su cámara tanto dentro
como fuera de la mina; en asambleas, congresos y reuniones en el local de Radio
La Voz del Minero, donde los mejores exponentes de los partidos políticos
deliberaban sus planteamientos ideológicos, disputándose la dirección del
Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX.
Ahora que el fotógrafo descansa en paz, esperemos que todo
este material gráfico, de incalculable valor testimonial y documental, sea
recuperado y clasificado por sus herederos, para luego ser puestos a
disposición de alguna institución pública o privada que pueda conservarlo y
ponerlo al servicio de los investigadores de temas vinculados a la historia del
movimiento obrero boliviano. Este poderoso arsenal de fotografías, que forma
parte de la historia del sindicalismo minero, debe ser conocido y declarado
patrimonio de los llallagueños, pues, de otro modo, sería lamentable que estas
joyas gráficas se pierdan entre los polvos de un depósito oscuro y olvidado.
Si la fotografía data de 1965, debe considerarse que fue
tomada durante el régimen de René Barrientos Ortuño, quien, y a nombre de la Doctrina
de Seguridad Nacional, introducida por el Departamento de Estado de los
Estados Unidos, y asesorado por los agentes de la CIA, protagonizó el golpe de
Estado en noviembre de 1964. Ni bien se estableció en la silla presidencial,
desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales,
rebajó los salarios a niveles de hambre y se propuso aplastar al comunismo
internacional con todos los medios a su alcance, no solo desterró a los subversores
a zonas inhóspitas, sino que también cometió crímenes de lesa humanidad.
Sin embargo, a pesar de los peligros que representaba el
gobierno de facto, los mineros seguían bregando por hacer respetar sus derechos
fundamentales, como el fuero sindical, el aumento salarial y la reincorporación
de sus compañeros despedidos a sus fuentes laborales. Fue en estas
circunstancias que fue tomada esta fotografía, donde se ve a un piquete de
mineros armados, quienes, mostrándose como los indomables soldados de las
milicias obreras, cargaban en hombros al ideólogo trotskista entre fusiles,
pancartas y banderas rojas ornamentadas con la hoz, el martillo y el número
cuatro en referencia a la Cuarta Internacional.
Cuando Guillermo Lora, secretario general del Partido
Obrero Revolucionario (POR), llegaba a Llallagua para dirigir la escuela de
cuadros, que se prolongaban por varios días, era conducido en hombros de
los mineros por las calles de la población civil de Llallagua y los campamentos
mineros de siglo XX, hasta arribar al Pabellón de los Solteros, en cuyos
dos cuartos ampliados por Filemón Escóbar, entre humos de cigarrillos y
discusiones acaloradas, se realizaban las reuniones y ampliados de los
militantes poristas.
Hermógenes Peláez, en una entrevista concedida para el libro Guillermo Lora, el último bolchevique (2021), del periodista Ricardo Zelaya Medina, recuerda: Cuando Guillermo venía, el Partido ya había crecido, en hombros sabíamos manejarle. De arriba bajaban las manifestaciones, de Cancañiri, y les esperábamos en la plaza, en el Club Racing, todos los militantes, unos 50 ó 60. Y de ahí en hombros lo sabíamos llevar hasta la Plaza del Minero (pág. 199).
Es probable que Guillermo Lora, en esta fotografía, esté
sentado a horcajadas sobre los hombros del dirigente minero Cirilo Jiménez u
otro obrero de fornido físico, cabellera hirsuta y bigotes recortados a la
usanza de los actores de la época de oro del cine mejicano. Algunos niños
curiosos, con la mirada volteada hacia atrás, van por delante y a paso ligero.
Los obreros visten con chaquetas de cuero y otros con sacos de paños de la tierra,
pero la mayoría de ellos llevan el atuendo de mineros, el guardatojo calado
hasta las orejas y los botines con puntas de fierro, que la empresa les
distribuía en las pulperías a cuenta de su salario.
Es ineludible que en la escuela de cuadros, el
ideólogo del POR, autor de la Tesis de Pulacayo, inagotable panfletista
y el mejor intérprete del trotskismo latinoamericano, disertaba sobre temas
políticos y organizativos del Partido Obrero Revolucionario, además de
hablarles de la importancia de encarnar el programa revolucionario y
encaminarse hacia la conquista del poder, pero no a través del foco guerrillero
ni las propuestas de los gobiernos nacionalistas, sino a través del programa
revolucionario que debía encarnar la clase destinada a acaudillar la revolución
de obreros y campesinos, hacia el socialismo y la dictadura del proletariado,
ya que solamente el proletariado, bajo la dirección de su programa político,
podía salvar a los explotados de la barbarie capitalista.
En este piquete de mineros armados, que ganaban las calles
voceando consignas combativas contra la bota militar y el imperialismo, se
encontraban algunos luchadores obreros como Pablo Rocha, Ángel Capari, Filemón
Escóbar, Julio C. Aguilar, Isaac Camacho, Benigno Bastos, Víctor Siñanis,
Flavio Ayaviri, Pedro Guzmán, René Anzoleaga, Sánchez y un largo etcétera de
jóvenes militantes y simpatizantes del Partido. Y, claro está, en consideración
de algunos, el personaje que debía ser llevado en hombros era César Lora, el
verdadero organizador del Partido en las minas de Siglo XX, el indiscutible
líder de los trabajadores, el que avizoraba la revolución sabiendo que esta no
se haría con papeles ni panfletos, sino con los fusiles en las manos y con
coraje a prueba de balas, sin dubitaciones ni mediatintas. César Lora era, sin
lugar a dudas, el maestro de los mineros y campesino, a quienes les enseñaba
las concepciones de los clásicos del marxismo en idioma quechua, el mejor
visionario de la revolución obrera-campesina proyectada desde la lámpara
enganchada en el guardatojo.
Por la realidad que refleja la fotografía es fácil suponer
que César Lora, a pesar de su condición de líder nato del sindicalismo minero,
no tenía afanes de figurón ni quería hacerse el caudillo por imposturas;
prefería mantenerse al nivel de las bases, como era su costumbre, ajeno al
culto de la personalidad, incluso cuando los acontecimientos lo colocaban de
manera natural en la cúspide de los acontecimientos sociales que se agitaban
desde abajo, pero desde muy abajo, desde el seno mismo de los trabajadores que
lo elegían como al portavoz de sus reivindicaciones por su alto grado de
conciencia política, casi siempre en actitud beligerante y discursos al rojo
vivo.
Cualquiera que contemple esta fotografía, con la mirada
puesta en los fusiles, se preguntará: ¿De dónde sacaron las armas? ¿Acaso
provenían de la revolución del 1952 o las adquirieron en otras circunstancias?
Lo cierto es que cuando el régimen de René Barrientos Ortuño despidió a decenas
de sindicalistas subversores de sus fuentes laborales, ellos tenían que
buscar la manera de mantener a sus familias. Pastor Peláez recuerda que César
Lora, con la lucidez mental que lo caracterizaba, dijo: Carajo, De qué vamos
a vivir, pues, tenemos que ‘jukear’ el mineral; palabras que pronto se
convirtieron en consigas.
El jukeo consistía en formar un grupo de obreros
retirados de la empresa y otro grupo de desocupados para explotar las vetas de
estaño, cuyos concentrados eran entregados en bolsas de Calcuta a la misma
Empresa Minera Catavi, una vez que César Lora convenció a los administradores
para que declaren el jukeo como una actividad legal, para así evitar el
quiebre de la empresa, la rebaja de los salarios y el despido forzoso de
los obreros.
Con una parte de esos dineros recaudados del jukeo
compraron una volqueta Ford de color rojo y las armas que debían ser usadas
para emprender la insurrección armada de las masas y la instauración del
gobierno obrero-campesino. Pastor Peláez, quien tenía escondidas las armas,
tapadas con una calamina, en el patio de la casa de su madre, en la calle 9 de
Abril de la población civil de Llallagua, confesó: Y con esa misma plata nos
hemos comprado la volqueta y el armamento (…) Teníamos metralletas, fusiles
M-1, una cosa de 50 (Zelaya Medina, Ricardo. Guillermo Lora, el último
bolchevique, 2021, pág. 179) .
De modo que en la época del régimen dictatorial de René
Barrientos Ortuño, los obreros estaban armados con las metralletas y fusiles
que desenterraban en el patio de la casa de la madre de Pastor Peláez, quien
era más conocido por el sobrenombre de Sabu, debido a su larga cabellera
y su parecido físico con Sabu Dastagir, actor de origen hindú que, en los años
cuarenta del siglo pasado, protagonizó películas como El ladrón de Bagdad
y El libro de la selva, entre los más destacados de una larga producción
cinematográfica; películas que se proyectaban en los cines de los centros
mineros de Uncía, Catavi, Siglo XX y Cancañiri.
Estas mismas armas se habían ya usado el 28 y 29 de octubre
de 1964, en el enfrentamiento contra las tropas del Ejército en las áridas
pampas de Sora Sora, a medio camino entre Huanuni y Oruro, donde se dieron
bajas en ambos bandos y en cuyas refriegas, que duraron horas de fuego cruzado
de proyectiles, hubo varios combatientes gravemente heridos.
Las columnas de obreros, disciplinados y fuertemente armados con ametralladoras, fusiles y dinamitas, estaban comandadas por César Lora, Isaac Camacho y Cirilo Jiménez. Ellos se lanzaron al combate con el propósito de llegar hasta Oruro y apresurar la caída del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que se puso al servicio de los intereses del imperialismo, traicionando los objetivos estratégicos de la revolución nacionalista del 9 de abril de 1952.
El 14 de septiembre, después de la masacre de San Juan, en
la madrugada del 24 junio de 1967, volvieron a remover el escondite y a sacar
las armas totalmente carcomidas; las tuvieron que limpiar y engrasar, una por
una, para luego distribuirlas entre los obreros más jóvenes y osados, así fue
como desde entonces, las armas nunca más se recuperaron, al mismo tiempo que el
gobierno de Barrientos, con el asesoramiento de los mercenarios de la CIA,
seguía con su objetivo de liquidar a los movimientos izquierdistas que se
oponían a la dictadura; no tuvo reparos en acabar con los dirigentes más
esclarecidos de los sindicatos revolucionario. Así fue como asesinaron a César
Lora en julio de 1965 y desaparecieron a Isaac Camacho un mes después de haber
provocado un baño de sangre en junio de 1967.
Esta imagen nos deja un testimonio de la gloriosa época del
proletariado minero, de ese sector laboral que, en el marco de las luchas
sociales, difundían el claro mensaje de que los pobres, explotados y marginado
serían los que controlarían el poder político en beneficio de las grandes
mayorías, que soportaban los látigos del imperialismo y de los gobiernos que no
representaban los intereses de quienes deseaban vivir en un país más justo,
libre y equitativo.
Esta fotografía histórica, atesorada en los archivos del
fotógrafo llallagueño Juan Bastos, es un buen ejemplo de que en las minas de
Sigo XX, había una organización de militantes y simpatizantes de la
organización trotskista dispuesta a empuñar las armas y conquistar el poder
político, para establecer el gobierno obrero-campesino, que hoy por hoy, en el
siglo XXI –y tras el decreto 21060 y el cierre de las
minas nacionalizadas, que liquidó a las direcciones revolucionarias de la clase
obrera–, parece más una ilusión lejana que una escena
propia de la realidad actual.
Este testimonio de luces y de sombras, revelado mediante un
procedimiento químico en el laboratorio, muestra que los obreros estaban decididos
a asumir su rol histórico bajo las banderas del socialismo, la única sociedad capaz
de abolir las discriminaciones sociales y raciales; es más, es una fehaciente
prueba de que los obreros, armados por César Lora e Isaac Camacho, estaban
dispuestos a emprender la insurrección popular, prestos a batirse con las
tropas del Ejército y lograr una victoria en los campos de batalla, para
conquistar, palmo a palmo y con las armas en las manos, los ideales trazados
por la Tesis de Pulacayo.
Son lecciones de vida y de lucha, y de esto deben aprender
las actuales autoridades de gobierno, los dirigentes de la Central Obrera
Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia
(FSTMB), que deben reivindicar las tesis políticas aprobadas en las asambleas y
los congresos mineros, sin claudicar ni traicionar la independencia política de
los oprimidos ante los gobiernos de turno, ya sean estos civiles o militares,
de derecha o izquierda, debido a que el proletariado siempre tuvo sus propios principios
y objetivos desde que se constituyó en clase en sí y para sí, en la clase
revolucionaria por excelencia, en la vanguardia de la nación oprimida que pugnaba
por liberarse de la opresión imperialista.
Las gloriosas épocas del pasado ya no existen en Llallagua,
ni en Catavi, ni en Siglo XX, que fueron los baluartes de las luchas
sociopolíticas durante la pasada centuria. Lo único que ha quedado son los
vestigios de los dirigentes sindicales más importantes del país, una historia
que debe rescatarse para las futuras generaciones, para que sepan que los
distritos mineros del norte de Potosí parieron a hombres y mujeres que supieron
armarse de coraje para defender sus derechos más elementales y sus ganas de
transformar la sociedad capitalista, donde pocos tienen mucho y muchos no
tienen nada, en una sociedad socialista más digna, solidaria y humana.
Imágenes:
1.
Piquete de mineros armados, Siglo XX-Llallagua,
1965. Foto de Juan Bastos.
2.
Guillermo Lora.
3.
César Lora e Isaac Camacho. Viñeta realizada
por el muralista Miguel Alandia Pantoja.
miércoles, 2 de junio de 2021
ENRIQUE ARNAL, PINTOR DE RECUERDOS Y SOLEDADES
El artista plástico Enrique Arnal Velasco nació en el
centro minero de Catavi, al norte del departamento de Potosí, el 19 de
marzo de 1932.
Su padre Luis trabajó como jefe de contabilidad en la planta administrativa de la “Patiño
Mines”, donde el niño Enrique descubrió su vocación de pintor de la mano de su
madre Emma, quien también trazaba líneas y coloreaba imágenes en sus tiempos libres.
Si nos referimos a Enrique Arnal es porque la mayoría
de los pobladores cataveños desconocen su existencia y su invalorable aporte a
las artes plásticas del país y el mundo. En consecuencia, es necesario que se
lo conozca y reconozca en la tierra que lo vio nacer, ya que fue una estrella
que brilló, con méritos y luz propia, en la constelación de los artistas que
dedicaron su vida a la creación de obras que, además de formar parte del
patrimonio cultural de un valeroso pueblo, son la caja de resonancia de su
fuero interno, irradiándose a través de formas y colores distribuidos
armónicamente en los lienzos cual si fuesen discos cromáticos encajados en un
gigante caleidoscopio.
Enrique Arnal, acostumbrado a los torbellinos de polvo y los gélidos silbidos del viento, reflejó en sus obras pictóricas sus vivencias de infancia, que dejaron imborrables huellas en su memoria de niño nacido entre los cerros agrestes y mineralizados del altiplano, donde aprendió a gatear y dar sus primeros pasos, cayéndose sobre el tupido césped de uno de los chalets situados cercas de la Casa Gerencia, sede de la poderosa Patiño Mines & Interprises Consolidated (Inc.), que por entonces era la mayor proveedora de estaño del mundo y el centro neurálgico de la economía nacional.
Quienes lo conocieron en persona, lo describen como un hombre de vigoroso físico, tímido y reservado, determinado, determinante y de opiniones lapidarias. Nunca admitió que el arte estuviese controlado por los sistemas de poder, tampoco se vinculó a ninguna corriente ideológica ni partido político, pero siempre tuvo presente su compromiso con los más necesitados y marginados de la sociedad, quizás, debido a la vieja amistad que mantuvo con Marcelo Quiroga Santa Cruz, a quien conoció en el Instituto Americano de La Paz.
Enrique Arnal tuvo una infancia feliz; digo feliz,
porque supongo que su familia llevaba una vida sin premuras cotidianas ni
preocupaciones económicas. Incluso poseían cámaras fotográficas y filmadoras,
en una época en que las familias mineras no tenían ni la salud completa y
hacían todo lo imposible para sobrevivir a la miseria a la que fueron sometidas
por el sistema de explotación capitalista.
Una vez que concluyó sus estudios secundarios, decidió dedicarse a las artes plásticas en la que fue un auténtico autodidacta, pero con una vocación natural para el dibujo, el grabado y la pintura, en la que destacó como uno de los mejores artistas plásticos de su época. Así fue que, tras doce años de actividad dedicada íntegramente a la creación pictórica, obtuvo una beca de la Fundación Simón I. Patiño, que le permitió estudiar en París entre 1966 y 1967. Más tarde, obtuvo otra beca del Programa Fulbright para realizar estudios en Virginia, EE.UU.
Enrique Arnal, lejos de los compromisos políticos y
sociales de la revolución nacionalista de 1952, desarrolló su obra en la
soledad y en series temáticas, que proyectaban su mundo interno, sus
experiencias oníricas y su inquietud por crear una pintura con estética
introspectiva y estilo personal, aunque en una parte de su producción se nota
una marcada influencia del cubismo, sobre todo, en su representación del mundo
pétreo del altiplano y otras temáticas nacionales.
Desde 1954, año en que tuvo su primera exposición individual en el Cuzco, Perú, a sus 22 años de edad, exhibió sus obras en diferentes ciudades sudamericanas, Estados Unidos y Europa. Participó en numerosas exposiciones colectivas, eventos y concursos nacionales e internacionales. Fue el tercer artista en ser galardonado con el Gran Premio “Pedro Domingo Murillo” en 1955. Desde entonces, se hizo merecedor de numerosos galardones en mérito a la gran calidad de sus pinturas hechas con fuerza expresiva y sentido ético.
Enrique Arnal era un hombre de carácter solitario y
meditabundo. Algunos de sus colegas lo consideraban “el pintor del silencio y
de la soledad del hombre, tanto andino como universal”. Podía estar días
enteros recluido en su estudio, sin otra compañía que la música clásica y
obsesionado en convertir sus ideas en obras de arte, vinculadas a una vida
espiritual y temperamento creativo. Su soledad de artista fue confirmada por su
hijo Matías Arnal, quien, en una entrevista, manifestó: “Tengo tantos recuerdos
de mi padre, desde mi primera memoria siempre en su estudio, cuando vivíamos en
Bolivia, quedaba en el altillo de nuestra casa y él con su pincel y con música
clásica. Él armaba un hermoso entorno. Tenía paz y armonía, y se dedicaba
plenamente al arte”.
El artista agrupó sus obras en series temáticas, que iban desde la figura humana solitaria hasta los animales domésticos y silvestres, pasando por los paisajes sintéticos y pueblos pétreos, como todo artista interesado en universalizar lo local, lo cotidiano y lo vivencial. En sus cuadros no están ausentes las montañas andinas, la tragedia de los mineros, la naturaleza muerta, los bodegones, la represión política y otros que formaban parte del mundo de su memoria, como cuando realizó una serie de pinturas testimoniales de la época en que fue perseguido y preso político, en las que plasmó las sesiones de interrogatorios y atropellos a la dignidad humana, que tenían lugar en las mazmorras de la dictadura militar de los años 70.
Hubo varios períodos en su vida en los que realizó
pinturas representando la figura humana (hombres y mujeres, en algunos casos
desnudos), armado con una paleta cromática, donde predominaban los colores
oscuros interrumpidos por tonos vivos y contrastantes, negando así cualquier
componente figurativo, folklórico, y abandonándose libremente a las figuras
geométricas, su articulación y relación dentro de la composición.
Su honda sensibilidad lo llevó a pintar una serie inspirada en el “aparapita”, ese cargador de los mercados de abasto de las ciudades que, con el lazo o mantón al hombro y su indumentaria de ser marginal, quedó retratado, de cuerpo entero y el rostro velado, en los cuadros pintados al óleo sobre lienzo, donde predominan pocos pero efectivos colores, como son los matices oscuros, los tonos tierra acompañados de grises y negros, que parecen haber sido elegidos de manera consciente para ajustarse a la lóbrega realidad del “aparapita”.
Una de las pasiones de Enrique Arnal fue pintar animales: toros, caballos, gallos, perros, bisontes y, sobre todo, cóndores, inspirado en los recuerdos de su infancia, un periodo de su vida en que tuvo un contacto directo con el ganado vacuno y caballar, los asnos y las mulas, animales que eran empleados en el transporte del mineral. En una de las fotografías del álbum familiar, captada en blanco y negro en el patio de una de las viviendas que ocupaban los técnicos de la “Patiño Mines”, se lo ve posando entre dos terneros y al lado del Cóndor Martín. En otras fotografías se lo ve disfrazado de vaquero y montado en el caballo que le regaló su padre. Por lo tanto, no es casual que, a mediados de la década de 1970, se hubiese dedicado a pintar una serie de cóndores, con una explosión de colores que dignifican la majestuosidad de esa mítica ave, que es uno de los símbolos patrios y el que mejor representa a los pobladores de la Cordillera de los Andes.
La fascinación por el ave de carroña, longeva y de
gran envergadura cuando está con las alas desplegadas, estaba vinculada a sus
vivencias de niñez, cuando conoció y acarició a un cóndor que sobrevolaba por
las poblaciones mineras del norte de Potosí, y que los mineros lo bautizaron
con el nombre de Cóndor Martín, que cumplía con la función de mensajero de la
Empresa Minera, cuyos administradores, a modo de pagarle por sus servicios,
determinaron darle una ración diaria de carne en la “pulpería”. El Cóndor
Martín, que lo impactó decisivamente en su infancia, fue el que inspiró esa
serie de aves, de plumaje negro-azabache y pico terminado en gancho, que se
aprecian en sus magistrales cuadros que actualmente están dispersos en
instituciones culturales y colecciones privadas.
Huelga informarle al lector que la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, en el número 20 de su “Serie de Literatura Minera”, publicó el folleto “El Cóndor Martín” (2021); un compendió realizado por el Escritor Víctor Montoya. El folleto contiene textos escritos por seis autores en torno al ave que sobrevoló por los azulinos cielos de las poblaciones mineras, dejando una estela de historias que, ampliadas en mayor o menor grado con episodios imaginativos, fueron convertidas en una suerte de leyendas y relatos fantásticos. Los textos, como no podía ser de otra manera, fueron ilustrados con las magníficas pinturas de Enrique Arnal.
Es evidente que los recuerdos de su infancia marcaron
la temática de su obra hecha a grandes brochazos, porque junto a los paisajes
del entorno andino y los animales que lo sedujeron en sus primeros años, está
el mundo minero con su energía mítica y telúrica. Se trata de una serie de
obras pintadas con gran sensibilidad y visión muy particular, que él denominó
“Mitología Minera”, con oscuros socavones, aislados de la superficie expuesta a
luz del sol, donde los obreros trabajaban en condiciones infrahumanas,
peleándose con las rocas de la montaña, que escondía en sus entrañas los
yacimientos de estaño y se tragaba la vida de los mineros para que unos pocos
se hagan millonarios y vivan a cuerpo de rey.
No cabe duda de que Enrique Arnal reprodujo, en gran parte de su obra pictórica, los sucesos que le impactaron mientras crecía en el centro minero de Catavi. Por eso mismo, en varios de ellos, los paisajes, unos abstractos y otros más realistas, corresponden a ese entorno geográfico, donde pasó los primeros ocho años de su niñez, contemplando la realidad social y la tragedia humana. No en vano en los años de 1980, tras una larga ausencia del país, pintó la serie denominada “Mitología Minera”, que condensan los recuerdos que marcaron su pasado, ya que en las galerías de su memoria se mantuvieron intactos los rasgos físicos de los obreros y los socavones que conoció de la mano de su padre.
En el centro minero de Catavi, el artista tuvo una
infancia llena de gratos momentos y travesuras inolvidables, que compartió con
su mejor amigo Cirilo, hijo de un trabajador minero, con quien osaba aventuras
como eso de colgarse de los vagones de los andariveles que transportaban la
granza de la planta de concentración de mineral, a través de maromas tendidas
de un punto a otro, hacía los denominados “desmontes”, donde Enrique Arnal y su
amigo, lejos del control de los padres, jugaban ensuciándose las ropas con el
polvo y la “copajira” de los relaves.
Enrique Arnal se desempeñó también como gestor cultural del arte. Creó la Galería “Arca”, que estuvo activa en la ciudad de La Paz, entre 1968 y 1970. Posteriormente, según cuenta Norah Claros Rada, influyó de manera determinante en la creación de la Galería de Arte Emusa en 1974, un espacio donde podía exhibirse obras de manera profesional y permitía realizar otras actividades artísticas y culturales.
Ejerció como docente en la Carrera de Artes Plásticas
de la Universidad Mayor de San Andrés, de 1978 a 1980, dos años en los que
muchos estudiantes se beneficiaron de la experiencia y la capacidad didáctica
del maestro Enrique Arnal. Además, uno de sus importantes aportes fue la obra
de investigación “Breve diccionario biográfico de pintores bolivianos
contemporáneos” (La Paz, 1986), que contó con la colaboración de Silvia Arze y
fue editado por INBO; un compendio en el cual se reunió información sobre los pintores
bolivianos del siglo XX.
Enrique Arnal, que también se desempeñó como Director del Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI) y cumplió funciones diplomáticas como Agregado Cultural (Ad-honoren) de las embajadas de Bolivia en México y Francia, fue uno de los artistas más importantes de la plástica nacional contemporánea y un cataveño que aportó muchísimo al arte nacional, tanto como lo hicieron otros artistas nortepotosinos, como Miguel Alandia Pantoja (Llallagua, 1914 – Lima, Perú, 1975), Benedicto Aiza Álvarez (Uncía, 1952 – La Paz, 2009), Mario Vargas Cuellar (Catavi, 1942), Marcelo Mamani Coca (Catavi, 1959) y Zenón Sansuste Zapata (Catavi, 1962), entre otros.
Enrique Arnal Velasco vivió aferrado a los recuerdos atesorados desde la infancia, hasta el día en que falleció, tras una larga enfermedad, en la ciudad de Washington, DC., lejos de su tierra natal, el 10 de abril de 2016. Desde luego que su muerte nos privó de un artista plástico de enorme potencialidad, quien supo plasmar su ingenio creativo en obras imperecederas para el patrimonio cultural de la nación boliviana y el mundo entero. No obstante, estamos seguros de que, en su tránsito por los senderos de la muerte, Catavi seguirá siendo la cuna de su nacimiento, el territorio donde transcurrió su infancia y el centro minero que inspiró su obra pictórica que, en medio de un torbellino de pinturas, paletas, pinceles, rodillos y espátulas, fundió el imaginario popular y las experiencias personales con sus nobles sentimientos hechos de pura sensibilidad e inconmensurable fuerza creativa.
domingo, 31 de enero de 2021
MURIÓ
UN INQUEBRANTABLE COMPAÑERO DE LUCHA
Con
el fallecimiento de Edgar Huracán
Ramírez Santiesteban (Potosí, 1947 – La Paz, 2021), se nos fue el último líder
minero de la vieja guardia del movimiento obrero boliviano. Ya no quedan
dirigentes de semejante catadura, de esos hombres que hicieron honor a la lucha
de los trabajadores organizados en el sindicalismo revolucionario, donde
descollaron figuras como Juan Lechín, Simón Reyes, Víctor López, Óscar Salas y
Filemón Escobar, entre muchos otros.
El
compañero Edgar Huracán Ramírez, a
diferencia de los crumiros y
traidores de la clase obrera, destacó por su claridad ideológica e
intransigente lucha en aras de conquistar las reivindicaciones legítimas de sus
compañeros sometidos a las inhumanas condiciones de vida del sistema
capitalista, donde alcanzar un alto nivel de conciencia política era el único
camino para constituirse en el representante de la masa obrera que clamaba
justicia social en un contexto donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.
En
las polémicas y debates que se generaban en los ampliados y congresos mineros
era una fiera. Para rebatir los argumentos de sus contrincantes usaba incluso
un lenguaje figurado y hasta metafórico, como prueba de que había leído una
pila de libros en los diversos géneros literarios. De modo que podía hablar en
un lenguaje extendido como el de Marcelo Quiroga Santa Cruz o con un lenguaje
sintetizado como el de Eduardo Galeano, sin perder el hilo argumental de sus
pensamientos expresados en elocuentes discursos.
Como
todo individuo que irrumpe en el escenario político, con la intención de forjar
una corriente de opinión en seno del proletariado, tenía seguidores pero
también detractores. Algunos decían que era duro
pero correcto. Era crítico con la conducta y los desaciertos de algunos
dirigentes de la COB. No pocas veces se opuso a las apreciaciones políticas del
maestro Lechín, quien, alguna vez y
con lágrimas en los ojos, confesó ante las cámaras de la prensa que Edgar Huracán Ramírez era impulsivo e intransigente;
una conducta que mantuvo, de manera consciente o inconsciente, en todos los
ámbitos de su vida laboral.
No
cabe duda de que su sólida formación intelectual, como autodidacta, lo colocó
en la primera fila de los líderes obreros que se elevaron al nivel de cualquier
académico, no sólo publicó obras a partir de su vasta experiencia sindical, –Estrategia de dominación imperialista
(1997), Neoliberalismo y movimiento
sindical en Bolivia (1999), Archivos
mineros de Bolivia. El rescate de la memoria social (coautor con Luis
Oporto, 2007) y otros textos dispersos–, sino también por medio de la lectura
de todo tipo de obras que caían en sus manos. Era uno de esos obreros que podía
ejercer la docencia universitaria con solvencia y formar a nuevos líderes en
cursillos donde se estudiaban a los clásicos del marxismo y a los precursores
de la formación de la conciencia nacional, consciente de que la suerte del
movimiento sindical no estaba ya en manos de los viejos sino de los jóvenes. No
pocas veces participó en círculos intelectuales para expresar sus opiniones
sobre una cantidad de temas que eran de su interés, en su condición de miembro
del comité central del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó también
activamente en talleres de capacitación sindical en los que transmitía sus
experiencias adquiridas cuando fue secretario general del Sindicato Unificada
del Cerro de Potosí; secretario general de la Federación Sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y secretario ejecutivo de la Central
Obrera Boliviana (COB).
Algunos
amigos se referían a él como al licenciado
obrero, no porque estuvo en Casas Superiores de Estudios, sino porque sus
universidades fueron la vida y el trabajo, habida cuenta de que Edgar Huracán Ramírez apenas terminó el quinto
curso de primaria. Empero, él estaba cargado de instrumentos innatos que le
permitían ser un intelectual obrero,
como esos hombres que tienen el privilegio de haber nacido con una inteligencia
natural para comprender y analizar las claves íntimas de la vida y revelar los
mecanismos socioeconómicos que se mueven de manera subterránea en una sociedad
hecha a golpes de discriminación social y racial. Él poseía la intuición propia
de esos seres de alma pura y mente clara para asimilar los valores humanos en
un contexto donde las relaciones de producción determinan el destino de los
individuos y la colectividad; una lección existencial que no se aprende en los
libros de texto sino en la vida misma. A veces, cuando veía que algunos
compañeros blandían, de manera egocéntrica y hasta con cierta petulancia, sus
títulos académicos en un país enfermo de titulitis,
él se limitaba a menear la cabeza y lanzar expresiones de ironía, que
justificaban la visión que compartía con el escritor ruso Máximo Gorki, quien,
como parte de una trilogía autobiográfica, escribió Por el mundo - Mis universidades, publicado en la segunda década de
la pasada centuria y cuyo principal mensaje estaba destinado a enseñar que la
vida misma era una universidad.
En
su encomiable recorrido por los corredores culturales del país, y gracias a su
amplio bagaje en ciencias humanísticas, se dedicó al rescate de la memoria
histórica de la Guerra del Chaco y cultura minera, a través del Sistema de
Documentación e Información Sindical de la Federación Sindical de Trabajadores
Mineros de Bolivia, del Archivo de la Compañía Aramayo Franke, del Proyecto de Organización del Museo y Archivo de
la Guerra del Chaco para la Federación de Beneméritos de la Guerra del Chaco en
Tupiza; un largo recorrido que lo convirtió en un personaje entendido en temas
históricos.
Sin
embargo, su mayor proeza fue haber parido el Archivo Histórico de la Minería
Nacional, institución que resguarda la documentación de más de un siglo de
existencia de las empresas estañíferas de Bolivia. No en vano la Cámara de
Senadores, en uso de sus atribuciones, lo reconoció, el 1 de agosto de 2019,
por ser un líder político-sindical e
incansable defensor de las riquezas mineras y por ser el creador, organizador y
edificador del Sistema de Archivo Histórico de la COMIBOL, llevando en alto el
nombre del Estado Plurinacional de Bolivia. Asimismo, se le concedió por
Orden Parlamentaria al Mérito Democrático Marcelo
Quiroga Santa Cruz, en reconocimiento a su incansable lucha por
reconquistar la democracia cautiva en manos de los gobiernos dictatoriales.
Sus
conocimientos sobre archivística no tenían nada que envidiar a quienes se
forman en bibliotecología y archivística de una Casa Superior de Estudios,
porque Edgar Huracán Ramírez se daba
tiempo, como todo buen autodidacta, para escudriñar los cuadernillos y tratados
sobre el tema. Por lo tanto, quizás sin habérselo propuesto de manera
enteramente consciente, se convirtió en un experto en archivística; si no me lo
creen, pregúntenselo a sus dilectos colegas de oficio, con quienes elaboró
algunos manuales dedicados al fascinante mundo de la memoria histórica
registrada en documentos patrimoniales de la nación. Así fue como en enero del
2006 publicó, en coautoría con Luis Oporto Ordóñez, el libro intitulado Archivos mineros de Bolivia.
El año 2012, cuando se programó la presentación de mi libro Cuentos de la mina, en el auditorio del edificio principal del Archivo Histórico de la Minería Nacional, ubicado la zona ferroviaria de la ciudad de El Alto, tuve la oportunidad de deleitarme con la sapiencia y pirotecnia verbal de Edgar Huracán Ramírez, quien se refirió a la temática que aborda el libro desde una perspectiva muy particular, desde la visión de quien vivió la experiencia minera en carne propia. Me sorprendió, sobre todo, su análisis literario del libro, basándose en conocimientos que adquirió en sus años de lector de los clásicos de la literatura universal y de las obras de Gabriel García Márquez, a quien lo citó con frases que parecían elaboradas con meticulosidad y con expresiones arrancadas del llamado realismo mágico, que, según sus acertadas apreciaciones, se repetían en algunas obras de ambiente minero, donde la magia de la cosmovisión andina formaba parte de los trabajadores del subsuelo, quienes conviven a diario con ese mitológico personaje, mitad dios y mitad diablo, conocido como el Tío de la mina.
El 23 de junio de 2017, en ocasión de la presentación de mi libro Crónicas mineras en el auditorio de la carreta de odontología de la Universidad Nacional Siglo XX, situado en la histórica Plaza del Minero, Edgar Huracán Ramírez se encontraba entre los comentaristas. Habló sobre la necesidad de seguir contribuyendo a la historia de la clase obrara desde las vivencias de los mismos protagonistas. Al finalizar el evento, puso su mano sobre mi hombro y me felicitó por haber rescatado la imagen de algunos de los dirigentes mineros, que ofrendaron su vida a la causa de la libertad y la justicia social. Esta obra está muy bien, dijo, mirándome con un gesto risueño y un tono de aprobación por la iniciativa que emprendí desde hace ya muchos años.
El 26 junio de 2019, justo cuando se recordaba un año más de la horrenda masacre de San Juan, que ejecutó la dictadura de René Barrientos en los centros mineros de Llallagua, Catavi, Siglo XX y Cancañiri, en la madrugada del 24 de junio de 1967, presenté la compilación La Masacre de San Juan en verso y prosa, en los ambientes de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Y, como es de suponer, Edgar “Huracán Ramírez, conocedor del tema y en su condición de exdirigente minero, estaba también presente entre los comentaristas. Vertió elogiosas palabras sobre la intención de la obra, ponderando que se trataba de un compendio que echaba más luces sobre los antecedentes y consecuencias de esa trágica masacre, y destacando que en sus páginas se registraban los poemas y los textos en prosa de autores que pertenecían a diversas tendencias ideológicas; un hecho que demostraba que era posible realizar obras colectivas, lejos de los sectarismos políticos que tantos daños causaron al sindicalismo revolucionario.
Para
quien escribe estas líneas, la amistad con Edgar Huracán Ramírez ha sido de aprendizaje y un modo de conocer de
cerca la admirable esencia de un líder modesto y honesto; esto me tocó
constatar el día en que, junto al historiador Luis Oporto Ordóñez, lo visité en
su humilde hogar, donde charlamos sobre temas afines y él tocó la guitarra con
una destreza propia de los músicos de cepa. Al cabo de mi visita, me quedé con
la impresión de que este luchador obrero nunca vivió de la política, como lo
hacen los pícaros y vivillos, sino para la política, cuya conducta distinguió a
los legítimos líderes del movimiento minero, que no acumularon riquezas a nombre
de los desposeídos y el socialismo. Edgar Huracán
Ramírez, independientemente de su afiliación stalinista, correspondía a esa
categoría de luchadores sociales que a mí me gustan por su honestidad y su
desapego de los bienes materiales.
Por
otro lado, aún recuerdo el día en que me enteré de su despido del Archivo,
luego de que el régimen de transición de Jeanine Añez asumió el poder, tras una
violenta revuelta ciudadana contra el exgobierno de Evo Morales. Se me contó
que los nuevos personeros de la COMIBOL fueron a buscarlo en las oficinas del Archivo,
donde le entregaron una carta de despido
de la institución que él mismo creó desde sus cimientos, sin considerar que esa
acción era lo mismo que echar al dueño de su propia casa. No obstante, para
sorpresa de los mensajeros del
entonces presidente de la COMIBOL, la opinión pública no aceptó la decisión
arbitraria y pidió que se le restituyera en su cargo de director del Archivo de
la Minería Nacional, en razón de que Edgar Huracán
Ramírez fue quien salvó de la basura lo que hoy es un ejemplar repositorio
documental del país. Él evitó la destrucción de la memoria histórica minera de
Bolivia, que se encontraba dispersa y abandonada en los ambientes de las
principales empresas de la COMIBOL, que fueron cerradas por el gobierno
neoliberal de Víctor Paz Estenssoro, luego del nefasto Decreto Supremo 21060 de
1985, que provocó la relocalización
de unos 23 mil trabajadores de las minas nacionalizadas, causando no sólo el colapso
de las organizaciones sindicales, sino también la diáspora de las familias
obreras que se vieron obligadas a buscar nuevos horizontes de vida en cualquier
parte del territorio nacional.
Ahora
bien, para quienes no lo saben o se hacen los del otro viernes, es necesario
remarcar que Edgar Huracán
Ramírez fue el principal artífice para
la recuperación de los documentos de los ex Barones
del Estaño y los bienes patrimoniales y museísticos de la COMIBOL, que
actualmente están debidamente conservados y catalogados. A esa hazaña sin
precedentes se debe la frase: DE LA
BASURA A LA MEMORIA DEL MUNDO, grabada en el edificio principal del Archivo
Histórico de la Minería Nacional, emplazado en la combativa ciudad de El Alto.
Edgar
Huracán Ramírez vivía con la ilusión
de que se escribiera o reescribiera la genuina historia del movimiento obrero
boliviano. Estaba convencido de que los mineros, más que sus ideólogos o
intelectuales de clase media y clase media alta, fueron los verdaderos
protagonistas de la turbulenta historia de la minería nacional. De ahí que en
el prólogo a la Historia del movimiento
minero de Bolivia (2020), que se elaboró a partir de los testimonios de los
ex dirigentes sindicales aún en vida, haya escrito con magnífica precisión y
sin voces prestadas: Nuestra historia no
será reconstruida olvidando que todo lo que tenemos es lo que las masas han
logrado. Hay necesidad de retomar las valiosas experiencias concebidas por los
cerebros creativos, sí; pero también los hechos de anónimos protagonistas que
se materializaron en abundantes propuestas de proclamas, en copiosas consignas
que son los elementos esenciales que forjaron la moral y la conciencia de los
campamentos mineros, que permitió gloriosos combates y sostenidas batallas, en
los que el enemigo no logró hacer retroceder a la gran masa de trabajadores
mineros. La tenacidad y la consecuencia que perdura en el tiempo y el espacio,
son el único sostén verdaderamente robusto de los hechos que ya no podrán
ocultar, porque fueron abonados con el sudor y la sangre de millones de
trabajadores que estuvieron en las minas, alimentadas generalmente por las
mujeres, por los niños y por el recio músculo proletario. No es casual que esto
que quedó olvidado y oculto fuera motivo de admiración del mundo entero.
Los hechos y las conquistas son comprensibles sólo si se los ve como hechos de
la clase, del sindicato, de las masas y del pueblo, no de las individualidades
(p. 16). Tenía toda la razón. La historia oficial no registraba la voz de los
protagonistas en primera persona, sino a través de las interpretaciones, a
veces sesgadas y hasta deformadas, de quienes contemplaban la realidad minera
desde afuera y no desde el seno mismo de la clase obrera. Consiguientemente, él
consideraba que era necesario reescribir la historia desde el testimonio
personal y colectivo de los protagonistas de las luchas sociales que, unas veces
desembocaron en sangrientas derrotas y, otras, en aleccionadoras victorias que
demostraban la poderosa fuerza de movilización y la consumada conciencia ideológica del movimiento obrero agrupado en
sus naturales organizaciones de clase.
A
modo de sintetizar mis recuerdos de Edgar Huracán
Ramírez, quien fue un inquebrantable compañero de lucha, puedo decir que este
perforista en interior mina, boxeador de peso pluma, dirigente indomable y
rescatista de los históricos documentos de la minería boliviana, fue uno de
esos líderes obreros que lo dio todo sin pedir nada a cambio. Por lo demás, a
mí no me queda más que palabras de agradecimiento por su apoyo y su voz de
aliento que, cuando estaba en el cenit de su lucidez, sonaba y soplaba con
tanto furor como el mismísimo huracán.
Fotos
1.
Edgar Huracán Ramírez Santiesteban.
2.
Luis Oporto, Víctor Montoya, Edgar Huracán
Ramírez y Milton Márquez.
3.
José Martínez, Pastor Mamani, Víctor Montoya, Jaime Flores, Edgar Huracán Ramírez.
4.
Luis Oporto, Carlos Soria, Víctor Montoya, Edgar Huracán Ramírez, José Romero.