miércoles, 26 de julio de 2023

FILEMÓN ESCÓBAR EN LA MEMORIA

El folleto La importancia de llamarse Filippo, parte integrante de una serie que está siendo publicada por Ediciones La Cueva del Tío, recoge el testimonio personal del autor, quien conoció al líder e ideólogo minero, Filemón Escóbar, desde su más tierna infancia, desde cuando vivía en las poblaciones de Llallagua y Siglo XX; escenarios donde la clase obrera experimentó triunfos y derrotas en sus históricos enfrentamientos contra las tropas armadas de los gobiernos de la oligarquía minero-feudal y las dictaduras militares.

Filemón Escóbar, más conocido como Filippo en el entorno familiar y cotidiano, fue un destacado dirigente sindical e ideólogo boliviano, cuyas concepciones políticas causaban polémicas y eran motivos de controversias, una constante que marcó su vida pública y lo puso siempre en el ojo del huracán.

Era dueño de una inteligencia natural y de un bagaje cultural que lo convirtió en un verdadero intelectual obrero, capaz de batirse, de igual a igual, con los pensadores más prominentes del ámbito cultural y político boliviano.  En su ardua lucha en defensa de los derechos laborales y sindicales de los obreros, destacó desde su juventud en el sindicato de trabajadores de Siglo XX. Ejerció como dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y de la Central Obrera Boliviana (COB).   

En 1986, mientras era secretario general del sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, redactó la Tesis de Catavi, cuyo argumento central era oponerse al Decreto 21060 y la relocalización, y crear un Plan de Emergencia para la rehabilitación de COMIBOL y la diversificación de la producción. El documento fue aprobado primero por el sindicato de Catavi y posteriormente, como documento oficial de los trabajadores bolivianos, en el XXI Congreso Nacional Minero, realizado en la ciudad de Oruro, entre el 12 y 19 de mayo de 1986. Poco después, con los argumentos de esta tesis se realizó la Marcha por la Vida durante el gobierno proimperialista y neoliberal de Víctor Paz Estenssoro.

En su dilatada actividad política y sindical, elogiada por unos y criticada por otros, ocupó un escaño en la Cámara de Diputados entre 1989 y 1993. Asimismo, en el periodo legislativo 2002-2003, ocupó la vicepresidencia del Senado, cuando ocupaba la secretaría general del Movimiento Al Socialismo (MAS), partido que fundó junto a las federaciones de cocaleros del Chapare y del que fue expulsado por diferencias políticas e ideológicas.

Escribió varios libros, desde Testimonio de un militante obrero (1984) hasta Semblanzas (2014), motivado por la necesidad de transmitir, con su puño y letra, sus experiencias vividas y sufridas, y sin más esperanzas que dejar un testimonio aleccionador para los luchadores sociales del presente y el futuro. 

El 21 de agosto de 2023, en homenaje a su legado político y sindical, y en coordinación con la subalcaldía de Catavi, se le erigirá un monumento cerca de los predios del sindicato de trabajadores de este distrito, donde se estructuró la empresa minera más importante del mundo, desde que Simón I. Patiño adquirió, en 1924, las propiedades del consorcio chileno que explotaba estaño en la montaña de Llallagua; en las pampas de este mismo distrito se ejecutó la masacre de 1942 y se firmó el Decreto de la Nacionalización de las Minas el 31 de octubre de 1952.

El folleto La importancia de llamarse Filippo está ilustrado con fotografías de Filemón Escóbar, captadas en distintas etapas de su vida política y sindical, pero también de su vida pública y familiar. El texto, que es una suerte de crónica periodística, fue escrito después de su deceso, acaecido en la ciudad de Cochabamba, a causa de un cáncer de pulmón, el 6 de junio de 2017.

miércoles, 19 de julio de 2023

LA ESCRITURA COMO TABLA DE SALVACIÓN

En el ciclo primario, en una escuelita que lleva el nombre del escritor Jaime Mendoza, fui un alumno regular y tenía serias dificultades en el aprendizaje de la lectura y escritura, debido más a problemas emocionales que neurológicos. No obstante, aunque no leía los libros de texto con el mismo interés y entusiasmo que advertía en el resto de mis compañeros, tenía una preferencia por leer las tiras cómicas de los diarios, las revistas de series, las historietas de Walt Disney o los cómics, que estimulaban mi interés por la lectura durante mi infancia y pubertad; más todavía, entre mis actividades extraescolares, me dedicaba a fletar revista los fines de semana en las puertas de los cines, donde los niños y adolescentes pagaban unas monedas por ver o leer las revista expuestas en una suerte de bastidor artesanal, que yo mismo construí con listones, bolsas de plástico y ligas que mi madre usaba para sujetar la cintura de los calzones. Mi oficio de revistero se prolongó hasta el día en que un ventarrón se llevó mis revistas por los aires, deshojándolos delante de mis ojos, como si hubiesen caído en el ojo de un huracán.

Cuando ingresé al ciclo medio, motivado por mi actividad política, empecé a leer a los clásicos del marxismo que, aun siendo de difícil comprensión para un novato en materia de sociología, economía y filosofía, me interesaban más que los libros de textos que se aplicaban en la enseñanza de las asignaturas de lenguaje y literatura. Ya entonces, a los 16 años de edad, me sentí picado por el deseo de crear un periódico escolar, donde los alumnos pudiesen manifestar, sin la mediación de los profesores, sus pensamientos y sentimientos.

Ese pequeño periódico, que se financiaba con la venta de los escasos ejemplares, llegó hasta el tercer número y luego desapareció por las mismas razones por las que dejan de circular las publicaciones que tienen buenas intenciones pero que no cuentan con recursos sostenibles. De modo que, frustrado en ese noble proyecto, pensé que el oficio de la literatura no era rentable ni una profesión con la que se podía vivir holgadamente, pero aun así, no perdí el interés por seguir manifestándome por medio de la palabra escrita ni dejé que la llama literaria que ardía en mi corazón se apagara como una vela.

Publicar mis octavillas en el periódico estudiantil de Mayo fue una experiencia maravillosa, que me permitió descubrir, acaso sin quererlo ni saberlo, que en mi fuero interno, en lo más profundo de mi ser, anidaba un escritor que, con el andar del tiempo, se manifestó en una celda solitaria y maloliente de la cárcel, donde me encerraron a los 18 años de edad, debido a mi compromiso social y mis actividades políticas contra la dictadura militar de los años 70.

En la cárcel, que fue mi gran escuela, aprendí de otros presos políticos que la libertad de expresión era uno de los principios elementales de los derechos humanos y uno de los instrumentos más útiles para la convivencia ciudadana. Allí mismo, recluido en un rincón de la celda, comprendí que no era saludable ambicionar las riquezas ni la vida sofisticada de la gente pudiente. Desde luego que, en mi caso, no fue un aprendizaje difícil, ya que desde mi infancia estaba acostumbrado a morder dos veces el pan duro antes de cada bocado y a limpiarme el trasero con una piedra a falta de papel higiénico. Por lo tanto, estaba contento de tener lo poco que tenía. No necesitaba trabajar como una bestia para acumular dinero, ni mandarse la parte ante nadie, ni derrochar fortuna alguna en trivialidades, ni mofándose de los menos afortunados, riéndome a costa de los excluidos del banquete de los ricos. 

Por otro lado, durante el periodo que pasé en la prisión, leí libros de literatura boliviana y latinoamericana, que otros presos me los prestaban y arrojaban por la mirilla de la celda, donde empecé a escribir mi primer libro de testimonio, con el mismo bolígrafo y en el mismo cuadernillo que me entregaron los torturadores para que delatara a mis compañeros de lucha, apuntando sus nombres y el lugar donde se escondían de la persecución desencadenada por la dictadura. Ese primer libro, que escribí burlando la vigilancia de los carceleros, se publicó en el exilio en 1979, con el título de Huelga y represión.

De modo que en mi adolescencia, por demás incomprendida y turbulenta, me aferré a la escritura como un náufrago se aferra a una tabla de salvación, consciente de que por medio de la creación literaria llegaría a ser un hombre libre, ya que la palabra escrita no conoce cárceles que la encierren ni balas que la maten. Así es como en mi adolescencia, hecha de luchas y represiones, de amores y desamores, de pesadillas y esperanzas, decidí dedicarme, casi por una necesidad existencial, al oficio de hilvanar palabras y a contar historias con absoluta libertad, porque sabía que en mi castillo construido con el material y la fuerza de la imaginación, podían convivir en armonía los personajes reales y ficticios que nacían de mi interior como criaturas del alma.

Por eso mismo, siempre pensé que las y los adolescentes, que deseaban escribir sus pensamientos y sentimientos, debían enfrentarse sin temor al papel en blanco o a la pantalla digital; primero, porque uno aprende a escribir escribiendo y, segundo, porque a través de la escritura, en la que uno adquiere sapiencia y experiencia poquito a poco, se aprende a convivir con los ángeles y demonios que, muchas veces, no nos dejan vivir ni dormir en paz.

Ejercer el arte de la escritura, si bien no nos proporciona una vida llena de bienes materiales ni reconocimientos, al menos nos permite ser libres mientras tengamos a mano un tema candente que, más que ser un material explosivo, parece un mechero a punto de encenderse con el fuego de la palabra. Es probable que no se gane en reputación con los pensamientos adversos a los intereses de los poderes de dominación, pero estoy seguro que se gana en experiencia, que es un bien que se aprende cada día de los errores inherentes a la condición humana. La literatura, en este contexto y sin dejar de causar placer estético entre los lectores que se acercan al arte de la palabra escrita, ha sido un ejercicio que permitió liberarme de mis propias ataduras, evitar los tropezones y denunciar las injusticias sociales.

BREVE SEMBLANZA DE EDGAR HURACÁN RAMÍREZ

Edgar Huracán Ramírez, sin lugar a dudas, fue uno de los dirigentes más emblemáticos del movimiento obrero boliviano, el último de una generación de líderes que marcó historia en los anales del sindicalismo revolucionario, donde Edgar Huracán Ramírez descolló con luces propias, como si hubiese nacido con suficiente vocación para defender los intereses de los trabajadores, que eran los principales sujetos de su vida y sus ideales.

El folleto refleja apenas un apéndice de su larga trayectoria, contemplada desde la perspectiva del autor, quien tuvo la fortuna de haberlo conocido en persona y haber compartido con él algunas testeras, donde se abordaron temas políticos, literarios y culturales, desde la perspectiva de los explotados, marginados y ninguneados.

Este valeroso dirigente minero, de firme personalidad y convincente discurso, fue un estudioso de la realidad nacional, un concienzudo analista político y un auténtico archivista, que se ganó el aprecio de quienes tuvieron el privilegio de haberlo conocido en la cotidiana praxis. Algunos incluso lo consideraban el héroe de la archivística boliviana, con reconocimientos tanto nacionales como internacionales.

Edgar Huracán Ramírez se constituyó en un inevitable referente en la política y el sindicalismo nacionales, debido a que sus aportes bibliográficos, basados en sus experiencias vividas en carne propia, se trocaron en útiles instrumentos en manos de los trabajadores empeñados en forjar un país más justo, libre y democrático. 

La vida y obra de Edgar Huracán Ramírez son dignos ejemplos para ser imitados por los nuevos y jóvenes dirigentes de los sindicatos, de la Central Obrera Boliviana y de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, no solo porque él confiaba en la fuerza combativa de la juventud, sino también porque sabía que el destino del país estaba en sus manos.

El presente folleto, publicado en Edición La Cueva del Tío, es la más recientes propuesta del escritor Víctor Montoya, quien, con más o menos aciertos, intenta contribuir en el apasionante rescate de la memoria histórica de los trabajadores del subsuelo boliviano.  

 

lunes, 17 de julio de 2023

HOMENAJE EN HONOR A GUALBERTO VEGA YAPURA

Este pasado 17 de julio, en la sede del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, en un sencillo, pero emotivo acto, se homenajeó al dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue asesinado hace 43 años en el edificio de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se realizaba la reunión del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), la mañana del 17 de julio de 1980, fecha luctuosa en que el pueblo boliviano se vistió de luto y los golpista, tras pedir la renuncia de la presidenta constitucional Lydia Gueiler, se encaramaron en el poder por la fuerza de las armas y el respaldo del Alto Mando Militar Boliviano.

Todo sucedió cuando decenas de oficiales y paramilitares, entre los que había mercenarios argentinos al servicio de la Operación Cóndor, que asoló a los países del Cono Sur de América Latina, llegaron en ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social a la histórica sede de los trabajadores bolivianos y asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el edificio de la COB ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a desencabezar al movimiento obrero y popular. Fue en esas circunstancias que los paramilitares, conocidos como los novios de la muerte, dispararon ráfagas contra la humanidad del líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores y el dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón representante del Sindicato de Catavi y secretario de organización de la Federación de Mineros.

Los directos responsables de este horrendo crimen fueron los golpistas militares Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes, obedeciendo órdenes de la CIA y los carteles de narcotraficantes asesorados por el Carnicero de Lyon Klaus Barbie, estaban dispuestos a imponer su política antinacional y proimperialista a sangre y fuego. Durante este régimen de facto se prohibieron las libertades democráticas y se desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió el edificio de la Federación de Mineros, con ello los murales de Miguel Alandia Pantoja, en un vano intento por destruir el rico legado de las luchas políticas y sindicales de los trabajadores del subsuelo boliviano.

Si en 43 años no se realizó un justo homenaje en honor a Gualberto Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como todas las minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que provocó el cierre de las empresas de la COMIBOL y la desocupación de miles de trabajadores que fueron echados de sus fuentes de trabajo y expulsados de sus viviendas con el epíteto de relocalizados. Sin embargo, ahora que la población de Catavi está en un proceso de repoblarse gracias al ritmo de la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la Universidad Nacional Siglo XX, que está construyendo nuevos establecimientos para algunas de sus carreras, incluidas las de Formación Política Sindical, es indispensable desempolvar la memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y rescatar la gloriosa historia de esta población que, durante la pasada centuria, fue el centro motor de la economía nacional y el escenario donde floreció el sindicalismo revolucionario.

Asimismo, es digno reconocer el valioso esfuerzo de las dirigentes del ex Comité de Amas de Casa Mineras de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la encomiable iniciativa de preparar el acto de homenaje en honor al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue disparado a mansalva, a los escasos 35 años de edad, por un mercenario al mando de los militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos la democracia y el derecho al fuero sindical.

A pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños han decidido recordar a quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los proletarios y de los más pobres de este pobre país, donde la lucha revolucionaria estuvo encarnada en personas honestas y modestas como fue Gualberto Vega Yapura, cuya conducta personal estuvo determinada por la impronta de sus convicciones ideológicas y religiosas.

En el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas por los panelistas –el exdirigente de la FSTMB y exministro de Estado, Guillermo Dalence, la expresidenta del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco, la responsable del Archivo Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, el exdirigente sindical y exalcalde de Llallagua, Tomás Quirós, y el exdirigente del sindicato de Catavi, Octavio Carvajal, se trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura, destacando su límpida trayectoria política, en defensa de la democracia, los derechos de los trabajadores y la lucha antiimperialista del pueblo boliviano. También se hizo hincapié en su actividad sindical, cultural, deportiva y poética de este insobornable luchador social, cuya contribución al pensamiento revolucionario y la democracia nacional, es un buen ejemplo para las nuevas generaciones de Catavi y el país entero.

El acto contó con la presencia de una joven estudiante de la Unidad Educativa Ayacucho, quien, con voz firme y actitud altiva, declamó el poema Padre nuestro del minero, que Gualberto Vega Yapura escribió con probada sensibilidad humana, consumada vocación lírica y alta conciencia de clase en 1976, durante su cautiverio en la prisión de Chonchocoro,

De acuerdo a los testimonios de quienes lo conocieron en vida, se sabe que este mártir de la liberación nacional se inició en la actividad política como militantes del Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN). Desde su adolescencia dedicó su vida a las actividades deportivas y culturas en provecho de la niñez y juventud cataveña. Fue varias veces dirigente del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi y director de Radio 21 de diciembre. En 1976, tras la ocupación militar a los centros mineros, fue detenido, torturado y encarcelado. En el XVIII Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Telamayu, entre el 31 de marzo y el 6 de abril de 1980, fue electo, en su condición de obrero de la Empresa Minera Catavi, como secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, una función que supo cumplir con altura moral y ética, hasta el día en que fue victimado por los chacales de una dictadura militar que dejó un reguero de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional.

En consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener vivo su pensamiento entre los niños, jóvenes y adultos de la población de Catavi, donde Gualberto Vega Yapura tuvo su cuna de nacimiento y fue el escenario de sus actividades culturales y deportivas, pero también el escenario de sus luchas por una Bolivia más justa y libre de dictaduras civiles y militares; más todavía, es preciso que uno de los salones del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo de enaltecer su lucha a favor de los más desposeídos y explotados, pero también a modo de perpetuar su combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario y para que el pueblo boliviano lo tenga siempre en la memoria.

En síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.