jueves, 16 de febrero de 2023

LAS REVELACIONES DEL TÍO EN CUENTOS DE LA MINA

Acaba de publicarse la segunda edición de Cuentos de la mina (Ed. Kipus, 2018), del escritor Víctor Montoya, con treinta y cinco cuentos de variada extensión y algunas fotografías que muestran la imagen del Tío de la mina, cuya estatuilla fue modelada por los propios trabajadores en los parajes donde acuden a pijchar o acullicar.

En Cuentos de la mina, escritos desde la visión del realismo fantástico, se recrean los mitos y leyendas que giran en torno al Tío; un ser mitológico de carácter ambiguo, mitad dios y mitad demonio, que simboliza el sincretismo religioso desde la época de la colonia.

Víctor Montoya hace gala de las creencias y supersticiones que reinan en la cosmovisión andina, donde sobreviven los ritos, usos y costumbres de las culturas originarias. En los cuentos se retrata la vida cotidiana de los mineros; sus luchas, tragedias y esperanzas, pero también sus tradiciones vinculadas al realismo fantástico y las consejas pagano-religiosas, donde el Tío de la mina está considerado como el guardián de las riquezas minerales y el amo de los trabajadores del subsuelo.

Su amante, la Chinasupay (diablesa), posee un fuerte atractivo erótico en el imaginario popular, aparece y desaparece misteriosamente en los sueños y las pesadillas de los mineros, quienes la temen tanto como al mismísimo Tío. Algunos incluso creen que la Chinasupay es la encarnación del Tío que, a modo de poner a prueba su poder de atracción sexual, se transforma en una mujer capaz de envilecer a los mineros solitarios y desprevenidos.

El Tío es el protagonista principal en Cuentos de la mina. El autor, desde un principio, intenta responder la siguiente pregunta: ¿Por qué el diablo se llamó Tío? La explicación, narrada de una manera sorprendente y lúcida, la encontramos a lo largo del libro, donde se afirma que el Tío, en su estado demoníaco, hace suya a una chola de buen parecer, en quien engendra a un hijo que nace con el aspecto de iguana. Entonces el poder eclesiástico, al constatar que la criatura no es la hechura de Dios sino del diablo, condena a la madre y al hijo a perder la vida en una hoguera. Es por eso que el diablo, según se relata en el libro, actúa en venganza propia y causa estragos entre los pobladores, hasta que los mineros le suplican perdón por el asesinato de su legítimo heredero. El diablo recapacita, hace reaparecer los minerales en las galerías y decide llamarse Tío, a quien los mineros, como en una suerte de pacto, deben rendirle pleitesía ofrendándole sangre de llama blanca, hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

La segunda edición, aumentado y corregida, obedece al gran interés de los lectores por interiorizarse en el fascinante mundo de las minas, que es el hábitat natural de ese personaje sobrenatural venerado por los mineros, quienes trabajan en las oscuras galerías, sin otra ilusión que ganarse el pan del día y salir con vida de las tenebrosas entrañas de la Pachamama. 

El libro, desde que se publicó por vez primera en Suecia (Ed. Luciérnaga, 2000), despertó un inusitado interés entre los lectores nacionales y extranjeros. Se ha traducido a varios idiomas y ha sido ampliamente comentado por la crítica literaria. En la contratapa de la segunda edición de Cuentos de la mina, a cargo del Grupo Editorial Kipus, se incluyen algunos comentarios destacando la temática del libro y la capacidad narrativa del autor.

En palabras del historiador y escritor argentino Fernando Soto Roland, el maravilloso libro de Víctor Montoya, ‘Cuentos de la mina’, aclara desde la literatura todo aquello que los historiadores no podemos captar con la sencillez e inmediatez que es tan propia de los escritores de raza. Y Montoya ha probado sobradamente que lo es. En su obra, sin teorías venidas de otros oficios, el autor recrea con naturalidad el imaginario del minero boliviano a través de una serie de cuentos en donde quedan plasmadas las desdichas y esperanzas de ese colectivo humano utilizando como marco de encuadre a uno de los personajes más emblemáticos del sincretismo americano: ‘El Tío de la Mina’, dueño sobrenatural y soberano absoluto de la oscuridad y sus riquezas.

El escritor uruguayo Leonardo Rossiello, al cabo de leer el libro en su primera versión, no dudó en aseverar que leer ‘Cuentos de la mina’ significa sumergirse en el mundo sincrético de las creencias mineras de Bolivia. Los textos, como si fueran galerías de una mina, se van adentrando en las diferentes actualizaciones del sincretismo cultural que supone la figura y leyenda del ‘Tío’, así como su significación para los mineros.

No es menos interesante la opinión del poeta e investigador orureño Alberto Guerra Gutiérrez, quien, como todo conocedor del folklore nacional, los mitos y las leyendas mineras, afirmó en su comentario: Este libro es el fiel reflejo del pensamiento, los sentimientos, usos y costumbres que caracterizan a las poblaciones mineras bolivianas y su entorno físico andino, ya que los hechos en él relatados, se desarrollan en los centros mineros de Siglo XX, Potosí y Oruro, en cuanto a las manifestaciones mitológicas y legendarias que dan origen a acontecimientos culturales de extraordinaria magnitud, como el Carnaval de Oruro y los ritos litúrgicos propios de una religión ecléctica que rige en América desde el desenlace de la dominación española.

Para el escritor Alfonso Gumucio Dagron, que entró en contacto con el mundo minero como fotógrafo y documentalista, no cabe duda que Víctor Montoya rescata prolijamente las tradiciones y leyendas de la mina y se convierte en un cronista del mundo fantástico que emerge del socavón. Sus relatos son metáforas sobre la existencia fantasmal que se atribuye a los mineros más empobrecidos, muertos en vida por la silicosis y la ausencia de horizonte. Sin haber tenido la vivencia de penetrar en la mina es difícil describir con tanta propiedad esa sensación de ahogo, de oscuridad absoluta y de humedad sexual que se respira en los socavones.

Los comentarios citados líneas arriba, con apreciaciones analizadas desde distintos ángulos, coinciden en señalar que el libro, que aborda una temática propia de la nación boliviana, es un valioso aporte a la literatura de ambiente minero que, desde la publicación de En las tierras del Potosí (1911), de Jaime Mendoza, conforma una vertiente importante en el contexto de las letras nacionales.

La literatura minera, con autores como Víctor Montoya, no solo ha ganado un espacio preponderante a lo largo del siglo XX, sino que se ha consolidado entre los lectores nacionales y extranjeros, quienes buscan una literatura que surja desde las mismas entrañas de la tierra, contándonos las tragedias y esperanzas de los mineros, pero también revelándonos el mundo mágico y mítico de la cosmovisión andina, donde el Tío de la mina, personaje ambiguo entre lo sagrado y lo profano, es venerado como el protector de las familias mineras y como el amo indiscutible de las riquezas minerales.

Víctor Montoya, con su libro Cuentos de la mina, se sitúa entre los autores de la segunda mitad del siglo XX, que transitaron de la literatura del realismo social, en la que se proyectaron las luchas de reivindicación socioeconómica de los trabajadores, hacia la literatura del realismo fantástico, que se ocupa de recuperar los mitos, leyendas y relatos que, casi en su integridad, giraban en torno a la figura del Tío de la mina.

Con Cuentos de la mina queda confirmado que el mundo minero sigue siendo una fuente inagotable de inspiración para los autores nacionales y una de las canteras que mejor se presta para construir una genuina obra literaria, que apasione a los lectores interesados en conocer las tragedias y maravillas atrapadas entre las altas montañas de los Andes, donde las galerías de una mina cuentan sus propias historias forjadas de realidad y fantasía.   

 

martes, 7 de febrero de 2023

VIDA Y MUERTE DE BANDIDO

Acaba de publicarse el folleto El celoso guardián del Archivo Histórico Minero de Catavi, cuyo autor es el escritor Víctor Montoya. La crónica, basada en la vida y muerte de un can de raza mestiza, es un testimonio que confirma que el perro no solo es el mejor amigo del hombre, sino también un compañero capaz de cumplir con una función laboral como cualquier individuo que tiene derechos y responsabilidades, siempre y cuando se lo trate con paciencia y cariño, con muchísimo cariño, que es el sentimiento del corazón que mejor suelen captar los perros en su relación con los humanos.

Este hermoso y obediente perrito se llamaba Bandido. Fue abandonado por sus primeros dueños y, durante mucho tiempo, deambuló aprendiendo a sobrevivir junto a una manada de canes callejeros, hasta que un buen día fue adoptado de nuevo y convertido en el celoso guardián del Archivo Histórico Minero de Catavi.

El contenido del folleto, además de ser un sentido y oportuno homenaje al mejor amigo del hombre, es una breve historia que merece ser compartida entre los animalistas y entre quienes tienen un sincero amor por estos maravillosos seres que nos alegran la vida y nos llenan de lealtad todos los días.  


 

domingo, 5 de febrero de 2023

 


COMER FABADA CON PACO IGNACIO TAIBO II

A mediados de julio de 2005, viajé a la ciudad asturiana de Gijón, invitado a la Semana Negra, que anualmente reúne a escritores de novelas policíacas. En realidad, yo estaba en el festival para presentar mi libro Cuentos de la mina, que acababa de ser publicada en Asturias por la Editora del Norte. Se entiende que no estaba como autor de novelas policíacas, sino de una literatura más negra que las novelas negras. Así que, antes y después de cumplir con mis actividades programadas en las minas de carbón de Cangas del Narcea y Cuenca del Nalón, los escritores nos reuníamos para almorzar y cenar en el restaurante de un hotel céntrico de la ciudad. 

Uno de esos días, sin pensarlo ni proponérmelo, me encontré con el escritor y activista sindical Francisco Ignacio Taibo Mahojo, más conocido como Paco Ignacio Taibo II, quien era el responsable del evento cultural de la Semana Negra. No lo conocía más que por referencia y algunos artículos que leí sobre su vida y su obra en la prensa. Me llamaba la atención más por haber escrito la biografía del comandante guerrillero más famoso de América Latina -Ernesto Guevara, también conocido como el Che, basada en una extensa y rigurosa bibliografía-, que por sus novelas policíacas, las mismas que tuvieron una amplia difusión en más de una veintena de países.

De Paco Ignacio Taibo II no sabía nada más hasta entonces, salvo que fue merecedor de premios internacionales y que publicó su primer libro a los 22 años de edad, que estudió sociología y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México, que fundó y dirigió varias publicaciones de carácter sociocultural y que, como parte de su larga trayectoria como periodista y gestor cultural, fundó Para Leer en Libertad AC, proyecto de fomento a la lectura y de divulgación de la historia de México.

Nos saludamos en el hall del hotel y, a la hora del almuerzo, compartimos la misma mesa en el restaurante que daba a la calle. Me llamó la atención su aspecto de hombre desprolijo, vestido con un bluyín ajado y una playera ajustada a su abombado vientre. 

Nos miramos a los ojos y, sin mayores preámbulos, hablamos sobre la realidad política de México, sobre su visita a Bolivia, su recorrido por Valle Grande y Ñancahuzú, para ubicarse mejor en el contexto topográfico de la zona geográfica donde se desarrolló la guerrilla del Che.

El día estaba soleado y hacía un calor como para vaciarse varios vasos de cerveza fría. En el restaurante exterior del mismo hotel, donde estuvimos hospedados los escritores provenientes de diferentes países, los comensales empezaron a leer el menú y a ordenar su plato preferido. Yo pedí lo mismo que ordenó Taibo: una fabada, el platillo bandera y tradicional de la cocina asturiana y, por antonomasia, de la gastronomía española.

Al cabo de un tiempo, mientras contemplaba de sesgo la gordura de Paco Ignacio Taibo II, me sirvieron la fabada en un hondo plato de barro, tenía aroma a laurel y el caldo lucía un color anaranjado debido al azafrán. En la cazuela, todavía humeante, podía distinguirse judías blancas, chorizos, morcillas, lacón y tocino. Me llevé la primera cucharada a la boca y sentí una textura mantecosa en el paladar, junto al sabor de la cebolla, el ajo y el perejil. Este platillo rico en calorías y grasa, cuya porción fue excesiva para mí, me produjo, al cabo de la ingesta, unos reflujos gastroesofágicos, cuyo malestar tuve que aliviar con una copa de aguardiente o, como dirían los comensales bolivianos, con un traguito para bajar el chanchito. Sin embargo, a pesar de los ligeros malestares, me sentí satisfecho de haber probado por primera vez en mi vida la fabada, un potaje divino capaz de despertar hasta a los muertos.

Cuando Paco Ignacio Taibo II terminó de engullir la fabada, como un gourmet acostumbrado a degustar los platillos de su preferencia, encendió un cigarrillo y, como si se tratara de un apetecido postre, se tragó el humo que luego lo lanzó por entre sus mostachos teñidos por la nicotina. No tomó mucho tiempo para advertir que estaba delante de un hombre que, por experiencia y sabiduría, sabía paladear las comidas y bebidas que ayudan a sobrellevar los sinsabores de la vida.

Ese mismo día, de aires cálidos y cielo despejado, me refirió algo sobre la biografía de Pancho Villa, lista para ser publicada a nivel internacional, y sobre un proyecto que tenía en marcha sobre la revolución mexicana, incluida la biografía de Emiliano Zapata. Ahí nomás, estando imbuidos en una charla en torno a un tema apasionante por su magnitud, mitos y leyendas, se presentó su anciano padre, quien estaba en su tierra natal para visitar a los familiares y los viejos amigos, y no para participar en la Semana Negra.

Así que, en esa misma ocasión y en el mismo restaurante del hotel, tuve la oportunidad de tratar con don Ignacio Taibo I, quien, además de haber vivido de cerca la Guerra Civil Española, escribió un libro sobre la gastronomía asturiana, intitulada Breviario de la Fabada. Ya entonces se lo veía algo deteriorado de salud, hasta que, dos años después, me enteré que falleció víctima de neumonía.

Su hijo, el escritor asturimexicano, Paco Ignacio Taibo II, se mostró con su lado más humano y me dejó la impresión de que se trataba de un tipo bonachón, amable, simpático y hasta jovial, porque tuvimos instantes en los que bromeamos y nos reímos como dos viejos amigos, quienes tienen las mismas travesuras y los mismos ideales de libertad y justicia.   

Aquel mediodía que compartimos en el restaurante, donde intercambiamos impresiones sobre los fantasmas de la política y la literatura, se quedó fijada entre mis recuerdos, como un haz de luz que se mete en la memoria y no se apaga. Por lo demás, mientras hablábamos amenamente, él fumaba y no dejaba de fumar, hasta que llegó el instante en que, convocados por las actividades que debíamos cumplir por la tarde y la noche, nos despedimos con un abrazo y un fuerte apretón de manos, pero con la promesa de volvernos a reencontrar en algún punto de este mundo cada vez más injusto y contaminado.