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sábado, 2 de diciembre de 2023

MICROS

Cuestión de diablos

Un Diablo cayó al agua.

Otro Diablo lo sacó,

mientras un tercero se preguntaba:

¿Cómo diablos se cayó?


En el desierto

La mujer cayó de la cabalgadura mientras dormía. El caballo relinchó ante la presencia de una serpiente, provocó la estrepitosa caída de su jinete. Ella, cuando despertó, no sabía cuándo ni cómo pasó, pero estaba sola y abandonada entre las salvajes dumas del desierto.

 

El hombre de la botella

Sumergido en su enésima borrachera, sabía que lo más importante, después de haberse zambullido en los toneles de aguardiente, era volver a trepar por sus empinadas paredes, alcanzar el borde, salir con vida y cargado de una sabiduría que solo se aprende tras tocar fondo, donde hay un cofre de riquezas que un día perdió el Diablo.

 

Monstruos

Si el sueño de la razón produce monstruos, entonces el monstruo de la razón produce más monstruos.

 

El locoto

–El locoto colorado es sabroso –dijo mi suegra.

–Sí, señora –corroboré su gustito–. Es sabroso porque pica dos veces.

Mi suegra, poniéndose colorada como el loco, se sonrió picarona y añadió:

–Sí, pues, pica al comer y pica al…

viernes, 13 de noviembre de 2020

PERRO MUTILADO

Había una extraña costumbre en el pueblo de mi abuela: cortarles la cola a los perros para mejorarles la apariencia. Así fue como un día, el cachorro que me regalaron en mi cumpleaños, pasó por ese cruel procedimiento en contra de mi voluntad. Todo sucedió en el patio de la casa, donde mi abuela, cuchillo y servilleta en mano, le sujetó al perro por el pescuezo y le mutiló la cola de un violento tajo. Cuando el perro se corcoveó y chilló como un niño aterrado, yo sentí el dolor como si a mí me hubiesen rebanado el dedo. Mi abuela le cubrió la sangrante herida con la servilleta y yo me retiré con lágrimas en los ojos. Todo había concluido en menos de cinco minutos. El perro perdió la cola y yo perdí la confianza en los mayores.

 

viernes, 30 de octubre de 2020

EL PUPITO (*)

El hijo de los patrones, niño precoz y majadero, le preguntó a la empleada doméstica:

–¿Puedo tocarte el pupito?

Ella, acostumbrada a concederle sus caprichos sin decir ni sí ni no, se echó en la cama y entornó los ojos, se dejó levantar la pollera, la enagua y bajar los calzones. Al poco rato, al sentir que algo le rozaba entre las piernas, se ruborizó y dijo:

–Eso no es mi pupito…

A lo que el niño repuso:

–Tampoco es mi dedito...

 

* La palabra “pupito”, en Argentina y Bolivia, es igual a “ombliguito”.

 

sábado, 22 de agosto de 2020

 MICROCRUELES

Tatiana

Pasó la mayor parte de su vida encerrada en casa. Se sentía señalada con el dedo por todos quienes la veían. Durante su niñez, cuando caminaba por las calles, sentía con mayor frialdad esas miradas de asombro. Por cuanto un día, sin soportarse a sí misma, decidió preguntarle a su papá:

–¿Por qué soy la más fea de la familia?

Él pensó un instante y, sin saber cómo explicarle el porqué tenía la cara más fea entre las feas, se limitó a contestar:

–Cuando tu mamá estaba embarazada de ti, odiaba con toda su alma a una persona, por eso naciste así.

Tatiana se dio la vuelta y corrió a preguntarle a su mamá quién era esa persona a quien tanto odiaba.

–Era la otra mujer de tu papá –le contestó con lágrimas en los ojos.

En sábado de Carnaval

El minero, disfrazado de diablo en honor del Tío, suplicó a la Virgen del Socavón:

–Quiero morirme en sábado de Carnaval...

El Tío escuchó la súplica y se lo cargó al infierno en vísperas del sábado de Carnaval.

El risitas

Vivió y murió a carcajadas.

Hamlet

No ser ni ser

Toqué al Señor

“Señor”, le dije, y lo toqué.

Despecho

Una mujer despechada es una fiera adiestrada por el diablo; lleva veneno en las venas y puñales en la lengua.

El atracador

Era el Robín Hood urbano. No usaba carcazas con flechas ni trajes color verde olivo, pero estaba consciente de que, apenas atracara un banco, debía repartir el botín entre los pobres.

El heredero del trono

El rey se hizo anciano y necesitaba un heredero del trono, pero a su única hija, una princesa joven y hermosa, le gustaban más los esclavos negros que los guerreros blancos. Entonces el rey, ansioso por tener un heredero de pelo rubio y tez blanca, le tendió una trampa. Hizo que un esclavo negro, que se aparecía en la alcoba de la princesa solo en las noches, la embarazara y luego desapareciera sin dejar señales de su identidad. Nueve meses más tarde, nació de sus entrañas un niño blanco. La princesa no entendía por qué el niño era blanco si su padre era negro. Nadie le dio explicaciones, hasta que el rey, agonizante y postrado en la cama, le reveló que el padre de su heredero no era un esclavo negro, sino de uno de sus guerreros blancos que se hizo pasar por negro.

jueves, 23 de julio de 2020


CUENTAGOTAS

Monstruo marino

Cuando las olas avanzaron desde el horizonte, con una fuerza y un despliegue de tenebrosas espumas, el barco, con las velas desplegadas a la deriva, empezó a flotar entre las embravecidas olas del mar, cuyas aguas se vaciaban en un abismo sin fondo. Los tripulantes no alcanzaron a salvar sus vidas y desaparecieron entre gritos de espanto y auxilio. El único sobreviviente, quien fue tragado por una ballena y escupido cerca de un puerto, contó que el barco y los tripulantes no desaparecieron en un abismo, sino que fueron engullidos por un monstruo parecido al demonio, con escamas en el cuerpo, ojos en la punta de los cuernos, alas de quimera y cola de saurio.

La vida y la muerte

Sentadas en el tren del tiempo, conversaron sobre los altares y los ritos de Todos los Santos, hasta que la muerte, ataviada de negro, le dijo:

–Quisiera que me des tu vida para dejar de ser muerte.

–¡Eso ni muerta! –contestó la vida.

Háganse Dios y el Diablo

Dios habló: ¡Hágase la luz!
El Diablo habló: ¡Hágase la oscuridad!
El ser humano habló: ¡Háganse Dios y el Diablo!

Tilín-Talán

Tilín-Tilín tocó la  puerta.
–¿Quién es? –preguntó Talán-Talán.
–Tilín-Tilín –contestó.
–¿Qué desea?
–Hacer Tilín-Tilín con Talán-Talán.
–¿Y para qué?
–Para que nazca un Tilín-Talán.

El romántico

Quiso encontrar la felicidad en el amor, pero no encontró más que la desilusión y la muerte.

El profe

Los estudiantes de matemáticas, suspendidos una y otra vez, no dudaron en poner en duda los métodos de enseñanza del profe de mate.

–El profe es más complicado que una fórmula algebraica –comentaban de uno en uno, de dos en dos y de tres en tres.

El profe ponía oídos sordos a los comentarios y no decía nada.

Los estudiantes sabían que el profe dominaba su materia al dedillo; lo que no dominaba era el arte didáctico de cómo hacerles tragar los números como aceite con cuchara.

Evolución

–Si el mono es el pariente cercano del hombre –se dijo un chimpancé enjaulado–, entonces es lógico que Tarzán sea el rey de los monos.

El rencor

En una población de la meseta andina, lejos de la mano de Dios y cerca de la mano del Diablo, un minero descubrió a su mujer recostada con otro hombre, en la misma cama y en el mismo cuarto en el que se juraron fidelidad.

El minero, cegado por los celos y el corazón partido por el rencor, mató al amante y descuartizó a su mujer.

El hijo de la pareja, único testigo del terrible crimen, se retiró empapado en lágrimas y se refugió en la cancha de fútbol, su gran pasión, donde acabó con su vida colgándose del travesaño.

domingo, 20 de octubre de 2019


EL MERCADER PARALÍTICO

Había una vez un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas tierras y riquezas, un numeroso séquito de hombres guerreros y un grupo de damas de compañía integrado por las mujeres más bellas de su palacio, donde todo era asombro y maravilla. Los salones estaban suntuosamente revestidos con tapices y mosaicos labrados a mano. En el centro del jardín interior, ornamentado con piedras preciosas, árboles frutales y pájaros exóticos, lucía una fuente flanqueada por leones de oro carmesí, de cuyas fauces brotaban como perlas los chorros de agua cristalina.

El mercader, aunque vivía rodeado de riquezas y damas de compañía, padecía de un extraño mal que, a lo largo de su vida, le resultó un problema tan grande como su señorío. No podía ponerse de pie ni desplazarse de un lado a otro, pues tenía las piernas tiesas como las piernas de una estatua de mármol. Nadie sabía a qué se debía semejante parálisis. Lo más triste era que no había médico, ni sabio ni brujo, capaz de dar con un eficaz remedio para curar la desgracia que lo tenía postrado en un diván.

Los más viejos y de confianza de su séquito decían que este mal heredó junto a los bienes que dejó su padre, quien era uno de los mayores mercaderes en el mundo árabe. Pero lo que no decían, por tratarse de un secreto celosamente guardado, era que la parálisis se debía al arte de encantamiento de una vieja hechicera, quien cumplió la misión de causarles con sus artilugios un terrible daño a él y a su madre.

La vieja hechicera, que se puso al servicio de una de las amantes celosas y resentidas del padre del mercader, roció el líquido de un pequeño frasco sobre las piernas del niño recién nacido y una cuantas gotas sobre la nuca de su madre, de modo que él quedara paralítico de medio cuerpo y ella perdiera el habla y una parte de la memoria.
 
Un tiempo después, cuando murió el padre del mercader tras un ataque cardíaco que lo fundió en el acto, su madre, que no hacía otra cosa que dar vueltas y vueltas en los predios del jardín, desapareció un día del palacio, sin que nadie la viera salir por una ventana que daba a un bosque aledaño. Así fue cómo el mercader, que aún era un niño de pecho, quedó al cuidado de las nodrizas que lo amamantaron y cuidaron como a su propio hijo.

Cuando el mercader alcanzó la mayoría de edad, resolvía los problemas de sus negocios y los quehaceres en el palacio desde su alcoba, gracias al servicio de sus damas de compañía y al efectivo trabajo de su séquito de colaboradores. Pasaba los días jugando partidas de ajedrez y meditando en su situación de hombre joven, soltero y acaudalado. Pero, sobre todo, en su invalidez endémica que no le permitiría ser marido ni padre.

La vida de un hombre sin mujer ni hijos no es vida, pensaba el mercader cada vez que le embargaba la tristeza. Sus damas de compañía, al verlo con el cuerpo paralizado desde la cintura hasta los pies, no hacían más que consolarlo con besos y caricias, que él sabía recompensarles con perfumes, telas y alhajas traídas desde las exóticas tierras de los califatos árabes.

Así pasaba sus días, hasta que una mañana, bajo un cielo diáfano y soleado, se presentó en el pórtico del palacio una mujer vieja y encorvada, vestida en harapos y con los pies descalzos. Rogó a los centinelas del palacio dejarla entrar porque le urgía hablar personalmente con el mercader. Éstos le preguntaron si era posible, Y, el mercader, como todo hombre bondadoso y de corazón sensible, aceptó que la hicieran pasar. Entonces ella entró, deslizándose sobre la punta de los pies, hasta la alcoba donde estaba postrado el mercader. Se le acercó haciéndole reverencias con la cabeza, le besó en las enjoyadas manos y le dijo:
   
–Señor, mi gran señor. Acudo a su persona para que me acoja en su palacio como una esclava entre las esclavas. A cambio de su bondad, piedad y hospedaje, sabré agradecerle liberándolo del mal que padece.

Cuando el mercader oyó las palabras de la mujer, que parecía de humilde condición pero que se expresaba con ademanes de ilustre dama, sintió que se le iluminó la razón y el corazón. Y, desde luego, no dudó en dispensarle una hospitalaria acogida en su palacio. Ordenó a sus damas de compañía, que hasta entonces permanecían asombradas y boquiabiertas ante la escena, bañarla y vestirla con ricos trajes y, después de ofrecerle un banquete con los mejores manjares, ubicarla en los aposentos más cómodos del palacio.

–¡Bendito sea Alá, que es sabio, grande y poderoso! –exclamó la mujer, con un rocío de lágrimas humedeciéndole las mejillas y sin dejar de darle las gracias al mercader ni colmarlo de alabanzas.

El mercader se despidió de la anciana y, dirigiéndose a sus damas de compañía, pidió que la acompañaran hacia su nueva vida en el palacio.

La primera noche que la anciana huésped estuvo sola en sus aposentos, sacó del bolsillo de su raída túnica un saquito y del saquito el frasco que, después de muchas idas y venidas, le arrebató a la hechicera para revertir el encantamiento. Ella se echó unas gotas sobre la nuca y, al término de agitarse como de pies a cabeza, se transformó en  la misma mujer encantadora de cuando vivía con el padre del mercader; tenía una espléndida hermosura y una elocuencia verbal que daba gusto oírla. Sus cabellos eran tan oscuros que parecían formar parte de la noche, mientras su lozana piel tenía un tono tan blanco y puro como la plata virgen capaz de iluminar la noche. Sus labios eran los pétalos de una rosa y sus ojos estrellas de ámbar negro. Además, era mujer excepcional no sólo porque desprendía un amor puro e incondicional desde el fondo de su corazón, sino también porque poseía el don de entender el lenguaje de los animales y el canto de los pájaros.

Al día siguiente, la madre del mercader, que dejó de ser la haraposa anciana, hizo lo que tenía pensado: rociar el líquido que tenía poderes mágicos sobre las piernas agarrotadas de su hijo. Salió de sus aposentos con el frasco en la mano y, sin que nadie la reconociera, ni los hombres del séquito, ni las damas de compañía, recorrió a paso ligero por los corredores del palacio y se metió en la alcoba del mercader, quien a esas horas estaba reponiendo sus fuerzas en su siesta habitual.

Su madre se le acercó y, aprovechando que estaba dormido sobre un mullido diván, le levantó la túnica y le vertió el líquido sobre las piernas diciéndole: Por fin quedarás liberado de la prisión en la que te tenía encerrado tu propio cuerpo, desde la vez en que la malvada hechicera te quitó la facultad de caminar sobre tus pies.
 
El mercader, todavía dormido, salió de su encantamiento y recobró la salud completa en un instante. Cuando despertó y abrió los ojos, sintió que su cuerpo estaba más liviano que nunca, como si durante el sueño hubiese adquirido la capacidad de remontar vuelo con la facilidad de los pájaros. Se miró el cuerpo entero, miró sus piernas, que se movían como si tuvieran vida propia, y se puso de pie por primera vez. Dio saltos de júbilo sobre la alfombra y, al intuir que la mujer que estaba en la alcoba era su madre, se maravilló hasta más no poder, mientras ella rompió a llorar de felicidad. Se tomaron de las manos y se abrazaron efusivamente, regocijándose porque volvieron a reencontrarse después de tantos años de no haberse visto ni haber compartido el natural cariño que une a una madre y a un hijo.

Al final, ambos elevaron sus alabanzas al todo poderoso, por haberles permitido volver a juntar sus almas en el mismo palacio que un día perteneció al padre del mercader, quien murió aferrado a la esperanza de que un buen día se reencontraran los dos seres más amados de su vida: su mujer y su hijo.

martes, 3 de enero de 2012


LA CORNADA

En la plaza de toros, bajo un cielo teñido de fiesta, el toro y el matador se enfrentaron cara a cara.

El toro, la cerviz ensangrentada por las banderillas, miró a su adversario con la lengua colgante, babeante, como calculando la escasa distancia que los separaba.

El matador, espada y capote en manos, adoptó una pose triunfal y recibió las ovaciones entre las blancas palomas de los pañuelos.

El toro pateó la arena, exhaló hilos de vapor y reinició el combate.

El matador lanzó un capotazo y no logró sortear la embestida.

El toro lo tumbó y lo rebozó en la arena. Lo ensartó en sus cuernos, lo sacudió como a un muñeco en jirones y lo lanzó por los aires.

Las imprecaciones y el suspenso se apoderaron del ruedo.

El matador cayó boca abajo, sin un hálito de vida.

El toro, bravo y de buena raza, prosiguió el ataque. Le asestó una cornada entre las piernas y, ante la mirada atónita de un público en vilo, le arrancó los genitales de cuajo.

La plaza estalló en sangre y en gritos de ¡Olé!, ¡Olé!, ¡Olé!

Imagen:
La cornada, 1988. Pintura de Fernando Botero.

sábado, 19 de marzo de 2011


ESPEJISMO

Ella quedó sola en medio del desierto, un ventarrón infernal barrió la aldea, dejando a salvo sólo su choza hecha con adobes de barro y estiércol de camello.

Al día siguiente, mientras contemplaba el horizonte a través de la ventana, divisó a un hombre que, acercándose cada vez más, más y más, cruzó por delante de sus ojos.

Ella lo recibió en la puerta y le preguntó:
–Y tú, ¿quién eres?

–Un fantasma –contestó, y luego desapareció.

–Fue un simple espejismo –se dijo. Cayó al suelo y rompió a llorar. Su cuerpo volvió al polvo y sus lágrimas formaron un oasis entre las dunas del desierto.

viernes, 11 de febrero de 2011


EL ZORRO

Penetró en el corral disfrazado de gallo y mató a las gallinas una a una; dejó un reguero de sangre y de plumas. Al ser descubierto por el granjero, se tiró al suelo y se hizo el muerto; pero el granjero, conocedor de la astucia del zorro, le apuntó con la escopeta y, pensando que era mejor un zorro muerto que un zorro en el gallinero, le descerrajó dos tiros y le quitó para siempre el disfraz de gallo.

lunes, 24 de enero de 2011


LA LOCA

1

Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de amarrar. Que se perdía abandonando a sus hijos de pecho, mientras mi abuelo, montado en su caballo, la buscaba cuesta arriba y cuesta abajo, revólver al cinto y látigo en mano.

Cuando mi abuela volvía a casa, después de varios días y varias noches, tenía la ropa en jirones, los pies descalzos y las trenzas desatadas por el viento. Y aunque no lloraba ni se quejaba, cargaba heridas en el cuerpo y en el alma.

2

Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de temer. Aullaba como una loba mirando la luna y trepaba por las paredes como mujer araña. Abría los ojos grandes, muy grandes, y enseñaba las uñas y los dientes en actitud de ataque.

Se acercaba a la cama de sus hijos y, al verlos dormidos, les ponía el frío metal del cuchillo en el cuello y susurraba entre dientes: Ustedes no son niños, sino lechones concebidos por el diablo.

Después salía al patio, levantaba las manos al cielo y maldecía a Dios por haberlos parido.
3

Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de remate. Así como desaparecía sin dejar rastro alguno, abandonando a los hijos y al marido, se aparecía en los caseríos aledaños en las noches de luna llena.

Quienes la vieron de cerca, dicen que mi abuela, desgreñada y cuchillo en mano, contaba en voz alta de cómo mató a sus padres, a sus hermanos, a su marido y a sus hijos, y de lo mucho que la hizo gozar el diablo, hasta que un día, los vecinos, atándola de pies y manos, la montaron en un burro y la condujeron a un lejano manicomio, donde ahora escribo este cuento.

Pintura de Eugène Delacroix, 1798 -1663

lunes, 22 de noviembre de 2010


EL ENCAPUCHADO

Cuando Aquiles entró en la cámara de torturas, donde estaba el preso colgado de una viga, un oficial cerró la puerta de un puntapié y dijo:

–¡Torturar es un oficio y un deber!

Aquiles, consciente de que su oficio estaba en contra de su voluntad, no sabía si empezar hablando o golpeando como otras veces. Se acercó a las gavetas de la mesa, se quitó el cinturón ribeteado de balas y bebió varios sorbos de agua en una calabaza. Limpió el gollete con una mano, mientras con la otra acariciaba la cacha de su revólver.

Paseó alrededor del encapuchado, mirándolo sin mirarlo. A medida que se desabrochaba la camisa, recordaba el día en que fue sorprendido forcejeando con una muchacha en el sótano del colegio, la mirada inquisidora del profesor y esos pechos similares a cántaros de miel.

–¡Está expulsado! –le increpó el profesor.

Aquiles, al cabo de aflojarse la camisa a la altura del tórax, fijó los ojos en el encapuchado, quien pendía con las manos esposadas, las ropas desgarradas y empapadas por el agua.

–¿Dónde están los otros? –inquirió, respirándole muy cerca.

El encapuchado, consternado por la voz que le parecía conocida, se limitó a negar con la cabeza, poco antes de que un puñetazo retumbara en su pecho y reventara sus huesos.

–¡Hijo de puta! ¿Dónde están los otros? –insistió Aquiles, exhalando suspiros profundos, justo cuando sus energías comenzaban a languidecer.

Más tarde dejó errar la mirada por doquier, hasta que gotas escarlata le cruzaron por los ojos. Levantó la cabeza hacia el torturado y le sacó la capucha, despavorido por la muerte que se cargaba toda la información, sólo por la maldita suerte de haber empuñado la mano en un momento de furor.

Cuando la capucha cayó al agua, la víctima se había ido ya en un vómito de sangre, y, en su rostro pálido como la luz de la luna, Aquiles no encontró más que los ojos desorbitados de su mejor amigo de infancia.

lunes, 4 de octubre de 2010


AMOR EN LA HIGUERA

Cuando el Che llegó a La Higuera, amarrado a un helicóptero militar, tenía la pierna herida por una bala y un aspecto de guerrillero inmortal.

A la mañana siguiente, cuando fui a cumplir con mi deber de profesora, me enfrenté a una realidad que no me dejaría ya vivir en paz. El Che estaba sentado en una banca, dentro de la escuelita, y, al verme, me bromeó:

–¿Qué hace una jovencita tan bonita en este pueblo?

No le contesté. Estaba cohibida y no tenía experiencia de tratar con gente desconocida.

Apenas lo sacaron para tomar fotos, sus ojos me buscaron entre el tumulto para guiñarme. Fue la primera vez que le devolví la mirada, pero algo avergonzada, aunque por dentro sentía una enorme alegría, como quien encuentra el amor de su vida mientras menos se lo espera.

En el pueblo reinaba un clima tenso y la gente hablaba del mensaje del Presidente, quien dijo por la radio que los barbudos eran invasores extranjeros, que se llevarían a punta de cañón a los más jóvenes, que violarían a las mujeres y que nos matarían a todos. No sabía si creer en las palabras del Presidente. Estaba enamorada y el corazón empezó a latirme con más fuerza. Nunca vi a un hombre tan hermoso. Parecía uno de esos personajes que se niegan a afeitarse y cortarse el pelo para parecerse a los héroes de las películas. Así como estaba, con sus ropas rotosas y polvorientas, tenía la apariencia de Cristo, la sonrisa dulce y la mirada tierna.

Esa noche no dormí tranquila. Escuché las voces de los soldados y oficiales, quienes parecían festejar su triunfo entre gritos y bebidas. Después, entrada ya la noche, escuché unos disparos que hicieron estremecerme en la cama.

Al día siguiente de su asesinato, ya en Vallegrande, lo vi tendido en el banco de cemento del lavadero; tenía los ojos irradiando la misma luz que me penetró como un dardo en el pecho. Me puse triste y lloré por dentro, pues no quería que los militares se dieran cuenta de mis sentimientos.

Al abandonar el lavadero, abriéndome paso entre el grupo de soldados, fotógrafos y curiosos, un intenso amor empezó a crecer dentro de mí, mientras una voz misteriosa me gritaba desde el fondo del alma: Ése era el hombre que, como ramilletes de flores, entregó su amor y sus ideales a los enamorados de la libertad.

Desde entonces han pasado muchos años y todavía escucho esa voz, que de seguro era la voz del Che, quien en la palabra y la historia se convirtió en poesía rebelde.

Otra hubiera sido mi vida si no lo hubieran matado ese día. Hasta ahora escucho esos disparos zumbándome en la cabeza y hay noches que no me dejan dormir... Cómo quisiera encontrarlo otra vez, para entregarle mi amor sin pedirle nada a cambio, ahora y en la hora de mi muerte.

El Che asesinado, pintura de Agustín García-Espina Martínez

martes, 28 de septiembre de 2010


GALEANO EN EL SUEÑO

1

En un país cuyo nombre no recuerdo, los mineros se organizaron en milicias populares, mientras yo viajaba junto a Eduardo, quien acababa de lanzar al mundo sus Memorias de la Nieve.

2

Cuando llegué a un pequeño caserío, de terreno árido y pedregoso, entré en una casa de paredes expuestas al sol, donde distinguí las figuras de quienes estaban ya muertos. Ninguno me dirigió la mirada ni la palabra, pero alguien me abordó por las espaldas y me condujo del brazo hacia una habitación, desde cuyas hendiduras veía llegar al patio, una a una, a personas desconocidas.

3

Al cabo de un tiempo, escuché una voz que decía: Mañana estallará la insurrección. Salí al encuentro de la voz, comunicándole que en el trayecto me encontré con Eduardo, quien venía a sumarse a nuestra causa, pero que, por algún motivo desconocido, se quedó en una ciudad sin nombre, a la espera de un nuevo aviso. Y, mientras la voz hablaba en un idioma desconocido, veía pasar y repasar a hombres y mujeres con el fusil al hombro.

4

Más tarde, lejos del rumor de un río que zumbaba entre los cerros, propuse tender los camastros, y ahí nomás, un minero, escupiendo la coca contra el suelo, me comentó que su mujer y sus hijos habían iniciado la huelga.

5

Bajo un cielo cuajado de estrellas, la habitación se llenó de gente, que hablaba y reía con voz de humo. Eduardo entró barriendo el aire. Le saludé desde el fondo y lo invité a retomar la conversación iniciada en el viaje. Él me miró a los ojos y nada me contestó.

6

Cuando todos estaban dormidos, uno al lado del otro, a mis espaldas alguien rompió a llorar. Abrí los ojos y giré con vértigo. No sabía quién era, pero estaba seguro de que los sollozos provenían de un hombre que no dormía. Al poco rato distinguí la cara de Eduardo Galeano, en medio de una cuerda de perros que cercó la habitación. Alargué el brazo sobre su hombro y le pregunté: ¿Por qué lloras? Me miró con ojos tristes y contestó: Porque al nacer el día nos matarán a todos.

miércoles, 8 de septiembre de 2010


VAN GOGH

–¡Tu oreja! ¿Dónde está tu oreja? –gritó el tabernero, asustado, impresionado.

–Me la corté de un tajo...

–Y ahora, ¿cómo terminarás de pintar tu autorretrato?

–Con una venda en la herida, como si tuviera un maldito dolor de muelas.

El tabernero lo miró compasivo, como quien intenta comprender una vida marcada por la angustia existencial, hasta que de pronto, a modo de reconfortarle los ánimos, le dijo:

–De seguro que ahora se venderán tus cuadros en la galería de tu hermano Théo.

–No lo creo –suspiró Van Gogh, envuelto en un manto de melancolía–. A estas alturas de mi vida, nada ni nadie puede mejorar el estilo de mi arte; ni el comer pintura amarilla, ni la sangre derramada, ni las raciones de alcohol, ni los vómitos y mucho menos los consejos de Gauguin, quien se metió en la cama con la misma puta que un día antes me prometió su amor.

–¿Y qué piensas hacer? –preguntó el tabernero.

Van Gogh, presa de una honda depresión, pensó un instante. Vació la última copa de un trago y contestó:

–Me pegaré un tiro y me iré al más allá, en las vibraciones cromáticas de un cuadro de girasoles.

____
Autorretrato. Óleo pintado entre 1887-1888

miércoles, 25 de agosto de 2010


LA RIADA

De súbito fui alcanzado por una tromba de agua que arrasaba todo cuanto encontraba a su paso. Quise agarrarme de las ramas de un árbol, pero caí sobre la borrasca que, arrastrándome entre guijarros y desechos, me arrojó en una zanja donde viraba el curso del río.

Parecía una tormenta en verano, los relámpagos se desataban en el cielo y las aguas se precipitaban desde la punta de los cerros. Las piedras y los puentes, que hacían de muros de contención, fueron cediendo poco a poco, hasta reventar como diques de corcho. La corriente se hizo invencible y nada pudo resistir su embestida. El caudal se multiplicó y la ciudad quedó navegando en las aguas, mientras el lodo, convertido en ciénaga, iba acabando con todo vestigio de vida.

Aunque a ratos me sentía como Ícaro, podía respirar y avanzar contra la corriente. No sé cómo me salvé pero alcancé la orilla. En derredor estaban los cadáveres sepultados por la avalancha. De la ciudad no quedó nada, ni siquiera el trino de los pájaros.

Más tarde se despejó el cielo y llegaron los helicópteros de rescate. Los soldados organizaron patrullas de rastreo y se dieron a la búsqueda de las víctimas del desastre. Siete días y siete noches buscaron todo indicio de vida. No quedó un pedazo de tierra sin escarbar. Dieron con un perro herido que vagaba sin consuelo y con el cuerpo de una mujer que yacía en un recodo, donde la riada la empujó después de desvestirla; tenía la cara desfigurada, los brazos torcidos, las piernas cruzadas alrededor del cuello y los cabellos apelmazados por el lodo.

Cuando los soldados me encontraron por el rastreo de los perros, no podían creer que todavía estuviese vivo. Me subieron a una camilla y me condujeron al hospital, donde me cortaron y zurcieron el cuerpo. Mas prefiero no contar esta experiencia, porque es el episodio más cruel que recuerdo de la pesadilla.

jueves, 29 de julio de 2010


EL SUEÑO DE ATAHUALLPA

El soberano del imperio incaico, antes de que fuese conducido al patíbulo y el torniquete le partiera la nuca, soñó que Túpac Katari acorraló a Nuestra Señora de La Paz y clamó justicia y libertad, hasta el día en que, traicionado como Cristo por uno de los suyos, cayó a merced de sus enemigos.

Soñó que Túpac Katari estaba en un sombrío calabozo, frente a su interrogador, quien lo torturaba y le pedía los nombres de los principales cómplices de la rebelión. El caudillo indio lo miró con desprecio y nada le contestó. Entonces los realistas, tras coronarle con una gorra de espinas y pasearlo por las calles en actitud de escarnio, dictaron su sentencia de muerte por descuartizamiento: lo amarraron de pies y manos a la cincha de cuatro caballos, mientras un gritó retumbaba en los cuatro Suyos: "¡A mí sólo me matan, pero volveré y seré millones, carajo!”.

El sueño de Atahuallpa fue premonitorio. Así como soñó que los restos de Túpac Katari fueron reducidos a cenizas y las cenizas esparcidas al viento, soñó también que el antiguo imperio de los hijos del sol, quienes compartían los lemas de Ama Suwa (no ser ladrón), Ama Llulla (no ser mentiroso) y Ama Qhella (no ser perezoso), volvería a ser como antes: la Pachamama prometida por Manco Cápac y Mama Ocllo.


martes, 20 de julio de 2010


LA LIBERTAD

En el territorio de los inmortales se cruzaron dos hombres. El primero, montado a caballo, lucía espada al cinto y vestía uniforme de militar, casaca bordada y charreteras de general. El segundo, de barba y melena rebeldes, estaba enfundado en un uniforme de campaña; llevaba mochila, fusil al hombro, pipa encendida y boina con una estrellita roja en la frente.

Al hacer un alto en el camino, no se hablaron ni se miraron, hasta que el segundo, la voz asmática y el cuerpo acribillado a tiros, le preguntó al primero el porqué estaba allí.

–Estoy aquí –contestó agotado tras un largo viaje–, porque juré liberar a las naciones americanas del imperio colonial. Fundé cinco repúblicas, pero la traición y la enfermedad acabaron con mi vida a los 47 años de edad. ¿Y tú?

–Porque quise liberar a esas mismas naciones de otro imperio más poderoso. Intenté encender la chispa de la revolución continental, pero la muerte, fuera de combate y a los 39 años de edad, se me anticipó a la victoria final.

–La libertad no conoce espadas ni balas que la maten –le recordó–. Y nuestros ideales de forjar una Patria Grande, donde todos vivan hermanados por la libertad, hoy se hacen realidad.

–A todo esto –dijo el que estaba de pie, haciendo humear la pipa–, ya sé quien eres, mi general; pero me gustaría que lo dijeras tú mismo.

El jinete tendió la mirada en el horizonte, sujetó las riendas del caballo y prosiguió su camino hacia la eternidad.