MICROTEXTOS
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Amado
El
amadísimo Amado, un egocéntrico de dimensiones monumentales, se amaba a sí
mismo cuando nadie lo amaba.
Mujeres
Las
mujeres adultas, que ya no tienen la piel ni los senos de veinteañeras, sino
arrugas y cabellos argentados, son la belleza en el cenit de la madurez, la
experiencia andante, pensante y hablante. Las mujeres mayores, a diferencia de
las jovencitas de piel tersa y senos perfectos, son sabias para vivir y amar,
mujeres a carta cabal.
Complejo de
inferioridad
En
los sueños se veía conviviendo con las celebridades que admiraba en su vida,
pero ellos, mirándole con indiferencia, no le dirigían ni la palabra, como si
no existiera en el mundo. Y, al despertar, se sentía con el complejo de
inferioridad atormentándole como una pesadilla.
Lucifer
El
sacerdote se marchó al infierno y retornó de allí, convertido en Lucifer
tentador de hombres y encantador de mujeres.
¿Cuál es primero?
Si el
hombre es producto de la historia y la historia es producto del hombre.
Entonces cuál es primero: ¿El huevo o la gallina?
Racismo
Todos
somos iguales debajo del color de la piel. Todos tenemos la sangre roja, nadie
la tiene de color azul, y el que no lo crea, que se haga un corte en la piel y
así sabrá que el racismo no es una “ciencia biológica”, sino el invento de la
estupidez del “hombre blanco”.
El amor
La amo
infinitamente, es la que da vida a mi vida, la razón de mis alegrías y
esperanzas, la mujer que encontré sin buscarla, la compañera de siempre y para
siempre, la que apacigua mis iras, troca mis penas en sonrisas y estimula mis
ilusiones con meditadas sugerencias.
Me
siento feliz de solo respirar su aliento y acariciar su piel con el hálito de
mis palabras. No hay mayor dicha en el mundo que tenerle a mi lado, sentir como
un fuego su mirada bajo el claro de la luna, que parece clavada en firmamento,
empapándome la piel con las gotas de los luceros del alba, como en los soleados
días en que ella calienta la frigidez de mi cuerpo con la temperatura de tu
cuerpo.
El amor
cobra sentido cuando palpo las sensibilidades de su alma y los latidos de su
corazón, que destila ternura y sencillez a raudales, permitiéndome ser parte de
su vida, de sus pensamientos y sentimientos pletóricos de los nobles ideales de
libertad y justicia.
Enciclopedias de la
vida
Los
libros no deben revelarnos los secretos íntimos de la vida, sino que,
simplemente y llanamente, deben ayudarnos a descubrirlas como cuando
descubrimos los conocimientos universales en las sabias enciclopedias de la
vida misma.
La máscara
El hombre que lleva una máscara de Diablo, no es que pretenda ser Diablo, sino que es Diablo, al igual que el otro que lleva una máscara de Moreno, que no pretende ser Moreno, sino que se siente Moreno.
La
máscara forma parte de la identidad personal, de la psiquis más profunda, del
mundo inconsciente que se expresa a través de la máscara que vive y late en el
estado irracional y que no solo existe en el reino del mito y el simbolismo. Si
se les pregunta: ¿Están disfrazados para el Carnaval? Ellos se miran en el
espejo y aseveran que no están disfrazados, sino que son la máscara
cubriéndoles el rostro. El Diablo es Diablo y el Moreno es Moreno, sea de noche
o sea de día.
Memorables pedos
Don
Mamerto era un anciano residenciado en un pueblito valluno de Cochabamba. Vivía
solo en una casa que tenía un pequeño huerto, donde criaba gallinas, patos y
pavos. Don Mamerto, además de chicato y jorobado, era calvo y sordomudo.
En mi
niñez, junto a mis amiguitos de juego, lo seguíamos a hurtadillas y detrás de
sus espaldas, para que no nos vea ni se dé cuenta. Lo seguíamos, fisgoneando y
entre risitas burlonas, toda vez que cruzaba por la plaza del pueblo, pues a
cada paso que daba, se echaba un pedo tras otro, dándonos la sensación de que
su calzoncillo debía estar manchado como por un soplete cargado de chocolate.
Suponíamos
que él mismo no se daba cuenta de que arrojaba reverendas ventosas a lo largo
de su itinerario. Lo interesante es que don Mamerto, a diferencia de lo que
suelen hacer otras personas, no disimulaba sus pedos con gritos ni toses, los
dejaba escapar como quien padecía de gastritis o comía demasiados porotos y
lentejas. Nos daba la impresión de que no estaba consciente de la fetidez y la
orquesta que tenía en el ano, ya que, a veces, sus ventosas le salían de manera
sonora y prolongada, como una carcajada de perdigones.
Para
nosotros, que lo seguíamos los talones, era todo un jolgorio escuchar los gases
expelidos por don Mamerto; quizás, porque sus pedos, que parecían un solo pedo,
nos causaba mucha gracia y, al recordarlos y contarlos entre amigos, nos
partíamos de la risa, sin saber que a todos, en la plenitud de la vejez, nos
podía pasar lo mismo, así controláramos nuestros gases que, sin saberlo ni
quererlo, podían tener consecuencias por demás lamentables, no en vano reza el
dicho popular: “Confianza ni en el pedo, porque hasta por peer uno se caga”.
Así
nos divertíamos a costa de don Mamerto, hasta el día en que, al ser
descubiertos por una señora conocida por su mal talante, que cruzaba por
nuestro camino, nos detuvimos en seco y la respiración en vilo. Ella nos cogió
por el cuello y, en tono de reproche y advertencia, nos dijo:
–¿Por
qué se ríen? ¡Ustedes cuando sean viejos serán como don Mamerto!
Desde ese día, dejamos de perseguirle a don Mamerto, comprendiendo que no era bueno burlarse del padecimiento ajeno, que todos llegaríamos a viejos y que nadie estaba libre de sufrir flatulencias, salvo que nosotros, los traviesos niños del pueblo, jamás nos olvidaríamos de los memorables pedos que escuchamos en la infancia.
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