EL
VÁTER DE KING KONG
Estando
de visita en la ciudad de Gijón, la costa del Principado de Asturias, no perdí
la ocasión de ir a conocer, en compañía de mi amigo Baristo Lorenzo, la
escultura de Eduardo Chillida, cuya majestuosa obra de hormigón, de diez metros
de alto y quinientas toneladas de peso, está emplazada en el Cerro de Santa
Catalina, cerca del barrio marinero de Cimadevilla.
Así
fue como una tarde de julio de 2005, de cielo despejado y brisas cálidas,
subimos por los senderos trazados en el césped hasta llegar a lo alto del Cerro
de Santa Catalina, para contemplar la escultura Elogio del Horizonte, del artista Eduardo Chillida, que se levanta
en un montículo de cara al mar, como un cuerpo con los brazos abiertos que
abarca el horizonte, y que los lugareños conocen también como El Váter de King Kong, debido a que su
estructura tiene un parecido al inodoro de un retrete, donde podría posarse sin
dificultades el gigantesco trasero de ese animal monstruoso y sentimental, que
llegó primero a la literatura y después al celuloide del séptimo arte.
Contemplarla
en toda su dimensión escultórica, ya sea a la distancia o de cerca, da la
sensación de que uno se encuentra en medio de un entorno surrealista, donde el Elogio del Horizonte, integrado en el
paisaje, se yergue como un monumento marmóreo entre la intensidad azul del
Cantábrico y el inmenso azul del cielo, ocupando un considerable espacio en una
verdosa colina que evoca los versos del poeta Pedro Garfias, quien, en uno de
sus poemas, dice: Asturias, verde de
montes y negra de minerales.
Mientras
mi amigo Baristo Lorenzo, director de la editorial Ediciones del Norte, se ocupaba de captar imágenes costeras con su
poderosa cámara fotográfica, yo no me cansaba de escuchar el rumor del mar
cantábrico, cuyas mansas olas se golpeaban contra los acantilados y cuyas
azulinas aguas se perdían en el lejano horizonte, en cuya línea horizontal se
mecían algunas naves como balsas de totora.
El
artista Eduardo Chillida, exjugador de fútbol y autor de magníficas obras tanto
en hormigón como en hierro y acero, no sé en qué estaba pensando a la hora de
crear esta majestuosa escultura, pero tengo la sospecha de que él no imaginó
que su obra denominada Elogio del
Horizonte, sería más conocida como El
Váter de King Kong; todo un elogio para una temible y peluda bestia de las
ficticias selvas de Isla Calavera, que tenía el corazón del tamaño del cuerpo y
la capacidad de enamorarse de la belleza de una mujer del tamaño de su mano;
una relación imposible que podía advertirse desde un principio, como en las
clásicas historia de amor donde el enamoramiento entre la Bella y la Bestia
podía tener un desenlace feliz o fatal, como ocurre con King Kong en la
película clásica de 1933, que inmortalizó a su director Merian C. Cooper,
expiloto de guerra y creador de uno de los personajes más emblemáticos del cine
de ficción y monstruos.
La
escultura de considerables dimensiones es un abrazo entre la tierra y el mar, donde
predomina el juego de volúmenes y formas abstractas, junto a las líneas horizontales,
verticales y curvas; una sinfonía de hormigón que forma parte de la naturaleza
y la historia artística de Gijón desde que se inauguró el 9 de junio de 1990,
ante la presencia de artistas, vecinos y autoridades locales.
Esta
escultura del vasco Eduardo Chillida, que llama la atención tanto de los
nativos como de los turistas extranjeros, es una de esas obras de arte que debe
visitarse alguna vez en la vida, para así saberse que uno estuvo en la ciudad
marítima más poblada de Asturias, pues quien no haya subido al Cerro Santa
Catalina ni haya visto El Váter de King
Kong, no puede ufanarse de haber estado en Gijón, la tierra de los
astilleros, las garúas pasajeras, las cuencas de carbón, la buena sidra y las
históricas luchas de los mineros acostumbrados a los vahos del diablo.
Breves datos del
artista
Eduardo
Chillida Juantegui (San Sebastián, 1924 –
2002). Fue uno de los más importantes escultores españoles del siglo XX. Hijo
de un militar y una ama de casa aficionada al canto. Estudió arquitectura en
Madrid, aunque nunca culminó sus estudios, dedicándose a cultivar el arte del
dibujo y la escultura desde 1947. En su adolescencia y juventud adquirió una
buena reputación como portero de fútbol, llegando incluso a ser titular de la
Real Sociedad, hasta que sufrió una infortunada lesión, que lo obligó a
alejarse del deporte que más amó en su vida.
Tiempo
después, buscando un ambiente creativo más propicio al que se vivía en la
España franquista, se trasladó a París. Allí entabló amistad con el pintor
Pablo Palazuelo y conoció de primera mano la obra de artistas como Pablo
Picasso, Julio González y Constantin Brancusi.
Sin
embargo, agotado y frustrado, abandonó la capital francesa para volver a su
tierra natal en 1951. Se instaló en el País Vasco, donde comenzó a trabajar en
la fragua de Manuel Illarramendi, quien le enseñó los seculares secretos del
arte de la forja de los metales, así aprendió a realizar esculturas en hierro,
con deslumbrante capacidad creativa y manual. Forjó piezas como Elogio del aire, Música callada, Rumor de
límites y El peine del viento.
Esta última fue trabajada, en sus distintas versiones, durante más de quince
años y es una de las obras más conocidas del artista.
En
su búsqueda de nuevos materiales y soportes para crear más obras, a la luz de
los grandes escultores de la Grecia clásica y el Renacimiento, realizó
esculturas en madera y acero, uno de los materiales en los que trabajaba más a
gusto, permitiéndole concretizar varias de sus relevantes esculturas de los
años ochenta y noventa. Expuso en galerías y museos de diversas ciudades de
Europa y Estados Unidos.