domingo, 26 de agosto de 2012


ANTOLOGÍAS LITERARIAS DE LA INMIGRACIÓN 
Y EL EXILIO EN SUECIA

En los últimos años se han dado a conocer dos antologías literarias, cuyas páginas compendian la obra de varios de los escritores latinoamericanos residentes en Suecia. La importancia de estos documentos de época radica en que las narraciones y poesías fueron traducidas al sueco y publicadas por dos prestigiosas editoriales que, además de rescatar la producción literaria de ese sector de la población compuesta por inmigrantes y refugiados políticos, cuentan con el respaldo económico de las instituciones culturales del Estado.


El encuentro multicultural

El tema central de la antología Möten med Sverige (El encuentro con Suecia), publicada a fines de 1997 por la editorial En bok för alla (Un libro para todos), gira en torno a las primeras experiencias asimiladas por los protagonistas de la inmigración y el exilio. La mayoría de los autores redimen la impresión positiva que les causó la naturaleza sueca, donde la exuberancia de la nieve en invierno, la coloración variopinta de los bosques en otoño y la reverberación de los lagos en verano, son un canto a la vida y la belleza. Pero también están los textos que hacen hincapié en las dificultades de la adaptación, el aprendizaje de un segundo idioma o la asimilación de nuevos códigos de vida. Sin embargo, las experiencias son diversas dependiendo de las circunstancias en que se dio el primer encuentro con Suecia, pues así como a unos les resulta fácil identificarse con una ave migratoria, a otros les resulta difícil aceptar una vida alejada del terruño donde nacieron.

Algo que vale la pena destacar en esta antología es la capacidad de síntesis de los textos -tanto en verso como en prosa-, que reflejan las experiencias vivenciales, en primera persona, de lo que implica ser inmigrante o refugiado. Aquí aparecen los niños que sobrevivieron a la guerra en Finlandia, los activistas políticos que huyeron de la persecución desatada por las dictaduras militares latinoamericanas, los bosnios, kurdos, palestinos, iraníes y otros refugiados que abandonaron sus territorios ocupados o, simple y llanamente, el inmigrante que desembarcó en estas tierras como mano de obra barata o atraído por las fuerzas misteriosas de un amor escandinavo. En síntesis, los problemas y las soluciones de la inmigración y el exilio son algunos de los temas que se abordan en las páginas de esta antología, cuya selección estuvo a cargo de Eva Dahlström y la presentación a cargo de Gunnar Svensson.

Möten med Sverige, aparte de constituir un testimonio personal y colectivo, es un excelente documento que contribuye a esclarecer la historia contemporánea de la inmigración en Suecia, un capítulo que no siempre se contempla en los libros oficiales de historia, como si el éxodo no tuviese causas ni consecuencias, y como si los individuos que se desplazan de un territorio a otro no influyeran en la vida social, política y cultural del país que los acoge; por el contrario, esta antología es un ejemplo de que cada uno de nosotros somos testigos de nuestra época y protagonistas de la historia reciente, así no lo sepamos o no estemos conscientes de ello.

Asimismo, Möten med Sverige es un punto de referencia para las generaciones venideras, para los niños y jóvenes que un día se preguntarán quiénes son y de dónde provienen sus padres. Es una piedra de toque para no olvidar el pasado ni el presente, sino para conservarlo en la memoria y en los registros de la historia contemporánea.

Esta antología, de acuerdo a los objetivos establecidos por los responsables, pretende ser la continuación del libro Världen i Sverige (El mundo en Suecia), que esta misma editorial tuvo el acierto de publicar en 1995, bajo la redacción de Madeleine Grive y Mehmed Uzun; ocasión en la que, por cierto, se olvidó incluir a varios escritores latinoamericanos que tienen un prestigio bien ganado tanto en Suecia como en sus países de origen. Con todo, esta brillante iniciativa marcó el inicio de una serie de proyectos de integración en los cuales están trabajando algunas editoriales que cuentan con el respaldo económico del Consejo de Cultura del Estado. Por otro lado, la publicación de Möten med Sverige, que tiene un carácter internacional, es una muestra de que los lectores nativos tienen mayor interés por conocer las experiencias personales de quienes, sin perder su identidad cultural ni su idioma materno, parecen dispuestos a enriquecer el mosaico sociocultural de este país escandinavo, donde los políticos de extrema derecha -incluido un sector de la policía- no hacen otra cosa que asociar al extranjero con la desocupación, el malestar económico, la criminalidad, el racismo y la xenofobia.

En Möten med Sverige se encuentran todas las vertientes de una colectividad multicultural, lejos de los prejuicios sociales, raciales y religiosos. Es un regio compendio donde se explaya con lucidez los temas referentes a la inmigración y el exilio, sin otro interés que manejar con efectividad los recursos técnicos que ofrecen los diversos géneros literarios, como si sus autores no tuviesen otro oficio que el de atrapar ideas y sentimientos a través de la palabra escrita, puesto que la calidad estética de los textos, salvo rarísimas excepciones, da la impresión de que la selección de los trabajos no fue tarea fácil para los responsables del proyecto. De los doscientos manuscritos que llegaron a la editorial, treinta y siete fueron seleccionados para su publicación en forma de libro, de los cuales cuatro llevan la firma de autores latinoamericanos: un chileno (Luis Peña Cifuentes), una salvadoreña (Myrna López), una uruguaya (Alicia da Cruz) y un boliviano (Víctor Montoya).

La antología tiene la virtud de mostrar ante la opinión pública la cara menos conocida de la inmigración, aquélla que no aparece en los medios de comunicación, donde se describe al inmigrante desde la perspectiva del prejuicio social y racial, aun sabiendo que los cambios sustanciales que se están experimentado en la sociedad del bienestar no se deben a la presencia de los inmigrantes, sino al fracaso de un modelo económico cuyas consecuencias son contraproducentes para las grandes mayorías. De cualquier modo, la antología Möten med Sverige, de formato sobrio y contenido aleccionador, permite respirar un aire fresco, lleno de ilusiones y esperanzas. Ojalá el contenido de los textos haga ecos en la conciencia de los lectores y permita mirar al inmigrante de un modo menos estereotipado y negativo, pues en toda sociedad heterogénea, donde se encuentran todas las razas, lenguas, credos y culturas, el respeto a las diferencias étnicas es un respeto no sólo a los Derechos Humanos y los principios elementales de la democracia, sino también uno de los pilares fundamentales que garantiza la tolerancia y la seguridad ciudadana.


Las nuevas voces 

La antología Det Nya Landet (El Nuevo País, 1998), que la editorial Lindelöws puso a consideración de los lectores suecos y la crítica especializada, está compuesta por cuarenta y cuatro escritores profesionales y aficionados, pertenecientes a la primera y segunda generación de inmigrantes y asilados políticos. Se trata de rescatar a las nuevas voces suecas que, llegadas desde otros confines a partir de los años cuarenta, hacen ecos en su nueva ‑o segunda‑ patria, donde ya nada es igual y donde todo cambia en medio de la diversidad lingüística y multicultural. Además, entre el millón y medio de inmigrantes que corresponden a más de ciento treinta nacionalidades, es natural que existan quienes se dedican con mayor o menor asiduidad al arte de la escritura, así el establishment cultural los considere todavía escritores inmigrantes; una denominación que, al margen de las tablas estadísticas, no siempre se ajusta a la realidad de los creadores, pues el hecho de ser extranjero no implica ser peor escritor que uno que nació en Suecia, al menos, si se parte del criterio de que el escritor es escritor en cualquier circunstancia, indistintamente del país donde vive y del idioma en que escribe.

No está por demás apuntar que la selección de los textos de esta antología fue lenta y rigurosa, ya que el consejo de redacción, a la cabeza de los responsables de la editorial, estuvo integrada por reconocidas personalidades del ámbito cultural; la prueba está en que de los setecientos textos que llegaron a la mesa de redacción, apenas cuarenta y cuatro fueron insertados en la antología, cuyos autores ‑hombres y mujeres, jóvenes y viejos‑ comparten el destino de ser escritores inmigrantes en un nuevo país. Entre los escritores de América Latina se encuentran la argentina Ana Martínez (Buenos Aires, 1946), el colombiano Víctor Rojas (Bogota, 1953), los chilenos Carlos Geywitz (Santiago, 1948) y Adrian Santini (La Serena, 1950), el salvadoreño Oscar García (1963) y quien escribe estas líneas (La Paz, Bolivia, 1958).

El libro -de 284 páginas, incluida la presentación, el prólogo y el epílogo-, es una suerte de espejo que refleja la imagen múltiple de una realidad donde conviven diversas culturas. Los textos forman un conjunto rico en variantes lexicales y matices literarios, donde se revela, de un modo general, la situación de dualidad cultural a la cual se enfrentan los escritores; por un lado, añorando la cuna de su origen y, por el otro, intentando acomodarse -o asimilarse- a los códigos de vida que corresponden a la nueva realidad del país donde viven.

Todos y cada uno de los autores, dependiendo de su experiencia vivencial y el grado de dominio escritural, ponen su impronta peculiar en la elaboración de los textos, cuyos ejes temáticos difieren en extensión, forma y contenido, aunque el hilo sutil que los une está en el hecho de haber sido elaborados por autores de origen extranjero. Entre los cuarenta y cuatro escritores hay quienes llaman la atención por el dominio de la sintaxis y el léxico del idioma sueco, en tanto otros sobresalen por el acertado manejo de las técnicas narrativas que ameritan su vocación literaria, puesto que tanto la forma como el fondo de los textos están ensamblados estrechamente, como la cruz y la cara de una misma moneda.

Otro de los aciertos de esta antología radica en haberse concentrado en los textos escritos en prosa, ya sea en el género del cuento, la prosa lírica y el relato. La escritora Sun Axelsson, conocida por su obra autobiográfica y por su relación con los escritores latinoamericanos residentes en Suecia, apunta en la introducción: Por fin llega una nueva antología, está vez con relatos, cuentos, contemplaciones y humorismos. Se trata de una colección extensiva y muy variada. Detrás de la selección se siente un maravilloso y positivo afán de no excluir sino de dar la bienvenida a la mayor cantidad de voces posibles. En efecto, la obra literaria de los escritores de origen extranjero tiende a ser cada vez más visible entre los lectores nativos, quienes, de un tiempo a esta parte, están a la espera de que las editoriales promuevan la traducción y publicación de libros que, aun habiendo sido escritos en este país, son desconocidos para la mayoría de los lectores que no tienen acceso a los textos en kurdo, persa, swahili o tigriña, que en el mundo editorial cuentan con menos ventajas que los libros publicados en alemán, francés y español, considerados idiomas más europeos y universales. Asimismo, y sujetándonos a las intenciones de esta nueva antología, es digno destacar el interés que existe entre los lectores nativos por conocer las obras de los escritores extranjeros que forman parte de la población sueca, así tengan los ojos y el pelo de color oscuros y una segunda lengua cuya fonética los delata como inmigrantes o asilados políticos llegados a estas tierras a partir de la Segunda Guerra Mundial; una nueva realidad a la cual se refiere Sun Axelsson en el reverso del libro: Está claro que Suecia es un nuevo país. Finlandeses, iraníes, latinoamericanos, asiáticos, africanos y otras generaciones de inmigrantes -todos están en esta antología. Los relatos son una continuación de la antología ‘Världen i Sverige’, que fue publicado en 1995. Esta vez el foco está dirigido hacia nuestro propio país, tan rico en diversidad, contradicciones, recuerdos, alegrías y desesperación (…) Tenemos también una visión de las condiciones humanas existentes en el mundo que está fuera de nuestras fronteras, un mundo de temor y sufrimiento. Mas a pesar de los testimonios sombríos, en el libro existe una luz que nunca se apaga, una consolación y una esperanza que nunca ceden. El calor y el humor en los relatos conceden a la antología ‘Det Nya Landet’ una dimensión de profundo humanismo que ninguno de nosotros puede eludir

No es para menos, son varios ya los escritores inmigrantes que forman parte de la vida cultural de este país, y no será extraño que los escritores suecos del presente milenio respondan al nombre de: Li Li, Nasim Agnili, Patricia Lorenzoni, Nicolas Kolovos y Hashang Vali, Alejandro Leiva; un grupo de jóvenes creadores que escriben directamente en sueco, como los hijos adoptivos que, a pesar de llamarse Hanna Nyvall o Hanna Wallensteen, tienen a sus padres biológicos en Corea del Sur o en Etiopía.

Así pues, la antología Det Nya Landet, que compendia a los nuevos creadores de un nuevo país, no es una ensalada rusa, ni un retrato de la marginalidad de Rinkeby, Rosengård y Hammarkullen, sino una muestra panorámica de lo que se está produciendo en materia literaria en el seno de las distintas lenguas y culturas que cohabitan en Suecia; un hecho que, por sus características y objetivos, es un esfuerzo remarcable, pues de no existir estas iniciativas personales e institucionales, la literatura de la inmigración y el exilio estarían condenadas a quedarse por mucho tiempo más en las galeras del silencio y el olvido. Por lo demás, ya sabemos que los textos bien escritos no necesitan presentaciones redundantes, sino un voto de aliento que les permita llegar hasta su público y fundirse con la pasión de los lectores.

viernes, 17 de agosto de 2012

UN GIGANTE DE LA LITERATURA SUECA

 Artur Lundkvist y María Wine se conocieron en 1936, en una tertulia de amigos, donde ella tocó el piano y ganó, como segundo premio, una botella de champagne. Años más tarde, cuando María Wine asistió a un recital de poesía en Tyresö, le pregunté: ¿Qué fue lo primero que te llamó la atención de Artur? Ella me miró a través de sus gafas color verde limón y, pronunciando el sueco con un marcado acento danés, contestó: Su estatura. Tenía las piernas largas, larguísimas, y pensé que con él se podía bailar el tango. En efecto, Artur Lunkvist, uno de los gigantes de la literatura sueca, se erguía como palmera, haciendo sombra a los demás; era alto y espigado, de sonrisa afable y voz pausada.

Ahora que se alejó de este mundo, tras dejarnos una cuantiosa producción literaria en los 85 años que le tocó vivir, sólo nos queda escribirle una elegía como él le escribió a Pablo Neruda, con quien compartió momentos inolvidables en París y en Isla Negra.

Por otro lado, de no haber sido él ese puente imaginario por el cual cruzaron muchos de nuestros autores, lo más probable es que la literatura hispanoamericana hubiese demorado en llegar a Escandinavia y en despertar la misma expectativa con la que hoy se esperan a los nuevos escritores este lado del charco

Artur Lundkvist estaba satisfecho de haber visto lo que le deparó el mundo y la vida, desde cuando se lanzó a conocer otras culturas, otros idiomas y otros corazones más allá de su Oderljunga natal. Cruzó de un continente a otro, captando imágenes y realidades que supo trocarlas en palabras, hasta que en 1968 ingresó como miembro de la Academia Sueca. Desde entonces, su voz y su voto fueron decisivos en la concesión del Premio Nobel de Literatura a varios de los escritores que, en su condición de traductor autorizado, introdujo en Escandinavia, como Pablo Neruda, Claude Simon, García Márquez, Octavio Paz y Nadime Gordimer, entre otros.

Cuando cumplió 80 años, un centenar de amigos nos reunimos en los salones de ABF, en Estocolmo, dispuestos a rendirle homenaje y hablar de su vida y obra. Fue en esa ocasión que lo abordé a paso resulto y le saludé a nombre del pueblo de Bolivia, país que él recordaba con cierto pesimismo, debido a que le dio la impresión de ser un caldero en ebullición y su capital una tumba abierta.

La muerte de Artur Ludkvist parece más simbólica que real, pues sobrevive en las cosas de este mundo; entre los pájaros y los peces, en cada piedra, en cada árbol y en cada río que contempló con amor y poesía. Artur Lundkvist era uno de esos personajes que no mueren, porque tenía el don de perpetuarse en el corazón y la memoria de quienes lo conocimos y le estrechamos la mano. Su obra y su imagen quedarán para siempre en la memoria de América Latina, en este continente donde encontró a varios amigos que compartían sus ideales y sus inquietudes literarias.

Este escritor humanista, sin haber cursado más que la escuela primaria, era una suerte de biblioteca andante. Se refugió en la literatura desde la niñez y comprendió que el mundo y la vida serían sus universidades. Leyó y escribió copiosamente, y compartió 55 años con María Wine, a quien le unía, además del amor y la pasión por la poesía, la idea de formar una pareja singular, al margen de las normas convencionales y la rutina cotidiana. Asimismo, como todo hombre que se opone a una mentalidad retrógrada y a los yugos del consumismo desenfrenado, detestaba las injusticias y los prejuicios sociales. Creía en los ideales del socialismo, consciente de que la humanidad, viviendo en paz y en democracia, no daría las espaldas a la razón.

Artur Lundkvist era políglota y escritor cosmopolita. Si yo tuviera que elegir un idioma para expresarme poéticamente, elegiría el castellano, solía decir, convencido de que sólo los escritores difíciles de ser leídos merecían acceder al Premio Nobel de Literatura; primero, por ser los principales renovadores del idioma; y, segundo, por ser los artífices de una literatura con proyección universal. 

Por su parte, desde el año en que debutó con Glöd (Ascua, 1928), escribió decenas de libros y varias centenas de artículos periodísticos, lo suficiente para consagrarse como escritor prolífico entre quienes leímos sus obras, que hoy habitan como criaturas vivas con nosotros, entre nosotros, aunque el autor nos abandonó llevándose su fuego en el oscuro y frígido invierno de 1991. 

miércoles, 8 de agosto de 2012

LA MUJER BARBUDA

Cuando clavé la mirada en las luengas barbas de esta mujer, retratada con gorro de tela fina, vestido medieval de cuello ancho y pecho descubierto, se me erizaron los vellos y se me agolpó una sarta de ideas asociadas a las mujeres que, entre anuncios de pasen y vean aquello nunca visto en nuestras carpas, eran exhibidas como monstruos en los espectáculos circenses.

La mujer barbuda, quien responde al nombre de Magdalena Ventura, llegó a Nápoles procedente de Acumulo (región de los Abruzos). El duque de Alcalá, por entonces Virrey de Nápoles, impresionado por su aspecto de extremo hirsutismo, encargó a José Ribera inmortalizarla en una de sus pinturas en 1631. El pintor, consciente de haber encontrado el mejor motivo de su vida, echó mano a la paleta y los pinceles, y la retrató delante de su marido y junto al niño en pañales aupado en sus brazos. No se sabe con certeza si el niño era suyo, pero sí el dato de que esta mujer, según indica la inscripción pintada en el ángulo inferior izquierdo del cuadro, se dejó crecer la barba a los 37 años de edad. De seguro que desde entonces, al mirarse cada mañana ante el espejo, se llevaba las manos sobre el rostro y exclamaba: ¡Oh, madre mía! ¿Qué hice yo para merecer este castigo?

Esta pintura renacentista, que forma parte del Museo Tavera en Toledo, es una magnífica representación de la rareza humana, una obsesión compartida por los señores de las cortes y los pintores de gran maestría y talento, como fue el caso del Españoleto José Ribera, reconocido por su estilo basado en violentos contrastes de luz, un denso plasticismo de las formas, un gran detallismo y una propensión a la monumentalidad compositiva; virtudes que se aprecian en esta espeluznante pintura, donde la mujer barbuda, de frente amplia y mirada serena, tiene los bigotes al ras del labio y la barba crecida hasta el naciente de los senos. El niño de pecho, que yace en las manos robustas y velludas, parece rehuir como por aversión instintiva el pezón de la mujer barbuda, cuyo esposo, retratado en segundo plano por disposición del artista, emerge de las sombras con el rostro demacrado, como quien, por imposición ajena a su voluntad, deja revelar el secreto íntimo de su amada.

Esta mujer barbuda, sin lugar a dudas, sufrió lo indecible en el fondo del alma y maldijo la hora en que fue concebida, como la célebre Olga Roderick, quien, a pesar de haberse casado tres veces y haber dado a luz a dos niños, acabó su vida en una empedernida bohemia, tras haber sido exhibida en circos y películas como una monstruo incomparable. Lo mismo sucedió con la mexicana Julia Pastrana, primero sometida a la indagación de los hombres de ciencia y luego a la curiosidad de un público que la tenía por fenómeno natural. Julia era de sentimientos nobles, pero hirsuta de pies a cabeza, un perfecto híbrido entre humano y orangután. No es casual que su uniceja, bigotes, patillas y barba, se hayan convertido en recursos rentables en manos de un empresario artístico que, aparte de contraer matrimonio con ella, la exhibió por medio mundo como a su peluda cónyuge, hasta que en 1859, estando de gira por Moscú, Julia Pastrana descubrió que estaba embarazada. El 20 de marzo de 1860 vino al mundo, por apenas 35 horas de vida, su único hijo varón. Ella murió al quinto día del parto. Al caer el telón tras el trágico final, los cadáveres, por ordenes expresas del esposo y apoderado, fueron momificados y rematados a la Universidad de Moscú.

La  mujer barbuda, por lo menos hasta principios del siglo XX, se ganaba el pan diario en los circos ambulantes que iban de pueblo en pueblo, donde se la presentaba entre bombos y sonajas: ¡Venga usted, diviértase, admírese! Conozca las desgracias y las miserias de nuestros monstruos. Contemple usted a la auténtica, la genuina, la increíble mujer barbuda y, si se atreve usted, por un par de monedas más podrá tocarle la barba y conversar con ella. Observe usted no a la mujer sirena, no a la mujer más gorda. ¡No! Vea usted, con sus propios ojos, a la mujer barbuda. Sí señor, oyó usted bien, la mujer barbuda; aquélla que, por una maldición divina caída sobre su madre, tuvo la desgracia de nacer como el orangután...

Así, al lado del contorsionista que tocaba el violín con el pie y el malabarista que hacía proezas sobre el lomo del caballo, estaba la mujer barbuda. Ella constituía la pieza clave de un circo clásico, con olor a boñiga de elefante y orín de tigre; ella encarnaba el horror, el suspenso y la monstruosidad; ella era la principal atracción del circo. Por eso el público, a la hora de enfrentarse al espectáculo estelar, se llevaba las manos sobre la boca y los ojos, mientras en la carpa se alzaban voces de admiración y espanto: ¡Ah!... ¡Oh!... ¡Uschh!...

Cada época imaginó sus propios monstruos. Las leyes de la naturaleza y la ciencia instauraron los límites más allá de los cuales el exceso desbordó en mostrar fenómenos naturales. Por eso la mujer barbuda, soportando una suerte de desprecio colectivo, pasó a simbolizar las deformidades, desviaciones, gigantismos, enanismos y otras anomalías. Su aspecto físico no sólo suscitaba escándalos y controversias, sino que fue incorporado a las representaciones y ficciones en las diversas artes, llegando incluso a conformar géneros literarios o cinematográficos que la tenían como figura central.

Durante la Inquisición, la mujer barbuda fue comparada con la bruja, de quien se decía que representaba las pasiones y los instintos reprimidos por el mundo masculino. Claro está, si era tan grande el desprecio, entonces es lógico deducir que esta mujer, retratada con impactante realismo por José Ribera, sufrió los miramientos de su entorno y las presiones sociales de su época, obligándola a vivir recluida entre las cuatro paredes del hogar, donde el único que la miraba a la luz de las candelas era su legítimo marido, ese hombre que encontraba la magia de lo sensual en las zonas pilosas de su mujer, quien, desnuda sobre las pieles de la alcoba, era diferente a las muchachas que, a fuerza de pinzas, navajas y ceras, se depilaban el cuerpo hasta quedar como las crías de una rata.

Una parte de la literatura inquisitorial retrató a la santa barbuda como un reflejo de misoginia. Las mujeres consideradas malignas estaban sintetizadas en la expresión: demonio de mujer. No pocos exploraron el personaje mítico de la mujer barbuda, como expresión del travestismo, para indicar un doble no deseado para la mirada masculina; más todavía, algunos señalan que la mujer masculinizada ocupó un espacio importante en la hagiografía cristiana, a través de la hembra disfrazada de hombre en conventos y mediante la adquisición de abundante pelo que neutralizaba el apetito sexual masculino.

La mujer barbuda, que en esta pintura provoca un vértigo entre lo real  y lo imaginario, es un caso extremo de hirsutismo, un fenómeno natural que llama la atención de la mujer lampiña y provoca la envidia del hombre imberbe; de ese hombre que, desde los umbrales de su pubertad, abrigó el sueño de lucir una hermosa barba al estilo de Marx o Engels.

Por lo demás, el tema tabú del pelo en la mujer ha llegado a tal extremo que hoy es repugnante que alguien tenga zonas pilosas. Quien opine lo contrario debe abstenerse por temor a que lo tilden de perverso y asqueroso, así le fascinen las mujeres que ostentan abundante vello allí donde se los puso Dios.

miércoles, 1 de agosto de 2012



ANTOLOGÍA DE NARRADORES BOLIVIANOS
  
La aparición de la Antología del Cuento Boliviano Moderno (La Paz, 1995), publicada simultáneamente en alemán -con algunas modificaciones- por la prestigiosa editorial Rotpunkt, con el título de Die Heimstatt des Tío (El paraje del Tío), muestra la vitalidad de una literatura en constante superación.

Manuel Vargas (Vallegrande, 1952), cuya obra personal consta de varios volúmenes de cuentos y novelas, tuvo el acierto de reunir en esta antología lo más representativo de la narrativa contemporánea, injustamente relegada en el contexto de la literatura continental. Por eso, el hecho de que en el prólogo se advierta: Usted está entrando a un territorio desconocido, a una pequeña y casi perdida provincia de la literatura latinoamericana, es algo por demás sugerente; pero, a la vez, una realidad contundente que no se pude soslayar, puesto que la literatura boliviana, de un modo general, es una ilustre desconocida para la mayoría de los lectores europeos. Esto no quiere decir, empero, que Bolivia carezca de excelentes cultores de la palabra escrita; por el contario, la presente antología nos da las pautas necesarias para rescatar a una pléyade de escritores (entiéndase narradores), tanto por su calidad literaria como por el compromiso y la persistencia en su oficio.

La antología, como suele ocurrir en estos casos, obedece al gusto literario del antologador, quien tuvo el cuidado de seleccionar cuentos que, sin estar desarticulados del realismo social, el indigenismo o costumbrismo, revelan valores universales, innovaciones en el discurso narrativo y recursos que fortalecen el estilo.

Los cuentos, revisados uno por uno, son una suerte de cabos sueltos de ese gran tejido de la narrativa moderna, factor que se deja advertir en la nueva promoción de escritores, quienes, a diferencia de sus antecesores, se encuentran trabajando conscientemente con el texto de sus obras, exentas de consignas políticas y otros eufemismos de la literatura tradicional boliviana. 

Esta antología, siguiendo los criterios de selección de Manuel Vargas, reúne cuentos fantásticos, cuentos que presentan el tema rural y político, pero no desde la perspectiva del realismo social. Es decir, la intención del antologador fue, desde un principio, elaborar una obra que contemple la calidad literaria, tanto en la forma como en el contenido.

El libro parte con los tres precursores del cuento boliviano moderno, situados cronológicamente entre la guerra del Chaco (1932-36) y la revolución nacional de 1952. Ellos son: Oscar Cerruto, Augusto Céspedes y Jaime Saenz.

El segundo grupo está conformado por los narradores que escribieron bajo el impacto de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia (1967) y bajo las influencias del Boom de la literatura latinoamericana. Entre éstos figuran: Néstor Taboada Terán, Jorge Suárez, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Grover Suárez, Rolando Costa arduz, Edmundo Camargo, Renato Prada Oropeza, Adolfo Cáceres Romero, Enrique Rocha Monroy, Jesús Urzagasti, Raúl Teixidó, Alfredo Medrano, Oscar Ichazo Gonzáles y César Verduguez Gómez.

El tercer grupo está integrado por quienes experimentaron el despotismo militarista, iniciado con el golpe de Estado en 1971. Varios de estos escritores, que salen al exilio o aprenden a hablar con la boca cerrada, son protagonistas y testigos de la etapa más sombría de la historia boliviana, y cuyos cuentos, reunidos inicialmente en el libro El Quijote y los perros (literatura de la represión política), son claras denuncias contra los excesos cometidos por las dictaduras militares y un vivo testimonio personal y colectivo. En esta generación de escritores destacan: Jaime Nisttauz Parrilla, René Poppe, Hugo Murillo Bénich, Germán Aráuz Crespo, Félix Salazar Gonzáles, Juan Simoni Rocha, Carlos Condarco Santillán, Ramón Rocha Monroy, Alfonso Gumucio Dagrón, René Bascopé Aspiazu, Gustavo Soto Santiestéban, Manuel Vargas Severiche y Roberto Laserna.

En cuanto al cuarto grupo, compuesto por la última promoción de narradores, nacidos a partir de los años cincuenta, el antologador sostiene: Estamos en el presente, en un mundo tal vez con menos fronteras pero con nuevas guerras. En los tiempos de la caída del Muro, de la construcción de las democracias y del surgimiento de nuevos desencantos, como el neoliberalismo y la postmodernidad. El escritor boliviano se siente menos aislado, aunque aún lejos de una igualdad de oportunidades. En este grupo, a diferencia de los anteriores, hay una mayoría de escritores nacidos en el oriente del país (hasta ahora considerado rezagado en expresiones artísticas como la literatura) y por primera vez aparecen narradoras. Se constata además una tendencia hacia el cuento cada vez más corto. Estos escritores son: Adolfo Cárdenas Franco, Juan C. Rodríguez, Freddy Estremadoiro Romero, Gonzalo Lema Vargas, Blanca Elena Paz, Oscar Barbery Suárez, Marcela Gutiérrez, Homero Carvalho Oliva, Víctor Montoya, Ricardo Serrano Herbas, Gustavo Cárdenas Ayad, Paz Padilla Osinaga, Virginia Ruiz Prado y Edmundo Paz soldán.

Por último, esperamos que esta Antología del Cuento Boliviano Moderno, que presenta alrededor de cuarenta autoras y autores, sea una llave más para abrir las puertas de la literatura continental y un buen motivo para conocer las nuevas tendencias de la actual narrativa boliviana.