UN GIGANTE DE LA LITERATURA SUECA
Ahora que se alejó de
este mundo, tras dejarnos una cuantiosa producción literaria en los 85 años que
le tocó vivir, sólo nos queda escribirle una elegía como él le escribió a Pablo
Neruda, con quien compartió momentos inolvidables en París y en Isla Negra.
Por otro lado, de no
haber sido él ese puente imaginario por el cual cruzaron muchos de nuestros
autores, lo más probable es que la literatura hispanoamericana hubiese demorado
en llegar a Escandinavia y en despertar la misma expectativa con la que hoy se
esperan a los nuevos escritores este lado del charco.
Artur Lundkvist estaba
satisfecho de haber visto lo que le deparó el mundo y la vida, desde cuando se
lanzó a conocer otras culturas, otros idiomas y otros corazones más allá de su
Oderljunga natal. Cruzó de un continente a otro, captando imágenes y realidades
que supo trocarlas en palabras, hasta que en 1968 ingresó como miembro de la
Academia Sueca. Desde entonces, su voz y su voto fueron decisivos en la
concesión del Premio Nobel de Literatura a varios de los escritores que, en su
condición de traductor autorizado, introdujo en Escandinavia, como Pablo
Neruda, Claude Simon, García Márquez, Octavio Paz y Nadime Gordimer, entre
otros.
Cuando cumplió 80 años,
un centenar de amigos nos reunimos en los salones de ABF, en Estocolmo, dispuestos
a rendirle homenaje y hablar de su vida y obra. Fue en esa ocasión que lo
abordé a paso resulto y le saludé a nombre del pueblo de Bolivia, país que él
recordaba con cierto pesimismo, debido a que le dio la impresión de ser un caldero
en ebullición y su capital una tumba abierta.
La muerte de Artur
Ludkvist parece más simbólica que real, pues sobrevive en las cosas de este
mundo; entre los pájaros y los peces, en cada piedra, en cada árbol y en cada
río que contempló con amor y poesía. Artur Lundkvist era uno de esos personajes
que no mueren, porque tenía el don de perpetuarse en el corazón y la memoria de
quienes lo conocimos y le estrechamos la mano. Su obra y su imagen quedarán
para siempre en la memoria de América Latina, en este continente donde encontró
a varios amigos que compartían sus ideales y sus inquietudes literarias.
Este escritor humanista,
sin haber cursado más que la escuela primaria, era una suerte de biblioteca
andante. Se refugió en la literatura desde la niñez y comprendió que el mundo y
la vida serían sus universidades. Leyó y escribió copiosamente, y compartió 55
años con María Wine, a quien le unía, además del amor y la pasión por la
poesía, la idea de formar una pareja singular, al margen de las normas convencionales
y la rutina cotidiana. Asimismo, como todo hombre que se opone a una mentalidad
retrógrada y a los yugos del consumismo desenfrenado, detestaba las injusticias
y los prejuicios sociales. Creía en los ideales del socialismo, consciente de
que la humanidad, viviendo en paz y en democracia, no daría las espaldas a la
razón.
Artur Lundkvist era
políglota y escritor cosmopolita. Si yo tuviera que elegir un idioma para
expresarme poéticamente, elegiría el castellano, solía decir, convencido de
que sólo los escritores difíciles de ser leídos merecían acceder al Premio
Nobel de Literatura; primero, por ser los principales renovadores del idioma;
y, segundo, por ser los artífices de una literatura con proyección universal.
Por su parte, desde el
año en que debutó con Glöd (Ascua, 1928), escribió decenas de libros y varias
centenas de artículos periodísticos, lo suficiente para consagrarse como
escritor prolífico entre quienes leímos sus obras, que hoy habitan como
criaturas vivas con nosotros, entre nosotros, aunque el autor nos abandonó
llevándose su fuego en el oscuro y frígido invierno de 1991.
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