viernes, 17 de agosto de 2012

UN GIGANTE DE LA LITERATURA SUECA

 Artur Lundkvist y María Wine se conocieron en 1936, en una tertulia de amigos, donde ella tocó el piano y ganó, como segundo premio, una botella de champagne. Años más tarde, cuando María Wine asistió a un recital de poesía en Tyresö, le pregunté: ¿Qué fue lo primero que te llamó la atención de Artur? Ella me miró a través de sus gafas color verde limón y, pronunciando el sueco con un marcado acento danés, contestó: Su estatura. Tenía las piernas largas, larguísimas, y pensé que con él se podía bailar el tango. En efecto, Artur Lunkvist, uno de los gigantes de la literatura sueca, se erguía como palmera, haciendo sombra a los demás; era alto y espigado, de sonrisa afable y voz pausada.

Ahora que se alejó de este mundo, tras dejarnos una cuantiosa producción literaria en los 85 años que le tocó vivir, sólo nos queda escribirle una elegía como él le escribió a Pablo Neruda, con quien compartió momentos inolvidables en París y en Isla Negra.

Por otro lado, de no haber sido él ese puente imaginario por el cual cruzaron muchos de nuestros autores, lo más probable es que la literatura hispanoamericana hubiese demorado en llegar a Escandinavia y en despertar la misma expectativa con la que hoy se esperan a los nuevos escritores este lado del charco

Artur Lundkvist estaba satisfecho de haber visto lo que le deparó el mundo y la vida, desde cuando se lanzó a conocer otras culturas, otros idiomas y otros corazones más allá de su Oderljunga natal. Cruzó de un continente a otro, captando imágenes y realidades que supo trocarlas en palabras, hasta que en 1968 ingresó como miembro de la Academia Sueca. Desde entonces, su voz y su voto fueron decisivos en la concesión del Premio Nobel de Literatura a varios de los escritores que, en su condición de traductor autorizado, introdujo en Escandinavia, como Pablo Neruda, Claude Simon, García Márquez, Octavio Paz y Nadime Gordimer, entre otros.

Cuando cumplió 80 años, un centenar de amigos nos reunimos en los salones de ABF, en Estocolmo, dispuestos a rendirle homenaje y hablar de su vida y obra. Fue en esa ocasión que lo abordé a paso resulto y le saludé a nombre del pueblo de Bolivia, país que él recordaba con cierto pesimismo, debido a que le dio la impresión de ser un caldero en ebullición y su capital una tumba abierta.

La muerte de Artur Ludkvist parece más simbólica que real, pues sobrevive en las cosas de este mundo; entre los pájaros y los peces, en cada piedra, en cada árbol y en cada río que contempló con amor y poesía. Artur Lundkvist era uno de esos personajes que no mueren, porque tenía el don de perpetuarse en el corazón y la memoria de quienes lo conocimos y le estrechamos la mano. Su obra y su imagen quedarán para siempre en la memoria de América Latina, en este continente donde encontró a varios amigos que compartían sus ideales y sus inquietudes literarias.

Este escritor humanista, sin haber cursado más que la escuela primaria, era una suerte de biblioteca andante. Se refugió en la literatura desde la niñez y comprendió que el mundo y la vida serían sus universidades. Leyó y escribió copiosamente, y compartió 55 años con María Wine, a quien le unía, además del amor y la pasión por la poesía, la idea de formar una pareja singular, al margen de las normas convencionales y la rutina cotidiana. Asimismo, como todo hombre que se opone a una mentalidad retrógrada y a los yugos del consumismo desenfrenado, detestaba las injusticias y los prejuicios sociales. Creía en los ideales del socialismo, consciente de que la humanidad, viviendo en paz y en democracia, no daría las espaldas a la razón.

Artur Lundkvist era políglota y escritor cosmopolita. Si yo tuviera que elegir un idioma para expresarme poéticamente, elegiría el castellano, solía decir, convencido de que sólo los escritores difíciles de ser leídos merecían acceder al Premio Nobel de Literatura; primero, por ser los principales renovadores del idioma; y, segundo, por ser los artífices de una literatura con proyección universal. 

Por su parte, desde el año en que debutó con Glöd (Ascua, 1928), escribió decenas de libros y varias centenas de artículos periodísticos, lo suficiente para consagrarse como escritor prolífico entre quienes leímos sus obras, que hoy habitan como criaturas vivas con nosotros, entre nosotros, aunque el autor nos abandonó llevándose su fuego en el oscuro y frígido invierno de 1991. 

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