jueves, 21 de mayo de 2015


LA DRAMÁTICA HISTORIA DE LOS AFROBOLIVIANOS

Con los conquistadores arribaron los primeros esclavos negros al llamado Nuevo Mundo. Los jinetes de Francisco Pizarro llevaban en la grupa del caballo a indios de Nicaragua y a un negro de Guinea, cuya piel oscura dejó perplejos a los súbditos del Inca Atahuallpa, como las armaduras de hierro y el estampido de los arcabuces. Cuando el negro se apeó del caballo, los indios le invitaron a lavarse creyéndolo pintado. Y mientras los conquistadores les explicaban que, por donación del santo Papa, esas tierras pertenecían ya a los reyes de Castilla, a quienes debían prestarles acatamiento y vasallaje, los indios constataron que el negro no perdía su color ni refregándose en el río. Entonces, estupefactos como estaban, pensaron que allende los mares no sólo existían hombres de caras blancas y luengas barbas, sino también hombres de pelos rizados y piel oscura como el ébano, sin sospechar que ellos -los nativos- y los negros serían los esclavos del nuevo sistema colonial.

Se dice que el Inca Huayna Cápac, años antes de consumarse la conquista, escuchó hablar del Sumaj Orq’o (Cerro Hermoso), donde estaba el preciado metal que ellos usaban para adorar a sus dioses y adornar sus cuerpos. El Inca ordenó clavar los pedernales para extraer los filones de plata y el cerro se estremeció en un ¡Potojsi! (Explosión), y de sus entrañas se alzó una voz cavernosa anunciando en lengua quechua: ¡Kay hunuqnita pallan karumanta jamuytanapaq! (Esta riqueza está reservada para los que vendrán del más allá).

Los súbditos del Inca huyeron en desbandada, hasta que en 1545, el indio Diego Huallpa, quien buscaba a su llama fugitiva en las laderas del cerro, hizo una fogata para pasar la noche y ahuyentar el frío. El fuego fundió el metal y, ante la lumbre menguante de las llamas, el indio vio brotar las hebras de plata, blancas como el resplandor de la luna. Los conquistadores, anoticiados del mayor hallazgo de todos los tiempos, acudieron en caravanas desde los más lejanos confines, unos a pie y otros a caballo.

Al cabo de un tiempo, en aquel cerro admirado por Don Quijote, se abrieron socavones, se levantaron casas y templos. La urbe creció tanto que, según un censo de 1573, Potosí tenía más habitantes que Madrid, Roma y París. Los conquistadores llenaron las alforjas de plata y, no sabiendo cómo derrochar su fortuna, mandaron a comprar vinos de España, marfiles de la India, sedas de Francia, porcelanas de China, medias de Nápoles, sombreros de Londres, alfombras de Persia, perfumes de Arabia y, junto a todo este cargamento, las prostitutas más caras del mundo y los esclavos que vendían los negreros en las costas del continente africano.

La corona española, al constatar que el dramático descenso de la población indígena se debía no sólo a las guerras de conquista y las enfermedades importadas del Viejo Mundo, sino también a los vejámenes y trabajos forzados, mandó a comprar esclavos negros en los puertos de las Antillas, con el fin de preservar el monopolio comercial de sus colonias y reemplazar la fuerza de trabajo de los mitayos, quienes morían por montones en el laboreo de la mina.


De la colonia a la república

La colonia, que fue un sistema social basado en la servidumbre y la esclavitud, convirtió a Potosí en Villa Imperial y a los esclavos negros en bestias de carga. Nadie se opuso a la esclavitud de los negros, ni siquiera fray Bartolomé de las Casas, quien, a pesar de abogar a favor de los indígenas con la Biblia en la mano, se olvidó, en una suerte de extraño racismo teológico, que los negros tenían también alma y eran iguales ante Dios, aunque el origen del racismo contra el negro no se debió a la pigmentación de su piel, sino a un fenómeno de orden económico y, según algunos cronistas de la época, a la baratura y superioridad de su fuerza de trabajo.

Los colonizadores ingleses y portugueses, creyendo que la fuerza física de un negro equivalía a la de cuatro indios, organizaron compañías dedicadas exclusivamente a la trata de esclavos negros. Sabían que esta carnicería humana, respaldada por las monarquías europeas y el Papa, daba tantos beneficios como los yacimientos de oro y plata. Así, desde 1510 a 1791 -año en que fue abolida la trata de esclavos-, fueron millones los africanos raptados de sus tierras, desarraigados de sus culturas ancestrales y transportados como suministro de fuerza de trabajo a las tierras que los conquistadores expropiaron a los habitantes del Nuevo Mundo.

De los negros que sobrevivieron a la travesía por alta mar, encadenados como animales salvajes, marcados por el candente hierro y el látigo de mando, los más robustos fueron destinados a Potosí; y de allí, tras largos años de haber trabajado en las minas, sufriendo la peor vejación del colonialismo occidental, se desplazaron hacia la región subtropical de los Yungas, donde aprendieron a convivir en armonía con la dadivosa y protectora Pachamama.

Durante las guerras de la independencia latinoamericana, el libertador Simón Bolívar proclamó la lucha contra la esclavitud y promulgó un decretó que concedía la libertad a los negros. Empero, en un país como Bolivia, gobernado desde las luchas independentistas por criollos y mestizos, los indios y negros siguieron siendo los sectores más excluidos de la sociedad.

La Bolivia negra, por otro lado, no está registrada en los libros oficiales de historia, cuyos textos obligatorios en escuelas, colegios y universidades, cuentan sólo la versión de los vencedores, mutilando así los capítulos correspondientes al menosprecio y la esclavitud de los negros. De ellos se sabe poco, y lo poco que se sabe es por medio de algunas fraternidades folklóricas del Carnaval, donde los mestizos se disfrazan de morenos, arrastrando sus pesados trajes al ritmo de las matracas y enseñando la lengua colgante de las máscaras, que simbolizan la ironía y la explotación despiadada a la que fueron sometidos durante la colonia.

Los negros, de hecho más desfavorecidos que los indígenas, han sufrido la mayor discriminación social y racial, y han sido condenados a sobrevivir en una especie de apartheid boliviano; es más, hasta antes del triunfo de la revolución nacionalista de 1952, los negros y los indios no podían ingresar a lugares públicos ni caminar por los barrios residenciales de las grandes urbes, como si los banquetes de la vida hubiese estado reservados sólo para las minorías blancas y mestizas.


El apartheid al estilo boliviano

Durante siglos, la población afroboliviana vivió una suerte de apartheid. No tenía carta de identidad ni figuraba en los censos de población, como si su existencia hubiese sido ajena a la vida nacional, aunque ya el 25 de septiembre de 1840 fue suscrito el tratado de Bolivia con Gran Bretaña, en el que se acordó la abolición del comercio de esclavos. Asimismo, según una Ley del 11 de noviembre de 1844 se dispuso que los que por mar o tierra los introdujeran en Bolivia o los extrajeran de ella para su venta, serán condenados como piratas a diez años de presidio, sin perjuicio de las demás penas impuestas por el trabajo. Otro tanto hizo la revolución nacionalista de 1952, que les concedió el derecho a tener voz y voto, a elegir y ser elegidos; un derecho que pocos ejercieron hasta la constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, que incluyó recién en el siglo XXI a asambleístas negros en las cúpulas de gobierno.

Baste echar un vistazo al pasado para darnos cuenta de que los afrobolivianos, a quienes casi nunca se los mencionó en los discursos oficiales de los demagogos de turno, son partes de la historia de un continente donde los conquistadores, armados de cruces, caballos y cañones, impusieron su voluntad a sangre y fuego. Los territorios recién conquistados pasaban a ser propiedad de la corona española y los negros fueron llevados a los yacimientos argentíferos de Potosí, para que ejecutaran los trabajos forzados en el interior de la mina, donde fueron reducidos a simples bestias de carga por la insaciable codicia y el carácter sanguinario de los colonizadores.

Desde entonces ha transcurrido mucho tiempo para que los negros, que no se acostumbraron al frígido clima del altiplano, se trasladaran a las regiones subtropicales del país, donde se establecieron como agricultores, sin haber olvidado su dramática historia ni su pasado. Por eso mismo, no está lejos el día en que aparezca un Alex Haley entre los negros aymaras y escriba, sin intermediarios ni voces prestadas, un libro sorprendente y maravilloso como Raíces, en cuyas páginas se denuncia el violento atropello del que fueron víctimas tanto en sus tierras de origen como en las tierras del llamado Nuevo Mundo.

La supuesta superioridad del hombre blanco ha sido uno de los motivos que provocó el menosprecio contra la raza negra, un prejuicio que, acéptese o no, se mantiene vivo hasta nuestros días. No es casual que el libro The Bell Curve (La curva en campana, 1994), escrito por los profesores angloamericanos Richard J. Herrnstein y Charles Murray, plantee la tesis reaccionaria de que los negros, genéticamente, son menos inteligentes que los blancos. 

Por otro lado, el libro plantea la tesis de que en la sociedad norteamericana se ha desarrollado un sistema jerárquico de castas, en cuya cúspide se encuentran los blancos por tener un coeficiente de inteligencia superior al de los negros, que conforman la base de la pirámide social. Por cuanto este libro, difundido masivamente en EE.UU y otros países de Oriente y Occidente, y que refleja la desaforada mentalidad del apartheid, ha vuelto a desempolvar las viejas teorías sobre la biología racial y el social darwinismo, para explicar que los negros y pobres están como están por herencia genética.

Si bien es cierto que la esclavitud fue abolida en América en el siglo XIX, es cierto también que la sociedad blancoide y criolla no aceptó la igualdad de derechos de los negros; por el contrario, creó un sistema político de apartheid, como en Rhodesia, Namibia o Sudáfrica, donde hasta finales del siglo XX se prohibió los matrimonios interraciales y se promovió el desarrollo separado de las diferentes razas, bajo la dirección tutelar de los blancos, considerados étnicamente superiores a los negros.


Una reflexión necesaria

Desde que sentí la discriminación racial en carne propia y dejé de creer en la historia oficial de los vencedores, me resistí a compartir el racismo existente en el país, donde la mayoría de los indios y negros no compartían la mesa del patrón ni formaban parte de las esferas de gobierno.

Los afrobolivianos, por mucho que no sepan precisar si sus antepasados fueron traídos de Senegal o de otras costas del oeste africano, siguieron conservando la tradición de coronar a su rey en la comunidad campesina de Mururata, donde se venera a los descendientes de ese rey negro que, encadenado de pies y manos, murió durante la colonia. El último descendiente de esa casta de sangre real es Julio Pinedo, quien, al cumplirse los 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular, en octubre de 1992, fue coronado en una ceremonia especial, donde estuvieron presentes los negros, los indios aymaras y los zambos (hijos de india y negro).

Sin embargo, lo patético de esta realidad es que, mientras los afrobolivianos vienen coronando a sus reyes desde 1932, la mayoría de los niños bolivianos, que aprendimos a conocer África a través de las historietas de Tarzán, no veíamos en las calles a más negros que a los mestizos, de caras pintadas con betún y disfrazados con vistosos atuendos, bailando de tundiquis y negritos en el Carnaval.

Cuando los niños veíamos en la calle a un negro de verdad, nos pellizcábamos el brazo y gritábamos al unísono: ¡Suerte para mí! ¡Suerte para mí!... En cambio algunos, que confundían el exotismo con el racismo y veían a un negro en sus sueños, se despertaban espantados y, restregándose los ojos, exclamaban: ¡Enfermedad! ¡Enfermedad!...”.

La ignorancia sobre la historia y situación de los afrobolivianos dio lugar a la creación de mitos y supersticiones en torno a sus supuestos poderes mágicos; cuando en realidad, los negros no cargaban suerte alguna ni daban suerte a nadie, ni siquiera a ellos mismos, que habían soportado tanta infamia y discriminación desde que sus antepasados fueron atrapados en sus tierras de origen y vendidos por los negreros a los dueños de minas y plantaciones del Nuevo Mundo, donde los niños criollos y mestizos reproducíamos en nuestros juegos las historietas de Tarzán y las películas de cowboys; en el que nadie quería hacer el rol de negro ni de indio, porque encarnar a estos personajes implicaba morir desollado o con un tiro entre los ojos, a diferencia de Tarzán y del cowboy que siempre resultaban ser los héroes en la batalla, como si sus vidas estuvieran garantizadas por mandato divino.

A medida que fui creciendo, comprendí que el negro no sólo simbolizaba la suerte, sino también la mala suerte y la enfermedad. De modo que en una conversación coloquial, no era extraño que alguien dijera: pasarlas negra o tener la suerte negra, en lugar de decir: me encuentro en una situación difícil o tengo mala suerte. Pero la frase que más me golpeó, como convocándome a una reflexión necesaria, fue la que escuché en boca de una de mis profesoras, quien, a tiempo de enseñarnos la fotografía de un negro, dijo: Este hombre tiene el color de sufrido. Desde entonces no he dejado de pensar en que estas expresiones de desprecio, que los criollos y mestizos utilizan para referirse despectivamente a una persona de tez negra, traslucen una clara discriminación racial.

Ahora entiendo mejor el porqué mi tía, una señora presumida y acomplejada de su ascendencia mestiza, me aplicaba las cremas protectoras en la cara y me ponía un gorro de visera ancha. Claro que no era para cubrirme la piel del abrasante sol de la meseta andina, sino para evitar que los vecinos me confundieran con los niños de color sufrido. Por suerte, a mi tía no se le ocurrió la idea de blanquearme la piel a la fuerza, como a ese negrito del cuento que murió de pulmonía de tanto que su ama, de raza blanca, lo refregaba en leche fría.

Con el transcurso del tiempo, y gracias a los sermones de un cura tercermundista, mi tía se fue liberando de sus prejuicios raciales y empezó a entender que el hombre negro no era un castigo divino, ni un ser llegado de las catacumbas del infierno, sino un individuo como cualquier otro, con los mismos derechos y las mismas responsabilidades. Aprendió también a rescatar los valores culturales de ese continente que tanto aportó a la cultura universal; empezó a gustar del jazz, esa música que tiene su origen en los ritmos africanos, y empezó a leer las poesías de Nicolás Guillén y las novelas de Nadime Gordimer, cuyos textos están inspirados en los mitos, leyendas y relatos que los africanos conservaron en la memoria colectiva y la tradición oral. Mi tía cambió tanto que, además de llamarme Negrito con cariño, acabó reconociendo que la madre del género humano era negra y vivió en África, allí donde se encuentran las raíces del árbol genealógico de la humanidad.

Si bien es cierto que mi tía se liberó de sus prejuicios y los afrobolivianos gozan de mayores derechos y libertad que durante la colonia, es también cierto que algunos sectores de la sociedad, constituidos por los estamentos más conservadores de la clase dominante, continúan manifestando conceptos peyorativos contra el negro.

El hecho de agitar las banderas de la biología racial y el socialdarwinismo, y plantear la tesis reaccionaria de que los blancos, genéticamente, son superiores a los negros, y que debido a su inteligencia ocupan los puestos de preferencia en la cúspide de la pirámide social, es una forma de afirmar que los negros son brutos y pobres por herencia genética; una mentira universal que rechazo enérgicamente, ya que ni la pobreza, ni la discriminación racial, ni la división de la sociedad en clases, corresponden a un orden natural de las cosas, sino a factores históricos y económicos que determinaron que lo blanco esté arriba y lo negro esté abajo.

En América Latina, desde la época de la colonia, los negros e indios se han sentido socialmente marginados por los criollos (blancos nacidos en América), que siempre gozaron de ventajas sociales y económicas. Ellos acapararon gran parte de la propiedad de las tierras y constituyeron la clase dominante, alegando que el color de la piel no sólo era importante como el apellido, sino que también determinaba el estatus social y económico de un individuo de raza superior.

En lo que a mí respecta, una vez más, me resisto a compartir la opinión de quienes creen todavía en la supremacía del hombre blanco, sobre todo, cuando sé que Europa y América tienen una enorme deuda con África, con esa cultura que tanto aportó al patrimonio espiritual y material de la humanidad.

lunes, 18 de mayo de 2015


POESÍA FUERA DE FRONTERAS

Estos versos, escritos con la mano en el pecho y la mente lúcida, son en parte el reflejo de la etapa más sombría de la historia contemporánea de un país, cuyas dictaduras militares, a tiempo de sembrar el pánico y la violencia bajo el lema de lucha contra el terrorismo de izquierda, desencadenaron una represión insensata contra sus opositores, motivados por la clara convicción de liquidarlos físicamente, flagelarlos en las cámaras de tortura y lanzarlos a la diáspora del exilio sin más consuelo que la esperanza.

Así, los primeros bolivianos llegados a Suecia en calidad de refugiados políticos, a partir de los años ’70 y ’80, trajeron consigo un rico bagaje cultural y una experiencia que pronto se plasmó en obras literarias tanto en verso como en prosa. De este modo, la literatura boliviana, parte integrante de la robusta columna vertebral de la vida cultural del país, ha trascendido las fronteras nacionales y se ha difundido allí donde sus promotores sentaron sus bases de residencia.

A este contingente de exiliados, con el transcurso de los años, se sumó la ola de emigración económica que, motivada por el afán de buscar nuevos y mejores horizontes de vida, ayudó a fortalecer la presencia boliviana en Suecia.

La elaboración de un compendio general, aparte de mostrar los avances de la poesía escrita por bolivianos (as) residentes en Suecia, sirve no sólo como un documento de época, sino también como un punto de referencia para quienes están interesados en conocer algo más de la literatura boliviana creada fuera de fronteras.

No es casual que el discurso de estos poemas trascienda el espíritu boliviano en el exilio. Los versos hablan del desarraigo, la nostalgia y las hostilidades de un mundo cada vez menos ancho y más ajeno. Aquí es donde la poesía, con mayor o menor destreza técnica y lingüística, constituye un testimonio tanto personal como colectivo.

La poseía, leída desde esta perspectiva, es una herida abierta en la vida nacional, un grito de protesta de quienes no se resignan al silencio ni a ser los sempiternos desplazados en la cola de la historia. Y, lo que es más importante, algunos de estos poetas, acaso sin saberlo, son los encargados de representar a Bolivia en el mapa de la literatura latinoamericana en Suecia.

Por otro lado, es interesante observar que estas composiciones, aparte de estar salpicadas de metáforas y figuras de dicción, se caracterizan por el uso de voces y giros idiomáticos propios de un país multilingüe y multicultural. De ahí que los bolivianismos insertados en varios de los poemas, como interferencias naturales y hasta necesarias, son elementos complementarios del proceso de versificación que culmina en el instante de la revelación.

Si bien es cierto que hay versos referidos a la cosmogonía andina, a los dioses tutelares del cielo, la tierra y el subsuelo, es también cierto que hay otros referidos al paisaje y la topografía, donde el macizo andino es tan deslumbrante como los valles, las selvas y los llanos; no en vano Bolivia es un país multifacético, una suerte de caleidoscopio en el corazón de América Latina.

A los versos intimistas, que afloran desde lo más hondo del alma, se suman los versos escritos con explosión expresiva, donde los mineros son la fuerza combativa y los campesinos los herederos del hambre desde que los conquistadores irrumpieron en sus tierras llevando armas en el cuerpo y mentiras en la lengua.

Asimismo, están presentes los temas inspirados, así sea en menor grado, por las experiencias adquiridas en el país que los acogió de manera transitoria o permanente, pues a través de la escritura nos dan cuenta de su modus vivendi; de sus silencios y protestas, de sus sueños, amores y esperanzas, de su apego a la vida y su odio contra los atropellos de lesa humanidad; ellos son quienes le ponen la palabra al sentido común y en ellos se sintetiza el sentir popular.

En este libro, sin más pretensiones que las inherentes a un trabajo honesto, está compendiada la poesía boliviana publicada en las tres últimas décadas en Suecia. Es una selección sencilla pero significativa, sobre todo, si se trata de difundir la literatura de un país que, por los avatares del destino y la desinformación, es mucho más conocido por los golpes de Estado, el narcotráfico y la inestabilidad política; una imagen nacional que, a despecho de su grandeza, no siempre corresponde al valor de sus recursos naturales y su riqueza cultural.

Debo aclarar que, en el proceso de elaboración de este volumen, no he manejado los parámetros propios de una obra antológica, que en principio considera el oficio escritural del autor y el valor estético de la obra seleccionada, sino el criterio de mostrar un panorama general de la poesía boliviana en Suecia, incluyendo a los autores que tienen uno o más poemarios publicados. Lo contrario hubiera implicado registrar sólo a quienes, con legítimo derecho, destacan en el contexto de la poesía boliviana contemporánea y cuyas obras son dignas de ser tomadas en cuenta en las antologías de poesía latinoamericana.

El libro, que contó con el respaldo de José Vargas, secretario de cultura de la Federación Nacional de Asociaciones Bolivianas en Suecia, reúne a los siguientes autores: Efraín Arizcurinaga (La Paz, 1925), Héctor Borda Leaño (Oruro, 1927), Javier Claure Covarrubias (Oruro, 1961), Edgar Costa (La Paz, 1943), Iván Decker Molina (Cochabamba, 1946), María Joaniquina (Oruro, 1957), María Miranda (La Paz, 1957), Yarko Rhea Salazar (La Paz, 1956), Edwin Salas Russo (Casarabe, 1954), Rodolfo Siñani Paz (La Paz, 1939), María Luisa Umboni (Cochabamba, 1947), Olga Vásquez de Arizcurinaga (La Paz, 1927) y Galia Yaksic (Oruro, 1971).

Ahora sólo queda aguardar que se sumen nuevas voces al quehacer poético boliviano en Suecia, donde ya se fijó la primera piedra de toque, a partir de la cual pueden proyectarse otras iniciativas tendientes a rescatar lo más significativo de la literatura boliviana escrita en la diáspora de la emigración y el exilio. 

miércoles, 6 de mayo de 2015


VÍCTOR MONTOYA EN CONGRESO DE ESCRITORES

El escritor y pedagogo boliviano dictará una conferencia en el VII Congreso Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, a realizarse en la ciudad de Oruro, entre el 9 y 10 de mayo del año en curso. El evento tendrá lugar en el Centro de Convenciones de la Casa de Retiro Iroco, dependiente de las Hnas. Capuchinas.

Los organizadores del evento hicieron conocer que, además de la conferencia de Montoya, quien desarrollará el tema: El tsunami de las ediciones digitales, ¿una amenaza para los libros impresos?, se presentarán también otras ponencias en torno a las ediciones tradicionales, en soporte papel, y las ediciones digitales, que son cada vez más frecuentes gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación, tomando como base las ventajas y desventajas que ofrecen ambas modalidades en las publicaciones de libros destinados a los niños y jóvenes.

El Congreso estará antecedido por la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil, que se efectuará en el Colegio Alemán, entre el 7 y 8 de mayo, con los auspicios del Comité Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (CONALIJ) y el Comité Departamental de Literatura Infantil y Juvenil de Oruro, en coordinación con el Club del Libro Oruro y la Unión Nacional de Poetas y Escritores (UNPE).

Según el programa de este importante evento, en la Feria del Libro estarán presentes decenas de escritores y escritoras de todo el país, para exponer sus obras y dialogar con sus lectores interesados por tener contacto directo con sus autores y solicitarles un autógrafo para el recuerdo.

Asimismo, durante el acto de clausura de la Feria del Libro, se dará a conocer el nombre del ganador/a de la tercera versión del Premio Nacional Hugo Molina Viaña, que consta de un diploma y la estatuilla Martín Arenales, cuyo personaje representa al quirquincho agarrado de un libro, en homenaje a uno de los protagonista de la obra infantil del consagrado escritor orureño Hugo Molina Viaña.

La conferencia de Víctor Montoya, autor de textos pedagógicos y del ensayo Literatura infantil: Lenguaje y fantasía, está programada para el sábado 9 de mayo, a Hrs. 14:00, en la Casa de Retiro Iroco, ubicada en una apacible población de la provincia Cercado de la Capital Folklórica de Bolivia. 

domingo, 3 de mayo de 2015


LA PRENSA ESCRITA EN LA ESCUELA

Ahora que Goyi y su grupo de amigos, después de un largo descanso, vuelven a reiniciar su labor educativa a través del periódico Cambio, con ocho páginas a todo color y con una variedad de temas de interés general, es necesario reflexionar sobre la importancia de la prensa escrita dentro del sistema escolar.

Para nadie es desconocido que el suplemento estudiantil Goyi, desde que apareció en formato de historieta en el desaparecido matutino Presencia, el 23 de abril de 1967, y más tarde como suplemento en los periódicos Hoy y La Prensa, haya tenido siempre la intensión de convertirse no sólo en un material elaborado con desmedido amor por la niñez y la cultura, sino también el interés por transitar por los senderos de la educación boliviana.

Este suplemento, fundado y dirigido por el profesor Jaime Sanjinés Vidal, es una fehaciente prueba de que los periódicos pueden servir como complementos de los materiales didácticos que se usan en las aulas, sobre todo, si el personaje infantil, que protagoniza las historias desplegadas en sus páginas, tiene la misión de impartir conocimientos a otros niños, quienes lo consideran un profesor que comparte su infinito saber con entusiasmo y alegría.

La prensa escrita, aun sin la pretensión de reemplazar al material didáctico aprobado dentro del sistema escolar, cumple la función de informar y formar a los ciudadanos en el marco de una pluralidad de criterios y opiniones concernientes a la vida social, política, económica y cultural; una temática que no es ajena al plan curricular de la enseñanza en escuelas y colegios, aparte de que algunas secciones o suplementos de la prensa escrita contribuyen a la adquisición del hábito de la lectura.

No es menos importante el hecho de que la prensa escrita esté presente en la vida cotidiana de las personas, debido a que, a través de ella, se enteran de los hechos que se suscitan en su entorno y en otras latitudes del mundo. Sin la información que proporciona la prensa, sería más difícil estar al tanto de las noticias y los conocimientos que hoy se difunden con una asombrosa rapidez, gracias a las nuevas tecnologías que irrumpen tanto dentro como fuera del establecimiento escolar.

Si Cristóbal Colón desconocía que sus carabelas anclaron en las costas de la isla Guanahani, donde se inició la conquista del llamado Nuevo Mundo, el día en que el hombre pisó la luna, millones de personas contemplaron el acontecimiento. ¿A qué de debió este gigantesco salto en la historia? Simple y llanamente, al avance tecnológico de los medios de comunicación.

Antes del desarrollo de la informática, la noticia demoraba semanas y meses en llegar a su destinatario; en cambio en la actualidad, cualquier suceso trascendental es conocido inmediatamente por todos, como si el mundo se hubiese achicado gracias al avance electrónico de la prensa oral, audiovisual y escrita.

Así como la revolución tecnológica dejó de ser un mito para trocarse en una realidad consolidada y cotidiana, los medios de comunicación dejaron de ser también el privilegio de una minoría en función de poder, para transformarse en un polo aglutinador de personas e ideas diversas, al margen de que una misma noticia sea interpretada de diversas maneras, dependiendo de las ideas y la escala de valores que identifican al transmisor.

Tanto los periodistas, como los lectores, son personas cuyas ideas políticas, preferencias y criterios están marcados por la realidad concreta de su entorno. No obstante, la prensa escrita hace posible que los individuos se ubiquen en su tiempo y tengan conocimiento de los principales hechos que acontecen en el mundo. Por eso mismo, el  periódico debe ser un elemento indispensable en la escuela y un material puesto al alcance de profesores y alumnos, sin que por ello se tenga que crear una nueva asignatura dentro del programa escolar.

Cuando uno se refiere al papel educativo de la prensa, no pretende decir que se sustituya el libro de texto por el diario ni el contenido de los programas de enseñanza con las noticias de actualidad, debido a que un periódico jamás será una enciclopedia, ni un libro de texto ni un manual escolar: primero, por no estar elaborado desde una perspectiva didáctica ni de acuerdo al desarrollo intelectual y emocional del niño; y, segundo, porque su función es esencialmente de información y opinión.

La prensa en la escuela sirve para conocer su mecanismo interno; por ejemplo, cuáles son las fuentes de donde proviene la información, cómo se debe elaborar la noticia, cuáles son sus componentes ideológicos y al servicio de quiénes se hacen las propagandas.

La prensa escrita ayuda a: 1. Entrar en contacto con el entorno más próximo, conociendo lo que acontece en él. 2. Ampliar este entorno con el conocimiento de otros medios y otras comunidades. 3. Contrastar noticias y opiniones, sometiéndolas al debate, con el fin de consolidar un criterio propio, respetar las opiniones de los demás y aprender a dialogar. 4. Consolidar la libertad de expresión. 5. Aprender a leer la prensa con sus mecanismos específicos y sus códigos característicos. 6. Reforzar la comprensión lectora y estimular la expresión escrita, importantes técnicas instrumentales tanto para la educación como para la cultura.

El periodismo y la educación se dan la mano en un objetivo común: enseñar a leer la prensa, concentrando la atención de los alumnos en las páginas y el contenido de las mismas, aun sabiendo que unos prestan mayor atención a las noticias deportivas, mientras otros a las notas culturales o de actualidad. No faltan quienes hojean el periódico sólo para ver algún anuncio comercial.

Cuando se lee la prensa no basta con analizar el lenguaje periodístico o enjuiciar el contenido del texto, sino también considerar su presentación, tipo de letra, compaginación, codificación gráfica y otros.

La prensa escrita, contrariamente a lo que muchos se imaginan, está siendo usada como recurso didáctico en varios países, incluso con espacios propios dentro de los programas de enseñanza. Los periódicos, además de estar presentes en las asignaturas de lenguaje, ciencias sociales y ciencias naturales, han sido también introducidos en las matemáticas, debido al bombardeo cada vez más frecuente de noticias de carácter numérico, propiamente aritméticas o insertas en estadísticas.

Con todo, a pesar del empeño que se hace por usar la prensa como instrumento auxiliar en la enseñanza, no faltan quienes se oponen a la idea arguyendo que no hay tiempo que perder en lecturas superfluas habiendo un montón de libros de texto; cuando en realidad, la prensa escrita no sólo sirve como material informativo, sino también como objeto de estudio y técnica de trabajo, según la iniciativa del profesor y el interés de los alumnos.

La prensa escrita, aun sin ser enteramente objetiva, ni presentar la estructura didáctica del libro de texto, es un auxiliar indispensable en el proceso educativo de quienes, como los estudiantes, viven inmersos en una realidad concreta, donde los acontecimientos sociales y humanos se suceden de manera vertiginosa.

La escuela y la prensa están interrelacionadas. Ni la una ni la otra está desvinculada de la realidad, y ambas contribuyen a la información y formación del individuo. Sin ir demasiado lejos, los alumnos adquieren gran parte de sus conocimientos fuera de las aulas y gracias a los medios de comunicación como la televisión y las redes de Internet.

De modo que el libro de texto deja de ser el instrumento básico en el proceso de aprendizaje, cediendo el paso a otras vías metodológicas más activas y vitales; es más, si se parte del criterio de que el entorno tiene una importancia pedagógica y didáctica, entonces habría que considerar a la prensa escrita es un excelente auxiliar en el proceso educativo, en vista de que le ayuda al alumno a interpretar y utilizar correctamente las informaciones que proporcionan los medios de comunicación, procurando consolidar su propia opinión sobre la base del pluralismo ideológico y el respeto a la libertad de expresión.