miércoles, 22 de abril de 2015


EL CONTRABANDO IDEOLÓGICO EN EL PATO DONALD

Las publicaciones clásicas de Walt Disney, traducidas de un golpe a decenas de idiomas, constituyen los vehículos más perfectos del contrabando ideológico que los capitalistas suministran a los niños y adultos de los países del llamado Tercer Mundo. Nadie desconoce que estas historietas sean las fábulas más ingeniosas del siglo XX, y sus animalitos, aparentemente ingenuos, los personajes antropomórficos más conocidos -reconocidos- de Estados Unidos.

En estas publicaciones a todo color, que sirven como instrumentos de colonización intelectual, Pato Donald y su caravana de amigos/enemigos desempeñan el mismo rol socio-histórico que las clases antagónicas del sistema capitalista, pues ni bien se abren las tapas saltan a la vista las luchas que se libran entre buenos y malos, entre quienes detentan el poder y los que atentan contra él.

No es casual que los argumentos de estas historietas insistan en la idea de que quienes tienen las riquezas, tienen también el poder; en tanto los desposeídos, que apenas son dueños de su fuerza de trabajo, están condenados a obedecer sumisamente los mandatos superiores, y si alguna vez atentan contra la propiedad privada, son perseguidos y castigados como delincuentes comunes.

De modo que estas publicaciones, con amplia popularidad en Estados Unidos, Europa, América Latina y el resto del mundo, no son ajenas al acontecer político. Si desenmascaramos a sus personajes, encontraremos: por un lado, al pato más rico del mundo, que responde al nombre de Rico McPato (Tío Rico); un personaje con lentes redondos y apoyado en su bastón, que vive en completa soledad en una enorme mansión de Patolandia; él es el arquetipo del millonario que sueña con un mundo de fantasías, donde sea posible acumular riquezas sin pagar salarios; y, por el otro, a los Chicos Malos -representados como una pandilla de salvajes o ladrones-, que son los proletarios, y cuya única vía para su liberación consiste en abolir el poder económico de la familia Donald; poder económico que, por lo demás, es inconcebible al margen de la plusvalía y el sudor de los obreros.

El mensaje más sustancial no está en el comienzo de las historietas, sino en el desenlace, que casi siempre es el mismo: si los Chicos Malos no terminan en la cárcel, y Rico McPato se hace más rico, es Donald quien, montando en cólera y haciendo uso de un parloteo ininteligible, arenga a sus sobrinos la consigna de que todos los luchadores de la justicia social son “estúpidos”. Asimismo, como él es el guardián de los intereses de la clase dominante, se propone romper las manifestaciones de protesta con solo invitar a los alboroteros a tirar sus pancartas y beber limonada, para así enseñar a los lectores que los manifestantes, que luchan por la justicia social, son capaces de vender sus ideales a cambio de un vaso de limonada.

El personaje del Pato Donald, de carácter malhumorado y vestido al estilo marinero, es el producto más refinado de la publicidad industrializada. No menciona las palabras: lucha de clases ni burguesía y proletariado, pero rompe con las fronteras nacionales para convertirse en el patrimonio internacional de los mayores, niños y adolescentes.

El Pato Donald llega donde quiera y, donde está, construye palacios idénticos a los de Patolandia y subordina a los jefes de las tribus aún no civilizadas. Alrededor del 75% de estas historietas reflejan la expansión imperialista en los países subdesarrollados, la relación existente entre la civilización y la barbarie, entre el imperio y las colonias, entre unos que tienen todo y otros que no tienen nada. No en vano las aventuras de Donald transcurren en tierras exóticas, llenas de pirámides maravillosas y ruinas históricas, donde todavía es posible trocar las riquezas con baratijas, como en toda conquista de una nación sobre otra.

Sus sobrinos, Hugo, Paco y Luis, lo acompañan en sus aventuras, comportándose como los traviesos niños malos y antagonizando con su tío que, perdido en sitios remotos y tras cacerías de tesoros escondidos, tiene menos autoridad de lo que ellos se imaginan. En algunas de las aventuras en tierras exóticas, los sobrinos parecen tener un entendimiento más profundo y desarrollado de las cosas y un mayor grado de madurez que Donald, quien actúa casi siempre con torpeza y poco tino.

En estas revistas de serie, al margen de referirse sutilmente al saqueo de las riquezas naturales, ponen en evidencia el racismo y la xenofobia que lleva consigo el imperialismo, porque ante los ojos de Pato Donald, disfrazado de turista o explorador, aquellos que no tienen la piel blanca no son humanos sino seres extraños, a quienes se debe contemplar desde lo alto de una escalera o con la ayuda de una lupa, pues si no son gigantes embrutecidos, son tan pequeños como el dedo meñique. Y, claro está, para demostrar la supremacía de una potencia que domina económica y culturalmente, la familia Donald no necesita intérpretes ni diccionarios bilingües para comunicarse con otros pueblos que comparten la suerte del despojo. Es decir, se supone que todos hablan, como por arte de magia, el idioma de Patolandia, incluidos los salvajes de caras labradas y cabezas emplumadas.

La mujer en Patolandia no es más que un objeto de placer o ama de casa, como en toda sociedad capitalista y patriarcal, donde el hecho de ser varón, rico o bello, es suficiente para dominar sobre los menos afortunados. Las mujeres, según los mensajes transmitidos en estas series cuyos argumentos contienen muy pocas escenas de diálogos, tiene sólo dos valores: su estatus social y su belleza física, consciente de que la mujer, aquejada por su miseria y fealdad, no tiene otro destino que vivir como esclava del hogar, recluida en la cocina y convertida en una máquina reproductora de hijos, a diferencia de la mujer hermosa y sensual, cuya única función es satisfacer al hombre que la desposó y liberó, en gran medida, del trabajo doméstico.

En casi todas las historietas de Walt Disney, la mujer que lucha por liberarse de su opresión, vinculada al desarrollo de la lucha de clases y, sobre todo, a la propiedad privada de los medios de producción, está identificada con potencias oscuras y maléficas. Los autores del Pato Donald saben que el día en que la mujer se libere de las cadenas que la sujetan al silencio y la dependencia, y conquiste sus legítimos derechos, sepultará el mito que la sociedad machista creó en torno a ella, el falso mito de que la mujer sólo tiene dos opciones: ser Blancanieves o la Bruja Amelia, Cenicienta o la madrastra perversa, la Bella o la Bestia…

Toda la serie del Pato Donald, desde su primera aparición impresa, el 9 de junio de 1934, estaba destinada a tener un rotundo éxito entre los lectores niños y adultos. Se constituyó en uno de los vehículos más perfectos del patriotismo norteamericano y en el medio didáctico más eficaz para inculcar a sus lectores los valores propios de la cultura occidental capitalista. Si durante la Segunda Guerra Mundial sirvió como propaganda en contra del nazismo alemán, durante la llamada Guerra Fría, protagonizada por el bloque comunista y capitalista, fue el medio a través del cual, con imágenes divertidas y frases ingeniosas, se desbarato toda ideología que atentaba contra la Estatua de la Libertad y la bandera de Estados Unidos.

jueves, 16 de abril de 2015


RECUERDOS DE UNA ENTREVISTA
 A EDUARDO GALEANO

Lo conocí en noviembre de 1982, en la sala de conferencias de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo, donde asistió para presentar la traducción al sueco de su libro Las venas abiertas de América Latina. Me preguntó de dónde era. Le dije que era boliviano. Él cerró sus ojos claros, se arregló la gorra y dijo con voz de locutor: ¿Y de qué parte de Bolivia? De Llallagua, le contesté. Tengo muy buenos recuerdos de ese pueblo minero, acotó.

Luego me pidió acompañarlo hasta la puerta de entrada, porque tenía ganas de fumarse un cigarrillo. Apenas salimos, me habló de doña Domitila de Chungara, de esa mujer que se llenaba de coraje a costa de reducir su miedo y de la importancia de los sindicatos mineros, capaces de dar lecciones de lucha a los demás sindicatos del mundo. Allí mismo me contó que en una ocasión, los mineros le metieron al interior de la mina en Siglo XX, a una galería que tenía casi cuarenta grados de temperatura, y donde, a tiempo de pijchar la coca y sorber tragos de aguardiente, le preguntaron cómo era el mar. Entonces él, como todo artesano palabrero, se las ingenió para contarles cómo era el mar. Escogió las palabras apropiadas de modo que los mineros, empapados de sudor por las altas temperaturas, sintieran las palabras como si de veras las olas del mar les refrescara la cara y el cuerpo. También me contó que un día, mientras caminaba por la plaza de Llallagua, la mujer de un minero, al verlo con la pinta de gringo, lo confundió con un cura y quiso llevarlo a su casa para que le diera la última bendición a su marido, que estaba muriéndose con los pulmones reventados por la silicosis.

Cuando le solicité una entrevista, Galeano me miró dubitativo por un instante y, calculando mis veinticuatro años de edad, contestó algo así como: hazme las preguntas que quieras, pero en los lugares donde tengo programadas las charlas. Así lo hice. Le seguí los pasos durante dos días y me metí en todos los locales donde habló de los pormenores de su emblemática obra Las venas abiertas de América Latina y sobre el compromiso del escritor con su realidad y su tiempo; circunstancias que aproveché para hacerle preguntas que fueron respondidas con elocuencia y conocimiento de causa.

Recuerdo que en la sala de conferencias, y mientras relataba que su libro fue censurado por las dictaduras militares, nos llegó la noticia de que la Academia Sueca decidió conceder el galardón del Premio Nobel Literatura a Gabriel García Márquez. La noticia la dio a conocer en voz alta la escritora uruguaya Ana Luisa Valdés, quien formaba parte de la editorial Nordan, conformada por un grupo de exiliados uruguayos. La sala explotó de alegría y en sonoros aplausos, en tanto Galeano permaneció quieto en su asiento, como si la noticia le hubiese llegado a destiempo.

Al día siguiente, en la conferencia que dictó en la sala del Instituto de Estudios Latinoamericanos, ante una multitud necesitada de sus análisis lúcidos y su voz orientadora, hizo gala de su destreza verbal, casi siempre salpicada de metáforas y figuras de dicción. Los asistentes, con las mismas expectativas de quienes esperan las palabras de un mesías, lo aplaudieron por su visión particular en torno a las dictaduras militares, el saqueo imperialista y de lo mal que se trataba a los sudamericanos en España, donde él mismo estaba exiliado desde 1976, tras el golpe militar protagonizado por Jorge Rafael Videla, quien lo añadió en la lista de los condenados por el Escuadrón de la Muerte.

Esa tarde, a medida que recorríamos por una de las avenidas principales de Estocolmo, rumbo a la librería y cafetería Branting, donde tenía prevista una charla con un grupo de suecos, se quejó de que en España lo ninguneaban los doctores encargados de la cátedra de historia sobre América Latina. Me dijo que nunca lo invitaron a las aulas de las universidades, aunque los estudiantes leían “Las venas abiertas de América Latina”, como texto de referencia en la facultad de historia.

Recuerdo que vestía de manera modesta y daba la impresión de ser un fumador empedernido, porque, entre disertación y disertación, preguntaba si había un lugar de fumadores en el local. En la cafetería y librería Branting, que era propiedad del Partido Socialdemócrata Sueco, al no existir una sala destinada para los fumadores, se vio obligado a salir a la calle, donde fumó arrimado contra la pared y soportando los vientos helados del otoño escandinavo. 

En todas las charlas que dio, entre aplausos, bromas y risas, capté sus palabras en una grabadora de bolsillo y luego transcribí sin quitarle ni agregarle nada, en forma de una entrevista, que meses después se publicó tanto en Presencia Literaria de Bolivia como en el semanario Liberación de Suecia. Esta misma entrevista, sin embargo, no quisieron publicarla en el periódico El Deber de Santa Cruz, ya que su redacción de cultura me devolvió los papeles mecanografiados unas semanas más tarde, junto a una nota que decía: Sr. Montoya. Le sugerimos que, por favor, nos envíe entrevistas a autores más conocidos en nuestro medio.

Desde ese hecho curioso, han transcurrido más de tres décadas, y el Galeano que por entonces no era tan conocido como el Galeano de hoy, ha hecho correr mucha tinta en los medios de comunicación, porque sus libros se han vendido como pan caliente, llenándolo de fama y de fans, ya que sus buenos textos, escritos con una increíble economía de palabras, han dado la vuelta el mundo, traducidos a más de una veintena de idiomas.

Eduardo Galeano, a varios años de haber escrito Las venas abiertas de América Latina, en sesenta días y sesenta noches, con aciertos y desaciertos, estaba imbuido esos días en una lectura más profunda sobre la historia de nuestro continente, para terminar de escribir lo que llegaría a constituir su trilogía: Memoria del fuego, publicada entre 1982 y 1986, y cuyo primer volumen, Los nacimientos, fue publicado por la editorial uruguaya Del Chanchito, pocos meses antes de que lo conociera en Estocolmo.

Ya se sabe que las obras de este prolífico autor, que rompen con los géneros ortodoxos clasificados por los doctores de la literatura, se encuentran a medio camino entre el periodismo y la literatura, entre la realidad y la ficción. Sus relatos breves, a veces escritos en prosa poética y amena, son un rescate de la memoria colectiva, pero también un repaso cronológico de la historia de América Latina, donde se mezclan las luchas políticas con los mitos, las leyendas y los ritos de las culturas ancestrales.

A su estilo depurado y compromiso político obedece el hecho de contar con miles de seguidores y admiradores, que en un determinado momento intentamos pensar y escribir como él, con ese mismo desparpajo característico de los grandes escritores, que son como la miel en medio de un enjambre de abejas. Mi obsesión por su obra llegó a tal extremo que, de tanto leerlo y releerlo, lo tenía como a un fantasma persiguiéndome hasta en los sueños, quizás, porque estaba convencido de que en Bolivia hacía falta, más que los escritores de literatura light, un Eduardo Galeano, muchos, muchísimos Galeanos, para reescribir la historia oficial y rescatar la memoria secuestrada de un país que busca su identidad perdida, sin dejar de soñar con un proceso de cambio y descolonización.

Como constatarán, mi admiración por su prosa fue tan grande que, a veces, intenté escribir como él, como cuando Borges intentó escribir como Kafka, hasta que se dio cuenta de que Kafka ya había existido, aunque en este oficio, no siempre grato, los escritores jóvenes aprendemos a caminar de la mano de otro escritor más brillante y fogueado en el mundo de las letras, como quienes viven acechados por la tentación de plagiar textos, técnicas y estilos literarios, incluso a riesgo de perder su nombre propio por pretender parecerse al otro.

Por suerte, desde que dejé de ser un joven ingenuo e indocumentado, me liberé de la sombra de este autor que admiré con infinita pasión, porque, como él mismo enseñaba, aprendí a andar con mis propios pies y a pensar con mi propia cabeza. De todos modos, le agradezco por haberme ayudado a ver la luz entre las tinieblas de los sistemas de dominación, por haberme enseñado a descubrir la grandeza que se esconde en las pequeñas cosas y, sobre todo, por haberme estimulado a rescatar la memoria secuestrada de los sin nombre, de los sin voz, de esa gente humilde que habla poco, porque hasta las palabras les duele como estocadas en el alma, como hoy nos duele su dolorosa partida, ¡ah!, pero tal vez sea mejor pensar que su muerte no es verdad, ya que Eduardo Galeano, como diría José Martí, ha cumplido bien la obra de su vida, y si su muerte fuera verdad y si de veras no estuviera ya con nosotros, entre nosotros, al menos sus libros seguirán teniendo vida como la memoria viva de América Latina. 

lunes, 13 de abril de 2015


LA CHINA SUPAY EN EL ALTO

En uno de mis viajes a la Villa Imperial de Potosí, el artista Edwin Callapino me entregó la estatuilla de la China Supay, la amante celosa y seductora del Tío de la mina. Me la traje en el autobús hasta la ciudad de El Alto, empaquetada en un cartón cuyo rótulo advertía: Contenido frágil.

No la miré sino hasta que llegué a casa. Me aguanté la curiosidad con irresistible paciencia, como quien espera y desespera por descubrir la sorpresa escondida en un embalaje parecido a un regalo de Navidad. Además, quería darle una grata sorpresa al Tío, quien estaba esperándola ansioso desde  hace tiempo, con unas ganas locas de estrecharla contra su fornido cuerpo y, acuñándola con su reverendo miembro, amarla con fuerza salvaje y ardiente pasión.

Ni bien la saqué del cartón, el Tío se quedó fascinado ante la belleza de la China Supay, cuyos descubiertos senos le hicieron galopar el corazón. Y, como todo libertino aficionado a los excesos de la carne, no tardó en examinarle el trasero con la cara encendida por la lujuria, calculando el grosor de sus muslos y el diámetro de su cintura. Al final, como la China Supay estaba despojada de su bombacha, el Tío le clavó la mirada en la concavidad húmeda de su cuerpo.

La China Supay, aunque es fría en apariencia, pero caliente a la hora de ofrecer su cuerpo al hombre que le dedique su vida y amor, no se molestó por las miradas libidinosas ni los gestos imprudentes de su amado amante. Estaba acostumbrada a exhibir sus encantos en los Carnavales, donde forma parte de los danzarines de la diablada, que representan la lucha entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás.

En los Carnavales, ella luce una máscara de mujer coqueta, una tentadora sonrisa y dos pequeños cuernos en la frente; sus ojos grandes y celestes tienen una expresión pícara, sus pestañas son largas y revueltas, sus labios de granate, carnosos, seductores y entreabiertos, dejan entrever una dentadura tan perfecta como el arco de cupido. Así, flanqueada por Lucifer y Satanás, avanza dando brincos en zigzag, como si dibujara una serpiente reptando hacia el mismísimo infierno. En la danza es vigilada por el Arcángel San Miguel y acompañada por osos, cóndores y diablos que encarnan los siete pecados capitales.

La China Supay no baila sólo por devoción a la Virgen del Socavón, sino para conquistar el amor del Arcángel San Miguel, quien, a pesar de ser su rival y el rival del Tío, es su amor platónico, el amor de sus amores, pero un amor imposible al fin y al cabo, porque si ella, lejos de hechizar a los hombres con el movimiento provocativo de sus nalgas y senos, encarna los atributos de un ser infernal, el Arcángel San Miguel es dueño de una apariencia atractiva, corazón incorruptible y espíritu tranquilo, atributos preferidos por Dios.

Sin embargo, la China Supay, con su blonda cabellera flotando al aire, no deja de enseñarle las tetas ni las piernas en el recorrido por las calles de la ciudad, como si quisiera hacerle caer en la tentación, pero el Arcángel San Miguel, consciente de que es el guerrero de Dios y guardián de los reinos celestiales, la esquiva una y otra vez, como un santo enfundado en traje inmaculado; máscara de ángel celestial, casco invulnerable, coraza azul, blusa de seda blanca, falda corta, botines de media caña, escudo plateado y espada en ristre.

Todos saben que la China Supay, como no encuentra ninguna razón para que una mujer se consagre a la virtud de la castidad, atenta contra las buenas costumbres sexuales y pone en jaque a los hombres que la acosan en los Carnavales, intentando manosearla donde no deben y probar el elixir que ella guarda celosamente para el Tío de la mina, el único macho capaz de hacerla navegar en las estrellas y el único ser incapaz de renunciar a los placeres de la carne.

El Tío entiende y tolera las irreverencias de la China Supay, incluidos sus atrevimientos más extravagantes que concitan la crítica de los devotos de la Virgencita del Socavón; es más, él mismo me contó que en cierta ocasión, cuando demostraba una danza llena de piruetas y saltos, como si no quisiera quemarse los pies en las brasas del infierno, tuvo la osadía de dejar escapar de su mano una blanca paloma y de su blanca blusa una blanca teta, aureolada por un pezón rosado, tan propio en las mujeres que superan el rubio platinado.
La China Supay  no soporta la hipocresía ni la doble moral. Es la que mejor simboliza el secreto que cada mujer guarda en el fondo de su alma, en el oscuro pozo del subconsciente. Si la mujer calla, la China Supay habla como bruja deslenguada; si la mujer llora, la China Supay ríe a mandíbula batiente; si la mujer sufre, la China Supay se regocija con el dolor de los hombres; si la mujer goza de la vida y el amor, la China Supay goza junto con ella, por ser el fiel reflejo del yo profundo de una mujer que se mira en el espejo.
La China Supay, que simboliza la lujuria y el pecado, tiene el cuerpo esculpido de carne ideal en el que todo es bueno y bello, tan bello que perturba la razón y levanta el animal en reposo de cualquiera que la mire por adelante o por atrás. No hay hombre sobre la faz de la tierra que no se enamore del fulgor de su belleza; digo fulgor, porque todo su cuerpo es luminoso como una lámpara; más todavía, puedo aseverar que su enigmática belleza, hecha de miel y de fuego, puede abrirle incluso las puertas del Paraíso.
La China Supay será también ama y señora en mi casa, pero como quiero que baile en esa suerte de ballet infernal, que es la danza de la diablada, ejecutada por los seres llegados de los avernos y por el Tío de la mina, quien se muestra en los Carnavales con su traje de Lucifer, le pediré al mejor mascarero y artesano de Oruro confeccionar un traje de lujo para la China Supay, que ahora mismo está semidesnuda, con sus intimidades expuestas a la vista de todos.
Me imagino que su traje estará compuesto por diadema de oro y gemas preciosas, blusa escotada, corpiño brocado, minipollera decorada con dragones bordados con hilo Milán, medias nylon, bombacha con encajes, cetro de mando y pañoleta al cuello; sus botas de taco alto, caladas en la parte trasera y hasta la pantorrilla, llevarán aplicaciones de realce, como un chorizo que simboliza el órgano genital masculino, para que todos sepan que la sexualidad de la China Supay es voraz como las llamas del infierno. Y, como es natural, para engalanar su aspecto de diablesa, llevará alhajas con engastes de pedrería en las orejas, el cuello y los dedos.
Mientras esto ocurra, y con todo el respeto que se merece el Tío, ch’allaré por la feliz estadía de los dos, augurándoles eterno amor y eterna vida, aunque sé que ellos, que son mis huéspedes de honor, llegaron a mi casa para revelarme los secretos escondidos en el baúl de sus recuerdos que, más recuerdos, son el crisol donde se fundieron los cuentos, mitos y leyendas de la tradición oral de los mineros. 

miércoles, 1 de abril de 2015


EFEMÉRIDE DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

El Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil, que se celebra cada 2 de abril desde 1967, coincide con la fecha de nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen (Odense, 2 de abril de 1805 - Copenhague, 4 de agosto de 1875), quien dedicó su talento a la creación de obras que han perdurado a lo largo de los años en la memoria de sus lectores.

Esta efeméride, justificada desde todo punto de vista, está patrocinada por el IBBY (International Board on Books for Young People o, su equivalente en español, Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil), cuya principal motivación consiste no sólo en promocionar los libros destinados a los niños y jóvenes, sino también para reconocer la dedicación y capacidad creativa de sus autores en cada uno de los países, donde se estableció una filial correspondiente al IBBY, para garantizar el derecho que tienen los niños a contar con una literatura que, más que tener un carácter didáctico y de censo-moral,  cumpla con la función de recrear sus pensamientos, sentimientos y, sobre todo, alimentar su fantasía, que es uno de los motores en la formación de su sensibilidad e inteligencia.

La Literatura Infantil y Juvenil ha tenido un galopante desarrollo en los últimos decenios, gracias al trabajo coordinado de escritores, psicopedagogos, editores y lectores, que pusieron todo su empeño en destacar la importancia de los libros que combinan los textos y las imágenes en una obra de arte, que despierta el interés de los lectores y estimulan el hábito de la lectura, acercando a los niños al mundo mágico de una de las literaturas que, tras haber sido una gran desconocida en el mundo editorial, ha pasado a acaparar la atención del mundo del libro, donde actualmente abunda su producción y genera enormes beneficios.

Desde mediados del siglo XX, aparte del aumento del número de premios literarios de Literatura Infantil y Juvenil, se han realizado varios eventos internacionales de autores y editores, en los que se han dilucidado temas referentes a su importancia y los objetivos a seguir, con resultados que han sido favorables para la producción de libros elaborados desde una perspectiva artística y lúdica.

Las instituciones estatales y privadas interesadas en el tema, además de incentivar el hábito de la lectura, tienen la finalidad de que la producción de la literatura infantil no se quede en el reflejo de los mitos, leyendas y cuentos provenientes de la tradición oral, sino que abarque otros aspectos que contribuyen a la formación intelectual de los jóvenes y niños, con temas que versan sobre los valores humanos y culturales, el mundo de los sueños y deseos, que son inherentes a su experiencia cotidiana y las aspiraciones propias de su mundo imaginario.

La Literatura Infantil y Juvenil, aun no teniendo la finalidad de adoctrinar ni moralizar la conducta de sus lectores, debe apuntalar su intelecto y capacidad tanto crítica como creadora, con la esperanza de que los textos e imágenes les permitan aprehender mejor su mundo cognitivo y reflejar las ilusiones de su fuero interno. Sólo una literatura hecha con intenciones auténticas y temas universales logra perpetuarse en la mente de los pequeños lectores, quienes son un puñado de emociones vivenciales y otro puñado de conocimientos adquiridos en las páginas de los libros.

La celebración del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil, lejos de ser una fecha memorable como las epopeyas de la historia universal, es un día que sirve para recordar que los niños tienen derecho a contar con una literatura hecha a la medida de su desarrollo integral y para reflexionar en torno a los libros hechos con amor y fantasía, con el único afán de saciar el alma sedienta de los niños.

La Literatura Infantil y Juvenil, cada 2 de abril de cada año, se regocija y viste de gala, para celebrar una efeméride dedicada a los autores y lectores de los libros que son los cimientos de nuestro hábito de la lectura y las alas que echan a volar nuestra imaginación por los remotos lindes de un mundo hecho de pasiones y fantasías. Por eso mismo, las instituciones educativas, las autoridades de gobierno y los promotores culturales, están en la obligación de programar actividades concernientes al ámbito de la Literatura Infantil y Juvenil, con el propósito de que el libro, más que ser un objeto ajeno a los niños, sea el mejor compañero de sus vidas, habida cuenta de que el libro, a pesar de los peros habidos y por haber, es un maestro que enseña y no regaña, un fiel compañero en las buenas y en las malas, un cofre de tesoros escondidos y un amigo con quien comparten las aventuras de la imaginación.