miércoles, 22 de abril de 2015


EL CONTRABANDO IDEOLÓGICO EN EL PATO DONALD

Las publicaciones clásicas de Walt Disney, traducidas de un golpe a decenas de idiomas, constituyen los vehículos más perfectos del contrabando ideológico que los capitalistas suministran a los niños y adultos de los países del llamado Tercer Mundo. Nadie desconoce que estas historietas sean las fábulas más ingeniosas del siglo XX, y sus animalitos, aparentemente ingenuos, los personajes antropomórficos más conocidos -reconocidos- de Estados Unidos.

En estas publicaciones a todo color, que sirven como instrumentos de colonización intelectual, Pato Donald y su caravana de amigos/enemigos desempeñan el mismo rol socio-histórico que las clases antagónicas del sistema capitalista, pues ni bien se abren las tapas saltan a la vista las luchas que se libran entre buenos y malos, entre quienes detentan el poder y los que atentan contra él.

No es casual que los argumentos de estas historietas insistan en la idea de que quienes tienen las riquezas, tienen también el poder; en tanto los desposeídos, que apenas son dueños de su fuerza de trabajo, están condenados a obedecer sumisamente los mandatos superiores, y si alguna vez atentan contra la propiedad privada, son perseguidos y castigados como delincuentes comunes.

De modo que estas publicaciones, con amplia popularidad en Estados Unidos, Europa, América Latina y el resto del mundo, no son ajenas al acontecer político. Si desenmascaramos a sus personajes, encontraremos: por un lado, al pato más rico del mundo, que responde al nombre de Rico McPato (Tío Rico); un personaje con lentes redondos y apoyado en su bastón, que vive en completa soledad en una enorme mansión de Patolandia; él es el arquetipo del millonario que sueña con un mundo de fantasías, donde sea posible acumular riquezas sin pagar salarios; y, por el otro, a los Chicos Malos -representados como una pandilla de salvajes o ladrones-, que son los proletarios, y cuya única vía para su liberación consiste en abolir el poder económico de la familia Donald; poder económico que, por lo demás, es inconcebible al margen de la plusvalía y el sudor de los obreros.

El mensaje más sustancial no está en el comienzo de las historietas, sino en el desenlace, que casi siempre es el mismo: si los Chicos Malos no terminan en la cárcel, y Rico McPato se hace más rico, es Donald quien, montando en cólera y haciendo uso de un parloteo ininteligible, arenga a sus sobrinos la consigna de que todos los luchadores de la justicia social son “estúpidos”. Asimismo, como él es el guardián de los intereses de la clase dominante, se propone romper las manifestaciones de protesta con solo invitar a los alboroteros a tirar sus pancartas y beber limonada, para así enseñar a los lectores que los manifestantes, que luchan por la justicia social, son capaces de vender sus ideales a cambio de un vaso de limonada.

El personaje del Pato Donald, de carácter malhumorado y vestido al estilo marinero, es el producto más refinado de la publicidad industrializada. No menciona las palabras: lucha de clases ni burguesía y proletariado, pero rompe con las fronteras nacionales para convertirse en el patrimonio internacional de los mayores, niños y adolescentes.

El Pato Donald llega donde quiera y, donde está, construye palacios idénticos a los de Patolandia y subordina a los jefes de las tribus aún no civilizadas. Alrededor del 75% de estas historietas reflejan la expansión imperialista en los países subdesarrollados, la relación existente entre la civilización y la barbarie, entre el imperio y las colonias, entre unos que tienen todo y otros que no tienen nada. No en vano las aventuras de Donald transcurren en tierras exóticas, llenas de pirámides maravillosas y ruinas históricas, donde todavía es posible trocar las riquezas con baratijas, como en toda conquista de una nación sobre otra.

Sus sobrinos, Hugo, Paco y Luis, lo acompañan en sus aventuras, comportándose como los traviesos niños malos y antagonizando con su tío que, perdido en sitios remotos y tras cacerías de tesoros escondidos, tiene menos autoridad de lo que ellos se imaginan. En algunas de las aventuras en tierras exóticas, los sobrinos parecen tener un entendimiento más profundo y desarrollado de las cosas y un mayor grado de madurez que Donald, quien actúa casi siempre con torpeza y poco tino.

En estas revistas de serie, al margen de referirse sutilmente al saqueo de las riquezas naturales, ponen en evidencia el racismo y la xenofobia que lleva consigo el imperialismo, porque ante los ojos de Pato Donald, disfrazado de turista o explorador, aquellos que no tienen la piel blanca no son humanos sino seres extraños, a quienes se debe contemplar desde lo alto de una escalera o con la ayuda de una lupa, pues si no son gigantes embrutecidos, son tan pequeños como el dedo meñique. Y, claro está, para demostrar la supremacía de una potencia que domina económica y culturalmente, la familia Donald no necesita intérpretes ni diccionarios bilingües para comunicarse con otros pueblos que comparten la suerte del despojo. Es decir, se supone que todos hablan, como por arte de magia, el idioma de Patolandia, incluidos los salvajes de caras labradas y cabezas emplumadas.

La mujer en Patolandia no es más que un objeto de placer o ama de casa, como en toda sociedad capitalista y patriarcal, donde el hecho de ser varón, rico o bello, es suficiente para dominar sobre los menos afortunados. Las mujeres, según los mensajes transmitidos en estas series cuyos argumentos contienen muy pocas escenas de diálogos, tiene sólo dos valores: su estatus social y su belleza física, consciente de que la mujer, aquejada por su miseria y fealdad, no tiene otro destino que vivir como esclava del hogar, recluida en la cocina y convertida en una máquina reproductora de hijos, a diferencia de la mujer hermosa y sensual, cuya única función es satisfacer al hombre que la desposó y liberó, en gran medida, del trabajo doméstico.

En casi todas las historietas de Walt Disney, la mujer que lucha por liberarse de su opresión, vinculada al desarrollo de la lucha de clases y, sobre todo, a la propiedad privada de los medios de producción, está identificada con potencias oscuras y maléficas. Los autores del Pato Donald saben que el día en que la mujer se libere de las cadenas que la sujetan al silencio y la dependencia, y conquiste sus legítimos derechos, sepultará el mito que la sociedad machista creó en torno a ella, el falso mito de que la mujer sólo tiene dos opciones: ser Blancanieves o la Bruja Amelia, Cenicienta o la madrastra perversa, la Bella o la Bestia…

Toda la serie del Pato Donald, desde su primera aparición impresa, el 9 de junio de 1934, estaba destinada a tener un rotundo éxito entre los lectores niños y adultos. Se constituyó en uno de los vehículos más perfectos del patriotismo norteamericano y en el medio didáctico más eficaz para inculcar a sus lectores los valores propios de la cultura occidental capitalista. Si durante la Segunda Guerra Mundial sirvió como propaganda en contra del nazismo alemán, durante la llamada Guerra Fría, protagonizada por el bloque comunista y capitalista, fue el medio a través del cual, con imágenes divertidas y frases ingeniosas, se desbarato toda ideología que atentaba contra la Estatua de la Libertad y la bandera de Estados Unidos.

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