EL CONTRABANDO IDEOLÓGICO
EN EL PATO DONALD
Las publicaciones clásicas
de Walt Disney, traducidas de un golpe a decenas de idiomas, constituyen los
vehículos más perfectos del contrabando ideológico que los capitalistas
suministran a los niños y adultos de los países del llamado Tercer Mundo. Nadie
desconoce que estas historietas sean las fábulas más ingeniosas del siglo XX, y
sus animalitos, aparentemente ingenuos, los personajes antropomórficos más
conocidos -reconocidos- de Estados Unidos.
En estas publicaciones a
todo color, que sirven como instrumentos de colonización intelectual, Pato
Donald y su caravana de amigos/enemigos desempeñan el mismo rol socio-histórico
que las clases antagónicas del sistema capitalista, pues ni bien se abren las
tapas saltan a la vista las luchas que se libran entre buenos y malos,
entre quienes detentan el poder y los que atentan contra él.
No es casual que los
argumentos de estas historietas insistan en la idea de que quienes tienen las
riquezas, tienen también el poder; en tanto los desposeídos, que apenas son
dueños de su fuerza de trabajo, están condenados a obedecer sumisamente los
mandatos superiores, y si alguna vez atentan contra la propiedad privada, son
perseguidos y castigados como delincuentes comunes.
De modo que estas publicaciones, con amplia popularidad en
Estados Unidos, Europa, América Latina y el resto del mundo, no son ajenas al acontecer político. Si
desenmascaramos a sus personajes, encontraremos: por un lado, al pato más rico del
mundo, que responde al nombre de Rico McPato (Tío Rico); un personaje con
lentes redondos y apoyado en su bastón, que vive en completa soledad en una
enorme mansión de Patolandia; él es el arquetipo del millonario que sueña con un mundo de fantasías, donde sea
posible acumular riquezas sin pagar salarios; y, por el otro, a los Chicos
Malos -representados como una pandilla de salvajes o ladrones-, que son los
proletarios, y cuya única vía para su liberación consiste en abolir el poder
económico de la familia Donald; poder económico que, por lo demás, es
inconcebible al margen de la plusvalía y el sudor de los obreros.
El mensaje más sustancial no está en el comienzo
de las historietas, sino en el desenlace, que casi siempre es el mismo: si los
Chicos Malos no terminan en la cárcel, y Rico McPato se hace más rico, es
Donald quien, montando en cólera y haciendo uso de un parloteo ininteligible, arenga a sus sobrinos la consigna de que todos
los luchadores de la justicia social son “estúpidos”. Asimismo, como él es el
guardián de los intereses de la clase dominante, se propone romper las
manifestaciones de protesta con solo invitar a los alboroteros a tirar sus
pancartas y beber limonada, para así enseñar a los lectores que los
manifestantes, que luchan por la justicia social, son capaces de vender sus
ideales a cambio de un vaso de limonada.
El personaje del Pato
Donald, de carácter malhumorado y vestido al estilo marinero, es el producto
más refinado de la publicidad industrializada. No menciona las palabras: lucha
de clases ni burguesía y proletariado, pero rompe con las fronteras
nacionales para convertirse en el patrimonio internacional de los mayores,
niños y adolescentes.
El Pato Donald llega
donde quiera y, donde está, construye palacios idénticos a los de Patolandia y
subordina a los jefes de las tribus aún no civilizadas. Alrededor del 75% de
estas historietas reflejan la expansión imperialista en los países
subdesarrollados, la relación existente entre la civilización y la barbarie,
entre el imperio y las colonias, entre unos que tienen todo y otros que no
tienen nada. No en vano las aventuras de Donald transcurren en tierras
exóticas, llenas de pirámides maravillosas y ruinas históricas, donde todavía
es posible trocar las riquezas con baratijas, como en toda conquista de una nación
sobre otra.
Sus sobrinos, Hugo, Paco y
Luis, lo acompañan en sus aventuras, comportándose como los traviesos niños
malos y antagonizando con su tío que, perdido en sitios remotos y tras cacerías
de tesoros escondidos, tiene menos autoridad de lo que ellos se imaginan. En
algunas de las aventuras en tierras exóticas, los sobrinos parecen tener un
entendimiento más profundo y desarrollado de las cosas y un mayor grado de
madurez que Donald, quien actúa casi siempre con torpeza y poco tino.
En estas revistas de
serie, al margen de referirse sutilmente al saqueo de las riquezas naturales,
ponen en evidencia el racismo y la xenofobia que lleva consigo el imperialismo,
porque ante los ojos de Pato Donald, disfrazado de turista o explorador,
aquellos que no tienen la piel blanca no son humanos sino seres extraños, a
quienes se debe contemplar desde lo alto de una escalera o con la ayuda de una
lupa, pues si no son gigantes embrutecidos, son tan pequeños como el dedo
meñique. Y, claro está, para demostrar la supremacía de una potencia que domina
económica y culturalmente, la familia Donald no necesita intérpretes ni
diccionarios bilingües para comunicarse con otros pueblos que comparten la
suerte del despojo. Es decir, se supone que todos hablan, como por arte de
magia, el idioma de Patolandia, incluidos los salvajes de caras labradas y
cabezas emplumadas.
La mujer en Patolandia no
es más que un objeto de placer o ama de casa, como en toda sociedad
capitalista y patriarcal, donde el hecho de ser varón, rico o bello, es
suficiente para dominar sobre los menos afortunados. Las mujeres, según los
mensajes transmitidos en estas series cuyos argumentos contienen muy pocas escenas de
diálogos, tiene sólo dos valores: su
estatus social y su belleza física, consciente de que la mujer, aquejada por su
miseria y fealdad, no tiene otro destino que vivir como esclava del hogar,
recluida en la cocina y convertida en una máquina reproductora de hijos, a
diferencia de la mujer hermosa y sensual, cuya única función es satisfacer al
hombre que la desposó y liberó, en gran medida, del trabajo doméstico.
En casi todas las
historietas de Walt Disney, la mujer que lucha por liberarse de su opresión,
vinculada al desarrollo de la lucha de clases y, sobre todo, a la propiedad
privada de los medios de producción, está identificada con potencias oscuras y
maléficas. Los autores del Pato Donald saben que el día en que la mujer se
libere de las cadenas que la sujetan al silencio y la dependencia, y conquiste
sus legítimos derechos, sepultará el mito que la sociedad machista creó en
torno a ella, el falso mito de que la mujer sólo tiene dos opciones: ser
Blancanieves o la Bruja Amelia, Cenicienta o la madrastra perversa, la Bella o
la Bestia…
Toda la serie del Pato
Donald, desde su primera aparición impresa, el 9 de junio de 1934, estaba
destinada a tener un rotundo éxito entre los lectores niños y adultos. Se
constituyó en uno de los vehículos más perfectos del patriotismo norteamericano
y en el medio didáctico más eficaz para inculcar a sus lectores los valores
propios de la cultura occidental capitalista. Si durante la Segunda Guerra
Mundial sirvió como propaganda en contra del nazismo alemán, durante la llamada
Guerra Fría, protagonizada por el bloque comunista y capitalista, fue el medio
a través del cual, con imágenes divertidas y frases ingeniosas, se desbarato
toda ideología que atentaba contra la
Estatua de la Libertad y la bandera de Estados Unidos.
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