viernes, 28 de enero de 2022

HÉCTOR BORDA LEAÑO, EL POETA SOCIAL DE BOLIVIA

Héctor Borda Leaño, autor de los libros premiados El sapo y la serpiente (1965), La Challa (1967)  y Con rabiosa alegría (1970), era un indiscutible defensor de la justicia social y los recursos naturales, y, aunque en su juventud militó en la Falange Socialista Boliviana (FSB) de Óscar Únzaga de la Vega, en su edad madura asumió como suyos los ideales del socialismo marxista. No en vano, después de haber sufrido varias veces la persecución y el exilio, pasó a militar en las filas del Partido Socialista Uno (PS-1), fundado por Marcelo Quiroga Santa Cruz en mayo de 1971.

La poesía social boliviana

Su larga trayectoria como político y poeta está avalada por quienes lo conocieron desde sus años mozos en Oruro, la ciudad donde nació y se proyectó como una de las figuras señeras de la poesía social de Bolivia, junto a Alcira Cardona Torrico, Alberto Guerra Gutiérrez y Jorge Calvimontes y Calvimontes. A mediados de los años 1940, se integró a la segunda generación del movimiento literario Gesta Bárbara, constituido por escritores e intelectuales inspirados por el simbolismo brutal y el compromiso social en el ámbito literario.

Amistad con Marcelo Quiroga Santa Cruz

Nunca olvidó su estrecha relación con el líder socialista, a quien admiraba y respetaba como a nadie en el panorama latinoamericano, no sólo porque lo impresionó, desde la primera vez que lo conoció, con su aguda inteligencia y su impecable retórica, sino también porque le impactó, en una casual tertulia de amigos, con sus versados conocimientos en poesía nacional e internacional. Todo esto me lo contó el mismo Borda Leaño, mirándome a través de sus lentes con el brillo de sus enormes ojos, apenas abordamos la vida política y el quehacer literario de Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien fuera una de las figuras emblemáticas en la recuperación de la democracia secuestrada por las dictaduras militares y una de las mentes más brillante de la intelectualidad boliviana.

Durante el periodo de la recuperación de la democracia y cuando el Partido Socialista Uno (PS-1) perdió a su histórico líder, quien fue asesinado y desaparecido en el golpe militar del 17 de julio de 1980, Héctor Borda Leaño, que por entonces se encontraba en Suecia, acudió a la convocatoria del PS-1 para ejercer como Senador de la república entre 1982 y 1985, aunque ya una década antes se había desempeñado como Diputado en la cámara baja del parlamento.

Encuentro de escritores en Estocolmo

Lo traté de cerca durante la realización del Primer Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Suecia, que se realizó en Estocolmo, a mediados de septiembre de 1991; ocasión que permitió conocernos mejor, conversar sobre temas de interés común y, sobre todo, ahondar en una entrañable amistad, que mantuvimos desde entonces por correo y llamadas telefónicas.

Recuerdo que la tarde que visitamos las instalaciones de la Sociedad de Escritores Suecos, nos detuvimos en el patio de la entrada y, decididos a aprovechar el sol que caía con todo su esplendor, nos acomodamos en un sitio para beber unas cervezas enlatadas y conversar a mandíbula suelta. Héctor Borda Leaño y Alberto Guerra Gutiérrez, que fueron contertulios desde la juventud, recordaron las veces en que, durante los gobierno de Víctor Paz Estenssoro y René Barrientos Ortuño, leían poesías subversivas en locales clandestinos, donde algunos mineros, con fusiles al hombro, hacían de centinelas en la puerta.

La poesía como arma de rebelión

Héctor Borda Leaño, alisándose los mostachos y arreglándose la visera de su gorra, afirmaba que las poesías no conocen barrotes que la encierren ni balas que la maten, porque son como las aves que vuelan más mientras más se las quiere atrapar. Alberto Guerra Gutiérrez, a tiempo de encender un Astoria que se llevó en una cigarrera desde Oruro, asentía con la cabeza, como coincidiendo con las palabras de su dilecto amigo y, mientras echaba bocanadas de humo, añadía que la poesía servía también como arma de rebelión en tiempos de dictadura; una definición que ponía de manifiesto el compromiso social asumido por estos dos poetas identificados con las luchas y aspiraciones de su pueblo.

Su retorno a Bolivia

Después supe que él, tras la muerte de su esposa, acaecida en la ciudad sureña de Malmoe, retornó a Bolivia, con las cenizas de su eterna y amada compañera, quien, desde el día en que decidieron formar una familia, lo acompañó en las buenas y en las malas, en los periplos del exilio y hasta en los momentos en que juntaban sus almas enamoradas al son de la música y las palabras, porque mientras Héctor Borda Leaño leía sus versos, luciéndose con su templada voz de presentador radial, su esposa le acompañaba con una música de fondo, arrancándole a la zampoña sus mejores melodías.

Este importante vate de la poesía social boliviana, que escribió hermosos versos dedicados a los mineros, los mitos, las leyendas y las tradiciones ancestrales, no dejó de cultivar una poesía sentimental y romántica, como la que plasmó en Poemas para una mujer de noviembre que, sin lugar a dudas, revela las virtudes, el amor y coraje de su señora esposa, quien no alcanzó a conocer la edición de esta obra, que fue publicada recién en 2013.

La prensa nacional, leída casi siempre en su versión digital y a través de la Red de Internet, me dio una grata noticia el día en que el Estado boliviano,  en reconocimiento a su larga y meritoria trayectoria, le otorgó la Medalla al Mérito Cultural Marina Núñez del Prado en 2010, junto al escritor Jesús Urzagasti y el poeta Antonio Terán Cabero, puesto que se  trataba de una distinción merecida para cualquier trabajador de la cultura, sea éste cultor de las artes, la música o las letras.    

La publicación de sus obras

Mayor fue mi alegría cuando supe que sus creaciones, reunidas en Poemas desbandados (1997) y Las claves del comandante (1998), fueron publicadas en Bolivia; dos poemarios que, en su gran mayoría, fueron escritos durante su estadía en Argentina y Suecia; dos poemarios que, como todos sus libros, demoraron en elaborarse en su mente, en salir de su tintero y en llegar a manos de los lectores, puesto que Héctor Borda Leaño correspondía a esa categoría de autores que escriben con paciencia, dedicación y gran sentido autocrítico, convencidos de que escribir buenos versos no es lo mismo que fabricar chorizos; por cuanto el poeta, sobre todo el verdadero poeta, hecho de hipersensibilidades e intuiciones lingüísticas, es capaz de trabajar con el lenguaje coloquial, pero también con el lenguaje que juega con las metáforas, las figuras de dicción y la prosodia de las palabras; recursos propios del género más exigente de la literatura, donde la belleza del poema depende de la sensibilidad y experiencia escritural del artista de la palabra escrita.

Otra vez rumbo a Suecia

Tiempo antes de que yo retornara a Bolivia, Héctor Borda Leaño hizo maletas y, apoyándose en el bastón que adquirió en La Paz, abordó un avión con destino a Suecia, probablemente porque este país escandinavo, que lo recibió con los brazos abiertos y solidarios cuando se asiló en 1977, y donde disfrutaba del cariño de amigos y conocidos, lo atrajo otra vez con sus encantos, su buena atención médica, su seguridad social y, claro está, porque en esas tierras de Odín, a cuyas sagas mitológicas Ricardo Jaimes Freyre le dedicó todo un libro en versos libres, residían sus hijos y nietos, junto a quienes exhaló el último suspiro de su vida; una vida que Héctor Borda Leaño la vivió con la pasión, la sabiduría y la intensidad propia de los grandes poetas.

Una entrevista inconclusa

Cierto día recibí una llamada telefónica del desaparecido político y poeta boliviano Héctor Borda Leaño (Oruro, 1927 – Malmoe, Suecia 2022); quien, luego de haber leído en Presencia Literaria una entrevista que le hice al poeta Pedro Shimose, en septiembre de 1991, me pidió entrevistarlo porque -según me manifestó con voz firme y lucidez intelectual-, tenía muchas cosas que decir respecto a la Celebración de los 500 años del llamado descubrimiento de América y, sobre todo, en torno a las verdades y mentiras de la literaria boliviana.

Yo accedí al pedido y, sin darle más vueltas al asunto, preparé un glosario de preguntas, no sé si buenas o malas, y se las envié por correo, puesto que yo no disponía de tiempo para visitarlo en su casa, ubicada en la sureña ciudad de Malmoe, y menos para entrevistarlo en directo. De modo que, desde entonces, me quedé esperando sus respuestas, con la ilusión de que sus ideas y sus experiencias echaran algunas luces sobre las tinieblas de la literatura boliviana.

Ahora que la prensa me trajo la escueta pero infausta noticia de su receso, acaecida en ese país portátil, poético e imaginario, que él cargaba en el bolsillo por donde iba, no tengo otro consuelo que quedarme con una entrevista inconclusa, cuyas preguntas eran las siguientes:

Los orígenes

1. ¿Dónde y en qué circunstancias transcurrió su infancia y su juventud?

2. ¿Cómo recuerda sus años de estudiante?

3. ¿Qué experiencias positivas puede rescatar del trabajo que desempeñó en los centros mineros, donde trabajó en el interior mina y, a la vez, como locutor de radio?

Actividad política y exilio

4. ¿Cómo explica su incursión en las filas de Falange Socialista Boliviana y su posterior transición hacia al Partido Socialista Uno, organización de la que fue uno de los co-fundadores junto a Marcelo Quiroga Santa Cruz?

5. ¿Cuántas veces y en qué países vivió exiliado?

6. ¿Qué nos puede contar de sus años como Senador de la República de Bolivia?

7. ¿Cuál es la opinión que le merece la personalidad política y literaria de Marcelo Quiroga?

Itinerario poético

8. ¿Cuáles son las causas que le motivaron a cultivar la poesía?

9. ¿Considera que es correcto decir que Ud. es uno de los poetas sociales más visibles en Bolivia, después de Alcira Cardona? De no ser así, ¿qué opinión le merece esta afirmación?

10. ¿Cree que es necesario que el escritor esté comprometido con los acontecimientos socio-políticos de su tiempo. Es decir, que el escritor sea un portavoz de una corriente política determinada?

11. ¿Es correcto que la crítica literaria en Bolivia lo ubique dentro de la segunda generación de Gesta Bárbara? En cualquier caso, ¿qué opina de los poetas de dicha generación?

 12. ¿Es justo decir en su caso que el político mató al poeta; por una parte, debido a que la actividad política le resto tiempo en la escritura y, por otra, debido a que son ya varios años que no ha vuelto a publicar una nueva obra?

13. ¿Qué proyectos tiene en materia literaria para el futuro. Sé que tiene inédito un diccionario quechua-inglés y varios poemarios?

14. Por último, ¿Cuáles son sus tres tesis fundamentales respecto a la celebración del llamado V Centenario del Descubrimiento de América?

Imágenes:

1. Héctor Borda Leaño.

2. Movimiento Cultural Prisma. Héctor Borda Leaño (sentado, der.).

3. Encuentro de escritores bolivianos en Estocolmo, 1991. Héctor Borda de pie, derecha.

4. Víctor Montoya, Héctor Borda Leaño y Alberto Guerra.

5. Héctor Borda Leaño, uno de los poetas sociales de Bolivia.

6- La challa, uno de los primeros poemarios de Héctor Borda Leaño.

 

domingo, 9 de enero de 2022

MINEROS ARMADOS EN UNA FOTOGRAFÍA HISTÓRICA

Cuando fijé la mirada en esta sorprendente fotografía, grabada con luz y reproducida en papel mate, lo primero que me pregunté fue quién era el hombre llevado en hombros. No sabía si era César Lora o su hermano mayor Guillermo, pero no pasó mucho tiempo para que el autor de la fotografía despejara la duda. Es Guillermo Lora. La foto se tomó en 1965, en la calle Linares, pero no recuerdo exactamente la fecha, dijo Juan Bastos (conocido también como el Fiero Bastos), quien se dedicó a registrar, con su cámara Kodak en mano, la historia de los mineros y pobladores de Llallagua, Catavi y Siglo XX.

El fotógrafo, experto en el arte y la técnica de obtener imágenes, conservaba una invalorable joya en su laboratorio, donde reveló los negativos de los carretes de películas sensibles a la luz, perpetuando a los personajes más destacados del sindicalismo revolucionario, quienes fueron sus amigos personales y cuyas imágenes fueron captadas por su cámara tanto dentro como fuera de la mina; en asambleas, congresos y reuniones en el local de Radio La Voz del Minero, donde los mejores exponentes de los partidos políticos deliberaban sus planteamientos ideológicos, disputándose la dirección del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX.

Ahora que el fotógrafo descansa en paz, esperemos que todo este material gráfico, de incalculable valor testimonial y documental, sea recuperado y clasificado por sus herederos, para luego ser puestos a disposición de alguna institución pública o privada que pueda conservarlo y ponerlo al servicio de los investigadores de temas vinculados a la historia del movimiento obrero boliviano. Este poderoso arsenal de fotografías, que forma parte de la historia del sindicalismo minero, debe ser conocido y declarado patrimonio de los llallagueños, pues, de otro modo, sería lamentable que estas joyas gráficas se pierdan entre los polvos de un depósito oscuro y olvidado.

Si la fotografía data de 1965, debe considerarse que fue tomada durante el régimen de René Barrientos Ortuño, quien, y a nombre de la Doctrina de Seguridad Nacional, introducida por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y asesorado por los agentes de la CIA, protagonizó el golpe de Estado en noviembre de 1964. Ni bien se estableció en la silla presidencial, desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales, rebajó los salarios a niveles de hambre y se propuso aplastar al comunismo internacional con todos los medios a su alcance, no solo desterró a los subversores a zonas inhóspitas, sino que también cometió crímenes de lesa humanidad.

Sin embargo, a pesar de los peligros que representaba el gobierno de facto, los mineros seguían bregando por hacer respetar sus derechos fundamentales, como el fuero sindical, el aumento salarial y la reincorporación de sus compañeros despedidos a sus fuentes laborales. Fue en estas circunstancias que fue tomada esta fotografía, donde se ve a un piquete de mineros armados, quienes, mostrándose como los indomables soldados de las milicias obreras, cargaban en hombros al ideólogo trotskista entre fusiles, pancartas y banderas rojas ornamentadas con la hoz, el martillo y el número cuatro en referencia a la Cuarta Internacional.

Cuando Guillermo Lora, secretario general del Partido Obrero Revolucionario (POR), llegaba a Llallagua para dirigir la escuela de cuadros, que se prolongaban por varios días, era conducido en hombros de los mineros por las calles de la población civil de Llallagua y los campamentos mineros de siglo XX, hasta arribar al Pabellón de los Solteros, en cuyos dos cuartos ampliados por Filemón Escóbar, entre humos de cigarrillos y discusiones acaloradas, se realizaban las reuniones y ampliados de los militantes poristas.

Hermógenes Peláez, en una entrevista concedida para el libro Guillermo Lora, el último bolchevique (2021), del periodista Ricardo Zelaya Medina, recuerda: Cuando Guillermo venía, el Partido ya había crecido, en hombros sabíamos manejarle. De arriba bajaban las manifestaciones, de Cancañiri, y les esperábamos en la plaza, en el Club Racing, todos los militantes, unos 50 ó 60. Y de ahí en hombros lo sabíamos llevar hasta la Plaza del Minero (pág. 199).

Es probable que Guillermo Lora, en esta fotografía, esté sentado a horcajadas sobre los hombros del dirigente minero Cirilo Jiménez u otro obrero de fornido físico, cabellera hirsuta y bigotes recortados a la usanza de los actores de la época de oro del cine mejicano. Algunos niños curiosos, con la mirada volteada hacia atrás, van por delante y a paso ligero. Los obreros visten con chaquetas de cuero y otros con sacos de paños de la tierra, pero la mayoría de ellos llevan el atuendo de mineros, el guardatojo calado hasta las orejas y los botines con puntas de fierro, que la empresa les distribuía en las pulperías a cuenta de su salario.

Es ineludible que en la escuela de cuadros, el ideólogo del POR, autor de la Tesis de Pulacayo, inagotable panfletista y el mejor intérprete del trotskismo latinoamericano, disertaba sobre temas políticos y organizativos del Partido Obrero Revolucionario, además de hablarles de la importancia de encarnar el programa revolucionario y encaminarse hacia la conquista del poder, pero no a través del foco guerrillero ni las propuestas de los gobiernos nacionalistas, sino a través del programa revolucionario que debía encarnar la clase destinada a acaudillar la revolución de obreros y campesinos, hacia el socialismo y la dictadura del proletariado, ya que solamente el proletariado, bajo la dirección de su programa político, podía salvar a los explotados de la barbarie capitalista.

En este piquete de mineros armados, que ganaban las calles voceando consignas combativas contra la bota militar y el imperialismo, se encontraban algunos luchadores obreros como Pablo Rocha, Ángel Capari, Filemón Escóbar, Julio C. Aguilar, Isaac Camacho, Benigno Bastos, Víctor Siñanis, Flavio Ayaviri, Pedro Guzmán, René Anzoleaga, Sánchez y un largo etcétera de jóvenes militantes y simpatizantes del Partido. Y, claro está, en consideración de algunos, el personaje que debía ser llevado en hombros era César Lora, el verdadero organizador del Partido en las minas de Siglo XX, el indiscutible líder de los trabajadores, el que avizoraba la revolución sabiendo que esta no se haría con papeles ni panfletos, sino con los fusiles en las manos y con coraje a prueba de balas, sin dubitaciones ni mediatintas. César Lora era, sin lugar a dudas, el maestro de los mineros y campesino, a quienes les enseñaba las concepciones de los clásicos del marxismo en idioma quechua, el mejor visionario de la revolución obrera-campesina proyectada desde la lámpara enganchada en el guardatojo.

Por la realidad que refleja la fotografía es fácil suponer que César Lora, a pesar de su condición de líder nato del sindicalismo minero, no tenía afanes de figurón ni quería hacerse el caudillo por imposturas; prefería mantenerse al nivel de las bases, como era su costumbre, ajeno al culto de la personalidad, incluso cuando los acontecimientos lo colocaban de manera natural en la cúspide de los acontecimientos sociales que se agitaban desde abajo, pero desde muy abajo, desde el seno mismo de los trabajadores que lo elegían como al portavoz de sus reivindicaciones por su alto grado de conciencia política, casi siempre en actitud beligerante y discursos al rojo vivo.

Cualquiera que contemple esta fotografía, con la mirada puesta en los fusiles, se preguntará: ¿De dónde sacaron las armas? ¿Acaso provenían de la revolución del 1952 o las adquirieron en otras circunstancias? Lo cierto es que cuando el régimen de René Barrientos Ortuño despidió a decenas de sindicalistas subversores de sus fuentes laborales, ellos tenían que buscar la manera de mantener a sus familias. Pastor Peláez recuerda que César Lora, con la lucidez mental que lo caracterizaba, dijo: Carajo, De qué vamos a vivir, pues, tenemos que ‘jukear’ el mineral; palabras que pronto se convirtieron en consigas.

El jukeo consistía en formar un grupo de obreros retirados de la empresa y otro grupo de desocupados para explotar las vetas de estaño, cuyos concentrados eran entregados en bolsas de Calcuta a la misma Empresa Minera Catavi, una vez que César Lora convenció a los administradores para que declaren el jukeo como una actividad legal, para así evitar el quiebre de la empresa, la rebaja de los salarios y el despido forzoso de los obreros.

Con una parte de esos dineros recaudados del jukeo compraron una volqueta Ford de color rojo y las armas que debían ser usadas para emprender la insurrección armada de las masas y la instauración del gobierno obrero-campesino. Pastor Peláez, quien tenía escondidas las armas, tapadas con una calamina, en el patio de la casa de su madre, en la calle 9 de Abril de la población civil de Llallagua, confesó: Y con esa misma plata nos hemos comprado la volqueta y el armamento (…) Teníamos metralletas, fusiles M-1, una cosa de 50 (Zelaya Medina, Ricardo. Guillermo Lora, el último bolchevique, 2021, pág. 179) .

De modo que en la época del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, los obreros estaban armados con las metralletas y fusiles que desenterraban en el patio de la casa de la madre de Pastor Peláez, quien era más conocido por el sobrenombre de Sabu, debido a su larga cabellera y su parecido físico con Sabu Dastagir, actor de origen hindú que, en los años cuarenta del siglo pasado, protagonizó películas como El ladrón de Bagdad y El libro de la selva, entre los más destacados de una larga producción cinematográfica; películas que se proyectaban en los cines de los centros mineros de Uncía, Catavi, Siglo XX y Cancañiri. 

Estas mismas armas se habían ya usado el 28 y 29 de octubre de 1964, en el enfrentamiento contra las tropas del Ejército en las áridas pampas de Sora Sora, a medio camino entre Huanuni y Oruro, donde se dieron bajas en ambos bandos y en cuyas refriegas, que duraron horas de fuego cruzado de proyectiles, hubo varios combatientes gravemente heridos.

Las columnas de obreros, disciplinados y fuertemente armados con ametralladoras, fusiles y dinamitas, estaban comandadas por César Lora, Isaac Camacho y Cirilo Jiménez. Ellos se lanzaron al combate con el propósito de llegar hasta Oruro y apresurar la caída del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que se puso al servicio de los intereses del imperialismo, traicionando los objetivos estratégicos de la revolución nacionalista del 9 de abril de 1952.

El 14 de septiembre, después de la masacre de San Juan, en la madrugada del 24 junio de 1967, volvieron a remover el escondite y a sacar las armas totalmente carcomidas; las tuvieron que limpiar y engrasar, una por una, para luego distribuirlas entre los obreros más jóvenes y osados, así fue como desde entonces, las armas nunca más se recuperaron, al mismo tiempo que el gobierno de Barrientos, con el asesoramiento de los mercenarios de la CIA, seguía con su objetivo de liquidar a los movimientos izquierdistas que se oponían a la dictadura; no tuvo reparos en acabar con los dirigentes más esclarecidos de los sindicatos revolucionario. Así fue como asesinaron a César Lora en julio de 1965 y desaparecieron a Isaac Camacho un mes después de haber provocado un baño de sangre en junio de 1967.

Esta imagen nos deja un testimonio de la gloriosa época del proletariado minero, de ese sector laboral que, en el marco de las luchas sociales, difundían el claro mensaje de que los pobres, explotados y marginado serían los que controlarían el poder político en beneficio de las grandes mayorías, que soportaban los látigos del imperialismo y de los gobiernos que no representaban los intereses de quienes deseaban vivir en un país más justo, libre y equitativo. 

Esta fotografía histórica, atesorada en los archivos del fotógrafo llallagueño Juan Bastos, es un buen ejemplo de que en las minas de Sigo XX, había una organización de militantes y simpatizantes de la organización trotskista dispuesta a empuñar las armas y conquistar el poder político, para establecer el gobierno obrero-campesino, que hoy por hoy, en el siglo XXI y tras el decreto 21060 y el cierre de las minas nacionalizadas, que liquidó a las direcciones revolucionarias de la clase obrera, parece más una ilusión lejana que una escena propia de la realidad actual.

Este testimonio de luces y de sombras, revelado mediante un procedimiento químico en el laboratorio, muestra que los obreros estaban decididos a asumir su rol histórico bajo las banderas del socialismo, la única sociedad capaz de abolir las discriminaciones sociales y raciales; es más, es una fehaciente prueba de que los obreros, armados por César Lora e Isaac Camacho, estaban dispuestos a emprender la insurrección popular, prestos a batirse con las tropas del Ejército y lograr una victoria en los campos de batalla, para conquistar, palmo a palmo y con las armas en las manos, los ideales trazados por la Tesis de Pulacayo.

Son lecciones de vida y de lucha, y de esto deben aprender las actuales autoridades de gobierno, los dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), que deben reivindicar las tesis políticas aprobadas en las asambleas y los congresos mineros, sin claudicar ni traicionar la independencia política de los oprimidos ante los gobiernos de turno, ya sean estos civiles o militares, de derecha o izquierda, debido a que el proletariado siempre tuvo sus propios principios y objetivos desde que se constituyó en clase en sí y para sí, en la clase revolucionaria por excelencia, en la vanguardia de la nación oprimida que pugnaba por liberarse de la opresión imperialista.

Las gloriosas épocas del pasado ya no existen en Llallagua, ni en Catavi, ni en Siglo XX, que fueron los baluartes de las luchas sociopolíticas durante la pasada centuria. Lo único que ha quedado son los vestigios de los dirigentes sindicales más importantes del país, una historia que debe rescatarse para las futuras generaciones, para que sepan que los distritos mineros del norte de Potosí parieron a hombres y mujeres que supieron armarse de coraje para defender sus derechos más elementales y sus ganas de transformar la sociedad capitalista, donde pocos tienen mucho y muchos no tienen nada, en una sociedad socialista más digna, solidaria y humana.

Imágenes:

1.     Piquete de mineros armados, Siglo XX-Llallagua, 1965. Foto de Juan Bastos.

2.     Guillermo Lora.

3.     César Lora e Isaac Camacho. Viñeta realizada por el muralista Miguel Alandia Pantoja.