MINEROS ARMADOS EN UNA FOTOGRAFÍA HISTÓRICA
Cuando fijé la mirada en esta sorprendente fotografía, grabada
con luz y reproducida en papel mate, lo primero que me pregunté fue quién era
el hombre llevado en hombros. No sabía si era César Lora o su hermano mayor
Guillermo, pero no pasó mucho tiempo para que el autor de la fotografía
despejara la duda. Es Guillermo Lora. La foto se tomó en 1965, en la calle
Linares, pero no recuerdo exactamente la fecha, dijo Juan Bastos (conocido
también como el Fiero Bastos), quien se dedicó a registrar, con su
cámara Kodak en mano, la historia de los mineros y pobladores de Llallagua,
Catavi y Siglo XX.
El fotógrafo, experto en el arte y la técnica de obtener
imágenes, conservaba una invalorable joya en su laboratorio, donde reveló los
negativos de los carretes de películas sensibles a la luz, perpetuando a los
personajes más destacados del sindicalismo revolucionario, quienes fueron sus
amigos personales y cuyas imágenes fueron captadas por su cámara tanto dentro
como fuera de la mina; en asambleas, congresos y reuniones en el local de Radio
La Voz del Minero, donde los mejores exponentes de los partidos políticos
deliberaban sus planteamientos ideológicos, disputándose la dirección del
Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX.
Ahora que el fotógrafo descansa en paz, esperemos que todo
este material gráfico, de incalculable valor testimonial y documental, sea
recuperado y clasificado por sus herederos, para luego ser puestos a
disposición de alguna institución pública o privada que pueda conservarlo y
ponerlo al servicio de los investigadores de temas vinculados a la historia del
movimiento obrero boliviano. Este poderoso arsenal de fotografías, que forma
parte de la historia del sindicalismo minero, debe ser conocido y declarado
patrimonio de los llallagueños, pues, de otro modo, sería lamentable que estas
joyas gráficas se pierdan entre los polvos de un depósito oscuro y olvidado.
Si la fotografía data de 1965, debe considerarse que fue
tomada durante el régimen de René Barrientos Ortuño, quien, y a nombre de la Doctrina
de Seguridad Nacional, introducida por el Departamento de Estado de los
Estados Unidos, y asesorado por los agentes de la CIA, protagonizó el golpe de
Estado en noviembre de 1964. Ni bien se estableció en la silla presidencial,
desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales,
rebajó los salarios a niveles de hambre y se propuso aplastar al comunismo
internacional con todos los medios a su alcance, no solo desterró a los subversores
a zonas inhóspitas, sino que también cometió crímenes de lesa humanidad.
Sin embargo, a pesar de los peligros que representaba el
gobierno de facto, los mineros seguían bregando por hacer respetar sus derechos
fundamentales, como el fuero sindical, el aumento salarial y la reincorporación
de sus compañeros despedidos a sus fuentes laborales. Fue en estas
circunstancias que fue tomada esta fotografía, donde se ve a un piquete de
mineros armados, quienes, mostrándose como los indomables soldados de las
milicias obreras, cargaban en hombros al ideólogo trotskista entre fusiles,
pancartas y banderas rojas ornamentadas con la hoz, el martillo y el número
cuatro en referencia a la Cuarta Internacional.
Cuando Guillermo Lora, secretario general del Partido
Obrero Revolucionario (POR), llegaba a Llallagua para dirigir la escuela de
cuadros, que se prolongaban por varios días, era conducido en hombros de
los mineros por las calles de la población civil de Llallagua y los campamentos
mineros de siglo XX, hasta arribar al Pabellón de los Solteros, en cuyos
dos cuartos ampliados por Filemón Escóbar, entre humos de cigarrillos y
discusiones acaloradas, se realizaban las reuniones y ampliados de los
militantes poristas.
Hermógenes Peláez, en una entrevista concedida para el libro Guillermo Lora, el último bolchevique (2021), del periodista Ricardo Zelaya Medina, recuerda: Cuando Guillermo venía, el Partido ya había crecido, en hombros sabíamos manejarle. De arriba bajaban las manifestaciones, de Cancañiri, y les esperábamos en la plaza, en el Club Racing, todos los militantes, unos 50 ó 60. Y de ahí en hombros lo sabíamos llevar hasta la Plaza del Minero (pág. 199).
Es probable que Guillermo Lora, en esta fotografía, esté
sentado a horcajadas sobre los hombros del dirigente minero Cirilo Jiménez u
otro obrero de fornido físico, cabellera hirsuta y bigotes recortados a la
usanza de los actores de la época de oro del cine mejicano. Algunos niños
curiosos, con la mirada volteada hacia atrás, van por delante y a paso ligero.
Los obreros visten con chaquetas de cuero y otros con sacos de paños de la tierra,
pero la mayoría de ellos llevan el atuendo de mineros, el guardatojo calado
hasta las orejas y los botines con puntas de fierro, que la empresa les
distribuía en las pulperías a cuenta de su salario.
Es ineludible que en la escuela de cuadros, el
ideólogo del POR, autor de la Tesis de Pulacayo, inagotable panfletista
y el mejor intérprete del trotskismo latinoamericano, disertaba sobre temas
políticos y organizativos del Partido Obrero Revolucionario, además de
hablarles de la importancia de encarnar el programa revolucionario y
encaminarse hacia la conquista del poder, pero no a través del foco guerrillero
ni las propuestas de los gobiernos nacionalistas, sino a través del programa
revolucionario que debía encarnar la clase destinada a acaudillar la revolución
de obreros y campesinos, hacia el socialismo y la dictadura del proletariado,
ya que solamente el proletariado, bajo la dirección de su programa político,
podía salvar a los explotados de la barbarie capitalista.
En este piquete de mineros armados, que ganaban las calles
voceando consignas combativas contra la bota militar y el imperialismo, se
encontraban algunos luchadores obreros como Pablo Rocha, Ángel Capari, Filemón
Escóbar, Julio C. Aguilar, Isaac Camacho, Benigno Bastos, Víctor Siñanis,
Flavio Ayaviri, Pedro Guzmán, René Anzoleaga, Sánchez y un largo etcétera de
jóvenes militantes y simpatizantes del Partido. Y, claro está, en consideración
de algunos, el personaje que debía ser llevado en hombros era César Lora, el
verdadero organizador del Partido en las minas de Siglo XX, el indiscutible
líder de los trabajadores, el que avizoraba la revolución sabiendo que esta no
se haría con papeles ni panfletos, sino con los fusiles en las manos y con
coraje a prueba de balas, sin dubitaciones ni mediatintas. César Lora era, sin
lugar a dudas, el maestro de los mineros y campesino, a quienes les enseñaba
las concepciones de los clásicos del marxismo en idioma quechua, el mejor
visionario de la revolución obrera-campesina proyectada desde la lámpara
enganchada en el guardatojo.
Por la realidad que refleja la fotografía es fácil suponer
que César Lora, a pesar de su condición de líder nato del sindicalismo minero,
no tenía afanes de figurón ni quería hacerse el caudillo por imposturas;
prefería mantenerse al nivel de las bases, como era su costumbre, ajeno al
culto de la personalidad, incluso cuando los acontecimientos lo colocaban de
manera natural en la cúspide de los acontecimientos sociales que se agitaban
desde abajo, pero desde muy abajo, desde el seno mismo de los trabajadores que
lo elegían como al portavoz de sus reivindicaciones por su alto grado de
conciencia política, casi siempre en actitud beligerante y discursos al rojo
vivo.
Cualquiera que contemple esta fotografía, con la mirada
puesta en los fusiles, se preguntará: ¿De dónde sacaron las armas? ¿Acaso
provenían de la revolución del 1952 o las adquirieron en otras circunstancias?
Lo cierto es que cuando el régimen de René Barrientos Ortuño despidió a decenas
de sindicalistas subversores de sus fuentes laborales, ellos tenían que
buscar la manera de mantener a sus familias. Pastor Peláez recuerda que César
Lora, con la lucidez mental que lo caracterizaba, dijo: Carajo, De qué vamos
a vivir, pues, tenemos que ‘jukear’ el mineral; palabras que pronto se
convirtieron en consigas.
El jukeo consistía en formar un grupo de obreros
retirados de la empresa y otro grupo de desocupados para explotar las vetas de
estaño, cuyos concentrados eran entregados en bolsas de Calcuta a la misma
Empresa Minera Catavi, una vez que César Lora convenció a los administradores
para que declaren el jukeo como una actividad legal, para así evitar el
quiebre de la empresa, la rebaja de los salarios y el despido forzoso de
los obreros.
Con una parte de esos dineros recaudados del jukeo
compraron una volqueta Ford de color rojo y las armas que debían ser usadas
para emprender la insurrección armada de las masas y la instauración del
gobierno obrero-campesino. Pastor Peláez, quien tenía escondidas las armas,
tapadas con una calamina, en el patio de la casa de su madre, en la calle 9 de
Abril de la población civil de Llallagua, confesó: Y con esa misma plata nos
hemos comprado la volqueta y el armamento (…) Teníamos metralletas, fusiles
M-1, una cosa de 50 (Zelaya Medina, Ricardo. Guillermo Lora, el último
bolchevique, 2021, pág. 179) .
De modo que en la época del régimen dictatorial de René
Barrientos Ortuño, los obreros estaban armados con las metralletas y fusiles
que desenterraban en el patio de la casa de la madre de Pastor Peláez, quien
era más conocido por el sobrenombre de Sabu, debido a su larga cabellera
y su parecido físico con Sabu Dastagir, actor de origen hindú que, en los años
cuarenta del siglo pasado, protagonizó películas como El ladrón de Bagdad
y El libro de la selva, entre los más destacados de una larga producción
cinematográfica; películas que se proyectaban en los cines de los centros
mineros de Uncía, Catavi, Siglo XX y Cancañiri.
Estas mismas armas se habían ya usado el 28 y 29 de octubre
de 1964, en el enfrentamiento contra las tropas del Ejército en las áridas
pampas de Sora Sora, a medio camino entre Huanuni y Oruro, donde se dieron
bajas en ambos bandos y en cuyas refriegas, que duraron horas de fuego cruzado
de proyectiles, hubo varios combatientes gravemente heridos.
Las columnas de obreros, disciplinados y fuertemente armados con ametralladoras, fusiles y dinamitas, estaban comandadas por César Lora, Isaac Camacho y Cirilo Jiménez. Ellos se lanzaron al combate con el propósito de llegar hasta Oruro y apresurar la caída del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que se puso al servicio de los intereses del imperialismo, traicionando los objetivos estratégicos de la revolución nacionalista del 9 de abril de 1952.
El 14 de septiembre, después de la masacre de San Juan, en
la madrugada del 24 junio de 1967, volvieron a remover el escondite y a sacar
las armas totalmente carcomidas; las tuvieron que limpiar y engrasar, una por
una, para luego distribuirlas entre los obreros más jóvenes y osados, así fue
como desde entonces, las armas nunca más se recuperaron, al mismo tiempo que el
gobierno de Barrientos, con el asesoramiento de los mercenarios de la CIA,
seguía con su objetivo de liquidar a los movimientos izquierdistas que se
oponían a la dictadura; no tuvo reparos en acabar con los dirigentes más
esclarecidos de los sindicatos revolucionario. Así fue como asesinaron a César
Lora en julio de 1965 y desaparecieron a Isaac Camacho un mes después de haber
provocado un baño de sangre en junio de 1967.
Esta imagen nos deja un testimonio de la gloriosa época del
proletariado minero, de ese sector laboral que, en el marco de las luchas
sociales, difundían el claro mensaje de que los pobres, explotados y marginado
serían los que controlarían el poder político en beneficio de las grandes
mayorías, que soportaban los látigos del imperialismo y de los gobiernos que no
representaban los intereses de quienes deseaban vivir en un país más justo,
libre y equitativo.
Esta fotografía histórica, atesorada en los archivos del
fotógrafo llallagueño Juan Bastos, es un buen ejemplo de que en las minas de
Sigo XX, había una organización de militantes y simpatizantes de la
organización trotskista dispuesta a empuñar las armas y conquistar el poder
político, para establecer el gobierno obrero-campesino, que hoy por hoy, en el
siglo XXI –y tras el decreto 21060 y el cierre de las
minas nacionalizadas, que liquidó a las direcciones revolucionarias de la clase
obrera–, parece más una ilusión lejana que una escena
propia de la realidad actual.
Este testimonio de luces y de sombras, revelado mediante un
procedimiento químico en el laboratorio, muestra que los obreros estaban decididos
a asumir su rol histórico bajo las banderas del socialismo, la única sociedad capaz
de abolir las discriminaciones sociales y raciales; es más, es una fehaciente
prueba de que los obreros, armados por César Lora e Isaac Camacho, estaban
dispuestos a emprender la insurrección popular, prestos a batirse con las
tropas del Ejército y lograr una victoria en los campos de batalla, para
conquistar, palmo a palmo y con las armas en las manos, los ideales trazados
por la Tesis de Pulacayo.
Son lecciones de vida y de lucha, y de esto deben aprender
las actuales autoridades de gobierno, los dirigentes de la Central Obrera
Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia
(FSTMB), que deben reivindicar las tesis políticas aprobadas en las asambleas y
los congresos mineros, sin claudicar ni traicionar la independencia política de
los oprimidos ante los gobiernos de turno, ya sean estos civiles o militares,
de derecha o izquierda, debido a que el proletariado siempre tuvo sus propios principios
y objetivos desde que se constituyó en clase en sí y para sí, en la clase
revolucionaria por excelencia, en la vanguardia de la nación oprimida que pugnaba
por liberarse de la opresión imperialista.
Las gloriosas épocas del pasado ya no existen en Llallagua,
ni en Catavi, ni en Siglo XX, que fueron los baluartes de las luchas
sociopolíticas durante la pasada centuria. Lo único que ha quedado son los
vestigios de los dirigentes sindicales más importantes del país, una historia
que debe rescatarse para las futuras generaciones, para que sepan que los
distritos mineros del norte de Potosí parieron a hombres y mujeres que supieron
armarse de coraje para defender sus derechos más elementales y sus ganas de
transformar la sociedad capitalista, donde pocos tienen mucho y muchos no
tienen nada, en una sociedad socialista más digna, solidaria y humana.
Imágenes:
1.
Piquete de mineros armados, Siglo XX-Llallagua,
1965. Foto de Juan Bastos.
2.
Guillermo Lora.
3.
César Lora e Isaac Camacho. Viñeta realizada
por el muralista Miguel Alandia Pantoja.
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