LA CHINA SUPAY EN EL ALTO
En uno de mis viajes a la
Villa Imperial de Potosí, el artista Edwin Callapino me entregó la estatuilla de
la China Supay, la amante celosa y seductora del Tío de la mina. Me la traje en
el autobús hasta la ciudad de El Alto, empaquetada en un cartón cuyo rótulo advertía: Contenido frágil.
No la miré sino hasta que
llegué a casa. Me aguanté la curiosidad con irresistible paciencia, como quien
espera y desespera por descubrir la sorpresa escondida en un embalaje parecido
a un regalo de Navidad. Además, quería darle una grata sorpresa al Tío, quien estaba
esperándola ansioso desde hace tiempo,
con unas ganas locas de estrecharla contra su fornido cuerpo y, acuñándola con
su reverendo miembro, amarla con fuerza salvaje y ardiente pasión.
Ni bien la saqué del cartón, el Tío se quedó
fascinado ante la belleza de la China Supay, cuyos descubiertos senos le
hicieron galopar el corazón. Y, como todo libertino aficionado a los excesos de
la carne, no tardó en examinarle el trasero con la cara encendida por la
lujuria, calculando el grosor de sus muslos y el diámetro de su cintura. Al
final, como la China Supay estaba despojada de su bombacha, el Tío le clavó la
mirada en la concavidad húmeda de su cuerpo.
La China Supay, aunque es
fría en apariencia, pero caliente a la hora de ofrecer su cuerpo al hombre que
le dedique su vida y amor, no se molestó por las miradas libidinosas ni los
gestos imprudentes de su amado amante. Estaba acostumbrada a exhibir sus
encantos en los Carnavales, donde forma parte de los danzarines de la diablada,
que representan la lucha entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás.
En los Carnavales, ella
luce una máscara de mujer coqueta, una tentadora sonrisa y dos pequeños cuernos
en la frente; sus ojos grandes y celestes tienen una expresión pícara, sus
pestañas son largas y revueltas, sus labios de granate, carnosos, seductores y
entreabiertos, dejan entrever una dentadura tan perfecta como el arco de cupido.
Así, flanqueada por Lucifer y Satanás, avanza dando brincos en zigzag, como si
dibujara una serpiente reptando hacia el mismísimo infierno. En la danza es vigilada
por el Arcángel San Miguel y acompañada por osos, cóndores y diablos que
encarnan los siete pecados capitales.
La China Supay no baila sólo por devoción a la
Virgen del Socavón, sino para conquistar el amor del Arcángel San Miguel,
quien, a pesar de ser su rival y el rival del Tío, es su amor platónico, el
amor de sus amores, pero un amor imposible al fin y al cabo, porque si ella,
lejos de hechizar a los hombres con el movimiento provocativo de sus nalgas y
senos, encarna los atributos de un ser infernal, el Arcángel San Miguel es
dueño de una apariencia atractiva, corazón incorruptible y espíritu tranquilo, atributos
preferidos por Dios.
Sin embargo, la China Supay, con su blonda
cabellera flotando al aire, no deja de enseñarle las tetas ni las
piernas en el recorrido por las calles de la ciudad, como si quisiera hacerle
caer en la tentación, pero el Arcángel San Miguel, consciente de que es el
guerrero de Dios y guardián de los reinos celestiales, la esquiva una y otra
vez, como un santo enfundado en traje
inmaculado; máscara de ángel celestial, casco invulnerable, coraza azul, blusa
de seda blanca, falda corta, botines de media caña, escudo plateado y espada en
ristre.
Todos saben que la China Supay, como no encuentra ninguna
razón para que una mujer se consagre a la virtud de la castidad, atenta
contra las buenas costumbres sexuales y pone en jaque a los hombres que la
acosan en los Carnavales, intentando manosearla donde no deben y probar el elixir que ella
guarda celosamente para el Tío de la mina, el único macho capaz de hacerla
navegar en las estrellas y el único ser incapaz de renunciar a los
placeres de la carne.
El Tío entiende y tolera las irreverencias de la China Supay, incluidos sus
atrevimientos más extravagantes que concitan la crítica de los devotos de la
Virgencita del Socavón; es más, él mismo me contó que en cierta ocasión, cuando
demostraba una danza llena de piruetas y saltos, como si no quisiera quemarse
los pies en las brasas del infierno, tuvo la osadía de dejar escapar de su mano
una blanca paloma y de su blanca blusa una blanca teta, aureolada por un pezón
rosado, tan propio en las mujeres que superan el rubio platinado.
La
China Supay no soporta la hipocresía ni
la doble moral. Es la que mejor simboliza el secreto que cada mujer guarda en
el fondo de su alma, en el oscuro pozo del subconsciente. Si la mujer calla, la
China Supay habla como bruja deslenguada; si la mujer llora, la China Supay ríe
a mandíbula batiente; si la mujer sufre, la China Supay se regocija con el
dolor de los hombres; si la mujer goza de la vida y el amor, la China Supay
goza junto con ella, por ser el fiel reflejo del yo profundo de una mujer que
se mira en el espejo.
La
China Supay, que simboliza la
lujuria y el pecado, tiene el cuerpo esculpido de
carne ideal en el que todo es bueno y bello, tan bello que perturba la razón y
levanta el animal en reposo de cualquiera que la mire por adelante o por atrás.
No hay hombre sobre la faz de la tierra que no se enamore del fulgor de su
belleza; digo fulgor, porque todo su cuerpo es luminoso como una lámpara; más todavía,
puedo aseverar que su enigmática
belleza, hecha de miel y de fuego, puede abrirle incluso las puertas del
Paraíso.
La China Supay será
también ama y señora en mi casa, pero como quiero que baile en esa suerte de ballet infernal, que
es la danza de la diablada, ejecutada por los seres llegados de los avernos y
por el Tío de la mina, quien se muestra en los Carnavales con su traje de
Lucifer, le pediré al mejor mascarero y artesano de Oruro confeccionar un traje
de lujo para la China Supay, que ahora mismo está semidesnuda, con sus
intimidades expuestas a la vista de todos.
Me
imagino que su traje estará compuesto por diadema de oro y gemas preciosas, blusa escotada, corpiño brocado, minipollera decorada con
dragones bordados con hilo Milán, medias nylon, bombacha con encajes, cetro de
mando y pañoleta al cuello; sus botas de taco alto, caladas en la parte trasera
y hasta la pantorrilla, llevarán aplicaciones de realce, como un chorizo que
simboliza el órgano genital masculino, para que todos sepan que la sexualidad
de la China Supay es voraz como las llamas del infierno. Y, como es natural,
para engalanar su aspecto de diablesa, llevará alhajas con engastes de pedrería
en las orejas, el cuello y los dedos.
Mientras esto ocurra, y con todo el respeto que se merece el Tío, ch’allaré
por la feliz estadía de los dos, augurándoles eterno amor y eterna vida, aunque
sé que ellos, que son mis huéspedes de honor, llegaron a mi casa para revelarme
los secretos escondidos en el baúl de sus recuerdos que, más recuerdos, son el
crisol donde se fundieron los cuentos, mitos y leyendas de la tradición oral de
los mineros.
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