Sapo y
Bestia
Soy el sapo a la espera de un beso de la Bella. Si
la Bella no me estampa un beso, seguiré siendo la Bestia con aspecto de sapo,
un sapo que no deja de maldecir ni llorar su maldita suerte que, más que mala
suerte, es el castigo de una bruja con poderes mágicos y su varita de diosa.
El alcohol
Desde que entró en contacto
con el olor del alcohol, por medio del aliento de su abuelo, quien lo levantaba
en sus brazos para besarle en la mejilla, tenía la vida marcada por ese
sustituto del amor de sus padres, que lo abandonaron desde su más tierna
infancia. Nunca tuvo un pezón en la boca, sino su dedo pulgar como único
chupón.
Años después, apenas cruzó
el umbral de la pubertad, él mismo se llevó el gollete de la botella a la boca
y sorbió el embriagador elixir hasta ingresar en un mundo de alucinaciones,
satisfacción y olvido.
Desde entonces, como el niño
vuelve a la mamadera siempre que lo necesita, él volvía cada vez a la botella,
un efectivo sustituto del amor de sus padres, quienes un día se marcharon para
no volver más, como él nunca más se separaría del alcohol por el resto de sus
días.
El zoólogo
Desde que tuvo uso de razón, quería ser el zoólogo de los
zoólogos; cortejar como un pavo real, atrayendo a la pareja con su brillante
plumaje; hacer el amor como un chimpancé, con todas las hembras de la manada,
sin respetar las normas de la monogamia; tener hijos a montones como un conejo
en cautiverio, pero sin dejar de soñar con una yegua de fabulosas ancas, capaz
de enloquecer a cualquier mancho y girarse con el
movimiento de ballena en la cama, hasta quedar con los ojos contra la pared y
la cola expuesta ante la lujuriosa mirada del zoólogo.
El
otro dinosaurio
Cuando despertó, el hombre ya estaba muerto.
El
Hijo de Dios
Cuando María concibió al hijo de Dios, magdalena se
preguntó:
–¿Dónde estaba José cuándo esto sucedió?
–En su carpintería –contestó Judas–. Haciendo
Pinochos como yo.
Hijo
del vecino
–¿Por qué mi hijo no se me parece en nada? –preguntó
el hombre.
–Cómo se te va a parecer –contestó la mujer–, si su
padre es el vecino.
Día
del Mar
¡Un, dos, tres!…
Los niños marcan el paso y el desfile cívico, en
homenaje al Día del Mar, se hace interminable.
¡Un, un, un, dos, tres!…
Los niños siguen marcando el paso y la voz de mando
del profesor, agobiado bajo el calcinante sol de la mañana, pierde fuerzas y se
oye cada vez más lejana que las olas del mar cautivo.
La
Vieja
La Vieja –diablesa– es la querida del Tío de la
mina. Es malvada y perversa. Celosa de las mujeres que entran en su reino y
jueza implacable de los mineros que no cumplen con ella ni con el Tío. Es tan
poderosa como la Pachamama y más temida que el soberano de las galerías.
El minero sabe que la Vieja es rencorosa y vengativa
si no se le guarda respeto ni veneración. Pero cuando ella se encapricha y se
pone dura como la roca, el minero puede perder la paciencia y maldecir:
–¡Vieja, gran puta! ¡Te taladro y taladro, pero tú
no te no te abres ni me muestras tu veta llena de riquezas minerales!
El minero puede putear y putear, pero ella se hace
el del otro viernes, hasta que él, la coca amargada en la boca y al borde de un
ataque de nervios, se atreve a insultarla con palabras soeces. Entonces ella
reacciona y castiga con lo que mejor sabe hacer: un derrumbe en la galería, una
explosión de dinamitas o una caída en un “buzón” del que nadie sale con vida.
La Vieja, que representa el otro lado de la vida y la destrucción de la felicidad humana, es más malvada que el Tío, menos benevolente que la Pachamama, y no perdona el desprecios ni los insultos de grueso calibre; por cuanto no vale la pena que el minero la maldiga, porque la maldición, tarde o temprano, se vuelver hacía él como un bumerang.
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