jueves, 29 de agosto de 2024


MICROTEXTOS IV

Sapo y Bestia

Soy el sapo a la espera de un beso de la Bella. Si la Bella no me estampa un beso, seguiré siendo la Bestia con aspecto de sapo, un sapo que no deja de maldecir ni llorar su maldita suerte que, más que mala suerte, es el castigo de una bruja con poderes mágicos y su varita de diosa.

El alcohol

Desde que entró en contacto con el olor del alcohol, por medio del aliento de su abuelo, quien lo levantaba en sus brazos para besarle en la mejilla, tenía la vida marcada por ese sustituto del amor de sus padres, que lo abandonaron desde su más tierna infancia. Nunca tuvo un pezón en la boca, sino su dedo pulgar como único chupón.

Años después, apenas cruzó el umbral de la pubertad, él mismo se llevó el gollete de la botella a la boca y sorbió el embriagador elixir hasta ingresar en un mundo de alucinaciones, satisfacción y olvido.

Desde entonces, como el niño vuelve a la mamadera siempre que lo necesita, él volvía cada vez a la botella, un efectivo sustituto del amor de sus padres, quienes un día se marcharon para no volver más, como él nunca más se separaría del alcohol por el resto de sus días.

El zoólogo

Desde que tuvo uso de razón, quería ser el zoólogo de los zoólogos; cortejar como un pavo real, atrayendo a la pareja con su brillante plumaje; hacer el amor como un chimpancé, con todas las hembras de la manada, sin respetar las normas de la monogamia; tener hijos a montones como un conejo en cautiverio, pero sin dejar de soñar con una yegua de fabulosas ancas, capaz de enloquecer a cualquier mancho y girarse con el movimiento de ballena en la cama, hasta quedar con los ojos contra la pared y la cola expuesta ante la lujuriosa mirada del zoólogo.

El otro dinosaurio

Cuando despertó, el hombre ya estaba muerto.

El Hijo de Dios

Cuando María concibió al hijo de Dios, magdalena se preguntó:

–¿Dónde estaba José cuándo esto sucedió?

–En su carpintería –contestó Judas–. Haciendo Pinochos como yo.

Hijo del vecino

–¿Por qué mi hijo no se me parece en nada? –preguntó el hombre.

–Cómo se te va a parecer –contestó la mujer–, si su padre es el vecino.

Día del Mar

¡Un, dos, tres!…

Los niños marcan el paso y el desfile cívico, en homenaje al Día del Mar, se hace interminable.

¡Un, un, un, dos, tres!…

Los niños siguen marcando el paso y la voz de mando del profesor, agobiado bajo el calcinante sol de la mañana, pierde fuerzas y se oye cada vez más lejana que las olas del mar cautivo.

La Vieja

La Vieja –diablesa– es la querida del Tío de la mina. Es malvada y perversa. Celosa de las mujeres que entran en su reino y jueza implacable de los mineros que no cumplen con ella ni con el Tío. Es tan poderosa como la Pachamama y más temida que el soberano de las galerías.

El minero sabe que la Vieja es rencorosa y vengativa si no se le guarda respeto ni veneración. Pero cuando ella se encapricha y se pone dura como la roca, el minero puede perder la paciencia y maldecir:

–¡Vieja, gran puta! ¡Te taladro y taladro, pero tú no te no te abres ni me muestras tu veta llena de riquezas minerales!

El minero puede putear y putear, pero ella se hace el del otro viernes, hasta que él, la coca amargada en la boca y al borde de un ataque de nervios, se atreve a insultarla con palabras soeces. Entonces ella reacciona y castiga con lo que mejor sabe hacer: un derrumbe en la galería, una explosión de dinamitas o una caída en un “buzón” del que nadie sale con vida.

La Vieja, que representa el otro lado de la vida y la destrucción de la felicidad humana, es más malvada que el Tío, menos benevolente que la Pachamama, y no perdona el desprecios ni los insultos de grueso calibre; por cuanto no vale la pena que el minero la maldiga, porque la maldición, tarde o temprano, se vuelver hacía él como un bumerang.

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