VICTOR MONTOYA

LA CUEVA DEL TIO DE LA MINA

domingo, 8 de junio de 2025

Publicado por Víctor Montoya en 8.6.25
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El Tío de la mina, dios y diablo en la mitología andina, habita en las entrañas de la Pachamama. Los mineros le temen y le rinden pleitesía ofrendándole coca, cigarrillos y aguardiente. Es uno de los personajes principales en la obra de este escritor latinoameriano.

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Víctor Montoya, escribano del Tío

Víctor Montoya, escribano del Tío

MICROFICCIONES

Con el Tío

A solas con el Tío, sentados frente a frente ante una mesa llena de dados y botellas, me propuso jugar una partida de cacho.

–No quiero –rechacé–. Juego de manos es de villanos.

–¿Y por qué viniste entonces? –preguntó el Tío.

–Porque quiero que me devuelvas el alma que me has robado...

El Tío hizo chispear los ojos y los dientes, se alisó la barbilla y soltó una sonora carcajada.

En eso, a mis espaldas, escuché que alguien se acercó a la puerta y la aseguró por fuera.

–Nos han encerrado a los dos –le dije.

–No es cierto –replicó el Tío y apareció al otro lado de la puerta.


Advertencia

–Si gracias a Dios se sabe de dónde venimos –dijo el Tío–, gracias a mí se sabe hacia dónde vamos.


Tragedia

El mismo día en que el minero se perdió como tragado por la oscuridad, se escuchó una voz lastimera emergiendo de las entrañas de la tierra.

Sus compañeros de cuadrilla, sin resignarse a darlo por desaparecido, rastrearon la mina palmo a palmo, hasta que lo encontraron desnudo en una galería abandonada, los ojos desorbitados y el cuerpo destrozado como por las garras de una fiera salvaje.

No muy lejos de allí, y antes de que la tragedia se supiera en el pueblo, la madre del minero despertó sollozando: soñó con el Tío de la mina, y en el sueño vio que su hijo se despedía de ella, alejándose en el vagón conducido por la muerte.


El rompe huelga

Se levantó con la sirena del sindicato, vistió su ropa de minero, ganó la calle y avanzó contra las ráfagas del viento.

Los huelguistas, reunidos en La Plaza del Minero, al verlo pasar rumbo a la bocamina, lo acosaron de cerca, muy de cerca, gritándole al unísono:

–¡Traidor!... ¡Traidor!... ¡Traidor!...

El rompe huelga sintió los gritos como puñales en el alma, pero prosiguió su camino hacia donde lo esperaba el Tío, con la furia encendida en la mirada y dispuesto a quitarle la vida.


El Tío y el Carnaval

Los mineros, akullikando coca y sorbiendo tragos de aguardiente, cuentan que el Tío, deidad del Bien y del Mal, baila en los carnavales con su traje de Lucifer, desafiando al arcángel San Miguel y enamorándose de las chinasupay con sus deseos ardientes como el infierno.

¡Arrr! ¡Arrr! ¡Arrr!, brama a los cuatro vientos, sin dejar de arrear con su capa de luces a los batracios y reptiles de su reino.

El Tío hace chasquear su látigo de vergajo y baila al compás de los músicos, mientras le implora a la Virgen del Socavón que no deje de proteger a los mineros, quienes le bailan también su diablada con fervor, conscientes de que no hay bien que por mal no venga.


La chola

Cuentan que el Tío, en uno de sus arrebatos de lujuria, se hizo el pendejo. Se despojó de su traje de Lucifer y se disfrazó de chola para seducir a los mineros que, sin resistir a la tentación de sus encantos, cayeron como mosquitas en el almíbar de su cuerpo.


¡Tirooo!...

Fermín, el único hijo de una viuda cuyo marido murió en la Guerra del Chaco, era el minero más joven de su cuadrilla. A diferencia de sus compañeros, quienes lo miraban con cierto recelo, conversaba a solas con el Tío. Nadie sabía lo que hablaban, pero todos presentían que un mal presagio lo acechaba en la mina.

Pasado el Carnaval, donde dejó de bailar en la fraternidad de los diablos, se lo vio más triste y meditabundo, hasta que un día, de jornada normal, poco antes de reventar la veta con una carga de dinamitas, alertó a sus compañeros: ¡Tirooo!... ¡Tirooo!... ¡Tirooo!...

Los mineros, alejándose del lugar, se refugiaron en una galería cercana.

El tiro sacudió la montaña, el paraje se llenó de polvo y de humo, y Fermín desapareció como por un soplo divino.

Sus compañeros lo buscaron por doquier, pero no encontraron más que la lámpara y el guardatojo entre los escombros de la explosión.

Todos especularon el motivo de su muerte, hasta que el Tío les reveló que Fermín decidió quitarse la vida por voluntad propia, a causa de una desilusión amorosa que no lo dejaba vivir en paz. Se ajustó los cartuchos de dinamita contra la roca, chispeó la pólvora de las guías y, tras pegar tres gritos: ¡Tirooo!... ¡Tirooo!... ¡Tirooo!, dejó que la descarga explosiva lo dejara convertido en nada.

–¡Qué pena, carajo! ¡Pobre Fermín! –lamentaron los mineros–. Era su primer día como lamero y el último día de su vida.


Glosario

-Akullicando: Mascando hojas de coca.
-Chinasupay: Diablesa. Deidad y esposa del Tío.
-Lamero: Obrero encargado de reventar la roca con dinamita.
-Tío: Deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas.

NOTICIAS DEL AUTOR

Víctor Montoya en antología internacional

Ediciones Irreverentes, en colaboración con el programa Sexto Continente de Radio Exterior de España, acaba de lanzar la antología de relatos eróticos El sabor de tu piel, en la cual se incluye al escritor boliviano Víctor Montoya, ganador del Concurso Internacional de Relatos Eróticos junto a los naradores Fernando Morote (Perú), Gloria Scharetg (EE.UU.), Raúl Vallejo (Ecuador) y Fernando Ariel Kosiak (Argentina). Se une a ellos el ganador del I Premio de Relato Erótico La Vida es Bella, José Enrique Canabal, y 9 destacados autores: los españoles Andrés Fornells, Caro Verbo, Manuel Villa-Mabela, Pedro Antonio Curto, Manuel A. Vidal, Álvaro Díaz Escobedo, Miguel Ángel de Rus, Juan Patricio Lombera (México) y Nelson Verástegui (Colombia).

La antología El sabor de tu piel, de 228 páginas, es la mejor selección de relato amatorio y erótico escrito en español, debido a que las diferentes sensibilidades del erotismo hispano quedan aquí reflejadas para los amantes del género. Desde el placer canalla hasta relatos con una fuerte carga onírica y sentimental. Estos relatos van más allá de la descripción pura de los placeres carnales; en ocasiones se ponen al servicio del amor, del odio o se convierten en metáforas de la vida en la sociedad contemporánea.

En estos relatos se muestra deseable la carne en su esplendor o en su madurez frutal. Si en la literatura erótica antigua se mostraba la unión o la lucha entre lo sobrenatural y lo terrenal (y los dioses copulaban con hembras humanas), aquí se encuentran hombres y mujeres luchando entre conceptos como bueno y malo, placer y venganza. El sabor de tu piel salta por encima de los recuerdos del Amor Cortés y nos muestra hombres y mujeres reales, con pulsiones que a veces son incapaces de contener; hombres y mujeres que ya no creen en casi nada y se dedican al placer.

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PALABRA ENCENDIDA

¿Por qué escribo microrrelatos?

Hace no mucho, una acuciosa lectora de mi obra breve pero sustancial, me disparó, con sonrisa irónica y mirada de pícaro animal, la pregunta del porqué escribía microrrelatos. La pregunta me atravesó de lado a lado, hasta que me repuse del impacto y, armado con lo mejor de mis argumentos, le contesté, simple y llanamente, que si escribía microrrelatos era porque se me pegaba la santísima gana. Luego, en un intento por ser más explícito, le dije que mis microrrelatos son una apuesta por la literatura futurista cuyas innovadoras técnicas responden a las exigencias de un mundo moderno, donde el tiempo es plata y la prosa breve es oro.

El desafío del creador de relatos breves no sólo va contra el reloj, sino también contra las corrientes literarias tradicionales, donde un mamotreto era necesario para conciliar el sueño de un empresario insomne y ocupar las horas de ocio de una damita encumbrada, quien tenía por diversión comadrear con las amigas o leer un libro de largo aliento en la mecedora de su alcoba.

Ahora que la sociedad impone celeridad sobre la marcha, y las mujeres disponen de menos tiempo que en el pasado, es necesario crear una literatura que esté a la altura de las exigencias que demanda el acelerado ritmo de vida. Por eso mismo, los mamotretos de antaño son reemplazados cada vez más por las obras que, tanto por su extensión como por su precisión, son verdaderas piezas de orfebrería; comienzan en la condensación semántica y culminan en el instante de la revelación.

La estructura del microrrelato, a diferencia de la novela, exige que se narre una historia completa, con principio, desarrollo y desenlace, en pocos párrafos y con una gran economía en el lenguaje. “El cuento no admite falla”, sentenció Mario Benedetti. “Se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su rol, y los finales son muy importantes”; a lo que se debe añadir que los finales son tan importantes como los principios. No en vano Horacio Quiroga, en el “Decálogo del perfecto cuentista”, escribió: “En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”.

El microrrelato, que puede ser leído de un vuelo y mantener la atención del lector de principio a fin, es el género literario que mejor se adapta a las necesidades del hombre contemporáneo, que vive aquejado por el estrés y las obligaciones sociales; es más, algunos aprovechan los momentos de viaje, entre la casa y el trabajo, para zambullirse en un microrrelato que, al ser tiempo condensado, satisface con mayor rapidez el interés y la curiosidad de los lectores.

En los libros de prosa breve, que se acomodan mejor a las posibilidades del lector y a las técnicas de la informática, el escritor pone a prueba su capacidad de síntesis, re-creando, con pasmosa naturalidad, situaciones diversas por medio de personajes arrancados de la realidad y la fantasía.

El microrrelato, gracias a los nuevos medios de comunicación, puede leerse también como un mensaje de texto en el teléfono celular, correo electrónico, blog o twitter, así es como se leen los cuentos de Augusto Monterroso y Ana María Shua, quienes no dejan de fascinar con su ingeniosa creatividad y la fulgurante belleza de sus textos, que parecen dinosaurios reducidos al tamaño de los insectos.

Los requisitos de cómo se debe escribir un cuento se han hecho cada vez más exigentes. Los maestros del género, como Edgar Allan Poe, Henry Guy de Maupassant, Antón Chejov, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y otros, estaban convencidos de que en la prosa breve cada palabra tiene un significado concreto y que ésta debe estar en armonía con la totalidad; una concepción que, además de ponderar el manejo de una sintaxis libre de circunloquios, hace hincapié en el dominio de los complejos recursos del arte narrativo, conforme el hilo argumental tenga coherencia, los personajes sean verosímiles y, como en todo cuento bien contado, tenga un principio que atrape el interés del lector y un desenlace inesperado que lo deje sorprendido.

Como comprenderás, le dije a mi lectora, correspondo a esa categoría de narradores que, acostumbrados a valorar lo efímero en la literatura, cultivan una prosa breve, mientras más breve mejor. Se trata de una literatura que está muy cerca de la prosa poética y que, al mejor estilo de los haikus, se parece a un felino veloz y cimbreante, constituido más por músculos que por grasa.

Mi lectora, al advertir que mi explicación se me iba haciendo larga, larguísima, se tragó su pregunta, me regaló una sonrisa más amable y, antes de despedirse, dijo: No dudo que al paso que avanzas, sin prisa pero sin pausa, un día me sorprendas con otros microrrelatos más “micros” todavía, como un mago de la palabra escrita, que siempre tiene más sorpresas escondidas en las mangas de la camisa.


UNA, DOS, TRES, CUENTA OTRA VEZ


La picardía del Tío

El viernes de Carnaval, cuando todos podían entrar al interior de la mina, incluso las esposas y las guaguas de los mineros, entró en la galería del Tío una mujer que no podía tener hijos.

La mujer, hermosa de cara y de cuerpo, se hincó ante el Tío. Le ofreció una botella de alcohol y una ch’uspa[1] de coca. Le encendió dos velas y le dijo:

–Tiíto, quiero que conviertas a mi marido en un toro, para que así se acabe el infierno en que me hace vivir este maldito pueblo, donde una mujer casada y sin hijos está vista como una perra sin dueño.

El Tío, nada acostumbrado a este tipo de solicitudes, esbozó una sonrisa pícara y pensó que para una mujer joven debía ser más fácil acostarse sobre un lecho de víboras y cobijarse bajo un manto de fuego, que convivir con un impotente que no podía cumplir con su deber de macho.

–¿Así que quieres un marido convertido en toro? –le preguntó el Tío, bañándola con su mirada de diablo.

–Sí, Tiíto –respondió la mujer.

–Está bien. Haré lo que me pides, pero primero desvístete.

–¿Y para qué, pues? –preguntó ella.

–Para comenzar por los cuernos del toro –contestó el Tío.

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[1] Bolsa pequeña para llevar coca, cigarrillos y otros


BIBLIOGRAFÍA / ANTOLOGÍAS / ENLACES

OBRAS PUBLICADAS:

- Huelga y represión (1979)

- Días y noches de angustia (1982)

- Cuentos violentos (1991)


- El laberinto del pecado (1993)

- El eco de la conciencia (1994)

- Antología del cuento latinoamericano en Suecia (1995)

- Palabra encendida (1996)

- El niño en el cuento boliviano (1999)

- Cuentos de la mina (2000)

- Entre tumbas y pesadillas (2002)

- Fugas y socavones (2002)

- Literatura infantil. Lenguaje y fantasía (2003)

- Poesía boliviana en Suecia (2005)

- Retratos (2006)

- Cuentos en el exilio (2008)

- Retratos (2006, descargar gratis)

- Microzoología (2010, descargar gratis)

- Conversaciones con el Tío de Potosí (2013)

- Cuentos del más allá (2016)

- La señora de la conquista (2016)

- Crónicas Mineras (2017)

- Microficciones (2018)

- La masacre de San Juan en verso y prosa (2019)


- 15 precursores de la literatura infantil y juvenil boliviana (2021) - La narrativa minera peruano-boliviana (2021) ANTOLOGÍAS:

- Cuento y Poesía 1984. Ed. Universidad Técnica de Oruro. Bolivia: Editorial Universitaria, 1985. 45-83 pp.

- Antología del cuento latinoamericano en Suecia. Ed. Víctor Montoya. Borås: Invandrarförlaget, 1995. 101-104 pp.

- Cuentos mineros del siglo XX. Ed. Ricardo Pastor Poppe. Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1995. 165-167 pp.

- Antología del cuento boliviano moderno. Ed. Manuel Vargas. La Paz: Ediciones del Ventarrón, 1995. 49-52 pp.

- Die Heimstatt des Tío. Ed. Manuel Vargas. Zurich: Rotpunktverlag, 1995. 312-315 pp.

- Möten med Sverige. Ed. Eva Dahlström. Stockholm: En Bok för Alla, 1997. 82-88 pp.

- Det Nya Landet. Ed. Tomas Lindelöws. Goteborg: Lindelöws bokförlag, 1998. 61-65 pp.

- El niño en el cuento boliviano. Ed. Víctor Montoya. Estocolmo: Författares Bokmakin, 1999. 135-141 pp.

- El libro de todos. Ed. John Argerich. Borås: Invandrarförlaget, 1999. 62-71 pp.

- Artistas y escritores latinoamericanos en Suecia hacia el año 2000. Ed. Miguel Gabard, Ximena Narea y Rubén Aguilera. Lund: Heterogénesis, 2000. 18-19 pp.

- Antología del cuento erótico boliviano. Ed. Jaime Iturri Salmón. La Paz: Alfaguara, 2001. 101-106 pp.

- Memoria, II Congreso Nacional del IBBY. Cochabamba: Impresores Colorgraf. Rodríguez, 2002. 85-91 pp.

- Abriendo puertas: Antología de ensayos. Cochabamba: Editora Colorama, 2003. 57-81 pp.

- Ficciones en los 64 cuadros. Ed. Sergio Gaut vel Hartman. Buenos Aires: Desde la Gente, 2003. 75-78 pp.

- Entre Eros y Tánatos. III Antología de Narrativa. Ed. Asociación de Escritores de Mérida. Venezuela: Ramón Palomares, 2006. 181-189 pp.

- La fábula en Bolivia. Ed. César Verduguez Gómez. Cochabamba-Bolivia: Grupo Editorial Kipus, 2007. 152-155 pp.

- El arca: Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos. Ed. Cecilia Eudave, Salvador Luis. Chile: Sangría Editora, 2007. 57-58 pp.

- Grageas: 100 cuentos breves de todo el mundo. Ed. Sergio Gaut vel Hartman. Buenos Aires: Desde la Gente, 2007. 69 pp.

- Voci Migranti: Storie di esili e di esiliati. Ed. Marotta & Cafiero. Napoli, Italia: Martota & Cafiero Editore, 2008, 123-137 pp.

- Ser abuelo: Relatos 3. Ed. Club de Abuelos. Madrid: Literando's Ediciones. 2008.

- Warikasaya: Cuentos stronguistas. Ed. Ricardo Bajo H. La Paz: Editorial Gente Común, 2008. 176 pp.

- Comer con la mirada. Ed. Esther Andradi. Buenos Aires: Desde la Gente, 2008. 95-98 pp.

- Anthologie de 51 auteurs contemporains. Ed. Diomenia Carvajal. Francia: Arcoiris Editions, 2008. 83-90 pp.

- Mar de por medio. Ed. En Sentido Figurado. Autor a cargo: José Gutiérrez-Llama. Madrid: Bubok Publishing S. L., 2009. 209-210 pp.

- Profundid de la memoria. Ed. Gaby Vellejo Canedo. Caracas-Venezuela: Montes Avila Editores Latinoamericanos, 2009.

- Vivir en otra lengua (Literatura Latinoamericana Escrita en Europa). Ed. Esther Andradi. Jaén-España: Alcalá Grupo Editorial, 2010. 55-62 pp.

- El sabor de tu piel (Quince relatos de América y España sobre los placeres del Eros). Ed. Irreverentes. Madrid-España: Ediciones Irreverentes, 2010. 191-96 pp.

- Cuentos y cuento. (Antología de Escritores Unidos). Ed. Carlos Rimassa. Cochabamba-Bolivia: Grupo Editores Kipus, 2011. 27-32 pp.

- Microantología del Microrrelato III. Ed. Irreverentes. Sevilla-España: Ediciones Irreverentes, 2011. 59 pp.

- Miedo, susto y pavor. Ed. César Verduguez Gómez. Cochabamba: Grupo Editores Kipus, 2012, 33-37 pp.

- De imposibilidades posibles (I Antología del Cuento Maravilloso en Bolivia). Ed. Iván Prado Sejas, Gonzalo Montero Lara, Cochabamba-Bolivia: Grupo Editores Kipus, 2013, 130-133 pp.

- Los mejores cuentos de Bolivia (Antología de antologías II). Ed. César Verduguez Gómez. Cochabamba-Bolivia: Grupo Editorial Kipus, 2014. 389-391 pp.

- Más de cien escritores bolivianos. Ed. Roberto Agreda Maldonado. Unión de Poetas y Escritores de Quillacollo: Cochabamba-Bolivia, 2017, 393-395 pp.

- 13 cuentos de misterio (Antología). Ed. Rosalba Guzmán Soriano, La Paz – Bolivia: Editorial Don Bosco, 2017, 103-109 pp.


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DESAFÍO

DESAFÍO
Yo y el Tío, encerrados en un cuarto a media luz, apostamos la vida en un juego de naipes. Yo gané la partida, pero el Tío me ganó la vida.

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EL TÍO DE LA MINA EN SIGLO XX

EL TÍO DE LA MINA EN SIGLO XX
-Víctor Montoya y el Tío, Plaza del Minero de Siglo XX-

Soñar con el Tío

Todo parece estar dicho: el Tío -mi Tío-, como advirtiéndome que allí donde manda capitán, no manda marinero, se metió en mi mundo onírico para impedir que sueñe con angelitos y escuche, como por línea telefónica, los mensajes del divino salvador.

Como ustedes ya saben, cada vez que caigo en un profundo sopor, en el que a veces me veo transportado a otras dimensiones, sueño impajaritablemente con el Tío, como si lo tuviera metido bajo la piel o él me tuviera delante de sus ojos que, más que ojos, parecen dos pozos de lodo y fuego.

En las secuencias del sueño, que duran entre 100 y 120 minutos, no se me aparece como en las películas de Chaplin, en escenas torpes ni en blanco y negro, sino en tecnicolor como en las películas de cinemascope. ¿Quién sabe por qué? Quizás porque el Tío tiene la facultad de filtrarse en el subconsciente con la misma facilidad con que se filtran las imágenes por la retina de la memoria.

Lo insólito del hecho es que, a pesar de avanzar contra su voluntad suprema, me siento poseído en cuerpo y alma por su espíritu demoniaco. Él mira todo a través de mis ojos y blasfema contra todos a través de mi boca, utilizándome como un médium cada vez que se le pega la santísima gana.

En los minutos y segundos del sueño, donde el Tío se me aparece, ora vestido de Lucifer, ora vestido de minero, no me atrevo a decirle nada por temor a herir su sensibilidad y menos a reprocharle por temor a herir su orgullo, pues un simple disgusto podría ser suficiente para encender la chispa de su furia y el principal motivo para poner fin a mi vida.

Anoche, como casi todas las noches, lo vi caminando de puntillas, en medio de la mortecina luz que emanaba el pabilo de la vela, y acercándose hacia mí, con un dedo en la boca como para imponerme silencio, se sentó en la cama. Puso la palmatoria en el velador, tomó una de mis manos entre las suyas y me habló así: Ahora que eres mi siervo y aliado, espero que no te eches pa’atrás y te arrepientas del pacto que sellaste conmigo. Tú me diste vida con tu imaginación, como Dios le dio vida al primer hombre con su divino aliento. Tú te esforzaste para que mi estatuilla, forjada en roca y arcilla, tuviera vida, voz y movimientos, y para que castigara a los que, en actitud de rebeldía y soberbia, desobedecen mis mandatos de soberano de las tinieblas, aun sabiendo que soy el absoluto dueño de las minas y sus riquezas.

Yo, viéndome rendido a merced del Tío, cuya mirada me atravesaba como un relámpago de fuego, primero me alegré por dentro y, a poco pensar que la cosa iba en serio, me angustié como nunca y dije para mis adentros: ¡Pucha, caray! ¿Por qué mierdas vendí mi alma al diablo? ¿Ahora qué hago?

Y como no sabía qué hacer, quise gritar, chillar, pedir auxilio, pero fue inútil; tenía la garganta seca y cerrada. Me sentía como una porquería cualquiera, como una criatura soltada de la mano de Dios, quien, por cierto, hace mucho ya que me negó su misericordia y me cerró las puertas de su paraíso celestial.

El Tío se levantó de la cama, alzó la palmatoria del velador y, retirándose a paso lento y sin despedirse, se perdió detrás de la puerta, dejándome sumido en un remanso de dudas y temores. Lo más jodido es que uno, por mucho que no quiera, ama más al diablo que a Dios. Quizás sea porque dentro de nosotros habita más la maldad que la bondad de la leche humana. ¿O me equivoco?

Cuando desperté, el sol se encontraba en su punto más alto y en el cuarto aún flotaban palabras e imágenes difusas, como si el mismísimo Tío, a modo de macanearme más de la cuenta, los hubiese dejado allí, con la intención de hacerme creer que todo lo que forma parte de la realidad, forma también parte del mundo onírico en cuyo telón de fondo se reproducen, como en una película proyectada en función rotativa, las palabras e imágenes que bullen en el pozo de la memoria.

Desde que lo conocí al Tío, en mi primera visita al interior de la mina, no he dejado de pensar en él ni un solo instante. Lo llevo conmigo por donde ando y desando, como si fuese mi propia sombra, dispuesto a no dejarme vivir en paz, ni de noche ni de día. Y lo que es más grave, a veces, me parezco a él en los dichos y los hechos, pues queriendo hacer el bien, como todo filántropo de capa y espada, siempre acabo haciendo el mal por la maldita suerte de haber nacido de pies y no de cabeza.

Apenas me senté en la cama, empecé a llorar bajito, como si el sueño hubiera sido una realidad y no un simple reflejo de mi fuero interno. Así estuve por un tiempo, hasta que escuché una voz llamándola desde el patio, donde los inquilinos de la casa, vestidos de luto y con guirnaldas de flores artificiales, se congregaron para asistir a mis funerales.

Eso sí, no puedo resistir a la tentación de compartir con ustedes mis sueños con el Tío, aunque siempre que escapo de sus garras, despertándome empapado en sudor y con una angustia devorándome por dentro, me siento como un condenado que retorna al reino de los vivos, cargando a cuestas un miedo acosador, que ni pa’qué les cuento.

Por lo demás, ustedes me dirán qué debo hacer para liberarme de él y de los sueños que, más que experiencias oníricas, parecen pesadillas metidas en el fondo de mi alma, atormentándome con la misma inmisericordia con que un amo atormenta a su esclavo, venga de donde venga. ¡Qué carachos!

Cuando encuentren una posible solución a mi problema existencial, les suplico que, por favor, me lo hagan saber a través de mi blog, correo electrónico o cuenta de Twitter; de lo contrario, esto que escribo después de haber huido de mi más reciente pesadilla, será lo último que les cuento en vida.

EL TÍO DE POTOSÍ

EL TÍO DE POTOSÍ

Tradición minera

En la concepción de los mineros contemporáneos -y de los mitayos de la época colonial-, el Tío, además de ser un dios nativo de las profundidades; es, en el fondo de sus creencias, el único dueño de los yacimientos minerales y el protector de sus vidas. De él depende el éxito o fracaso de las labores en el subsuelo. Su creencia en este ser sobrenatural, sumada a su fe cristiana, les impulsó a imaginarlo mitad humano y mitad demonio. Su efigie en barro y cuarzo moldearon los mismos mineros, y la colocaron en un paraje especial de la galería, para sentir su presencia y rendirle pleitesía, ofrendándole hojas de coca, aguardiente y cigarrillos. En determinadas fechas, de acuerdo al calendario minero, le ofrecen banquetes como una forma de agradecimiento por los favores recibidos, sacrificando una llama blanca en un ritual conocido como la wilancha, y ch’allando las rocas minerales, con invocaciones, libaciones de bebidas espirituosas y hasta con bailes acompañados con bandas de músicos.

Víctor Montoya junto al Tío de la mina

Víctor Montoya junto al Tío de la mina

El Tío y el Carnaval

El Tío y el Carnaval El Carnaval, aparte de ser una manifestación cultural y folklórica de gran trascendencia tanto a nivel nacional como internacional, es una celebración tradicional de reciprocidad entre el hombre y las deidades andinas. Los mineros, el viernes antes del sábado de Entrada del Carnaval, tienen la costumbre de rendirle culto y venerarle al Tío (Wari o Supay) con un convite, sobre todo, en los departamentos de Oruro y Potosí. Le dan de fumar, pijchar, beber y comer (preferentemente una llamita blanca). Asimismo, adornan su cuerpo envolviéndole con serpentinas multicolores y echándole con mixturas y confetis. ¡Todo un acto ritual milenario en el ámbito minero!

V. Montoya, el Tío de Potosí y E. Callapani

V. Montoya, el Tío de Potosí y E. Callapani

El monstruo de la mina

El monstruo de la mina En el paraje más profundo y alejado de la mina, donde se detuvo el tiempo en un tiempo sin tiempo, habita un monstruo de dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos. Los mineros que lo vieron de lejos, entre la pálida luz de las lámparas y las cortinas de la oscuridad impenetrable, cuentan que el monstruo se alimenta con el cadáver de quienes perdieron la vida en los buzones de la galería. Dicen también que el monstruo, de cuernos retorcidos y ojos rutilantes, llora como un niño abandonado y da vueltas sobre sí mismo, mordiéndose la cola que, a veces, restalla como un látigo de fuego. Los mineros, conocedores de los secretos escondidos en el seno de la montaña, aseveran que el monstruo es la criatura que el Tío tuvo con una chola, a quien le quitó el honor y la embarazó en un solo acto de amor. El monstruo de la mina, hijo legítimo del Tío y heredero único de las riquezas minerales, se les aparece sólo a los mineros que pierden la razón de tanto haber pijchado y bebido.

La Chinasupay

La Chinasupay

La Chinasupay

En los carnavales, ella luce una máscara de mujer coqueta, una tentadora sonrisa y dos pequeños cuernos en la frente; sus ojos grandes y celestes tienen una expresión pícara, sus pestañas son largas y revueltas, sus labios de granate, carnosos, seductores y entreabiertos, dejan entrever una dentadura tan perfecta como el arco de cupido. Así, flanqueada por Lucifer y Satanás, avanza dando brincos en zigzag, como si dibujara una serpiente reptando hacia el mismísimo infierno. En la danza es vigilada por el Arcángel San Miguel y acompañada por osos, cóndores y diablos que encarnan los siete pecados capitales. La Chinasupay no baila solo por devoción a la Virgen del Socavón, sino para conquistar el amor del Arcángel San Miguel, quien, a pesar de ser su rival y el rival del Tío, es su amor platónico, el amor de sus amores, pero un amor imposible al fin y al cabo, porque si ella, lejos de hechizar a los hombres con el movimiento provocativo de sus nalgas y senos, encarna los atributos de un ser infernal, el Arcángel San Miguel es dueño de una apariencia atractiva, corazón incorruptible y espíritu tranquilo, atributos preferidos por Dios. Todos saben que la Chinasupay, como no encuentra ninguna razón para que una mujer se consagre a la virtud de la castidad, atenta contra las buenas costumbres sexuales y pone en jaque a los hombres que la acosan en los carnavales, intentando manosearla donde no deben y probar el elixir que ella guarda celosamente para el Tío de la mina, el único macho capaz de hacerla navegar en las estrellas y el único ser incapaz de renunciar a los placeres de la carne.

Víctor Montoya, el Tío y el artista de El Alto

Víctor  Montoya, el Tío y el artista de El Alto

El Tío de hojalata

Transcurrieron los días y, como tenía previsto, volví al taller para recoger la estatuilla del Tío, hecha de hojalata por un maestro artesano dotado de una imaginación prodigiosa y unas manos que adquirieron la destreza de moldear la hojalata con precisión de joyero. El Tío, con el rostro decorado con colores vivos, ojos saltones, nariz encorvada, barbilla mefistofélica y un rechoncho sapo entre sus cuernos, era una pieza digna de ser exhibida en un museo de arte. –¡Es una maravilla! ¡Una verdadera maravilla! –le comenté eufórico, sin dejar de escrutar la estatuilla por todos sus costados. El hojalatero no dijo nada, se limitó a sonreír y a bajar la mirada. Al fin y al cabo, el encargo estaba cumplido y el trabajo acabado. –Aquí lo tienes –dijo, entregándomelo en las manos–, listo para “ch´allarle” cuando quieras. No quedaba más que pagar por los servicios. La estatuilla se cotizó, como es lógico, en función al material y el tiempo empleado por el hojalatero, quien no admitió regateo alguno, consciente del valor que tenían sus trabajos hechos a pulso y sudor. El precio fue lo de menos, lo importante es que este Tío, en el cual el hojalatero puso todo su empeño y fantasía, como quien crea nuevos objetos, ricos en detalles atractivos que despiertan la súbita fascinación de los curiosos, estaba hecho con un material que resistiría al tiempo y la corrosión, y, como si esto fuera poco, llevaba la impronta de un taller de artesanías de hojalata de la Zona 16 de Julio de la ciudad de El alto.

En el Museo Minero de Oruro

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BIBLIGRAFÍA/ algunas de las obras del autor /BIBLIOGRAFÍA

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Retrato: A.García-Espina Martínez. Fotos del Tio: Jean-Claude Wicky,Stanislas de Lafon,Joson Devitt. Imágenes del tema: johnwoodcock. Con la tecnología de Blogger.