domingo, 5 de febrero de 2023

 


COMER FABADA CON PACO IGNACIO TAIBO II

A mediados de julio de 2005, viajé a la ciudad asturiana de Gijón, invitado a la Semana Negra, que anualmente reúne a escritores de novelas policíacas. En realidad, yo estaba en el festival para presentar mi libro Cuentos de la mina, que acababa de ser publicada en Asturias por la Editora del Norte. Se entiende que no estaba como autor de novelas policíacas, sino de una literatura más negra que las novelas negras. Así que, antes y después de cumplir con mis actividades programadas en las minas de carbón de Cangas del Narcea y Cuenca del Nalón, los escritores nos reuníamos para almorzar y cenar en el restaurante de un hotel céntrico de la ciudad. 

Uno de esos días, sin pensarlo ni proponérmelo, me encontré con el escritor y activista sindical Francisco Ignacio Taibo Mahojo, más conocido como Paco Ignacio Taibo II, quien era el responsable del evento cultural de la Semana Negra. No lo conocía más que por referencia y algunos artículos que leí sobre su vida y su obra en la prensa. Me llamaba la atención más por haber escrito la biografía del comandante guerrillero más famoso de América Latina -Ernesto Guevara, también conocido como el Che, basada en una extensa y rigurosa bibliografía-, que por sus novelas policíacas, las mismas que tuvieron una amplia difusión en más de una veintena de países.

De Paco Ignacio Taibo II no sabía nada más hasta entonces, salvo que fue merecedor de premios internacionales y que publicó su primer libro a los 22 años de edad, que estudió sociología y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México, que fundó y dirigió varias publicaciones de carácter sociocultural y que, como parte de su larga trayectoria como periodista y gestor cultural, fundó Para Leer en Libertad AC, proyecto de fomento a la lectura y de divulgación de la historia de México.

Nos saludamos en el hall del hotel y, a la hora del almuerzo, compartimos la misma mesa en el restaurante que daba a la calle. Me llamó la atención su aspecto de hombre desprolijo, vestido con un bluyín ajado y una playera ajustada a su abombado vientre. 

Nos miramos a los ojos y, sin mayores preámbulos, hablamos sobre la realidad política de México, sobre su visita a Bolivia, su recorrido por Valle Grande y Ñancahuzú, para ubicarse mejor en el contexto topográfico de la zona geográfica donde se desarrolló la guerrilla del Che.

El día estaba soleado y hacía un calor como para vaciarse varios vasos de cerveza fría. En el restaurante exterior del mismo hotel, donde estuvimos hospedados los escritores provenientes de diferentes países, los comensales empezaron a leer el menú y a ordenar su plato preferido. Yo pedí lo mismo que ordenó Taibo: una fabada, el platillo bandera y tradicional de la cocina asturiana y, por antonomasia, de la gastronomía española.

Al cabo de un tiempo, mientras contemplaba de sesgo la gordura de Paco Ignacio Taibo II, me sirvieron la fabada en un hondo plato de barro, tenía aroma a laurel y el caldo lucía un color anaranjado debido al azafrán. En la cazuela, todavía humeante, podía distinguirse judías blancas, chorizos, morcillas, lacón y tocino. Me llevé la primera cucharada a la boca y sentí una textura mantecosa en el paladar, junto al sabor de la cebolla, el ajo y el perejil. Este platillo rico en calorías y grasa, cuya porción fue excesiva para mí, me produjo, al cabo de la ingesta, unos reflujos gastroesofágicos, cuyo malestar tuve que aliviar con una copa de aguardiente o, como dirían los comensales bolivianos, con un traguito para bajar el chanchito. Sin embargo, a pesar de los ligeros malestares, me sentí satisfecho de haber probado por primera vez en mi vida la fabada, un potaje divino capaz de despertar hasta a los muertos.

Cuando Paco Ignacio Taibo II terminó de engullir la fabada, como un gourmet acostumbrado a degustar los platillos de su preferencia, encendió un cigarrillo y, como si se tratara de un apetecido postre, se tragó el humo que luego lo lanzó por entre sus mostachos teñidos por la nicotina. No tomó mucho tiempo para advertir que estaba delante de un hombre que, por experiencia y sabiduría, sabía paladear las comidas y bebidas que ayudan a sobrellevar los sinsabores de la vida.

Ese mismo día, de aires cálidos y cielo despejado, me refirió algo sobre la biografía de Pancho Villa, lista para ser publicada a nivel internacional, y sobre un proyecto que tenía en marcha sobre la revolución mexicana, incluida la biografía de Emiliano Zapata. Ahí nomás, estando imbuidos en una charla en torno a un tema apasionante por su magnitud, mitos y leyendas, se presentó su anciano padre, quien estaba en su tierra natal para visitar a los familiares y los viejos amigos, y no para participar en la Semana Negra.

Así que, en esa misma ocasión y en el mismo restaurante del hotel, tuve la oportunidad de tratar con don Ignacio Taibo I, quien, además de haber vivido de cerca la Guerra Civil Española, escribió un libro sobre la gastronomía asturiana, intitulada Breviario de la Fabada. Ya entonces se lo veía algo deteriorado de salud, hasta que, dos años después, me enteré que falleció víctima de neumonía.

Su hijo, el escritor asturimexicano, Paco Ignacio Taibo II, se mostró con su lado más humano y me dejó la impresión de que se trataba de un tipo bonachón, amable, simpático y hasta jovial, porque tuvimos instantes en los que bromeamos y nos reímos como dos viejos amigos, quienes tienen las mismas travesuras y los mismos ideales de libertad y justicia.   

Aquel mediodía que compartimos en el restaurante, donde intercambiamos impresiones sobre los fantasmas de la política y la literatura, se quedó fijada entre mis recuerdos, como un haz de luz que se mete en la memoria y no se apaga. Por lo demás, mientras hablábamos amenamente, él fumaba y no dejaba de fumar, hasta que llegó el instante en que, convocados por las actividades que debíamos cumplir por la tarde y la noche, nos despedimos con un abrazo y un fuerte apretón de manos, pero con la promesa de volvernos a reencontrar en algún punto de este mundo cada vez más injusto y contaminado.


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