EL EMPALAMIENTO
El verdugo se ganaba el pan con un oficio consistente en
hacer sufrir lo indecible al condenado a muerte. El empalamiento era una
tortura más atroz que introducir objetos punzantes en la cabeza, cortar labios,
narices y orejas; arrancar ojos con ganchos al rojo vivo, estrangular, quemar
en hogueras, amputar miembros, mutilar órganos sexuales, desollar la piel o
hacer hervir en recipientes de aceite a los aliados
del demonio.
El verdugo sabía que el empalamiento, método de tormento
usado durante varios periodos de la historia humana, era el más temido por los
condenados por actos de desacato y rebeldía. Los atormentaba el simple hecho de
pensar en que se les introdujeran una gigantesca estaca en el recto.
Todo el martirio comenzaba cuando el verdugo preparaba
una enorme estaca, con la punta redondeada para que la muerte del condenado no
fuese rápida, sino lenta, lo más lenta que imaginarse pueda, para así provocar
el mayor sufrimiento posible. La estaca debía ser lo suficientemente sólida
como para clavarla en el suelo y sostener el peso del cuerpo, hasta que el condenado
expirara su último hálito de vida.
El verdugo sabía también que el empalamiento era el
método favorito de tortura del príncipe de Valaquia, Vlad III Tepes –nacido en Sighișoara y
considerado héroe nacional de Rumanía–, quien, en la segunda mitad del siglo XV
y durante su reinado, mandó empalar a centenares de enemigos en un día. Las
víctimas fueron tantas que, en las afueras de su castillo, se formó una suerte
de bosque de empalados. Alcanzó fama mundial al ser la fuente histórica del
personaje literario Vampiro conde Drácula,
creado por el escritor irlandés Bram Stoker a finales del siglo XIX.
Una vez preparada la estaca, se tendía al condenado en el
suelo, boca abajo y desnudo, se le ataban las manos a la espalda y se le abría
las piernas de modo que estuviesen bien separadas. El verdugo untaba con sebo
la abertura del recto, lo mismo que la punta redondeada de la estaca, con el
fin de facilitar la penetración en las carnes del condenado. Después se le
ataban los tobillos con resistentes cuerdas de las que tiraban sus ayudantes,
al mismo tiempo que el verdugo sujetaba la estaca con ambas manos, ajuntándola
en las entrepiernas e introduciéndola unos 50 ó 60 centímetros.
Cuando la estaca estaba insertada en el recto, el
condenado era izado para que se hundiera gradualmente en el palo clavado en la
tierra y enderezado en posición vertical. Como el infortunado no tenía de dónde
agarrarse ni dónde apoyarse, se deslizaba a través de la estaca, hasta que, por
fin, expuesto por 24 ó 48 horas, quedaba ensartado como presa en el asador.
El verdugo lo vigilaba hasta que la punta redondeada de
la estaca reaparecía por el hombro, el pecho o la boca. Sólo entonces creía
haber cumplido con el trabajo que le daba de comer; lo peor era que el verdugo
parecía gozar con su oficio, mientras miraba al condenado contrayéndose y
retorciéndose como rana atravesada en la estaca. Estaba acostumbrado a que el
empalamiento fuese una muerte entre atroces dolores y poquito a poco, que para
él era la mejor recompensa del bestial trabajo que ejercía en honor a su oficio
de verdugo.
Esta forma de tortura, inspiró otros métodos que los
inquisidores, durante el oscurantismo de la Edad Media, aplicaron contra
quienes se oponían a los preceptos de la Iglesia, sin considerar que los seres
humanos tenían todo el derecho a opinar y oponerse a las aberraciones que la
Santa Inquisición imponía con la Biblia en la mano.
La garrucha, el potro, la pera, la sierra, la cuna de
Judas y la doncella de hierro, fueron algunos de los nombres de los métodos de
tortura que representaron a uno de los periodos más sombríos en la historia de
la humanidad y uno de los peores atropellos contra la dignidad humana, una
crueldad que la Iglesia usó como arma para corregir la conducta rebelde de
quienes osaban criticar el carácter ostentoso de la jerarquía eclesiástica y contradecían
las enseñanzas de las Sagradas Escrituras.
Ahora que el tiempo ha transcurrido y ahora que los
Derechos Humanos se han establecido en todos los países del mundo, sólo nos
queda reprochar los métodos de tortura que se aplicaron contra los ciudadanos
que, acusados de sostener pactos con el demonio, fueron víctimas de la Santa
Inquisición, que no toleraba a los hombres y mujeres que contravenían los
preceptos concebidos por los padres de la Iglesia.
El empalamiento fue uno de los tantos métodos de tortura
que los poderes de dominación aplicaron sin compasión, para acallar y someter a
las voces discordantes en una sociedad donde se imponía la ley del más fuerte,
la ley de quienes creían tener la razón, aunque su verdad no era la única ni la
más absoluta.
En América Latina, algunos de los conquistadores
españoles empalaban a los aborígenes que les ofrecían resistencia. El cerro El
Empalao, ubicado al este de la ciudad de Cagua, estado Aragua en Venezuela,
tomó su nombre porque en su punta el encomendero Garci González de Silva se
dedicó a empalar a los indios Meregotos que se resistieron a sus intentos de
esclavizarlos. La cruel práctica de empalar consistía en atravesar
longitudinalmente a una persona con una estaca previamente clavada en el suelo
con la punta hacia arriba, como se hace con un animal ensartado para asarlo.
El empalamiento no fue un método de tortura que usaron
los sicarios de los gobiernos dictatoriales de la tristemente famosa Operación Cóndor, pero sí un método que
inspiró otras formas de atormentar a los prisioneros políticos, con la
finalidad de abolir sus ideales de izquierda y quebrantarlos en su lucha por
conquistar las libertades democráticas y la justicia social.
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