RECUERDOS DE UN AMIGO DIBUJANTE
A Mats Andersson
lo conocí en el verano de 1983, por intermedio de la amistad de Larry Lempert,
el anarcosindicalista con quien tuve la suerte de trabajar en una biblioteca de
Tyresö, donde un día, mientras leía un libro sobre el maravilloso mundo de la
literatura infantil, se apareció el amigo dibujante, agarrado de una bolsita
repleta de medicamentos recetados por el médico. Me
han prohibido tomar vino, comentó con un dejo de resignación. Me quedé callado,
pero sin dejar de mirarlo de punta a punta. Me llamó la atención su sonrisa
franca, su contextura robusta, su melena y barba alborotadas y, sobre todo, su
sencillez y preocupación por la problemática de los países del llamado Tercer
Mundo.
Mats Andersson
(Estocolmo, 1938 – 86), como la mayoría de los militantes de la izquierda
sueca, abrazó la causa de los oprimidos y se identificó plenamente con los
movimientos de liberación en Latinoamérica, Asia y África. Sus contribuciones,
en su condición de dibujante profesional, se encuentran dispersas en diversas
publicaciones alternativas de los años 60 y 70, aunque sus mejores creaciones
están en los libros destinados a los jóvenes y niños, que él ilustró con pasión
y sentido crítico. No existe niño sueco que no haya gozado con el valor
estética de sus ilustraciones ni lectores adultos que no se hayan tropezado con
sus dibujos satíricos contra los amos del poder.
Mats Andersson
era parco en las palabras y cuidadoso en sus juicios. En cierta ocasión,
mientras le enseñaba el manuscrito de un libro, animándolo a ilustrar sin más
recompensas que la gratitud, le dije que sus dibujos reflejaban una suerte de
picardía infantil y un espíritu de artista joven. Él se sonrió y contestó: Ya
soy viejo, pero en mi vida no he hecho otra cosa que ilustrar libros infantiles
y juveniles. En efecto, cuando leí un comentario sobre su cuantiosa producción
artística en el libro “De tecknar för barn” (Ellos dibujan para niños), pude
constatar que detrás de ese hombre afable y sencillo se escondía un currículum
y una trayectoria sorprendentes.
En otra ocasión,
nos encontramos por casualidad en la parada del autobús rumbo a Tyresö, donde
él integraba un colectivo de personas que, durante los años dorados de la
emancipación sexual y las ideas progresistas, decidieron comprar una casa cerca
del hermoso castillo de la zona. Él venía de una tertulia de amigos y llevaba
un bloc de dibujos en la mano. Nos sentamos en la parte central del autobús,
cuando, de súbito, estalló una voz a nuestras espaldas. Nos volvimos y,
mirándonos de reojo, nos enfrentamos a una mujer que gritaba: ¡No queremos
cabezas negras en este país! A lo que Mats Andersson, alzando la voz como si
el improperio le hubiese tocado a él, replicó enérgico: ¡Aquí no hay cabezas
negras! ¡Aquí todos somos iguales! Una actitud solidaria que me permitió
hinchar el pecho y comprobar que los amigos verdaderos son amigos incluso en
las peores circunstancias.
Después nos
seguimos viendo, unidos por el proyecto de publicar el libro de cuentos de
jóvenes y niños latinoamericanos. Me encargué de reunir el material en los
talleres de escritura organizados por dos bibliotecas y Mats Andersson se
encargó de ilustrar los textos. Así surgió el libro de texto Cuentos de
jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia (Estocolmo, 1985), que todavía hoy
se usa como material de apoyo en la enseñanza del idioma materno.
Un año después de
esta inolvidable experiencia, que me permitió conocer al artista y a la persona
en Mats Andersson, me llegó la infausta noticia de su muerte. Una enfermedad
incurable le arrebató la vida. Sentí una punzada muy adentro y pensé que los
inmigrantes perdimos a un valioso compañero, quien supo defender nuestros
derechos con la misma convicción con que defendió la causa de Cuba, Zimbabwe o
Vietnam.
Desde entonces
volví la mirada, una y otra vez, sobre este dibujo que ilustra uno de los
cuentos del mencionado libro. Este dibujo, como lo quiso su autor, expresa una
inquietud por el creciente racismo y la xenofobia que sacude los cimientos de
la democracia, solidaridad y tolerancia.
Mats Andersson,
como una ironía del destino, se murió antes de que apareciera el Laserman,
antes del asesinato del inmigrante africano en Klippan y, por supuesto, mucho
antes de que los cabezas rapadas y las fuerzas de derecha ganaran espacios en
la palestra pública, ostentando una actitud hostil, que él, de seguir vivo, la
hubiese rechazado con todo el furor de su conciencia.
Aunque sé que
Mats Andersson era uno de esos hombres que no mueren, porque sus vidas se
prolongan a través de sus obras, debo reconocer que ha dejado un enorme vacío
entre quienes aprendimos a estimarlo por su sencillez y humanismo. No sé cuándo
fue la última vez que nos vimos, pero le agradezco por sus ilustraciones
publicadas en Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia, cuyos
originales los conservo todavía en el baúl de los recuerdos.
Imágenes:
1. Mats Andersson, ilustración de Olof
Sandah
2. Portada de Cuentos de jóvenes y
niños latinoamericanos en Suecia
3. Una ilustración de Mats Andersson
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