LAS CREENCIAS POPULARES SOBRE LA VIDA Y
LA MUERTE
Las creencias en fenómenos paranormales,
espíritus, almas en pena y fantasmas del inframundo, forman parte de la
fantasía humana y del imaginario colectivo en todas las culturas. En algunas de
ellas, y desde la remota antigüedad, los individuos no hacen distinciones entre
los objetos animados e inanimados. Esta concepción implica que los fenómenos
naturales, las características geográficas, los objetos cotidianos y materiales
pueden estar también provistos de alma (espíritu, pisque, mente, conciencia o
como se lo llame).
El
alma, según varias tradiciones religiosas y filosóficas, es el componente
espiritual que poseen los seres vivos, una manifestación inmaterial que está
dotada de movimiento propio, ya que puede desarrollarse independientemente de
la condición física de la persona o el animal. Por cuanto es una suerte de
facsímil del cuerpo material, un doble intangible que, a veces, cobra vida y se
mueve con las mismas facultades que caracterizan a los seres vivos.
En
algunas culturas se cree que el alma sale y entra en el cuerpo como el aire que
se aspira y respira; es más, en las comunidades tribales, que viven a espaldas
del racionalismo occidental, se atribuyen las enfermedades a la ausencia del alma
y que, para remediar el mal, se invoca al alma errante para que vuelva a entrar
en el cuerpo del convaleciente, ya que el alma es la fuente espiritual donde se
generan los instintos innatos, como son los sentimientos, emociones y
fantasías, que influyen de manera trascendental en la vida social y familiar.
En
la tradición china, por ejemplo, cuando una persona está al borde de la muerte
y se cree que el alma ha dejado su cuerpo, el abrigo del paciente es sostenido
en un largo poste de bambú, mientras un curandero se esfuerza por devolver el
espíritu al abrigo por medio de conjuros. Si el bambú comienza a girar en las
manos del familiar, que se ha dispuesto para sostenerlo, implica que el alma
del moribundo volvió a ocupar su lugar en el cuerpo.
En
las culturas andinas, con predomino de la religión católica, se suele escupir
tres veces al suelo cuando una persona ha sufrido un arrebato de espanto.
Seguidamente, se pronuncia varias veces su nombre con la finalidad de que su
alma, que aparentemente abandonó el cuerpo en el momento del espanto, acuda a
los llamados y vuelva a entrar en el cuerpo de la persona para devolverle el
equilibrio emocional.
El pensamiento
mágico
Estas
creencias populares, aun siendo contraria a la razón científica, están muy
arraigadas en todas las culturas del mundo, donde las supersticiones,
transmitidas de generación en generación, permiten interpretar los fenómenos
paranormales que no son probables científicamente, pero que están presentes en
el pensamiento mágico de los individuos,
indistintamente de su condición social, racial, religiosa o cultural.
El
pensamiento mágico, capaz de concebir
la existencia de entidades sobrenaturales y milagros producidos por gracia
divina, es una forma de pensar y razonar en que todos los elementos de la
naturaleza están dotados de vida y de alma, al menos según los preceptos
filosóficos del animismo, que considera que tanto lo material como lo
inmaterial posee razonamiento, inteligencia y voluntad.
Por
otro lado, el pensamiento mágico y
primitivo no distingue niveles entre lo real y lo imaginario, se revela contra
la idea inaceptable y abstracta de la muerte y considera que lo aparecido en el
sueño o la pesadilla, posee existencia real, así las personas aparecidas estén
ya en el otro lado de la vida.
Los
individuos, indistintamente del lugar geográfico y la época, comparten la misma
necesidad de despejar las dudas concernientes a los fenómenos paranormales y
sobrehumanos, ya que de no ser así, no se creería en la existencia de muertos
que están condenados a vagar como almas en pena al no poder encontrar la paz
eterna en el más allá, y que, consiguientemente, permanecen atrapadas entre
este mundo y el otro.
La naturaleza
dual del individuo
Los
fenómenos paranormales, como los mismos sueños y pesadillas, fueron
contemplados en los estudios del animismo y el psicoanálisis, convirtiéndose en
una filosofía o seudociencia capaz de responder a las preguntas que los humanos
se formularon desde siempre; unas veces, por intuición natural y, otras, porque
las creencias son inherentes a la condición humana.
En
el contexto de las pesadillas, por citar un caso, no es casual que uno se
reencuentre o comunique con muertos, como si ellos se reaparecieran para decir
o hacer algo que dejaron pendiente mientras estaban vivos; una experiencia
mental que al hombre primitivo le llevó a concebir la idea de que existe una
parte incorpórea en los seres vivos, que sobrevive a la disolución del cuerpo
físico después de la muerte.
La
convicción de la naturaleza dual del humano, que combina lo material y lo
espiritual, tiene sus orígenes en la mente del hombre primitivo, quien creía
que los fenómenos naturales, como los rayos y truenos, lo mismo que las
plantas, piedras y animales, tenían también un alma parecida al de los seres
humanos; una percepción que ha trascendido hasta las sociedades modernas, donde
existen creencias y supersticiones basadas en el animismo.
El animismo
divide el mundo en una realidad y una suprarrealidad, en un mundo fenoménico
visible y un mundo espiritual invisible, en un cuerpo mortal y un alma
inmortal. Los usos y ritos funerarios no dejan duda alguna de que el hombre del
neolítico comenzó ya a figurarse el alma o espíritu como una sustancia que se
separaba del cuerpo. La visión que la magia tiene del mundo es monística; ve la
realidad en forma de un conglomerado simple, de un continuo ininterrumpido y
coherente; el animismo, en cambio, es dualista y funda su conocimiento y su fe
en un sistema de dos mundos (Hauser Arnold, Historia social de la literatura y del arte, Ed. Guadarrama/Punto
Omega. Ed,, Labor, S.A., Barcelona, 1979, p. 26).
La vida después
de la muerte
La
mayoría de los sistemas de creencias animistas sostienen que existe un alma
que, alejándose del cuerpo físico, sobrevive a la muerte, porque es la parte
inmaterial o espiritual de la esencia humana. Tampoco son ajenas las visiones
de quienes creen en la existencia de un vínculo estrecho entre las almas de los
vivos y los muertos. Y, a pesar de las controversias sobre si el alma pertenece
o no a la sustancia divina, la religión judeo-cristiana sostiene la creencia de
que Dios formó al hombre del polvo y le concedió vida soplándole en sus narices
el aliento divino, por cuanto el primer hombre de la creación vino a ser alma
viviente a partir de un elemento material como es el polvo.
Cuando
se da el deceso de una persona, se cree que su cuerpo queda en la tierra, pero
que su espíritu se eleva al cielo o cae en las catacumbas del infierno. El
cristianismo promete que si uno tiene fe en Dios, será redimido de sus pecados,
salvado de los suplicios del infierno y gozará de una vida eterna en el reino
de los cielos. En este caso, la resurrección es un ejemplo de que la vida no
termina con la muerte. Jesucristo, tras ser desclavado de la cruz y sepultado
fuera de los muros de Jerusalén, resucitó entre los muertos y retornó
espiritualmente hacia los suyos.
La
creencia de que los humanos pasan a otra vida después de la muerte es una
concepción común en varias religiones y filosofías. Es decir, los muertos son
seres que pasan de la vida terrenal a otra que es mejor y que está en el más
allá. Otros creen que el espíritu de los muertos se reencarnan en otros seres
vivos como los animales domésticos o silvestres, o que, simple y llanamente,
retornan al reino de los vivos manifestándose como almas en pena, sobre todo,
cuando el alma de un difunto no encuentra paz en la tumba y se aparece de forma
perceptible y descarnada en los sitios que frecuentó en vida.
En
pleno siglo XXI se sigue creyendo en la existencia de fantasmas y almas en
pena, a pesar del desarrollo de una corriente positivista, escéptica y
científica, que intenta desacreditar esta superstición sobre las fuerzas espirituales, que está lejos de
todo razonamiento lógico y materialista, incluso lejos de algunos principios de
la religión católica, que considera la superstición como una expresión
sobrenatural de las idolatrías paganas y demoníacas.
Cuentos de
espanto y aparecidos
En
diversas culturas suelen referirse cuentos de espanto y aparecidos como si
fuesen acontecimientos de la vida real y cotidiana, pese a que la creencia en
la existencia de almas o fantasmas contiene elementos ficticios e
inverosímiles, que perturban algunas de las sensaciones inherentes a la
condición humana. Así, en las culturas ancestrales latinoamericanas, desde
antes de la colonización y la irrupción de los catequizadores, se creía en que
el alma era algo intangible y que podía seguir vivo, en forma de espectro o
espíritu, tras el deceso físico de la persona.
Asimismo,
los cuentos de espanto y aparecidos del imaginario popular, emparentables con
las supersticiones y los elementos sobrenaturales, suelen contarse como
acontecimientos de la vida real y cotidiana, como ocurre con las creencias de
la fe religiosa que, siendo contrarias a todo tipo de evidencia científica, no
se conciben como supersticiones sino como hechos evidentes registrados en las
Sagradas Escrituras, en cuyas páginas, en mi criterio, convergen dos mundos: el
real y el mágico.
Los
cuentos de espanto y aparecidos se encuentran en el límite de la credibilidad,
donde apenas un hilo sutil separa a la realidad de la ficción; más todavía,
puede afirmarse que estos cuentos, transmitidos por medio de la tradición oral,
están basados en elementos de la realidad, aunque son distorsionados por la
imaginación en la medida en que se añade al argumento ingredientes ilusorios y
se les atribuye a los personajes facultades sobrenaturales propias de las
narraciones fantásticas, que se caracterizan fundamentalmente por la
combinación de la realidad y la ficción.
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