EL
MONUMENTO DE PIEDRA DE DON ANTONIO PAREDES CANDIA
Un
buen día, de paseo por El Mirador de ciudad satélite en El Alto, me quedé
sorprendido al ver el gigantesco monumento del escritor Antonio Paredes Candia,
cuya figura se alzaba como un coloso contra el infinito sideral, entre las
vertiginosas pendientes de Llojeta, los edificios de ladrillos y un parque
precipitándose hacia la hoyada de La Paz.
¡Qué
carachos!, me dije, mientras lo seguía mirando bajo el sol que reverberaba en
el manto añil del cielo. Me acerqué para verlo de cerca, muy de cerca; así fue
como lo contemplé desde el pétreo pedestal, con la humildad y curiosidad de
creador palabrero, para confirmar su grandiosidad como escritor del pueblo.
Grande
fue mi sorpresa al constatar que el artista encargado de tallar fue, nada más
ni nada menos, que el mismísimo escultor corocoreño Gonzalo Jacinto Condarco
Carpio, quien, cincel y martillo en mano, esculpió el monumento del escritor en
piedra basalto, una magnífica obra que fue instalada en la Avenida Panorámica,
justo en el tramo de ingreso hacia la zona sur de la ciudad de La Paz, en
febrero de 2007.
Desde
entonces es una de los bloques de piedra que, representando una efigie humana
con una fuerte expresión artística, los peatones miran desde diferentes
ángulos, mientras los conductores, que circulan de ida y venida por la
carretera de doble vía, no dejan de observar el monumento que parece avanzar a
pasos agigantados, como si el escritor –con la mirada puesta en el horizonte,
las patillas y los mostachos característicos, la cabellera y la chaqueta
tendidas al viento, el paraguas como bastón en la mano izquierda y un libro
abierto en la mano derecha– marchara hacia un territorio libre de analfabetismo
y sembrando libros en la ciudad de El Alto, la urbe que amó con todas las
fuerzas de su corazón.
El
autor del monumento, que fue alumno de ese otro gran escultor que fue el Indio Víctor Zapana, respira arte por
todos los poros de la piel, como si tuviera carne y huesos de piedra, un
espíritu de piedra, un gran ímpetu para realizar tallados y esculturas en un
elemento sólido, asido a la sensación de que la piedra le permite expresarse
con mayor libertad y autenticidad artística. Está claro que Gonzalo Jacinto
Condarco Carpio, a la hora de tallar el monumento de don Antonio Paredes
Candia, se inspiró en la singular personalidad del escritor, quien daba sus
paseos por las calles y plazas de la ciudad, casi siempre llevando un libro en
una mano y un paraguas en forma de bastón en la otra.
Ahora
bien, sin considerar a quién le guste o no le guste, el monumento está plantado
donde debe estar y, lo más importante, es un objeto que despierta sentimientos
de celo profesional en aquellos que todavía creen que se merecen un monumento
por ser los mejores, aun cuando los lectores les vuelven las espaldas y no los
reconoce como a sus verdaderos autores, convencidos de que los doctores de la
literatura pueden fallar allá donde jamás fallan los lectores.
Don
Antonio Paredes Candia, como en esta estatua de piedra, se levanta con toda
dignidad y con todas las de la ley, permitiéndole ser un paradigma de las
letras populares de la nación boliviana, un digno representante de los que
vienen desde abajo para cantarles sus verdades a los de arriba.
El escritor vivía como uno de los personajes que él mismo rescató de la tradición oral y tenía una genuina pasión por los libros, tanto así que creó su propia casa editorial para publicar sus libros y los libros de otros autores, que acudían a su amable personalidad para formar parte de Ediciones Isla, un sello conocido tanto dentro como fuera del territorio nacional.
Este
monumento erigido en homenaje al escritor, editor y librero paceño, es una
prueba de que los seres queridos y admirados, quienes contribuyeron con
honestidad a la cultura de un pueblo, con lo que mejor sabían hacer, no mueren
nunca porque sobreviven al tiempo y a las adversidades, al menos en la memoria de
una colectividad que alimentó sus conocimientos y su fantasía con las obras de
quienes supieron entregarse con abnegación a su quehacer cultural y literario. Don
Antonio Paredes Candia correspondía a esa categoría de escritores, no en vano
bautizaron con su nombre un museo en la ciudad de El Alto, varias unidades
educativas y ferias de libros impulsadas por editores y escritores
independientes del país.
Tampoco
es poca cosa que los lectores lo conozcan y reconozcan como a uno de los
escritores más requeridos por sus obras dedicadas a las tradiciones folklóricas
bolivianas, incluidas las leyendas, fábulas, mitos y narraciones de la
tradición oral, que don Antonio Paredes Candia supo atesorar como un indiscutible
investigador de lo más profundo de la identidad nacional, haciendo siempre su
trabajo bien sin mirar a quien.
Este
escritor, editor y difusor de libros, era una biblioteca viva y una institución
andante. Escribió con tesón en varios géneros literarios, y cuya producción
supera el centenar de obras que son leídas por niños, jóvenes y adultos.
Algunos lo recuerdan caminando por las calles y plazas de las ciudades y
provincias, donde lo veían cargando libros como un k’epiri (cargador), con el único propósito de llevar los conocimientos
hasta los hogares más humildes de su infortunada
patria.
No conozco a un solo escritor boliviano cuya imagen haya sido inmortalizada en varios monumentos como en el caso de don Antonio Paredes Candia. Cuando esto ocurre, es lógico pensar que los lectores lo tienen como a uno de sus escritores favoritos, pues, a diferencia de los otros escritores que se sienten importantes, imprescindibles y laureados, don Antonio Paredes Candia fue un escritor popular, así sus obras no hayan sido consideradas en antologías literarias ni en la colección del bicentenario, elaborada por los especialistas contratados por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional.
Este
monumento de piedra basalto, que contemplé en la Avenida Panorámica de la
ciudad de El Alto, me llevó a pensar que los escritores amados por su pueblo no
siempre son los escritores elegidos por los críticos literarios, como si el
pueblo tuviese sus propios escritores, leídos y estudiados en escuelas y
colegios, escritores que son rescatados y perpetuados en las pinturas y
esculturas de los artistas plásticos, como se constata en este monumento de
piedra, donde el escritor paceño luce con todo el fulgor de su divulgada y
excéntrica personalidad.
Don
Antonio Paredes Candia asumía su grandiosidad como escritor popular, como aquel
que no necesita los reconocimientos oficiales de los de arriba, consciente de
que contaba con la venia y el respaldo de los de abajo, que son la inmensa
mayoría en un país donde algunos suelen idolatrar a los letrados de las
academias y no a los verdaderos narradores que tienen mucho que contar desde
sus ancestros, desde su entrañable necesidad de expresarse en absoluta libertad
de pensamiento y creación, aunque sus obras, alimentadas con el aliento de una
nación que es dueña de una larga tradición folklórica y cultural, sean ninguneadas por quienes se dedican,
desde el punto de vista científico, a
estudiar solo las obras de relevancia
literaria y no a leer libros de los escribanos populares, así estos tengan mucho
que aportar al acervo cultural de un país multilingüe y plurinacional.
Reflexiones
más, reflexiones menos, lo único cierto es que el pueblo es tan competente que
sabe a qué escritores se deben rescatar para la posteridad, independientemente
de los juicios valorativos que ostentan los doctores de la literatura, quienes
creen que los escritores que valen la pena ser leídos no son los mismos que
prefiere el pueblo, aun sabiendo que los únicos jueces que determinan el destino
que tendrá una obra literaria son los ciudadanos de a pie, los lectores que
deciden quién se queda y quién no se queda en la memoria y el corazón del
pueblo que, después de todo, es el único sabio entre los sabios.
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