MARIO VARGAS LLOSA.
LOS ORÍGENES DE SU VOCACIÓN LITERARIA
Lo
fantástico y maravilloso de América Latina no solo está presente en su realidad
compleja y contradictoria, sino también en sus escritores contemporáneos, como
es el caso del escribidor Varguitas,
cuya vida y obra ha hecho correr cántaros de tinta, especialmente en Europa y
Estados Unidos, donde despertó el interés de las revistas, los simposios, las
tesis y, sobre todo, el interés de los estudiosos de la literatura
hispanoamericana.
Desde
la publicación de su libro de relatos; Los
jefes, en 1958, no ha dejado de ser una maquinaria de palabras, personajes
e historias. Cada nueva novela que ha publicado, desde La ciudad y los perros, ha sido siempre más larga y densa, con
flecos sueltos que el lector debe anudarlos para comprenderlas mejor.
Si
afirmamos que sus obras son un vasto testimonio social, por abarcar gran parte
de la realidad peruana, lo más probable es que nos conteste que no, puesto que
para él: la literatura no es una rama de
la sociología, a diferencia de lo que opinaba José Carlos Mariátegui, para
quien la literatura jamás fue algo independiente de las demás remas de la
historia.
De
cualquier modo, Lima y los cadetes en La
ciudad y los perros, el burdel y el convento en La casa verde, las prostitutas y el cuartel en Pantaleón y las visitadoras, la taberna llamada La Catedral en Conversación en La Catedral y su más auténtica autobiografía en La tía Julia y el escribidor, son
espejos que reflejan las mil y una caras del Perú, desde un extremo distinto al
de Ciro Alegría y José María Arguedas.
La
temática Vargasllosiana, a excepción de la La
guerra del fin del mundo, fue arrancada de su propia experiencia. Tanto las
escenas como los personajes son realidades que ha vivido y conocido el autor
desde su más tiernas adolescencia. Ahora bien, si a Vargas Llosa le gusta ser
el protagonista de sus cuentos y novelas, ¿por qué no existe un solo libro que
recoja las experiencias de su infancia? Será que este período de su vida fue
tan armonioso que no le sirvió de base para estructurar una novela, aferrado a
la idea de que solo las experiencias caóticas, llenas de fantasmas y demonios,
son capaces de tomar forma ordenada en una obra literaria.
Sin
embargo, a muchísimos años de haber abandonado Bolivia, él mismo nos dio
algunas pautas de su infancia, en un extenso artículo publicado en el diario
español El País, en el que dice: De uno a diez viví en Cochabamba, Bolivia, y
de esta ciudad, donde fui inocente y feliz, recuerdo, más que las cosas que
hice y las personas que conocí, las de los libros que leí: ‘Sandokán,
Nostradamus, Los tres mosqueteros, Cagliostro, Tom Sawyer, Simbad’.
Las historias de
piratas, exploradores y bandidos, los amores románticos y, también, los versos
que escondía mi madre en el velador (y que yo leía sin entender, solo porque
tenían el encanto de los prohibido) ocupaban lo mejor de mis horas.
Como era intolerable
que los libros que me gustaban se acabarían, a veces, les inventaba nuevos
capítulos o les cambiaba el final. Esas continuaciones y enmiendas de historias
ajenas fueron las primeras cosas que escribí, los primeros indicios de mi vocación
de contador de historias.
Esta
confesión del escribidor Varguitas,
nos es suficiente para saber que las raíces de su vocación literaria se hallan
en esa hermosa tierra valluna, donde no solo nació el rey del estaño boliviano, sino también un presidente que fue
colgado de un farol frente al Palacio
Quemado.
Aquel
niño de sonrisa abierta, que se contaba historias a sí mismo para dormir y
soñar con ser marinero en un país que no tiene mar, pronto llegaría a ser una
de las figuras más importantes de la novelística latinoamericana y una
verdadera autoridad en literatura universal, a quien hoy todos quieren
estrecharle la mano, incluso los monarcas del Viejo Mundo.
Sin
lugar a dudas, así como Vargas Llosa es consciente de que las películas de
aventuras que vio en los cines cochabambinos y los libros que leyó con cariño
le sirvieron de estímulos en su carrera de escribidor, es también consciente de
que su literatura está objetivamente concentrada en el Perú, a pesar de haber
vivido tantos años en un país acorralado por los golpes de Estado.
Por
otro lado, lo que hasta ahora no ha acabado de comprender es: ¿Por qué escribe?
¿Qué es escribir? Lo único que sabe Varguitas,
después de haberse consolidado como escritor, es que siempre ha vivido acosado
por la tentación de convertir en ficción todas las cosas que le pasaban en
carne propia. Quizás por eso sea el mejor escribidor de su propia historia.
Cuando
retornó al Perú, haciendo sonar las erres
y las eses, la primera impresión que
se le apoderó en Camaná, ciudad costera ubicada en el departamento de Arequipa,
fue ver las olas bravías de la mar, donde se zambulló y le picó un cangrejo,
vaya a saber en qué lugar.
No
obstante, solo más tarde aprendió a conocer la verdadera realidad del Perú;
concretamente, cuando ingresó al Colegio Militar Leoncio Prado, que era un microcosmos de la sociedad peruana,
rodeado por muros grisáceos, en donde
lo único que interesaba era tener huevos
de acero.
Mario
Vargas Llosa es el arquetipo del escritor profesional cuya actividad puede ser
comparada con la de un oficinista, que se levanta a la siete de las mañana y a
las ocho está ya trabajando con todo el furor de su alma, porque, en su
opinión, el escritor debe trabajar como
un peón. Cuando aún era adolescente no sabía de donde robar tiempo para la
escritura y, cuando era joven, su aspiración era llegar a ser como el plumífero Pedro Camacho.
Con
el transcurso del tiempo, sus ilusiones se trocaron en realidad, ya que desde
que llegó a Madrid para obtener el doctorado en Derecho, y luego a París, donde
vivió siete años y trabajó como periodista, no simplemente tuvo tiempo para
leer sino también para escribir.
Para
este autor, que odia su país con ternura, la literatura no se ha limitado a ser
una actividad de fines de semana o de vacaciones, sino la obsesión de su vida, una especie de esclavitud en la que uno
encuentra una extraordinaria libertad.
Mario Vargas Llosa, a lo largo de su trayectoria, ha escrito ensayos, obras de teatro, novelas y artículos de periodismo, oficio al que está agradecido por haberlo nutrido de valiosas experiencias. De no haber sido el periodismo, jamás hubiera podido escribir ‘Conversación en La Catedral’, ni buena parte de ‘Los cachorros’, ni ‘La casa verde’, Y, con mayor razón, ‘La tía Julia y el escribidor’, confesó este autor peruano, cuya vocación literaria despertó leyendo libros de aventuras, mientras transcurría su infancia en la ciudad valluna de Cochabamba.
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