miércoles, 2 de octubre de 2024

EL CHOCO DE CIUDAD SATÉLITE

Cualquiera que cruce por la Plaza Bolivia, ubicada frente al Mercado Satélite de la ciudad de El Alto, verá en un predio cercado por barras metálicas, bajo la sombra de un árbol de tronco torcido, una plaqueta cuyo texto reza: Choquito, amigo fiel, te ganaste el cariño de todos los que te conocimos. Esta esquina fue tu morada y perdiste tu vida por defenderla. Nunca te olvidaremos. Siempre estarás en nuestros corazones. Eres el ángel de los perros abandonados. 22 de octubre 2024.

El perrito se llamaba Choco –pero le decían Choquito, en diminutivo y con cariño–, porque lucía castaño pelambre desde la cabeza hasta las patas; era de raza mestiza y de regular parada, de esos que son vivaces, armoniosos, valientes y desbordantes de vitalidad, Alcanzó su plenitud cuando aprendió a vivir en la calle, como basura de nadie. Creció desde cachorro en la plaza principal de Ciudad Satélite; tenía la mirada tierna y algo triste, el ladrido grave y potente, pero no mordía a nadie, respiraba cariño por todos los poros del hocico y batía el rabo al contacto de la primera caricia.

Choco era un animal juguetón desde siempre, adoraba a chicos y grandes, estaba siempre dispuesto a defenderlos de las acciones delictivas de los malhechores. Soportaba la diablura de los niños y las majaderías de los adultos; era tolerante con los bebedores consuetudinarios y huidizos con las personas acostumbradas a la práctica constante del maltrato animal.

Los vecinos de la zona lo querían, quizás, más que a sus propias mascotas. Confesaban que era un fiel amigo de quienes lo trataban con cariño y le daban de comer, incluso quitándose de la boca, lo mejor de lo mejor. Él no aceptaba huesos ni restos de comida, prefería las hamburguesas especiales y los pollos al espiedo. Más de un vecino, solo para mimarlo y mostrarle su afecto, accedía a sus gustitos y se rajaba algunos pesos.

Los y las comerciantes del Mercado Satélite cuentan que Choquito era cariñoso y manso con las personas que le dispensaban su cariño y era esquivo con las personas que lo maltrataban, como con aquellos que, a sus 13 años, lo hirieron a puntapiés y cuchilladas, intentando arrebatarle la vida; dramática situación a la que sobrevivió gracias al oportuno socorro de unos buenos vecinos y la oportuna intervención de un buen veterinario, quien logró rehabilitarlo y ponerlo otra vez con las patitas en la calle.

Si alguien quería adoptarlo, el perrito se hacia el esquivo. Si alguien se lo llevaba a casa, el perrito se daba modos de huir al primer descuido. Estaba acostumbrado a vivir en la calle como un vagabundo, más bien, como un vagamundo. Así vivió por muchos años, hasta que una de esas noches, en que todo transcurría de manera normal, un antisocial de instintos criminales, que desde hace tiempo lo tenía en la mira, lo abordó por atrás y le asestó, con ensañamiento y alevosía, un certero cuchillazo en el cuello. El perro lanzó un chillido de dolor y, de pronto, se tumbó contra el suelo. Ahí nomás se apagó su potente y sonora voz, como un eco que muere ahogado entre los borbotones de sangre que empapaban su apelmazada pelambre.

Al clarear el día, los peatones lo encontraron tirado en la plaza y nadie pudo hacer nada para devolverlo a la vida. La gente lamentó su muerte, las protestas no se dejaron esperar, los corazones se rompieron, de los ojos brotaron lágrimas de impotencia y de hondo pesar; peor aún cuando se supo que no se identificó al criminal, quien fugó de la justicia que podía haberle sancionado con privación de libertad de dos a cinco años y una multa de treinta a ciento ochenta días, siempre y cuando las autoridades hubiesen cumplido con lo establecido en la Ley contra los biocidas.

La muerte de Choquito causó un hondo pesar entre los vecinos de Ciudad  Satélite, donde su ausencia dejó un vacío irremplazable. No obstante, a modo de honrar su memoria,  los animalistas y vecinos se pusieron de acuerdo para levantar un monumento en bronce en honor al perrito que se hizo querer como si fuese un miembro más de la familia. Todos lo recordaban con mucha emoción y aseguraban que fue un gran ejemplo de valentía. Se decía que, en repetidas ocasiones, salvó a personas que estaban a punto de ser asaltadas por individuos de conducta delictiva. Para muchos era el perro guardián por excelencia de la Plaza Bolívar y el Mercado Satélite, no sólo porque cuidaba y defendía a las personas que sufrían el ataque de los violentos, sino también porque vigilaba los puestos de venta de las y los comerciantes.

La estatua de Choco, realizada por un escultor amante de los animales y enemigo de los biocidas, está emplazada en medio de la calle de doble vía, sobre un pedestal de aproximadamente un metro y ochenta centímetros de alto, con la pose de un héroe querido y admirado por los vecinos de uno de los barrios más conocidos de la ciudad de El Alto.

El escultor lo hizo con la pelambre ligeramente ondulada, las orejas plegadas, el hocico respingado, las extremidades posteriores flexionadas, la cabeza altiva, la frente plisada, los ojos melancólicos y la mirada tendida en el horizonte, como vigilando a los peatones y el tráfico vehicular de la Avenida Satélite

Al lado de la estatua hay floreros de cerámica, cuyas flores se cambian de cuando en cuando, y al pie del pedestal no faltan los ramilletes de otras flores dejadas por las personas que lo conocieron y gozaron de su presencia mientras estaba vivito y coleando.

 En la parte superior del blanquecino pedestal, cuyas partes laterales están estampadas con las huellas de unas patitas caninas, destaca una plaqueta donde se lee:

Organización de Voluntarios al Rescate de Animales. En memoria de nuestro amigo fiel Choquito y miles más que viven en las calles para que otro tenga la suerte de poder vivir y descubra el calor de una flia. ¡Salvar a un animal no cambiará el mundo, pero sí cambiará el mundo de ese animal! Gracias vecinos de C. Satélite. El Alto, mayo 8 del 2016.   

Es evidente que el cariño de la gente por este perro callejero, que tuvo una vida azarosa y una muerte trágica, era –y es– tan grande que no puede describirse con palabras, como tan grande es el rechazo a los actos criminales de algunos inadaptados sociales. 

Ahora bien, con más o menos reflexiones, lo único cierto es que este perrito tenía sentimientos más nobles que los de su asesino, quien, probablemente, antes de victimarlo, pensó para sus adentros: perro muerto, no ladra ni muerde, y luego actuó de manera despiadada, como cualquier forajido que tiene el corazón duro como una piedra.

 

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