INCENDIO
FORESTAL
El llano en llamas ya no es el título
de un libro de cuentos de Juan Rulfo, sino una realidad ardiente y espantosa en
el oriente boliviano, donde la quema de llanos, bosques, montañas y pastizales,
provocada por las depredadoras manos del hombre, hacen estragos en la flora y
fauna, como si un monstruo invisible soplara olas de fuego por aquí y por allí,
devorando todo lo que encuentra a su paso.
Es
un verdadero infierno y solo un torrencial aguacero puede salvarnos. Llueve fuego de los árboles, dicen los
bomberos voluntarios, mientras las aves, los animales silvestres y los insectos
perecen calcinados, como si no tuvieran derecho a la existencia en un
territorio donde son pocos los beneficiados con estos ecocidios y muchos los
perjudicados.
Se nos quemaban los pulmones
de la patria,
clama la multitud. La verde vegetación se troca en cenizas y la biodiversidad
sucumbe a merced del fuego. Nuestra obligación es sofocar los incendios, sea
como sea, por el bien de los habitantes del presente y el futuro.
Aunque
las mascarillas con filtro y los barbijos sirven de muy poca cosa, las mujeres
y los hombres, en medio de la humareda que no deja ver el panorama a cinco
metros más allá de los ojos, se enfrentan a las llamas con lo que tenían a
mano.
Ellos
están empapados en sudor, respiran humo, tienen los ojos colorados, la garganta
reseca, el pelo chamuscado, el rostro jaspeado de cenizas y las manos con
llagas abiertas por las chispas de fuego que, por las noches, parecen
luciérnagas escapándose del infierno, un infierno que requiere ser anegado por
ingentes cantidades de agua lanzadas por tierra y por aire.
Las
autoridades no hacen nada –o más bien, hacen poco–, mientras las leyes incendiarias, promulgadas en la
gestión del gobierno de Evo Morales, no son abrogadas por quienes desconocen el
dicho popular: No juegues con fuego, que
puedes quemarte. Sin embargo, los activistas, animalistas y ambientalistas,
a grito pelado y el puño en alto, ganan las calles, con pancartas y banderolas,
exigiendo a las instancias pertinentes asumir cartas en el asunto, sancionar a
los culpables con penas máximas y abolir las leyes que conceden más derechos a
los chaqueadores que a la Pachamama.
Días después, semanas después, meses después, gracias al heroísmo de los bomberos forestales, los comunarios y los jóvenes voluntarios, enfrentados al mar de fuego como buzos destinados a salvar la flora y la fauna, se sigue luchando para evitar que los pulmones de la madre tierra quedaran irremediablemente reducidos a carbón.
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