sábado, 21 de septiembre de 2024


INCENDIO FORESTAL

El llano en llamas ya no es el título de un libro de cuentos de Juan Rulfo, sino una realidad ardiente y espantosa en el oriente boliviano, donde la quema de llanos, bosques, montañas y pastizales, provocada por las depredadoras manos del hombre, hacen estragos en la flora y fauna, como si un monstruo invisible soplara olas de fuego por aquí y por allí, devorando todo lo que encuentra a su paso.  

Es un verdadero infierno y solo un torrencial aguacero puede salvarnos. Llueve fuego de los árboles, dicen los bomberos voluntarios, mientras las aves, los animales silvestres y los insectos perecen calcinados, como si no tuvieran derecho a la existencia en un territorio donde son pocos los beneficiados con estos ecocidios y muchos los perjudicados.

Se nos quemaban los pulmones de la patria, clama la multitud. La verde vegetación se troca en cenizas y la biodiversidad sucumbe a merced del fuego. Nuestra obligación es sofocar los incendios, sea como sea, por el bien de los habitantes del presente y el futuro.

Aunque las mascarillas con filtro y los barbijos sirven de muy poca cosa, las mujeres y los hombres, en medio de la humareda que no deja ver el panorama a cinco metros más allá de los ojos, se enfrentan a las llamas con lo que tenían a mano.

Ellos están empapados en sudor, respiran humo, tienen los ojos colorados, la garganta reseca, el pelo chamuscado, el rostro jaspeado de cenizas y las manos con llagas abiertas por las chispas de fuego que, por las noches, parecen luciérnagas escapándose del infierno, un infierno que requiere ser anegado por ingentes cantidades de agua lanzadas por tierra y por aire.

Las autoridades no hacen nada –o más bien, hacen poco–, mientras las leyes incendiarias, promulgadas en la gestión del gobierno de Evo Morales, no son abrogadas por quienes desconocen el dicho popular: No juegues con fuego, que puedes quemarte. Sin embargo, los activistas, animalistas y ambientalistas, a grito pelado y el puño en alto, ganan las calles, con pancartas y banderolas, exigiendo a las instancias pertinentes asumir cartas en el asunto, sancionar a los culpables con penas máximas y abolir las leyes que conceden más derechos a los chaqueadores que a la Pachamama.  

 Días después, semanas después, meses después, gracias al heroísmo de los bomberos forestales, los comunarios y los jóvenes voluntarios, enfrentados al mar de fuego como buzos destinados a salvar la flora y la fauna, se sigue luchando para evitar que los pulmones de la madre tierra quedaran irremediablemente reducidos a carbón. 

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