miércoles, 15 de mayo de 2024


LA HISTORIA DEL LIBRO DE HISTORIA

El libro de historia estaba llora que llora en el sótano de la casa, donde el dueño lo encerró, junto a otros libros, desde que lo compró a un módico precio, pero no para leerlo, sino para coleccionarlo entre los libros de interesantes temáticas y atractivas ediciones.

El libro no entendía por qué estaba depositado allí, si su destino era otro, como el de cualquier transmisor de la historia, que necesitaba estar entre la gente, pasando de mano en mano y de lector en lector, enseñando el pasado y el presente de un país rico en acontecimientos épicos, sabiduría popular y tradiciones culturales.

Qué triste la vida de un libro que, siendo una cajita de sabias resonancias, fue puesto en un viejo estante después de ser comprado en una librería de antigüedades, donde el librero le puso un precio y lo ofreció al mejor postor que, a su vez, lo metió en una bolsa de plástico y se lo llevó a casa.

Desde luego que esta historia es apenas un detalle, lo peor es que el comprador, que no era un auténtico lector, sino un coleccionista de libros con valor agregado, no abrió sus tapas ni hojeó sus páginas, antes de bajarlo al sótano y abandonarlo como a cualquier objeto sin alma ni cerebro.   

El libro de historia no entendía cómo podía estar encerrado en un frío y oscuro sótano, como si fuese un prisionero condenado a perecer y desaparecer bajo los polvos del olvido. ¿Acaso la historia de un pueblo no vale nada, cuando todos sabemos que un pueblo sin historia está condenado al olvido? La pregunta es para todos quienes dicen leer libros de historia.

No importa cuál sea la respuesta, lo único que importa es que la historia de este libro, así como se las cuento, era una suerte de tragedia sin justificación ni perdón. Y, a pesar de todo y al cabo de un tiempo, el libro dejó de llorar y llorar, porque tuvo la suerte de caer en manos de un verdadero lector, el hijo del coleccionista, quien no solo le sacó del frío y oscuro sótano, sino que también le entregó su cariño, mientras lo leía de “pe a pa”, con la misma pasión con que se leen los libros que, más que libros, son amigos y compañeros de vida, en las buenas y en las malas.

El libro de historia estaba agradecido al buen lector que lo rescató del sótano y lo sacó a la luz del día, para el gozo de los lectores que lo estaban esperando como cuando se espera a un maestro, quien enseña todo sin pedir nada a cambio, sin más esperanza que cumplir la función para la que fue escrito por su autor, cuyo espíritu e intelecto se ven reflejados en las páginas del libro, un bello objeto que no tiene por qué estar encerrado en un frío y oscuro sótano ni tiene por qué llorar su desgracia por la desatinada decisión de un desamorado coleccionista de libros de historia.

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