El
EMISARIO SECRETO DE LOS PATRIOTAS PERUANOS
En
uno de los principales pasajes del casco viejo de Lima, transitado por turistas
nacionales y extranjeros, se encuentra la estatua erigida en homenaje a José
Silverio Olaya Balandra, héroe nacional peruano y segundo vástago de una
humilde familia de 12 hijos.
Este
pescador de raza indígena, nacido en Villa San Pedro de Chorrillos, fue el
emisario secreto al servicio de los patriotas en su lucha contra los realistas
que servían a la Corona Española, en
la segunda década del siglo XIX.
Cuentan
que José Olaya era un excelente nadador y que en una pequeña balsa, en la que
transportaba los mensajes escritos para los patriotas, cubría la ruta entre
Chorrillos y la isla de San Lorenzo, y desde allí, pasando por el Callao, hasta
el puerto de Lima, como si llevara pescados para su venta en la ciudad y no la
correspondencia oculta que ponía en peligro su vida.
No
obstante, a pesar de los riesgos y burlando la vigilancia de los realistas, José
Olaya hizo este recorrido muchas veces, hasta que el ejército enemigo empezó a
sospechar que alguien estaba filtrando información y, con el propósito de
capturar al emisario secreto, decidieron redoblar la vigilancia en los puertos.
Sus
biógrafos aseveran que El 27 de junio de 1823, cuando llevaba, entre otros
recados, una carta de José Antonio de Sucre para el patriota limeño Narciso de
Colina, José Olaya fue emboscado por un piquete de soldados realistas, quienes
lo detuvieron con los mensajes entre manos y lo llevaron al Palacio del Virrey,
ante la presencia del brigadier español José Ramón Rodil. Éste intentó que
delatara a los patriotas comprometidos con las misivas, ofreciéndole a cambio
premios y altas sumas de dinero, pero José Olaya no delató a los patriotas
implicados en la correspondencia y, con una serenidad absoluta en su espíritu,
permaneció callado como una tumba.
Sus
verdugos, al constatar que se mantenía impávido y la boca cerrada, decidieron
someterlo a vejámenes y torturas. Se dice que sufrió doscientos palazos, que le
arrancaron las uñas y lo colgaron de los pulgares. Solo entonces, motivado por
el ímpetu de su conciencia patriótica, abrió la boca para pronunciar su célebre
frase: Si mil vidas tuviera gustoso las perdería,
antes de traicionar a mi patria y revelar a los patriotas.
Al
cabo del suplicio, fue sentenciado a pena de muerte por fusilamiento bajo el
cargo de traición. A las once de la mañana del 29 de junio de 1823, fue llevado
a un pasaje aledaño a la Plaza Mayor de Lima, llamado entonces Callejón de los
Petateros, y que ahora lleva su nombre: Pasaje
Olaya.
Su
cadáver fue arrastrado a la Plaza de Armas y allí decapitado por el verdugo.
Permaneció toda la tarde en exhibición pública, hasta que, bajo los mantos de
la noche, unos pescadores chorrillanos lo pusieron en una carreta y se lo
llevaron para sepultarlo en su tierra natal, con la escarapela bicolor prendida
todavía en su pecho.
En
la actualidad, el pasaje histórico, ubicado entre el jirón de la Unión y el jirón
Carabaya,
lleva su nombre y luce altivo su monumento destinado a honrar al héroe,
declarado mártir en la lucha por la independencia peruana.
La obra artística, realizada en piedra y bronce por el escultor trujillano Sergio Álvarez Peláez, representa al personaje con el torso desnudo, los músculos fornidos de nadador y una gorra blanca, portando en una mano la red de pescador y en la otra una carta destinada a los patriotas en rebelión.
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