jueves, 12 de diciembre de 2024

El EMISARIO SECRETO DE LOS PATRIOTAS PERUANOS

En uno de los principales pasajes del casco viejo de Lima, transitado por turistas nacionales y extranjeros, se encuentra la estatua erigida en homenaje a José Silverio Olaya Balandra, héroe nacional peruano y segundo vástago de una humilde familia de 12 hijos.

Este pescador de raza indígena, nacido en Villa San Pedro de Chorrillos, fue el emisario secreto al servicio de los patriotas en su lucha contra los realistas que servían a la Corona Española, en la segunda década del siglo XIX.

Cuentan que José Olaya era un excelente nadador y que en una pequeña balsa, en la que transportaba los mensajes escritos para los patriotas, cubría la ruta entre Chorrillos y la isla de San Lorenzo, y desde allí, pasando por el Callao, hasta el puerto de Lima, como si llevara pescados para su venta en la ciudad y no la correspondencia oculta que ponía en peligro su vida.

No obstante, a pesar de los riesgos y burlando la vigilancia de los realistas, José Olaya hizo este recorrido muchas veces, hasta que el ejército enemigo empezó a sospechar que alguien estaba filtrando información y, con el propósito de capturar al emisario secreto, decidieron redoblar la vigilancia en los puertos.

Sus biógrafos aseveran que El 27 de junio de 1823, cuando llevaba, entre otros recados, una carta de José Antonio de Sucre para el patriota limeño Narciso de Colina, José Olaya fue emboscado por un piquete de soldados realistas, quienes lo detuvieron con los mensajes entre manos y lo llevaron al Palacio del Virrey, ante la presencia del brigadier español José Ramón Rodil. Éste intentó que delatara a los patriotas comprometidos con las misivas, ofreciéndole a cambio premios y altas sumas de dinero, pero José Olaya no delató a los patriotas implicados en la correspondencia y, con una serenidad absoluta en su espíritu, permaneció callado como una tumba.

Sus verdugos, al constatar que se mantenía impávido y la boca cerrada, decidieron someterlo a vejámenes y torturas. Se dice que sufrió doscientos palazos, que le arrancaron las uñas y lo colgaron de los pulgares. Solo entonces, motivado por el ímpetu de su conciencia patriótica, abrió la boca para pronunciar su célebre frase: Si mil vidas tuviera gustoso las perdería, antes de traicionar a mi patria y revelar a los patriotas.

Al cabo del suplicio, fue sentenciado a pena de muerte por fusilamiento bajo el cargo de traición. A las once de la mañana del 29 de junio de 1823, fue llevado a un pasaje aledaño a la Plaza Mayor de Lima, llamado entonces Callejón de los Petateros, y que ahora lleva su nombre: Pasaje Olaya.

Su cadáver fue arrastrado a la Plaza de Armas y allí decapitado por el verdugo. Permaneció toda la tarde en exhibición pública, hasta que, bajo los mantos de la noche, unos pescadores chorrillanos lo pusieron en una carreta y se lo llevaron para sepultarlo en su tierra natal, con la escarapela bicolor prendida todavía en su pecho.

En la actualidad, el pasaje histórico, ubicado entre el jirón de la Unión y el jirón Carabaya, lleva su nombre y luce altivo su monumento destinado a honrar al héroe, declarado mártir en la lucha por la independencia peruana.

La obra artística, realizada en piedra y bronce por el escultor trujillano Sergio Álvarez Peláez, representa al personaje con el torso desnudo, los músculos fornidos de nadador y una gorra blanca, portando en una mano la red de pescador y en la otra una carta destinada a los patriotas en rebelión.

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