sábado, 4 de julio de 2020


A CUATRO DÉCADAS DEL ASESINATO Y DESAPARICIÓN
DE MARCELO QUIROGA SANTA CRUZ

Este 17 de julio se cumplen 40 años del asesinato y desaparición del connotado intelectual y líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz (Cochabamba, 1931 –  La Paz, 1980). Hijo de una familia vinculada a la oligarquía boliviana. Su padre, José Antonio Quiroga, que fue diputado por el Partido Republicano Genuino y ministro del gobierno de Daniel Salamanca en 1934, abandonó la política decepcionado por la caída del presidente, aunque en el fondo no escondía su simpatía por la candidatura de Hertzong y Urriolagoita, que era la mejor apuesta de la rosca minero-feudal.

En 1943, su familia se instaló en la ciudad de La Paz, al asumir su padre la gerencia general de la empresa Patiño Mines & Enterprises Consolidated, Inc., donde se lo conocía como el Monje Negro del patiñismo. Probablemente, en esa misma época, Marcelo conoció al pintor cataveño Enrique Arnal, quien fue su amigo de la infancia. Los padres de ambos trabajaban en la empresa de uno de los Barones del Estaño, cuyas oficinas principales se encontraban en la población de Catavi, al norte del departamento de Potosí. Más tarde, cuando Marcelo y Enrique eran jóvenes, decidieron zarpar en un barco rumbo al viejo continente, con el propósito de instalarse en París. Se cuenta que durante el viaje, el joven intelectual sufrió un ataque de apendicitis y tuvo que ser operado en el navío. A pocos meses de haber permanecido en la Ciudad Luz, y tras algunas dificultades propias de los inmigrantes, retornó a Bolivia en 1959, año en que se publicó su conocida novela Los deshabitados, que en 1962 ganó el premio William Faulkner a la mejor novela hispanoamericana escrita desde la Segunda Guerra Mundial, con un discurso narrativo sin acción alguna, sin descripciones de ambientes ni paisajes, pero con una profunda descripción de sus personajes, con una temática introspectiva sobre el destino y los conflictos existenciales del hombre. Su segunda novela, Otra vez marzo, inconclusa, apareció de manera póstuma en 1990.


Su entrega política iba a la par con la pasión por la literatura y el arte. Fundó y dirigió el semanario Pro Arte (1952), la revista Guión (1959) y el periódico El Sol (1964), cuya línea central tendía a cuestionar las medidas antipopulares del régimen dictatorial del general René Barrientos Ortuño. Se dedicó a la crítica cinematográfica y teatral, fue delegado boliviano en el Congreso Continental de Cultura (1953) y en el Intercontinental de Escritores (1969).

En 1960 publicó en El Diario una serie de artículos sobre la situación boliviana bajo el título común de La victoria de abril sobre la nación, que fue también editado en formato de libro. Sus primeros textos literarios datan de su época de estudiante. Su primera obra fue el poemario Un arlequín está muriendo, escrita en 1952, poco antes de salir exiliado a Chile, y que aún permanece inédito. Sin embargo, continuó escribiendo versos a lo largo de su vida, algunos de los cuales se publicaron en periódicos y revistas, con el seudónimo de Pablo Zarzal, como cuando escribió el poema No es en vano, tras el golpe militar de Alberto Natusch Busch y la masacre de Todo Santos, que arrojó centenares de muertos y heridos en la zona central de la ciudad de La Paz, entre el Palacio Quemado y la Plaza de San Francisco, en noviembre de 1979.

En el poema No es en vano, arrancado desde el fondo de su alma, el poeta se muestra de cuerpo entero, retratándose en el texto y el contexto de sus versos, donde se despliega un humanismo auténtico, una literatura social y revolucionaria por excelencia. La tragedia humana tocó tanto la sensibilidad más profunda del poeta, quien denunció la violencia castrense en versos hilvanados con dolorosas palabras que, a ratos, se rompen en gritos de protesta y sollozos de hondo pesar. No en vano en el citado poema, que publicó con el seudónimo de Pedro Zarzal en Presencia Literaria, el 2 de diciembre del mismo año en que se produjo la masacre, nos dice: Dos/ fueron dos/ las semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de miedo./ Cuatro/ fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de nombre./ Diez/ fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/ y cinco ávidos de fuego./ Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad lengua de veneno/ mitad colmillo de acero./ Quinientos/ fueron quinientos/ caídos en el sendero/ unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos./ Millones/ fueron millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/ opuestos a la levita/ las balas y al cancerbero./ Millones/ serán millones los hombres/ que un día/ serán uno solo y nuevo.


Marcelo Quiroga San Cruz, amén de su magnífica calidad como poeta, fue sobre todo un autor prolífico de ensayos y artículos sociopolíticos en los cuales abordó una infinidad de temas de interés general, como lo atestiguan todas sus obras, desde La victoria de abril sobre la nación (1960), hasta Hablemos de los que mueren (1982).

Como todo hombre apasionado por el arte dramático, cuyo formato maneja técnicas propias del género, incursionó en el ámbito cinematográfico, con los cortometrajes La bella y la bestia y Combate, ambos de 1959. No era casual su afición por las escenas y los tablados, ya que Marcelo, raíz de la revolución nacionalista de 1952, se instaló con su familia en Chile, donde cursó estudios de dirección teatral; una experiencia que le permitió dominar la actuación escénica que, en su vida pública como político y escritor, le sirvió para hablar con gran soltura, hasta con elegancia, y tener control ante las cámaras de la prensa; una actitud que lo reveló como a un orador nato y un intelectual de muchos quilates.

En 1966 fue elegido diputado por Cochabamba, como invitado independiente de la Comunidad Demócrata Cristiana, conformada por el Partido Demócrata Cristiano y la Falange Socialista Boliviana. Desde el parlamento continuó sus críticas al régimen de Barrientos; una posición radical que tuvo graves consecuencias para su vida personal, como el desafuero parlamentario, el secuestro, atentado con explosivos contra su domicilio, y, consiguientemente, la cárcel y el confinamiento en Alto Madidi, donde conoció a René Zavaleta Mercado y entró en contacto con el Control Obrero de Catavi, Sinforoso Cabrera, quien le informó sobre los objetivos políticos centrales de los mineros, cuyos principios ideológicos estaban planteados en la Tesis de Pulacayo; un programa revolucionario que fue aprobado en un congreso minero de 1946.   

Bajo el gobierno del general Alfredo Ovando Candía, fue ministro de Minas y Petróleo y, posteriormente, de Energía e Hidrocarburos; un cargo que él supo aprovechar para hacer posible la nacionalización de la Bolivian Gulf Oil Company y escribir, con conocimiento de causa, los libros Acta de transacción con la Gulf - Análisis del decreto de indemnización a Gulf (1970) y Oleocracia o patria (1976), aunque ya antes de que fuera ministro, escribió dos valiosos ensayos sobre el mismo tema: Desarrollo con soberanía, desnacionalización del petróleo (1967) y El gas que ya no tenemos (1968). Poco tiempo después de que Marcelo Quiroga revirtiera los recursos petrolíferos a los bolivianos y pusiera en aprietos a los consorcios transnacionales, renunció a su cargo de ministro, al constatar que el general Ovando dio un brusco viraje hacia la derecha y ordenó la masacre de los guerrilleros en Teoponte.


El 1 de mayo de 1971, durante el gobierno del general Juan José Torres y mientras estaba vigente la Asamblea Popular, fundó el Partido Socialista de Bolivia, junto a obreros, campesinos e intelectuales; pero, como ya se sabe, su proyecto político quedó trunco en agosto del mismo año, cuando el coronel Hugo Banzer Suárez protagonizó el golpe de Estado contra el gobierno progresista de Torres. En esas jornadas de agosto, Marcelo, con el fusil en la mano, peleó junto a las fuerzas populares que resistieron el golpe de Estado. No obstante, una vez derrotada la resistencia e instaurada la dictadura militar, se vio forzado a salir al exilio, primero a Chile, después a Argentina y, finalmente, a México, donde ejerció la docencia en la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En 1977 retornó clandestinamente a Bolivia, reasumió la conducción del Partido Socialista y adoptó la sigla PS-1 (Partido Socialista Uno), con el propósito de reafirmar la ideología socialista en el país, apoyado por varios sectores que ya lo consideraban un líder indiscutible en el campo de la izquierda nacional. Fue tres veces candidato a la presidencia y su perfil político creció como la espuma y, si no caía asesinado, se hubiese constituido en el primer presidente socialista de la república de Bolivia, porque estaba convencido de que, a pesar de su origen de clase, era un socialista por convicción. De ahí que en una entrevista que le hicieron en el programa El Informal de radio Nueva América, poco antes de las elecciones de 1978, ante la crítica de sus contrincantes políticos, quienes lo acusaban de ser un burgués que juega al socialista, Marcelo Quiroga, con la inteligencia natural que lo caracterizaba, contestó seguro de sí mismo: Creo que no es reprochable que alguien que hubiese nacido en un estrato social que no es el proletariado, que no es la clase obrera, se hubiese entregado a su servicio. Y, refiriéndose a sus críticos, prosiguió: A ellos debería recordarles que un socialista no lo es, precisamente y con carácter excluyente, por su origen de clase. No todo obrero por el hecho de ser obrero es un revolucionario (…) Lo que me parece reprochable, y de éstos tenemos muchos ejemplos en nuestra clase política, es que aquellos que nacen en el seno de la clase trabajadora, o en sectores populares, o sectores de la clase media de pequeños ingresos, consagren su vida a ascender socialmente, a acumular fortuna, a traicionar los intereses de la clase (de la) que son originarios.

Su labor política fue frenética y participó en varios eventos que se realizaron en contra de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Incluso participó en las huelgas y los mítines gestados por los movimientos más radicales de la izquierda tradicional, consciente de que había que eliminar el abuso de poder, la violencia, crueldad y la persecución del adversario político; más todavía, actuó desde el mismo seno de los movimientos populares, porque jamás perdió las esperanzas de unificar a toda la izquierda en torno a un programa antiimperialista, que incluyera las aspiraciones de las mayorías nacionales.


Filemón Escobar, en su libro Semblanzas (2014), relata que Marcelo era un ser muy fino, no podía estar sin la ducha de cada día. Sufría más por la falta de ducha que de la comida o del agua. Esto lo advirtió cuando ambos se sumaron a la huelga de hambre, iniciada por cuatro mujeres mineras a fines diciembre de 1977.  Filippo cuenta: Me dijo, mi cuerpo me escuece, ráscame la espalda, que ‘mierda que no haya ducha en este lugar’. Lo que Filippo no contó en sus Semblanzas es lo que me refirió en cierta ocasión, cuando le pregunté por qué tenía el saco tan pequeño en una de las fotografías que incluyó en su libro De la revolución al Pachakuti (2008). Me contestó que ese saco café a cuadros se lo prestó Marcelo cuando iban a entrevistarse con el presidente Alfredo Ovando Candia. Marcelo le dijo a Filippo, que por entonces se encontraba refugiado y protegido por los dirigentes de la FUL en el último piso de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, que no podía ir vestido como un playboy minero, con un sacón de cuero y pantalones jeans. Fue entonces que Marcelo le prestó su saco, cuyas mangas le quedaban cortas a Filippo.

En 1979, estando como diputado en el congreso nacional boliviano, emplazó a juicio de responsabilidades al exdictador Banzer Suárez y sus colaboradores, por los delitos cometidos en siete años en los que se vulneraron los Derechos Humanos y se violaron los principios elementales de la Constitución Políticas del Estado. Planteó el juicio de manera brillante, con un lenguaje propio de los eximios oradores y con una documentación convincente entre las manos. Esta su actuación valiente y decidida, entre agosto y septiembre, fue, sin lugar a dudas, uno de sus aportes más significativos a la conciencia democrática de la nación boliviana.

El juicio de responsabilidades a Banzer, como era de suponer, lo convirtió en un enemigo declarado no sólo del exdictador, sino también de la fracción derechista más recalcitrante del Ejército. De modo que el 17 de julio de 1980, al producirse el sangriento golpe de Estado contra el Gobierno de Lidia Gueiler Tejada, el líder socialista, Marcelo Quiroga Santa Cruz, que se encontraba en la reunión de emergencia del Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), en la sede de la Central Obrera Boliviana (COB), junto a otros dirigentes políticos y sindicales, fue herido con una ráfaga disparada a quemarropa, presumiblemente,  por el suboficial Froilán Molina Bustamante, El Killer, quien se escabulló entre las fuerzas paramilitares al servicio de los golpistas Luis García Meza y Luis Arce Gómez.


Durante el asalto armado, que acabó con varias vidas, se supo que Marcelo Quiroga fue trasladado al Estado Mayor del Ejército, donde fue bestialmente torturado hasta la muerte y luego desaparecido. No se sabe hasta la fecha dónde fueron enterrados sus restos, aunque algunos testimonios, tanto de civiles como de militares, señalaron que el malogrado cadáver del líder socialista estaba enterrado en Santa Cruz, en la hacienda del expresidente Hugo Bánzer Suárez, un dictador sanguinario que se salvó de la justicia, a diferencia de sus sucesores, Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes fueron sentenciados, por sus vínculos con el narcotráfico y sus crímenes de lesa humanidad, a 30 años de prisión sin derecho a indulto.

Cuando leí el libro Con el testamento bajo el brazo (2018), que escribió el bogado e historiador Tomás Molina Céspedes, con las entrevistas que le hizo a Luis Arce Gómez en la cárcel de máxima seguridad de Conchocoro, me enteré que el exministro de García Meza quería revelar el lugar donde estaba enterrado el cadáver de Marcelo a cambio de su libertad. Como es natural, sus confesiones me dieron mucho coraje, no sólo por su conducta soberbia y de cara dura, propia de un militar de mentalidad nazista, sino porque yo estaba seguro que él mismo no sabía, con absoluta certeza, dónde estaban enterrados los restos de Marcelo Quiroga, aparte de lo que ya sabíamos todos, que uno de los autores intelectuales de su asesinato fue el dictador Hugo Banzer Suárez, el enemigo principal del hombre que quiso hacerle pagar por sus delitos con todo el peso de la ley.

El pueblo boliviano, a cuarenta años del asesinato y desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, una de las mentes más lúcidas que destelló con luz propia en la constelación política y cultural, sigue clamando por que algún día se sepa con certeza quién fue el asesino que disparó la ráfaga contra su humanidad y dónde escondieron exactamente su cadáver, a pesar de que todos sabemos que Marcelo no está muerto, sino que permanece vivito en la memoria de quienes compartíamos sus luchas, sus creaciones literarias y sus ideales de libertad y justicia.

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