jueves, 17 de octubre de 2024

VÍCTOR MONTOYA EN LA I FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO, 

ARTE Y CULTURA DE ORURO 2024

El escritor Víctor Montoya participará como invitado en la I Feria Internacional del Libro, Arte y Cultura de Oruro 2024, donde dictará una conferencia en torno a La Narrativa Minera en Boliviana. El evento está organizado por la Gerencia del Campo Ferial 3 de Julio FNI-UTO. En el lanzamiento público de esta importante actividad cultural estuvieron presentes las autoridades Departamentales, Municipales y de la Universidad Técnica de Oruro, junto a los representantes de Educación y Cultura. La Feria se realizará del 24 al 27 de octubre en el Campo Ferial 3 de Julio, con el encomiable propósito de fortalecer el hábito de lectura entre los habitantes de la población orureña y, asimismo, con el objetivo de contribuir a la difusión de la producción intelectual de los escritores de los más diversos géneros literarios.

Apuntes sobre el autor

Víctor Montoya (La Paz, 1958). Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivó desde su infancia en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua, al norte de Potosí, donde compartió la lucha de los trabajadores mineros. Durante la dictadura militar de los años ´70, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en la prisión escribió su libro de testimonio Huelga y represión. Fue exiliado a Suecia en 1977. Es autor de más de una veintena de obras entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz en Estocolmo. Es miembro del PEN-Club Internacional, la Sociedad de Escritores Suecos y la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías nacionales e internacionales. Está considerado como uno de los principales impulsores de la moderna literatura boliviana. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.

lunes, 7 de octubre de 2024

PRESENTACIÓN DEL LIBRO GUILLERMO LORA, 

EL ÚLTIMO BOLCHEVIQUE, VOL. 2

En la ciudad de El Alto, como era de esperarse, se presentará el libro  Guillermo Lora, el último bolchevique, Vol. 2, del periodista Ricardo Zelaya Medina. El evento se realizará el martes 8 de octubre, a Hrs. 18:30, en el Centro ALBOR Arte y Cultura (zona Villa Tejada Rectangular, Av. Cívica N° 517, frente a la iglesia Virgen del Rosario). Los auspiciadores, junto al autor del libro, dieron a conocer que el escritor Víctor Montoya será el único comentarista de la obra.

Guillermo Lora (Uncía, 1922 – La Paz, 2009). Militante y dirigente del Partido Obrero Revolucionario (POR) –fundado por José Aguirre Gainsborg en1935– desde principios de la década de 1940 hasta su muerte  Fue uno de los intelectuales e ideólogos que más aportó en Bolivia, con obras que son de indiscutible valor socio-político e histórico, y verdaderas contribuciones en el ámbito del sindicalismo nacional y la organización trotskista, que tanta influencia tuvo en la formación de la conciencia de clase del proletariado y la formulación del programa revolucionario de los obreros, campesinos y clases medias empobrecidas.

El libro, con veinte nuevas entrevistas, elaborado con verdadera pasión y paciencia por el comunicar y activista cultural Ricardo Zelaya Medina, es una obra que no deja indiferente a nadie, sean estos militantes o simpatizantes del POR o contrincantes políticos del líder trotskista, quien jamás traicionó sus principios ideológicos ni retrocedió un solo milímetro ante las amenazas e insinuaciones de la burguesía nacional y el imperialismo.

La obra de Ricardo Zelaya Medina es una buena base y el principal referente para quien se anime a escribir la biografía completa de Guillermo Lora, revolucionario profesional y figura descollante en el escenario político de la izquierda boliviana, no solo porque redactó la famosa Tesis de Pulacayo –documento aprobado en el Congreso Extraordinario de la Federación

Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en 1946, como el principal programa sindical de lucha contra los regímenes de la rosca minero-feudal, que plantea la necesidad de forjar la revolución y dictadura proletarias–, sino también porque es el autor de la monumental Historia del movimiento obrero boliviano, cuyos tomos son de lecturas obligaría para quienes se interesan en conocer las épicas historias de los irreconciliables enemigos del sistema capitalista.  

Este ideólogo del trotskismo nacional e internacional, además de habernos dejado un regio legado de su genialidad en 70 tomos, la obra bibliográfica más extensa publicada por un intelectual boliviano, era un magnífico agitador y panfletista. Publicó semanalmente, y por más de medio siglo, el periódico orientador y organizador Masas, un panfleto partidista que tenía –y sigue teniendo– una considerable difusión en las minas, el campo y las ciudades.

Las opiniones vertidas por los veinte entrevistados, que forman parte de la obra Guillermo Lora, el último bolchevique, Vol. 2, de Ricardo Zelaya Medina, echan más luces sobre la personalidad y compromiso revolucionario del histórico dirigente del Partido Obrero Revolucionario (POR). 

miércoles, 2 de octubre de 2024

EL CHOCO DE CIUDAD SATÉLITE

Cualquiera que cruce por la Plaza Bolivia, ubicada frente al Mercado Satélite de la ciudad de El Alto, verá en un predio cercado por barras metálicas, bajo la sombra de un árbol de tronco torcido, una plaqueta cuyo texto reza: Choquito, amigo fiel, te ganaste el cariño de todos los que te conocimos. Esta esquina fue tu morada y perdiste tu vida por defenderla. Nunca te olvidaremos. Siempre estarás en nuestros corazones. Eres el ángel de los perros abandonados. 22 de octubre 2024.

El perrito se llamaba Choco –pero le decían Choquito, en diminutivo y con cariño–, porque lucía castaño pelambre desde la cabeza hasta las patas; era de raza mestiza y de regular parada, de esos que son vivaces, armoniosos, valientes y desbordantes de vitalidad, Alcanzó su plenitud cuando aprendió a vivir en la calle, como basura de nadie. Creció desde cachorro en la plaza principal de Ciudad Satélite; tenía la mirada tierna y algo triste, el ladrido grave y potente, pero no mordía a nadie, respiraba cariño por todos los poros del hocico y batía el rabo al contacto de la primera caricia.

Choco era un animal juguetón desde siempre, adoraba a chicos y grandes, estaba siempre dispuesto a defenderlos de las acciones delictivas de los malhechores. Soportaba la diablura de los niños y las majaderías de los adultos; era tolerante con los bebedores consuetudinarios y huidizos con las personas acostumbradas a la práctica constante del maltrato animal.

Los vecinos de la zona lo querían, quizás, más que a sus propias mascotas. Confesaban que era un fiel amigo de quienes lo trataban con cariño y le daban de comer, incluso quitándose de la boca, lo mejor de lo mejor. Él no aceptaba huesos ni restos de comida, prefería las hamburguesas especiales y los pollos al espiedo. Más de un vecino, solo para mimarlo y mostrarle su afecto, accedía a sus gustitos y se rajaba algunos pesos.

Los y las comerciantes del Mercado Satélite cuentan que Choquito era cariñoso y manso con las personas que le dispensaban su cariño y era esquivo con las personas que lo maltrataban, como con aquellos que, a sus 13 años, lo hirieron a puntapiés y cuchilladas, intentando arrebatarle la vida; dramática situación a la que sobrevivió gracias al oportuno socorro de unos buenos vecinos y la oportuna intervención de un buen veterinario, quien logró rehabilitarlo y ponerlo otra vez con las patitas en la calle.

Si alguien quería adoptarlo, el perrito se hacia el esquivo. Si alguien se lo llevaba a casa, el perrito se daba modos de huir al primer descuido. Estaba acostumbrado a vivir en la calle como un vagabundo, más bien, como un vagamundo. Así vivió por muchos años, hasta que una de esas noches, en que todo transcurría de manera normal, un antisocial de instintos criminales, que desde hace tiempo lo tenía en la mira, lo abordó por atrás y le asestó, con ensañamiento y alevosía, un certero cuchillazo en el cuello. El perro lanzó un chillido de dolor y, de pronto, se tumbó contra el suelo. Ahí nomás se apagó su potente y sonora voz, como un eco que muere ahogado entre los borbotones de sangre que empapaban su apelmazada pelambre.

Al clarear el día, los peatones lo encontraron tirado en la plaza y nadie pudo hacer nada para devolverlo a la vida. La gente lamentó su muerte, las protestas no se dejaron esperar, los corazones se rompieron, de los ojos brotaron lágrimas de impotencia y de hondo pesar; peor aún cuando se supo que no se identificó al criminal, quien fugó de la justicia que podía haberle sancionado con privación de libertad de dos a cinco años y una multa de treinta a ciento ochenta días, siempre y cuando las autoridades hubiesen cumplido con lo establecido en la Ley contra los biocidas.

La muerte de Choquito causó un hondo pesar entre los vecinos de Ciudad  Satélite, donde su ausencia dejó un vacío irremplazable. No obstante, a modo de honrar su memoria,  los animalistas y vecinos se pusieron de acuerdo para levantar un monumento en bronce en honor al perrito que se hizo querer como si fuese un miembro más de la familia. Todos lo recordaban con mucha emoción y aseguraban que fue un gran ejemplo de valentía. Se decía que, en repetidas ocasiones, salvó a personas que estaban a punto de ser asaltadas por individuos de conducta delictiva. Para muchos era el perro guardián por excelencia de la Plaza Bolívar y el Mercado Satélite, no sólo porque cuidaba y defendía a las personas que sufrían el ataque de los violentos, sino también porque vigilaba los puestos de venta de las y los comerciantes.

La estatua de Choco, realizada por un escultor amante de los animales y enemigo de los biocidas, está emplazada en medio de la calle de doble vía, sobre un pedestal de aproximadamente un metro y ochenta centímetros de alto, con la pose de un héroe querido y admirado por los vecinos de uno de los barrios más conocidos de la ciudad de El Alto.

El escultor lo hizo con la pelambre ligeramente ondulada, las orejas plegadas, el hocico respingado, las extremidades posteriores flexionadas, la cabeza altiva, la frente plisada, los ojos melancólicos y la mirada tendida en el horizonte, como vigilando a los peatones y el tráfico vehicular de la Avenida Satélite

Al lado de la estatua hay floreros de cerámica, cuyas flores se cambian de cuando en cuando, y al pie del pedestal no faltan los ramilletes de otras flores dejadas por las personas que lo conocieron y gozaron de su presencia mientras estaba vivito y coleando.

 En la parte superior del blanquecino pedestal, cuyas partes laterales están estampadas con las huellas de unas patitas caninas, destaca una plaqueta donde se lee:

Organización de Voluntarios al Rescate de Animales. En memoria de nuestro amigo fiel Choquito y miles más que viven en las calles para que otro tenga la suerte de poder vivir y descubra el calor de una flia. ¡Salvar a un animal no cambiará el mundo, pero sí cambiará el mundo de ese animal! Gracias vecinos de C. Satélite. El Alto, mayo 8 del 2016.   

Es evidente que el cariño de la gente por este perro callejero, que tuvo una vida azarosa y una muerte trágica, era –y es– tan grande que no puede describirse con palabras, como tan grande es el rechazo a los actos criminales de algunos inadaptados sociales. 

Ahora bien, con más o menos reflexiones, lo único cierto es que este perrito tenía sentimientos más nobles que los de su asesino, quien, probablemente, antes de victimarlo, pensó para sus adentros: perro muerto, no ladra ni muerde, y luego actuó de manera despiadada, como cualquier forajido que tiene el corazón duro como una piedra.

 

sábado, 21 de septiembre de 2024


INCENDIO FORESTAL

El llano en llamas ya no es el título de un libro de cuentos de Juan Rulfo, sino una realidad ardiente y espantosa en el oriente boliviano, donde la quema de llanos, bosques, montañas y pastizales, provocada por las depredadoras manos del hombre, hacen estragos en la flora y fauna, como si un monstruo invisible soplara olas de fuego por aquí y por allí, devorando todo lo que encuentra a su paso.  

Es un verdadero infierno y solo un torrencial aguacero puede salvarnos. Llueve fuego de los árboles, dicen los bomberos voluntarios, mientras las aves, los animales silvestres y los insectos perecen calcinados, como si no tuvieran derecho a la existencia en un territorio donde son pocos los beneficiados con estos ecocidios y muchos los perjudicados.

Se nos quemaban los pulmones de la patria, clama la multitud. La verde vegetación se troca en cenizas y la biodiversidad sucumbe a merced del fuego. Nuestra obligación es sofocar los incendios, sea como sea, por el bien de los habitantes del presente y el futuro.

Aunque las mascarillas con filtro y los barbijos sirven de muy poca cosa, las mujeres y los hombres, en medio de la humareda que no deja ver el panorama a cinco metros más allá de los ojos, se enfrentan a las llamas con lo que tenían a mano.

Ellos están empapados en sudor, respiran humo, tienen los ojos colorados, la garganta reseca, el pelo chamuscado, el rostro jaspeado de cenizas y las manos con llagas abiertas por las chispas de fuego que, por las noches, parecen luciérnagas escapándose del infierno, un infierno que requiere ser anegado por ingentes cantidades de agua lanzadas por tierra y por aire.

Las autoridades no hacen nada –o más bien, hacen poco–, mientras las leyes incendiarias, promulgadas en la gestión del gobierno de Evo Morales, no son abrogadas por quienes desconocen el dicho popular: No juegues con fuego, que puedes quemarte. Sin embargo, los activistas, animalistas y ambientalistas, a grito pelado y el puño en alto, ganan las calles, con pancartas y banderolas, exigiendo a las instancias pertinentes asumir cartas en el asunto, sancionar a los culpables con penas máximas y abolir las leyes que conceden más derechos a los chaqueadores que a la Pachamama.  

 Días después, semanas después, meses después, gracias al heroísmo de los bomberos forestales, los comunarios y los jóvenes voluntarios, enfrentados al mar de fuego como buzos destinados a salvar la flora y la fauna, se sigue luchando para evitar que los pulmones de la madre tierra quedaran irremediablemente reducidos a carbón. 

martes, 17 de septiembre de 2024

 

CONVERSACIONES CON EL TÍO DE POTOSÍ

El protagonista principal de Conversaciones con el Tío de Potosí es un ser ambivalente entre lo sagrado y lo profano, entre lo celestial y lo infernal, que habita desde tiempos de la colonia en los tenebrosos socavones del Sumaj Orq’o. Es una de las deidades centrales de la cosmovisión andina y un personaje fantástico del mundo minero, donde los mitos y las leyendas se ensamblan de manera extraordinaria con las creencias y tradiciones de las culturas ancestrales.

Los relatos de este libro se fraguaron en una oscura habitación de la ciudad de El Alto, donde entablé amenas conversaciones con la estatuilla del Tío de Potosí, quien, en su condición de ser fabuloso, apareció en el ámbito minero tras el sensacional descubrimiento de los yacimientos de plata en las serranías del altiplano, donde miles de conquistadores se dieron cita con la intención de amasar fortunas. Desde entonces, el pueblo quechua de Kantumarca se convirtió en la Villa Imperial de Potosí y sus riquezas minerales en recursos que llenaron las arcas de la monarquía europea.

En el primer relato, titulado El Tío del Sumaj Orq´o, el autor presenta al personaje central de la obra. Acto seguido, ambos se encierran en un cuarto para intercambiar opiniones de carácter pagano, religioso y científico, como si de veras los diálogos estuviesen estructurados sobre la base de argumentos válidos tanto para los creyentes como para los agnósticos.

Conversaciones con el Tío de Potosí, cuyo personaje principal es el dios y el diablo de la mitología minera, es un volumen compuesto por más de una treintena de relatos en los que se abordan diversos temas inherentes a la condición humana y al sincretismo pagano-religioso vigente en la cultura boliviana. Las conversaciones no están exentas de polémicas discusiones y encendidas arengas, en las que se ventilan tratados filosóficos, la sabiduría popular, los postulados religiosos y, como es natural, una serie de críticas sociales que, con palabras y frases corrosivas, generan sátiras socioculturales del presente y el pasado.

No pocas veces, los diálogos entre el autor y el Tío, que empiezan como una amable conversación, terminan en acaloradas discusiones, que se intensifican con la connotación semántica de las palabras, pero también con los signos paralingüísticos y cinéticos, destacando la intensidad de la voz, los gestos, el estado de ánimo, el movimiento de las manos y la postura del cuerpo. Otras veces, el diálogo espontáneo, improvisado, libre y amistoso, deriva en una suerte de charla, donde los interlocutores desgranan sus ideas y argumentos sin importar las circunstancias, el tiempo ni las controversias en torno a un tema específico.

Desde luego que en Conversaciones con el Tío de Potosí, como en toda obra literaria, se procura recrear el habla de los personajes que forman parte de la narración como si se tratara de un diálogo real, reproduciendo palabras coloquiales, frases comunes, jergas, modismos y giros idiomáticos con la intención de agregarle un valor estético al discurso narrativo. A propósito del tema, es necesario mencionar que las voces provenientes del quechua, aymara y voces propias del lenguaje minero, se precisan en el glosario del libro, sobre todo, para los lectores no locales ni nacionales, que necesitan comprender las expresiones idiomáticas y giros lingüísticos que no están registrados en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. No obstante, para que las conversaciones fluyan de manera natural y sea de fácil comprensión, se ha evitado el excesivo uso de jergas que podían sonar demasiado artificiales y exageradas.

Como en repetidas ocasiones, fascinado por la mitología del Supay y las tradiciones mineras, volví a sumergirme en el contexto mágico del macizo andino, para acercar a los lectores hacia los misterios escondidos en las entrañas de la Pachamama, salvo que esta vez no con historias narradas en el género del cuento ni la novela, sino a través de relatos dialogados que le permitieron al Tío cobrar vida y expresarse con voz propia sobre un abanico de cuestiones que traslucen sus más genuinos pensamientos y sentimientos.

Debo confesarles que, a poco de retornar de Europa, visité una de las minas en el Cerro Rico, que en otrora manaba ingentes cantidades del preciado metal, para conocer el hábitat natural del protagonista de mi obra, consciente de que el Tío, aparte de reunir todos los atributos que requiere un personaje literario, representa el mestizaje cultural y el sincretismo religioso entre el monoteísmo católico y el politeísmo de las civilizaciones precolombinas.

En Conversaciones con el Tío de Potosí, lejos de reflejar la realidad agobiante de las minas y la tragedia de los mineros, propongo textos contextualizados en un territorio hecho de mitos, leyendas y supersticiones, como si desde un principio hubiese optado por tener una mirada sesgada de la realidad, para luego recrearla y reinventarla, con un desparpajo que pone a prueba la destreza del narrador y la inteligencia del lector.

Cabe anotar que en el libro, cuyas conversaciones son los principales pilares que sostienen la estructura básica de los relatos, se destila una irreverencia inusual y un fino sentido del humor, cargado de una fuerte dosis de transgresiones éticas y morales, sin que por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la imaginación y enardecidos por el alma de quien, sin más recursos que la honestidad y conocimiento de causa, intenta encandilar la mente incluso de los escépticos acostumbrados a cuestionar la cuasi verosimilitud de las obras construidas sobre los andamios de la realidad y la fantasía.

En Conversaciones con el Tío de Potosí, como en toda obra que nos acerca a los vericuetos de la condición humana, se plantean concepciones filosóficas de la vida cotidiana y se penetra en las manifestaciones subconscientes de los trabajadores del subsuelo, quienes, durante más de quinientos años de colonización, asimilaron las costumbres de los conquistadores ibéricos y conservaron las costumbres de las civilizaciones originarias. No en vano el Tío de la mina, que adquiere protagonismo a lo largo de la obra, se encuentra a medio camino entre la religión católica y las creencias paganas de las comunidades indígenas. Así como el catolicismo predica la doctrina de que el subsuelo está poblado de seres demoníacos, en las culturas originarias se admite también la existencia de seres subterráneos, pero no revestidos con los mismos atributos que los demonios descritos en las páginas bíblicas.

En este libro, como en otros de mi producción literaria, retomé la temática minera, procurando recrearla a partir de las aventuras y desventuras fantásticas de uno de los personajes más emblemáticos de la tradición popular boliviana: el Tío de la mina, celoso guardián de las riquezas minerales, que castiga sin contemplaciones, cuando no se ha cumplido con él. De ahí que los mineros, para no sufrir castigos, accidentes ni muertes, le rinden pleitesía y le conceden ofrendas al entrar y al salir de la mina. Mastican hojas de coca en su presencia y rocían aguardiente en su paraje, donde ellos mismos levantaron su estatuilla de greda y granito, sin ser alfareros ni escultores; más todavía, le concedieron propiedades y facultades que resultan del sincretismo entre las supersticiones de las culturas ancestrales y las creencias judeocristianas impuestas por los conquistadores.

El Tío tiene cuernos como los demonios, ojos redondos, colmillos afilados, orejas largas, pesuñas en manos y pies. Por lo general, está sentado en su trono y su cuerpo monstruoso exhibe uno de los atributos que mejor lo caracteriza: su miembro viril, extremadamente enorme, que en la visión de los mineros, además de ser un elemento de carácter erótico y culto fálico, tiene la función de fecundar a la Pachamama, la diosa andina de la tierra, y abrir los rajos con la misma fuerza con que el barreno de una perforadora penetra en las duras rocas de la montaña.

Conversaciones con el Tío de Potosí es un libro que ofrece conocimientos, entretenimiento y, lo más importante, un paseo literario por los laberintos de un personaje, mitad dios y mitad demonio, que puede moverse por doquier, con la misma maestría y sutileza de quien posee una personalidad omnipotente y poderes mágicos, capaces de envilecer a cualquiera que se deje conducir hacia el interior de la mina, hacia un tétrico submundo, donde los topos humanos explotan las rocas para hacerse de las riquezas minerales que le pertenecen a la Pachamama, al Tío y la Chinasupay, al menos, según las tradiciones de quienes están acostumbrados a rendirles culto a los elementos mágicos y míticos, reales y ficticios, vivos y muertos, de la cosmovisión andina.

En Conversaciones con el Tío de Potosí, este esperpéntico personaje, que habita en el mundo mágico y secreto de los mineros, aparece sentado frente a su interlocutor, dispuesto a deleitar con la versatilidad de su verbo. No deja de sorprender con su sabiduría en cada una de las conversaciones en las que fluyen las ideas y palabras con una enorme carga emocional. Es decir, la magia de la palabra permite que el Tío, a pesar de su aspecto demoniaco y sus poderes sobrenaturales, aparezca retratado desde una perspectiva humana, con sus luces y sus sombras, como si de veras fuera un interlocutor de carne y hueso, y no un personaje mitológico creado por la fuerza y el candor de la invención popular, deslumbrando con la magia de su verbo y sabiduría.

En las conversaciones que componen el libro, donde los diálogos están hilvanados con un lenguaje coloquial, cruzamientos narrativos, contrapunteos e intertextualidades, el lector podrá familiarizase también con las creencias y hábitos de los mineros, en los que destacan el carnaval pagano-religioso y la ch’alla, un ritual de ofrenda y agradecimiento a la Pachamama, la divinidad que entrega los frutos de su vientre a sus hijos terrenales, y al Tío de la mina, protector de las riquezas minerales y amo de los mineros, quienes, sentados alrededor de su trono, le rinden pleitesía ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente, a modo de congraciarse con él, a quien lo veneran tanto como al misericordioso Tata Q’aqcha.

Conversaciones con el Tío de Potosí, además de ser un volumen que enseña y entretiene, es un justo homenaje a la Villa Imperial y al Cerro Rico, donde todavía reina el Tío, haciendo gala de su milenaria existencia y su poder infinito, mientras el afamado cerro, en cuyas faldas se levantaron las primeras casas de la Villa Imperial de Potosí, hoy mira a sus habitantes con un gesto de tristeza y melancolía, como diciéndoles que todo lo que un día empieza siendo grande, otro día termina siendo pequeño, que la riqueza termina en la pobreza y que todo lo que tiene un comienzo está condenado a tener un final.

El Tío, sin lugar a dudas, es uno de los personajes más insólitos en las minas potosinas, donde encontré la veta más rica del imaginario popular, para luego explotarla y usarla como materia prima en la elaboración de mi obra literaria que, analizada desde cualquier punto de vista, no es otra cosa que el rescate de la memoria colectiva y la demostración de que sí existe un realismo fantástico en el ámbito minero, cuya exuberancia se experimenta a través de la simbiosis inherente entre los trabajadores del subsuelo y el protagonista de mi obra, que no solo es una de las deidades mitológicas más significativas de las culturas ancestrales, sino también el dios-diablo recluido en las dantescas galerías de la mina.

El Tío, a estas alturas de mi vida, se ha convertido en un personaje literario que, como reiteré en varias ocasiones, no me deja ya vivir en paz, ni de día ni de noche, exigiéndome que lo universalice, de una vez y para siempre, a través de mis relatos que revelan su potestad en el interior de la mina y su fuero interno hecho de asombro y maravilla. Por eso mismo, volví a retomarlo, con pelos y señales, en Conversaciones con el Tío de Potosí, que, a decir verdad, es una suerte de testimonio de las desgracias y los milagros que definen su existencia en el imaginario popular, donde la ficción y la realidad parecen las dos caras de una misma moneda.

Conversaciones con el Tío de Potosí, sin ser blasfema con las religiones oficiales, es un libro que aborda temáticas que cuestionan las verdades absolutas acuñadas por las Sagradas Escrituras, desde una perspectiva humanista y libre de prejuicios sociales, culturales, raciales y sexuales. Es, en resumidas cuentas, un libro que busca un asidero en la memoria de los lectores deseosos por compartir los diálogos que conforman las páginas de Conversaciones con el Tío de Potosí, cuya fuerza narrativa está sustentada por el estilo del autor y la lucidez verbal de uno de los principales protagonistas de la mitología minera.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

SEGUNDA EDICIÓN DE CUENTOS DEL MÁS ALLÁ

El Grupo Editorial Kipus acaba de lanzar la segunda edición de Cuentos del más allá, del escritor Víctor Montoya. La obra, cuya primera edición fue publicada el año 2016, tuvo una excelente acogida entre los lectores de la literatura de terror, debido a que los cuentos de espanto y aparecidos tienen la fuerza de tocar las fibras más sensibles de la condición humana.

La lectura de los Cuentos del más allá, además de generar miedo y suspenso en el lector, evoca a las viejas narraciones de la tradición oral, que surgieron en el seno de nuestras culturas desde tiempos inmemoriales.

Esta segunda edición, destinada a los jóvenes y adultos, es una nueva apuesta del Grupo Editorial Kipus en tiempos en que las nuevas tecnologías de información y comunicación han atrapado la atención de los lectores con libros digitales, que abundan en las redes de Internet, en desmedro de las publicaciones en soporte papel.

Los editores, con esta segunda edición de Cuentos del más allá, demuestran que todavía es posible motivar el hábito de la lectura con libros impresos de manera tradicional, ya que una cosa es leer un libro en la pantalla de la laptop y otra muy distinta la sensación y el placer de tener un libro físico entre las manos.

El escritor Víctor Montoya, que tiene varios libros publicados por la misma casa editorial, mostró su satisfacción por esta nueva entrega de su obra, donde la realidad y la ficción parecen el anverso y el reverso de una misma moneda, al menos si se considera que los cuentos recrean el imaginario popular desde una perspectiva literaria, pero conservando la esencia de las supersticiones de quienes creen en la existencia de seres sobrenaturales y en espíritus que, una vez llegados del más allá, deambulan en el reino de los vivos.

Los interesados en adquirir el libro, pueden llamar a los siguientes números de la Editorial Kipus: Telf.: 4731074 – Cel.: 79956722

jueves, 29 de agosto de 2024


MICROTEXTOS IV

Sapo y Bestia

Soy el sapo a la espera de un beso de la Bella. Si la Bella no me estampa un beso, seguiré siendo la Bestia con aspecto de sapo, un sapo que no deja de maldecir ni llorar su maldita suerte que, más que mala suerte, es el castigo de una bruja con poderes mágicos y su varita de diosa.

El alcohol

Desde que entró en contacto con el olor del alcohol, por medio del aliento de su abuelo, quien lo levantaba en sus brazos para besarle en la mejilla, tenía la vida marcada por ese sustituto del amor de sus padres, que lo abandonaron desde su más tierna infancia. Nunca tuvo un pezón en la boca, sino su dedo pulgar como único chupón.

Años después, apenas cruzó el umbral de la pubertad, él mismo se llevó el gollete de la botella a la boca y sorbió el embriagador elixir hasta ingresar en un mundo de alucinaciones, satisfacción y olvido.

Desde entonces, como el niño vuelve a la mamadera siempre que lo necesita, él volvía cada vez a la botella, un efectivo sustituto del amor de sus padres, quienes un día se marcharon para no volver más, como él nunca más se separaría del alcohol por el resto de sus días.

El zoólogo

Desde que tuvo uso de razón, quería ser el zoólogo de los zoólogos; cortejar como un pavo real, atrayendo a la pareja con su brillante plumaje; hacer el amor como un chimpancé, con todas las hembras de la manada, sin respetar las normas de la monogamia; tener hijos a montones como un conejo en cautiverio, pero sin dejar de soñar con una yegua de fabulosas ancas, capaz de enloquecer a cualquier mancho y girarse con el movimiento de ballena en la cama, hasta quedar con los ojos contra la pared y la cola expuesta ante la lujuriosa mirada del zoólogo.

El otro dinosaurio

Cuando despertó, el hombre ya estaba muerto.

El Hijo de Dios

Cuando María concibió al hijo de Dios, magdalena se preguntó:

–¿Dónde estaba José cuándo esto sucedió?

–En su carpintería –contestó Judas–. Haciendo Pinochos como yo.

Hijo del vecino

–¿Por qué mi hijo no se me parece en nada? –preguntó el hombre.

–Cómo se te va a parecer –contestó la mujer–, si su padre es el vecino.

Día del Mar

¡Un, dos, tres!…

Los niños marcan el paso y el desfile cívico, en homenaje al Día del Mar, se hace interminable.

¡Un, un, un, dos, tres!…

Los niños siguen marcando el paso y la voz de mando del profesor, agobiado bajo el calcinante sol de la mañana, pierde fuerzas y se oye cada vez más lejana que las olas del mar cautivo.

La Vieja

La Vieja –diablesa– es la querida del Tío de la mina. Es malvada y perversa. Celosa de las mujeres que entran en su reino y jueza implacable de los mineros que no cumplen con ella ni con el Tío. Es tan poderosa como la Pachamama y más temida que el soberano de las galerías.

El minero sabe que la Vieja es rencorosa y vengativa si no se le guarda respeto ni veneración. Pero cuando ella se encapricha y se pone dura como la roca, el minero puede perder la paciencia y maldecir:

–¡Vieja, gran puta! ¡Te taladro y taladro, pero tú no te no te abres ni me muestras tu veta llena de riquezas minerales!

El minero puede putear y putear, pero ella se hace el del otro viernes, hasta que él, la coca amargada en la boca y al borde de un ataque de nervios, se atreve a insultarla con palabras soeces. Entonces ella reacciona y castiga con lo que mejor sabe hacer: un derrumbe en la galería, una explosión de dinamitas o una caída en un “buzón” del que nadie sale con vida.

La Vieja, que representa el otro lado de la vida y la destrucción de la felicidad humana, es más malvada que el Tío, menos benevolente que la Pachamama, y no perdona el desprecios ni los insultos de grueso calibre; por cuanto no vale la pena que el minero la maldiga, porque la maldición, tarde o temprano, se vuelver hacía él como un bumerang.

miércoles, 21 de agosto de 2024


TÍO MÍO

Este Tío, que parece haber dejado su traje de luces en algún paraje de la mina, no lleva pañoleta en el cuello ni pechera llena de lentejuelas resplandecientes como el sol; tampoco viste pollerín, con una faja llena de monedas tintineantes en la cintura; no usa buzo ceñido a las nalgas y piernas; no lleva una blusa con piedras de fantasía ni hilos plateados de Milán; no lleva guantes rojos con manguetas bordadas en las muñecas ni tiene botas cortas, con espuela en el tacón izquierdo; tampoco lleva una capa con alimañas que forman parte de la iconografía de los mitos ancestrales; no tiene pañoleta bordada en la mano derecha ni una serpiente en la mano izquierda.

Este Tío, con aspecto de diablo, no necesita usar peluca ni lucir alimañas como víboras, sapos, lagartos y hormigas –seres de la mitología de los urus–; tampoco tiene una máscara multicolor confeccionada en hojalata, ni pequeños cuernos de carnero, ni piel de cabra, ni nariz ni caninos de cerdo. Le basta con tener el semblante de ferocidad y espanto, cuernos retorcidos, ojos saltones y orejas de asno, ya que su rostro, así como se contempla en esta estatuilla, parece salido del mismísimo infierno, con un aspecto que, si se lo escruta de cerca, parece una obra de arte; tiene un falo respetable y los labios al borde de pronunciar palabras profanas destinadas a herir, como lanzas con puntas de pedernal, el corazón de los creyentes y guerreros de Dios.

Si bien podemos coincidir en que tiene el aspecto de un auténtico ángel rebelde, también podemos coincidir en que luce una pinta impresionante y que la expresión de sus redondos ojos, brillantes y mirada penetrante, reflejan la vivacidad de su mente y alma, como si su cuerpo fuese el templo de todos los saberes y demonios juntos, dispuestos a salir a la superficie, escabulléndose entre los humanos, quienes lo miran con hondo temor y lo reprochan por haberse rebelado contra el divino poder de las alturas.

Eso sí, debe quedar clarito que este Tío no es la personificación del Mal, tampoco es una fuerza hostil ni destructiva, menos una serpiente venenosa, un dragón de siete cabezas o un dios de magia negra. Es, contrariamente a lo que muchos piensan, la deidad de las culturas ancestrales, el Supay de la cosmovisión andina, el soberano de las profundidades y el dueño de las riquezas minerales.

Si en algunas estatuillas tiene cola, cuernos y patas de cabra, es porque la catequización de los indígenas influyó en el imaginario de las culturas ancestrales que fueron colonizadas por los inquisidores, que impusieron la imagen de Satanás, comparándolo con el Tío, mientras combatían las creencias indígenas calificándolas de idolatrías paganas, que debían ser exterminadas a sangre y fuego, usando la cruz y la espada como las mejores armas más efectivas de la conquista y la catequización.

Los estudiosos de la mitología minera concluyen en que el Tío es una suerte de metamorfosis de Wari, conocido en la tradición oral de los urus como el dios de los camélidos y los habitantes del lago Poopo, que sobrevivieron a los embates de aymaras, quechuas y españoles. Es un dios indígena a quien los mineros, igual que los mitayos de antaño, le ofrendan alimentos líquidos y sólidos, en rituales que no son satánicos, sino actos de veneración para que les conceda vetas ricas en minerales, el principal sustento de las familias mineras.

Ya dijimos, en repetidas ocasiones, que durante la colonia fue confundido con el diablo de la cultura cristiana, que los conquistadores trajeron en sus carabelas junto a la Biblia, los caballos y los cañones. Con la conquista, además de llegar un nuevo idioma al Abya Ayala, llegó también la moral cristiana y una nueva forma de ver las relaciones humanas –según los principios basados en las Sagradas Escrituras–, la misma moral sustentada por los poderes de dominación en la Europa medieval. Desde entonces, toda conducta que atentara contra la fe cristiana fue considerada como un acto inmoral y una amenaza contra los mandatos de la sagrada familia; por ejemplo, toda forma de relación carnal al margen de lo establecido por los jerarcas de la Iglesia no solo era calificada como un acto sacrílego, sino que el acusado era condenado a atroces torturas o a la hoguera por irreverencia y perversión.

Los conquistadores, una vez impuesta la presencia del diablo en las comunidades originarias, con todas sus características de maldad y fealdad, propagaron la leyenda negra de que el Supay o Wari era el mismísimo demonio, generador de vicios y maleficios, y que, por lo tanto, había que combatirlo y destruido a nombre de Dios, para evitar que permaneciera en la mente y el corazón de los nativos, que ofrecían ritos en su honor, sin obedecer las recomendaciones del clero y el virreinato.

Aunque los catequizadores se empeñaron en compararlo con el demonio bíblico, este Tío no tiene la marca de Satanás ni su número de ficha es el seiscientos sesenta y seis (666); tampoco vino al mundo para tentar a nadie, ni develar la hipocresía y doble moral de los falsos profetas, ni evitar que los sabios alcancen la iluminación y destruyan su Ego. Eso sí, a veces, atenido a su sabiduría por causa de su esplendor, pretendía asemejarse al Supremo todo poderoso, procurando milagros en el interior de la mina, en su afán de proporcionarles a los topos humanos los mejores filones del preciado metal.

El Tío, convertido en el Lucifer de la danza de la diablada en el Carnaval boliviano, es un personaje que corresponde al sincretismo religioso entre la tradición católica y el paganismo ancestral, y representa al dios y al diablo que habita en las galerías de la mina, donde los trabajadores le rinden pleitesía, ofrendándole lo que ellos mismos consumen durante la ch´alla y la wilancha, todo para tenerlo risueño y satisfecho, no como manda Dios, sino como manda el mismísimo Tío.

Algunos de los escritores de la narrativa minera –entre los que me encuentro desde siempre– lo han convertido en el personaje de sus poemas, cuentos, relatos y novelas, haciendo gala de los mismos recursos literarios del llamado realismo mágico, que tuvo a sus mejores exponentes en la generación del boom de la literatura latinoamericana de la pasada centuria. Así es como en mis novelas, cuentos y relatos, además de haber incursionado en el campo literario del llamado realismo social, he recreado mitos, leyendas y consejas del mágico mundo de los mineros, quienes, desde los albores de la colonia, empezaron a venerar al Tío, una deidad mitológica, mitad dios y mitad demonio, que reina en los tenebrosos socavones, donde los mineros dejan sus pulmones a cambio de un mísero salario.

Palabras más, palabras menos, lo único cierto e indiscutible es que esta escultura, que ven aquí y ahora, es mi Tío; es decir, mi propio Tío. Lo esculpí con mis manos, como si fuese un escultor sin serlo; más todavía, mientras lo esculpía, tenía la sensación de estar reivindicándolo de la maldad del fanatismo religioso, como si lo estuviese salvando del mismísimo infierno, evitando que las piedras de fuego lo devoraran hasta reducirlo a cenizas. Lo esculpí tal como llegó al mundo, por eso no tiene traje alguno cubriéndole su desnuda humanidad; no tiene un manto de piedras preciosas ni pechera hecha con rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita y esmeralda; algo más, no lleva pendientes labrados en oro ni querubines que engalanen su personalidad. No es bello ni perfecto. Es como lo ven, con la fealdad al límite de la monstruosidad, como si fuese el reflejo de una horrible pesadilla huyendo de la muerte. Es mi Tío, mi propio Tío, y lo quiero como al fiel compañero de mi vida, como se quiere a una mujer sin condiciones ni límites de tiempo.

sábado, 3 de agosto de 2024

MICROTEXTOS III

Un clavo saca otro clavo

El día que el amor se le escapó de las manos, como el agua entre los dedos, lloró sin consuelo, se rasgó las vestiduras y se arrancó los pelos de cuajo. Al cabo de un tiempo, superada la desilusión del alma y curadas las heridas del corazón, se metió en el mar y se bañó en la espuma de las olas, hasta que volvió a renacer y volvió a creer en el amor, porque cuando un hombre se va, otro ocupa su lugar, como si un clavo sacara otro clavo.

El Tío en mi vida y obra

El Tío de la mina se metió sigilosamente en mi obra literaria, como un personaje de contrabando, dispuesto a amargarme la vida.

¿Por qué te metiste en mi obra? –le pregunté intrigado–. ¿Para joderme la vida?

Me miró sonriente, enseñándome los colmillo y la lengua viperina. Encendió los ojos como focos de fuego y contestó enérgico:

–¡No fue para joderte la vida, sino para joderte la obra!

La amada

Todas las noches, como recién salida de la más pura niebla, estaba siempre cariñosa y fresca, como recién bañada por el rocío del alba.

La bruja y el parroquiano

La joven bruja, después de haber volado toda la noche, aterrizó en la puerta de una cantina, se desmontó de la escoba, se acercó a un parroquiano, que apenas podía sostenerse de pie, lo agarró por las solapas y lo suspendió en el aire como a un estropajo.

–Ahora vienes conmigo –le dijo con voz de miel.

–¿Y por qué yo? –preguntó muerto de miedo.

–Porque quiero que lo conozcas a mi amo.

–¿Al Diablo?

–Sí –contestó–, al que te da de beber a cambio de comerte el alma.

El parroquiano tocó el suelo con la punta de los zapatos y lloró desconsoladamente, porque solo llorando podía salvarse del castigo del Diablo y no volver a caer en las garras del alcohol.

Enloquecer por amor

Los hombres saben que una cosa es enloquecer por el amor de una mujer y otra muy distinta enloquecer por el desamor de alguien de sentimientos gélidos y corazón de hielo.

Sonido nasal

Juan le pidió a Pedro taparse con los dedos las fosas nasales y luego pronunciar, sin cerrar los ojos y a todo pulmón, la palabra punta.

Pedro se tapó la nariz, pronunció a viva voz la palabra punta y no se lo pudo creer el sonido nasal que transformó la palabra.

Torres

No construyas tu torre de Babel, creyendo alcanzar el reino de los cielos, si sabes que las torres, construidas con los ladrillos de las bajas pasiones humanas, conducen derechito al infierno, donde reina la confusión de las lenguas y las ciegas ambiciones terminan en cenizas.

Se fue para no volver

Porque estás que te vas, y te vas./ Y te vas, y…/ Y no te has ido, tarareó la canción de Alfredo Jiménez, mientras se duchaba con agua tibia. Después se vistió con la elegancia de siempre, cogió las maletas que estaban listas. Sujetó la empuñadura de la puerta, la abrió y la cerró a sus espaldas. Esta vez se fue para no volver, sin recordar la sentencia que su mujer le repitió hasta el cansancio: Al ausente, por muerto le da la gente, así se lo haya amado con todas las fuerzas de la razón y el corazón.

miércoles, 17 de julio de 2024

UNA CONFERENCIA DE PRENSA Y UN FOLLETO PARA HOMENAJEAR

A LAS VÍCTIMAS DEL GOLPE MITAR DE 1980

Hoy, 17 de julio, como parte de las actividades político-culturales que desarrolla el Archivo Regional Catavi, se rindió un ferviente homenaje en la población minera de Siglo XX, por medio de una conferencia de prensa, a las víctimas del golpe militar de 1980, cuando un grupo de paramilitares, asesorado por el criminal nazi Klaus Barbie, asaltó a mano armada el edificio de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, donde se reunían miembros del Comité de Defensa de la Democracia (CONADE).

Durante el asalto, además de causar heridos y destrozos materiales, se apresaron a varios dirigentes políticos y sindicales, y, como si fuese poco, se asesinó a mansalva al dirigente político Carlos Flores Bedregal, al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz y al dirigente sindical Gualberto Vega Yapura, declarados póstumamente mártires de la democracia y la liberación nacional

Lourdes Peñaranda Morante, responsable del Archivo Histórico de la Minería Nacional de COMIBOL/Regional Catavi, aprovechó la conferencia de prensa, efectuada en la sede sindical de Siglo XX, para presentar el Nº 23 de la Serie de Literatura Minera, con dos textos del escritor Víctor Montoya y, en la contratapa, el poema El Padre Nuestro de un minero, que el cataveño Gualberto Vega Yapura escribió en 1976, mientras se encontraba encarcelado en la prisión de alta seguridad de Chonchocoro,

 El folleto, Gualberto Vega Yapura - Marcelo Quiroga Santa Cruz, es un justo homenaje a dos de las víctimas del golpe militar del 17 de julio de 1980. En la introducción se menciona que estos valerosos luchadores sociales, junto a otras víctimas del régimen criminal de García Meza y Arce Gómez, son símbolos del coraje y la lucha revolucionaria del movimiento obrero boliviano

La actividad impulsada por el Archivo Histórico de la Minería Nacional de COMIBOL/Regional Catavi, aparte de haber sido un excelente espacio para conmemorar a los mártires que ofrendaron su vida a la causa de la justicia social y la liberación nacional, ha demostrado que la memoria histórica de un pueblo se mantiene viva a pesar de los años y la impunidad en que quedaron varios de los crímenes de lesa humanidad cometidos, entre otros, por las dictaduras militares de los años ´60, ´70 y ´80 de la pasada centuria.

La nueva publicación de la Serie de Literatura Minera, cuyo primer número, dedicado a la masacre minera de San Juan de 1967, salió a luz en junio de 2016, es una prueba más de la infatigable labor del Archivo Regional Catavi, que no ha dejado de rescatar ni difundir la historia concerniente a la realidad minera del norte de Potosí, donde nació, creció y se formó políticamente el dirigente obrero Gualberto Vega Yapura, quien trabajó en la Empresa Minera Catavi y fungió como secretario de culturas de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, hasta el día en que fue abatido a tiros por los mercenarios al mando de los criminales Luis García Meza y Luis Arce Gómez.  

lunes, 15 de julio de 2024

ESCANCIAR LA SIDRA ES TODO UN ARTE

Estando en la ciudad de Gijón, ubicada en el centro de la costa cantábrica del Principado de Asturias, España, unos amigos me invitaron a una sidrería que tenía botellas verdes por doquier y las paredes decoradas con recreaciones de lugares emblemáticos, toneles de sidra y prensas para sacar el zumo de las manzanas.

En esta parte del continente europeo, la sidra no está considerada como una bebida más del montón, sino como una parte intrínseca de la cultura y el folklore. En Gijón, por ejemplo, existen varias fiestas tradicionales, especialmente en primavera y verano, dedicadas a los descorches de la sidra, conocidos como espichas, donde se promueve también la gastronomía típica de la región.

La sidra, cuyo grado alcohólico oscila entre cuatro y seis, alegra romerías y reuniones, tanto públicas como familiares, ya que esta bebida, desde hace siglos, se ha integrado totalmente en la vida social de los asturianos. Y las espichas son motivos para celebrar, reír, gozar y darle una fiesta al paladar.

–En realidad, ¿de dónde proviene la palabra espicha? –pregunté con cierto rubor en la cara y poniendo al descubierto mi ignorancia en la materia.

La respuesta no se dejó esperar, porque uno de los amigos se dio la molestia de explicarme de manera clara y concisa:

Espicha es el nombre que se le da al trocito de madera, con forma cónica, que se utiliza a modo de tapón de los toneles, donde se almacena la sidra.

 El último fin de semana de agosto tiene lugar en Gijón la Fiesta de la Sidra Natural, declarada un evento de interés turístico regional, en el que todos los años se bate el récord mundial de escanciado simultáneo. Otra de las fiestas más importantes dedicada a esta bebida, que se realiza el segundo fin de semana de julio, es el Festival de la Sidra, que se lleva a cabo en la villa de Nava, donde está el Museo de la Sidra, una verdadera atracción turística que permite ver todo el proceso de elaboración de esta bebida, desde el cultivo de la manzana hasta el embotellado, pasando por el prensado y el fermentado.

Uno de los amigos, que tenía hartas ganas de hacerme conocer el arte de escanciar la sidra, pidió una botella descorchada, la agitó brevemente, la tomó por el culín, levantó el brazo por encima de la cabeza y vertió el líquido en el vaso de cristal sujeto en la mano izquierda, a la altura de la pierna y a una distancia de más de un metro desde el cuello de la botella, haciendo que el chorro castaño cayera contra el lateral del vaso, de manera que, al impactar contra el mismo, se oxigenara haciendo espuma como una gaseosa cualquiera, o, más bien, como la cerveza servida en una límpida copa de cristal.

De estos amigos asturianos aprendí que para la degustación de la sidra se debe escanciar (tirar el líquido desde lo alto para que rompa al caer en el vaso), y bebérsela de una sola vez, pero no todo el contenido del vaso, sino dejando un poco en el fondo para limpiar la parte que han tocado los labios, ya que todos los amigos comparten del mismo vaso; es más, uno de ellos me sorprendió echando al piso la sidra que quedó en el culín, arguyendo que era una forma de devolverle a la tierra lo que ella nos da.

–A esta acción se llama ch’allar –les dije–. En mi tierra se tiene la costumbre de ch’allar o rociar el suelo con la cerveza o el alcohol, antes de beber del vaso, como un agradecimiento a la Pachamama, que alimenta a sus criaturas terrenales con los frutos de su vientre.

Ellos me miraron y no pararon de hacer circular el vaso de mano en mano, mientras picaban las exquisiteces que contenía una bandeja: chorizo a la sidra, tablas de quesos, huevos cocidos, tortillas y una serie de embutidos de jabalí y cerdo asturiano.

–En el país de ustedes, más conocido en el exterior por sus buenos vinos, quesos y jamones, beber sidra es todo un arte –les dije dispuesto a celebrar nuestra amistad.

–Sí –corroboró uno de ellos, con aplomo y buen humor–, sobre todo, si se considera que escanciar es todo un arte.

–Además –acotó otro–, se debe tomar con medida. Si uno está pasado de copas, no podría llenar el vaso, porque todo lo echaría al suelo.

Me quedé mirándolos con cierto asombro y un soplo de desaliento, como quien está acostumbrado a servir las bebidas espirituosas apoyando el gollete de la botella en el borde de la copa y no como los expertos escanciadores que tienen el pulso firme y la experiencia de tirar la sidra de un metro de altura entre la botella y el vaso.

Con mis amigos asturianos aprendí, como en todo en la vida, que la sidra es una bebida alcohólica de baja graduación, fabricada con el zumo fermentado de la manzana, una delicia más espumosa que embriagadora, con bastante aguja y ácida, que sabe algo diferente a las sidras gasificadas que solía consumir en Suecia, toda vez que había celebraciones especiales o en las fiestas de fin año.

En Gijón aprendí también que la diferencia entre el vino y la sida está en que el primero se elabora de uvas y el segundo de manzanas, las cuales se clasifican en tres tipos en función de su sabor: dulces, imprescindibles para transformar el azúcar en alcohol; ácidas, para mantener el color natural del mosto y la limpieza de la misma; y amargas o salvajes, que aportan el tanino en la bebida.

En síntesis, antes de terminar, quiero contarles que aprendí las siguientes lecciones: la primera, que escanciar es todo un arte; la segunda, que la sidra natural no se filtra ni clarifica como el resto de las bebidas espirituosas; la tercera, que el vaso se debe vaciar de un solo trago, sin perder tiempo ni respirar; y la cuarta, quizás la más importante, que el descorche de la botella de sidra es un modo de compartir con los amigos que, haciendo honor al adagio popular que reza: entre enfermos no hay contagio, usan el mismo vaso para sellar una amistad que nace y permanece toda la vida.

jueves, 11 de julio de 2024

GUALBERTO VEGA YAPURA, MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA 

Y LA LIBERACIÓN NACIONAL

El dirigente sindical y mártir obrero Gualberto Vega Yapura, en tiempos en que había que andar con el testamento bajo el brazo, fue acribillado a tiros en el edificio de la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se realizaba la reunión del Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE) y las organizaciones sociales que aspiraban a una sociedad más justa y democrática, la mañana del 17 de julio de 1980; fecha luctuosa en que el pueblo boliviano se vistió de luto y los golpistas, tras pedir la renuncia de la presidenta interina Lydia Gueiler, se encaramaron en el poder por la fuerza de las armas y el respaldo del Alto Mando Militar Boliviano.

Todo sucedió cuando decenas de oficiales y paramilitares, entre los que había mercenarios argentinos al servicio de la Operación Cóndor, que asoló a los países del Cono Sur de América Latina, llegaron en ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social a la histórica sede de los trabajadores bolivianos y asaltaron, a gritos y armas de fuego en mano, el edificio de la FSTMB, ubicado en El Prado de la ciudad de La Paz, dispuestos a desencabezar al movimiento obrero y popular. Fue en esas circunstancias que los paramilitares, entre ellos los mercenarios Stefano Delle Chiaee, Joachim Fiebelkorn y Ernesto Milá, conocidos como los novios de la muerte, dispararon ráfagas contra la humanidad del líder político Marcelo Quiroga Santa Cruz, el diputado Carlos Flores y el dirigente cataveño Gualberto Vega Yapura, a la sazón representante del Sindicato de Catavi y secretario de cultura de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia.

Los directos responsables de este horrendo crimen fueron los golpistas militares Luis García Meza y Luis Arce Gómez, quienes, obedeciendo órdenes de la CIA y los carteles de narcotraficantes asesorados por el Carnicero de Lyon, Klaus Barbie Altmann, estaban dispuestos a imponer su política antinacional y proimperialista a sangre y fuego. Durante este régimen de facto se prohibieron las libertades democráticas y se desencadenó una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales. Se cometieron crímenes de lesa humanidad y se demolió el edificio de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros en un vano intento por destruir el rico legado de las luchas políticas y sindicales de los trabajadores del subsuelo boliviano.

Si en más de cuatro décadas no se realizó un justo homenaje en honor a Gualberto Vega Yapura, en la tierra que lo vio nacer, fue porque Catavi, como todas las minas nacionalizadas, sufrió los embates del nefasto D.S. 21060, que provocó el cierre de las empresas de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la desocupación de miles de trabajadores que fueron echados de sus fuentes de trabajo y expulsados de sus viviendas con el epíteto de relocalizados. Sin embargo, ahora que la población de Catavi está en un proceso de repoblarse gracias al ritmo de la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la Universidad Nacional Siglo XX, que está construyendo nuevos establecimientos para algunas de sus carreras, incluida la de Formación Política Sindical, es indispensable desempolvar la memoria de los trabajadores de la Empresa Minera Catavi y rescatar la gloriosa historia de esta población que, durante la pasada centuria, fue el centro motor de la economía nacional y el escenario donde floreció el sindicalismo revolucionario.

Asimismo, es digno reconocer el valioso esfuerzo de las dirigentes del ex Comité de Amas de Casa Mineras de Catavi y del Archivo Regional de Catavi, dependiente del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, que tuvieron la encomiable iniciativa de realizar el 17 de julio de 2023, en la sede del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, un sencillo pero emotivo acto en homenaje al mártir obrero Gualberto Vega Yapura, quien fue acribillado a mansalva, a los escasos 35 años de edad, por los mercenarios al mando de los militares que asaltaron el poder, arrebatándoles a los bolivianos la democracia y el derecho al fuero sindical.

A pesar de los años transcurridos y la forzosa relocalización de 1986, los cataveños han decidido recordar a quienes ofrendaron su vida por defender la causa de los proletarios y de los más pobres de este pobre país, donde la lucha revolucionaria estuvo encarnada en personas honestas y modestas como fue Gualberto Vega Yapura, cuya conducta personal estuvo determinada por la impronta de sus convicciones ideológicas y religiosas.

El golpe militar de facto, analizado a estas alturas de la historia, no tomó por sorpresa a nadie. Bolivia había sufrido ya varios golpes de Estado, entre otros, el protagonizado por René Barrientos en no-viembre de 1964, responsable de la masacre minera en la noche de San Juan de 1967; el liderado por el entonces coronel Hugo Banzer Suárez, con apoyo del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y Falange Socialista Boliviana (FSB), desde el 21 de agosto de 1971 hasta 1978; el promovido por el coronel Alberto Natusch Busch, con apoyo de mili-tantes de algunos partidos políticos, del 1 al 16 de noviembre de 1979; y el último por el general Luis García Meza Tejada, que inició el 17 de julio de 1980 y terminó en agosto de 1981.

Aunque el régimen de García Meza y Arce Gómez fue relativamente corto, dejó una trágica secuela en el alma del pueblo boliviano, porque se secuestró, torturó y asesinó al padre Luis Espinal, cineasta y director del semanario Aquí, y se asesinaron a ocho dirigentes del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) en la calle Harrington en 1981. En homenaje a las víctimas de las dictaduras suscitadas entre 1964 a 1982, en Bolivia se recuerda, cada 17 de julio, el Día Nacional de la Memoria.

En el ámbito de las palabras de circunstancia vertidas por los panelistas –el exdirigente de la FSTMB y ex ministro de Estado, Guillermo Dalence, la ex presidenta del Comité de Amas de Casa, compañera Elena Pacheco, la responsable del Archivo Histórico Minero, Lourdes Peñaranda Morante, y el ex dirigente del Sindicato de Catavi, Octavio Carvajal (+)–, se trazó una semblanza de Gualberto Vega Yapura, destacando su límpida trayectoria política, en defensa de la democracia, los derechos de los trabajadores y la lucha antiimperialista de movimiento popular. También se hizo hincapié en su actividad sindical, cultural, deportiva y poética de este insobornable luchador social, cuya contribución al pensamiento revolucionario y la democracia nacional, es un buen ejemplo para las nuevas generaciones de Catavi y el país entero.

El acto contó con la presencia de una joven estudiante de la Unidad Educativa Ayacucho, quien, con voz firme y actitud altiva, declamó el poema El Padre Nuestro de un minero, que Gualberto Vega Yapura escribió con probada sensibilidad humana, consumada vocación lírica y alta conciencia de clase en 1976, durante su cautiverio en la prisión de Chonchocoro,

De acuerdo a los testimonios de quienes lo conocieron en vida, se sabe que este mártir de la liberación nacional se inició en la actividad política como militante del Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN). Desde su adolescencia dedicó su vida a las actividades deportivas y culturas en provecho de la niñez y juventud cataveña. Fue varias veces dirigente del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi y director de Radio 21 de Diciembre. En 1976, tras la ocupación militar a los centros mineros, fue detenido, torturado y encarcelado. En el XVIII Congreso Nacional Minero, realizado en la población de Telamayu, entre el 31 de marzo y el 6 de abril de 1980, fue electo, en su condición de obrero de la Empresa Minera Catavi, como secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, una función que supo cumplir con altura moral y ética, hasta el día en que fue victimado por los chacales de una dictadura militar que dejó un reguero de muertos y heridos a lo largo y ancho del territorio nacional.

En consecuencia, es imperiosa la necesidad de mantener vivo su pensamiento entre los niños, jóvenes y adultos de la población de Catavi, donde Gualberto Vega Yapura tuvo su cuna de nacimiento y fue el escenario de sus actividades culturales y deportivas, pero también el escenario de sus luchas por una Bolivia más justa y libre de dictaduras civiles y militares; más todavía, es preciso que uno de los salones del Sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi lleve su nombre, a modo de enaltecer su lucha a favor de los más desposeídos y explotados, pero también a modo de perpetuar su combativa trayectoria en el sindicalismo revolucionario y para que el pueblo boliviano lo tenga siempre en la memoria.

En síntesis, poniendo la lógica de la razón sobre las mezquindades y voces discordantes, es justo que a Gualberto Vega Yapura se lo declare: MÁRTIR DE LA DEMOCRACIA Y LA LIBERACIÓN NACIONAL.