REFLEXIONES
Quien ha vivido desde siempre en una realidad hecha a
golpes de injusticias sociales y discriminaciones raciales, sueña con que es
posible construir un mundo más humano que el que ofrece el capitalismo salvaje,
pero a condición de derribar los muros que separan a los ricos de los pobres, a
los blancos de los negros, a los indios de los gringos y a los hombres de las
mujeres,
Si se quiere estructurar una sociedad más tolerante y
equitativa, como si fuese un nuevo reto en los proyectos de las nuevas generaciones,
será necesario abolir las fronteras que separan al Sur del Norte, a Dios del
diablo, a los religiosos de los ateos, a los gobernantes de los gobernados; es
más, en lugar de levantar muros y trazar fronteras, se deberán construir
puentes de comunicación entre las diversas culturas, tradiciones, lenguas,
razas y creencias, porque, acéptese o no, todos tenemos las mismas necesidades,
los mismos derechos y las mismas responsabilidades, aparte de que todos
llevamos dentro de nosotros un poquito de los otros.
Queda por demás claro que me gustaría vivir en un país
donde no existan ricos ni pobres, ni gigantes ni enanos como en los países imaginados
por Jhonatan Swif en Los viajes de
Gulliver. Tampoco me interesa vivir en un país donde existan princesas encantadas
como en los cuentos de hadas, ni en el mundo imaginario creado por Lewis
Carroll en Alicia en el país de las
maravillas. Lo que yo quiero es vivir en un país donde los niños sean
felices y se respeten sus derechos, donde los hombres no vulneren los derechos
de las mujeres ni las autoridades de la justicia hagan gala de su arrogancia,
quitándole la balanza y la venda de los ojos de la señora Justicia.
Detesto toda forma de chauvinismo y censura contra las
ideas que cuestionan los desmanes de los poderes de dominación. No comparto la
insensatez del fanatismo religioso ni la conducta autoritaria de quienes se
atribuyen la representación popular, para imponer sus ideales como verdades
únicas y absolutas, aun sabiendo que el humano es el único animal que tropieza
dos veces en la misma piedra y que, además, levanta la piedra y la arroja sobre
el techo de vidrio de su propia casa.
Prefiero el pluralismo cultural y racial, la diversidad
ideológica y sexual, la libertad de opinión y de crítica, el respeto a los
Derechos Humanos, a una vida privada y una muerte digna; todo esto en el marco
de las normas comunes de convivencia democrática, que permitan evitar las
experiencias históricas de los regímenes totalitarios del siglo XX. Prefiero
que todos seamos cabeza de ratón que cola
de león y seamos los principales artífices de nuestra propia felicidad en
medio de las adversidades que la vida plantea a cada paso, a cada instante.
Respeto a los individuos de buena fe y a los políticos
que, en lugar de vivir de la política, viven para la política, como los
artistas viven para el arte y no del arte. Respeto a los gobernantes de
conducta transparente, incapaces de robarse los bienes del pueblo de las arcas
del Estado. Respeto, asimismo, a los empleados públicos que sirven a su pueblo
y no se sirven del pueblo para mejorar su estatus social y económico, como los
zánganos que engordan a costa de chupar la sangre de otros, sin importarles el
daño que causan con su conducta de bichos inmundos.
No creo en las promesas de los demagogos, acostumbrados a
hablar hasta por los codos y a borrar con el codo lo que escriben con la mano.
En estos casos, prefiero a quienes hacen mucho y hablan poco, porque saben que quien mucho habla, mucho yerra. Tampoco
creo en los falsos profetas que me prometen el reino de los cielos a condición
de que deje de ser agnóstico. En este caso, prefiero a los apóstoles de las
ciencias humanas, en las que primero se debe mostrar, mostrar y demostrar, para
luego hablar con convicción y pruebas en la mano.
Sueño en que vivamos en relación con la Madre Tierra, a
espaldas de las promesas futuristas de la gran tecnología, porque confío en la
armonía del individuo con el ecosistema, donde se respeten el derecho de vivir
en armonía con la Pachamama y los astros de la constelación celeste y con la
naturaleza que nos ampara, con las piedras que hablan, los ríos que cantan, los
árboles que soplan vida, los vientos que silban junto a los animales silvestres
y los pájaros que forman un coro de trinos, porque si no somos parte del todo,
menos seremos parte de la nada.
La historia de la humanidad es la historia de la lucha
por alcanzar la libertad, una lucha ininterrumpida y continuada por tener la
posibilidad de elegir una forma de vida en absoluta libertad. La defensa de la
libertad personal es imprescindible para la existencia de una sociedad libre,
basada en la democracia participativa, la tolerancia y el respeto a las
diferencias culturales, raciales, lingüísticas y religiosas. Incluso la
historia de la lucha de clases y las diferencias entre los seres humanos -el
fuerte y el débil, el opresor y el oprimido, el rico y el pobre- representan la
misma lucha por la libertad individual, porque cada uno sea uno mismo, por
sentirse una persona con voluntad propia para decidir su futuro, vivir la
propia vida y no la que imponen los demás. En consecuencia, todo individuo es
libre de elegir su modo de vida, mientras esta forma de vida no atente contra
la libertad del prójimo ni sea un mecanismo de censura y represión.
La libertad, con ideales pragmáticos y también con
utopías, es el mayor sueño que atesora el hombre libre, quien, más que nadie,
sabe que la libertad no es lo mismo que la libre
empresa, que es la libertad de explotar la fuerza de trabajo de los obreros.
Tampoco es lo mismo la libertad de prensa,
que implica comprar periódicos y periodistas, con el único objeto de crear una
opinión pública favorable al sistema capitalista. Hablar de la libertad de un
pueblo, aunque sea con la mejor intención y voluntad, es una simple metáfora, a
veces peligrosa, si no se tiene en cuenta que la liberación de un pueblo no es
nada sin la libertad de cada uno de los individuos que conforman el tejido
social. Es decir, no hay libertad social si no hay libertad personal.
Aunque muchas cosas han cambiado en los últimos tiempos,
sigo soñando en que es posible construir una sociedad más libre y democrática,
donde el valor de las cosas no estén sustentados en el tener sino en el ser y
donde todos vivamos en absoluta armonía con la naturaleza y nuestros
semejantes. Sigo soñando en que es necesario juntar nuestras manos para
construir los puentes que nos conduzcan hacia un mundo mejor, y que la mejor
manera de llegar a tiempo hasta allí es andar a paso lento pero seguro.