PATRIMONIO HISTÓRICO DE LOS MINEROS
EN SIGLO XX
Estar en la histórica Plaza del
Minero de Siglo XX, donde se rememora el glorioso pasado del movimiento obrero,
implica situarse en un escenario que reúne todas las peculiaridades de un
verdadero patrimonio histórico, que debe conservarse para la posteridad, como
parte de la memoria colectiva de los trabajadores del subsuelo y como un
monumento vivo de las luchas sociales que tuvieron lugar en este espacio
abierto entre el edificio sindical y los campamentos mineros.
En este territorio de hombres y
mujeres valientes, que ofrendaron sus vidas a la causa de los oprimidos que,
desde la época de la industrialización minera, que introdujo un sistema de
explotación de carácter capitalista, se organizaron los sindicatos para
defender sus intereses de clase, convencidos de que la lucha contra la
injusticia social y la pobreza estremecedora sólo sería posible mediante un
programa de reivindicaciones socioeconómicas, como instrumento político del
pensamiento ideológico y la unidad monolítica de los trabajadores.
En esta Plaza del Minero, testigo
mudo de la larga tradición del sindicalismo revolucionario, se forjaron los
mejores líderes del proletariado nacional y, desde el balcón del edificio
sindical construido en piedra labrada, se pronunciaron discursos incendiarios
contra la oligarquía minero-feudal, las dictaduras militares y los gobiernos
neoliberales, al son del estridente ulular de la sirena instalada en la parte
superior del edificio, que servía para despertar a los obreros que ingresaban a
trabajar en primera punta, para convocar a las marchas y asambleas y, como si
fuera poco, para alertar a las familias mineras en épocas de represión política,
masacres e intervenciones militares.
En esta plaza repleta de obreros,
amas de casa, estudiantes y fuerzas vivas de la población de Llallagua, se trazaron
los lineamientos estratégicos que debían seguir las bases para liberarse de la
opresión imperialista. En esta plaza zumbaba el aire cada vez que detonaban los
cachorros de dinamita y desde esta misma plaza se transmitían al vivo, a través
de los micrófonos de Radio la Voz del Minero, los acontecimientos que se
ponían al rojo vivo, mientras el clamor popular, entre pancartas y consignas de
protesta, reafirmaba la decisión de luchar contra los gobiernos hambreadores y
vende patrias.
Sin embargo, esta misma plaza, donde
se erige el majestuoso monumento al minero, portando la perforadora en una mano
y el fusil en la otra, existe menos lucidez que en los años dorados del
Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX, ni siquiera el busto de
César Lora y el monumento de Federico Escóbar Zapata, que representan la
grandiosidad de los dirigentes revolucionarios de otros tiempos, ponen a salvo
todo el legado histórico que se heredó a lo largo de un siglo. Todo parece
indicar que las brumas del olvido, que se aproximan sigilosamente desde más
allá de los cerros, están dispuestas a esconder bajo sus fúnebres mantos los
símbolos más emblemáticos de la heroica clase obrera.
No es casual que esta situación de
olvido responda, en gran medida, a la desidia de las autoridades ediles de este
distrito minero y a la amnesia colectiva que, sin quererlo o sin saberlo, suele
borrar los vestigios históricos de la memoria. Lo más grave es que esta plaza,
que debía conservarse como un patrimonio histórico de los mineros en la región,
corre el riesgo de convertirse en un simple mercado de enseres y artículos de
compra-venta, sin considerar que aquí se concentraban los trabajadores en
apoteósicas asambleas, que aquí se libraron batallas enconadas contra los
guardianes de la oligarquía y que aquí se perpetraron masacres durante las
dictaduras militares.
Siempre que uno retorna a esta
plaza, atraído por la fuerza telúrica de su glorioso pasado, siente que el
tiempo pasó de manera inexorable y que muchas cosas cambiaron desde el nefasto
DS. 21060. Por ejemplo, da pena que los edificios de arquitectura moderna,
levantados cerca del edificio sindical, se ciernan como gigantes espectros de
ladrillos y cristales detrás del monumento al minero, pero da mucha más pena
que las casetas de los comerciantes estén a punto de invadir los predios de la
Plaza del Minero, con sus variados productos expuestos ante los transeúntes que
pasan y repasan como si estuviesen en una calle cualquiera de una población
cualquiera.
Aunque los guardianes de este patrimonio
histórico aconsejan a las autoridades ediles no ceder ante la presión de los
comerciantes, que privilegian sus intereses mezquinos en desmedro de los
intereses colectivos, lo cierto es que los rentistas mineros, los miembros de
la Federación Sindical de Trabajadores de Bolivia (FSTMB) y los ejecutivos de
la Central Obrera Boliviana (COB), no deben bajar la guardia ni dar un paso
atrás en su posición de resguardar los bienes de la clase obrera, que hoy
constituyen una suerte de reliquias que se consiguieron con sacrificio, sangre
y sudor.
En consecuencia, y sin mayores
explicaciones ni preámbulos, es lógico deducir que esta plaza, lejos de
convertirse en un centro del comercio informal y caótico, debe conservar su
estatus de PATRIMONIO HISTÓRICO DE LOS MINEROS EN SIGLO XX. Toda opinión
contraria a este sincero deseo compartido por los ex trabajadores de este
combativo distrito del norte de Potosí, será considerada como un flagrante
atentado contra la memoria histórica del movimiento obrero boliviano.
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