EL SEGUNDO ALTAR EN LA CURVA DEL DIABLO
De un tiempo a esta parte, atraído como siempre por las
creencias y leyendas urbanas, me di una vuelta por el nuevo altar en la Curva
del Diablo, que desde hace más de un año se encuentra enfrente del primero. Es
cuestión de cruzar la carretera de la Autopista para internarse en una zona
boscosa, por donde pasa un pequeño río, y dar con el tabernáculo de adoración a
Satanás, que tiene una altura de aproximadamente dos metros y una estructura
parecida a una cueva.
Lo
cierto es que una vez que el primer altar en la Curva del Diablo fue destruido
con una excavadora por órdenes de la municipalidad de La Paz, arguyendo que allí
se realizaban conjuros de brujería y ritos satánicos, los fieles adoradores del
príncipe de las tinieblas no demoraron en trasladar sus ofrendas a este sitio
montañoso de la misma zona, donde prosiguieron con las ch’allas y las k’oas en
honor del diablo que, según la visión de sus devotos, no sólo representa a las
fuerzas del Mal, sino también a los espíritus del Bien.
Alrededor del pedregoso altar, que no presenta la imagen tallada
de un diablo en roca como en la de enfrente, están esparcidas cenizas de
fogatas,
restos de velas blancas, negra y verdes, hojas de coca, botellas plásticas de
alcohol, latas de cerveza, colillas de cigarrillos, masitas dulces, mixtura y, para
completar el escenario, una botella de vino tinto, en cuya etiqueta se lee: Vino para ch’allar a la Pachamama.
Otras pruebas de que aquí se realizan ofrendas y rituales, casi siempre
después del ocaso, preferentemente los días martes y viernes, son los olores a
coca, alcohol e incienso, que parecen haberse perpetuado al pie del nuevo altar, donde se encuentran pedazos
de ropas quemadas, debido a que no faltan personas que, cargadas de bateas y
baldes con agua, lavan las prendas de sus difuntos y las queman al amparo de la
noche.
Para
algunos, el diablo que apareció en esta zona, desde antes de que se asfaltara
la Autopista, tiene las mismas características que el Tío de la mina, quien
exige tributos tanto para él como para la Pachamama. En cambio para otros,
estos altares en la Curva del Diablo sólo sirven para practicar rituales
satánicos y ejecutar sortilegios de brujería; más todavía, no pocos piensan que
las personas que ostentan poder económico, y que lo demuestran a través de suntuosas
joyas y autos de lujo aparcados a un costado de la carretera, vendieron su alma
al diablo a cambio de riquezas.
Las personas
que transitan por la Autopista, cerca del altar y a cualquier hora del día,
cuentan que no es raro ver a gente rezándole al diablo, como suplicándole que
los ayude en los negocios, la vida personal y profesional. Entre sus fieles
se encuentran los comerciantes y transportistas,
quienes, debido a los accidentes que se registraron a la altura de la Curva del
Diablo, acuden a pedirle protección, convencidos de que los accidentes no se
deben a fallas técnicas ni humanas, sino a los enojos del diablo, quien suele
castigar de manera cruel a los que reúsan entregarle ofrendas para saciar su
sed y su hambre.
Por eso le rendimos culto, porque es
como un dios que nos ampara de los peligros y evita que muera mucha gente, declaró
un chófer que, pijchando hojas de coca y rociando aguardiente alrededor del
altar, no dudaba en que el diablo tenía poderes sobrenaturales y que sus
vibraciones se sentían a varios metros a la redonda. Luego añadió: Él fue también
en su época un ángel bello y poderoso, y sólo porque quiso ser más que Dios, lo
condenaron al infierno y lo mandaron para abajo.
Está
claro que en este lugar se dan cita personas de distintas condiciones sociales,
desde los profesionales de vida convencional hasta los cogoteros más
avezados. Asimismo, es un nido de alcohólicos, prostitutas y delincuentes del
más diverso calibre, acostumbrados a cometer robos a mano armada y a plena luz
del día. No en vano la policía recibe denuncias de personas que fueron asaltadas
por los maleantes de caras cubiertas con pasamontañas y armados con pistolas,
cuchillos y machetes.
La
Curva del Diablo es también frecuentada por individuos que, cada primer viernes
del mes, sacrifican animales en un ritual supuestamente satánico. Se trata en
su generalidad de adolescentes
que, ataviados de negro y portando amuletos que simbolizan los poderes de
Satanás, celebran una suerte de misas negras, más con fines de entretenimiento
y rebeldía, que por una convicción relacionada con los verdaderos ritos que emulan o parodian a la misa
cristiana.
En las
ceremonias esotéricas, de acuerdo a los testigos, se invierten todos los signos
cristianos por signos satánicos y, en lugar de consagrar el pan y el vino, se
consagra la sangre de un animal sacrificado, con la finalidad de reafirmar la
naturaleza salvaje del ser humano. En consecuencia, no es casual que en el
lugar se adviertan huellas de animales sacrificados en honor de Satanás.
Los adolescentes
involucrados en estos actos esotéricos, en los que exhiben el pentagrama
invertido, actúan inspirados por las bandas del género musical derivado
del Heavy Metal, llamado también Black Metal, cuyos integrantes no sólo se definen
como satánicos, sino que interpretan músicas estridentes, acompañadas de textos
que exaltan los ideales de rebelión, anarquía, desacato a la autoridad y blasfemias
del anticristo.
No se
descarta el hecho de que estos adolescentes presenten problemas psicosociales o
sean adictos a ciertas sustancias controladas, como el alcohol y las drogas, y
que su conducta de apostasía sea el resultado de la marginación social en la
que viven. Tampoco se excluye la posibilidad de que algunos de ellos se definan
como adoradores de Satanás y que incluso hayan leído la Biblia satánica del
ocultista Anton Szvandor Lavey.
De todos
modos, el luciferismo, a diferencia del satanismo, puede entenderse más como un
sistema de creencias que venera las características esenciales adheridas a
Lucifer. Las personas que adoran y rinden pleitesía a Satanás, como a una
deidad mitológica contraria a las concepciones religiosas, identifican a
Lucifer como el portador más liviano y positivo del satanismo, debido a que
Lucifer, en cierta medida, es un personaje que encarna algunos aspectos profundos
del subconsciente colectivo.
Sin embargo,
cabe remarcar que la mayoría de las personas, en lugar de ver al diablo como a
un ente malhechor, lo ven como al Tío de la mina que, siendo dios y diablo a la
vez, es un ser protector y benefactor. De ahí que no es casual que los mineros
relocalizados, que hoy forman parte de la urbe alteña, conformen un estamento
especial en la Curva del Diablo, ya que ellos son quienes más ch’allan y k’oan al
pie del altar, pidiendo que el Tío haga realidad sus sueños y deseos.
Quizás por
eso una mujer, entrevistada por la
prensa paceña, manifestó que ella asistía a la Curva del Diablo para agradecerle
al Tío por los favores que recibió en su vida. Aunque no soy adoradora del Mal
–dijo–, vengo con mucha fe ante el Tío, porque él me cumplió muchas cosas. En
mi vida han pasado muchas cosas malas, tenía mucha pena y él me ayudó a aliviarla
con sus poderes mágicos.
Otro
testimonio da cuenta de que el Tío no es malo sino milagroso, que protege a los
necesitados, a quienes son víctimas de maldiciones, a quienes padecen de enfermedades
terminales o sufren de otros males. A mí me ayudó mucho. Era alcohólico y
ahora dejé la bebida gracias a él, confesó un joven alteño, mientras ch’allaba
y prendía una vela blanca como retribución por el apoyo y los presuntos favores
recibidos.
Las supersticiones, casi siempre contrarias a la fe
religiosa y la razón, son inherentes a la mentalidad ecléctica de una gran
parte de los habitantes de la ciudad de El Alto, donde se ensamblan las
concepciones católicas con las visiones paganas de las culturas ancestrales, que
sostienen la creencia de que las deidades del subsuelo, como es el caso del
Supay (diablo), no sólo tiene atributos de maldad, sino también de bondad,
exactamente como el Tío de la mina, a quien los trabajadores le rinden pleitesía
tributándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.
A
poco de retirarme del lugar, donde la gente se reúne como por arte de hechicería,
sólo atiné a pensar en que a las autoridades de la municipalidad no se les
ocurra, como en el año de 2011, destruir con una excavadora mecánica este segundo
altar, porque los peregrinos a la Curva del Diablo no se darán por vencidos y,
en menos de que cante un gallo, construirán un nuevo altar en algún otro sitio
de la Autopista que conecta a ciudad de La Paz con El Alto, convencidos de allí
donde manda el diablo no manda Dios y mucho menos las autoridades ediles de la
sede de gobierno.
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