LA
REALIDAD SOCIAL EN LA POESÍA
DE
ALBERTO GUERRA GUTIÉRREZ
Alberto
Guerra Gutiérrez (Oruro, 1930 – 2006). Poeta, investigador cultural y profesor
innato. Trabajó de joven en el interior de la mina; vivencia que supo
traducirla en una poesía sentida y explosiva, como en Manuel Fernández y
el itinerario de la muerte, que es el retrato dramático de un trabajador
del subsuelo, quien, tras ser retirado por la empresa minera, acaba sus días en
la calle, reventado por la silicosis y el alcohol.
Su
legado bibliográfico, en varios géneros literarios, es fecundo y merece un
estudio serio. Fundó y dirigió la revista literaria El Duende, que
actualmente se edita como suplemento del diario LA PATRIA. Formó parte de la
segunda generación del grupo literario Gesta Bárbara. Ejerció como
profesor en varios distritos mineros, coordinó proyectos culturales en la
Universidad Técnica de Oruro y en la Alcaldía Municipal. Fue miembro de número
de la Academia Boliviana de la Lengua y de la Asociación Latinoamericana del Folklore.
Alberto
Guerra Gutiérrez, como pocos de los escritores de su generación, fue un
incansable animador de las manifestaciones folklóricas en su ciudad natal y un
reconocido mentor de los poetas más jóvenes, a quienes los reunía en encuentros
literarios y los encaminaba por los senderos de la poesía. Era una persona de
trato amable y hablaba siempre con la sinceridad entre las manos. No en vano
nos dice en los versos de uno de sus poemas: Mi casa tiene ojos claros/
como el alba/ y una rosa enamorada/ atisbando por rendijas/ de su puerta que es
mi propio corazón,/ hecho de maderas dulces y de esperanza. Así era
Alberto Guerra Gutiérrez, un poeta que tenía las puertas abiertas de su
corazón, dispuesta a dejar pasar a cualquiera que quisiera acercarse a la
sensibilidad más honda de este gran tejedor de pasiones, sueños y palabras.
En
septiembre de 1991, en ocasión del primer encuentro de poetas y narradores
bolivianos realizado en Estocolmo, le pregunté cómo y cuándo empezó su interés
por el quehacer poético. Me miró algo sorprendido, aspiró el humo del
cigarrillo y contestó: En mi vida tuve dos profesores; uno ha sido Juan
Revollo, quien, estando yo en el quinto o sexto curso de primaria, fue el
primero en hablarnos de la métrica del verso y de la gramática castellana. Él
nos enseñó la composición de las coplas y los versos. A mí me gustaron mucho
sus lecciones y escribí, a modo de ejercicio, muchas coplas, que acabaron
gustando entre los compañeros de mi clase. Por desgracia, no he tenido el
cuidado de conservar estas primeras composiciones. En secundaria, tuve otro
gran profesor de lenguaje y literatura, Luis Carranzas Siles, quien, con
paciencia y habilidad didáctica, nos introdujo en el estudio de la literatura.
De este modo empecé a leer seriamente las obras de los clásicos, como 'Don
Quijote' de Cervantes y 'Hamlet' de Shakespeare. No sólo aprendí
a memorizar los versos de Bécquer y Espronceda, sino también a estudiarlos,
junto a otras obras del modernismo literario que, habiendo nacido en América a
principios de siglo XX, volvían de España con voces tan firmes como las de
García Lorca y Juan Ramón Jiménez. Ahora bien, estando todavía en el colegio,
me reuní con algunos amigos, con Humberto Jaimes, Ricardo Lazzo y Héctor Borda,
entre otros, que formaban parte de la segunda generación de Gesta Bárbara,
movimiento poético al que yo me incorporé en 1947. Desde entonces, empecé a
asumir con seriedad el quehacer poético, pero pensando siempre en poner la
poesía al servicio de los oprimidos, tratando de hacer de la poesía 'la
voz de los sin voz'. Creíamos que el sector minero estaba demasiado
reprimido no sólo social y económicamente, sino también espiritualmente; por
eso, tanto Borda Leaño como yo, tratamos de seguir los surcos trazados por Luis
Mendizabal, Walter Fernández Calvimontes y otros, y tratamos de hacer una
poesía minera, denunciando las atrocidades y las injusticias que se cometían
contra este sector.
A
varios años de su muerte, la ciudad de Oruro y su Carnaval, Patrimonio Oral e
Intangible de la Humanidad, lloran todavía por la partida de este escritor con
alma de niño, que supo ganarse el aprecio de sus coterráneos con la humildad y
la honestidad que lo caracterizaban. Actualmente, una plaza y una biblioteca
llevan su nombre, y esperemos que sean más las instituciones educativas y
públicas que estampen el nombre de Alberto Guerra Gutiérrez, como un justo
homenaje a una personalidad que, con los versos y la historia de su corazón, lo
dio todo por su terruño hecho de mitos, leyendas, folklore y sufrimientos.
Alberto
Guerra Gutiérrez, considerado uno de los escritores más importantes de la
literatura infantil boliviana, era un niño grande en toda la extensión de la
palabra y un poeta que sabía compartir las tristezas de los niños desamparados y
las alegrías de quienes gozaban de protección y cariño. En su afán por
revelarnos el lado más humano y sensible de su personalidad, elaboró la
antología El mundo del niño, junto al escritor Hugo Molina Viaña.
No conforme con esto, escribió el poemario Baladas de los niños
mineros, un maravilloso libro dedicado al niño trabajador, a ese niño
que, en lugar de asistir a la escuela, jugar y gozar de su infancia, se ve
obligado a trabajar en los tenebrosos socavones de la mina. Por todo esto, la
poesía infantil de Alberto Guerra Gutiérrez es un grito de protesta, pero
también un grito de esperanza.
Datos
bibliográficos
Poesía: Gotas de Luna (1955); Siete poemas de sangre o la historia de mi
corazón (1964); De la muerte nace el
hombre (coautor, 1969); Baladas de
los niños mineros (1970); Yo y la
libertad en exilio (1970); Antología
de la poesía del amor (1971); Tiras
de poesía Lilial (1978); La tristeza
y el vino (1979); Manuel Fernández y
el itinerario de la muerte (1982); Hálito
que se descarga en pos de la belleza (1989); Égloga elemental y una revelación de íntimo recogimiento (2000); Obra poética (2003). Investigación: Antología del Carnaval de Oruro (3 v., 1970); Guía del investigador de campo en folklore (1970); La picardía en el cancionero popular (1972);
Estampas de la tradición de una ciudad
(1974); El Tío de la mina (1977); El Carnaval de Oruro a su alcance
(1987); Pachamama (1988); Chipaya, un enigmático grupo humano
(1990); Folklore boliviano (1990). Antología: Antología de la poesía del amor (1971); La poesía en Oruro (coautor con Edwin Guzmán, 2004). Su obra
inédita está siendo cuidadosamente recopilada por su esposa Celia Cuevas de
Guerra.
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