domingo, 10 de diciembre de 2023

LA SEÑORA DE LA CONQUISTA

Leer el libro Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, cronista de la época y compañero de expedición de Hernán Cortés, me motivó a escribir La señora de la conquista, En el voluminoso libro de Díaz del Castillo, que cayó en mis manos por casualidad, encontré referencias de una esclava indígena que, tras haber sido entregada por los caciques mayas, en calidad de obsequio, a los conquistadores que arribaron a las costas del golfo de México, se convirtió en amante, consejera e intérprete del conquistador. Ella fue una suerte de llave que, gracias a su conocimiento de los idiomas náhuatl, maya y castellano, le permitió a Cortés abrir las puertas del Imperio Azteca.

A Malinche se la conoce también como Malinalli, Malintzin o doña Marina. Es la figura emblemática de una epopeya en la que pasó a ser un instrumento más poderoso que la pólvora y el caballo. Malinche fue testigo de los acontecimientos importantes de la conquista, ya que sirvió de intérprete del prisionero Moctezuma II en el palacio de Axayácatl; peleó al lado de los conquistadores en la famosa batalla de la Noche Triste, en la que los guerreros aztecas, al mando de Cuitláhuac, expulsaron a los conquistadores de Tenochtitlán; presenció la captura y el tormento de Cuauhtémoc, antes de que éste fuese colgado en un lejano bosque de las Hibueras y antes de que el Imperio Azteca fuese finalmente sometido a sangre y fuego.

Desde entonces, Hernán Cortés, capitán general de la armada, y Malinche se paseaban por templos, plazas y calzadas, contemplando el nacimiento de una nueva urbe en medio de la desolación y la muerte. Sobre la ciudad destruida se edificaba otra ciudad distinta, sobre las ruinas de los antiguos templos se construían otros templos y sobre las antiguas creencias se imponía un proceso de evangelización para extirpar las idolatrías.

Los amantes, que a lo largo de la conquista lucharon codo a codo, en las buenas y en las malas, bajo el sol y bajo la lluvia, se fundieron como el anverso y reverso de una misma moneda, dispuestos a iniciar el traumático mestizaje en las tierras de la Nueva España, que emergió del violento encuentro entre vencedores y vencidos.

El proyecto de la novela, que nació de la inquietud de conocer los entretelones de un hecho histórico grandioso y fascinante, como fue la conquista del Imperio Azteca, me llevó a revisar algunos documentos de la época, escritos por los cronistas que acompañaron a Cortés en su campaña militar, que se inició en 1519 y culminó en 1521, hasta que por fin, mientras leía los relatos parecidos a los que se leen en Amadís de Gaula, de Rodríguez de Montalvo, o Tirante el Blanco, de Joanot Martorell, me vi atrapado en una maraña de datos que constituyeron la base de esta novela histórica.

Lo interesante de esta epopeya, escrita casi siempre por hombres, era que Malinche, en su condición de esclava y mujer indígena, no fue rescatada en su verdadera dimensión histórica debido al prejuicio patriarcal de entonces; lo peor es que, en la visión de muchos mexicanos, ella pasó a simbolizar a la mujer que se entregó a los conquistadores, traicionando a sus hermanos de raza y cultura. Lo que yo quise hacer con la novela fue reivindicarla en su condición de mujer y situarla en un proceso histórico que, a pesar de la destrucción y la violencia encarnizada, inició el mestizaje, el sincretismo religioso y el nacimiento de nuevas culturas en las tierras ocupadas.

La conquista fue un hecho trascendental para la Corona española y las tropas de Hernán Cortés, quien, montado en brioso caballo y acompañado de otros tres jinetes que formaban la vanguardia, ingresó al corazón del Imperio Azteca, seguido por cuatrocientos españoles de a pie, resguardados por doce de a caballo, la artillería, otro escuadrón de jinetes, los bagajes y más de seis mil indígenas que se aliaron con los conquistadores para derrotar al emperador Moctezuma, a quien lo consideraban su enemigo principal.

La conquista implicó un genocidio de gigantescas proporciones y la destrucción de una de las civilizaciones precolombinas más significativas de lo que sería el continente americano. Los supervivientes del asedio, en medio de las masacres y el saqueo despiadado de sus riquezas, abandonaron la ciudad de las pirámides, dejando atrás un reguero de muertos y heridos por las armas de artillería y caballería de quienes serían los nuevos amos en las tierras del llamado Nuevo Mundo.

En cada capítulo de la novela, estructurada sin más recursos que el arte de la palabra escrita y los datos cronológicos que proporciona la historia, se reconstruye la vida de una esclava indígena convertida en señora durante la épica empresa de conquista de la esplendorosa civilización azteca. Sin embargo, aunque en la novela se manejan hechos y personajes de la vida real, tiene un tratamiento literario donde se amalgaman la realidad y la ficción.

Por otro lado, la elaboración de La señora de la conquista me enseñó que para escribir una novela histórica había que ser un meticuloso observador de las relaciones sociales y un auténtico relator de los sentimientos humanos que, en mi modesta opinión, son dos de los factores inherentes en una buena creación literaria, sobre todo, cuando está anclada en un proceso histórico tan complicado como fue la conquista de la civilización azteca, donde se experimentó el predominio de una cultura sobre otra y el sometimiento de los vencidos a los valores ético-morales de los vencedores.

La señora de la conquista, al ser una historia que explaya la relación sentimental entre Malinche y Hernán Cortés, me permitió explotar una temática que no siempre se refleja en las novelas históricas. En este libro, en cambio, el amor es concreto en lugar de platónico. Así que las escenas amorosas y eróticas aparecen descritas con una sensualidad que está presente en varios episodios. Considero que la relación entre un hombre y una mujer, que representan a diferentes culturas, no solo es compleja, contradictoria y difícil, sino que aporta elementos que enriquecen una narrativa de amor, que surge en medio del desencuentro cultural, los fragores de la guerra, las matanzas, los saqueos y la zozobra que no duerme ni deja de acechar a cada instante.

Aunque Malinche fue la concubina de Hernán Cortés entre 1519 y 1525, el capitán general de la armada, que tuvo en ella su hijo mestizo Martín, la casó con el hidalgo español Juan Jaramillo, quien, a pesar de que ella era india, madre soltera y ex concubina de dos españoles, la aceptó como a su legítima esposa y tuvieron una hija a la que llamaron María. Se especula que con este enlace matrimonial, Hernán Cortés cumplió la promesa de libertad que le había prometido a ella al inicio de la conquista, aparte de que le pagaba por sus servicios otorgándole las encomiendas de Huilotlán y Tetiquipac –que por herencia le correspondían– y le proporcionó una excelente posición social. No obstante, la vida de concubinato y marital de Malinche, aunque se quedó en una casa que Cortés le construyó en Coyoacán, muy cerca de Tenochtitlán, no tuvo un final feliz. Fue separada de su primer hijo y, poco después de dar a luz a su hija María, que tuvo con Juan Jaramillo, murió en la ciudad de las pirámides en 1529, víctima de la epidemia de viruela que en ese año asoló a la reciente creada Nueva España.

Escribir la novela La señora de la conquista, desde el punto de vista literario y personal, ha significado constatar que un escritor de nacionalidad boliviana no es ajeno a los acontecimientos que atañen a la historia de México y que es capaz de abordar una temática que tuvo su epicentro en la época en que los conquistadores ibéricos andaban tras la búsqueda de nuevas tierras, que poseían las riquezas que las monarquías europeas necesitaban para su propia sobrevivencia, sus guerras de expansión territorial y el afán de establecer su dominio político, social, económico, religioso y cultural en todas sus colonias, donde se cometieron crímenes de lesa humanidad y se impuso, a nombre de Dios, el Rey y el Papa, un régimen virreinal que blandía la cruz y la espada como efectivas armas de colonización.  

sábado, 2 de diciembre de 2023

MICROS

Cuestión de diablos

Un Diablo cayó al agua.

Otro Diablo lo sacó,

mientras un tercero se preguntaba:

¿Cómo diablos se cayó?


En el desierto

La mujer cayó de la cabalgadura mientras dormía. El caballo relinchó ante la presencia de una serpiente, provocó la estrepitosa caída de su jinete. Ella, cuando despertó, no sabía cuándo ni cómo pasó, pero estaba sola y abandonada entre las salvajes dumas del desierto.

 

El hombre de la botella

Sumergido en su enésima borrachera, sabía que lo más importante, después de haberse zambullido en los toneles de aguardiente, era volver a trepar por sus empinadas paredes, alcanzar el borde, salir con vida y cargado de una sabiduría que solo se aprende tras tocar fondo, donde hay un cofre de riquezas que un día perdió el Diablo.

 

Monstruos

Si el sueño de la razón produce monstruos, entonces el monstruo de la razón produce más monstruos.

 

El locoto

–El locoto colorado es sabroso –dijo mi suegra.

–Sí, señora –corroboré su gustito–. Es sabroso porque pica dos veces.

Mi suegra, poniéndose colorada como el loco, se sonrió picarona y añadió:

–Sí, pues, pica al comer y pica al…

sábado, 25 de noviembre de 2023

LA BELLA Y LA BESTIA, UNA HISTORIA DE MAGIA Y ESPERANZA

Muchísimos cuentos de hadas hablan de un príncipe convertido en monstruo o animal salvaje, debido a los hechizos de una malvada bruja; ésta es la condición con la que sobrevive, casi siempre escabulléndose en ámbitos penumbrosos, el monstruo que simboliza la animalidad integrada en la condición humana, hasta que es redimido por el beso y el amor de una doncella.

La Bella y la Bestia, probablemente, en sus diversas versiones, sea el cuento de la tradición oral que, entre grandes y chicos, ha tenido más éxito en todas las culturas y épocas, desde que la escritora Marie Leprince de Beaumont (1711-1780), que abrevió y modificó las antiguas versiones bajo los simples arquetipos del cuento de hadas, publicó El almacén de los niños  (1757), en el que se incluyó su versión de La Bella y la Bestia, y que el cineasta francés Jean Cocteau lo llevó a la pantalla en 1946, con un éxito que popularizó la imagen de una bestia, con aspecto de león, quien, tras haber sido víctima de un hechizo, vivía escondido en su castillo, hasta que la presencia de una bella mujer transformaría su infortunio en felicidad.

El poder del amor como argumento

La Bella y la Bestia es un cuento fantástico cuya acción transcurre en un mundo imaginario, donde la magia es eficaz y el amor es capaz de vencer los obstáculos. Todo comienza con la historia de un viejo mercader, viudo y con tres hijas. Dos mayores, presuntuosas y vanidosas, y una menor, humilde y bondadosa, a quien por su belleza llaman Bella,

El mercader, tras realizar un viaje, se dirige desde el puerto rumbo a su casa, pero se pierde en el bosque, hasta que se refugia en un castillo encantado, habitado por una misteriosa Bestia, quien, al encontrarlo en el jardín, le ofrece descanso y alimento,y lo retiene en el castillo como su prisionero. El mercader le pide que lo libere. El monstruo promete hacerlo, pero a condición de que le conceda en matrimonio a una de sus hijas.

Cuando el mercader retorna a su hogar, les cuenta a sus hijas lo que le había pasado en el bosque y el castillo. Las hijas mayores no quieren saber nada de las pretensiones del monstruo, a diferencia de la hija menor, la Bella, que se ofrece cumplir la promesa de su padre, yéndose a vivir en los ricos aposentos de la Bestia, quien la visita cada noche, suplicándole que se case con él, pero ella le rechaza una y otra vez, hasta que cierto día, ve en su espejo mágico que su anciano padre está muy enfermo. Entonces le ruega a la Bestia que permita verlo por última vez. La Bestia accede a su pedido, con la condición de que regrese al castillo antes de ocho días.

La Bella no vuelve a tiempo y encuentra a la Bestia agonizando en el jardín, debido a la tristeza que le causó su ausencia. Ella se arrodilla ante la Bestia, quien exhala sus últimos alientos de vida, y, entre lágrimas y súplicas, le pide que no se muera, porque lo ama y quiere ser su esposa. La Bestia, al escuchar estas mágicas palabras, sana y se transforma en un apuesto príncipe. Acto seguido, él le revela que, por medio del encantamiento de una malvada bruja, había sido convertido en una horrible bestia para que ninguna mujer deseara casarse con él; y que la única manera de romper con la maldición era que alguien se enamorara de él, pero sin antes conocer el porqué del encantamiento.

La Bella y el príncipe se casan y viven felices en el castillo, junto a su padre, mientras las dos hermanas mayores son transformadas en estatuas de piedra, pero sin perder la consciencia, para que sean testigos de la felicidad de la Bella y el príncipe, quien dejó de ser Bestia por la magia y el poder del amor. 

Entre la realidad y la ficción

Si este tipo de historias fuesen ciertas y se replicaran en la vida real, sería una maravilla, como una maravilla son los cuentos que abordan temas donde se amalgaman la realidad y la fantasía, procurando que los elementos fantásticos y mágicos parezcan también realidades comunes y cotidianas.

Sin embargo, lo cierto es que los cuentos como La Bella y la Bestia, que están estructurados sobre la base de la desbordante imaginación de los autores, son narraciones que juegan con la fantasía del lector y que no tienen la función de impartir lecciones de senso-moral ni ser textos didácticos para enseñar a discriminar lo que es bello y lo que es feo, pero tampoco son temas donde la fantasía debe diferenciarse de la realidad. Por cuanto la La Bella y la Bestia es un cuento de la tradición oral, donde la ficción puede superar a la realidad, al menos, si se necesita de estos cuentos para superar la inseguridad y falta de autoestima.

Con todo, este cuento clásico continúa conquistando los corazones de grandes y chicos, que sueñan con esta mágica historia de amor y fantasía, que a los lectores les permite abrigar la ilusión y la esperanza de que la belleza de una persona no está en su físico, sino en su personalidad, ya que lo más importante no es la belleza superficial, sino el bondadoso corazón que posee un individuo, como si tuviese un bello príncipe atrapado en su interior.

La Bella y la Bestia, al margen de la fantasía y la magia que encierra en su estructura literaria, es una idealización de un romance en el que se justifica que el hombre puede parecerse a la Bestia mientras tenga sentimientos nobles. O un mero enunciado lírico para quienes creen que el hombre mientras más feo, más bello. Está claro que este dicho se dice por decir, sobre todo, si nos enfrentamos a los actuales cánones de belleza masculina que, así no se reconozca públicamente, es tan importante como la belleza femenina. Es cuestión de ingresar a las redes sociales para advertir que los artistas, cantantes y deportistas que más cotizan son aquellos cuyas figuras son más atractivas por su aspecto físico que por su competencia intelectual, más por lo que lucen por fuera que por lo que atesoran por dentro.

Fealdad y belleza

La Bella y la Bestia es la perfecta metáfora de una relación amorosa donde la belleza de la mujer se sobrepone a la del hombre, que, aun siendo chato, gordo y feo, es apreciado por otras cualidades más internas que externas, o, simplemente, porque posee poderes sociales, políticos y económicos, ya que un hombre acaudalado no es lo mismo que un pobretón, como un hombre con renombre familiar no es lo mismo que el hijo del vecino.

Cuando una madre obliga a su hija, joven y hermosa, a contraer nupcias con un hombre viejo, chato y feo, aunque acaudalado, es como obligarle a tragarse un sapo vivo, condenarla a vivir en una relación que no es de su agrado y que de por sí le provoca aversión. Esto no quiere decir que el sapo, al menos según las magníficas versiones de los cuentos de hadas, pueda convertirse en un bello príncipe si se le da un beso.

El cuento también se ha interpretado como una crítica a los matrimonios por conveniencia. La unión de una mujer, especialmente joven y bella, con un hombre acaudalado y mucho mayor que ella. El cuento enseña que si las mujeres buscan el auténtico amor en el interior de sus ancianos maridos, pueden encontrar al príncipe que se esconde tras la apariencia de bestias. O que ellas mismas consigan esa transformación por medio de su amor. La diferencia de edades y condiciones sociales, en este caso, no tienen ninguna importancia si el amor es más grande que las apariencias físicas.

Una niña puede creer que el sapo puede convertirse en príncipe, porque intelectualmente se encuentras en la etapa del pensamiento mágico, a diferencias de una adolescente, que no cree que un sapo pueda trocarse en príncipe, porque su pensamiento corresponde a la etapa del razonamiento lógico y porque sabe que es imposible que el sapo sea un príncipe encantado y que un hombre de horrible aspecto pueda trocarse en bello después de un beso.

Las adolescentes están convencidas de que los cuentos donde las bestias, los sapos y las serpientes pueden trocarse en bellos príncipes son solo cuentos, que están lejos de la realidad y que, en el sentido terapéutico como lo afirmaba el psicoanalista Bruno Bettelheim, son algo así como una cura o un consuelo para quienes viven aquejados por su fealdad. Por cuanto La Bella y  la Bestia, al margen de ser una bella historia, no deja de ser una fantasía difícil de aplicar en la realidad, en esa realidad donde no es difícil diferenciar entre lo que es bello y lo que es feo.

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

LA CHICHARRONERÍA DE DOÑA MARUJITA

Un fin de semana en Llallagua, cuando se tienen ganas de comer un buen chicharrón, lechón o fricasé, es cuestión de viajar por la carretera asfaltada, llamada diagonal Jaime Mendoza, inaugurada oficialmente en diciembre de 2018, hasta llegar, luego de atravesar una serranía árida, pedregosa y polvorienta, a las afueras de Uncía, capital de la provincia Rafael Bustillo del departamento de Potosí y ciudad que sobrevive gracias a la agricultura, ganadería y explotación minera.

A orillas de esta ciudad de población bilingüe, donde sus habitantes hablan con desparpajo el quechua y el español, se encuentra la Chicharronería Marujita, donde comer… ¡Es un placer!, que atiende los domingos y feriados, a partir de las 11:00 de la mañana.

Se camina unos metros en dirección a la Plaza 6 de Agosto, y allí mismo, a media cuadra y a mano derecha, está la casa con fachada de color naranja, ubicada en la Calle Sucre 29, reconocible por el nombre viñeteado en la pared frontal, donde se lee: Restaurante Marujita. No hay cómo perderse, el local está a la vista de los peatones, que pasan y repasan por este local que existe desde la pasada centuria.

Se atraviesa el dintel de un portón de madera y, de pronto, uno aparece en un patio lleno de mesas, sillas y toldos improvisados, de lona y plástico, de todos los colores y tamaños, para resguardarse del sol, la lluvia y los vientos que arrecían desde los cerros. No parecen elementos decorativos para resaltar la imagen de la vivienda, sino cubiertas necesarias para protegerse de las inclemencias de la intemperie.

El ambiente desprende un olor a carne frita y tiene un aspecto de casa antigua, de esas casas donde parece haberse detenido el aire y el tiempo  de otros tiempos. El piso está cubierto por losas y una alfombra de césped sintético. Allí, entre muros que se levantaron con adobes hechos de barro, mezclado con arenilla y paja brava, habita y reina doña Marujita, quien, como toda fiel devota del patrono San Miguel Arcángel, cuya festividad se celebrada a fines de septiembre, atiende, ataviada con un impecable mandil con bolsillos y una pañoleta en la cabeza, con amabilidad y expresión amigable a cada uno de los comensales que cruzan el dintel del portón que da a la calle.

Al fondo del patio está la pequeña cocina, cuyo techo de calamina, oxidado y ligeramente hundido, soporta el peso de piedras de diversos tamaños. Ahora bien, si las piedras están colocadas encima del techo, al margen de ser una suerte de ornamento de la vivienda, es para sujetar las calaminas que, en tiempos en que sopla el viento sin contemplaciones, pueden ser desclavadas de las vigas y volar por los aires como hojas de papel.

Doña Marujita sabe que la buena atención al comensal es la clave para ganarse la simpatía y el aprecio de todos quienes volverán una y otra vez, bajo la lluvia o bajo el sol, a servirse los platillos de fricase, lechón y chicarrón, especialidades de la casa, donde se respira libertad y ganas de tragarse todo lo que contiene el platillo.

Doña Marujita prepara el chicharrón a la vista de los consumidores, a modo de lucir sus conocimientos en materia gastronómica. A veces, mientras está ocupada en sus quehaceres, se le desborda el caldo de la paila y cae sobre el fuego y las brasas, provocando una humareda que pronto es amainada con experiencia y destreza acumuladas durante años, como quien aprendió a domar el fuego, avivando las brasas que brincotean como pequeños diablillos entre la pared circular de la k`oncha (fogón de barro).

El chicharrón se cocina en la grasa derretida del mismo cerdo, en una enorme paila de cobre que, a su vez, está puesta sobre un fogón hecho de barro, preparado en fuego a leña, y el emplatado se remata con un chorro de frituritas de la piel del cerdo. El platillo es acompañado con mote blanco, papas con cáscara, chuño y, como es natural, no pude faltar su exquisita llajwa (salsa picante elaborada con tomates, locotos, sal y killkiña).

Un aparato de sonido, ubicado en la plataforma de tablas, es controlado por uno de sus hijos, quien, al mejor estilo de un discojoke, pone música variada y de sobremesa –con preferencia los boleros mejicanos, los vals peruanos y los clásicos del folklore boliviano, como los Karkas, Savia Andina y el Dúo Sentimiento, entre otros–, para acompañar a los comensales que, con los dedos convertidos en cubiertos y la mirada puesta en los platos de comida, se zampan los caldos, las carnes, los motes, las papas y los chuños, con una avidez que parece haber sido acumulada por mucho tiempo.

A un costado del patio, donde están las pailas puestas sobre el ojo de las k´onchas, tiznadas por el hollín y el humo, las carnes están cocinándose entre burbujas de grasa, hervido por las brasas y el fuego a leña, un detalle que le da una característica especial a las comidas preparadas por las divinas manos de doña Marujita, quien mira con un ojo las pailas de cobre y con el otro a los comensales, quienes se sirven la comida con todos los sentidos, casi sin hablar ni respirar. Ellos comen con las manos, como dispuestos a chuparse los dedos después de cada bocado, sin ser necesariamente gourmets de gusto refinado y exigente paladar.

Doña Marujita, a pesar del peso de sus años y los achaques que se le manifiestan de tanto en tanto, se mueve como una ardilla, de un lado a otro y sin tregua, como si estuviese acostumbrada a trabajar desde siempre, sin quejarse ni tomarse una pausa, como si su trabajo fuese el mejor premio que ganó en la vida, no solo porque este trabajo le ha permitido mantener a su familia, sino también porque le da una profunda satisfacción el simple hecho de dejar conformes a sus comensales, quienes le expresan su respeto, admiración y su infinito agradecimiento por haber convertido su tiempo de almuerzo en un momento inolvidable y en una fiesta para el paladar.

Doña Marujita cocina con pasión y sabiduría, convencida de que los hombres, las mujeres y los niños, se llevarán a casa el estómago lleno y el corazón contento. Pues, como ya se sabe, el placer de comer no solo entra por los ojos, sino también por el olor, el color y el sabor de una comida emplatada con el cariño de quien sabe que no es lo mismo comer por comer que deleitarse con cada bocado que explosiona en la boca.

Su cocina, donde se ingresa por una puerta angosta y una grada de piedra, no luce una hornalla industrial ni un mesón de respetables dimensiones, sino unas mesitas, un estante con utensilios, cubiertos, vasos, platos, boles de plástico y otros, que le dan la apariencia de ser una cocina familiar, donde uno se siente como en su propia casa, donde faltan los típicos muebles de un restaurante, pero donde sobra el calor de hogar y el aire de bienvenida que se respira por doquier.

Doña Marujita es una gastrónoma de sepa y se dedica al arte culinario por herencia familiar. Ella aprendió a cocinar al lado de su madre y al lado del fogón, mirando como la carne de cerdo cambia de textura a medida que se fríe en la grasa del animal más sucio, pero el más delicioso de la cocina popular. Doña Marujita es una de las cocineras más prestigiosas de Uncía, conoce las técnicas de preparación del chicharrón y el fricasé, la calidad de los ingredientes con solo olerlos y palparlos, y, lo que es más importante, conoce los componentes culturales de esta magia culinaria que es una virtud reservada solo para las mujeres que convierten en delicias todo lo que tocan.

Si uno mira en derredor, constata que los comensales se zampan el contenido del plato con la avidez de los parroquianos que, después de una noche de copas, buscan servirse una buena porción de chicharrón o fricasé, intentando reparar la resaca que produce retorcijones en la panza y zumbidos en la cabeza.

El fricasé de cerdo es un platillo típico del altiplano boliviano, aunque tenga su origen en la cocina francesa y su nombre sea fricasseé. Es un caldo picante que incluye trozos de carne, nudos, cuero y costillas de cerdo. Este platillo se aliña con un aderezo de cebollas blancas finamente picadas, comino molido, pimienta negra, dientes de ajo, finamente picados, orégano desmenuzado y ají panca picante, lo que le confiere un color rojizo. Después de una cocción de dos horas y media en la paila, al punto en que las carnes están casi desprendiéndose de los huesos, el fricasé está listo para ser servido en un plato hondo, preferentemente de barro cocido, con chuños negros y un puñado de mote de maíz blanco, esparcido en el caldo humeante y aromático, y, como es de rigor, se acompaña con llajwa, que se muele en el batán de piedra que está en el patio, cerca de la puerta de la cocina.

De pronto aparece, como salido de la nada, una perrita de nombre Beba y de raza shar pei (piel de arena), que merodea alrededor de las mesas y se asoma a los comensales, luciendo las arrugas en su frente y su hocico grueso, a la espera de que alguien le tire un trozo de carne, pero tiene que ser carne como su labio carnoso, porque, como catador de los sabrosísimos platillos que prepara su dueña. Eso sí, como todo gourmet de gusto delicado y exquisito paladar, no come ni roe huesos, menos los huesos que le arrojan con desprecio. Esta perrita longeva, que inspira amor y ternura, no solo es un animal de compañía sino también la celosa guardiana del restaurante, donde se pasea a paso lento, exhibiendo su pelo leonino, sus ojos oscuros, sus orejas caídas y su parada de medio metro, como si ella fuera la misma ama y señora de este restaurante donde se sirven platillos con sabor y estilo nortepotosinos, y que, en mérito a sus años de servicio, forma ya parte del patrimonio gastronómico y cultural de Uncía. Ojalá que este patrimonio no se muera nunca y que la afamada dama, de menuda estatura y sonrisa afable, sea reconocida por parte de las autoridades ediles con los mayores honores, por tratarse de un punto más de atracción turística, donde los visitantes de todo el país, urgidos por saciar el hambre y relajarse del cansancio, son acogidos con el corazón y las puertas abiertas de este restaurante tradicional, que desde un principio invita a retornar hacia el sabroso olor de sus pailas y el acariciante calor del fuego a leña que emanan las ennegrecidas k´onchas.

Al término de una buena comilona, doña Marujita se acerca a las mesas, llenas de platos, gaseosas y botellas de cerveza, para invitar, como un cariño de la casa, una jarrita de vino oporto a manera de asentativo para bajar y digerir mejor el chanchito. Las comidas y el vinito son delicias que deben probarse alguna vez en este restaurante uncieño, que parece la casa del jabonero, donde el que no cae…

jueves, 9 de noviembre de 2023

HISTÓRICAS MUJERES DEL NORTE DE POTOSÍ

En los pasados días, y con motivo de celebrar un aniversario más de la gesta libertaria de la ciudad de Potosí, que se concretizó el 10 de noviembre de 1810, salió a luz el folleto Nortepotosinas en la historia de la mujer boliviana, elaborado por el escritor Víctor Montoya y la bibliotecaria Lourdes Peñaranda Morante, actual responsable del Archivo Histórico Minero de Catavi, Regional de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).

El folleto, publicado bajo el sello de Ediciones La Cueva del Tío, es un compendio que registra a las mujeres que, con autoridad moral y esfuerzo tesonero, descollaron en distintos ámbitos a nivel local, nacional e internacional, como dignas representantes de las mujeres nacidas en las provincias de la zona norte del departamento de Potosí.

En el preámbulo se afirma: La historia de Bolivia está llena de eventos heroicos donde las mujeres fueron las grandes protagonistas, y las nortepotosinas, en el siglo XIX, XX y XXI, han hecho su parte, desde las trincheras del hogar, la vida política, sindical, económica, cultural, deportiva y la investigación científica, sin más propósito que legitimar sus derechos en una sociedad patriarcal, que durante siglos la negó por su condición biológica y su lugar en las esferas sociopolíticas del país (…) Por fortuna, en la actualidad es evidente la presencia de las mujeres en todos los estamentos del Estado, con iniciativas que defienden los derechos de la mujer y velan por los intereses de una nación con equidad de género, justicia social, exenta de racismo y toda forma de discriminación. Las mujeres nortepotosinas brillan con su presencia en la historia de la mujer boliviana. Ahí tenemos el caso de María Amelia Chopitea Villa, la primer doctora boliviana; las escritoras Martha Mendoza Loza, Tula Mendoza Loza, Paz Nery Nava Bohórquez, Jael Oropeza de Pérez; las compositoras de música folklórica como Luzmila Carpio Sangüesa, Cornelia Veramendi Mamani y Nardy Barrón; las investigadoras como Amalia Dávila de Gallardo, Carola Campos Lora; las deportistas Paulina Medrano, Judith Quiñones, Judith Terceros y muchas otras que, debido a razones obvias, aún no se han dado a conocer en la vida pública, pero que, debido a su talento y su aporte significativo en el campo de las ciencias, la tecnología, el deporte, la política y la cultura, un buen día ocuparán, con legítimo derecho, el lugar que les corresponde en la historia nacional (…) Esperemos que estos apuntes de nombres y datos, reunidos en el presente folleto, además de echar más luces sobre una realidad no siempre visibilizada por la historia oficial, sirva para ir rescatando a las mujeres nortepotosinas que supieron contribuir al desarrollo del país con la fuerza de su inteligencia, su honda sensibilidad, su asombrosa creatividad, su inclaudicable lucha y su gran valor humanista.

El folleto Nortepotosinas en la historia de la mujer boliviana (noviembre, 2023), es el inicio de un trabajo de largo aliento, que requiere sistematizar los datos sobre la vida y obra de quienes, acaso sin pensarlo ni proponérselo, se convirtieron en personalidades paradigmáticas, constituyéndose en ejemplos para las jóvenes del presente y el futuro, y en mujeres que, contraviniendo los códigos retrógrados y conservadores, se atrevieron a tumbar los muros del sistema patriarcal y romper con las ataduras del machismo, que no siempre supo reconocer las virtudes de la mujer ni aceptar su ineludible presencia en los diversos contextos de la vida nacional.


 

viernes, 20 de octubre de 2023

EN LA CASA DE UN ESCRITOR PERUANO

El escritor peruano Roberto Rosario Vidal, contra toda opinión y pronóstico, construyó una hermosa casa al pie de un escarpado cerro, en un terreno que nadie apreciaba en el pasado y que él pagó un precio que, por entonces, no le sacó un ojo de la cara, sino una magnífica idea, como eso de construir una residencia donde cupieran todas las aventuras de su imaginación.

Mi casa se hizo a golpes de paciencia y dedicación, me dijo, mientras el conductor venezolano nos miraba, de tanto en tanto, a través del espejo retrovisor. Roberto se reacomodó en el asiento del auto, señaló con el dedo hacia un cerro y, sonriéndose de sus propias ocurrencias, añadió que ahí estaba su casa, el laboratorio de sus creaciones literarias y el refugio donde se recluía para leer y escribir todo cuanto caía en sus manos y en su mente.

Entretanto el auto recorría, entre semáforos y trancaderas, por una amplia avenida cuyo nombre no recuerdo, él me refería algunas experiencias de su vida como funcionario público del Ministerio de Educación en Desarrollo Comunal; lo que le permitió peregrinar por las provincias y distritos de los departamentos de Lima, Ica y Ayacucho, capacitando a los profesionales del magisterio, pero, eso sí, sin dejar de mencionarme los episodios más cómicos y escabrosos que recreó en algunas de las páginas de sus libros que, sin ser enteramente autobiográficos, son testimonios vividos en primera persona y vivencias experimentadas en carne propia.

La casa está ubicada en las afueras de Lima, allí donde ahora creció una urbanización cosmopolita, con todos los servicios básicos, edificios modernos, escuelas y hasta una universidad; lo suficiente como para intuir que esta barriada periférica será, en poco tiempo más, otra de las zonas residenciales de la capital peruana.

Cuando nos apeamos del auto y nos despedimos del conductor, quien dejó su Venezuela natal para instalarse en Lima con ganas de triunfar a puro pulso, entramos en la casa y cruzamos el living. Roberto se me adelantó un poco y me condujo hacia un patio lleno de árboles y plantas. Miré en derredor, una y otra vez, imaginándome que la construcción no pudo haber sido nada fácil debido a la especial topografía del cerro, que él aplanó con pico, pala y carretilla, para luego construir su nidito familiar casi a su imagen y semejanza, con el asesoramiento de su esposa y el visto bueno de sus hijos. Levantó las habitaciones con amplias ventanas, arborizó el patio y sembró plantas variopintas. En la ladera del cerro, construyó una cascada artificial, con aguas que parecen brotar de las rocas, precipitándose hacia una pequeña fuente que él se ingenió como si formara parte de uno de sus cuentos o novelas de ambiente minero.


Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la perforación que hizo entre las rocas del cerro, con la ilusión de convertirla en una suerte de socavón natural, como quien ha trabajado toda una vida en las cuencas mineras del Perú y que, una vez jubilado tras los años idos y la misión cumplida, no se resigna a perder la costumbre de internarse en una bocamina. No en vano, entre 1989 y 2009, trabajó como consultor en gestión de recursos humanos, iniciando su largo periplo por diversas empresas mineras: Minas San Vicente (Chanchamayo), Quiruvilca, San Simón, Sayapuyo y Cascaminas (La Libertad), Chungar (Cerro de Pasco), Casapalca y San Juan (Lima), Catalina Huanca (Ayacucho). Producto de esta experiencia son los cuentos y las novelas en las que describe la cruda realidad social y económica de los mineros y sus familias.

La mina personal de Roberto Rosario Vidal, como todas las minas del mundo, tiene características y nombre propios. Se llama Mina Bonita, Nivel 435, y está ornamentada con cerámicas incaicas, lámparas, guardatojos y una serie de herramientas que recuerdan al laboreo minero de la época colonial y republicana. Todas las piezas dan la sensación de haber sido recolectadas como reliquias de alto valor histórico y sentimental.

A la pregunta: ¿Por qué esta obsesión de abrir una mina en tu propia casa? La respuesta es única y concluyente: Porque quería tener, aunque sea de manera simbólica, una mina en el patio de mi casa. Además, el cerro me permitió darme este gustito y realizar mi sueño. Entendí, asimismo, que no tuvo que trabajar mucho en su construcción, debido a que el socavón se abrió casi solo en la falda del cerro, cerca de las habitaciones que parecen empotradas en la roca viva y dura.

No salía de mi asombro al constatar que esta casa, arrimada al pie del cerro y con una mina de yapa, era única por su enorme biblioteca, flanqueada por cuadros, cerámicas, pinturas originales, diplomas, pergaminos y medallas, que este escritor acumuló desde su juventud, desde que decidió dedicar su alma e imaginación a los niños y adolescentes peruanos. Las medallas, que lucen dentro de una vitrina contigua al escritorio, le concedieron en diferentes eventos literarios tanto dentro como fuera de su país. Para él son como los trofeos que exhiben los deportistas, convencido de que su esfuerzo no fue en vano y que valió la pena desde todo punto de vista.

Otro detalle. En la entrada a la Mina Bonita, Nivel 435, está la estatuilla del Muki, con aspecto de gnomo o duendecillo orejón, pero no se siente la presencia del Chinchilico, ese ser demoniaco que también merodea a los trabajadores en los socavones del Perú, quizás porque todavía no hay un artista que lo tallara en roca mineralizada o lo esculpiera en greda. Sin embargo, nuestro anfitrión sabe que, más temprano que tarde, el Chinchilico ocupará, con impactante omnipresencia  y legítimo derecho, el lugar que le corresponde en esta casa de singular arquitectura.

La Mina Bonita, Nivel 435, de Roberto Rosario Vidal (Lima, 1948), es una más de sus fantasías hecha realidad, o, al menos, un escenario que permite situarse en una bocamina abierta como el bostezo del Muki, personaje fantástico de la mitología minera peruana, dueño de las riquezas minerales y ser tutelar de los trabajadores, a quienes, a veces, les juega bromas pesadas y les causa espanto escondiéndose entre los pliegues de las rocas y cubriéndose con el oscuro manto de las galerías.

Este escritor del cuento Lámpara de minero (2007), las novelas Volcán de viento (2008) y Pique Esperanza. Volcán de fuego (2018), es, sin duda alguna, uno de los firmes representantes de la literatura minera peruana, tanto así que, en 2021, no dudé en elaborar a cuatro manos la antología La narrativa minera peruano-boliviano, con los textos de una serie de autores de ambos países, con la plena seguridad de que este compendio sería la confirmación de una gran amistad y un trabajo mancomunado que iría reafirmándose con el paso del tiempo.

El escritor peruano, peruanísimo, es un excelente anfitrión y un sincero amigo de los verdaderos amigos. No escatima esfuerzos en enseñar los sitios más emblemáticos de su ciudad natal ni en deshacerse en atenciones. Cualquiera que esté en compañía de este ser de palabras andantes e infinitas anécdotas, como quien está en compañía de un buen libro, tendrá siempre la sensación de que los minutos compartidos son de gran provecho y que de ellos no quedará más que un grato recuerdo, iluminándose con luz propia en la mente y el corazón.  

 

martes, 10 de octubre de 2023

AUTOR BOLIVIANO RECONOCIDO EN PERÚ

En el marco del 42 Encuentro Nacional e Internacional de Literatura Infantil y Juvenil en Perú, auspiciado por la APLIJ y la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión de Cerro de Pasco, el escritor Víctor Montoya fue reconocido por la Universidad, con una Resolución Vicerrectoral Académica y una Medalla de Honor otorgada por la comisión organizadora del Encuentro, en homenaje al escritor pasqueño Armando Casquero Alcántara, nacido en 1923 y fallecido en 1968.

El escritor boliviano, a tiempo de recibir la medalla, agradeció a los docentes y estudiantes del Programa de Estudios de Comunicación y Literatura  de la Universidad, con sede en la ciudad de Oxapampa, y a los directivos de la Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil, que vienen promoviendo anualmente la producción y difusión de una de las literaturas que, en las últimas décadas, se ha establecido como una de la más importantes en el ámbito de las letras universales.    

martes, 19 de septiembre de 2023

VÍCTOR MONTOYA INVITADO A ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ESCRITORES EN PERÚ

El narrador boliviano participará en el XLII Encuentro Nacional e Internacional de Literatura Infantil y Juvenil - APLIJ, en homenaje al escritor cerreño Armando Casquero Alcántara, a realizarse en la ciudad de Oxapampa-Perú, entre el 28 y 30 de septiembre de 2023. El Encuentro está organizado por la Universidad Nacional Armando Alcides Carrión de Cerro de Pasco, en el marco de su Programa de Estudios de Comunicación y Literatura.

Víctor Montoya dará una conferencia sobre el libro de texto y la literatura infantil y juvenil fantástica. Al término del Encuentro, está también invitado a dictar conferencias en torno a la literatura minera para docentes y estudiantes de la Escuela de Formación Profesional de Educación Secundaria y la Facultad de Ciencias de la Educación y Literatura de la Universidad Nacional Armando Alcides Carrión, donde permanecerá hasta el 2 octubre, conforme a la invitación cursada por el Director Armando Carhuachín, el docente David Elí Salazar y el escritor Roberto Rosario Vidal.

miércoles, 30 de agosto de 2023

 

ESTATUA DE FILEMÓN ESCÓBAR EN CATAVI

La mañana del 27 de agosto de 2023, en la Plaza 6 de Agosto de la población de Catavi, perteneciente al municipio de Llallagua de la provincia Rafael Bustillo del departamento de Potosí, se descubrió la estatua de Filemón Escóbar, histórico líder sindical y dirigente político de renombre nacional. La estatua fue realizada por Wilson Zambrana, galardonado pintor y escultor orureño.

El acto programado por la Sub alcaldía, con el principal objetivo de rescatar una parte de la memoria histórica del proletariado de la Empresa Minera Catavi, contó con la participación de las autoridades ediles y las fuerzas vivas de esta población memorable y revolucionaria. Asimismo, estuvieron presentes los familiares de Filemón Escóbar, su viuda, sus hijos y nietos, pero también algunas personalidades del ámbito político, sindical y cultural, quienes hicieron usó de la palabra para destacar la vida y obra de uno de los dirigentes sindicales que nunca temió en generar encendidas polémicas con sus pensamientos, discursos y acciones políticas en los contextos donde se sentía convocado por su conciencia de clase y su función de protagonista de las luchas sociales.

Por otro lado, los miembros del Movimiento Cultural Pictórico Miguel Alandia Pantoja, invitados al acto de descubrimiento de la estatua de Filemón Escóbar, expusieron, en la Plaza 6 de Agosto, reproducciones de las pinturas del muralista llallagueño, quien fuera camarada y amigo personal del dirigente minero. La exposición llamó la atención de los presentes por la calidad estética de las obras plásticas y el mensaje revolucionario que Alandia Pantoja plasmó en sus murales y pinturas realizadas a caballete.

Filemón Escóbar nació en la ciudad de Uncía en 1934 y falleció en la ciudad de Cochabamba en 2017. En su prolongada y ardua actividad política, en defensa de los derechos laborales y sindicales, destacó desde su juventud en el Sindicato de Siglo XX. Ejerció como dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Central Obrera Boliviana (COB). 

En 1986, mientras era secretario general del sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, redactó la Tesis de Catavi, cuyo argumento central fue oponerse al Decreto 21060 y la relocalización, y crear un plan de emergencia,para la rehabilitación de COMIBOL y la diversificación de la producción. El documento fue aprobado primero por el sindicato de Catavi y posteriormente, como documento oficial de los trabajadores bolivianos, en el XXI Congreso Nacional Minero, realizado en la ciudad de Oruro, entre el 12 y 19 de mayo de 1986. Poco después, con los argumentos de esta misma tesis se realizó la Marcha por la Vida durante el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estenssoro.

Filemón Escóbar, en su dilatada actividad política y sindical, ocupó un escaño en la Cámara de Diputados entre 1989 y 1993. En el periodo legislativo 2002-2003, ocupó la vicepresidencia del Senado, cuando ocupaba la secretaría general del Movimiento Al Socialismo (MAS), partido que fundó junto a la Confederación de Trabajadores del Trópico Cochabambino y del que se apartó por diferencias políticas e ideológicas.

Entre sus obras destacan: Testimonio de un militante obrero (1984); La tesis de Catavi (1986); La mina vista desde el guardatojo (1986); De la revolución al Pachakuti: El aprendizaje del respeto recíproco entre blancos e indios (2008); El Evangelio es la encarnación de los derechos humanos (2011); Semblanzas (2014). Escribió tanto como leyó, motivado por la necesidad de transmitir, de su puño y letra, sus experiencias vividas y sufridas, y sin más esperanzas que dejar un testimonio aleccionador para los luchadores sociales del presente y el futuro.

La estatua de Filemón Escóbar está donde debe estar, cerca de los predios del sindicato de trabajadores de Catavi, donde se estructuró la empresa estañífera más importante de Bolivia y el mundo, desde que Simón I. Patiño adquirió, en1924, las propiedades del consorcio chileno que extraía nuestro recurso natural en la montaña de Llallagua; en las pampas de este mismo distrito se ejecutó la masacre minera en diciembre de 1942 y se firmó el Decreto de la Nacionalización de las Minas el 31 de octubre de 1952.

Aunque la empresa Minera Catavi quedó desmantelada después de la relocalización, en la actualidad puede constatarse que ha experimentado una reestructuración inminente, con la refacción de sus edificios emblemáticos, como el Teatro, la Casa Gerencia  (actual Archivo Histórico Minero) y los baños termales, entre otros. A todo esto se han añadido las nuevas viviendas familiares y la construcción de los flamantes edificios de la Universidad Nacional Siglo XX, que tendrá varias de sus carreras extendidas en este distrito, donde hasta fines de este año contará también con la carrera de Formación Político Sindical (FPS), cuyo edificio será el mejor símbolo de esta universidad que nació como un proyecto revolucionario de los trabajadores, quienes, desde principios de las décadas de los años 70, pugnaron por tener una Casa Superior de Estudios para los hijos de los mineros y campesinos, con estructura orgánica y compromiso social.

La estatua de Filemón Escóbar, sin lugar a dudas, se convertirá en un punto más de atracción turística para los visitantes tanto nacionales como extranjeros, interesados en conocer el pasado histórico del combativo sindicato de trabajadores de Catavi, que desde su nacimiento fue el hermano mellizo del sindicato de Siglo XX, donde Filemón Escóbar se formó políticamente e hizo sus primeras armas junto a otros líderes y caudillos del movimiento obrero boliviano.

NUEVA EDICIÓN DE CONVERSACIONES CON EL TÍO DE POTOSÍ

Ya se publicó la segunda edición de Conversaciones con el Tío de Potosí, del escritor Víctor Montoya, bajo el sello del Grupo Editorial Kipus, que se puso a la venta en la Feria Internacional del Libro en La Paz, el pasado mes de agosto de 2023. Se trata de una edición corregida y aumentada, conforme a las expectativas del autor y la línea editorial de Kipus, que no dudó en apostar, una vez más, por este libro demandado por los lectores de todo el país, debido a que estos relatos, en los cuales el autor entabla polémicas discusiones con el Tío de la mina, se abordan temas tanto profanos como sagrados, en los que no están exentos los tratados filosóficos, la sabiduría popular, los postulados religiosos y una fuerte dosis de humor que genera encendidas sátiras sociocultural del presente y el pasado.

El autor nos propone una lectura atenta de los diálogos, manejándose con recursos escriturales que deslumbran por su sencillez y precisión idiomática; una impronta que suele definir a los escritores que se esmeran en transformar el lenguaje coloquial, como por arte de magia, en una pirotecnia verbal revestida de calidad ética y estética tanto en su forma como en su contenido; una verdadera obra de creación literaria en la que se ensamblan, atados por el hilo argumental de los relatos, los elementos propios del realismo social y la fantasía del imaginario popular.

Esta obra literaria es un buen ejemplo de que la mitología minera tiene sus genuinos protagonistas y que la cosmovisión andina puede ser escrita y descrita a partir de las aventuras y desventuras de ese ser demoniaco creado por la imaginación de los mineros, conocido popularmente con el nombre de Tío, quien reina en las entrañas de la tierra, mimetizándose en oscuridad de las galerías, donde estableció su soberanía entre las vetas de mineral incrustadas como anguilas en las rocas de la Pachamama.

En las páginas del libro se cuenta que los mitayos de la colonia, que penetraron en los socavones para trabajar en condiciones de esclavitud, lo encontraron solitario y silencioso en los recovecos de la mina. En principio lo confundieron con el diablo de las creencias bíblicas, con sus facultades de maldad, fealdad y generadora de vicios y maleficios; pero después, al advertir que tenía actitudes más de bondad que de maldad, lo reconocieron como al Supay (Diablo), deidad ancestral del ukhupacha (mundo subterráneo), reencarnado en el Tío, protector de las riquezas minerales y los mineros, quienes, asumiendo una actitud de respeto y sumisa veneración, lo incorporaron con honda fe en su mundo familiar, rindiéndole pleitesía y bautizándole con el nombre de Tío, dios y diablo de la cosmovisión andina y la mitología minera.

Sea verdad o sea mentira, lo cierto es que los 38 relatos reunidos en Conversaciones con el Tío de Potosí, proyectándose en una dimensión de realidad y fantasía, penetran en la conciencia y sensibilidad del lector, interesado en conocer  el mundo mágico de las minas y los mineros, quienes, lejos de las tragedias descritas en la literatura del llamado realismo social, son individuos que tienen creencias y tradiciones arraigadas en las supersticiones propias de las culturas ancestrales, que aprendieron a sobrevivir a la catequización y extirpación de idolatrías.   

En el primer relato, titulado El Tío del Sumaj Orq´o, el autor nos presenta al personaje principal de la obra. Seguidamente, ambos se encierran en un cuarto apenas iluminado por una mortecina luz, para intercambiar opiniones sobre diversos temas que son de carácter pagano, religioso y científico, como si de veras los diálogos estuviesen estructurados sobre la base de argumentos válidos, ya sea para los creyentes como para los angosticos.

Los diálogos y las disputas entre el autor y el Tío son principales pilares que sostienen la estructura básica del libro, donde se lo retrata al personaje central, con sus luces y sus sombras, como si fuese un interlocutor de carne y hueso, y no un personaje mitológico creado por la fuerza y el candor de la invención popular, con varios atributos que recuerdan al príncipe de las tinieblas o al mismísimo Lucifer del infierno.

Conversaciones con el Tío de Potosí es un libro que, a lo largo de sus 328 páginas, ofrece conocimientos, entretenimiento y, lo más importante, un paseo literario por los laberintos de un personaje, mitad dios y mitad demonio, que puede moverse por doquier, con la misma destreza y sutileza de quien posee una personalidad omnipotente y poderes mágicos, capaces de envilecer a cualquiera que se deje llevar hacia el interior de la mina, hacia un tétrico submundo, donde los topos humanos explotan las rocas para hacerse de las riquezas minerales que le pertenecen a la Pachamamma, al Tío y la Chinasupay, al menos, según las tradiciones de quienes están acostumbrados a rendirles culto a los elementos mágicos y míticos, reales y ficticios, vivos y muertos de la cosmovisión andina.

Conversaciones con el Tío de Potosí es una de las obras centrales en la literatura minera escrita por el autor, que ya antes nos había sorprendido con libros como Cuentos de la mina, El laberinto del pecado y Crónicas mineras; toda una temática que no deja de fascinar a los lectores tanto dentro como fuera del país. En opinión de la crítica literaria, la narrativa de Víctor Montoya es una suerte de versión moderna de los cuentos y novelas de ámbito minero, una nueva forma de abordar, desde la perspectiva del Tío, el realismo mágico y mítico de los mineros bolivianos.  

 

miércoles, 26 de julio de 2023

FILEMÓN ESCÓBAR EN LA MEMORIA

El folleto La importancia de llamarse Filippo, parte integrante de una serie que está siendo publicada por Ediciones La Cueva del Tío, recoge el testimonio personal del autor, quien conoció al líder e ideólogo minero, Filemón Escóbar, desde su más tierna infancia, desde cuando vivía en las poblaciones de Llallagua y Siglo XX; escenarios donde la clase obrera experimentó triunfos y derrotas en sus históricos enfrentamientos contra las tropas armadas de los gobiernos de la oligarquía minero-feudal y las dictaduras militares.

Filemón Escóbar, más conocido como Filippo en el entorno familiar y cotidiano, fue un destacado dirigente sindical e ideólogo boliviano, cuyas concepciones políticas causaban polémicas y eran motivos de controversias, una constante que marcó su vida pública y lo puso siempre en el ojo del huracán.

Era dueño de una inteligencia natural y de un bagaje cultural que lo convirtió en un verdadero intelectual obrero, capaz de batirse, de igual a igual, con los pensadores más prominentes del ámbito cultural y político boliviano.  En su ardua lucha en defensa de los derechos laborales y sindicales de los obreros, destacó desde su juventud en el sindicato de trabajadores de Siglo XX. Ejerció como dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y de la Central Obrera Boliviana (COB).   

En 1986, mientras era secretario general del sindicato Mixto de Trabajadores de Catavi, redactó la Tesis de Catavi, cuyo argumento central era oponerse al Decreto 21060 y la relocalización, y crear un Plan de Emergencia para la rehabilitación de COMIBOL y la diversificación de la producción. El documento fue aprobado primero por el sindicato de Catavi y posteriormente, como documento oficial de los trabajadores bolivianos, en el XXI Congreso Nacional Minero, realizado en la ciudad de Oruro, entre el 12 y 19 de mayo de 1986. Poco después, con los argumentos de esta tesis se realizó la Marcha por la Vida durante el gobierno proimperialista y neoliberal de Víctor Paz Estenssoro.

En su dilatada actividad política y sindical, elogiada por unos y criticada por otros, ocupó un escaño en la Cámara de Diputados entre 1989 y 1993. Asimismo, en el periodo legislativo 2002-2003, ocupó la vicepresidencia del Senado, cuando ocupaba la secretaría general del Movimiento Al Socialismo (MAS), partido que fundó junto a las federaciones de cocaleros del Chapare y del que fue expulsado por diferencias políticas e ideológicas.

Escribió varios libros, desde Testimonio de un militante obrero (1984) hasta Semblanzas (2014), motivado por la necesidad de transmitir, con su puño y letra, sus experiencias vividas y sufridas, y sin más esperanzas que dejar un testimonio aleccionador para los luchadores sociales del presente y el futuro. 

El 21 de agosto de 2023, en homenaje a su legado político y sindical, y en coordinación con la subalcaldía de Catavi, se le erigirá un monumento cerca de los predios del sindicato de trabajadores de este distrito, donde se estructuró la empresa minera más importante del mundo, desde que Simón I. Patiño adquirió, en 1924, las propiedades del consorcio chileno que explotaba estaño en la montaña de Llallagua; en las pampas de este mismo distrito se ejecutó la masacre de 1942 y se firmó el Decreto de la Nacionalización de las Minas el 31 de octubre de 1952.

El folleto La importancia de llamarse Filippo está ilustrado con fotografías de Filemón Escóbar, captadas en distintas etapas de su vida política y sindical, pero también de su vida pública y familiar. El texto, que es una suerte de crónica periodística, fue escrito después de su deceso, acaecido en la ciudad de Cochabamba, a causa de un cáncer de pulmón, el 6 de junio de 2017.

miércoles, 19 de julio de 2023

LA ESCRITURA COMO TABLA DE SALVACIÓN

En el ciclo primario, en una escuelita que lleva el nombre del escritor Jaime Mendoza, fui un alumno regular y tenía serias dificultades en el aprendizaje de la lectura y escritura, debido más a problemas emocionales que neurológicos. No obstante, aunque no leía los libros de texto con el mismo interés y entusiasmo que advertía en el resto de mis compañeros, tenía una preferencia por leer las tiras cómicas de los diarios, las revistas de series, las historietas de Walt Disney o los cómics, que estimulaban mi interés por la lectura durante mi infancia y pubertad; más todavía, entre mis actividades extraescolares, me dedicaba a fletar revista los fines de semana en las puertas de los cines, donde los niños y adolescentes pagaban unas monedas por ver o leer las revista expuestas en una suerte de bastidor artesanal, que yo mismo construí con listones, bolsas de plástico y ligas que mi madre usaba para sujetar la cintura de los calzones. Mi oficio de revistero se prolongó hasta el día en que un ventarrón se llevó mis revistas por los aires, deshojándolos delante de mis ojos, como si hubiesen caído en el ojo de un huracán.

Cuando ingresé al ciclo medio, motivado por mi actividad política, empecé a leer a los clásicos del marxismo que, aun siendo de difícil comprensión para un novato en materia de sociología, economía y filosofía, me interesaban más que los libros de textos que se aplicaban en la enseñanza de las asignaturas de lenguaje y literatura. Ya entonces, a los 16 años de edad, me sentí picado por el deseo de crear un periódico escolar, donde los alumnos pudiesen manifestar, sin la mediación de los profesores, sus pensamientos y sentimientos.

Ese pequeño periódico, que se financiaba con la venta de los escasos ejemplares, llegó hasta el tercer número y luego desapareció por las mismas razones por las que dejan de circular las publicaciones que tienen buenas intenciones pero que no cuentan con recursos sostenibles. De modo que, frustrado en ese noble proyecto, pensé que el oficio de la literatura no era rentable ni una profesión con la que se podía vivir holgadamente, pero aun así, no perdí el interés por seguir manifestándome por medio de la palabra escrita ni dejé que la llama literaria que ardía en mi corazón se apagara como una vela.

Publicar mis octavillas en el periódico estudiantil de Mayo fue una experiencia maravillosa, que me permitió descubrir, acaso sin quererlo ni saberlo, que en mi fuero interno, en lo más profundo de mi ser, anidaba un escritor que, con el andar del tiempo, se manifestó en una celda solitaria y maloliente de la cárcel, donde me encerraron a los 18 años de edad, debido a mi compromiso social y mis actividades políticas contra la dictadura militar de los años 70.

En la cárcel, que fue mi gran escuela, aprendí de otros presos políticos que la libertad de expresión era uno de los principios elementales de los derechos humanos y uno de los instrumentos más útiles para la convivencia ciudadana. Allí mismo, recluido en un rincón de la celda, comprendí que no era saludable ambicionar las riquezas ni la vida sofisticada de la gente pudiente. Desde luego que, en mi caso, no fue un aprendizaje difícil, ya que desde mi infancia estaba acostumbrado a morder dos veces el pan duro antes de cada bocado y a limpiarme el trasero con una piedra a falta de papel higiénico. Por lo tanto, estaba contento de tener lo poco que tenía. No necesitaba trabajar como una bestia para acumular dinero, ni mandarse la parte ante nadie, ni derrochar fortuna alguna en trivialidades, ni mofándose de los menos afortunados, riéndome a costa de los excluidos del banquete de los ricos. 

Por otro lado, durante el periodo que pasé en la prisión, leí libros de literatura boliviana y latinoamericana, que otros presos me los prestaban y arrojaban por la mirilla de la celda, donde empecé a escribir mi primer libro de testimonio, con el mismo bolígrafo y en el mismo cuadernillo que me entregaron los torturadores para que delatara a mis compañeros de lucha, apuntando sus nombres y el lugar donde se escondían de la persecución desencadenada por la dictadura. Ese primer libro, que escribí burlando la vigilancia de los carceleros, se publicó en el exilio en 1979, con el título de Huelga y represión.

De modo que en mi adolescencia, por demás incomprendida y turbulenta, me aferré a la escritura como un náufrago se aferra a una tabla de salvación, consciente de que por medio de la creación literaria llegaría a ser un hombre libre, ya que la palabra escrita no conoce cárceles que la encierren ni balas que la maten. Así es como en mi adolescencia, hecha de luchas y represiones, de amores y desamores, de pesadillas y esperanzas, decidí dedicarme, casi por una necesidad existencial, al oficio de hilvanar palabras y a contar historias con absoluta libertad, porque sabía que en mi castillo construido con el material y la fuerza de la imaginación, podían convivir en armonía los personajes reales y ficticios que nacían de mi interior como criaturas del alma.

Por eso mismo, siempre pensé que las y los adolescentes, que deseaban escribir sus pensamientos y sentimientos, debían enfrentarse sin temor al papel en blanco o a la pantalla digital; primero, porque uno aprende a escribir escribiendo y, segundo, porque a través de la escritura, en la que uno adquiere sapiencia y experiencia poquito a poco, se aprende a convivir con los ángeles y demonios que, muchas veces, no nos dejan vivir ni dormir en paz.

Ejercer el arte de la escritura, si bien no nos proporciona una vida llena de bienes materiales ni reconocimientos, al menos nos permite ser libres mientras tengamos a mano un tema candente que, más que ser un material explosivo, parece un mechero a punto de encenderse con el fuego de la palabra. Es probable que no se gane en reputación con los pensamientos adversos a los intereses de los poderes de dominación, pero estoy seguro que se gana en experiencia, que es un bien que se aprende cada día de los errores inherentes a la condición humana. La literatura, en este contexto y sin dejar de causar placer estético entre los lectores que se acercan al arte de la palabra escrita, ha sido un ejercicio que permitió liberarme de mis propias ataduras, evitar los tropezones y denunciar las injusticias sociales.