LA SEÑORA DE LA CONQUISTA
Leer el libro Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo,
cronista de la época y compañero de expedición de Hernán Cortés, me motivó a
escribir La señora de la conquista,
En el voluminoso libro de Díaz del Castillo, que cayó en mis manos por
casualidad, encontré referencias de una esclava indígena que, tras haber sido
entregada por los caciques mayas, en calidad de obsequio, a los conquistadores
que arribaron a las costas del golfo de México, se convirtió en amante,
consejera e intérprete del conquistador. Ella fue una suerte de llave que,
gracias a su conocimiento de los idiomas náhuatl, maya y castellano, le
permitió a Cortés abrir las puertas del Imperio Azteca.
A Malinche se
la conoce también como Malinalli, Malintzin o doña Marina. Es la figura
emblemática de una epopeya en la que pasó a ser un instrumento más poderoso que
la pólvora y el caballo. Malinche fue testigo de los acontecimientos
importantes de la conquista, ya que sirvió de intérprete del prisionero
Moctezuma II en el palacio de Axayácatl; peleó al lado de los conquistadores en
la famosa batalla de la Noche Triste,
en la que los guerreros aztecas, al mando de Cuitláhuac, expulsaron a los
conquistadores de Tenochtitlán; presenció la captura y el tormento de
Cuauhtémoc, antes de que éste fuese colgado en un lejano bosque de las Hibueras
y antes de que el Imperio Azteca fuese finalmente sometido a sangre y fuego.
Desde
entonces, Hernán Cortés, capitán general de la armada, y Malinche se paseaban
por templos, plazas y calzadas, contemplando el nacimiento de una nueva urbe en
medio de la desolación y la muerte. Sobre la ciudad destruida se edificaba otra
ciudad distinta, sobre las ruinas de los antiguos templos se construían otros
templos y sobre las antiguas creencias se imponía un proceso de evangelización
para extirpar las idolatrías.
Los amantes, que a lo largo de la conquista lucharon
codo a codo, en las buenas y en las malas, bajo el sol y bajo la lluvia, se
fundieron como el anverso y reverso de una misma moneda, dispuestos a iniciar
el traumático mestizaje en las tierras de la Nueva España, que emergió del
violento encuentro entre vencedores y vencidos.
El proyecto de la novela, que nació de la inquietud de
conocer los entretelones de un hecho histórico grandioso y fascinante, como fue
la conquista del Imperio Azteca, me llevó a revisar algunos documentos de la
época, escritos por los cronistas que acompañaron a Cortés en su campaña
militar, que se inició en 1519 y culminó en 1521, hasta que por fin, mientras
leía los relatos parecidos a los que se leen en Amadís de Gaula, de Rodríguez de Montalvo, o Tirante el Blanco, de Joanot Martorell, me vi atrapado en una
maraña de datos que constituyeron la base de esta novela histórica.
Lo interesante de esta epopeya, escrita casi siempre por
hombres, era que Malinche, en su condición de esclava y mujer indígena, no fue
rescatada en su verdadera dimensión histórica debido al prejuicio patriarcal de
entonces; lo peor es que, en la visión de muchos mexicanos, ella pasó a
simbolizar a la mujer que se entregó a los conquistadores, traicionando a sus
hermanos de raza y cultura. Lo que yo quise hacer con la novela fue
reivindicarla en su condición de mujer y situarla en un proceso histórico que,
a pesar de la destrucción y la violencia encarnizada, inició el mestizaje, el
sincretismo religioso y el nacimiento de nuevas culturas en las tierras ocupadas.
La conquista fue un hecho trascendental para la Corona
española y las tropas de Hernán Cortés, quien, montado en brioso caballo y
acompañado de otros tres jinetes que formaban la vanguardia, ingresó al corazón
del Imperio Azteca, seguido por cuatrocientos españoles de a pie, resguardados
por doce de a caballo, la artillería, otro escuadrón de jinetes, los bagajes y
más de seis mil indígenas que se aliaron con los conquistadores para derrotar
al emperador Moctezuma, a quien lo consideraban su enemigo principal.
La conquista implicó un genocidio de gigantescas
proporciones y la destrucción de una de las civilizaciones precolombinas más
significativas de lo que sería el continente americano. Los supervivientes del
asedio, en medio de las masacres y el saqueo despiadado de sus riquezas,
abandonaron la ciudad de las pirámides, dejando atrás un reguero de muertos y
heridos por las armas de artillería y caballería de quienes serían los nuevos amos
en las tierras del llamado Nuevo Mundo.
En cada capítulo de la novela, estructurada sin más recursos que el arte de la palabra escrita y los datos cronológicos que proporciona la historia, se reconstruye la vida de una esclava indígena convertida en señora durante la épica empresa de conquista de la esplendorosa civilización azteca. Sin embargo, aunque en la novela se manejan hechos y personajes de la vida real, tiene un tratamiento literario donde se amalgaman la realidad y la ficción.
Por otro lado, la elaboración de La señora de la conquista me enseñó que para escribir una novela
histórica había que ser un meticuloso observador de las relaciones sociales y
un auténtico relator de los sentimientos humanos que, en mi modesta opinión,
son dos de los factores inherentes en una buena creación literaria, sobre todo,
cuando está anclada en un proceso histórico tan complicado como fue la
conquista de la civilización azteca, donde se experimentó el predominio de una
cultura sobre otra y el sometimiento de los vencidos a los valores
ético-morales de los vencedores.
La señora de la conquista, al ser una
historia que explaya la relación sentimental entre Malinche y Hernán Cortés, me
permitió explotar una temática que no siempre se refleja en las novelas
históricas. En este libro, en cambio, el amor es concreto en lugar de
platónico. Así que las escenas amorosas y eróticas aparecen descritas con una
sensualidad que está presente en varios episodios. Considero que la relación
entre un hombre y una mujer, que representan a diferentes culturas, no solo es
compleja, contradictoria y difícil, sino que aporta elementos que enriquecen
una narrativa de amor, que surge en medio del desencuentro cultural, los
fragores de la guerra, las matanzas, los saqueos y la zozobra que no duerme ni
deja de acechar a cada instante.
Aunque Malinche fue la concubina de Hernán Cortés entre 1519 y 1525, el
capitán general de la armada, que tuvo en ella su hijo mestizo Martín, la casó
con el hidalgo español Juan Jaramillo, quien, a pesar de que ella era india,
madre soltera y ex concubina de dos españoles, la aceptó como a su legítima
esposa y tuvieron una hija a la que llamaron María. Se especula que con este
enlace matrimonial, Hernán Cortés cumplió la promesa de libertad que le había
prometido a ella al inicio de la conquista, aparte de que le pagaba por sus
servicios otorgándole las encomiendas de Huilotlán y Tetiquipac –que por
herencia le correspondían– y le proporcionó una excelente posición social. No
obstante, la vida de concubinato y marital de Malinche, aunque se quedó en una
casa que Cortés le construyó en Coyoacán, muy cerca de Tenochtitlán, no tuvo un
final feliz. Fue separada de su primer hijo y, poco después de dar a luz a su
hija María, que tuvo con Juan Jaramillo, murió en la ciudad de las pirámides en
1529, víctima de la epidemia de viruela que en ese año asoló a la reciente
creada Nueva España.
Escribir la novela La señora de la conquista, desde el punto de vista literario y personal, ha significado constatar que un escritor de nacionalidad boliviana no es ajeno a los acontecimientos que atañen a la historia de México y que es capaz de abordar una temática que tuvo su epicentro en la época en que los conquistadores ibéricos andaban tras la búsqueda de nuevas tierras, que poseían las riquezas que las monarquías europeas necesitaban para su propia sobrevivencia, sus guerras de expansión territorial y el afán de establecer su dominio político, social, económico, religioso y cultural en todas sus colonias, donde se cometieron crímenes de lesa humanidad y se impuso, a nombre de Dios, el Rey y el Papa, un régimen virreinal que blandía la cruz y la espada como efectivas armas de colonización.