EN
LA CASA DE UN ESCRITOR PERUANO
El
escritor peruano Roberto Rosario Vidal, contra toda opinión y pronóstico, construyó
una hermosa casa al pie de un escarpado cerro, en un terreno que nadie
apreciaba en el pasado y que él pagó un precio que, por entonces, no le sacó un
ojo de la cara, sino una magnífica idea, como eso de construir una residencia
donde cupieran todas las aventuras de su imaginación.
Mi casa se hizo a golpes de
paciencia y dedicación, me dijo, mientras el conductor venezolano nos miraba, de tanto en
tanto, a través del espejo retrovisor. Roberto se reacomodó en el asiento del
auto, señaló con el dedo hacia un cerro y, sonriéndose de sus propias
ocurrencias, añadió que ahí estaba su casa, el laboratorio de sus creaciones
literarias y el refugio donde se recluía para leer y escribir todo cuanto caía
en sus manos y en su mente.
Entretanto
el auto recorría, entre semáforos y trancaderas, por una amplia avenida cuyo
nombre no recuerdo, él me refería algunas experiencias de su vida como funcionario
público del
Ministerio de Educación en Desarrollo Comunal; lo que le permitió peregrinar
por las provincias y distritos de los departamentos de Lima, Ica y Ayacucho,
capacitando a los profesionales del magisterio, pero, eso sí, sin dejar de mencionarme los
episodios más cómicos y escabrosos que recreó en algunas de las páginas de sus
libros que, sin ser enteramente autobiográficos, son testimonios vividos en primera
persona y vivencias experimentadas en carne propia.
La casa está ubicada en las afueras de Lima,
allí donde ahora creció una urbanización cosmopolita, con todos los servicios
básicos, edificios modernos, escuelas y hasta una universidad; lo suficiente
como para intuir que esta barriada periférica será, en poco tiempo más, otra de
las zonas residenciales de la capital peruana.
Cuando
nos apeamos del auto y nos despedimos del conductor, quien dejó su Venezuela
natal para instalarse en Lima con ganas de triunfar a puro pulso, entramos en
la casa y cruzamos el living. Roberto se me adelantó un poco y me condujo hacia
un patio lleno de árboles y plantas. Miré en derredor, una y otra vez,
imaginándome que la construcción no pudo haber sido nada fácil debido a la
especial topografía del cerro, que él aplanó con pico, pala y carretilla, para
luego construir su nidito familiar casi a su imagen y semejanza, con el
asesoramiento de su esposa y el visto bueno de sus hijos. Levantó las
habitaciones con amplias ventanas, arborizó el patio y sembró plantas
variopintas. En la ladera del cerro, construyó una cascada artificial, con
aguas que parecen brotar de las rocas, precipitándose hacia una pequeña fuente
que él se ingenió como si formara parte de uno de sus cuentos o novelas de
ambiente minero.
La
mina personal de Roberto Rosario Vidal, como todas las minas del mundo, tiene características
y nombre propios. Se llama Mina Bonita,
Nivel 435, y está ornamentada con cerámicas incaicas, lámparas, guardatojos y
una serie de herramientas que recuerdan al laboreo minero de la época colonial
y republicana. Todas las piezas dan la sensación de haber sido recolectadas como
reliquias de alto valor histórico y sentimental.
A
la pregunta: ¿Por qué esta obsesión de
abrir una mina en tu propia casa? La respuesta es única y concluyente: Porque quería tener, aunque sea de manera
simbólica, una mina en el patio de mi casa. Además, el cerro me permitió darme
este gustito y realizar mi sueño. Entendí, asimismo, que no tuvo que
trabajar mucho en su construcción, debido a que el socavón se abrió casi solo
en la falda del cerro, cerca de las habitaciones que parecen empotradas en la roca
viva y dura.
No
salía de mi asombro al constatar que esta casa, arrimada al pie del cerro y con
una mina de yapa, era única por su
enorme biblioteca, flanqueada por cuadros, cerámicas, pinturas originales,
diplomas, pergaminos y medallas, que este escritor acumuló desde su juventud, desde
que decidió dedicar su alma e imaginación a los niños y adolescentes peruanos.
Las medallas, que lucen dentro de una vitrina contigua al escritorio, le
concedieron en diferentes eventos literarios tanto dentro como fuera de su
país. Para él son como los trofeos que exhiben los deportistas, convencido de
que su esfuerzo no fue en vano y que valió la pena desde todo punto de vista.
Otro
detalle. En la entrada a la Mina Bonita,
Nivel 435, está la estatuilla del Muki, con aspecto de gnomo o duendecillo orejón,
pero no se siente la presencia del Chinchilico, ese ser demoniaco que también merodea
a los trabajadores en los socavones del Perú, quizás porque todavía no hay un
artista que lo tallara en roca mineralizada o lo esculpiera en greda. Sin
embargo, nuestro anfitrión sabe que, más temprano que tarde, el Chinchilico
ocupará, con impactante omnipresencia y legítimo
derecho, el lugar que le corresponde en esta casa de singular arquitectura.
La Mina Bonita, Nivel 435, de Roberto Rosario Vidal (Lima, 1948), es una más de sus fantasías hecha realidad, o, al menos, un escenario que permite situarse en una bocamina abierta como el bostezo del Muki, personaje fantástico de la mitología minera peruana, dueño de las riquezas minerales y ser tutelar de los trabajadores, a quienes, a veces, les juega bromas pesadas y les causa espanto escondiéndose entre los pliegues de las rocas y cubriéndose con el oscuro manto de las galerías.
Este
escritor del cuento Lámpara de minero (2007), las novelas Volcán
de viento (2008) y Pique Esperanza. Volcán de fuego (2018), es,
sin duda alguna, uno de los firmes representantes de la literatura minera
peruana, tanto así que, en 2021, no dudé en elaborar a cuatro manos la
antología La narrativa minera
peruano-boliviano, con los textos de una serie de autores de ambos países,
con la plena seguridad de que este compendio sería la confirmación de una gran amistad
y un trabajo mancomunado que iría reafirmándose con el paso del tiempo.
El escritor peruano, peruanísimo, es un excelente
anfitrión y un sincero amigo de los verdaderos amigos. No escatima esfuerzos en
enseñar los sitios más emblemáticos de su ciudad natal ni en deshacerse en
atenciones. Cualquiera que esté en compañía de este ser de palabras andantes e
infinitas anécdotas, como quien está en compañía de un buen libro, tendrá siempre
la sensación de que los minutos compartidos son de gran provecho y que de ellos
no quedará más que un grato recuerdo, iluminándose con luz propia en la mente y
el corazón.
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