viernes, 20 de octubre de 2023

EN LA CASA DE UN ESCRITOR PERUANO

El escritor peruano Roberto Rosario Vidal, contra toda opinión y pronóstico, construyó una hermosa casa al pie de un escarpado cerro, en un terreno que nadie apreciaba en el pasado y que él pagó un precio que, por entonces, no le sacó un ojo de la cara, sino una magnífica idea, como eso de construir una residencia donde cupieran todas las aventuras de su imaginación.

Mi casa se hizo a golpes de paciencia y dedicación, me dijo, mientras el conductor venezolano nos miraba, de tanto en tanto, a través del espejo retrovisor. Roberto se reacomodó en el asiento del auto, señaló con el dedo hacia un cerro y, sonriéndose de sus propias ocurrencias, añadió que ahí estaba su casa, el laboratorio de sus creaciones literarias y el refugio donde se recluía para leer y escribir todo cuanto caía en sus manos y en su mente.

Entretanto el auto recorría, entre semáforos y trancaderas, por una amplia avenida cuyo nombre no recuerdo, él me refería algunas experiencias de su vida como funcionario público del Ministerio de Educación en Desarrollo Comunal; lo que le permitió peregrinar por las provincias y distritos de los departamentos de Lima, Ica y Ayacucho, capacitando a los profesionales del magisterio, pero, eso sí, sin dejar de mencionarme los episodios más cómicos y escabrosos que recreó en algunas de las páginas de sus libros que, sin ser enteramente autobiográficos, son testimonios vividos en primera persona y vivencias experimentadas en carne propia.

La casa está ubicada en las afueras de Lima, allí donde ahora creció una urbanización cosmopolita, con todos los servicios básicos, edificios modernos, escuelas y hasta una universidad; lo suficiente como para intuir que esta barriada periférica será, en poco tiempo más, otra de las zonas residenciales de la capital peruana.

Cuando nos apeamos del auto y nos despedimos del conductor, quien dejó su Venezuela natal para instalarse en Lima con ganas de triunfar a puro pulso, entramos en la casa y cruzamos el living. Roberto se me adelantó un poco y me condujo hacia un patio lleno de árboles y plantas. Miré en derredor, una y otra vez, imaginándome que la construcción no pudo haber sido nada fácil debido a la especial topografía del cerro, que él aplanó con pico, pala y carretilla, para luego construir su nidito familiar casi a su imagen y semejanza, con el asesoramiento de su esposa y el visto bueno de sus hijos. Levantó las habitaciones con amplias ventanas, arborizó el patio y sembró plantas variopintas. En la ladera del cerro, construyó una cascada artificial, con aguas que parecen brotar de las rocas, precipitándose hacia una pequeña fuente que él se ingenió como si formara parte de uno de sus cuentos o novelas de ambiente minero.


Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la perforación que hizo entre las rocas del cerro, con la ilusión de convertirla en una suerte de socavón natural, como quien ha trabajado toda una vida en las cuencas mineras del Perú y que, una vez jubilado tras los años idos y la misión cumplida, no se resigna a perder la costumbre de internarse en una bocamina. No en vano, entre 1989 y 2009, trabajó como consultor en gestión de recursos humanos, iniciando su largo periplo por diversas empresas mineras: Minas San Vicente (Chanchamayo), Quiruvilca, San Simón, Sayapuyo y Cascaminas (La Libertad), Chungar (Cerro de Pasco), Casapalca y San Juan (Lima), Catalina Huanca (Ayacucho). Producto de esta experiencia son los cuentos y las novelas en las que describe la cruda realidad social y económica de los mineros y sus familias.

La mina personal de Roberto Rosario Vidal, como todas las minas del mundo, tiene características y nombre propios. Se llama Mina Bonita, Nivel 435, y está ornamentada con cerámicas incaicas, lámparas, guardatojos y una serie de herramientas que recuerdan al laboreo minero de la época colonial y republicana. Todas las piezas dan la sensación de haber sido recolectadas como reliquias de alto valor histórico y sentimental.

A la pregunta: ¿Por qué esta obsesión de abrir una mina en tu propia casa? La respuesta es única y concluyente: Porque quería tener, aunque sea de manera simbólica, una mina en el patio de mi casa. Además, el cerro me permitió darme este gustito y realizar mi sueño. Entendí, asimismo, que no tuvo que trabajar mucho en su construcción, debido a que el socavón se abrió casi solo en la falda del cerro, cerca de las habitaciones que parecen empotradas en la roca viva y dura.

No salía de mi asombro al constatar que esta casa, arrimada al pie del cerro y con una mina de yapa, era única por su enorme biblioteca, flanqueada por cuadros, cerámicas, pinturas originales, diplomas, pergaminos y medallas, que este escritor acumuló desde su juventud, desde que decidió dedicar su alma e imaginación a los niños y adolescentes peruanos. Las medallas, que lucen dentro de una vitrina contigua al escritorio, le concedieron en diferentes eventos literarios tanto dentro como fuera de su país. Para él son como los trofeos que exhiben los deportistas, convencido de que su esfuerzo no fue en vano y que valió la pena desde todo punto de vista.

Otro detalle. En la entrada a la Mina Bonita, Nivel 435, está la estatuilla del Muki, con aspecto de gnomo o duendecillo orejón, pero no se siente la presencia del Chinchilico, ese ser demoniaco que también merodea a los trabajadores en los socavones del Perú, quizás porque todavía no hay un artista que lo tallara en roca mineralizada o lo esculpiera en greda. Sin embargo, nuestro anfitrión sabe que, más temprano que tarde, el Chinchilico ocupará, con impactante omnipresencia  y legítimo derecho, el lugar que le corresponde en esta casa de singular arquitectura.

La Mina Bonita, Nivel 435, de Roberto Rosario Vidal (Lima, 1948), es una más de sus fantasías hecha realidad, o, al menos, un escenario que permite situarse en una bocamina abierta como el bostezo del Muki, personaje fantástico de la mitología minera peruana, dueño de las riquezas minerales y ser tutelar de los trabajadores, a quienes, a veces, les juega bromas pesadas y les causa espanto escondiéndose entre los pliegues de las rocas y cubriéndose con el oscuro manto de las galerías.

Este escritor del cuento Lámpara de minero (2007), las novelas Volcán de viento (2008) y Pique Esperanza. Volcán de fuego (2018), es, sin duda alguna, uno de los firmes representantes de la literatura minera peruana, tanto así que, en 2021, no dudé en elaborar a cuatro manos la antología La narrativa minera peruano-boliviano, con los textos de una serie de autores de ambos países, con la plena seguridad de que este compendio sería la confirmación de una gran amistad y un trabajo mancomunado que iría reafirmándose con el paso del tiempo.

El escritor peruano, peruanísimo, es un excelente anfitrión y un sincero amigo de los verdaderos amigos. No escatima esfuerzos en enseñar los sitios más emblemáticos de su ciudad natal ni en deshacerse en atenciones. Cualquiera que esté en compañía de este ser de palabras andantes e infinitas anécdotas, como quien está en compañía de un buen libro, tendrá siempre la sensación de que los minutos compartidos son de gran provecho y que de ellos no quedará más que un grato recuerdo, iluminándose con luz propia en la mente y el corazón.  

 

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