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jueves, 23 de mayo de 2013


MOSEBACKE

Cuando salgo a la calle, sin otro propósito que llegar a Mosebacke, primero abordó el autobús hasta Gullmarsplan y luego el metro que me deja en Slussen, estación por la cual transitan casi todos los peatones de la ciudad.

Me apeó en el andén y subo por las gradas que conducen hacia una plaza atestada de gente y de comerciantes vendiendo flores y frutas. A un lado de la plaza está el Museo de Estocolmo y, al otro, la magnífica construcción de Katarina Hissen, cuya silueta, recortada contra las aguas y el cielo, me provoca una sensación de vértigo, sobre todo, cuando entro en el ascensor que, en fracción de segundos, me deja en la plataforma más alta de Slussen.

A unos cien metros más adelante, cruzando por un puente metálico y venciendo una empinada gradería, me interno en la plaza de Mosebacke, donde, sentado a la sombra de los árboles, contemplo la cabina de teléfono antiguo y la estatua de las dos mujeres desnudas que, puestas en medio de una pileta de aguas cristalinas, parecen sirenas en una tarde ardiente de verano.

Al lado izquierdo, junto al Teatro del Sur, está el famoso restaurante de Mosebacke, cuya terraza, expuesta bajo la franela añil del cielo, permite tender la mirada sobre gran parte de Gamla Stan, como hizo una tarde de mayo Arvid Falk, el protagonista principal de la novela El salón rojo, de August Strindberg.

Desde mi asiento preferido, donde la brisa sopla en la cara, contemplo, entre revoloteos de palomas y graznidos de gaviotas, los puentes y barcos que decoran el canal y, a mis pies, una parte de Gamla Stan, donde las cúpulas y ventanas reflejan un pedazo de sol al declinar la tarde con su rosado resplandor.

El simple hecho de estar en el corazón de Estocolmo, fundado en 1352, es un acto de por sí inolvidable; primero, porque permite relajarse del estrés y el ajetreo cotidiano; y, segundo, porque ofrece un paisaje similar al de los cuentos de encanto, pues estar en la terraza de Mosebacke, rodeado de frondas verdes y azulinas aguas, es un modo de experimentar la belleza de la isla sobre la cual se erige la ciudad antigua, con sus casas apiñadas, calles angostas, arquitectura de reminiscencias medievales y canales cambiando de matices a la hora del poniente.

Al costado izquierdo, y a vuelo de pájaro, se distingue la cúpula de la Iglesia Mayor, desde la cual pueden dominarse los cuatro puntos cardinales de la ciudad y el laberinto de casas, con paredes de ladrillo, techos de latón y chimeneas alzándose hacia la concavidad del cielo. En este mismo lugar está emplazado el edificio del Parlamento, las oficinas gubernamentales y el Palacio Real.


Junto a la ribera del lago, y mirando hacia la ciudad antigua, se sobrepone el Ayuntamiento, donde todos los años tiene lugar la cena ofrecida a los galardonados con el Premio Nobel. La construcción, que demoró 12 años y requirió más de 19 millones de mosaicos, tiene una torre de oscuros ladrillos rojos, una bóveda de verde cobre, rematada con tres coronas doradas y un panorama que no conoce lengua capaz de describir su belleza.

Delante de Mosebacke, en la otra orilla del canal y en medio de un aire que huele a bosques, se divisa una hilera de museos y hoteles y, al costado derecho, el parque de distracciones oculto entre pinos y desniveles, y decorado por unos barcos que boyan en los muelles y otros que surcan las aguas del Mälaren. Más al fondo se pierde la vista y se hunde el horizonte que, en un día de verano, es una línea curva donde confluyen el cielo y la tierra.

Al desfallecer la tarde, los edificios caen en las aguas quebrando su simetría y dando la impresión de ser una ciudad anfibia, con una parte en la tierra y la otra en el canal. De pronto, al precipitarse la noche, se encienden las calles y los puentes en un alucinante juego de luces, como si la misma ciudad se hubiese sumergido en el agua con una transparencia y luminosidad inusuales. Al cabo de experimentar esta sensación, bajo un cielo constelado de estrellas, no queda más que retornar a mi casa, con la misma ilusión de siempre: volver a Mosebacke apenas le quite tiempo al tiempo y me invadan las ganas de sentarme junto al busto de August Strindberg y delante de un paisaje que, si bien no es comparable a las siete maravillas, tiene la magia de encandilar el corazón de los amantes fieles de la Venecia del Norte.    

jueves, 14 de marzo de 2013


LA SOLEDAD ENIGMÁTICA DE GRETA GARBO

Nacimiento de una estrella


Greta Louisa Gustafsson nació en un barrio sureño de Estocolmo, el 18 de septiembre de 1905, en el seno de una familia humilde. Era la tercera y última de los hijos de Anna Louisa Karlsson, una campesina de sangre lapona que ejercía como empleada doméstica, y Karl Alfred Gustafsson, un barrendero municipal que murió de tuberculosis a los 49 años de edad. 

La diva, que en su adolescencia trabajó como dependiente en unos almacenes y en una peluquería, entró en el cine desde la publicidad, al realizar un anuncio comercial para una casa de trajes de baño en calidad de modelo fotográfico. Desde entonces, impulsada por la curiosidad y la pasión intuitiva por la escena, visitó los camarines y los corredores del Söder Teater (Teatro del Sur) en Mosebacke, donde experimentó por vez primera la fuerza y la magia de ese ámbito donde se daban cita las estrellas del arte dramático, sin sospechar que ella misma, años después, se convertiría en una de las lumbreras más apasionantes del séptimo arte, gracias al fulgor de su belleza y su personalidad inaccesible, que le valió el sobrenombre de “la diva” 

En la Escuela Real de Arte Dramática de Estocolmo, donde estudió una temporada, entró en contacto, a los 18 años de edad, con el director de ascendencia judía Mauritz Stiller, quien en ese momento buscaba una actriz que interpretara el rol de Elizabeth Dohna en la película sobre La saga de Gösta Berling (1923), basada en la novela de la afamada escritora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de literatura en 1909. La película nunca se terminó de filmar, pero Greta Gustafsson, que fue rebautizada con el nombre de Greta Garbo y  convertida en estrella de la noche a la mañana, firmó un nuevo contrato para encarnar a la protagonista central en la película Den glädjelösa gatan (La calle sin alegría), dirigida por el alemán G. W. Pabst, en 1925. Un año más tarde, y con tres películas en su haber, Greta Garbo, contratada por la Metro-Goldwyn-Mayer, llega a Hollywood, donde arrolló con su belleza y su talento, primero en el cine mudo y seguidamente en el sonoro, interpretando una serie de roles que hoy se recuerdan con nostalgia y admiración, no sólo porque fue la primera actriz que en la pantalla entreabrió sus labios al besar, sino también por esa mágica aura que la iluminaba entera.


La diva del celuloide

De Greta Garbo no se conoce una sola fotografía que la muestre desnuda ante sus admiradores, aunque todos se la imaginan tan cimbreante como Marilyn Monroe y tan candorosa como Ingrid Bergman. De cualquier modo, la lozanía de su rostro, cuya fascinante belleza rompía con los cánones de la estética tradicional del cine norteamericano, recorrió el mundo y fascinó a millones de espectadores, quienes admiraban el perfil de su nariz respingona, el arco de sus cejas sometidas a una depilación casi total, la mirada sensual que desprendían sus ojos, el arco de amor de su labio de granate y el espeso maquillaje que convertía su piel en una porcelana, lista para ser captada por las cámaras que la seguían de lejos y de cerca. Aunque era una mujer recatada por naturaleza, mantenía una relación casi erótica con la cámara, pidiendo rodar sus escenas en platós cerrados, como quien no permite en su recámara más que la presencia del director, del galán y del fotógrafo. No en vano Cecil Beaton, su camaraman y enamorado secreto, confesó que verla era estar presenciando las más remotas profundidades del rostro humano.

Su ya famosa pose, tan difícil de imitar, con la cabeza echada hacia atrás y vista de perfil, es el fruto de un minucioso estudio de su figura. Según dicen algunos aficionados al cine, Greta Garbo aprendió a estirarse el cabello hacía atrás para traslucir inteligencia y no destruir la calma de su mirada, a cerrar la boca para ocultar sus incisivos, a caminar despacio para disimular la desproporción de sus piernas, a dibujarse la boca primero con labios finos y después más carnosos; en fin, que pasó por una suerte de metamorfosis para convertirse en la estrella más codiciada de Hollywood, en cuyos estudios rodó 27 películas, encarnando a personajes como a Mata Hari, Ana Karerina, Camille, Ninotchka, La reina Cristina de Suecia y Margarita Gauthier, hasta que se retiró del mundo de las candilejas en 1941, cuando sólo tenía 36 años de edad y poco después de haber rodado uno de sus más grandes filmes: La mujer de las dos caras, dirigido por George Cukor. Es decir, su paso por el cine fue tan enigmático como su retirada, dejando la fascinación y el misterio para asombro de generaciones venideras; algo que no ha sido eclipsado por la imagen emblemática de Rita Hayworth ni por ningún otro mito creado por el celuloide.


 La dama de la soledad

Apenas se retiró voluntariamente del mundo ficticio de Hollywood, Greta Garbo adoptó el seudónimo de Harriet Brown y se recluyó en un apartamento de Nueva York, de donde sólo salía para pasar algunas temporadas en Suiza y Francia. No obstante, su anonimato no fue del todo hermético, pues hay quienes dicen haberla visto pasar, recta y casi siempre apresurada, por Park Avenue; mientras otras miradas curiosas la vieron paseando en Manhattan o durante algún veraneo en Suiza, envuelta en ropas sin forma y ocultando sus grandes ojos detrás de unas gafas oscuras. Tampoco faltan quienes afirman que Greta Garbo se convirtió en una figura huidiza no tanto porque pretendía ocultarse de la gente, sino porque no soportaba los rayos del sol en la cara.

De cualquier modo, su decisión de cortar abruptamente los lazos con el mundo del espectáculo, en el que había transcurrido lo más deslumbrante de su carrera artística, rodeó su vida de una leyenda de impenetrable silencio y de una aureola de misterio que no ha dejado de fascinar con el correr de los años, puesto que tanto el silencio como la soledad que ella impuso en torno a su vida, hoy tienen su propio lenguaje y su propio magnetismo; más todavía, su introversión y su soledad contribuyeron a fomentar el enigma y a inmortalizar el mito de quien en plena juventud se negó a que el mundo supiera más de ella.

Greta Garbo, a diferencia de otras damas de Hollywood supo guardar celosamente los secretos de su compleja personalidad, manteniéndose hierática ante la curiosidad de quienes la acosaban por donde iba. De ahí que los incontables intentos periodísticos de traspasar la muralla de silencio que había construido en torno a su vida fueron vanos, porque esta mujer diva, que daba al cine el aire sacro de la misa, no ha dejado oír su voz ni al más avispado de los hombres de prensa, ya que ni en los momentos estelares de su carrera dejó trascender los episodios de su vida íntima.

La historia de Greta Garbo es la historia de una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa. Los periodistas son la peor raza que existe, manifestó en alguna ocasión, disgustada de que le formularan demasiadas preguntas. Asimismo, como era simple y falta de pretensiones en todas las facetas de su vida, le declaró a un amigo suyo la causa de su silencio: No soy tímida -le dijo-, no soy asocial. Hablo con facilidad con la gente que conozco. Pero no me interesa en absoluto la vida oficial. No me gusta aparecer en periódicos y revistas. No me gusta verme expuesta...

Cuando la Academia de Hollywood le concedió un Oscar honorífico en 1955, la actriz no se presentó a recoger el galardón, para no levantar aspavientos ni verse sometida a lo que ella consideraba: la tortura de la publicidad. Lo mismo ocurrió cuando el gobierno sueco le concedió una condecoración en 1983. La actriz se negó a viajar a Suecia para recogerla, exigiendo que fuera el embajador sueco en EE.UU. quien le entregara el premio en su propio apartamento, en Manhattan. Claro está, qué más podía exigir una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa, para no sufrir el tormento de estar en el punto de mira de la gente. Prefería estar sola, como en una de las escenas de la película Gran Hotel, donde el guionista la hizo repetir: Quiero estar sola, una frase hecha a su medida y su manera, que se convirtió en norma por el resto de sus días.

En julio de 1988, cuando el periodista sueco Sven Broman le preguntó: ¿cómo se sentía? Ella contestó: No me encuentro bien (...) Sólo puedo dar unos pocos pasos. La mayor parte del tiempo permanezco en mi casa, apenas como nada. Me siento triste. La vida que me rodea no es real. Siento la sensación de irme muriendo poco a poco, una sensación que parece haberla seguido desde los años de su infancia, tal vez por eso hay algo de cierto en esa anécdota que trascendió a la prensa en Hollywood, cuando la actriz asistió al estreno de una película, donde, luego de la sesión, alguien le preguntó: Parece usted cansada; sería mejor que se fuera a casa. Esto le habrá dejado a usted muerta. Se produjo un silencio y ella replicó: ¿Muerta? Ya llevo muerta muchos años

Con todo, nunca se llegará a saber la secreta pasión que se escondía en su corazón y su cerebro, si apenas se guarda la sospecha de que ella, al igual que Marilyn Monroe, sentía un impulso concreto hacia la maternidad, aunque nunca deseó tener hijos propios, quizás, debido a que ella misma era una niña vulnerable y andrógina, que llegó a ser la estrella más cotizada de Hollywood, gracias a su talento y su voluntad de hierro. Por lo demás, la personalidad de Greta Garbo, por su complejidad y su misterio, es un campo en el que sólo podrán penetrar los psicoanalistas más expertos y alguno que otro admirador que no pierde las esperanzas de conocer algo más de su vida, aunque ella, la diva, eligió sumergirse en un silencio impenetrable y en una soledad de la que nadie consiguió arrancarla por más de medio siglo, hasta que el 15 de abril de 1990 dejó de existir, en un hospital de Nueva York, no sin antes dejar una estela luminosa en el mundo del cine y ante los ojos de millones de espectadores que seguirán admirando su fascinante belleza, su enigmático rostro, su carcajada casi varonil y sus ojos luminosos y sensuales como sus labios.

lunes, 10 de diciembre de 2012

 
EL BOLÍGRAFO
 
El bolígrafo, junto al lápiz y la pluma fuente, es el instrumento manual más utilizado por los escritores en el proceso de la escritura, no en vano se dice que si el guerrillero carga su fusil tanto en la trinchera como en la línea de fuego, el escritor carga su bolígrafo tanto en el bolsillo de la camisa como en el bolsillo de la chaqueta; ambos dispuestos a usar sus armas en una contienda donde las balas hacen correr sangre y las palabras hacen correr tinta.
 
El bolígrafo, a diferencia del fusil, se caracteriza por su punta de escritura, generalmente de acero o tungsteno, que sirve para regular la salida de la tinta sobre el papel, a medida que se la hace rodar como la bola de un desodorante en las axilas. El tubo que contiene la tinta es de plástico o metal, y se encuentra en el interior de un armazón que permite asirlo entre los dedos con cierta comodidad. Dicho armazón está compuesto de base y tapón, con diversos mecanismos que sacan o retraen la punta de la carga para protegerla de golpes y evitar que manche el bolsillo cuando se lo lleva sujeto por su clip.
 
El bolígrafo se hizo necesario desde el instante en que el hombre se puso a escribir con tinta. En principio se usaron las plumas de aves, con cuyo cálamo se escribía en papiros, pergaminos y papeles. Sin embargo, mientras más se multiplicaban los escritores, las aves corrían el riesgo de pasar a ser especies en peligro de extinción. De modo que, entre las luces y las sobras de la Edad Media, a los amantes de la naturaleza se les ocurrió la brillante idea de inventar las plumas metálicas. El enciclopedista francés Denis Diderot, refiriéndose a la pluma estilográfica en 1757, la describió así: es una especie de pluma hecha de tal manera que contiene cierta cantidad de tinta, que escurre poco a poco y permite escribir sin tener que tomar tinta nuevamente.
 
Los escritores, ansiosos por redactar con un instrumento más ágil y cómodo que la pluma metálica, tuvieron que esperar con insoportable paciencia, hasta que por fin se inventó el primer bolígrafo, con una bolita en lugar del plumín. El modelo fue diseñado por los hermanos húngaros Laszlo y George Biro en 1938. Se dice que Laszlo, en su condición de periodista, estaba molesto por los trastornos que le ocasionaba su pluma estilográfica cuando ésta se le atascaba en medio de un reportaje; así que, una noche que no pudo conciliar el sueño, concibió la idea de su magnífico invento, luego de haber observado a unos niños que jugaban con bolitas en la calle, sobre todo, cuando una de ellas atravesó un charco y que, al salir rodando, siguió trazando una línea de agua sobre la superficie seca de la calle.
 
Cabe mencionar que la idea de los hermanos Biro se hizo posible también gracias al químico austríaco Franz Seech, quien inventó una tinta que se secaba al contacto con el aire. La nueva tinta y el bolígrafo se comercializaron con el nombre de Paper Mate en la década de los 40 y, desde entonces, los escritores dejaron de usar la tinta líquida, las plumas de aves y las plumas metálicas. El bolígrafo, de hecho, ingresó con paso de parada en el mercado de los productos de escritorio. Fue ampliamente utilizado en la Segunda Guerra Mundial y llegó a ser un producto común en la mayoría de los hogares, gracias a los procesos de fabricación económicos y con cartuchos de tinta de repuesto, asequibles al bolsillo de los consumidores.
 
El bolígrafo, a pesar de su fácil manejo, ha provocado una rara enfermedad conocida como el calambre del escritor, pues más de uno lo ha usado hasta que le salgan callos o sienta un dolor en la parte inferior del dedo medio o en el último nudillo del mismo dedo. Los médicos especialistas, a su vez, han aconsejado buscar un punto de activación en el segundo músculo interóseo dorsal, situando entre los metacarpianos de los dedos índice y medio. Este músculo permite que el dedo medio se junte con el pulgar para coger el bolígrafo. Eliminar el conocido calambre del escritor es, por fortuna, una cuestión muy simple, considerando que los músculos cortos del pulgar y primer interóseo dorsal son normalmente el origen del calambre del escritor.
 
Con calambre o sin él, los escritores, adictos a escribir con bolígrafos de todas las marcas, colores, tamaños y calibres, no han dejado de usar este instrumento como amuleto hasta el día de su muerte. No es casual que Mario Benedetti, en uno de los poemas que escribió en los últimos años de su vida, nos habló de su pasión por el bolígrafo y nos recordó: Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo.
 
Ya se sabe que Julio Cortázar leía los libros casi siempre con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas; una manía que yo mismo cogí durante un buen tiempo. Por eso varios de los libros de la biblioteca del Instituto Latinoamericano de la Universidad de Estocolmo llevan mis subrayados y comentarios en el margen de las páginas; es más, aún recuerdo el día en que, cuando iba a devolver los libros, una bibliotecaria me preguntó a quemarropa: Eres tú quien raya los libros, ¿verdad? No supe qué contestar y, con el rubor en la cara, negué con un simple movimiento de cabeza, ya que si reconocía esta extraña manía, corría el riesgo de pagar el costo total de los libros. Desde luego que ella, ante mi negativa, se quedó con la duda, y yo, apelando a lo más puro de mi conciencia, me hice la promesa de no volver a garabatear en los libros prestados.
 
Lo peor es que en esos libros prestados quedó mi letra escrita con bolígrafos, como quien revela, sin quererlo o sin saberlo, las características más íntimas de su personalidad. Según los grafólogos, la escritura, como el andar, el ademán, la mímica y todos los aspectos de la psicomotricidad de la persona, lleva también la impronta particular de cada individuo. Estos expertos en estilos de escritura son capaces de descifrar las virtudes y los defectos de una persona, analizando una simple muestra de escritura espontánea. Y todo esto debido a que el acto de escribir -en cuanto representa el resultado de un conjunto de movimientos musculares de la mano estrechamente dirigidos y coordinados por el centro cerebral de la escritura y que con el tiempo forman un hábito íntimamente ligado a las características psíquicas de un determinado individuo- se traduce en unos caracteres gráficos peculiares, que no sólo revelan el estado de ánimo del individuo en el momento en que escribió, sino también las vicisitudes de su fuero interno, como si la escritura fuese el espejo del alma.
 
Con todo, a estas alturas de mi vida, no me queda más remedio que aceptar con resignación el error de haber hecho pública mi personalidad más íntima, debido a esta maldita manía de tener siempre un bolígrafo a mano y escribir donde no se debe, aunque al mismo tiempo estoy consciente de que promover el mayor uso del bolígrafo es, desde todo punto de vista, una buena manera de fomentar la escritura a mano, al menos para sentir el alivio de que así se escriben mejor las cartas y las tarjetas postales, en una época en que las máquinas de escribir y los ordenadores han convertido al bolígrafo en un instrumento casi rupestre y pasado de moda.

lunes, 1 de octubre de 2012


LAS MAGNÍFICAS CREACIONES DE MIRO COCA LORA

Este blog personal de Miro Coca Lora es una verdadera fiesta para los aficionados a las artes visuales. En todas sus secciones, ordenadas por categorías y alto sentido estético, destaca la impronta de quien, con la fuerza de la imaginación y creatividad, logra resultados que conmueven y convocan a la reflexión debido a su gran valor artístico.

Miro Coca Lora, inspirado por las criaturas de su fuero interno, se funde con sus temas y personajes en cada una de sus creaciones, pero con un toque personal que tiende a explayar las técnicas y los recursos más variados en el ámbito de la pintura, la fotografía y el videoclip. No cabe duda de que estamos ante un artista que ha encontrado un lenguaje propio, que pone de manifiesto su sensibilidad para combinar las luces, las sombras y los acordes musicales.

Los temas son tan variados, que el espectador parece tener ante sus ojos un magnífico caleidoscopio, donde las figuras, los paisajes, rasgos, detalles y colores, dan la sensación de convivir en un escenario en el cual reina el dinamismo y la armonía, aunque en algunos cuadros, fotografías y videoclips se ensaya una pirotecnia de colores que deslumbran la vista e irradian la mente del espectador.

Estas creaciones, vistas desde cualquier ángulo, resultan ser una suerte de desafío contra la lógica y el racionalismo, porque muestran un entorno donde el surrealismo y la fantasía forman una perfecta mancuerna, que induce a contemplar un territorio imaginado por el artista, quien está consciente de que cada cuadro, fotografía y videoclip debe ser una criatura del alma, capaz de transmitir los pensamientos y sentimientos de su creador. En este sentido, Miro Coca Lora es un artista a carta cabal. Ahora sólo falta que sean cada día más los espectadores que lo descubran. Ojalá este blog personal ayude a difundir esta obra en la que se funden la pasión, la creatividad y el amor por el arte.

VER SUS SITIOS EN INTERNET:

viernes, 17 de agosto de 2012

UN GIGANTE DE LA LITERATURA SUECA

 Artur Lundkvist y María Wine se conocieron en 1936, en una tertulia de amigos, donde ella tocó el piano y ganó, como segundo premio, una botella de champagne. Años más tarde, cuando María Wine asistió a un recital de poesía en Tyresö, le pregunté: ¿Qué fue lo primero que te llamó la atención de Artur? Ella me miró a través de sus gafas color verde limón y, pronunciando el sueco con un marcado acento danés, contestó: Su estatura. Tenía las piernas largas, larguísimas, y pensé que con él se podía bailar el tango. En efecto, Artur Lunkvist, uno de los gigantes de la literatura sueca, se erguía como palmera, haciendo sombra a los demás; era alto y espigado, de sonrisa afable y voz pausada.

Ahora que se alejó de este mundo, tras dejarnos una cuantiosa producción literaria en los 85 años que le tocó vivir, sólo nos queda escribirle una elegía como él le escribió a Pablo Neruda, con quien compartió momentos inolvidables en París y en Isla Negra.

Por otro lado, de no haber sido él ese puente imaginario por el cual cruzaron muchos de nuestros autores, lo más probable es que la literatura hispanoamericana hubiese demorado en llegar a Escandinavia y en despertar la misma expectativa con la que hoy se esperan a los nuevos escritores este lado del charco

Artur Lundkvist estaba satisfecho de haber visto lo que le deparó el mundo y la vida, desde cuando se lanzó a conocer otras culturas, otros idiomas y otros corazones más allá de su Oderljunga natal. Cruzó de un continente a otro, captando imágenes y realidades que supo trocarlas en palabras, hasta que en 1968 ingresó como miembro de la Academia Sueca. Desde entonces, su voz y su voto fueron decisivos en la concesión del Premio Nobel de Literatura a varios de los escritores que, en su condición de traductor autorizado, introdujo en Escandinavia, como Pablo Neruda, Claude Simon, García Márquez, Octavio Paz y Nadime Gordimer, entre otros.

Cuando cumplió 80 años, un centenar de amigos nos reunimos en los salones de ABF, en Estocolmo, dispuestos a rendirle homenaje y hablar de su vida y obra. Fue en esa ocasión que lo abordé a paso resulto y le saludé a nombre del pueblo de Bolivia, país que él recordaba con cierto pesimismo, debido a que le dio la impresión de ser un caldero en ebullición y su capital una tumba abierta.

La muerte de Artur Ludkvist parece más simbólica que real, pues sobrevive en las cosas de este mundo; entre los pájaros y los peces, en cada piedra, en cada árbol y en cada río que contempló con amor y poesía. Artur Lundkvist era uno de esos personajes que no mueren, porque tenía el don de perpetuarse en el corazón y la memoria de quienes lo conocimos y le estrechamos la mano. Su obra y su imagen quedarán para siempre en la memoria de América Latina, en este continente donde encontró a varios amigos que compartían sus ideales y sus inquietudes literarias.

Este escritor humanista, sin haber cursado más que la escuela primaria, era una suerte de biblioteca andante. Se refugió en la literatura desde la niñez y comprendió que el mundo y la vida serían sus universidades. Leyó y escribió copiosamente, y compartió 55 años con María Wine, a quien le unía, además del amor y la pasión por la poesía, la idea de formar una pareja singular, al margen de las normas convencionales y la rutina cotidiana. Asimismo, como todo hombre que se opone a una mentalidad retrógrada y a los yugos del consumismo desenfrenado, detestaba las injusticias y los prejuicios sociales. Creía en los ideales del socialismo, consciente de que la humanidad, viviendo en paz y en democracia, no daría las espaldas a la razón.

Artur Lundkvist era políglota y escritor cosmopolita. Si yo tuviera que elegir un idioma para expresarme poéticamente, elegiría el castellano, solía decir, convencido de que sólo los escritores difíciles de ser leídos merecían acceder al Premio Nobel de Literatura; primero, por ser los principales renovadores del idioma; y, segundo, por ser los artífices de una literatura con proyección universal. 

Por su parte, desde el año en que debutó con Glöd (Ascua, 1928), escribió decenas de libros y varias centenas de artículos periodísticos, lo suficiente para consagrarse como escritor prolífico entre quienes leímos sus obras, que hoy habitan como criaturas vivas con nosotros, entre nosotros, aunque el autor nos abandonó llevándose su fuego en el oscuro y frígido invierno de 1991. 

lunes, 19 de marzo de 2012


SE NOS FUE DOÑA DOMI

A doña Domi, que llegó a constituirse en una de las mujeres emblemáticas de la historia del sindicalismo boliviano, la recuerdo desde mi infancia. Algunas veces compartimos las manifestaciones de protesta en la Plaza del Minero de Siglo XX, donde yo hablaba en representación de los estudiantes de secundaria y ella descollaba, tanto en la palabra como en el coraje, como la líder indiscutible del valeroso Comité de Amas de Casa.  

Era una mujer hecha de copajira y fibra minera, no sólo porque fue hija de un minero, sino también porque fue la esposa de otro minero; por sus poros brotaba el sudor de las palliris y en sus manos se expresaba el sacrificio de una mujer acostumbrada a redoblar las jornadas para cumplir con los quehaceres domésticos y la familia. Vivía para trabajar y trabajaba para que los hombres y las mujeres aprendieran a defender sus derechos más elementales.

Sus discursos, hechos de fuego y de pasión ardiente, eran incendiarios a la hora de referirse a los atropellos de lesa humanidad que cometían los regímenes dictatoriales, que sembraban el pánico y el terror cada vez intervenían militarmente los distritos mineros, dejando un reguero de muertos y heridos.

Nunca dejó de protestar contra el saqueo imperialista, en una nación que siendo tan rica es tan pobre a la vez, ni nunca se postró ante las amenazas de quienes la golpeaban en las mazmorras de las dictaduras. Siempre mantuvo la frente altiva y el corazón palpitante al lado de un pueblo que clamaba libertad y justicia.

A doña Domi la reencontré en 1980, en Estocolmo, después del sangriento golpe de Estado protagonizado por García Meza y Arce Gómez, compartimos la misma fila en una marcha de protesta y hablamos de los muertos y desaparecidos tras la toma, a mano armada, del edificio de la Federación de Mineros. Después compartimos la alegría de conocerlo y escucharlo a García Márquez el año en que le concedieron el Premio Nobel de Literatura, cuando habló ante cientos de latinoamericanos exiliados y leyó uno de sus cuentos en el salón de actos de la LO (Central Obrera Sueca), en el crudo invierno de 1982.

Una vez recuperada la democracia en Bolivia, doña Domi decidió retornar al país para insertarse otra vez en el seno del movimiento popular que pugnaba por asumir las riendas del poder político. Leí en la prensa que se presentó como candidata a la Vicepresidencia y que los votos de los electores no fueron suficientes para encumbrarla en el Palacio Quemado. Esto, sin embargo, no le bajó la moral y ella siguió su lucha con la misma actitud tesonera de siempre. Ahora ya sabemos que no llegó a ser vicepresidenta, ni ministra ni senadora de la república, ni siquiera durante el proceso de cambio que dice estar impulsando el actual gobierno.

Me dio mucha pena ver la foto en la cual aparecía con una pañoleta en la cabeza, después de que en ella hiciera mella una enfermedad terminal y un tratamiento de quimioterapia. Pero aun así, se la notaba sonriente ante la cámara, como burlándose de la muerte, como riéndose de quienes le deseaban lo peor, porque una mujer como doña Domi, que aprendió a capearle a la vida en las buenas y en las malas, era ya entonces una mujer inmortal, puesto que su lucha, sus palabras, su ejemplo, sus experiencias y su ansias de justicia quedarían para siempre entre nosotros, con nosotros, como las llamas que se avivan en la memoria colectiva y el testimonio histórico de un país cansado de esperar en la cola de la historia.

Doña Domi se nos fue entre sollozos y corazones acongojados por su partida, entre hombres, mujeres y niños que asistieron a su velorio y luego a su sepelio. No podemos negar que en los últimos años de su vida pasó algo recluida entre el dolor, el silencio y, por qué no decirlo, en una suerte de olvido por parte de quienes un día la consideraron su compañera de lucha y otro día la abandonaron debido a los celos y las mezquinas ambiciones de algunos que se adjudicaban el mérito de ser luchadores sociales sin ni siquiera merecerlo.

Si me permiten hablar, que resume las ideas y los sentimientos de esta indomable mujer de las minas, seguirá siendo una lectura obligatoria para las mujeres de Bolivia, América Latina y los países del llamado Tercer Mundo. En sus páginas resuena la voz de una mujer que, dueña de una honda sabiduría popular, criticaba las concepciones del feminismo trasnochado, que ve en el hombre al enemigo principal y no en el sistema capitalista, y reivindicaba la verdadera emancipación de las mujeres que, junto con los hombres, debían forjar una sociedad más libre y equitativa, basada en los principios de la solidaridad y el respeto a los Derechos Humanos.

Con todo, doña Domi tendrá siempre, por méritos propios, un sitial privilegiado en los campamentos mineros, en las granzas de los desmontes y en los tenebrosos socavones de Siglo XX, donde reina todavía el Tío de la mina, que es el dueño absoluto de las riquezas minerales y el amo de los mineros, de esos gigantes de las montañas que aprendieron a pelear contras las rocas, a brazo partido y dinamita en mano, con el mismo ímpetu con el que aprendieron a enfrentarse a sus enemigos de clase, al mando de los sindicatos revolucionarios cuyos líderes, al igual que doña Domi, dieron lecciones de humanismo, dignidad combativa y democracia participativa.

Imagen:

Domitila y el autor de esta nota (der.), en una marcha de protesta en Estocolmo, julio de 1980. 

miércoles, 11 de enero de 2012


ARTISTAS Y ESCRITORES LATINOAMERICANOS
EN SUECIA HACIA EL AÑO 2000

El número 30 de la revista de artes visuales Heterogénesis, que acaba de salir a luz, está dedicada a la obra de los artistas y escritores latinoamericanos residentes en Suecia. No es casual que Miguel Gabard, en calidad de director invitado, apunté en su nota editorial: Celebrando nuestro trigésimo número al comienzo de nuestro noveno año de existencia y en vistas de este nuevo milenio, nos hemos propuesto agregar aún una coincidencia, ampliando nuestras fronteras al campo ya no sólo artístico, sino también literario.

Según Ximena Narea, directora permanente de la revista desde octubre de 1992, la publicación de este número especial, además de difundir lo más valioso de lo nuestro, obedece a la inquietud de elaborar un número con material gráfico y literario. En efecto, la revista de edición bilingüe castellano-sueco, cuya portada y contraportada a colores están diseñadas por Rolando Pérez, es una suerte de calidoscopio que permite apreciar las distintas técnicas y los diversos estilos, que constituyen la impronta de cada uno de los artistas y escritos.

Los textos literarios, que fueron seleccionados por el poeta Rubén Aguilera y Miguel Gabard, llevan las firmas de: Alda Simón (Uruguay), Julio Millares (Argentina), Juan Carlos Piñeyro (Uruguay), Víctor Montoya (Bolivia), Harold Durán (Chile), Leonardo Rossiello (Uruguay), Daniel Olivera (Uruguay), Ernesto Arturo Rico (Colombia), José Goñi (Chile), Roberto Mascaró (Uruguay), Miryan López (El Salvador), Rubén Aguilera (Chile) y Hebert Abimorand (Uruguay).

Para quien conozca la vasta producción literaria latinoamericana en Suecia, desde 1974 a la fecha, no será extraño que los nombres mencionados sean apenas una parte de ese medio centenar de autores que conforman la llamada literatura del exilio, con obras escritas tanto en verso como en prosa. Sin embargo, la sola presencia de algunos escritores conocidos y reconocidos en sus países de origen y en Suecia, justifica y dignifica la edición de este número especial de la revista, que en principio tuvo la intención de incluir a 26 poetas y narradores.

La parte dedicada a las artes plásticas estuvo a cargo de Ximena Narea, quien actualmente prepara una tesis doctoral sobre el tema de los artistas latinoamericanos en Suecia. Entre los invitados destacan: Rudyard Pepe Viñoles (Uruguay), José Luis Liard (Uruguay), Patricio Aros (Chile), Ingrid Falk (Suecia), Gustavo Aguerre (Argentina), Francisco Banzai Blanco (Venezuela), Guillermo Lorente (Cuba), Luis Deza Arancibia (Perú), Marta Santos (Colombia), Héctor Siluchi (Chile), Enrique Battista (Argentina), José Estoardo Barrios (Guatemala), Hans Hoffmann (Bolivia) y Juan Castillo (Chile)

La revista, rescatable en su forma y contenido, destaca también la actividad del grupo de bailes folklóricos Chile Lindo y la labor periodística del semanario Libración, que, durante dieciocho años consecutivos, se ha convertido en el único medio de información alternativa para los hispanohablantes en Suecia, registrando las noticias más importantes del acontecer latinoamericano y mundial.

No cabe duda, este número especial de la revista, hecha con hermosas imágenes y palabras, cumple con sus objetivos propuestos; por un lado, evidenciar el fervor creativo de los artistas y escritores latinoamericanos que, debido a razones de sobra conocidas, ejercen su vocación lejos de sus países de origen; y, por el otro, ser una puerta abierta para la integración y el diálogo en una sociedad multicultural como es Suecia, aun sabiendo que, como señalaba Ximena Narea en un artículo aparecido en el número 26 de la revista, el diálogo cultural no es fácil, son dos universos culturales que se encuentran y que tienen que convivir en un mismo espacio físico y bajo una estructura socio-cultural preexistente para los latinoamericanos. Pero, a la vez, el diálogo, que implica una constante interpelación del otro, no deja intacta a ninguna de las partes. Tanto suecos como latinoamericanos se encuentran con un grupo de individuos que habla otro idioma y que tiene otros referentes culturales.

La revista Heterogénesis, al margen de las dificultades inherentes a este tipo de publicaciones, es un excelente puente de comunicación entre dos culturas, que conviven atrapadas por la curiosidad de conocerse, en gran medida, a través de sus artistas y escritores, pues ellos son los intérpretes de los valores culturales de un pueblo, y ellos son los transmisores de los sentimientos y pensamientos de una colectividad que busca la integración, pero a condición de preservar su propio idioma y su propia identidad cultural.

Esperemos, pues, que los responsables de la revista, en posteriores números, vuelvan a darnos una grata sorpresa con su entusiasmo y profesionalismo, que tanto falta nos hacen en tiempos de dejadez y pesimismo.

Imagen:
 
Portada: "Altar de los Recuerdos", de Rolando Pérez.

jueves, 13 de octubre de 2011


NO A LA VIOLENCIA

Hace mucho tiempo ya, mientras paseaba por las calles céntricas de Estocolmo, me llamó la atención esta escultura de bronce que, fijada sobre un pedestal de lustroso mármol, luce imponente entre las vidrieras de los edificios comerciales de Hötorget, por donde pasan y repasan los transeúntes, que no siempre se detienen a contemplar este revólver de cañón anudado, que el poeta y artista sueco Carl Fredrik Reuterswärd creó  en 1980, con el nombre de Non Violence  (No a la Violencia), en homenaje a su amigo John Lennon, quien, además de rebelde y músico genial, era un pacifista a carta cabal. No en vano se opuso a la Guerra de Vietnam y compuso sus famosas canciones Imagine y Give Peace a Chance, que pronto se convirtieron en los himnos de los movimientos declarados enemigos de la guerra.

Mas como la vida tiene muchas vueltas y no siempre da buenas sorpresas, el mundo quedó conmocionado al saber que el cantante del amor y la paz murió asesinado en Nueva York, la mañana del 8 de diciembre de 1980. Su asesino, un joven que horas antes le pidió su autógrafo y se declaró su fan, lo esperó en la puerta del edificio donde Lennon tenía un apartamento y, abordándolo por la espalda, le descerrajó cinco tiros por la espalda. La muerte fue casi instantánea. El cadáver fue incinerado y las cenizas esparcidas en Central Park, donde más tarde se creó el monumento conmemorativo Strawberry Fields, en memoria de uno de los íconos más significativos del pacifismo mundial.

Este famoso revólver de calibre 45 y tambor giratorio, que se inauguró en 1988 frente a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, ocupa en la actualidad un lugar de preferencia en varios países y en varias ciudades de Suecia, y no es casual que una de las réplicas estuviese en Estocolmo desde 1995, quién sabe si para burlarse de la hipócrita y decantada neutralidad de una monarquía parlamentaria que, a tiempo de criticar la política armamentista de las grandes potencias, exporta armas pesadas a las naciones más pobres de este pobre planeta en permanente conflicto bélico.

Debo reconocer que para mí, un apasionado de las armas de fuego, fue un impacto fuerte ver este revólver de semejantes dimensiones, aunque en el fondo pensé que esta escultura, nacida de la impotencia y el ingenio de un escultor pacifista, constituía un canto general a la paz y el amor, y un intento por convocarnos a la reflexión de que la violencia es innecesaria para resolver los conflictos que aquejan al género humano y que las muertes no mutiplican las vidas de quienes mueren en las guerras fratricidas por razones políticas, económicas, sociales, raciales, culturales o religiosas.

Ahora que estamos ante un revólver inhabilitado para disparar, sólo nos queda felicitarle a Carl Fredrik Reuterswärd por haber contribuido a la conciencia colectiva con un poderoso símbolo, como es esta arma de fuego que, siendo tan hermosa y peligrosa a la vez, refleja un cierto sentido de ironía de quien, además de ridiculizar a los pistoleros de todos los tiempos, deja constancia de su aprecio y admiración por John Lennon, cuya voz, junto al nombre de No a la Violencia de esta magistral obra fundida en bronce, se escucha como repiques de campana en los oídos de Oriente y Occidente.

Darse una vuelta por Hötorget, el centro más comercial y emblemático de Estocolmo, es un buen motivo para contemplar no sólo el edificio celeste de Konserthuset (La Sala de los Conciertos), donde anualmente se entregan los Premios Nobel, sino también un excelente pretexto para detenerse un instante ante este revólver de cañón anudado, que está situado en un lugar estratégico, como recordándonos que a unos doscientos metros más allá cayó también Olof Palme asesinado a pistoletazos, la fría noche del 28 de febrero de 1986.

Víctor Montoya junto al revólver de cañón anudado, Estocolmo, octubre, 2011. Foto: Miro Coca Lora.

domingo, 9 de octubre de 2011


RECUERDOS DE UN AMIGO DIBUJANTE

A Mats Andersson lo conocí en el verano de 1983, por intermedio de la amistad de Larry Lempert, el anarcosindicalista con quien tuve la suerte de trabajar en una biblioteca de Tyresö, donde un día, mientras leía un libro sobre el maravilloso mundo de la literatura infantil, se apareció el amigo dibujante, agarrado de una bolsita repleta de medicamentos recetados por el médico. Me han prohibido tomar vino, comentó con un dejo de resignación. Me quedé callado, pero sin dejar de mirarlo de punta a punta. Me llamó la atención su sonrisa franca, su contextura robusta, su melena y barba alborotadas y, sobre todo, su sencillez y preocupación por la problemática de los países del llamado Tercer Mundo.

Mats Andersson (Estocolmo, 1938 – 86), como la mayoría de los militantes de la izquierda sueca, abrazó la causa de los oprimidos y se identificó plenamente con los movimientos de liberación en Latinoamérica, Asia y África. Sus contribuciones, en su condición de dibujante profesional, se encuentran dispersas en diversas publicaciones alternativas de los años 60 y 70, aunque sus mejores creaciones están en los libros destinados a los jóvenes y niños, que él ilustró con pasión y sentido crítico. No existe niño sueco que no haya gozado con el valor estética de sus ilustraciones ni lectores adultos que no se hayan tropezado con sus dibujos satíricos contra los amos del poder.

Mats Andersson era parco en las palabras y cuidadoso en sus juicios. En cierta ocasión, mientras le enseñaba el manuscrito de un libro, animándolo a ilustrar sin más recompensas que la gratitud, le dije que sus dibujos reflejaban una suerte de picardía infantil y un espíritu de artista joven. Él se sonrió y contestó: Ya soy viejo, pero en mi vida no he hecho otra cosa que ilustrar libros infantiles y juveniles. En efecto, cuando leí un comentario sobre su cuantiosa producción artística en el libro “De tecknar för barn” (Ellos dibujan para niños), pude constatar que detrás de ese hombre afable y sencillo se escondía un currículum y una trayectoria sorprendentes.

En otra ocasión, nos encontramos por casualidad en la parada del autobús rumbo a Tyresö, donde él integraba un colectivo de personas que, durante los años dorados de la emancipación sexual y las ideas progresistas, decidieron comprar una casa cerca del hermoso castillo de la zona. Él venía de una tertulia de amigos y llevaba un bloc de dibujos en la mano. Nos sentamos en la parte central del autobús, cuando, de súbito, estalló una voz a nuestras espaldas. Nos volvimos y, mirándonos de reojo, nos enfrentamos a una mujer que gritaba: ¡No queremos cabezas negras en este país! A lo que Mats Andersson, alzando la voz como si el improperio le hubiese tocado a él, replicó enérgico: ¡Aquí no hay cabezas negras! ¡Aquí todos somos iguales! Una actitud solidaria que me permitió hinchar el pecho y comprobar que los amigos verdaderos son amigos incluso en las peores circunstancias.


Después nos seguimos viendo, unidos por el proyecto de publicar el libro de cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos. Me encargué de reunir el material en los talleres de escritura organizados por dos bibliotecas y Mats Andersson se encargó de ilustrar los textos. Así surgió el libro de texto Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia (Estocolmo, 1985), que todavía hoy se usa como material de apoyo en la enseñanza del idioma materno.

Un año después de esta inolvidable experiencia, que me permitió conocer al artista y a la persona en Mats Andersson, me llegó la infausta noticia de su muerte. Una enfermedad incurable le arrebató la vida. Sentí una punzada muy adentro y pensé que los inmigrantes perdimos a un valioso compañero, quien supo defender nuestros derechos con la misma convicción con que defendió la causa de Cuba, Zimbabwe o Vietnam.

Desde entonces volví la mirada, una y otra vez, sobre este dibujo que ilustra uno de los cuentos del mencionado libro. Este dibujo, como lo quiso su autor, expresa una inquietud por el creciente racismo y la xenofobia que sacude los cimientos de la democracia, solidaridad y tolerancia.


Mats Andersson, como una ironía del destino, se murió antes de que apareciera el Laserman, antes del asesinato del inmigrante africano en Klippan y, por supuesto, mucho antes de que los cabezas rapadas y las fuerzas de derecha ganaran espacios en la palestra pública, ostentando una actitud hostil, que él, de seguir vivo, la hubiese rechazado con todo el furor de su conciencia.

Aunque sé que Mats Andersson era uno de esos hombres que no mueren, porque sus vidas se prolongan a través de sus obras, debo reconocer que ha dejado un enorme vacío entre quienes aprendimos a estimarlo por su sencillez y humanismo. No sé cuándo fue la última vez que nos vimos, pero le agradezco por sus ilustraciones publicadas en Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia, cuyos originales los conservo todavía en el baúl de los recuerdos.

Imágenes:

1. Mats Andersson, ilustración de Olof Sandah
2. Portada de Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia 
3. Una ilustración de Mats Andersson