LA SOLEDAD ENIGMÁTICA DE GRETA GARBO
Nacimiento de una estrella
Greta Louisa Gustafsson
nació en un barrio sureño de Estocolmo, el 18 de septiembre de 1905, en el seno
de una familia humilde. Era la tercera y última de los hijos de Anna Louisa
Karlsson, una campesina de sangre lapona que ejercía como empleada doméstica, y
Karl Alfred Gustafsson, un barrendero municipal que murió de tuberculosis a los
49 años de edad.
La diva, que en su
adolescencia trabajó como dependiente en unos almacenes y en una peluquería,
entró en el cine desde la publicidad, al realizar un anuncio comercial para una
casa de trajes de baño en calidad de modelo fotográfico. Desde entonces,
impulsada por la curiosidad y la pasión intuitiva por la escena, visitó los
camarines y los corredores del Söder Teater (Teatro del Sur) en Mosebacke,
donde experimentó por vez primera la fuerza y la magia de ese ámbito donde se
daban cita las estrellas del arte dramático, sin sospechar que ella misma, años
después, se convertiría en una de las lumbreras más apasionantes del séptimo
arte, gracias al fulgor de su belleza y su personalidad inaccesible, que le valió
el sobrenombre de “la diva”
En la Escuela Real de
Arte Dramática de Estocolmo, donde estudió una temporada, entró en contacto, a
los 18 años de edad, con el director de ascendencia judía Mauritz Stiller,
quien en ese momento buscaba una actriz que interpretara el rol de Elizabeth
Dohna en la película sobre La saga de Gösta Berling (1923), basada en la
novela de la afamada escritora sueca Selma Lagerlöf, premio Nobel de literatura
en 1909. La película nunca se terminó de filmar, pero Greta Gustafsson, que fue
rebautizada con el nombre de Greta Garbo y
convertida en estrella de la noche a la mañana, firmó un nuevo contrato
para encarnar a la protagonista central en la película Den glädjelösa gatan (La calle sin alegría), dirigida por el alemán G. W. Pabst, en 1925. Un año más
tarde, y con tres películas en su haber, Greta Garbo, contratada por la
Metro-Goldwyn-Mayer, llega a Hollywood, donde arrolló con su belleza y su
talento, primero en el cine mudo y seguidamente en el sonoro, interpretando una
serie de roles que hoy se recuerdan con nostalgia y admiración, no sólo porque
fue la primera actriz que en la pantalla entreabrió sus labios al besar, sino
también por esa mágica aura que la iluminaba entera.
La diva del celuloide
De Greta Garbo no se
conoce una sola fotografía que la muestre desnuda ante sus admiradores, aunque
todos se la imaginan tan cimbreante como Marilyn Monroe y tan candorosa como
Ingrid Bergman. De cualquier modo, la lozanía de su rostro, cuya fascinante
belleza rompía con los cánones de la estética tradicional del cine
norteamericano, recorrió el mundo y fascinó a millones de espectadores, quienes
admiraban el perfil de su nariz respingona, el arco de sus cejas sometidas a
una depilación casi total, la mirada sensual que desprendían sus ojos, el arco
de amor de su labio de granate y el espeso maquillaje que convertía su piel en
una porcelana, lista para ser captada por las cámaras que la seguían de lejos y
de cerca. Aunque era una mujer recatada por naturaleza, mantenía una relación
casi erótica con la cámara, pidiendo rodar sus escenas en platós cerrados, como
quien no permite en su recámara más que la presencia del director, del galán y
del fotógrafo. No en vano Cecil Beaton, su camaraman y enamorado secreto,
confesó que verla era estar presenciando las más remotas profundidades del
rostro humano.
Su ya famosa pose, tan
difícil de imitar, con la cabeza echada hacia atrás y vista de perfil, es el
fruto de un minucioso estudio de su figura. Según dicen algunos aficionados al
cine, Greta Garbo aprendió a estirarse el cabello hacía atrás para traslucir
inteligencia y no destruir la calma de su mirada, a cerrar la boca para ocultar
sus incisivos, a caminar despacio para disimular la desproporción de sus
piernas, a dibujarse la boca primero con labios finos y después más carnosos;
en fin, que pasó por una suerte de metamorfosis para convertirse en la estrella
más codiciada de Hollywood, en cuyos estudios rodó 27 películas, encarnando a
personajes como a Mata Hari, Ana Karerina, Camille, Ninotchka, La reina
Cristina de Suecia y Margarita Gauthier, hasta que se retiró del mundo de las
candilejas en 1941, cuando sólo tenía 36 años de edad y poco después de haber
rodado uno de sus más grandes filmes: La mujer de las dos caras, dirigido por
George Cukor. Es decir, su paso por el cine fue tan enigmático como su
retirada, dejando la fascinación y el misterio para asombro de generaciones
venideras; algo que no ha sido eclipsado por la imagen emblemática de Rita
Hayworth ni por ningún otro mito creado por el celuloide.
Apenas se retiró
voluntariamente del mundo ficticio de Hollywood, Greta Garbo adoptó el
seudónimo de Harriet Brown y se recluyó en un apartamento de Nueva York, de
donde sólo salía para pasar algunas temporadas en Suiza y Francia. No obstante,
su anonimato no fue del todo hermético, pues hay quienes dicen haberla visto
pasar, recta y casi siempre apresurada, por Park Avenue; mientras otras miradas
curiosas la vieron paseando en Manhattan o durante algún veraneo en Suiza,
envuelta en ropas sin forma y ocultando sus grandes ojos detrás de unas gafas
oscuras. Tampoco faltan quienes afirman que Greta Garbo se convirtió en una
figura huidiza no tanto porque pretendía ocultarse de la gente, sino porque no
soportaba los rayos del sol en la cara.
De cualquier modo, su
decisión de cortar abruptamente los lazos con el mundo del espectáculo, en el
que había transcurrido lo más deslumbrante de su carrera artística, rodeó su
vida de una leyenda de impenetrable silencio y de una aureola de misterio que
no ha dejado de fascinar con el correr de los años, puesto que tanto el
silencio como la soledad que ella impuso en torno a su vida, hoy tienen su
propio lenguaje y su propio magnetismo; más todavía, su introversión y su
soledad contribuyeron a fomentar el enigma y a inmortalizar el mito de quien en
plena juventud se negó a que el mundo supiera más de ella.
Greta Garbo, a diferencia
de otras damas de Hollywood supo guardar celosamente los secretos de su
compleja personalidad, manteniéndose hierática ante la curiosidad de quienes la
acosaban por donde iba. De ahí que los incontables intentos periodísticos de
traspasar la muralla de silencio que había construido en torno a su vida fueron
vanos, porque esta mujer diva, que daba al cine el aire sacro de la misa, no ha
dejado oír su voz ni al más avispado de los hombres de prensa, ya que ni en los
momentos estelares de su carrera dejó trascender los episodios de su vida
íntima.
La historia de Greta
Garbo es la historia de una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa. Los periodistas son la peor raza que existe, manifestó en alguna ocasión,
disgustada de que le formularan demasiadas preguntas. Asimismo, como era simple
y falta de pretensiones en todas las facetas de su vida, le declaró a un amigo
suyo la causa de su silencio: No soy tímida -le dijo-, no soy asocial. Hablo
con facilidad con la gente que conozco. Pero no me interesa en absoluto la vida
oficial. No me gusta aparecer en periódicos y revistas. No me gusta verme
expuesta...
Cuando la Academia de
Hollywood le concedió un Oscar honorífico en 1955, la actriz no se presentó a recoger
el galardón, para no levantar aspavientos ni verse sometida a lo que ella
consideraba: la tortura de la publicidad. Lo mismo ocurrió cuando el gobierno
sueco le concedió una condecoración en 1983. La actriz se negó a viajar a
Suecia para recogerla, exigiendo que fuera el embajador sueco en EE.UU. quien
le entregara el premio en su propio apartamento, en Manhattan. Claro está, qué
más podía exigir una mujer que siempre rehusó encontrarse con la prensa, para
no sufrir el tormento de estar en el punto de mira de la gente. Prefería estar
sola, como en una de las escenas de la película Gran Hotel, donde el
guionista la hizo repetir: Quiero estar sola, una frase hecha a su medida y
su manera, que se convirtió en norma por el resto de sus días.
En julio de 1988, cuando
el periodista sueco Sven Broman le preguntó: ¿cómo se sentía? Ella contestó: No me encuentro bien (...) Sólo puedo dar unos pocos pasos. La mayor parte del
tiempo permanezco en mi casa, apenas como nada. Me siento triste. La vida que me
rodea no es real. Siento la sensación de irme muriendo poco a poco, una
sensación que parece haberla seguido desde los años de su infancia, tal vez por
eso hay algo de cierto en esa anécdota que trascendió a la prensa en Hollywood,
cuando la actriz asistió al estreno de una película, donde, luego de la sesión,
alguien le preguntó: Parece usted cansada; sería mejor que se fuera a casa.
Esto le habrá dejado a usted muerta. Se produjo un silencio y ella replicó: ¿Muerta? Ya llevo muerta muchos años.
Con todo, nunca se
llegará a saber la secreta pasión que se escondía en su corazón y su cerebro,
si apenas se guarda la sospecha de que ella, al igual que Marilyn Monroe,
sentía un impulso concreto hacia la maternidad, aunque nunca deseó tener hijos
propios, quizás, debido a que ella misma era una niña vulnerable y andrógina,
que llegó a ser la estrella más cotizada de Hollywood, gracias a su talento y
su voluntad de hierro. Por lo demás, la personalidad de Greta Garbo, por su
complejidad y su misterio, es un campo en el que sólo podrán penetrar los
psicoanalistas más expertos y alguno que otro admirador que no pierde las
esperanzas de conocer algo más de su vida, aunque ella, la diva, eligió
sumergirse en un silencio impenetrable y en una soledad de la que nadie
consiguió arrancarla por más de medio siglo, hasta que el 15 de abril de 1990
dejó de existir, en un hospital de Nueva York, no sin antes dejar una estela
luminosa en el mundo del cine y ante los ojos de millones de espectadores que
seguirán admirando su fascinante belleza, su enigmático rostro, su carcajada
casi varonil y sus ojos luminosos y sensuales como sus labios.
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