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martes, 20 de abril de 2021

EL CÓNDOR MARTÍN

La historia del cóndor Martín, a diferencia de las que son enteramente ficticias, es un hecho que existió en un tiempo real y tuvo como escenarios lugares reconocibles por el lector, pues se trata de la vida de un animal domesticado por los humanos, que cumplía funciones de mensajero y recibía su ración de carne como pago por sus servicios a la Empresa Patiño Mines del entonces magnate Simón I. Patiño, allí por los años 30 y 40 de la pasada centuria.

La historia protagonizada por la emblemática ave de la Cordillera Andina, por su fuerza telúrica y su importancia en los centros mineros de Uncía, Catavi, Siglo XX y la ciudad de Oruro, se constituyó en el tema central de cuentos, leyendas, artículos y relatos provenientes de la tradición oral; unas veces como partes de una historia verídica y, otras, como partes de una historia ficticia pero con una esencia real.

El abogado y escritor Armando Córdova Saavedra, en su libro Historia de un pueblo. Recuento socio-histórico, presenta una breve reseña en torno al apreciado Cóndor Martín y la presencia de una pareja de cóndores que, durante los años de 1979 y 1980,  formaron parte de la tropa acantonada en el cuartel de Uncía y anidaron al pie del Monumento al Minero en la plaza de Siglo XX.

No faltan los testimonios como el vertido por el connotado dirigente minero Filemón Escóbar, quien se refirió al cóndor Martín como a un asiduo visitante de la pulpería de Siglo XX, en cuya carnicería se le proporcionaba una ración diaria, de al menos 5 kg de carne, a cuenta de los jerarcas de la Empresa Patiño Mines, en una época en que el auge de la explotación estañífera en el cerro Espíritu Santo-Juan del Valle situó a las poblaciones nortepotosinas en la mira del capitalismo mundial.

Otro testimonio válido es el rescatado por Franz Taquichiri en su obra El rey del estaño, la montaña Sauta y el cóndor Martín Condori, a partir de una leyenda que escuchó en boca del emérito don Manuel Yapura Coro, presidente de los Beneméritos de la Guerra del Chaco de Catavi, y de sus amigos y compañeros de armas, don Antonio Herrera y don Juan Subieta, quienes se reunían en la sastrería de don Manuel, al lado de la sede sindical de Catavi,  para rememorar experiencias vividas en la contienda bélica, pero también para narrar a viva voz consejas, mitos y leyendas concernientes al acervo cultural y la memoria colectiva de este asiento minero, situado aproximadamente a cuatro kilómetros de la población de Llallagua.

Lo interesante de este cóndor, conocido por todos como Martín Condori, estriba en que su historia se ubica en una época y lugares reconocibles por las familias mineras; un factor concreto que aporta a las narraciones una verosimilitud, sobre todo, si se considera que los diversos textos inspirados en su existencia son más reales que ficticios, habida cuenta de que forma parte de la visión de los habitantes donde se originó la leyenda de esta majestuosa ave, considerado como el rey de las alturas y como uno de los personajes centrales en la cosmovisión de los pueblos andinos, donde el cóndor es venerado como uno de los fecundadores de la Pachamama y hasta forma parte del patrimonio cultural y natural de Sudamérica, donde varios países tienen su imagen incorporada en los emblemas patrios.

La historia original del cóndor Martín Condori, como suele ocurrir en los relatos de la tradición oral, ha sufrido modificaciones con el paso del tiempo, con supresiones y añadidos que han dado lugar a un abanico de variantes, como se constata en los textos reunidos en la presente compilación, donde la historia real se conjuga con las creencias populares, la inventiva literaria y los testimonios, con exageraciones y episodios imaginativos, que conforman los valores comúnmente aceptados por la colectividad donde se generó esta increíble historia.

El artículo del periodista orureño Alfredo Lujan Marañón, que vivió en poblaciones mineras, da la impresión de que contiene información veraz que, sin embargo, es difícil de cotejar por la falta de documentos oficiales que den cuenta de los hechos que narra el autor de Semblanza de Martín Condori. Con todo, se trata de una verdadera historia, aunque no aparece registrada en los documentos oficiales de la historiografía regional, por tratarse de un animal que no formaba parte de las estructuras socioeconómicas de la industria minera de las poblaciones del norte de Potosí.

En las narraciones se presenta una trama sencilla, sin entramados éticos ni morales, salvo que algunos detalles varían de un autor a otro, dando lugar a diferentes versiones de una misma historia. Así, por ejemplo, en algunos textos se ha pretendido conservar la historia del cóndor Martín con escasas modificaciones, en tanto en otras lecturas se nota la re-elaboración literaria del tema original, con las licencias propias que requiere la creación artística.

Por otro lado, como en todo trabajo de corte literario, el escritor Hugo Molina Viaña, el excelso poeta de los niños y niñas, que parece haberse hincado en el artículo escrito por su coterráneo Alfredo Lujan Marañón, nos presenta un breve relato que oscila entre la realidad y la fantasía, poniéndole mayor énfasis a la función de mensajero del cóndor, que se desplazaba de un distrito minero a otro, con una bolsa de correspondencias, las alas desplegadas y surcando el inmenso cielo del altiplano.

El cuento del escritor Víctor Montoya, valiéndose de los recursos propios de la inventiva y moviéndose en los andamiajes de la creación literaria, le da un giro fantástico a la versión original, ya que el cóndor Martín no sólo se convierte en un ave hembra, sino también en el espíritu, que retorna del más allá, de la fallecida novia del carnicero que trabajaba en la pulpería de Siglo XX. Este cuento confirma la teoría de que una narración de la tradicional popular, tanto por su estructura como por su intencionalidad, incluye elementos ficticios, a menudo inverosímiles o sobrenaturales, pero que tiene una base real, aparte de que posee la particularidad de transmitirse de boca en boca y de generación en generación.

Esta majestuosa ave, que actualmente se encuentra en peligro de extinción, ha sido motivo de inspiración para periodistas, escritores y pintores. Este es el caso del artista plástico Enrique Arnal, nacido en Cataví en 1932 y fallecido en Washington, EE.UU., en 2016. Nadie como este artista, varias veces galardonado a nivel nacional y reconocido a nivel internacional por la fuerza expresiva y la calidad estética de su obra, pintó con gran pasión a algunos de los animales que conoció, de manera vivencial y directa, en los primeros ocho años de su vida. Por eso mismo, es el que mejor retrató al cóndor Martín Condori, pintándolo al óleo sobre lienzos, sin más recursos que un caballete, pinceles, rodillos y espátulas.

Es harto evidente que en su obra se proyecta su desmedido amor por los animales, entre ellos el cóndor, ave carroñera, longeva, de plumaje negro-azabache y blanco como la nieve, pico terminado en gancho y alas de gran envergadura. Enrique Arnal, así como montó al caballo que le regaló su padre en su infancia, acarició la cabeza rojiza y pelada del cóndor Martín. De ahí que en su edad adulta, zambulléndose en los recuerdos de su pasado, plasmó a caballete una serie de pinturas dedicadas a los animales que poblaron su infancia, como son los toros, caballos, gallos de pelea y, sobre todo, al cóndor Martín en reposo, cuya serie pintó en la década de 1970 y que hoy forma parte de su magistral obra que se constituye en un formidable legado cultural para su terruño natal, el país y el mundo entero.

La presente compilación, que no está completa ni es la definitiva, tiene la modesta intención de perpetuar la imagen del cóndor Martín Condori, cuya insólita historia cautivó a hombres y mujeres, a grandes y chicos, debido a que este tipo de historias, donde destacan la belleza y la nobleza de un animal, son dignas de ser rescatadas y re-contadas en cualquiera de los géneros literarios, conforme no se hundan en el pozo del olvido ni desaparezcan con el inexorable paso del tiempo. 

viernes, 12 de marzo de 2021

LA LITERATURA INFANTIL DE UNA SONETISTA Y COMPOSITORA MUSICAL

Emma Alina Ballón nació en La Paz, en 1909, y murió en la misma ciudad, en 2002. Poeta, crítica de arte y profesora de música. Hija del ingeniero David S. Ballón y de doña Blanca Carmen Viscarra. Terminó el bachillerato en el Instituto Americano de La Paz. Se tituló de profesora de piano y violín en el Conservatorio Nacional de Música, pero continuó sus estudios en Buenos Aires hasta llegar a concertista. Se desempeñó como profesora de violín y piano en diversos establecimientos educativos del país. Como compositora tiene obras para piano sobre diversos temas.

En su faceta de poeta, con una obra de considerable valor literario, obtuvo premios nacionales e internacionales: Gran premio medalla de oro, en el concurso Panamericano. Gran primer premio en el certamen poético del Poema Ilustrado (1973). Primer Premio de Poesía otorgado por el Centro de Artistas y Escritores de Jamaica. Medalla de oro en el concurso de poesía convocado por la Asociación Cristiana Femenina en 1974. Colaboró en publicaciones culturales de Bolivia y el exterior. Escribió en periódicos como Presencia y El Diario. Su obra poética está consignada en diversas antologías.

Emma Alina Ballón, en el marco de la vida cultural y el feminismo de su época, fue miembro directivo del Ateneo Femenino, Consejo Nacional de Mujeres de Bolivia, socia honoraria de la Sociedad de Artistas y Escritores del Perú, miembro fundador de la Peña de Artistas y Escritores de La Paz, y del Centro Cultural Boliviano-Egipcio. En 1934 fue integrante del Comité de Acción Feminista y miembro de la Legión Femenina de Educación Popular América en 1936. Asimismo, junto a Leonor Díaz Romero, fue directora de Arte y Publicidad de esa organización en La Paz entre 1936 y 1938. En el Diccionario Biográfico de la Mujer Boliviana (1965), de Elssa Paredes de Salazar, la personalidad y el quehacer literario de Emma Alina Ballón se destaca así: Artista de gran sensibilidad (…) Mujer inteligente y feminista por convicción (…) Su poesía unas veces tiernas y delicadas, llena de énfasis, y otras revelan sinceridad, parecen las hojas calladas e íntimas de un ‘Diario’ (p. 43).

Emma Alina Ballón, como quien está acostumbrada a sintetizar ideas y a escuchar la cadencia de las palabras, se dedicó a cultivar el soneto, esa composición poética compuesta por catorce versos organizados en dos cuartetos y dos tercetos, con una estructura que incluye, como en otros géneros literarios, un principio, nudo y desenlace, y en tratar temas universales como la vida, el amor, la muerte y otras inherentes a la condición humana. Su libro Espiral de alivio: sonetos y romances es un buen ejemplo de esta forma de poesía que universalizaron destacados autores de lengua castellana, como los españoles Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca y los hispanoamericanos como Rubén Darío, Alfonso Reyes y el boliviano Javier del Granado. Por cuanto no es nada casual que el escritor Porfirio Díaz Machicao, en el proemio al libro de sonetos y romances, haya expresado: Estoy en el umbral de un bello libro de Emma Alina Ballón, ‘Espiral de alivio’, un conjunto magnífico de poemas que yo diría de otro tiempo, de una época mejor que la actual, acaso con mejores maestros y paradigmas severos y heroicas. Así es la temática y la producción de esta mujer extraordinaria que canta desde los Andes una poesía hecha para la denuncia y el interrogante de todas las épocas. (Blanco Mamani, Elías. Enciclopedia gesta de autores de la literatura boliviana, Volumen 1. Plural editores, 2005, p. 31).

Aunque Emma Alina Ballón escribió prosa y poesía para adultos, no dejó de sentir una necesidad de escribir para los niños, como una forma de contribuir a una literatura poco reconocida en su época y como una necesidad de rescatar y liberar a la niña recluida en su mundo subconsciente; un elemento que suele ser el motor fundamental de los buenos creadores de la literatura infantil, quienes despiertan al niño o a la niña que duerme en el alma y el corazón de todo ser humano.     


 
La poesía de Emma Alina Ballón tiene el mérito de estar escrita de manera comprensible, en torno a temas vinculados a las relaciones familiares y a las preocupaciones centrales del diario transitar por la vida. No en vano, como si fuese una añoranza de la infancia de la propia autora, escribió en su poema Romance de la niña Carmiña, publicado en Presencia Literaria, los siguientes versos: Tierna azucena intocada/ seda de lirio en el rostro/ fino y delicado y tierno;/ gracia infantil en las manos/ y de luna en los cabellos./ Por rumbos ya conocidos/ -en el prodigio de un cuento-/ corre la niña Carmiña/ tras un remoto lucero. 

La escritora para niños tiene que aprender a pensar como ellos; tiene que ser sencilla y sincera en sus versos, aparte de simplificar lo complejo en la estructura poética de los versos y elevar a un nivel estético el lenguaje coloquial de los niños, quienes siempre gozan mejor con una poesía que les ofrece una fonética musical y figuras literarias que encajan en su modo de percibir su entorno inmediato y que forman parte de su pensamiento mágico, vinculado a su mundo hecho de fantasía y espacios lúdicos.

Aunque la poesía es la expresión más genuina del pensamiento artístico mediante el lenguaje, es necesario que la poeta de los niños se sienta anclada en la realidad de la infancia, que tiene sus propios procesos intelectuales, emocionales y lingüísticos, que es diferente a la que experimentan los adultos, quienes son capaces de comprender incluso las metáforas que requieren de un razonamiento lógico y abstracto.  

Emma Alina Ballón creó sus obras con la intuición y sensibilidad que tuvo como profesora, una experiencia que ayuda mucho a la hora de escribir poesías destinadas a los niños, al margen de que en los versos se reflejen los pensamientos y sentimientos de la niña que habita en el mismo fuero interno de la autora, quien, a  tiempo de dominar el lenguaje lírico, usa sus recuerdos de infancia como recursos válidos para escribir obras cuya finalidad es llegar a un público que no acepta que le metan gato por liebre.

Ya se sabe que en la poesía infantil no es necesario embellecer el lenguaje con superfluos sonsonetes, lo mejor es prescindir del abuso de los adjetivos y palabras rebuscadas, y concentrarse en los sustantivos de uso coloquial y los verbos fáciles de conjugar, ya que la poesía, como en el caso de Emma Alina Ballón, aun careciendo de rima y métrica, debe ser una sinfonía con tonos altos y bajos, que el niño debe escuchar lleno de gozo, como si fuesen canciones de cuna, cuyas melodías son harto apreciadas por los oyentes y lectores. Además, de nada sirve que la poesía infantil sea un amasijo de reglas moralizantes y mensajes educativos, que se acercan más a los textos didácticos que a la intención de incentivar el hábito de la lectura, a partir de poemas que juegan con la palabra escrita y la imaginación de los niños en edad escolar.

Por otro lado, su propia vocación de mujer dedicada a la composición musical, le permitió jugar con el sonido de las palabras que, una vez encadenadas en oraciones gramaticales y coherente sintaxis, conformaban una sinfonía que permitía a los niños asimilar, memorizar y recordar con bastante facilidad, sobre todo, si, entre verso y verso, habían palabras que se repetían y expresiones onomatopéyicas que les resultaban conocidas, como en los versos de su poema Ronda de los pollitos, donde se lee: Los pollitos vienen,/ los pollitos van;/ picoteando aquí,/ picoteando allá./ Hacen travesuras/ sin saber por qué/ estos enanitos/ de color de miel./ La mamá les dice:/ Cló – cló – cló – cló – cló./ Si no me hacen caso/ ¡los castigo yo!/ Pío, pío, viene,/ pío, pío va;/ un granito aquí/ un gusano allá.

Si repasamos la breve mención de sus obras, advertiremos que estaban aún inéditos sus Ensayos sobre literatura infantil y su libro Versos para niños. No sé si fueron publicados cuando ella estaba en vida o si permanecen todavía inéditos. Los busqué por todas partes y no pude dar con ellos. De todos modos, encontré algunos de los poemas de sus Versos para niños en revistas y diarios, como en la antología de verso y prosa para niños de Beatriz Schulze Arana, Semillero de luces (1981), donde se registran poemas de Emma Alina Ballón; un material suficiente para hacerme una idea de la importancia que tiene esta escritora en el ámbito de la literatura infantil boliviana. Los estudiosos y especialistas en el tema debían tomarla en cuenta por tratarse de una de las precursoras de un género literario que no tenía muchas voces representativas en la primera mitad del siglo XX.

No está por demás mencionar, a manera de curiosidad, que el mismo año en que nació Emma Alina Ballón nacieron otros autores que repercutirían en el ámbito literario del país, como la paceña Yolanda Bedregal Iturri, los chuquisaqueños Julio Ameller Ramallo y Fernando Ramírez Velarde, el cochabambino Javier del Granado y el beniano Miguel Domingo Saucedo. Asimismo, ese mismo año se publicaron algunas obras de gran trascendencia escritural, como la novela Íntimas de la cochabambina Adela Zamudio.

Por último, cabe recordar que una de las calles de la Meseta de Achumani, a petición de la Junta de Vecinos y de acuerdo con la disposición de la Alcaldía de La Paz, lleva el nombre de Emma Alina Ballón, no sólo porque supo engalanar el arte de las letras, sino también porque desgranó composiciones de armonía y amor en el pentagrama musical.

Datos bibliográficos

PoesíaAdolescencia (1928), Vestigios de sombra (1958), Espiral de alivio: sonetos y romances (1978). Obras inéditas: Versos para niños, Ensayos sobre folklore, Ensayos sobre literatura infantil, Canciones de mi tierra. Tiene poesías publicadas en antologías, periódicos y revistas culturales.

 

domingo, 14 de febrero de 2021

POESÍA Y SENSIBILIDAD EN LA OBRA DE PAZ NERY NAVA BOHÓRQUEZ

Paz Nery Nava Bohórquez nació en Uncía, en 1916, y falleció en Suiza, en 1979. Educadora, poeta, novelista y trabajadora social. Estudió la primaria en su ciudad natal. Egresó como maestra de grado de la Escuela Normal de Sucre en 1934. Cursó estudios complementarios en Chile. Fue asistente del Primer Congreso Feminista de Bolivia en 1936, en representación del departamento de Oruro. Obtuvo la licenciatura en Trabajo Social en 1948, convirtiéndose ésta en su segunda profesión. Fue presidenta de la Asociación Nacional de Asistentes Sociales (1963) y directora de la Oficina de la Mujer del Ministerio de Trabajo (1965).

Paz Nery Nava, consciente de las necesidades de los sectores menos favorecidos de nuestra sociedad, dictó conferencias sobre temas de género y educación en Bolivia y otros países. Contrajo matrimonio con el poeta, pintor y titiritero Luis Luksic, con quien tuvo un hijo y de quien se divorció cinco años después. Destacó como miembro integrante del grupo Fuego de la Poesía y como corresponsal de la revista Lírica Hispánica de Caracas, Venezuela. En 1964, junto a Yolanda Bedregal, Hugo Molina Viaña, Alberto Guerra Gutiérrez, Beatriz Schulze Arana, Elda Alarcón de Cárdenas y Rosa Fernández de Carrasco, fundó la Unión de Poetas para Niños.

SU OBRA

Paz Nery Nava, mujer de letras y gran sensibilidad, que supo combinar ejemplarmente su labor de madre, educadora y trabajadora social, no sólo fue defensora de los Derechos de la Mujer, sino también defensora de los derechos de los niños y adolescentes. De ahí que gran parte de su actividad, sobre todo en el área de la educación, estuvo orientada a mejorar las condiciones de vida y estudio de los estudiantes más humildes del país.

Aparte de su novela Lina, que obtuvo la primera mención en el concurso literario convocado por la Universidad Técnica de Oruro, en 1968, y que fue publicada recién en 1971, están sus obras en el género de la poesía, entre las cuales ocupa un lugar privilegiado sus versos destinados a los niños, quienes fueron su principal fuente de inspiración. Ella, como pocas autoras de poesía boliviana, conocía muy bien el alma de los niños, como si ella misma pensara y sintiera como ellos, con esa naturalidad de las personas sensibles ante el dolor humano, pero también ante la luz de la esperanza que se refleja en sus versos escritos con sentido común y ternura maternal. No en vano en su poema Placidez, que integra su libro Ritual de la sombra, nos dice: Alta en mi senda estoy/ queriendo hallar mi sombra,/ cristal de cristal soy líquido que vaga/ hacia el noble misterio de las horas lejanas./ Mi cuerpo es flor rebelde de un colegio de lirios/ y mis manos son pétalos de sol para mi niño./ Me arrebata el ensueño/ en medio de mil ansias de orgullo miliciano.

Su incursión en la poesía para niños, que obedecía a un llamado vehemente de su espíritu de educadora del ciclo primario y su atenta observación del mundo infantil, está registrada en su primer poemario publicado en 1957, con una fuerza lírica que asombra y atrapa la atención de los  pequeños lectores; por cuanto no es desatinado el comentario de César Chávez Taborga, quien, tras la lectura de los poemas reunidos en Silabario de sueños: poemas para niños, que son bellos, musicales y delicadamente expresivos, manifestó sin vacilaciones: Paz Nery Nava ha escrito este pequeño libro de poemas conjugando esa su doble calidad de artista. Los motivos que recoge y la forma cómo los expresa, denotan una cabal interpretación del pensamiento y la conducta de los niños, especialmente de aquellos que están comprendidos entre los cuatro y los siete años de edad (en “Una poesía infantil”. Revista Boliviana de Cultura “Cordillera”, Nro. 6, La Paz, 2009, p. 68).

Nuestra poeta ha sabido observar, captar y recrear  los motivos que más atraen el interés de los infantes, cuando aún éstos están envueltos por ese maravilloso mundo de animismo y fantasía, donde los elementos inanimados de la naturaleza poseen las mismas facultades que los seres humanos, y que la poeta usa como recursos literarios válidos para estimular la imaginación de los niños. Este afán por concederles vida y voz propia a los elementos del reino animal y vegetal está presente, sobre todo, en la primera parte del poemario, que contiene títulos como Los patitos traviesos, Hazañas del ratón Jo, Bodas de doña Rana, Caballitos del cielo, El escarabajo y otros.

La poesía de Paz Nery Nava, al igual que las rondas infantiles cuyas composiciones deleitan a los niños por su cadencia y sencillez idiomática, está llena de juegos verbales y musicalidad, como se advierte en el poema Mi trompo, donde los versos, transmitiéndonos movimientos con tonos casi siempre sonoros, nos dicen: Tengo un bailarín/ bailarán,/ gordo, gordiflón/ gordiflán,/ ronco, roncarín/ roncarán./ Capote de sueños/ lo cubre y él danza (…)/ y borrachito de baile/ tambalea, tambalea,/ bailarín/ bailarán,/ gordiflón/ gordiflán,/ roncarín/ roncarán...

Por otro lado, las vivencias y experiencias de su infancia, ancladas en la tierra minera que la vio nacer, se reflejan en algunos de sus poemas con temática social y realista, como en El Minero, un personaje que de seguro caló hondo en el crisol de su mente y su sensibilidad espiritual, constituyéndose no sólo en una realidad que formaba parte de su entorno social inmediato, sino en una de las temáticas vitales de su quehacer poético.  

Cabe mencionar que una calle de Alto Obrajes en la ciudad de La Paz y varias instituciones educativas del país llevan su nombre en reconocimiento a su indiscutible contribución a la literatura infantil y juvenil, pero también en homenaje a la importante labor social y educativa que desarrolló en benefició de las mujeres y los niños bolivianos.

Apuntes bibliográficos

Su producción literaria es breve pero de indiscutible calidad estética, que pone de manifiesto su talento para la versificación y su desmedido amor por los niños, quienes, en la tristeza y en la alegría, necesitan de su tierna voz de amiga y educadora. Poesía: Silabario de sueños: poemas para niños (1957); Distancias interiores (1965); Estaciones de tu ausencia (1969); Ritual de la sombra (1974); Misturita (poemario infantil y teatro, 1977). Novela: Lina (1971). Estudio: Lenguaje funcional en la escuela primaria (1959).

SU POESÍA

EL ZAPATO

Pequeña casa de cuero

donde vive una familia

con cinco hijitos:

los dedos

unidos como los granos

de una mazorca de besos.

Casita caminadora,

casita que todo sabe,

casita que todo ve,

que se eleva por los aires

y casita que se oculta

cuando se le duerme un pie…


CABALLITOS DEL CIELO

Caballito blanco,

caballito negro,

caballo de plata,

caballo de oro.

El sol, caballito

con patas de oro,

la luna yegüita

de color de plata.

Caballito blanco,

caballo amarillo,

llevadme a la escuela,

llevadme a la casa.

Yegüita que corres

también por el río,

caballo que bajas

a valles y prados.

Caballo y yegüita,

dulzura del mundo,

corola del cielo,

sonrisa del alba.

Seguidme en los sueños,

seguidme en mis juegos

de todos los días.


EL PACAY

El pacay es cocodrilo

que se comió unos negritos,

les hizo una sabanita

con fina felpa de nieve.

Cama de nieve caliente,

Balancín verde en el aire;

por puente de telaraña

pasa la brisa cantando,

la avispa y el colibrí

tocan orquesta de sombra.

Blanco nilo,

blanco nilo,

verde sombra,

verde sombra,

El pacay es cocodrilo

que se comió unos negritos.


 

martes, 19 de enero de 2021


EL INDIGENISMO EN LA PROSA DE UN POETA

Ricardo Jaimes Freyre se anticipó al movimiento literario y artístico del indigenismo, que tuvo una fuerte presencia entre los años 1910 y 1950 en varios países del continente americano, incorporando a los indios como protagonistas centrales en su cuento, ya que el indio, como personaje literario, no aparece hasta antes del siglo XIX, salvo en los mitos y leyendas provenientes de las naciones indígenas, transmitidas a través de la oralidad y de generación en generación desde mucho antes de haberse consumado la conquista del llamado Nuevo Mundo, con personajes que, revestidos con atributos de heroísmo y exotismo, pertenecían al ambiguo mundo de la realidad y la fantasía.

Los autores que abrazaron la causa indígena, con la intención de reflejarla por medio de sus obras literarias, cumplían con la función de despertar una conciencia social en torno a la problemática de las naciones originarias. Algunos incluso elevaron el tema a un nivel de tesis política, planteando la necesidad de volver la mirada hacia el drama de los pobladores sojuzgados de América Latina. En consecuencia, no es extraño que en En las montañas, como en el resto de la narrativa indigenista, se denuncie la explotación del indio y, al mismo tiempo, se reivindique los brotes de resistencia y rebelión contra los terratenientes.

El cuento de Ricardo Jaimes Freyre, escrito con un elegante estilo que permite imaginar las escenas como en sucesivas secuencias fotográficas, se caracteriza por la brevedad, la contemplación poética del paisaje y una fuerza argumental que toca las fibras más sensibles del lector. Se trata, pues, de una vigorosa prosa, limpia de ripios y reforzada con adjetivos que precisan la descripción de la naturaleza y los escenarios donde se desarrollan las acciones y los diálogos entre los protagonistas. Por un lado, los indios sometidos a un sistema de servidumbre colonial; y, por el otro, los dos viajeros -alto y blanco, el uno; moreno y bajo, el otro-, pertenecientes a la esfera de las élites dominantes que, hasta antes del triunfo de la revolución nacionalista de 1952 y el decreto de la Reforma Agraria en 1953, eran los dueños absolutos de las tierras, los animales y los pongos que vivían hacinados en miserables viviendas, con paredes de barro y techos de paja que, por lo general, estaban ubicadas en pequeñas parcelas y en las afueras de las casas de hacienda.

No cabe duda que Ricardo Jaimes Freyre, a través de esta apología del indio y su civilización, se da a conocer a plenitud como excelente narrador, mientras su prosa, elaborada con la misma pasión y los mismos registros lingüísticos que engalanan sus versos, se convierte en un referente de la narrativa indigenista boliviana, digna de ser insertada en las antologías del cuento latinoamericano, junto a otros autores que evocan la miseria de las masas indias y se convierten en ecos del clamor popular.

Ricardo Jaimes Freyre, aparte de presentarnos una realidad llena de avasallamientos y despojos, nos ofrece un panorama sombrío en un contexto donde la dureza en los diálogos y las fuerzas antagónicas de la condición humana, inherentes a la temática tratada con desparpajo y conocimiento de causa, se sobreponen a la belleza telúrica del altiplano, que él sabía apreciar y transmitir con su hipersensibilidad humana y su auténtico espíritu de poeta.

Cabe recordar que Ricardo Jaimes Freyre escribió este cuento antes de que las corrientes ideológicas del indigenismo se establecieran en Latinoamérica, antropológicamente concentradas en el estudio y valoración de las naciones indígenas, y el cuestionamiento de los mecanismos de discriminación y desarraigo de las culturas originarias, cuyo peso político y cultural fue soterrado por la administración colonial española desde la conquista del Imperio Incaico, hasta los gobiernos republicanos que no hicieron nada por cambiar las condiciones socioeconómicas de los indígenas, quienes no fueron considerados como componentes sustanciales de la sociedad boliviana; por el contrario, fueron excluidos de los beneficios de la llamada civilización blancoide y de las ventajas del Estado oligárquico.

No en vano el tema del latifundio es uno de los aspectos más relevantes de la narrativa indigenista, porque representa la política etnocida de las oligarquías republicanas y la servidumbre de los indígenas en beneficio de una casta de gamonales y terratenientes, que no sólo les arrebataron sus tierras con el beneplácito de las leyes de los poderosos, sino también los convirtieron en sus pongos sobre los cuales tenían el derecho de propiedad, como en cualquier sistema colonial, que les suprimen sus derechos más elementales y los condenan a escalofriantes trabajos de esclavitud.

La literatura indigenista, particularmente en los géneros de la narrativa, tiene distintas tendencias desde su aparición, pero el rasgo común que comparten es que la mayoría de las obras resaltan el racismo, la pobreza, la marginación y el choque entre la cultura occidental y las culturas ancestrales. Esta literatura, además de denunciar la explotación de los indios en las haciendas, apuntala las reivindicaciones socioeconómicas desde la perspectiva de los ideales que proclaman la integración nacional y el derecho de los pueblos originarios a ser parte de las instituciones estatales, que son las que, en última instancia, determinan el destino de una nación en el ámbito político, económico, social y cultural.

En el cuento de Ricardo Jaimes Freyre, que en algunas antologías lo recogen bajo el título de Justicia india, se advierte una fuerte connotación descriptiva de la naturaleza y un inconfundible compromiso social asumido por el autor que, sin eufemismos ideológicos ni retoques de la realidad, describe la lacerante situación de sus protagonistas indios, quienes, en actitud de rebeldía y decisión de lucha, agitan a los suyos para acabar con los personajes antagónicos, pero sin desvirtuar el objetivo principal del cuento que, a pesar de su violento desenlace, conlleva un mensaje de esperanza, justicia y libertad.

En este cuento, escrito con coraje y valor moral, aparte de destacar el fascinante telurismo del altiplano, donde existe un vínculo casi simbiótico entre la naturaleza, el hombre y la comunidad, se exalta el interés colectivo sobre el bienestar individual; una tradición muy arraigada en las comunidades indígenas, donde la práctica cotidiana del ayni (colaboración mutua en el trabajo para la subsistencia de la comunidad) y la mink’a (reciprocidad de ayuda intercomunal) forman parte de la mentalidad del ayllu (sistema de organización básica de la sociedad aymara) desde su pasado milenario.

El autor, convencido de la posición política forjadora de su conciencia, nos presenta, de manera sucinta y en pocas páginas, la tensa relación verbal y humana que sostienen los dominantes y dominados, en el marco de un sistema estrictamente colonial, que está caracterizado por las injusticias sociales y el menosprecio racial, que son partes integrantes de una sociedad donde prevalece la supremacía del hombre blanco sobre la mayoría indígena, compuesta por los diversos pueblos originarios asentados en el territorio nacional.

El cuento no se limita a retratar los atropellos que los patrones blancoides cometen contra los indígenas por el simple hecho de ser indígenas, sino que es una suerte de preámbulo para los ideólogos del indigenismo que, en su afán de liberar al indio de esa intermediación opresiva y explotadora, elaboran teorías cuyos principios tienden a impulsar una política de inclusión social en todos los ámbitos de la sociedad y una participación activa en las estructuras del poder del Estado, como una forma de compensar los cinco siglos de discriminación, perjuicios y marginalidad. Los indigenistas, en su lucha contra las minorías privilegiadas (gamonales, caciques, latifundistas, etc.), plantean la necesidad de fortalecer la propiedad colectiva de la tierra, la autodeterminación y la diversidad cultural, revalorizando los usos y costumbres de los pueblos originarios, como componentes fundamentales de una nación multicultural y plurilingüe.

Ricardo Jaimes Freyre, ya en las primeras páginas de En las montañas, se empeñó por demostrar que el trato hacia el indio era despectivo, de supremacía, y que los adjetivos de imbéciles o bribones eran moneda corriente para calificar a quienes rechazaban los abusos de los patrones, que ejercían su poder de dominación por medio del amedrentamiento y el látigo. No es casual que uno de los jóvenes viajeros del cuento, que cambió su caballo muerto por otro vivo, para imponer su autoridad sobre el justo reclamo del indio, golpeó con su látigo el rostro de  Pedro Quispe, quien sujetó las riendas del caballo intentando impedir la marcha de los viajeros que, como parte de sus abusos, habían quemado una de las chozas y habían matado una oveja y algunas gallinas para alimentarse sin pagar un solo centavo. Asimismo, el viajero blanco, de apellido Córdova, a manera de disuadirlo, le dijo que esas tierras no pertenecían a los indios, porque no tenían títulos de propiedad, para considerarse los dueños de las tierras que habitaban y trabajaban. A lo que Pedro Quispe le contestó: Yo no tengo papeles, señor. Mi padre tampoco tenía papeles, y el padre de mi padre no los conocía. Y nadie ha querido quitarnos las tierras. Tú quieres darlas a otro. Yo no te he hecho ningún mal...

El abuso llegó al extremo cuando el joven viajero, acostumbrado al chantaje y a aprovecharse del sacrificio ajeno, le pidió una bolsa llena de monedas a cambio de devolverle sus tierras; una propuesta que fue rechazada por Pedro Quispe, quien, consciente de que la justicia estaba siempre a favor de los poderosos, organizó a los suyos, mientras los dos viajeros salieron cabalgando por el portón del rústico albergue y emprendieron su retirada por el flanco de la montaña.

Los indios, movilizados por el pututo de Pedro Quispe, ascendieron hacia una de las montañas, desde donde avistaron a los dos viajeros, poco antes de cercarlos y atacarlos al son de las notas estridentes y prolongadas del pututu. El ataque se hizo inminente, el indio que los guiaba aprovechó para huir por un sendero abierto entre los cerros y los demás, desplazándose entre los pajonales bravíos y las agrias malezas, bajo los anchos toldos de lona de los campamentos y en la cumbre de los montes lejanos, trepaban a los cerros, desde cuya cumbre, coronada de indios, hicieron rodar enormes peñascos sobre los dos jinetes que detuvieron su paso, hasta que fueron heridos y detenidos por la turba confusa que los capturó como a animales de caza.

No es para menos, Ricardo Jaimes Freyre, a través de su cuento de corte modernista, nos narra el drama de los indios que, a pesar de su situación de dominados y excluidos de los sistemas de poder, se alzan en una rebelión que culmina con la victoria de la verdad y la justicia; un premeditado desenlace que, de manera implícita, pone de manifiesto las concepciones socialistas de su pensamiento ideológico que, desde principios del siglo XX, hicieron aflorar los postulados populares de que la tierra es de quienes la trabajan y no un patrimonio de los terratenientes.

En la narrativa indigenista, al margen de su valoración estética, existe una reflexión crítica sobre la realidad social, que parte del principio de la inferioridad racial del indio. Incluso la descripción de su aspecto humilde y miserable, con chaqueta desgarrada y sandalias con correas llenas de nudos, es una constatación de que el indio, aquejado por los constantes ultrajes patronales, es un individuo que sobrevive en medio de la pobreza y al margen de los privilegios reservados sólo para las familias propietarias de grandes extensiones de tierra y dueñas de los pongos que trabajaban en condiciones inhumanas y sin más esperanza que suplicarle a la Pachamama un mejor destino para sus descendientes.

El autor retrata el mundo indígena en términos de marginalidad económica, social, política y cultural, pero también de resistencia silenciosa y toma de conciencia que, de manera inevitable y dialéctica, desemboca en la venganza y la violencia descarnada, como ocurre en la última escena narrada por Ricardo Jaimes Freyre, quien, en un intento por eliminar la visión idílica de los indígenas, que es una de las características de la literatura romántica de la literatura del siglo XIX, da vuelta a la página y lo muestra al indígena en actitud combativa, ya que sus personajes indios, lejos de soportar los atropellos y el desprecio con actitud sumisa, optan por rebelarse al son de los pututos, usados como instrumentos que convocan a la comunidad para defender sus derechos y ejecutar la justicia por mano propia.

Así ocurrió En las montañas. Los dos jóvenes viajeros, Córdova y Álvarez, una vez atrapados en el fondo de la quebrada por los indios que descendieron desde la colina, que poco antes parecía desmoronarse en enormes peñascos, fueron amarrados sobre los caballos y conducidos hasta una explanada, donde sus cuerpos fueron arrojados como dos fardos, mientras los ancianos y las mujeres esperaban la asonada final. Al cabo de deliberar un momento, y una vez que empezaron a beber el licor de los cántaros en señal de triunfo y regocijo, Pedro Quispe y Tomás se ocuparon de despojarles de sus prendas y atarlos a los postes, donde empezó el suplicio entre gemidos y alaridos de dolor, como si los patrones hubiesen despertado la furia social y los indígenas hubiesen tomado conciencia de su propia dignidad. Seguidamente narra el autor: Pedro Quispe arrancó la lengua a Córdova y le quemó los ojos. Tomás llenó de pequeñas heridas, con un cuchillo, el cuerpo de Álvarez. Luego vinieron los demás indios y les arrancaron los cabellos y los apedrearon y les clavaron astillas en las heridas...

Al final del suplicio, los cuerpos vejados y ensangrentados desaparecieron como tragados por la tierra. Pedro Quispe trazó una cruz en el suelo y los hombres y las mujeres, como en un acto ritual de silencio y complicidad, besaron la cruz y pasaron sobre la tierra húmeda; un episodio que, aunque parece dejar un espacio libre para la imaginación del lector, termina de la manera más cruenta y despiadada que imaginarse pueda, mientras la inmensa noche caía sobre la soledad de las montañas.

Los brotes de rebeldía y violencia indígena aparecen registrados, antes y después de la institucionalización de la colonia, en varios capítulos de la historia nacional. Baste mencionar, a manera de ejemplo, la conducta beligerante de los indios durante la Guerra Federal (1898-1899), cuando éstos, aliados a las tropas castrenses del coronel José Manuel Pando, nombrado comandante de las fuerzas federalistas de La Paz, se enfrentaron a las tropas chuquisaqueñas lideradas por el Partido Conservador que, mientras cruzaban por las poblaciones del altiplano en su camino hacia La Paz, se dieron a la tarea de atacar y quemar las casas de los indígenas aymaras, quienes, ante semejantes atrocidades cometidas en sus comunidades y en afán de reivindicar sus derechos que habían sido sistemáticamente espoliados como consecuencia de la legislación de 1880, se sumaron a la efervescencia bélica al mando de El Temible Pablo Zárate Willka, fustigando a las masas indias para derrotar a las minorías dominantes, compuesta por una jerarquía de criollos y mestizos, que tenían el control sobre las tierras y los recursos naturales.

La violencia con que actuaron los indígenas tuvo su fatal desenlace en el templo del pueblo de Ayo Ayo, donde, al son de los pututus de los federalistas de Zárate Willka, los heridos de las tropas constitucionales fueron masacrados sin contemplaciones. Los testimonios parecen coincidir con la versión de que al atardecer del 24 de enero de 1899, más de un centenar de indios rodeó el pueblo, tomó la plaza principal, atacó viviendas particulares y asedió a los heridos refugiados en el templo. Por la noche rompieron las puertas y entraron para masacrarlos a sangre fría, partiéndoles las cabezas con hachas y cuchillos, sacándoles los ojos, arrancándoles el corazón y la lengua, rasgándoles la piel con alambres, desnudándolos y arrastrándolos por las calles antes de degollarlos. La tragedia, que dejó el templo lleno de sangre y cadáveres, culminó con el brutal asesinato del capellán militar, el párroco del pueblo y un cura de Viacha.

Como se apuntó líneas arriba, éste no fue el único episodio en el que la furia de los indios se dejó sentir por los poderes de dominación, sino uno más de las tantas rebeliones que protagonizaron desde la época de la colonia, dejando constancia de que las guerras se ganan con fusiles y no con oraciones ni discursos, como sucedió en los levantamientos armados registrados en las páginas más violentas y sangrientas de la historia nacional.

En las montañas es fácil percibir que la temática indígena caló hondo en los pensamientos y sentimientos del Ricardo Jaimes Freyre, quien, sin más recursos que la magia de la poesía y la profunda conmoción de su alma, intentó rescatar y reproducir, a través de su obra literaria, el espíritu de lucha de los indígenas enfrentados tanto a las inclemencias de la naturaleza agreste como al carácter despótico de los hacendados, que les despojaron de sus tierras y los sometieron a deplorables condiciones de vida y trabajo.

Con todo, este fabuloso cuento de Ricardo Jaimes Freyre, publicado por primera vez en el Nr. 29 de la Revista de Letras y Ciencias Sociales de Argentina (1906), merece una mayor difusión entre los lectores nacionales y extranjeros, no sólo porque forma parte de su escasa prosa literaria, sino también porque la temática indigenista, estructurada sobre la base de un lenguaje rico en metáforas y símbolos, está hilvanada con solvente calidad ética y estética, una inconfundible impronta en la obra de los grandes narradores bolivianos.

IMÁGENES

1. Ricardo Jaimes Freyre.

2. Campesino y milicia, óleo de Miguel Alandia Pantoja, 1960.

3. Milicia india, Óleo lienzo, 1963. Col. familia Alandia Pantoja, Bolivia.

4. Mujer con carga de cebada, Óleo lienzo, 1958. Col, familia Alandia Pantoja, Bolivia.

5. La rebelión indígena fue violenta en la época colonial y republicana.

6. Los indígenas excluidos de los órganos de poder del Estado.

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

EL NORTE DE POTOSÍ EN LETRAS

Presentar un material escrito, como el que usted tiene en sus manos, con el sugestivo título de Aquí también se escribe, es casi siempre una enorme satisfacción para los implicados en un proyecto colectivo, que no tiene más pretensión que dar a conocer a autoras y autores que cuentan con una o más obras publicadas en formato de libro.

Antes de emprender con la presente compilación, en coordinación con la responsable de la Regional Catavi del Archivo Histórico de la Minería Nacional de la COMIBOL, estaba convencido de que entre los cerros de estas poblaciones mineras, que en su esplendoroso pasado estuvieron pletóricos de codiciados metales, había hombres y mujeres que, con la mente lúcida y la mirada puesta en la tierra que los vio nacer, estaban dispuestos a plasmar en letras de molde sus ideas, sueños y esperanzas, sin otro afán que dejar un testimonio escrito de sus vivencias y conocimientos, como la mejor expresión de la tradición cultural de un pueblo, cuyas calles y plazas han sido escenarios de enconadas luchas sociales, masacres insensatas y victoriosas conquistadas a fuerza de coraje y alto grado de conciencia política. 

En estas poblaciones mineras, que hicieron ricos a unos pocos y pobres a la inmensa mayoría, se formaron los dirigentes sindicales más destacados del movimiento obrero del país. Aquí nacieron, crecieron y se formaron hombres y mujeres que supieron contribuir al país con obras que, si bien no fueron destacadas en su debido momento, conforman el patrimonio histórico del norte de Potosí. No cabe duda de que estas personas sentipensantes, quienes, sin pedir nada a cambio y sin que nadie los premiara, ofrecieron lo mejor de sí para el orgullo de quienes nos consideramos hijos de entrañas mineras.

El proceso de elaboración de Aquí también se escribe, para quien redacta estas líneas, ha sido un trabajo gratificante desde todo punto de vista. Sabía que estaba rastreando las huellas de una importante camada de autoras y autores de Uncía, Llallagua, Siglo XX, Catavi y Cancañiri, con el único propósito de reunirlos y presentarlos en un mismo volumen, convencido de que ellos, con su talento, empeño y sabiduría, estaban aportando con sus obras al ámbito de la cultura y la literatura nacionales, donde muchos de los mencionados en esta modesta compilación, brillan con luz propia, situándose, por méritos propios, en el contexto de los creadores capaces de deslumbrarnos con su capacidad intelectual y su sapiencia hecha de humanismo y humildad.

El compendio, que reúne a autores de los más diversos géneros literarios, es una vitrina expuesta al mundo exterior, para que se conozca a las personas que son la voz cantante de este girón patrio, capaces de representarnos tanto a nivel local como nacional, sin otro afán que mantener viva la memoria colectiva de un pueblo, con sus grandezas y pobrezas, con sus luces y sombras, con sus sueños y pesadillas, con sus triunfos y derrotas.

Estos autores, nacidos en medio de un torbellino de mantas y polleras, guardatojos y k’epirinas, son los llamados a dignificar a esta región minera que sentó un precedente en las páginas de la historia nacional, con hombres y mujeres que no se dejaron doblegar por las armas de las dictaduras militares, aunque se perdieron a varios de los líderes que lucharon por conquistar mejores condiciones de vida, casi siempre a pecho abierto y con la mano empuñada de coraje y rebeldía.

El material que hoy tienen en sus manos es una muestra de que en estas poblaciones de valerosos luchadores, existen -y existieron- autoras y autores que no podían pasar desapercibidos y mucho menos soterrados bajo los polvos del olvido. Por eso mismo, el esfuerzo de rescatarlos, de sacarlos a la luz pública, ha sido un trabajo harto apasionante, debido a que estas poblaciones mineras del norte de Potosí han sido una veta rica no sólo en materias primas, sino también en materia intelectual. Estas mentes privilegiadas supieron mantener viva nuestra historia y conservar nuestras tradiciones a través de sus libros escritos con la pasión del alma y el corazón encendido por una explosión de sentimientos y pensamientos convertidos en palabras de alto contenido social, histórico y cultural.

No debe olvidarse que las y los autores, como cualquier otro ser social, son individuos que necesitan relacionarse y comunicarse con sus semejantes, y, para hacerlo, usan el lenguaje escrito como su principal instrumento de comunicación, puesto que este sistema, conformado por un conjunto de códigos lingüísticos, les permite transmitir sus pensamientos de manera precisa y eficaz, hilvanando razonamientos, sentimientos y emociones, que terminan fundidos en las letras de molde de ese maravilloso objeto conocido con el nombre genérico de Libro.

Elaborar este compendio, que un día será un libro de consulta para maestros y estudiantes, es el reflejo más auténtico de un pueblo que tiene mucho que aportar a la cultura nacional. Cuando culminé con el acopio del material y los datos bio-bibliográficos de quienes se dedicaban a escribir en verso y prosa, me vi sorprendido al constatar que los escritores eran muchos más de lo que me imaginaba; de modo que, debido a razones de extensión y presupuesto, me vi obligado a dividir el trabajo en dos partes; la primera dedicada a autoras y autores de Uncía y la segunda dedicada a los de Llallagua, Siglo XX, Catavi y Cancañiri.  

Por último, permítanme que les deje esta compilación para que lo vean, lo lean y lo critiquen. Y si por ahí existe alguien que conoce a una escritora o un escritor que no está contemplado en Aquí también se escribe, le ruego que me lo comuniquen o me lo hagan saber, para así incluirlos en las próximas ediciones de esta suerte de antología hecha con absoluta modestia y ética profesional. 

 

lunes, 20 de julio de 2020


WILLY FLORES PARTIÓ HACIA EL PARNASO DE LOS GRANDES

Ahora que la prensa digital, en tiempos de pandemia, me trajo la infausta noticia de su deceso, acaecido el pasado domingo 19 de los corrientes, me embarga una amarga tristeza, porque a Willy le tenía un especial aprecio no sólo porque compartíamos intereses comunes, sino también porque nos unía una sincera amistad. Siento un hondo pesar al saber que no pudo asistir a tiempo a una consulta médica por sus afecciones cardiorrespiratorias, debido a que cumplía con una detención domiciliaria que le impusieron arbitrariamente desde noviembre del 2019, tras las revueltas iniciadas contra el gobierno del MAS, acusándolo, sin prueba alguna, de fabricar y distribuir bombas molotov, por órdenes del Ministerio de Culturas, entre los alteños que defendían el Proceso de Cambio.

Willy Flores vivía enamorado de la vida y las ideas libertarias. Se casó con su compañera de teatro María Elena Cárdenas, con quien tuvo un niño que, de seguro, es ya el heredero del talento artístico de su padre y el continuador de su actividad actoral, que si bien no le daba riquezas en metal, le dejaba enormes satisfacciones en el alma, que de por si es un valioso patrimonio espiritual, que no se puede cambiar ni por todo el oro del mundo.

Willy Flores jamás perdió su ajayu de alteño; tenía los pies clavados en su comunidad aymara y las esperanzas puestas en un porvenir mejor que el que ofrece la voracidad del capitalismo salvaje. Estaba comprometido con el destino de los sectores más desposeídos y compartía el sueño de los luchadores sociales empeñados en conquistar mejores condiciones de vida. Era por eso que admiraba la obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano, a quien, según me confesó en cierta ocasión, mientras caminábamos rumbo al local del Centro Cultural Albor, hubiera querido conocerlo en persona, para intercambiar ideas, estrecharle la mano y fundirlo en un fraternal abrazo.

Willy Flores no vivía del arte, sino para el arte. Su vida destilaba teatro y por sus venas corría poesía. Todo él era arte, un ser humano con una gran capacidad histriónica y un autor de piezas de teatro con fuerte contenido sociopolítico. Seguidor del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, creador del teatro épico y dialéctico, y admirador de la escritora sueca Astrid Lindgren, cuya obra infantil, Miguel el travieso, él adaptó con acertada intuición a la realidad boliviana.


Cuando puso en escena Bolivia Diez, me invitó a una de las presentaciones en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez de la ciudad de La Paz, donde me sorprendió con la magnífica interpretación que hizo de los relatos tomados de mis Conversaciones con el Tío de Potosí. Al finalizar el acto, lo visité en los camerinos para felicitarle a él y a sus compañeros. Fue entonces que, medio en serio y medio en broma, me invitó a formar parte de su elenco, con el argumento de que nadie podía encarnar mejor que yo las diabluras del Tío de la mina. Yo me limité a esbozar una sonrisa, en tanto él me miró a los ojos y dijo: Piénsalo, Montoya.

Willy Flores era un amigo que lo daba todo sin pedir nada a cambio, un compañero en la ruta de los enamorados de la libertad y la justicia, un hombre de teatro acostumbrado a ganarse los aplausos con honestidad y esmero, un maestro de miles de jóvenes que se formaron en teatro y poesía por el camino del arte, en el que él era un verdadero tejedor de sueños y esperanzas. Willy era, sin mayores preámbulos ni rodeos, el prototipo del intelectual revolucionario que intentaba descifrar la realidad social a través de sus actuaciones, uno de los precursores fundamentales del teatro alteño y pieza clave de la vida cultural de una ciudad que él amaba como si todas sus calles y todos sus parques fuesen escenarios al aire libre, sin dejarles de reclamar a las autoridades ediles cómo era posible que la segunda ciudad demográficamente más grande de Bolivia tuviera un solo teatro, el Teatro Raúl Salmón de la Barra que, en varias oportunidades, en lugar de fomentar actividades culturales, estaba al servicio de algunas sectas religiosas que lo usaban para congregar a sus feligreses los fines de semana.

Siempre pensé que si Albor existía era porque existía Willy, su dedicación y su esfuerzo eran recursos indispensables para asumir los retos de sus presentaciones teatrales en el ámbito nacional e internacional y, sobre todo, para llevar adelante los proyectos que se planteaban como institución cultural en la ciudad de El Alto, donde se ganaron un merecido respeto a fuerza de trabajo serio y perseverante. No en vano el grupo Albor, aparte de promover actividades poéticas y teatrales, constituía un referente fundamental de la vida cultural que se desarrolla en la ciudad más joven y más alta de Bolivia.


Algunas veces me invitó a participar de sus actividades, me presentó a los jóvenes que asistían a sus lecciones de teatro y me convocó a ser jurado del concurso de poesía Pluma de Plata y del festival poético Jiwasamphi Sartañani, que eran verdaderas fiestas de la palabra oral y escrita, en las que participaban estudiantes de los ciclos primarios y secundarios de todo el país; todo un movimiento cultural organizado con gran entusiasmo y encomio, en aras de formar a jóvenes y niños en las bellas artes de la poesía y el teatro, contextos en los cuales él supo descollar con talento natural, como natural era su forma de ser y de pensar, con el corazón bien puesto a la izquierda de su pecho.

Ahora que me llegó la fatal noticia de su partida hacia el parnaso de los grandes, recuerdo también que alguna vez, por solicitud de su compañera Leticia Guarachi, dirigí un taller de literatura en los ambientes de Albor, ubicados en la esquina de la Calle 6 de la zona Villa Dolores, donde los y las jóvenes escribieron textos, tanto en prosa como en verso, sobre la compleja y contradictoria realidad de la ciudad de El Alto, y cuyos textos, una vez reunidos y revisados, fueron publicados en una edición artesanal con el título de Muñecos, Heces y Reflejos, el año 2013; un resultado escritural por el que Willy me agradeció con palabras sinceras, consciente de que ese granito de arena le sumaba puntos a la institución cultural, con autogestión y principios basados en el respeto a los derechos humanos, a la que entregó su vida entera desde su fundación.


Willy Flores y sus compañeros hacía mucho que venían desarrollando una Cultura de Altura, con el único objetivo de rescatar el patrimonio histórico y la memoria colectiva alteña, para luego representarlos sobre las tablas, sin más compañía que los actores/ras, reflectores, telones, micrófonos y un público interesado en aprender y disfrutar de su propia historia puesta en escena, al margen de otras obras que él leía con sumo interés y las adaptaba a las técnicas propias del teatro, como ocurrió con Las venas abiertas de América Latina de Galeano, que presentaron cientos de veces tanto en Bolivia como en otros países del continente, en cuyos escenarios él supo destacar con su voz templada y ataviado siempre con un saco blanco y negro.

Para Willy Flores, en su condición de director del Teatro Albor, era importante que todas las representaciones estuviesen ligadas a temáticas políticas e históricas, desde una perspectiva ética y estética. El fondo y la forma debían ensamblarse y obedecer a parámetros destinados no solo a entretener al público, sino a entregarle un mensaje con la intención de ejercer influencia sobre sus ideas y su conciencia. Estaba empeñado en proponer un tipo de teatro que mostrara la realidad de los bolivianos, con escenas donde se reflejaran las contradicciones sociales y raciales, con todas las características que condicionan la vida humana. Se trataba de una propuesta teatral que conmoviera los sentimientos y obligara a pensar a los espectadores, ya sean estos niños, jóvenes o adultos, invitándolos a sacar sus propias conclusiones sobre la pieza puesta en escena. Todo esto motivado por la concepción de demostrarles a los críticos y escépticos que, a través del teatro, se podía contribuir a la educación y a modificar las estructuras socioeconómicas de una sociedad.

Con el prematuro deceso de Willy Flores, la ciudad de El Alto pierde a un gran actor, poeta y gestor cultural. Ahora, a sus familiares, amigos y conocidos, nos queda sólo aguardar que las semillas que sembró durante años, con honda pasión y desmedido amor, florezcan a plenitud en el jardín de los hombres y mujeres enamorados del arte, la poesía y el teatro.  

Fotos:

1. Willy Flores
2. Willy Flores y el Teatro Albor en la escenificación de cuentos del Tío de la mina, Llallagua, 5/9/2018.
3. Un miembro de Albor, Víctor Montoya y Willy Muñoz. En la premiación del concurso “Pluma de Plata”. Ministerio de Culturas, La Paz, 26/12/2013.
4. Leticia Guarachi, María Elena Cárdenas, Clemente Mamani, Marcela Gutiérrez, Víctor Montoya, Willy Flores y un miembro de Albor. Local del Centro Cultural Albor, El Alto, 16/12/2012.

martes, 14 de julio de 2020


DE FÁBULAS Y CUENTOS

En la capital de México, muy cerquita del Zócalo, en un kiosco de libros usados, adquirí a precio módico las Obras completas del guatemalteco Augusto Monterroso, cuyas tapas amarillentas daban la impresión de haber pasado como el diablo por los dientes de un molino; un aspecto que, sin embargo, no le restaba su valor literario, tratándose de una colección fabulosa donde, por supuesto, estaba bien plantado su microcuento El dinosaurio, compuesto nada menos que de siete palabras: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. La obra era completa porque, aparte de varios relatos dispersos, incluía La oveja negra y demás fábulas, que el autor escribió deslumbrado por la fauna del Jardín Zoológico de Chapultepec.

Esa misma noche, en el vernissage de un pintor boliviano afincado en México, compartí momentos agradables con el periodista y poeta Coco Manto, quien, a modo de tomarle el pelo al autor de La oveja negra, escribió en  su libro, Animalversiones (Zoopatología de ciertas bestias), un párrafo que, con ironía y gran sentido del humor, expresa: Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí... Éste es el cuento más corto, se dice. Lo escribió Tito Monterroso, aunque yo me sé uno más chiquito: había una vez truz... Como es natural, entre chiste y chiste, atiné a comentar su genial ocurrencia. Coco Manto se tragó la lengua, se hizo el despistado y esbozó una sonrisa como única respuesta. 

Cuando retorné a Suecia, con las obras de Esopo, Samaniego, Iriarte, La Fontaine y otros que se llenaron en la maleta, dejando afuera los souvenir y las botellas de mezcal, no hice otra cosa que enfrascarme en la lectura de las fábulas, a modo de refugiarme del espantoso frío escandinavo y olvidarme de la nieve a costa de leer historias ambientadas en la selva, hasta que una noche soñé que estaba tendido al pie de un árbol de follaje espeso. Miraba el sol que incendiaba el manto azul del cielo, cuando la sombra de otro árbol, de tronco macizo y leñoso, cayó aplastándome la mirada. Intenté pararme, pero sentí que algo pesado se me precipitó encima; no era el árbol, tampoco la sombra, sino la pata de un elefante aplastándome el cuello. El elefante era inmenso y poseía un peso ni para qué les cuento.

De pronto vi el sol descolgándose del cielo como pelota de fuego. Me quemó por dentro, como si el fuego se hubiese instalado en mi cuerpo. Me retorcí de dolor. Quise toser, pero no pude, hasta que el elefante me clavó los colmillos en las piernas, respirándome con su trompa rugosa y prensil.

Agonizaba con la mirada tendida en la nada, mientras una bandada de buitres sobrevolaba alrededor del elefante, que rápidamente se retiró al trote, batiendo el rabo, las orejas y la trompa. Uno de los buitres, la cabeza y el pescuezo desplumados como el de los gallos de pelea, se me acercó a los ojos. Desplegó las alas y dio pequeños brincos en derredor, como cuando se disputa un trozo de carroña entre otras aves de rapiña. Yo permanecí aterrado y quieto, con el corazón golpeándome contra la caja del pecho. A ratos, mientras miraba al buitre con el rabillo del ojo, sentía que la respiración se me iba entre estertores de agonía.

El buitre volvió a plegar las alas. Se detuvo a la altura de mi cabeza y, enseñándome una de sus garras fuertes y encorvadas, preguntó: 

¿Sabes para qué sirve esto?

No contesté con voz moribunda.

¿Así que no sabes? dijo. Se subió sobre mi pecho, se movió tambaleándose y desplegó las alas. Luego insistió: ¿Así que no sabes para qué sirven mis garras?  

No...

¡Sirven para deshacerte mejor! dijo lanzando un graznido que me desgarró los oídos.

Después hundió sus garras en mis ojos y me arrancó la carne a picotazos, hasta reducirme a un montón de huesos...

Qué terrible la pesadilla que me gasté, ¿verdad? Eso me pasó por haber leído obsesionadamente esas pequeñas composiciones literarias, escritas en verso y en prosa, cuyos protagonistas son animales con personalidad y voz propias, gracias al ingenio y la pluma de sus autores, quienes no solo tienen la capacidad de atribuirles dones humanos, sino también la capacidad de metamorfosearse en bichos inmundos como ocurre con Gregorio Samsa en la obra del atormentado Kafka.


Las Animalversiones de Coco Manto, a diferencia de las fábulas de Monterroso, son una suerte de alegorías donde los humanos se confunden con los animales, o estos con sus hermanos racionales, pues el autor, quien se burla del poder corrupto de los politiqueros de levita y se rebela contra el despotismo de las dictaduras militares, tiene la habilidad de entretenernos con cuentos que encierran verdades éticas y morales, y con otras que, rayando en las expresiones de doble sentido o los chistes, dicen: La vaca tomó al toro por las astas para que no le ponga cuernos. Otro: El loro le dijo al rey león que un burro quería ser burra. El sabio rey le ordenó: enciérralo con llave en la biblioteca para que se aburra. Otrito más y listo: El gallo es el palo del gallinero.

Aunque la fábula no tenga una enseñanza útil en el desenlace ni una moraleja al pie de página, es importante que al menos esté bien contada y en breve tiempo, porque la fábula es, ante todo, tiempo concentrado. ¡Ah!, quizás no tanto, pues como atinadamente advirtió Monterroso: No se trata solo de suprimir palabras. Hay que dejar las indispensables para que la cosa, además de tener sentido, suene bien, así como suenan las poesías del Coco Manto en la poderosa voz de Luis Rico, acompañado por la sonora Banda del Pagador, donde los platilleros, soplalatas y tamboreros, se parecen a los personajes de los fabulistas en Carnaval.

Foto: Coco Manto y Víctor Montoya en la redacción del periódico “Excelsior” de México (2002), donde trabajaba el periodista y poeta boliviano.