Ricardo Jaimes Freyre se anticipó al movimiento literario y artístico del
indigenismo, que tuvo una fuerte presencia entre los años 1910 y 1950 en varios
países del continente americano, incorporando a los
indios como protagonistas centrales en su cuento, ya que el indio, como
personaje literario, no
aparece hasta antes del siglo XIX, salvo en los mitos y leyendas provenientes
de las naciones indígenas, transmitidas a través de la oralidad y de generación
en generación desde mucho antes de haberse consumado la conquista del llamado Nuevo Mundo, con personajes que,
revestidos con atributos de heroísmo y exotismo, pertenecían al ambiguo mundo
de la realidad y la fantasía.
Los autores que abrazaron la causa
indígena, con la intención de reflejarla por medio de sus obras literarias,
cumplían con la función de despertar una conciencia social en torno a la
problemática de las naciones originarias. Algunos incluso elevaron el tema a un
nivel de tesis política, planteando la necesidad de volver la mirada hacia el
drama de los pobladores sojuzgados de América Latina. En consecuencia, no es
extraño que en En las montañas, como
en el resto de la narrativa indigenista, se denuncie la explotación del indio
y, al mismo tiempo, se reivindique los brotes de resistencia y rebelión contra
los terratenientes.
El cuento de Ricardo Jaimes Freyre, escrito con un
elegante estilo que permite imaginar las escenas como en sucesivas secuencias fotográficas, se caracteriza por la brevedad, la contemplación poética del paisaje y una
fuerza argumental que toca las fibras más sensibles del lector. Se trata, pues,
de una vigorosa prosa, limpia de ripios y reforzada con adjetivos que precisan la
descripción de la naturaleza y los escenarios donde se desarrollan las acciones
y los diálogos entre los protagonistas. Por un lado, los indios
sometidos a un sistema de servidumbre colonial; y, por el otro, los dos viajeros -alto y blanco, el uno; moreno
y bajo, el otro-, pertenecientes a la esfera de las élites dominantes que,
hasta antes del triunfo de la revolución nacionalista de 1952 y el decreto de
la Reforma Agraria en 1953, eran los dueños absolutos de las tierras, los
animales y los pongos que vivían hacinados en miserables viviendas, con paredes
de barro y techos de paja que, por lo general, estaban ubicadas en pequeñas
parcelas y en las afueras de las casas de hacienda.
No cabe duda que Ricardo Jaimes Freyre, a través de esta
apología del indio y su civilización, se da a conocer a plenitud como excelente
narrador, mientras su prosa, elaborada con la misma pasión y los mismos
registros lingüísticos que engalanan sus versos, se convierte en un referente de la
narrativa indigenista boliviana, digna de ser insertada en las antologías del
cuento latinoamericano, junto a otros autores que evocan la miseria de las
masas indias y se convierten en ecos del clamor popular.
No en vano el tema del
latifundio es uno de los aspectos más relevantes de la narrativa indigenista,
porque representa la política etnocida de las oligarquías republicanas y la
servidumbre de los indígenas en beneficio de una casta de gamonales y
terratenientes, que no sólo les arrebataron sus tierras con el beneplácito de
las leyes de los poderosos, sino
también los convirtieron en sus pongos sobre los cuales tenían el derecho de
propiedad, como en cualquier sistema colonial, que les suprimen sus derechos
más elementales y los condenan a escalofriantes trabajos de esclavitud.
La literatura indigenista,
particularmente en los géneros de la narrativa, tiene distintas tendencias
desde su aparición, pero el rasgo común que comparten es que la mayoría de las
obras resaltan el racismo, la pobreza, la marginación y el choque entre la cultura
occidental y las culturas ancestrales. Esta literatura,
además de denunciar la explotación de los indios en las haciendas, apuntala las
reivindicaciones socioeconómicas desde la perspectiva de los ideales que
proclaman la integración nacional y el derecho de los pueblos originarios a ser
parte de las instituciones estatales, que son las que, en última instancia,
determinan el destino de una nación en el ámbito político, económico, social y
cultural.
En el cuento de Ricardo Jaimes Freyre, que en algunas antologías lo recogen bajo el título de Justicia india, se advierte una fuerte connotación descriptiva de la naturaleza y un inconfundible compromiso social asumido por el autor que, sin eufemismos ideológicos ni retoques de la realidad, describe la lacerante situación de sus protagonistas indios, quienes, en actitud de rebeldía y decisión de lucha, agitan a los suyos para acabar con los personajes antagónicos, pero sin desvirtuar el objetivo principal del cuento que, a pesar de su violento desenlace, conlleva un mensaje de esperanza, justicia y libertad.
En este cuento, escrito con
coraje y valor moral, aparte de destacar el fascinante telurismo del altiplano,
donde existe un vínculo casi simbiótico entre la naturaleza, el hombre y la
comunidad, se exalta el interés colectivo sobre el bienestar individual; una
tradición muy arraigada en las comunidades indígenas, donde la práctica
cotidiana del ayni (colaboración mutua en el trabajo para la subsistencia de la comunidad) y la mink’a (reciprocidad de ayuda intercomunal) forman parte de la mentalidad del ayllu
(sistema de organización básica de la sociedad aymara) desde su pasado milenario.
El autor, convencido de la
posición política forjadora de su conciencia, nos presenta, de manera sucinta y
en pocas páginas, la tensa relación verbal y humana que sostienen los
dominantes y dominados, en el marco de un sistema estrictamente colonial, que
está caracterizado por las injusticias sociales y el menosprecio racial, que
son partes integrantes de una sociedad donde prevalece la supremacía del hombre
blanco sobre la mayoría indígena, compuesta por los diversos pueblos
originarios asentados en el territorio nacional.
El cuento no se limita a
retratar los atropellos que los patrones blancoides cometen contra los
indígenas por el simple hecho de ser indígenas, sino que es una suerte de
preámbulo para los ideólogos del indigenismo que, en su afán de liberar al
indio de esa intermediación opresiva y explotadora, elaboran teorías cuyos
principios tienden a impulsar una política de inclusión social en todos los
ámbitos de la sociedad y una participación activa en las estructuras del poder
del Estado, como una forma de compensar los cinco siglos de discriminación,
perjuicios y marginalidad. Los indigenistas, en su lucha contra las minorías
privilegiadas (gamonales, caciques, latifundistas, etc.), plantean la necesidad
de fortalecer la propiedad colectiva de la tierra, la autodeterminación y la
diversidad cultural, revalorizando los usos y costumbres de los pueblos
originarios, como componentes fundamentales de una nación multicultural y
plurilingüe.
Ricardo Jaimes Freyre, ya en
las primeras páginas de En las montañas,
se empeñó por demostrar que el trato hacia el indio era despectivo, de supremacía,
y que los adjetivos de imbéciles o bribones eran moneda corriente para
calificar a quienes rechazaban los abusos de los patrones, que ejercían su
poder de dominación por medio del amedrentamiento y el látigo. No es casual que
uno de los jóvenes viajeros del cuento, que cambió su caballo muerto por otro
vivo, para imponer su autoridad sobre el justo reclamo del indio, golpeó con su
látigo el rostro de Pedro Quispe, quien
sujetó las riendas del caballo intentando impedir la marcha de los viajeros
que, como parte de sus abusos, habían quemado una de las chozas y habían matado
una oveja y algunas gallinas para alimentarse sin pagar un solo centavo.
Asimismo, el viajero blanco, de apellido Córdova, a manera de disuadirlo, le
dijo que esas tierras no pertenecían a los indios, porque no tenían títulos de propiedad, para considerarse
los dueños de las tierras que habitaban y trabajaban. A lo que Pedro Quispe le
contestó: Yo no tengo papeles, señor. Mi
padre tampoco tenía papeles, y el padre de mi padre no los conocía. Y nadie ha
querido quitarnos las tierras. Tú quieres darlas a otro. Yo no te he hecho
ningún mal...
El abuso llegó al extremo cuando el joven viajero, acostumbrado al chantaje y a aprovecharse del sacrificio ajeno, le pidió una bolsa llena de monedas a cambio de devolverle sus tierras; una propuesta que fue rechazada por Pedro Quispe, quien, consciente de que la justicia estaba siempre a favor de los poderosos, organizó a los suyos, mientras los dos viajeros salieron cabalgando por el portón del rústico albergue y emprendieron su retirada por el flanco de la montaña.
Los indios, movilizados por el
pututo de Pedro Quispe, ascendieron hacia una de las montañas, desde donde
avistaron a los dos viajeros, poco antes de cercarlos y atacarlos al son de las
notas estridentes y prolongadas del pututu. El ataque se hizo inminente, el
indio que los guiaba aprovechó para huir por un sendero abierto entre los
cerros y los demás, desplazándose entre
los pajonales bravíos y las agrias malezas, bajo los anchos toldos de lona de
los campamentos y en la cumbre de los montes lejanos, trepaban a los
cerros, desde cuya cumbre, coronada de indios, hicieron rodar enormes peñascos
sobre los dos jinetes que detuvieron su paso, hasta que fueron heridos y
detenidos por la turba confusa que los capturó como a animales de caza.
No es para menos, Ricardo
Jaimes Freyre, a través de su cuento de corte modernista, nos narra el drama de
los indios que, a pesar de su situación de dominados y excluidos de los
sistemas de poder, se alzan en una rebelión que culmina con la victoria de la
verdad y la justicia; un premeditado desenlace que, de manera implícita, pone
de manifiesto las concepciones socialistas de su pensamiento ideológico que,
desde principios del siglo XX, hicieron aflorar los postulados populares de que
la tierra es de quienes la trabajan y no un patrimonio de los terratenientes.
En la narrativa indigenista,
al margen de su valoración estética, existe una reflexión crítica sobre la
realidad social, que parte del principio de la inferioridad racial del indio.
Incluso la descripción de su aspecto humilde
y miserable, con chaqueta desgarrada y sandalias con correas llenas de
nudos, es una constatación de que el indio, aquejado por los constantes
ultrajes patronales, es un individuo que sobrevive en medio de la pobreza y al
margen de los privilegios reservados sólo para las familias propietarias de
grandes extensiones de tierra y dueñas de los pongos que trabajaban en
condiciones inhumanas y sin más esperanza que suplicarle a la Pachamama un
mejor destino para sus descendientes.
El autor retrata el mundo
indígena en términos de marginalidad económica, social, política y cultural,
pero también de resistencia silenciosa y toma de conciencia que, de manera
inevitable y dialéctica, desemboca en la venganza y la violencia descarnada,
como ocurre en la última escena narrada por Ricardo Jaimes Freyre, quien, en un
intento por eliminar la visión idílica de los indígenas, que es una de las
características de la literatura romántica de la literatura del siglo XIX, da
vuelta a la página y lo muestra al indígena en actitud combativa, ya que sus
personajes indios, lejos de soportar los atropellos y el desprecio con actitud
sumisa, optan por rebelarse al son de los pututos, usados como instrumentos que
convocan a la comunidad para defender sus derechos y ejecutar la justicia por
mano propia.
Así ocurrió En las montañas. Los dos jóvenes viajeros, Córdova y Álvarez, una vez atrapados en el fondo de la quebrada por los indios que descendieron desde la colina, que poco antes parecía desmoronarse en enormes peñascos, fueron amarrados sobre los caballos y conducidos hasta una explanada, donde sus cuerpos fueron arrojados como dos fardos, mientras los ancianos y las mujeres esperaban la asonada final. Al cabo de deliberar un momento, y una vez que empezaron a beber el licor de los cántaros en señal de triunfo y regocijo, Pedro Quispe y Tomás se ocuparon de despojarles de sus prendas y atarlos a los postes, donde empezó el suplicio entre gemidos y alaridos de dolor, como si los patrones hubiesen despertado la furia social y los indígenas hubiesen tomado conciencia de su propia dignidad. Seguidamente narra el autor: Pedro Quispe arrancó la lengua a Córdova y le quemó los ojos. Tomás llenó de pequeñas heridas, con un cuchillo, el cuerpo de Álvarez. Luego vinieron los demás indios y les arrancaron los cabellos y los apedrearon y les clavaron astillas en las heridas...
Al final del suplicio, los
cuerpos vejados y ensangrentados desaparecieron como tragados por la tierra.
Pedro Quispe trazó una cruz en el suelo y los hombres y las mujeres, como en un
acto ritual de silencio y complicidad, besaron la cruz y pasaron sobre la
tierra húmeda; un episodio que, aunque parece dejar un espacio libre para la
imaginación del lector, termina de la manera más cruenta y despiadada que
imaginarse pueda, mientras la inmensa
noche caía sobre la soledad de las montañas.
Los brotes de rebeldía y
violencia indígena aparecen registrados, antes y después de la
institucionalización de la colonia, en varios capítulos de la historia
nacional. Baste mencionar, a manera de ejemplo, la conducta beligerante de los indios durante la Guerra Federal
(1898-1899), cuando éstos, aliados a las tropas castrenses del coronel José
Manuel Pando, nombrado comandante de las fuerzas federalistas de La Paz, se
enfrentaron a las tropas chuquisaqueñas lideradas por el Partido Conservador
que, mientras cruzaban por las poblaciones del altiplano en su camino hacia La
Paz, se dieron a la tarea de atacar y quemar las casas de los indígenas
aymaras, quienes, ante semejantes atrocidades cometidas en sus comunidades y en afán de reivindicar sus derechos que habían sido sistemáticamente
espoliados como consecuencia de la legislación de 1880, se sumaron a la efervescencia bélica al mando
de El Temible Pablo Zárate Willka,
fustigando a las masas indias para derrotar a las minorías dominantes,
compuesta por una jerarquía de criollos y mestizos, que tenían el control sobre
las tierras y los recursos naturales.
La violencia con que actuaron los indígenas tuvo su fatal desenlace en el templo del pueblo de Ayo Ayo, donde, al son de los pututus de los federalistas de Zárate Willka, los heridos de las tropas constitucionales fueron masacrados sin contemplaciones. Los testimonios parecen coincidir con la versión de que al atardecer del 24 de enero de 1899, más de un centenar de indios rodeó el pueblo, tomó la plaza principal, atacó viviendas particulares y asedió a los heridos refugiados en el templo. Por la noche rompieron las puertas y entraron para masacrarlos a sangre fría, partiéndoles las cabezas con hachas y cuchillos, sacándoles los ojos, arrancándoles el corazón y la lengua, rasgándoles la piel con alambres, desnudándolos y arrastrándolos por las calles antes de degollarlos. La tragedia, que dejó el templo lleno de sangre y cadáveres, culminó con el brutal asesinato del capellán militar, el párroco del pueblo y un cura de Viacha.
Como se apuntó líneas arriba,
éste no fue el único episodio en el que la furia de los indios se dejó sentir
por los poderes de dominación, sino uno más de las tantas rebeliones que
protagonizaron desde la época de la colonia, dejando constancia de que las guerras
se ganan con fusiles y no
con oraciones ni discursos, como sucedió en
los levantamientos armados registrados en las páginas más violentas y sangrientas de la historia nacional.
En las montañas es fácil percibir que la temática indígena caló
hondo en los pensamientos y sentimientos del Ricardo Jaimes Freyre, quien, sin
más recursos que la magia de la poesía y la profunda conmoción de su alma,
intentó rescatar y reproducir, a través de su obra literaria, el espíritu de
lucha de los indígenas enfrentados tanto a las inclemencias de la naturaleza
agreste como al carácter despótico de los hacendados, que les despojaron de sus
tierras y los sometieron a deplorables condiciones de vida y trabajo.
Con todo, este fabuloso cuento de Ricardo Jaimes Freyre,
publicado por primera vez en el Nr. 29 de la Revista de Letras y Ciencias Sociales de Argentina (1906), merece
una mayor difusión entre los lectores nacionales y extranjeros, no sólo porque forma parte de su escasa
prosa literaria, sino también porque la temática indigenista, estructurada
sobre la base de un lenguaje rico en metáforas y símbolos, está hilvanada con
solvente calidad ética y estética, una inconfundible impronta en la obra de los
grandes narradores bolivianos.
IMÁGENES
1. Ricardo Jaimes Freyre.
2. Campesino y milicia, óleo de Miguel Alandia Pantoja, 1960.
3. Milicia india, Óleo lienzo, 1963. Col. familia Alandia Pantoja, Bolivia.
4. Mujer con carga de cebada, Óleo lienzo, 1958. Col, familia Alandia
Pantoja, Bolivia.
5. La rebelión indígena fue violenta en la época colonial y republicana.
6. Los indígenas excluidos de los órganos de poder del Estado.
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