En plena época de pandemia, las redes
sociales me trajeron la fatal noticia del deceso de mi entrañable amigo José Pepe Ramírez. Nos conocimos desde la
infancia, fue mi compañero de curso en la escuela primaria Jaime Mendoza y
luego en el colegio Primero de Mayo de la población de Llallagua, al norte del
departamento de Potosí.
Lo recuerdo como a un alumno aplicado en
los estudios. Era uno de los mejores alumnos en la escuela y el colegio. No en
vano fue varias veces el abanderado del colegio y, a finales de año, uno de los
estudiantes que se llevaba casi todos los premios que concedían los profesores
de las diferentes asignaturas, así que le faltaban manos para sostener los
libros y diplomas que los educadores apilaban sobre sus brazos.
Algunas veces me tocó hacer los deberes
escolares en su casa, ante la mirada atenta de sus padres. Nunca se vinculó en
la actividad política en los años de la dictadura militar de los años 70,
aunque dentro de su corazón sentía una enorme solidaridad con las personas
comprometidas con la realidad social de los más desposeídos.
Mientras los demás estudiantes andábamos
inmiscuidos en actividades subversivas,
Pepe Ramírez ocupaba su tiempo libre jugando tenis en la cancha de Siglo
XX; de modo que no era raro verlo recorrer por la plaza 6 de Agosto y la calle
Linares ataviado de blanco, desde los tenis hasta la gorra, para practicar el deporte blanco, sin más armas que una
raqueta y una botella de agua fría que cargaba en un bolsón colgado en
bandolera.
Algunos fines de semana, se lo veía asistir
a las salas de cine, siempre en compañía de su hermanita, mientras los demás
muchachos nos íbamos al cine en compañía de nuestras enamoradas. ¡Toda una
aventura de adolescencia!
Cuando mis compañeros de promoción terminaban los estudios de
secundaria, yo me encontraba en la cárcel, por eso no tuve la suerte de
compartir con Pepe Ramírez los
festejos de los estudiantes que culminaron el año escolar entre bombos y
platillos. Sin embargo, no me cabía la menor duda de que a Pepe Ramírez le deparaba la vida un futuro digno de un excelente
profesional.
Cuando retorné de mi exilio en Europa, me
enteré de que estaba trabajando como médico ginecólogo obstetra. Lo primero que
pensé es que él trabajaba con aquello que los demás nos divertimos. Después me
puse a pensar de que Pepe Ramírez,
con la paciencia y la sapiencia que lo caracterizaba, era uno de los mejores
médicos en su especialidad y uno de los mejores presidentes del Comité
Científico del Colegio Médico Departamental de La Paz.
Su vocación de médico ya lo tenía como por
herencia, porque tuvo la suerte de haber nacido en un hogar donde sus padres le
inculcaron los principios de responsabilidad ante los estudios y el trabajo.
Que vistiera de mandil blanco no era ninguna novedad, ya que sus progenitores
vestían también con mandil blanco; su papá como médico odontólogo y su mamá
como enfermera en la botica municipal
de Llallagua.
Ahora que José Pepe se nos anticipó en el largo camino hacia el más allá, no nos
queda más que despedirlo como a ese leal compañero que fue en vida, porque un
eximio profesional y un gran ser humano, como fue Pepe en el ámbito familiar, profesional y social, no nace cada día
y mucho menos en un mundo donde nos
hacen falta seres humanos con los dones y las virtudes que atesoraba mi
entrañable amigo José Pepe Ramírez
Napoleón Tapia.
¡Paz en su tumba por los siglos de los
siglos!
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