domingo, 31 de enero de 2021

MURIÓ UN INQUEBRANTABLE COMPAÑERO DE LUCHA

Con el fallecimiento de Edgar Huracán Ramírez Santiesteban (Potosí, 1947 – La Paz, 2021), se nos fue el último líder minero de la vieja guardia del movimiento obrero boliviano. Ya no quedan dirigentes de semejante catadura, de esos hombres que hicieron honor a la lucha de los trabajadores organizados en el sindicalismo revolucionario, donde descollaron figuras como Juan Lechín, Simón Reyes, Víctor López, Óscar Salas y Filemón Escobar, entre muchos otros.

El compañero Edgar Huracán Ramírez, a diferencia de los crumiros y traidores de la clase obrera, destacó por su claridad ideológica e intransigente lucha en aras de conquistar las reivindicaciones legítimas de sus compañeros sometidos a las inhumanas condiciones de vida del sistema capitalista, donde alcanzar un alto nivel de conciencia política era el único camino para constituirse en el representante de la masa obrera que clamaba justicia social en un contexto donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.

En las polémicas y debates que se generaban en los ampliados y congresos mineros era una fiera. Para rebatir los argumentos de sus contrincantes usaba incluso un lenguaje figurado y hasta metafórico, como prueba de que había leído una pila de libros en los diversos géneros literarios. De modo que podía hablar en un lenguaje extendido como el de Marcelo Quiroga Santa Cruz o con un lenguaje sintetizado como el de Eduardo Galeano, sin perder el hilo argumental de sus pensamientos expresados en elocuentes discursos.

Como todo individuo que irrumpe en el escenario político, con la intención de forjar una corriente de opinión en seno del proletariado, tenía seguidores pero también detractores. Algunos decían que era duro pero correcto. Era crítico con la conducta y los desaciertos de algunos dirigentes de la COB. No pocas veces se opuso a las apreciaciones políticas del maestro Lechín, quien, alguna vez y con lágrimas en los ojos, confesó ante las cámaras de la prensa que Edgar Huracán Ramírez era impulsivo e intransigente; una conducta que mantuvo, de manera consciente o inconsciente, en todos los ámbitos de su vida laboral.

No cabe duda de que su sólida formación intelectual, como autodidacta, lo colocó en la primera fila de los líderes obreros que se elevaron al nivel de cualquier académico, no sólo publicó obras a partir de su vasta experiencia sindical, –Estrategia de dominación imperialista (1997), Neoliberalismo y movimiento sindical en Bolivia (1999), Archivos mineros de Bolivia. El rescate de la memoria social (coautor con Luis Oporto, 2007) y otros textos dispersos–, sino también por medio de la lectura de todo tipo de obras que caían en sus manos. Era uno de esos obreros que podía ejercer la docencia universitaria con solvencia y formar a nuevos líderes en cursillos donde se estudiaban a los clásicos del marxismo y a los precursores de la formación de la conciencia nacional, consciente de que la suerte del movimiento sindical no estaba ya en manos de los viejos sino de los jóvenes. No pocas veces participó en círculos intelectuales para expresar sus opiniones sobre una cantidad de temas que eran de su interés, en su condición de miembro del comité central del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó también activamente en talleres de capacitación sindical en los que transmitía sus experiencias adquiridas cuando fue secretario general del Sindicato Unificada del Cerro de Potosí; secretario general de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB).

Algunos amigos se referían a él como al licenciado obrero, no porque estuvo en Casas Superiores de Estudios, sino porque sus universidades fueron la vida y el trabajo, habida cuenta de que Edgar Huracán Ramírez apenas terminó el quinto curso de primaria. Empero, él estaba cargado de instrumentos innatos que le permitían ser un intelectual obrero, como esos hombres que tienen el privilegio de haber nacido con una inteligencia natural para comprender y analizar las claves íntimas de la vida y revelar los mecanismos socioeconómicos que se mueven de manera subterránea en una sociedad hecha a golpes de discriminación social y racial. Él poseía la intuición propia de esos seres de alma pura y mente clara para asimilar los valores humanos en un contexto donde las relaciones de producción determinan el destino de los individuos y la colectividad; una lección existencial que no se aprende en los libros de texto sino en la vida misma. A veces, cuando veía que algunos compañeros blandían, de manera egocéntrica y hasta con cierta petulancia, sus títulos académicos en un país enfermo de titulitis, él se limitaba a menear la cabeza y lanzar expresiones de ironía, que justificaban la visión que compartía con el escritor ruso Máximo Gorki, quien, como parte de una trilogía autobiográfica, escribió Por el mundo - Mis universidades, publicado en la segunda década de la pasada centuria y cuyo principal mensaje estaba destinado a enseñar que la vida misma era una universidad.

En su encomiable recorrido por los corredores culturales del país, y gracias a su amplio bagaje en ciencias humanísticas, se dedicó al rescate de la memoria histórica de la Guerra del Chaco y cultura minera, a través del Sistema de Documentación e Información Sindical de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, del Archivo de la Compañía Aramayo Franke, del Proyecto de Organización del Museo y Archivo de la Guerra del Chaco para la Federación de Beneméritos de la Guerra del Chaco en Tupiza; un largo recorrido que lo convirtió en un personaje entendido en temas históricos.

Sin embargo, su mayor proeza fue haber parido el Archivo Histórico de la Minería Nacional, institución que resguarda la documentación de más de un siglo de existencia de las empresas estañíferas de Bolivia. No en vano la Cámara de Senadores, en uso de sus atribuciones, lo reconoció, el 1 de agosto de 2019, por ser un líder político-sindical e incansable defensor de las riquezas mineras y por ser el creador, organizador y edificador del Sistema de Archivo Histórico de la COMIBOL, llevando en alto el nombre del Estado Plurinacional de Bolivia. Asimismo, se le concedió por Orden Parlamentaria al Mérito Democrático Marcelo Quiroga Santa Cruz, en reconocimiento a su incansable lucha por reconquistar la democracia cautiva en manos de los gobiernos dictatoriales.

Sus conocimientos sobre archivística no tenían nada que envidiar a quienes se forman en bibliotecología y archivística de una Casa Superior de Estudios, porque Edgar Huracán Ramírez se daba tiempo, como todo buen autodidacta, para escudriñar los cuadernillos y tratados sobre el tema. Por lo tanto, quizás sin habérselo propuesto de manera enteramente consciente, se convirtió en un experto en archivística; si no me lo creen, pregúntenselo a sus dilectos colegas de oficio, con quienes elaboró algunos manuales dedicados al fascinante mundo de la memoria histórica registrada en documentos patrimoniales de la nación. Así fue como en enero del 2006 publicó, en coautoría con Luis Oporto Ordóñez, el libro intitulado Archivos mineros de Bolivia

El año 2012, cuando se programó la presentación de mi libro Cuentos de la mina, en el auditorio del edificio principal del Archivo Histórico de la Minería Nacional, ubicado la zona ferroviaria de la ciudad de El Alto, tuve la oportunidad de deleitarme con la sapiencia y pirotecnia verbal de Edgar Huracán Ramírez, quien se refirió a la temática que aborda el libro desde una perspectiva muy particular, desde la visión de quien vivió la experiencia minera en carne propia. Me sorprendió, sobre todo, su análisis literario del libro, basándose en conocimientos que adquirió en sus años de lector de los clásicos de la literatura universal y de las obras de Gabriel García Márquez, a quien lo citó con frases que parecían elaboradas con meticulosidad y con expresiones arrancadas del llamado realismo mágico, que, según sus acertadas apreciaciones, se repetían en algunas obras de ambiente minero, donde la magia de la cosmovisión andina formaba parte de los trabajadores del subsuelo, quienes conviven a diario con ese mitológico personaje, mitad dios y mitad diablo, conocido como el Tío de la mina. 

El 23 de junio de 2017, en ocasión de la presentación de mi libro Crónicas mineras en el auditorio de la carreta de odontología de la Universidad Nacional Siglo XX, situado en la histórica Plaza del Minero, Edgar Huracán Ramírez se encontraba entre los comentaristas. Habló sobre la necesidad de seguir contribuyendo a la historia de la clase obrara desde las vivencias de los mismos protagonistas. Al finalizar el evento, puso su mano sobre mi hombro y me felicitó por haber rescatado la imagen de algunos de los dirigentes mineros, que ofrendaron su vida a la causa de la libertad y la justicia social. Esta obra está muy bien, dijo, mirándome con un gesto risueño y un tono de aprobación por la iniciativa que emprendí desde hace ya muchos años.

El 26 junio de 2019, justo cuando se recordaba un año más de la horrenda masacre de San Juan, que ejecutó la dictadura de René Barrientos en los centros mineros de Llallagua, Catavi, Siglo XX y Cancañiri, en la madrugada del 24 de junio de 1967, presenté la compilación La Masacre de San Juan en verso y prosa, en los ambientes de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Y, como es de suponer, Edgar “Huracán Ramírez, conocedor del tema y en su condición de exdirigente minero, estaba también presente entre los comentaristas. Vertió elogiosas palabras sobre la intención de la obra, ponderando que se trataba de un compendio que echaba más luces sobre los antecedentes y consecuencias de esa trágica masacre, y destacando que en sus páginas se registraban los poemas y los textos en prosa de autores que pertenecían a diversas tendencias ideológicas; un hecho que demostraba que era posible realizar obras colectivas, lejos de los sectarismos políticos que tantos daños causaron al sindicalismo revolucionario.   

Para quien escribe estas líneas, la amistad con Edgar Huracán Ramírez ha sido de aprendizaje y un modo de conocer de cerca la admirable esencia de un líder modesto y honesto; esto me tocó constatar el día en que, junto al historiador Luis Oporto Ordóñez, lo visité en su humilde hogar, donde charlamos sobre temas afines y él tocó la guitarra con una destreza propia de los músicos de cepa. Al cabo de mi visita, me quedé con la impresión de que este luchador obrero nunca vivió de la política, como lo hacen los pícaros y vivillos, sino para la política, cuya conducta distinguió a los legítimos líderes del movimiento minero, que no acumularon riquezas a nombre de los desposeídos y el socialismo. Edgar Huracán Ramírez, independientemente de su afiliación stalinista, correspondía a esa categoría de luchadores sociales que a mí me gustan por su honestidad y su desapego de los bienes materiales.  

Por otro lado, aún recuerdo el día en que me enteré de su despido del Archivo, luego de que el régimen de transición de Jeanine Añez asumió el poder, tras una violenta revuelta ciudadana contra el exgobierno de Evo Morales. Se me contó que los nuevos personeros de la COMIBOL fueron a buscarlo en las oficinas del Archivo, donde le entregaron una carta de despido de la institución que él mismo creó desde sus cimientos, sin considerar que esa acción era lo mismo que echar al dueño de su propia casa. No obstante, para sorpresa de los mensajeros del entonces presidente de la COMIBOL, la opinión pública no aceptó la decisión arbitraria y pidió que se le restituyera en su cargo de director del Archivo de la Minería Nacional, en razón de que Edgar Huracán Ramírez fue quien salvó de la basura lo que hoy es un ejemplar repositorio documental del país. Él evitó la destrucción de la memoria histórica minera de Bolivia, que se encontraba dispersa y abandonada en los ambientes de las principales empresas de la COMIBOL, que fueron cerradas por el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estenssoro, luego del nefasto Decreto Supremo 21060 de 1985, que provocó la relocalización de unos 23 mil trabajadores de las minas nacionalizadas, causando no sólo el colapso de las organizaciones sindicales, sino también la diáspora de las familias obreras que se vieron obligadas a buscar nuevos horizontes de vida en cualquier parte del territorio nacional.

Ahora bien, para quienes no lo saben o se hacen los del otro viernes, es necesario remarcar que Edgar Huracán Ramírez  fue el principal artífice para la recuperación de los documentos de los ex Barones del Estaño y los bienes patrimoniales y museísticos de la COMIBOL, que actualmente están debidamente conservados y catalogados. A esa hazaña sin precedentes se debe la frase: DE LA BASURA A LA MEMORIA DEL MUNDO, grabada en el edificio principal del Archivo Histórico de la Minería Nacional, emplazado en la combativa ciudad de El Alto.

Edgar Huracán Ramírez vivía con la ilusión de que se escribiera o reescribiera la genuina historia del movimiento obrero boliviano. Estaba convencido de que los mineros, más que sus ideólogos o intelectuales de clase media y clase media alta, fueron los verdaderos protagonistas de la turbulenta historia de la minería nacional. De ahí que en el prólogo a la Historia del movimiento minero de Bolivia (2020), que se elaboró a partir de los testimonios de los ex dirigentes sindicales aún en vida, haya escrito con magnífica precisión y sin voces prestadas: Nuestra historia no será reconstruida olvidando que todo lo que tenemos es lo que las masas han logrado. Hay necesidad de retomar las valiosas experiencias concebidas por los cerebros creativos, sí; pero también los hechos de anónimos protagonistas que se materializaron en abundantes propuestas de proclamas, en copiosas consignas que son los elementos esenciales que forjaron la moral y la conciencia de los campamentos mineros, que permitió gloriosos combates y sostenidas batallas, en los que el enemigo no logró hacer retroceder a la gran masa de trabajadores mineros. La tenacidad y la consecuencia que perdura en el tiempo y el espacio, son el único sostén verdaderamente robusto de los hechos que ya no podrán ocultar, porque fueron abonados con el sudor y la sangre de millones de trabajadores que estuvieron en las minas, alimentadas generalmente por las mujeres, por los niños y por el recio músculo proletario. No es casual que esto que quedó olvidado y oculto fuera motivo de admiración del mundo entero. Los hechos y las conquistas son comprensibles sólo si se los ve como hechos de la clase, del sindicato, de las masas y del pueblo, no de las individualidades (p. 16). Tenía toda la razón. La historia oficial no registraba la voz de los protagonistas en primera persona, sino a través de las interpretaciones, a veces sesgadas y hasta deformadas, de quienes contemplaban la realidad minera desde afuera y no desde el seno mismo de la clase obrera. Consiguientemente, él consideraba que era necesario reescribir la historia desde el testimonio personal y colectivo de los protagonistas de las luchas sociales que, unas veces desembocaron en sangrientas derrotas y, otras, en aleccionadoras victorias que demostraban la poderosa fuerza de movilización y la consumada conciencia  ideológica del movimiento obrero agrupado en sus naturales organizaciones de clase.  

A modo de sintetizar mis recuerdos de Edgar Huracán Ramírez, quien fue un inquebrantable compañero de lucha, puedo decir que este perforista en interior mina, boxeador de peso pluma, dirigente indomable y rescatista de los históricos documentos de la minería boliviana, fue uno de esos líderes obreros que lo dio todo sin pedir nada a cambio. Por lo demás, a mí no me queda más que palabras de agradecimiento por su apoyo y su voz de aliento que, cuando estaba en el cenit de su lucidez, sonaba y soplaba con tanto furor como el mismísimo huracán.

Fotos

1. Edgar Huracán Ramírez Santiesteban.

2. Luis Oporto, Víctor Montoya, Edgar Huracán Ramírez y Milton Márquez.

3. José Martínez, Pastor Mamani, Víctor Montoya, Jaime Flores, Edgar Huracán Ramírez.

4. Luis Oporto, Carlos Soria, Víctor Montoya, Edgar Huracán Ramírez, José Romero.


 

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