MURIÓ
UN INQUEBRANTABLE COMPAÑERO DE LUCHA
Con
el fallecimiento de Edgar Huracán
Ramírez Santiesteban (Potosí, 1947 – La Paz, 2021), se nos fue el último líder
minero de la vieja guardia del movimiento obrero boliviano. Ya no quedan
dirigentes de semejante catadura, de esos hombres que hicieron honor a la lucha
de los trabajadores organizados en el sindicalismo revolucionario, donde
descollaron figuras como Juan Lechín, Simón Reyes, Víctor López, Óscar Salas y
Filemón Escobar, entre muchos otros.
El
compañero Edgar Huracán Ramírez, a
diferencia de los crumiros y
traidores de la clase obrera, destacó por su claridad ideológica e
intransigente lucha en aras de conquistar las reivindicaciones legítimas de sus
compañeros sometidos a las inhumanas condiciones de vida del sistema
capitalista, donde alcanzar un alto nivel de conciencia política era el único
camino para constituirse en el representante de la masa obrera que clamaba
justicia social en un contexto donde pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.
En
las polémicas y debates que se generaban en los ampliados y congresos mineros
era una fiera. Para rebatir los argumentos de sus contrincantes usaba incluso
un lenguaje figurado y hasta metafórico, como prueba de que había leído una
pila de libros en los diversos géneros literarios. De modo que podía hablar en
un lenguaje extendido como el de Marcelo Quiroga Santa Cruz o con un lenguaje
sintetizado como el de Eduardo Galeano, sin perder el hilo argumental de sus
pensamientos expresados en elocuentes discursos.
Como
todo individuo que irrumpe en el escenario político, con la intención de forjar
una corriente de opinión en seno del proletariado, tenía seguidores pero
también detractores. Algunos decían que era duro
pero correcto. Era crítico con la conducta y los desaciertos de algunos
dirigentes de la COB. No pocas veces se opuso a las apreciaciones políticas del
maestro Lechín, quien, alguna vez y
con lágrimas en los ojos, confesó ante las cámaras de la prensa que Edgar Huracán Ramírez era impulsivo e intransigente;
una conducta que mantuvo, de manera consciente o inconsciente, en todos los
ámbitos de su vida laboral.
No
cabe duda de que su sólida formación intelectual, como autodidacta, lo colocó
en la primera fila de los líderes obreros que se elevaron al nivel de cualquier
académico, no sólo publicó obras a partir de su vasta experiencia sindical, –Estrategia de dominación imperialista
(1997), Neoliberalismo y movimiento
sindical en Bolivia (1999), Archivos
mineros de Bolivia. El rescate de la memoria social (coautor con Luis
Oporto, 2007) y otros textos dispersos–, sino también por medio de la lectura
de todo tipo de obras que caían en sus manos. Era uno de esos obreros que podía
ejercer la docencia universitaria con solvencia y formar a nuevos líderes en
cursillos donde se estudiaban a los clásicos del marxismo y a los precursores
de la formación de la conciencia nacional, consciente de que la suerte del
movimiento sindical no estaba ya en manos de los viejos sino de los jóvenes. No
pocas veces participó en círculos intelectuales para expresar sus opiniones
sobre una cantidad de temas que eran de su interés, en su condición de miembro
del comité central del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó también
activamente en talleres de capacitación sindical en los que transmitía sus
experiencias adquiridas cuando fue secretario general del Sindicato Unificada
del Cerro de Potosí; secretario general de la Federación Sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y secretario ejecutivo de la Central
Obrera Boliviana (COB).
Algunos
amigos se referían a él como al licenciado
obrero, no porque estuvo en Casas Superiores de Estudios, sino porque sus
universidades fueron la vida y el trabajo, habida cuenta de que Edgar Huracán Ramírez apenas terminó el quinto
curso de primaria. Empero, él estaba cargado de instrumentos innatos que le
permitían ser un intelectual obrero,
como esos hombres que tienen el privilegio de haber nacido con una inteligencia
natural para comprender y analizar las claves íntimas de la vida y revelar los
mecanismos socioeconómicos que se mueven de manera subterránea en una sociedad
hecha a golpes de discriminación social y racial. Él poseía la intuición propia
de esos seres de alma pura y mente clara para asimilar los valores humanos en
un contexto donde las relaciones de producción determinan el destino de los
individuos y la colectividad; una lección existencial que no se aprende en los
libros de texto sino en la vida misma. A veces, cuando veía que algunos
compañeros blandían, de manera egocéntrica y hasta con cierta petulancia, sus
títulos académicos en un país enfermo de titulitis,
él se limitaba a menear la cabeza y lanzar expresiones de ironía, que
justificaban la visión que compartía con el escritor ruso Máximo Gorki, quien,
como parte de una trilogía autobiográfica, escribió Por el mundo - Mis universidades, publicado en la segunda década de
la pasada centuria y cuyo principal mensaje estaba destinado a enseñar que la
vida misma era una universidad.
En
su encomiable recorrido por los corredores culturales del país, y gracias a su
amplio bagaje en ciencias humanísticas, se dedicó al rescate de la memoria
histórica de la Guerra del Chaco y cultura minera, a través del Sistema de
Documentación e Información Sindical de la Federación Sindical de Trabajadores
Mineros de Bolivia, del Archivo de la Compañía Aramayo Franke, del Proyecto de Organización del Museo y Archivo de
la Guerra del Chaco para la Federación de Beneméritos de la Guerra del Chaco en
Tupiza; un largo recorrido que lo convirtió en un personaje entendido en temas
históricos.
Sin
embargo, su mayor proeza fue haber parido el Archivo Histórico de la Minería
Nacional, institución que resguarda la documentación de más de un siglo de
existencia de las empresas estañíferas de Bolivia. No en vano la Cámara de
Senadores, en uso de sus atribuciones, lo reconoció, el 1 de agosto de 2019,
por ser un líder político-sindical e
incansable defensor de las riquezas mineras y por ser el creador, organizador y
edificador del Sistema de Archivo Histórico de la COMIBOL, llevando en alto el
nombre del Estado Plurinacional de Bolivia. Asimismo, se le concedió por
Orden Parlamentaria al Mérito Democrático Marcelo
Quiroga Santa Cruz, en reconocimiento a su incansable lucha por
reconquistar la democracia cautiva en manos de los gobiernos dictatoriales.
Sus
conocimientos sobre archivística no tenían nada que envidiar a quienes se
forman en bibliotecología y archivística de una Casa Superior de Estudios,
porque Edgar Huracán Ramírez se daba
tiempo, como todo buen autodidacta, para escudriñar los cuadernillos y tratados
sobre el tema. Por lo tanto, quizás sin habérselo propuesto de manera
enteramente consciente, se convirtió en un experto en archivística; si no me lo
creen, pregúntenselo a sus dilectos colegas de oficio, con quienes elaboró
algunos manuales dedicados al fascinante mundo de la memoria histórica
registrada en documentos patrimoniales de la nación. Así fue como en enero del
2006 publicó, en coautoría con Luis Oporto Ordóñez, el libro intitulado Archivos mineros de Bolivia.
El año 2012, cuando se programó la presentación de mi libro Cuentos de la mina, en el auditorio del edificio principal del Archivo Histórico de la Minería Nacional, ubicado la zona ferroviaria de la ciudad de El Alto, tuve la oportunidad de deleitarme con la sapiencia y pirotecnia verbal de Edgar Huracán Ramírez, quien se refirió a la temática que aborda el libro desde una perspectiva muy particular, desde la visión de quien vivió la experiencia minera en carne propia. Me sorprendió, sobre todo, su análisis literario del libro, basándose en conocimientos que adquirió en sus años de lector de los clásicos de la literatura universal y de las obras de Gabriel García Márquez, a quien lo citó con frases que parecían elaboradas con meticulosidad y con expresiones arrancadas del llamado realismo mágico, que, según sus acertadas apreciaciones, se repetían en algunas obras de ambiente minero, donde la magia de la cosmovisión andina formaba parte de los trabajadores del subsuelo, quienes conviven a diario con ese mitológico personaje, mitad dios y mitad diablo, conocido como el Tío de la mina.
El 23 de junio de 2017, en ocasión de la presentación de mi libro Crónicas mineras en el auditorio de la carreta de odontología de la Universidad Nacional Siglo XX, situado en la histórica Plaza del Minero, Edgar Huracán Ramírez se encontraba entre los comentaristas. Habló sobre la necesidad de seguir contribuyendo a la historia de la clase obrara desde las vivencias de los mismos protagonistas. Al finalizar el evento, puso su mano sobre mi hombro y me felicitó por haber rescatado la imagen de algunos de los dirigentes mineros, que ofrendaron su vida a la causa de la libertad y la justicia social. Esta obra está muy bien, dijo, mirándome con un gesto risueño y un tono de aprobación por la iniciativa que emprendí desde hace ya muchos años.
El 26 junio de 2019, justo cuando se recordaba un año más de la horrenda masacre de San Juan, que ejecutó la dictadura de René Barrientos en los centros mineros de Llallagua, Catavi, Siglo XX y Cancañiri, en la madrugada del 24 de junio de 1967, presenté la compilación La Masacre de San Juan en verso y prosa, en los ambientes de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Y, como es de suponer, Edgar “Huracán Ramírez, conocedor del tema y en su condición de exdirigente minero, estaba también presente entre los comentaristas. Vertió elogiosas palabras sobre la intención de la obra, ponderando que se trataba de un compendio que echaba más luces sobre los antecedentes y consecuencias de esa trágica masacre, y destacando que en sus páginas se registraban los poemas y los textos en prosa de autores que pertenecían a diversas tendencias ideológicas; un hecho que demostraba que era posible realizar obras colectivas, lejos de los sectarismos políticos que tantos daños causaron al sindicalismo revolucionario.
Para
quien escribe estas líneas, la amistad con Edgar Huracán Ramírez ha sido de aprendizaje y un modo de conocer de
cerca la admirable esencia de un líder modesto y honesto; esto me tocó
constatar el día en que, junto al historiador Luis Oporto Ordóñez, lo visité en
su humilde hogar, donde charlamos sobre temas afines y él tocó la guitarra con
una destreza propia de los músicos de cepa. Al cabo de mi visita, me quedé con
la impresión de que este luchador obrero nunca vivió de la política, como lo
hacen los pícaros y vivillos, sino para la política, cuya conducta distinguió a
los legítimos líderes del movimiento minero, que no acumularon riquezas a nombre
de los desposeídos y el socialismo. Edgar Huracán
Ramírez, independientemente de su afiliación stalinista, correspondía a esa
categoría de luchadores sociales que a mí me gustan por su honestidad y su
desapego de los bienes materiales.
Por
otro lado, aún recuerdo el día en que me enteré de su despido del Archivo,
luego de que el régimen de transición de Jeanine Añez asumió el poder, tras una
violenta revuelta ciudadana contra el exgobierno de Evo Morales. Se me contó
que los nuevos personeros de la COMIBOL fueron a buscarlo en las oficinas del Archivo,
donde le entregaron una carta de despido
de la institución que él mismo creó desde sus cimientos, sin considerar que esa
acción era lo mismo que echar al dueño de su propia casa. No obstante, para
sorpresa de los mensajeros del
entonces presidente de la COMIBOL, la opinión pública no aceptó la decisión
arbitraria y pidió que se le restituyera en su cargo de director del Archivo de
la Minería Nacional, en razón de que Edgar Huracán
Ramírez fue quien salvó de la basura lo que hoy es un ejemplar repositorio
documental del país. Él evitó la destrucción de la memoria histórica minera de
Bolivia, que se encontraba dispersa y abandonada en los ambientes de las
principales empresas de la COMIBOL, que fueron cerradas por el gobierno
neoliberal de Víctor Paz Estenssoro, luego del nefasto Decreto Supremo 21060 de
1985, que provocó la relocalización
de unos 23 mil trabajadores de las minas nacionalizadas, causando no sólo el colapso
de las organizaciones sindicales, sino también la diáspora de las familias
obreras que se vieron obligadas a buscar nuevos horizontes de vida en cualquier
parte del territorio nacional.
Ahora
bien, para quienes no lo saben o se hacen los del otro viernes, es necesario
remarcar que Edgar Huracán
Ramírez fue el principal artífice para
la recuperación de los documentos de los ex Barones
del Estaño y los bienes patrimoniales y museísticos de la COMIBOL, que
actualmente están debidamente conservados y catalogados. A esa hazaña sin
precedentes se debe la frase: DE LA
BASURA A LA MEMORIA DEL MUNDO, grabada en el edificio principal del Archivo
Histórico de la Minería Nacional, emplazado en la combativa ciudad de El Alto.
Edgar
Huracán Ramírez vivía con la ilusión
de que se escribiera o reescribiera la genuina historia del movimiento obrero
boliviano. Estaba convencido de que los mineros, más que sus ideólogos o
intelectuales de clase media y clase media alta, fueron los verdaderos
protagonistas de la turbulenta historia de la minería nacional. De ahí que en
el prólogo a la Historia del movimiento
minero de Bolivia (2020), que se elaboró a partir de los testimonios de los
ex dirigentes sindicales aún en vida, haya escrito con magnífica precisión y
sin voces prestadas: Nuestra historia no
será reconstruida olvidando que todo lo que tenemos es lo que las masas han
logrado. Hay necesidad de retomar las valiosas experiencias concebidas por los
cerebros creativos, sí; pero también los hechos de anónimos protagonistas que
se materializaron en abundantes propuestas de proclamas, en copiosas consignas
que son los elementos esenciales que forjaron la moral y la conciencia de los
campamentos mineros, que permitió gloriosos combates y sostenidas batallas, en
los que el enemigo no logró hacer retroceder a la gran masa de trabajadores
mineros. La tenacidad y la consecuencia que perdura en el tiempo y el espacio,
son el único sostén verdaderamente robusto de los hechos que ya no podrán
ocultar, porque fueron abonados con el sudor y la sangre de millones de
trabajadores que estuvieron en las minas, alimentadas generalmente por las
mujeres, por los niños y por el recio músculo proletario. No es casual que esto
que quedó olvidado y oculto fuera motivo de admiración del mundo entero.
Los hechos y las conquistas son comprensibles sólo si se los ve como hechos de
la clase, del sindicato, de las masas y del pueblo, no de las individualidades
(p. 16). Tenía toda la razón. La historia oficial no registraba la voz de los
protagonistas en primera persona, sino a través de las interpretaciones, a
veces sesgadas y hasta deformadas, de quienes contemplaban la realidad minera
desde afuera y no desde el seno mismo de la clase obrera. Consiguientemente, él
consideraba que era necesario reescribir la historia desde el testimonio
personal y colectivo de los protagonistas de las luchas sociales que, unas veces
desembocaron en sangrientas derrotas y, otras, en aleccionadoras victorias que
demostraban la poderosa fuerza de movilización y la consumada conciencia ideológica del movimiento obrero agrupado en
sus naturales organizaciones de clase.
A
modo de sintetizar mis recuerdos de Edgar Huracán
Ramírez, quien fue un inquebrantable compañero de lucha, puedo decir que este
perforista en interior mina, boxeador de peso pluma, dirigente indomable y
rescatista de los históricos documentos de la minería boliviana, fue uno de
esos líderes obreros que lo dio todo sin pedir nada a cambio. Por lo demás, a
mí no me queda más que palabras de agradecimiento por su apoyo y su voz de
aliento que, cuando estaba en el cenit de su lucidez, sonaba y soplaba con
tanto furor como el mismísimo huracán.
Fotos
1.
Edgar Huracán Ramírez Santiesteban.
2.
Luis Oporto, Víctor Montoya, Edgar Huracán
Ramírez y Milton Márquez.
3.
José Martínez, Pastor Mamani, Víctor Montoya, Jaime Flores, Edgar Huracán Ramírez.
4.
Luis Oporto, Carlos Soria, Víctor Montoya, Edgar Huracán Ramírez, José Romero.
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