EL TRAGO DE MOKHOCHINCHI
Doña Pascualina Copa, orureña de veinticinco años, viuda
y madre de dos niñas, al no saber cómo mantener a su pequeña familia, después
de la inmolación de su esposo en la Guerra del Chaco, abandonó su ciudad natal
y se instaló en la población minera de Huanuni, donde se dedicó a la venta
callejera de mokhochinchi, bebida
refrescante que preparaba a base de duraznos pelados y deshidratados, con
azúcar y canela al gusto.
En muy poco tiempo, doña Pascualina Copa se hizo conocida
en la plaza principal de la villa minera y entre los viandantes, que la
distinguían por su menuda estatura y su trato amable; lucía un sombrero sobre
su cabellera peinada en trenzas; vestía siempre con una mantilla, una pollera
con varios pliegues, sombrero de paja y, como pocas mujeres del comercio
informal, llevaba amarrada a la cintura una chauchera de alpaca, donde guardaba
las monedas y billetes que ganaba con la venta del apetecido refresco de mokhochinchi.
Todos los días, desde tempranas horas de la mañana, se la
veía sentada detrás de una mesa llena de jarras y vasos de cristal, con la
mirada vigilante y las ganas de sacar adelante a sus hijas. No le iba nada mal en
el negocio, incluso despertaba la envidia de las demás comerciantes, las mismas
que, ya sea bajo el sol o bajo la lluvia, veían cómo doña Pascualina Copa complacía
a sus clientes ansiosos por aplacar su sed con uno o más vasos de mokhochinchi.
Ellas no conocían la receta para preparar la bebida
refrescante, que se popularizó en la población tras la llegada de la joven
viuda, quien parecía estar acompañada de la buena suerte y la fortuna. Tampoco
sabían que doña Pascualina Copa preparaba el mokhochinchi antes de acostarse, que todas las noches, ni bien sus
hijas se quedaban dormidas, se ajustaba el mandil blanco y se metía en la cocina,
donde vertía un kilo de duraznos secos en una olla, que luego la llenaba con tres
litros de agua para remojarlos.
A la mañana siguiente, apenas la luz del alba asomaba por
las rendijas de la puerta, se levantaba de la cama, se metía en la cocina a
quitar la tapa de la olla, donde estaban remojándose los duraznos, para
agregarle dos tazas de azúcar, diez clavos de olor y dos palitos de canela en
rama. Después encendía la hornilla a querosén, acomodaba la olla sobre el fuego
lento y la dejaba hervir alrededor de dos horas. Al finalizar la cocción,
retiraba la olla del fuego y dejaba enfriar el mokhochinchi, hasta que quedara listo para ofrecerlo bien frío en su
puesto de venta.
A varios años de repetir la misma rutina, doña Pascualina
Copa logró acumular la suficiente cantidad de dinero para comprar una casa en la
zona central de Huanuni, a la que se mudó junto a sus hijas, quienes para
entonces habían empezado ya sus estudios de secundaria en un colegio fiscal.
Como la casa tenía una amplia sala, además de los
dormitorios, cocina y baño, doña Pascualina Copa pensó que podía convertirla en
un boliche, pero sólo los fines de semana y los días festivos, ya que el resto
de la semana seguiría vendiendo el refresco de mokhochinchi.
En la sala puso cuatro mesas, con sus respectivas sillas,
y un mesón de madera maciza cerca de la puerta de acceso al boliche. Así empezó
con el expendió de bebidas alcohólicas, hasta que, tras un sueño en el que
mordió un durazno con sabor agridulce, se le ocurrió la brillante idea de que
podía preparar, con los mismos duraznos secos, un brebaje que sería del gusto
de los parroquianos acostumbrados a gastar su dinero en bebidas espirituosas. Así
fue como se puso manos a la obra, sin darle más vueltas a su idea ni perder
tiempo en dubitaciones. Se metió en la cocina y siguió el mismo procedimiento
de la preparación del refresco de mokhochinchi,
con la diferencia de que esta vez contendría aguardiente y lo serviría caliente,
como cualquier otro ponche que se ofrecía en épocas de invierno. Remojó los
duraznos secos en agua y alcohol, le agregó canela, clavo de olor y los dejó
reposar en la olla.
Al día siguiente, se levantó con una extraña sonrisa en
los labios y prosiguió con la preparación del brebaje, con la esperanza de
darle un toque final a su idea. Hizo hervir el contenido de la olla alrededor
de dos horas, preparó el azúcar hasta dejarlo como un almíbar semioscuro y
luego lo vació en la olla para disolverlo totalmente, removiéndolo con un
cucharón de palo; al final, tomó una espumadera y coló el contenido de la olla
en una cacerola con tapa, donde vertió más aguardiente, lo suficiente como para
embriagar al borracho más experimentado y exigente.
Ese mismo viernes por la noche, mientras sonaba la música
en los parlantes del boliche, ella llenó los vasos de cristal con el brebaje
dulzón y humeante, agregándole una o dos k’isas.
Los acomodó en una bandeja y se los ofreció, como el cariño de la casa, a los primeros parroquianos que acudieron al
boliche.
Ellos agradecieron el gesto de generosidad y bebieron a
sorbos el almíbar mezclado con alcohol, sintiendo que el invento de doña Pascualina Copa les quemaba la lengua, la garganta
y el pecho.
–Este trago está delicioso, doña Pascualina –le comentaron–. Tiene un
grado de alcohol elevado y un gusto muy especial.
Ella les regaló una sonrisa, meneó la cabeza y no dijo
nada.
–¿Y cómo se llama este nuevo trago –le preguntaron
relamiéndose los labios.
Ella pensó un instante y contestó:
–Se llama mokhola…
Desde esa noche, esa bebida pasó a conocerse con el
nombre genérico de mokhola, popularizándose
entre los trabajadores mineros y empleados de la Bolivia Tin and Tungsten Corporation de Huanuni.
Doña Pascualina había logrado su cometido. Los clientes se
multiplicaron en su boliche y el famoso trago de mokhochinchi, conocido en otras regiones con el nombre de guacho, se apoderó del gusto y la mente
de los lugareños.
Cuando los parroquianos le solicitaban la mentada mokhola, ella les servía en vasos de cristal,
con las k’isas que se chuparon el
mejor contenido de alcohol.
A esas alturas del negocio, el nombre de la inventora del trago de mokhochinchi bailaba en boca de todos y sonaba en todos los
oídos; un efecto sensacional que le
permitió ganar lo suficiente como para mandar a sus hijas, ya jovencitas, a
estudiar en la ciudad de Oruro, desde luego, con todos los gasto y gustos pagados.
Doña Pascualina Copa, conocida también como La Viuda, estaba sola desde que se
fueron sus hijas. Recién entonces fue cortejada por uno de sus pretendientes,
quien se ofreció ayudarla en el negocio y en todo lo que fuera necesario. Ella
aceptó las buenas intenciones del hombre y no tardó en darle un asidero en su
casa, consciente de que una mujer, independientemente de la edad y el estado
civil, necesitaba la compañía de un hombre que la proteja y la ame sin
condiciones.
La relación amorosa de doña Pascualina Copa duró algunos
años, hasta que una noche, mientras preparaba el trago de mokhochinchi, su concubino entró solo sólo un instante en la
cocina, se puso a probar el dulzor del brebaje, pero tuvo tan mala suerte que
el hueso del durazno, al término de vaciarse el vaso, se le deslizó por la
lengua y se le atascó en la garganta. El hombre, presa del pánico, intentó
arrojarlo pero sin lograrlo. Se retorció en violentos espasmos, con los ojos
desorbitados como los de un cordero degollado, y, antes de que doña Pascualina
Copa alcanzara a entrar en la cocina, perdió la respiración y cayó arrastrando
la olla de mokhola al piso, en medio
de un ruido de cristales rotos y un denso olor a canela y alcohol.
La policía hizo las averiguaciones del caso en torno a
las causas de la insólita muerte del hombre de mediana edad y, tras un peritaje
que no demoró demasiado, llegó a la conclusión de que el concubino de la dueña
del boliche falleció por bronco aspiración, en la que no hubo culpables ni
testigos.
Doña Pascualina Copa, que quedó sin pareja por segunda
vez, fue absuelta de toda sospecha, pero las autoridades municipales, en
coordinación con las instancias policiales, prohibieron la venta de la afamada mokhola, arguyendo que no era una bebida
apropiada para los borrachos, quienes, tras una ingesta excesiva de este
brebaje dulzón y caliente, podían atragantarse con el hueso del durazno y
perder la vida por bronco aspiración, como sucedió con el concubino de la inventora del trago de mokhochinchi.
Doña Pascualina Copa, sintiéndose culpable de haber inventado una bebida que podía causar la
muerte por un descuido, se retiró del negocio, vendió su casa y retornó a la
ciudad de Oruro, para dedicarse por entero al cuidado de sus hijas; al fin y al
cabo, no necesitaba trabajar más, ya que en Huanuni, donde empezó vendiendo
refrescos de mokhochinchi y terminó
ofreciendo la apetecida mokhola, había
ganado lo suficiente como para vivir tranquila por el resto de sus días.
Glosario
K’isas: Duraznos
secados al sol.
Mokhochinchi: Refresco
de durazno deshidratado, más conocido como orejón; se hace hervir en agua los
duraznos, se le añade canela y azúcar al gusto.
Mokhola: Brebaje elaborado
de manera artesanal, a base de alcohol y duraznos secados al sol.
No hay comentarios :
Publicar un comentario