domingo, 6 de octubre de 2019


EL TRAGO DE MOKHOCHINCHI

Doña Pascualina Copa, orureña de veinticinco años, viuda y madre de dos niñas, al no saber cómo mantener a su pequeña familia, después de la inmolación de su esposo en la Guerra del Chaco, abandonó su ciudad natal y se instaló en la población minera de Huanuni, donde se dedicó a la venta callejera de mokhochinchi, bebida refrescante que preparaba a base de duraznos pelados y deshidratados, con azúcar y canela al gusto.

En muy poco tiempo, doña Pascualina Copa se hizo conocida en la plaza principal de la villa minera y entre los viandantes, que la distinguían por su menuda estatura y su trato amable; lucía un sombrero sobre su cabellera peinada en trenzas; vestía siempre con una mantilla, una pollera con varios pliegues, sombrero de paja y, como pocas mujeres del comercio informal, llevaba amarrada a la cintura una chauchera de alpaca, donde guardaba las monedas y billetes que ganaba con la venta del apetecido refresco de mokhochinchi.

Todos los días, desde tempranas horas de la mañana, se la veía sentada detrás de una mesa llena de jarras y vasos de cristal, con la mirada vigilante y las ganas de sacar adelante a sus hijas. No le iba nada mal en el negocio, incluso despertaba la envidia de las demás comerciantes, las mismas que, ya sea bajo el sol o bajo la lluvia, veían cómo doña Pascualina Copa complacía a sus clientes ansiosos por aplacar su sed con uno o más vasos de mokhochinchi.
   
Ellas no conocían la receta para preparar la bebida refrescante, que se popularizó en la población tras la llegada de la joven viuda, quien parecía estar acompañada de la buena suerte y la fortuna. Tampoco sabían que doña Pascualina Copa preparaba el mokhochinchi antes de acostarse, que todas las noches, ni bien sus hijas se quedaban dormidas, se ajustaba el mandil blanco y se metía en la cocina, donde vertía un kilo de duraznos secos en una olla, que luego la llenaba con tres litros de agua para remojarlos.

A la mañana siguiente, apenas la luz del alba asomaba por las rendijas de la puerta, se levantaba de la cama, se metía en la cocina a quitar la tapa de la olla, donde estaban remojándose los duraznos, para agregarle dos tazas de azúcar, diez clavos de olor y dos palitos de canela en rama. Después encendía la hornilla a querosén, acomodaba la olla sobre el fuego lento y la dejaba hervir alrededor de dos horas. Al finalizar la cocción, retiraba la olla del fuego y dejaba enfriar el mokhochinchi, hasta que quedara listo para ofrecerlo bien frío en su puesto de venta.

A varios años de repetir la misma rutina, doña Pascualina Copa logró acumular la suficiente cantidad de dinero para comprar una casa en la zona central de Huanuni, a la que se mudó junto a sus hijas, quienes para entonces habían empezado ya sus estudios de secundaria en un colegio fiscal.

Como la casa tenía una amplia sala, además de los dormitorios, cocina y baño, doña Pascualina Copa pensó que podía convertirla en un boliche, pero sólo los fines de semana y los días festivos, ya que el resto de la semana seguiría vendiendo el refresco de mokhochinchi.

En la sala puso cuatro mesas, con sus respectivas sillas, y un mesón de madera maciza cerca de la puerta de acceso al boliche. Así empezó con el expendió de bebidas alcohólicas, hasta que, tras un sueño en el que mordió un durazno con sabor agridulce, se le ocurrió la brillante idea de que podía preparar, con los mismos duraznos secos, un brebaje que sería del gusto de los parroquianos acostumbrados a gastar su dinero en bebidas espirituosas. Así fue como se puso manos a la obra, sin darle más vueltas a su idea ni perder tiempo en dubitaciones. Se metió en la cocina y siguió el mismo procedimiento de la preparación del refresco de mokhochinchi, con la diferencia de que esta vez contendría aguardiente y lo serviría caliente, como cualquier otro ponche que se ofrecía en épocas de invierno. Remojó los duraznos secos en agua y alcohol, le agregó canela, clavo de olor y los dejó reposar en la olla.


Al día siguiente, se levantó con una extraña sonrisa en los labios y prosiguió con la preparación del brebaje, con la esperanza de darle un toque final a su idea. Hizo hervir el contenido de la olla alrededor de dos horas, preparó el azúcar hasta dejarlo como un almíbar semioscuro y luego lo vació en la olla para disolverlo totalmente, removiéndolo con un cucharón de palo; al final, tomó una espumadera y coló el contenido de la olla en una cacerola con tapa, donde vertió más aguardiente, lo suficiente como para embriagar al borracho más experimentado y exigente.

Ese mismo viernes por la noche, mientras sonaba la música en los parlantes del boliche, ella llenó los vasos de cristal con el brebaje dulzón y humeante, agregándole una o dos k’isas. Los acomodó en una bandeja y se los ofreció, como el cariño de la casa, a los primeros parroquianos que acudieron al boliche.

Ellos agradecieron el gesto de generosidad y bebieron a sorbos el almíbar mezclado con alcohol, sintiendo que el invento de doña Pascualina Copa les quemaba la lengua, la garganta y el pecho.

–Este trago está delicioso, doña Pascualina –le comentaron–. Tiene un grado de alcohol elevado y un gusto muy especial.

Ella les regaló una sonrisa, meneó la cabeza y no dijo nada.

–¿Y cómo se llama este nuevo trago –le preguntaron relamiéndose los labios.

Ella pensó un instante y contestó:

–Se llama mokhola

Desde esa noche, esa bebida pasó a conocerse con el nombre genérico de mokhola, popularizándose entre los trabajadores mineros y empleados de la Bolivia Tin and Tungsten Corporation de Huanuni.

Doña Pascualina había logrado su cometido. Los clientes se multiplicaron en su boliche y el famoso trago de mokhochinchi, conocido en otras regiones con el nombre de guacho, se apoderó del gusto y la mente de los lugareños.

Cuando los parroquianos le solicitaban la mentada mokhola, ella les servía en vasos de cristal, con las k’isas que se chuparon el mejor contenido de alcohol.

A esas alturas del negocio, el nombre de la inventora del trago de mokhochinchi  bailaba en boca de todos y sonaba en todos los oídos; un efecto sensacional que le permitió ganar lo suficiente como para mandar a sus hijas, ya jovencitas, a estudiar en la ciudad de Oruro, desde luego, con todos los gasto y gustos pagados. 

Doña Pascualina Copa, conocida también como La Viuda, estaba sola desde que se fueron sus hijas. Recién entonces fue cortejada por uno de sus pretendientes, quien se ofreció ayudarla en el negocio y en todo lo que fuera necesario. Ella aceptó las buenas intenciones del hombre y no tardó en darle un asidero en su casa, consciente de que una mujer, independientemente de la edad y el estado civil, necesitaba la compañía de un hombre que la proteja y la ame sin condiciones.

La relación amorosa de doña Pascualina Copa duró algunos años, hasta que una noche, mientras preparaba el trago de mokhochinchi, su concubino entró solo sólo un instante en la cocina, se puso a probar el dulzor del brebaje, pero tuvo tan mala suerte que el hueso del durazno, al término de vaciarse el vaso, se le deslizó por la lengua y se le atascó en la garganta. El hombre, presa del pánico, intentó arrojarlo pero sin lograrlo. Se retorció en violentos espasmos, con los ojos desorbitados como los de un cordero degollado, y, antes de que doña Pascualina Copa alcanzara a entrar en la cocina, perdió la respiración y cayó arrastrando la olla de mokhola al piso, en medio de un ruido de cristales rotos y un denso olor a canela y alcohol.

La policía hizo las averiguaciones del caso en torno a las causas de la insólita muerte del hombre de mediana edad y, tras un peritaje que no demoró demasiado, llegó a la conclusión de que el concubino de la dueña del boliche falleció por bronco aspiración, en la que no hubo culpables ni testigos.

Doña Pascualina Copa, que quedó sin pareja por segunda vez, fue absuelta de toda sospecha, pero las autoridades municipales, en coordinación con las instancias policiales, prohibieron la venta de la afamada mokhola, arguyendo que no era una bebida apropiada para los borrachos, quienes, tras una ingesta excesiva de este brebaje dulzón y caliente, podían atragantarse con el hueso del durazno y perder la vida por bronco aspiración, como sucedió con el concubino de la inventora del trago de mokhochinchi.

Doña Pascualina Copa, sintiéndose culpable de haber inventado una bebida que podía causar la muerte por un descuido, se retiró del negocio, vendió su casa y retornó a la ciudad de Oruro, para dedicarse por entero al cuidado de sus hijas; al fin y al cabo, no necesitaba trabajar más, ya que en Huanuni, donde empezó vendiendo refrescos de mokhochinchi y terminó ofreciendo la apetecida mokhola, había ganado lo suficiente como para vivir tranquila por el resto de sus días.

Glosario

K’isas: Duraznos secados al sol.
Mokhochinchi: Refresco de durazno deshidratado, más conocido como orejón; se hace hervir en agua los duraznos, se le añade canela y azúcar al gusto.
Mokhola: Brebaje elaborado de manera artesanal, a base de alcohol y duraznos secados al sol.

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